Traducción: Miguel Fuertes Lanero, OSA
Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. Regrese al resto del salmo nuestra atención, y reconozcámonos a nosotros mismos en las palabras del profeta. Porque cuando nos veamos pasando tiempos de tribulación, nos alegraremos en el tiempo de la recompensa. Cuando exponía la primera parte de este salmo, decía a vuestra caridad que es Cristo quien habla en él. Os dije también cómo hay que entender que se trata del Cristo total, cabeza y cuerpo, probándolo, incluso con testimonios de las Escrituras, yo creo que suficientemente claros y abundantes. De tal manera que no hay lugar a duda de que Cristo pueda ser cabeza y cuerpo, esposo y esposa, el Hijo de Dios y la Iglesia; el Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, para hacer de los hombres hijos de Dios; y de este modo fueran dos en una sola carne, según este profundo misterio. Y son reconocidos en los profetas como dos en una sola voz. El agradecimiento se expresa anteriormente en las palabras del que dice: Porque te has vuelto a mirar mi humillación, has puesto a salvo de las necesidades mi alma y no me has encerrado en las manos del enemigo, has establecido mis pies en un lugar espacioso. Es la acción de gracias de quien ha sido librado de la tribulación, de los miembros de Cristo libres ya de las aflicciones y de las asechanzas. Y dice además: Apiádate de mí, Señor, porque estoy atribulado1. En el sufrimiento es donde se da la angustia. ¿Cómo entonces dice: Has puesto mis pies en un lugar espacioso? Si se encuentra todavía en el sufrimiento, ¿cómo es que sus pies están en lugar espacioso? ¿Será quizá que se trata de una misma voz, puesto que es un solo cuerpo, cuyos miembros se sienten cómodos unos, y otros sufren apuros, es decir, unos se sienten en el bienestar de la justicia, mientras otros están sufriendo en la tribulación? Si unos miembros no sintieran una cosa y otros otra, no diría el Apóstol: Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es glorificado, se alegran también todos los miembros2. Verbigracia, unas Iglesias disfrutan de paz, y otras se hallan en tribulación; las que tienen paz, sus pies están en un lugar espacioso, mientras las que padecen tribulación están sufriendo angustias. A los primeros les entristece el sufrimiento de los otros, y a éstos les consuela la paz que disfrutan los primeros. Esto sucede cuando hay un solo cuerpo: no hay lugar a divisiones. La división sólo la origina la disensión. La caridad, en cambio, genera el acuerdo, el acuerdo la unidad, la unidad mantiene la caridad, y la caridad conduce a la claridad. Diga, pues, como portavoz de algunos de sus miembros: Apiádate de mí, Señor, porque estoy atribulado; por la ira se hallan conturbados mi ojo, mi alma y mi vientre.
2. Nos preguntamos de dónde puede venir este sufrimiento, ya que poco antes parecía alegrarse de estar liberado por una cierta justicia, concedida generosamente por gracia de Dios; de ahí el espacio holgado a sus pies en la amplitud de la caridad. ¿De dónde puede venir entonces este sufrimiento, si no es, quizá, de aquello que el Señor dice: Porque cundirá la maldad y se enfriará la caridad de muchos?3 Al principio la Iglesia, sustentada por un pequeño número de santos, y habiendo en cierto modo echado las redes y ganándose a un gran número de ellos, se multiplicó, según estaba predicho: Lo he anunciado, lo he dicho: se han multiplicado superando todo número4. Llegaron incluso a hundir casi las barcas y romper las redes, como se narra de aquella primera pesca anterior a la pasión del Señor5. Y llegaron a aumentar tanto estas muchedumbres, que por la Pascua se llenan las iglesias hasta el punto de no dar cabida sus paredes a tanta gente. ¿Y cómo el que esto dice no va a entristecerse por toda esta multitud, cuando ve llenarse los teatros y anfiteatros con la misma gente que poco antes llenaba las iglesias; que están inmersos en la corrupción los mismos que poco antes se entregaban a la alabanza; que están blasfemando contra Dios los que respondían Amén a Dios? Que persevere, que continúe, que no desfallezca ni siquiera entre la multitud innumerable de los malos. No, el grano no desfallece entre la multitud de la paja. Ya vendrá la bielda y luego será llevado al granero, donde estará en compañía de los santos, y así no sufrirá nada del polvo corrupto. Que persevere, ya que el Señor, después de haber dicho que cundirá la maldad y se enfriará en muchos la caridad, para que nuestros pies no se tambaleasen ni vacilasen ante la predicción de una tal abundancia de la maldad, añadió a continuación algo que levantara a los fieles, algo que los consolase y les diera fortaleza. Dijo: El que persevere hasta el final se salvará6.
3. Míralo, pues, a éste, inmerso —según mi parecer— en esta tribulación. En una tal situación debería sufrir (la tribulación lleva consigo el sufrimiento). Él dice estar airado en su tribulación, y exclama: Apiádate de mí, Señor, porque estoy atribulado, mi ojo se halla conturbado por la ira. Si sufres, ¿cómo es que estás airado? Su ira es por los pecados ajenos. ¿Y quién no se enojará viendo a los hombres confesar a Dios de boquilla, y negarlo con su conducta? ¿Quién no se enojará viendo a los hombres renunciar al mundo de palabra y no con los hechos? ¿Quién no se va a enojar, cuando ve a los hombres traicionar a sus hermanos, siendo infieles al ósculo que dieron en la celebración de los sacramentos divinos? ¿Quién podrá, en fin, enumerar todas las causas del enojo del cuerpo de Cristo, que interiormente vive del Espíritu de Cristo, y que está gimiendo como el grano entre la paja? Realmente apenas se ven los que gimen de esta manera, los que se enojan con esta ira, como apenas se ven los granos cuando se está trillando la era. El que no sabe la cantidad de espigas que fueron esparcidas, piensa que todo es paja. Y de creer que todo es paja, vendrá la purificación de una gran cantidad. Por éstos, precisamente, que no se manifiestan y que están gimiendo, es por lo que se enoja el que en otro lugar dice: Me devora el celo de tu casa7. Y dice también, al comprobar la cantidad de gente que obra el mal: Me da asco de los pecadores que abandonan tu ley. Y más adelante: Me consumía viendo a los insensatos8.
4. Pero hay que tener cuidado de que esta ira sea tan grande que se convierta en odio. La ira todavía no es odio. Te puedes airar contra tu hijo, pero no lo odias: no lo desheredas, aunque te ve airado; y precisamente tu ira es para que no pierda con su mala vida y sus costumbres depravadas lo que tú le reservas. Por tanto la ira no es odio. No odiamos todavía a aquellos contra quienes nos airamos. Sin embargo esta misma ira, si se arraiga y no se la arroja pronto, va creciendo y llega a convertirse en odio. Por eso la Escritura nos enseña a arrojar la ira y que no se convierta en odio. Dice así: Que no se ponga el sol sobre vuestra ira9. Te encontrarás a veces con algún hermano que tiene odio y está reprendiendo al que se irrita. Él tiene odio, y le culpa al otro de su ira: tiene una viga en su propio ojo y le reprende la paja del ojo de su hermano10. Sin embargo esta paja, esta mota si no se la expulsa enseguida, terminará haciéndose una viga. No dice, pues, «mi ojo se ha cegado por la ira», sino: está turbado. Si se ciega eso es el odio, no la ira. Y fíjate que se ha cegado. Es lo que dice Juan: El que odia a su hermano permanece hasta ahora en tinieblas11. Y antes de llegar a la tinieblas, los ojos se irritan por la ira; pero hay que tener cuidado de que la ira no se convierta en odio, quedándose ciegos los ojos. Es lo que aquí se dice: Están turbados por la ira mi ojo, mi alma y mi vientre, es decir: está irritado todo mi interior. El vientre está aquí significando toda la parte interior. A veces estará permitido enojarse con los injustos, los perversos, los que se apartan de la ley y los de mala vida, pero no manifestarlo a gritos. Cuando estamos airados y tenemos que callarlo, nuestro interior se irrita. A tanto llega a veces la corrupción, que ni corregir se puede.
5. [v.11] Porque mi vida ha desfallecido en el dolor, y mis años en los gemidos. Mi vida, afirma, ha desfallecido en el dolor. Dice el Apóstol: Ahora vivimos, si vosotros os mantenéis fieles al Señor12. Los que por el Evangelio y la gracia de Dios han llegado a la perfección, viven su vida en esta tierra por los demás. Su vida en este mundo ya no les es necesaria. Pero como su entrega es a otros necesaria, se cumple en ellos lo que dijo el Apóstol: Mi gran deseo es morir y estar con Cristo, cosa que es, con mucho, lo mejor; sin embargo permanecer en mi vida corporal es necesario para vosotros13. Pero cuando uno ve que ni con su servicio ni con sus sacrificios ni con su predicación sirve de provecho a los hombres, la vida del hombre se va debilitando en la indigencia. Sí, una indigencia y un hambre dignas de compasión, puesto que la Iglesia en cierto modo se alimenta de aquellos que ganamos para el Señor. ¿Qué quiere decir «se alimenta»? Que los incorpora a sí misma. Lo que comemos lo incorporamos a nosotros. Esto es lo que la Iglesia hace con los santos: tiene hambre de aquéllos a quienes desea ganar, y una vez que de alguna forma los ha ganado, en cierto modo se nutre de ellos. Pedro en su persona representaba la Iglesia cuando ante él descendió del cielo aquel lienzo lleno de toda clase de animales cuadrúpedos, serpientes y aves. Todas esas especies significan la totalidad de las naciones. El Señor estaba prefigurando la Iglesia, ya que ella haría su alimento de todas las naciones y las convertiría en su propio cuerpo. Se le dice a Pedro: Mata y come14. Oh tú, Iglesia, o sea, Pedro, puesto que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia15: mata y come; primero mata, y luego come; mata lo que ellos son y conviértelos en lo que tú eres. Porque cuando se predica el Evangelio y el predicador ve que no aprovecha a los hombres, ¿cómo no va a exclamar: Porque mi vida ha desfallecido en el dolor, y mis años en los gemidos. Mi vigor se ha debilitado en la miseria, y mis huesos se han conturbado? Estos años nuestros que aquí transcurrimos, los pasamos en medio de gemidos. ¿Por qué? Porque se ha extendido la injusticia y se ha enfriado la caridad de muchos. En gemidos, no en voces claras. Cuando la Iglesia ve que muchos se encaminan a la perdición, reprime sus propios gemidos, y por eso dice al Señor: No se te oculta mi gemido16. Se alude en otro salmo algo que concuerda con esto, y viene a decir: Aunque mi gemido pase desapercibido a los hombres, a ti no se te oculta. Mi vigor se ha debilitado en la miseria, y mis huesos se han conturbado. De esta miseria hemos hablado más arriba; por los huesos, en cambio, entendemos los valientes de la Iglesia, que si no son dañados por persecuciones ajenas, sí quedan turbados por las injusticias de los hermanos.
6. [v.12] Más que todos mis enemigos me he convertido en oprobio, y para mis vecinos es demasiado, y soy objeto de temor para mis conocidos. Más que todos mis enemigos me he convertido en oprobio. ¿Quiénes son los enemigos de la Iglesia? ¿Los paganos, los judíos? Peor que todos ellos viven los malos cristianos. ¿Quieres ver cómo los malos cristianos viven peor que todos ellos? El profeta Ezequiel de ellos habla, y los compara con los sarmientos inútiles17. Suponte que los paganos son árboles salvajes que están fuera de la Iglesia: de estos árboles algo de provecho se puede sacar todavía. Lo mismo que de los troncos aptos para el trabajo sale la madera adecuada para el carpintero, y aunque tenga nudos y sea curvo y con espesa corteza, sin embargo se le aplica el hacha y se lo descorteza, se lo iguala y así puede servir para cualquier construcción útil al hombre. En cambio de los sarmientos cortados nada pueden hacer los artesanos; lo único que les aguarda es el fuego. Prestad atención, hermanos. Aunque es cierto que el sarmiento que permanece en la vid se prefiere siempre al árbol salvaje, porque el sarmiento da fruto, cosa que no ocurre con dicho árbol bravío, una vez que el sarmiento se desgaja de la cepa es evidente que es inferior al árbol salvaje, ya que de éste puede sacar algún provecho el carpintero. El sarmiento, en cambio, sólo le viene bien al que atiza el fuego. Por eso, refiriéndose al gran número de personas que en la Iglesia viven mal, dijo: Más que todos mis enemigos me he convertido en oprobio. Es peor, afirma, la vida de los malos que participan de mis sacramentos, que la de aquéllos que nunca a tales sacramentos se han acercado. ¿Por qué no decirlo claramente en nuestra propia lengua latina, siquiera cuando estamos exponiendo el salmo? Si tal vez en otras ocasiones no nos atrevemos a decirlo, que al menos la necesidad de la exposición goce de la libertad de corregir. Afirma: Más que todos mis enemigos me he convertido en oprobio. Refiriéndose a ellos, dice el apóstol Pedro: Su final les ha resultado peor que el principio. Mejor les habría sido no conocer el camino de la justicia, que después de conocerlo, volverse atrás del mandamiento santo que les dieron. Al decir: Mejor les habría sido no conocer el camino de la justicia, ¿no estaba confesando que los enemigos de fuera son preferibles a los malos que viven dentro, que son la carga y el martirio de la Iglesia? Mejor les habría sido —dice— no conocer el camino de la justicia, que después de conocerlo, volverse atrás del mandamiento santo que les dieron. Fíjate, en fin, con qué repugnante realidad los ha comparado: Les ha sucedido lo de aquel acertado proverbio: «El perro se volvió a su propio vómito»18. Y dado que las Iglesias están llenas de tales individuos, ¿no exclama allí con toda verdad un reducido número, mejor dicho, la Iglesia por boca de esos pocos: Más que todos mis enemigos me he convertido en oprobio, y para mis vecinos es demasiado, y soy objeto de temor para mis conocidos? Para mis vecinos soy un oprobio excesivo, esto es, quienes se acercaban a mí para creer, mis vecinos, se han espantado ante el espectáculo de la vida corrupta de los malos y falsos cristianos. ¿Habéis pensado, hermanos míos, cuántos tienen voluntad de ser cristianos, pero sufren el escándalo de la conducta depravada de los mismos cristianos? Son estos los vecinos que ya se iban acercando, pero han sentido gran vergüenza de nosotros.
7. [v.12] En objeto de temor me he convertido para mis conocidos. ¿Qué es eso tan temible? En objeto de temor, dice, me he convertido para mis conocidos. ¿Qué hay tan temible como ver una multitud de gente malvada, involucrados en un sinnúmero de maldades, precisamente entre aquellos de quienes se esperaba una vida honrada? Teme que sean así todos los que él tenía por buenos, cayendo bajo sospecha de maldad casi todos los buenos. ¿Qué clase de hombre era éste? ¿Cómo cayó? ¿Cómo se le sorprendió en una tal torpeza, en aquel crimen, en aquella maldad? ¿No te parece que todos son iguales? Esto es el objeto de temor para mis conocidos: llegar a caer la mayoría de las veces bajo la sospecha de aquellos precisamente de quienes somos conocidos. Y si no te llegara a consolar lo que eres, si es que eres algo, no creerías que exista alguien más como tú. La conciencia, cualquiera ella sea, sirve de consuelo al hombre; y entonces se dirá a sí mismo el que vive bien: tú que tienes miedo de que todos los hombres sean iguales, ¿eres tú como ellos? Y la conciencia le responderá: No, no lo soy. Y si no lo eres, ¿quedará alguno más? Cuidado, no vaya a haber aquí una soberbia peor que aquella maldad. No se te ocurra decir que el bueno eres tú solo. Porque también Elías en cierta ocasión, hastiado por la gran cantidad de malvados, dijo: Han asesinado a tus profetas, han derribado tus altares; sólo quedo yo, y me buscan para quitarme la vida. Pero ¿qué le dice la respuesta divina? «He reservado para mí a siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal»19. Entonces, hermanos, en medio de estos escándalos queda un remedio para no pensar mal de tu hermano. Sé con humildad lo que quieres que él sea, y así no sospecharás que él es lo que tú no eres. No obstante esto, que haya miedo entre los conocidos, incluso entre los que más lo son.
8. [v.13] Quienes me veían, huyeron de mí fuera. Tendrían disculpa que escaparan lejos de mí los que no me veían; pero es que huyeron de mí hasta los que me estaban viendo. Si los que no me veían huyeron lejos de mí (y no vamos a decir que huyeron lejos los que nunca estuvieron cerca, porque si lo hubieran estado, me habrían visto, es decir, habrían conocido el cuerpo de Cristo, habrían conocido los miembros de Cristo, habrían conocido la unidad de Cristo); por eso es más lamentable este hecho; es del todo intolerable, porque muchos que me habían visto, escaparon lejos de mí, es decir, que los que habían llegado a conocer lo que es la Iglesia, salieron fuera, dando lugar a herejías y cismas contra la Iglesia. Hoy, por ejemplo, puedes encontrar a un nacido en la secta de Donato; él no sabe lo que es la Iglesia, y se mantiene donde nació. No le vas a arrancar de sus costumbres, bebidas con la leche materna. Dame, sí, dame a uno de los que se contacta diariamente con las Escrituras, que las lee, que las predica. ¿Es que no ve en ellas: Pídeme y te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra?20 ¿Es que no ve allí: Lo recordarán y se volverán a Señor todos los confines de la tierra, y se postrarán en su presencia todas las familias de las naciones?21 Y si allí ves la unidad de todo el orbe, ¿cómo es que huyes fuera, sufriendo no sólo tú la ceguera, sino causándosela incluso a otros? Quienes me veían, esto es, quienes sabían qué es la Iglesia, y que ya la contemplaban en las Escrituras, huyeron de mí fuera. ¿Creéis, hermanos míos, que todos aquellos que han dado origen a herejías por un lado y por otro no sabían que en las Escrituras divinas no se ha anunciado otra Iglesia que la difundida por el mundo entero? Lo aseguro a vuestra caridad: ciertamente todos somos cristianos, o al menos así nos llamamos, y todos nos signamos con la señal de Cristo. Más veladamente hablaron los profetas de Cristo que de la Iglesia; y pienso que fue porque, iluminados por el Espíritu, veían cómo los hombres iban a crear sectas contra la Iglesia; que sus disputas no iban a ser tan grandes sobre Cristo como lo iban a ser sus interminables luchas contra la Iglesia. Por eso las profecías fueron mucho más abiertas y claras sobre lo que había de ser objeto de mayores litigios. Esto pesará en el juicio contra ellos, porque lo vieron y se marcharon lejos.
9. Voy a citar un caso a modo de ejemplo. Abrahán fue padre nuestro, no por descendencia carnal, sino porque le hemos imitado en la fe; él, varón justo y agradable a Dios, aceptó por su fe a su hijo prometido, Isaac, de su esposa Sara, estéril y ya en su vejez22. Se le ordenó inmolar a Dios ese hijo suyo: no dudó en hacerlo, ni se puso a juzgar o a discutir el mandato de Dios; tampoco se le ocurrió pensar que era una maldad lo que el Sumo Bien llegó a ordenarle: lleva a su hijo para ser inmolado, le carga con la leña del sacrificio, llega al lugar, levanta su diestra para degollarlo y al fin la bajó por orden del mismo que se la había mandado levantar23; el que obedeció para herir, obedeció para desistir; siempre obediente, jamás indeciso. Y para que el sacrificio se llevase a cabo y no se marcharse sin haber derramado sangre, allí estaba un carnero preso de los cuernos, enredado entre zarzas: él fue el inmolado, y así se realizó el sacrificio. Mira a ver qué significa esto: es figura de Cristo envuelta en el misterio. Para aclararla, en fin, se discute, se examina, y así quedará a la vista lo que estaba escondido. Isaac, como hijo único amado, representa al Hijo de Dios, llevando su propia leña como Cristo llevó la cruz24. Él, que al fin quedó reemplazado por un carnero, estaba significando a Cristo. ¿Qué significado tiene estar apresado por los cuernos, sino de algún modo estar crucificado? Aquí está figurado Cristo, y enseguida debía ser anunciada también la Iglesia: pronosticada la cabeza, debía ser también pronosticado el cuerpo. Comienza el Espíritu de Dios, comienza Dios a anunciarle a Abrahán que quiere una Iglesia, y dejó la figura. A Cristo lo estaba anunciando simbólicamente; a la Iglesia la anuncia abiertamente. Le dijo a Abrahán: Por haber escuchado mi voz y no haber perdonado por mí a tu querido hijo, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré sobremanera tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas del mar, y por tu descendencia serán benditas las naciones de la tierra25. Cristo casi siempre fue anunciado por los profetas bajo el velo del misterio; en cambio la Iglesia de una manera clara, para que la pudieran ver incluso aquellos que iban a oponerse contra ella. Así se cumpliría en ellos la maldad predicha en el salmo: Quienes me veían huyeron de mí fuera. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros26. Esto dijo el apóstol Juan refiriéndose a ellos.
10. [v.13] He sido olvidado como un muerto. He sido olvidado, he caído en el olvido, me olvidaron quienes me habían visto; me olvidaron, y me olvidaron como si hubiera desaparecido de su corazón. He sido olvidado como un muerto borrado del corazón; he venido a ser como vasija rota. ¿Qué significa esto: He venido a ser como vasija rota? Este se fatigaba y a nadie le aprovechaba: vio que él era una vasija, y que no aprovechaba a nadie, y dice que él es como vasija rota.
11. [v.14] Porque he oído el reproche de muchos que viven en el contorno. Muchos viven en mi contorno y me insultan diariamente. ¡Cuántas maldiciones profieren contra los malos cristianos, maldiciones que alcanzan a todos los cristianos! ¿Acaso el que maldice o reprocha a los cristianos dice así: «Mirad lo que hacen los malos cristianos»? No, lo que dicen es: «Mirad lo que hacen los cristianos»: no distingue, los pone a todos juntos. Y los que hablan así son los vecinos de alrededor, o sea, los que merodean, pero no entran. ¿Por qué merodean y no entran? Porque están aficionados a la rueda del tiempo; no entran en la verdad porque no aman la eternidad; están entregados a las cosas temporales, como encadenados a una rueda. De ellos se dice en otro pasaje: Trata a sus príncipes como a una rueda27; y en otro lugar: Los impíos caminan en círculo28.
Cuando ellos se reunieron juntos contra mí, deliberaron para apoderarse de mi alma. ¿Qué significa: Deliberaron para apoderarse de mi alma? Para que consintiera en sus depravaciones. Porque los que maldicen, pero no entran, poco es el no entrar; lo que pretenden es arrojarlos fuera con sus afrentas. Si han logrado expulsarte de la Iglesia, te han robado el alma, es decir, se han adueñado de tu consentimiento. Estarás, por tanto, merodeando, pero nunca dentro de tu casa.
12. [v.15] Y yo, que estoy metido en medio de todas estas injurias, de estos escándalos, de estas maldades, en medio de estas seducciones, con injusticias por fuera y perversidades por dentro, dirigiéndome hacia los justos, buscándolos y no encontrando a quién imitar, ¿qué hice? ¿Qué decisión he tomado? En cambio, yo he esperado en ti, Señor. Nada más saludable, nada más seguro. Querías imitar a no sé quién, encontraste a quien no era bueno; deja esa imitación. Fuiste en busca de otro, y algo hubo que no te gustó; buscaste a un tercero y tampoco te gustó. ¿Acaso porque tanto uno como el otro te disgustaron, tú también te vas a perder? Aparta tu esperanza de los hombres, porque maldito todo el que pone su esperanza en el hombre29. Si pones tu atención en el hombre, y pretendes imitarlo y depender de él, entonces quieres alimentarte todavía de leche, y te conviertes en un mamón —así se les llama a los niños de prolongada lactancia—; y eso no conviene. Porque alimentarse de leche, como quien se nutre a través de un cuerpo ajeno, equivale a vivir del hombre. Ponte a la mesa como es debido, y de ella toma lo que el otro ha tomado o tal vez no lo ha tomado. Quizá caíste provechosamente en un mal que te pareció un bien, para que en ese de algún modo pecho materno encontraras la amargura, y rechazado por su repugnancia, te sintieras impulsado a buscar un alimento más consistente. Es lo que hacen las nodrizas con estos lactantes: le ponen algo amargo en sus mamas para que el niño vaya aborreciendo el pecho y desee sentarse a la mesa. Por eso dice: En cambio, yo he esperado en ti, Señor; he dicho: «Tú eres mi Dios». Tú eres mi Dios; que se retire Donato, que se retire Ceciliano; ni el uno ni el otro son mi Dios. No camino en nombre de hombre alguno, es Cristo el nombre a que me atengo. Escucha lo que te dice Pablo: ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros, o estáis bautizados en el nombre de Pablo?30 Sería mi perdición si perteneciese al partido de Pablo. ¿Y no me voy a perder si pertenezco al de Donato? Que se aparten, que se vayan lejos los nombres humanos, los humanos crímenes, las humanas patrañas. En ti, Señor, he esperado; he dicho: «Tú eres mi Dios». Nada de hombre alguno; mi Dios eres tú. Uno se vendrá abajo, el otro continuará firme; mi Dios ni cae ni progresa; el perfecto no tiene adónde progresar, ni el eterno de dónde menguarse. He dicho al Señor: «Tú eres mi Dios».
13. [v.16] Mi suerte está en tus manos. No en manos humanas, sino en tus manos. ¿Qué clase de suerte es ésta? ¿Por qué la suerte? Al oír la palabra suerte, no debemos pensar en sortilegios. La suerte no es nada malo; se trata de algo que en nuestras vacilaciones humanas nos indica cuál es la voluntad de Dios. Los mismos Apóstoles, en el caso de Judas, echaron suertes, cuando, después de traicionar al Señor, pereció, según estaba escrito de él: Se fue a ocupar su puesto; entonces comenzaron a preguntarse quién sería nombrado para ocupar su lugar, quedando seleccionados dos según el juicio humano, y siendo elegido uno de los dos según el juicio divino. Se consultó a Dios sobre quién de los dos quería, y cayó la suerte sobre Matías31. ¿Qué significa, pues: Mi suerte está en tus manos? Al decir suerte indicó, a mi entender, la gracia por la que somos salvados. ¿Y por qué a la gracia de Dios la llamó suerte? Porque en la suerte no se trata de una elección, sino de la voluntad de Dios. En efecto, cuando decimos: Éste hace, el otro no hace, tenemos en cuenta sus méritos; y cuando se tienen en cuenta los méritos, hay una elección, no una suerte. En cambio, cuando el Señor no ha encontrado mérito alguno de nuestra parte, ha sido la suerte de su voluntad la que nos salvó; fue porque quiso, no porque fuéramos dignos. He ahí la suerte. Con razón aquella túnica del Señor, tejida de arriba abajo32, que significa la eternidad de la caridad, al no poder sus enemigos dividirla en partes, la echaron a suertes; y los agraciados con la suerte estaban significando aquellos que parecían llegar a la suerte de los santos. Habéis sido salvados por la gracia mediante la fe, dice el apóstol Pablo, habéis sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no proviene de vosotros (aquí está la suerte), y esto no proviene de vosotros, sino que es un don de Dios. Tampoco de las obras (como si vosotros, por vuestras buenas obras, hubierais sido dignos de conseguir esta realidad), tampoco de las obras, para que nadie se gloríe. Hechura suya somos, creados en Cristo Jesús para obrar el bien33. Esta especie de suerte escondida es la voluntad de Dios; entre los hombres es una suerte, una suerte que procede de la arcana voluntad de Dios, en quien no hay maldad34. En él no hay acepción de personas, aunque para ti su misteriosa justicia es la suerte.
14. Ponga atención Vuestra Caridad, fijaos cómo esto mismo lo afirma el apóstol Pedro. Cuando Simón, el mago aquel bautizado por Felipe, le seguía, creyendo en los milagros divinos realizados en su presencia, llegaron los Apóstoles a Samaría, donde había creído también aquel mago y donde fue bautizado. Los Apóstoles impusieron las manos sobre los bautizados, recibieron el Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas. Quedó él admirado y estupefacto por tamaño milagro de que por la imposición de las manos humanas descendió el Espíritu Santo y llenó a aquellos hombres; lo que él buscaba no era esta gracia, sino aquel poder; no cómo ser liberado, sino cómo ser admirado. Apenas entró en él este deseo, y su corazón quedó lleno de soberbia, de diabólica impiedad y de altanería digna de ser abatida, dijo a los Apóstoles: ¿Cuánto dinero queréis que os dé si me concedéis poder yo imponer las manos y que la gente reciba también el Espíritu Santo? Buscaba lo mundano, era un vecino que andaba merodeando, por eso pensaba que podía comprar con dinero lo que es un don de Dios. Al creer que podía comprar con dinero al Espíritu Santo, creyó asimismo avaros a los Apóstoles, como lo era él mismo, que era un impío y un soberbio. Pedro inmediatamente le contestó: Vete a la perdición tú con tu dinero, por haber pensado que el don de Dios se compra con dinero. Tú no tienes parte ni suerte en esta fe35. Es decir, tú no tienes parte en esta gracia que todos hemos recibido gratis, porque piensas comprar con dinero lo que se da gratuitamente. Ahora bien, a lo que se recibe gratuitamente se le llama suerte. No tienes parte ni suerte en esta fe. He dicho esto para que no nos asustemos de lo que dice el salmo: Mi suerte está en tus manos. ¿A qué se refiere esta suerte? A la herencia de la Iglesia. ¿Hasta dónde llega la herencia de la Iglesia? ¿Cuáles son sus límites? Llega hasta todos los confines de la tierra: Te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra36. Que no me venga nadie prometiendo no sé qué parcelita: Dios mío, mi suerte está en tus manos. Basta por hoy a vuestra caridad. Lo que falta, lo pagaré mañana en el nombre del Señor y con su ayuda.