Traducción: Miguel Fuertes Lanero, OSA
Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. [v.1] Exploremos en la medida de nuestras posibilidades los secretos de este salmo que acabamos de cantar, para luego ofrecer a vuestros oídos y a vuestra mente el sermón proyectado. Su título es: Para el fin, salmo para David mismo, del éxtasis. Si conocemos a Cristo, conocemos qué significa «para el fin», pues dice el Apóstol: El fin de la ley es Cristo para justificación de todo el que cree1. No es un fin en cuanto consunción, sino en cuanto perfección. En efecto, la palabra fin la empleamos en dos sentidos; cuando una cosa que existía deja de existir, o bien cuando se da remate a una cosa que se había incoado. Por consiguiente, «para el fin» significa para Cristo.
2. Salmo para David, del éxtasis. La palabra griega ékstasis se puede traducir a nuestra lengua, en cuanto se nos ha concedido entender, por el término «salida». Hablando con propiedad, la salida de la mente de sí misma suele denominarse éxtasis. Este enajenamiento de la mente cabe asignarla a dos causas: o al pánico, o a una aspiración a las realidades supremas tan fuerte que desaparecen de la memoria las realidades inferiores. De este enajenamiento tuvieron experiencia todos los santos a quienes se les revelaron los secretos de Dios que trascienden este mundo. Hablando Pablo de este enajenamiento de la mente, es decir, de este éxtasis, aludiendo a su persona, dijo: Si hemos experimentado enajenación mental ha sido por Dios, y si nos mantenemos cuerdos es por vosotros, porque la caridad de Cristo nos apremia2. Quiere esto decir que, si siempre quisiéramos hacer realidad y contemplar únicamente aquellas cosas que vemos en este enajenamiento de la mente, no estaríamos en vuestra compañía, sino que nos hallaríamos entre las realidades celestiales como despreciándoos a vosotros. Y entonces, ¿cuándo seríais capaces de seguirnos con vuestro paso débil a aquellas realidades superiores e interiores? Solo en la hipótesis de que nosotros, apremiados de nuevo por el amor de Cristo —quien, a pesar de su condición divina, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios, sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo3—, tomáramos conciencia de que somos siervos y para no ser ingratos para con aquel de quien hemos recibido esas cosas más elevadas, pensando en el bien de los que son débiles, no despreciáramos las realidades inferiores y nos adaptáramos a los que son incapaces de ver con nosotros las realidades sublimes. Por eso dice: Si hemos experimentado enajenación mental ha sido por Dios: porque él ve lo que nosotros vemos en esa enajenación de la mente y sólo él revela sus propios secretos. En efecto, el que habla aquí es quien declara que fue arrebatado y trasladado al tercer cielo y que allí oyó palabras inefables cuya pronunciación le está vedada al hombre. Y fue tan extraordinaria fue aquella enajenación mental que llegó a decir: Si fue con el cuerpo o si fue sin el cuerpo yo no lo sé; Dios lo sabe4. Luego si el título de este salmo alude a esta enajenación de la mente, es decir, a un éxtasis de este tipo, no nos cabe la menor duda de que debemos esperar que diga cosas maravillosas y elevadas el autor del salmo, es decir, el profeta o, mejor dicho, el Espíritu Santo por conducto del profeta.
3. P ero si este éxtasis ha de entenderse como debido al pánico, el contexto del salmo se amolda también a este significado de la palabra. Da la impresión, en efecto, de que va a hablar de la Pasión, en la que se hace presente el pánico. Pero, ¿quién sufre ese pánico: Cristo —dado que ha dicho «para el fin» y entendemos que Cristo es este fin—, o nosotros? ¿Podemos, sin incurrir en error, ver este pánico en Cristo cuando se acercaba la Pasión, cuando su venida al mundo era precisamente para eso? ¿Es que al acercarse al objetivo de su venida, sintió pánico ante la muerte inminente? Si hubiera sido un hombre a secas, sin ser Dios a la vez, ¿habría sido mayor el gozo por la futura resurrección que el pánico ante la muerte? De todos modos, puesto que se dignó tomar la condición de esclavo y con ella vestirse de nuestra propia condición, quien no se desdeñó de asumirnos en sí mismo no se desdeñó de transfigurarnos en sí mismo ni de hablar con nuestras palabras para que nosotros habláramos con las suyas. Realmente se ha llevado a feliz término este admirable trueque, ha tenido lugar este intercambio divino y se ha celebrado en este mundo una permuta de bienes a cargo de un mercader celestial. Vino a recibir ofensas y a dar honores; vino a apurar el dolor y a dar la salud; vino a arrostrar la muerte y a dar la vida. Como iba a morir por lo que tenía de lo nuestro, no sentía el pánico en sí mismo, sino en nosotros. Por eso dijo también que su alma estaba triste hasta la muerte5, y consiguientemente, con él también todos nosotros. Pues sin él nosotros no somos nada, pero en él nosotros somos también Cristo mismo. ¿Por qué? Porque el Cristo entero consta de cabeza y cuerpo. La Cabeza es aquel salvador del cuerpo que ya subió a los cielos y el cuerpo es la Iglesia que se afana en la tierra6. Si este cuerpo no estuviera unido a su Cabeza mediante el vínculo de la caridad de modo que Cabeza y cuerpo constituyeran una unidad, no habría exclamado desde el cielo en plan de reprensión: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?7 Puesto que, una vez sentado en el cielo, ningún hombre podía tocarle, ¿cómo es que Saulo, al ensañarse en la tierra contra los cristianos, podía inferirle lo más mínimo esa ofensa? No le dijo: ¿por qué persigues a mis santos, por qué persigues a mis siervos?, sino ¿por qué me persigues?, esto es, ¿por qué persigues a mis miembros? La Cabeza gritaba en nombre de los miembros y en sí misma personificaba a los miembros. En efecto, la lengua toma la palabra en nombre del pie. Cuando en una aglomeración te pisan un pie, es el pie el que te duele, pero es la lengua la que exclama: ¡Que me pisas! La lengua no dice: ¡que pisas mi pie!, sino: ¡que me pisas!, sin que nadie la haya tocado. Y es que el pie que ha sido pisado no está separado de la lengua. Luego, desde este significado, no resulta absurdo interpretar éxtasis en sentido de pánico. ¿Qué queréis que os diga, hermanos? Si los que están abocados al sufrimiento no sintieran absolutamente ningún pánico, ¿se le diría al mismo Pedro lo que escuchamos en la fiesta del natalicio de los Apóstoles cuando el Señor le anticipó en qué iba a consistir su futura pasión? Esto escuchamos: Cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón para ir a donde querías; cuando seas viejo, otro te pondrá el cinturón y te llevará donde no quieres. Le dijo esto, añade, aludiendo a la muerte que iba a tener8. Ahora bien, si el apóstol Pedro, hombre dotado de tal perfección, acude sin querer a donde rechaza ir —murió sin quererlo, pero fue coronado queriéndolo— ¿qué tiene de extraño que en los sufrimientos de los justos y de los santos exista cierto pánico? El pánico es un producto de la debilidad humana, mientras que la esperanza es el resultado de la promesa divina. El sentir pánico es cosa tuya, la esperanza es don de Dios en ti. Y donde mejor te reconoces a ti mismo es en el pánico para que en tu liberación des gloria al que te hizo. Que la flaqueza humana tiemble de pánico, que no por eso va a disminuir la misericordia divina. Finalmente, el salmista, temeroso, comienza así: En ti, Señor, he esperado; no quede yo confundido para la eternidad. Estáis viendo que no sólo siente pánico, sino que también tiene esperanza. Veis, asimismo, que este pánico no está desprovisto de esperanza. Aun en el caso de que en el corazón humano exista alguna turbación, no se retira el consuelo divino.
4. Según eso, el que aquí habla es Cristo por boca del profeta. Más aún, me atrevo a decir que es Cristo el que habla. Dirá en este salmo algunas cosas que a primera vista dan la sensación de ser impropios de Cristo, de la superioridad de nuestra cabeza, de la Palabra que en el principio era Dios junto a Dios9. Por otra parte, quizá algunas de estas palabras tampoco sean apropiadas a él en su condición de siervo, condición de siervo que tomó en el seno de la Virgen. Y sin embargo, es Cristo el que habla, porque en los miembros de Cristo está Cristo. Y para que sepáis que su cabeza y su cuerpo constituyen un solo Cristo, él mismo, al hablar del matrimonio, dice: Serán dos en una sola carne; por tanto, ya no son dos sino una sola carne10. Pero, ¿no aplicará estas palabras a cualquier matrimonio? Escucha al apóstol Pablo: Y serán dos —dice— en una sola carne; esto es un gran misterio y yo digo que tiene lugar en Cristo y en la Iglesia11. Así, pues, es una sola persona la que surge de dos elementos: la cabeza y el cuerpo, el esposo y la esposa. También el profeta Isaías elogia la unidad maravillosa y sublime de esta persona, pues al hablar Cristo por conducto suyo, dice en forma profética: Como a esposo me ha ceñido la corona y como a esposa me ha adornado con joyas12. Él mismo se presenta como esposo y como esposa. ¿Por qué es esposo y esposa, sino porque serán dos en una sola carne? Si son dos en una sola carne, ¿por qué no dos en una sola voz? Que hable, pues, Cristo, porque en Cristo habla la Iglesia y en la Iglesia habla Cristo, y el cuerpo en la cabeza y la cabeza en el cuerpo. Escucha al Apóstol que subraya este concepto con mayor claridad aún: Al igual que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, pero los miembros, aun siendo muchos, forman entre todos un solo cuerpo, así es también Cristo13. Al hablar de los miembros de Cristo, es decir, de los fieles, no ha afirmado que así son también los miembros de Cristo, sino que ha denominado Cristo a la globalidad de cuanto ha enunciado. Al igual que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, constituyen un solo cuerpo, eso mismo ocurre con Cristo. Los miembros son muchos, el cuerpo es único: Cristo. Por tanto, todos nosotros en conjunto, unidos a nuestra cabeza, somos el Cristo. Privados de nuestra cabeza no podemos nada. ¿Por qué? Porque con nuestra cabeza somos la vid, y sin nuestra cabeza —lo que Dios no permita— somos sarmientos cercenados, cuyo destino no es cualquier tarea agrícola, sino simplemente el fuego. Por eso nos dice él mismo en el evangelio: Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos y mi padre es el viñador, y añade: Sin mí no podéis hacer nada14. Señor, si no podemos nada sin ti, en ti lo podemos todo. En efecto, todo lo que él obra por medio de nosotros, parece que somos nosotros quienes lo hacemos. Sin nosotros él puede mucho, lo puede todo; nosotros no podemos nada sin él.
5. [v.2] Consiguientemente, sea cual fuere el éxtasis del que se habla —sea de pánico, sea de enajenación mental—, cuanto se ha dicho hasta aquí tiene coherencia. Digamos en el cuerpo de Cristo, digamos todos como si fuésemos uno solo, ya que todos juntos formamos la unidad: En ti, Señor, he esperado; no quede yo confundido para la eternidad. Porque siento el máximo horror ante aquella confusión que dura por siempre. Efectivamente, existe una clase de confusión temporal que tiene su utilidad: la perturbación del espíritu que considera sus pecados, que se horroriza al verlos, que siente rubor ante tal horror y que se corrige tras experimentar ese rubor. Por eso dice también el Apóstol: ¿Qué gloria obtuvisteis entonces de aquello que ahora os causa rubor?15 Dice, pues, que los ya fieles se ruborizan no de los dones actuales, sino de los pecados cometidos con anterioridad. Que el cristiano no se sienta encogido ante esta confusión. Al contrario, si no la experimentan, experimentarán la eterna. ¿Cuál es la confusión eterna? La que tendrá lugar cuando ocurra lo que está escrito: Y sus iniquidades los arrastrarán contra su voluntad16. Y arrastrándolos sus pecados contra su voluntad, todo el rebaño malo, estará a la izquierda, como cabritos separados de las ovejas, y oirán: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. Preguntan por qué: Porque tuve hambre y no me disteis de comer17. Le despreciaban cuando no daban de comer a Cristo hambriento, cuando no le daban de beber estando sediento, cuando no lo vestían estando desnudo, cuando no le daban hospitalidad estando de viaje y cuando no le visitaban estando enfermo: entonces le despreciaban. Cuando comience a enumerarles todos estos hechos, se sentirán confundidos y esta confusión durará para siempre. Temiendo esta confusión, aquel que siente pánico o aquel otro cuya mente ha salido de sí misma hacia Dios, suplica: En ti, Señor, he esperado; no quede yo confundido para la eternidad.
6. Y en tu justicia líbrame y sácame: porque si te fijas en mi justicia, me condenas. En tu justicia líbrame. Hay, en efecto, una justicia de Dios que se convierte en nuestra justicia cuando se nos da. Se llama justicia de Dios precisamente para que el hombre no piense que obtiene la justicia de sí mismo. Pues así se expresa el apóstol Pablo: Al que cree en aquel que justifica al impío —¿y quién es el que justifica al impío? El que de un impío hace un justo— su fe se le reputa como justicia18. Pero los judíos, que creían poder realizar la justicia basados en sus propias fuerzas, tropezaron en la piedra de tropiezo19 y piedra de escándalo y no conocieron la gracia de Cristo. Pues recibieron la Ley que los convertiría en reos, no la que los liberaría de la culpa. Y en última instancia, ¿qué dice el Apóstol de ellos? Declaro en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento. ¿Qué pretende decir con que los judíos tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento? Escucha qué significa: no conforme a conocimiento: Porque al desconocer la justicia de Dios y al empeñarse en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios20. Luego si tienen el celo de Dios pero no conforme a conocimiento puesto que ignoran la justicia de Dios y pretenden establecer la suya propia como si se hicieran justos por sí mismos, entonces no han conocido la gracia de Dios, ya que no han querido salvarse gratuitamente. ¿Y quién se salva gratis? Aquel en quien el Salvador no encuentra qué premiar, sino qué castigar; en quien no halla que merezcan bienes, pero halla que merecen suplicios. Si Dios se atiene estrictamente a las normas de la ley establecida, el pecador tiene que ser condenado. Y de atenerse a esta norma, ¿a quién libraría? No ha encontrado más que pecadores. El único en llegar sin pecado ha sido quien nos encontró pecadores. Es lo que dice el Apóstol: Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios21. ¿Qué quiere decir están privados de la gloria de Dios? Que él libra, no tú, y puesto que no eres capaz de liberarte por ti mismo, necesitas un liberador. ¿De qué te enorgulleces? ¿Por qué presumes de la Ley y de la justicia? ¿Es que no ves lo que dentro de ti lucha en ti, desde ti y contra ti? ¿No oyes al que combate, que confiesa su pecado y que desea una ayuda en su lucha? ¿No oyes al atleta del Señor pidiendo ayuda en su combate al que lo preside? Dios no te contempla en el combate como te contempla el que lo organiza, si es que combates en el anfiteatro. Él puede premiarte si sales vencedor; lo que no puede es echarte una mano cuando estés en un aprieto. Dios no es un espectador de este estilo. Fíjate, pues, y presta atención a quien dice: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios a través de Jesucristo Señor nuestro22. ¿Por qué se la llama gracia? Porque se da gratis. ¿Y por qué se da gratis? Porque no la han precedido tus méritos, sino que fueron los dones de Dios los que se te anticiparon. Gloria, pues, a aquel que nos libera, porque todos han pecado y están privados de la gloria de Dios. Por eso, Señor, he esperado en ti, no en mí. No quede yo confundido para la eternidad, porque espero en aquel que no confunde. En tu justicia líbrame y sácame: puesto que en mí no has hallado justicia que sea mía, líbrame con la tuya. O lo que es lo mismo, que me rescate lo que me justifica, lo que me transforma de impío en piadoso, de malvado en justo, de ciego en vidente, de uno que cae en uno que se levanta, de uno que llora en uno que se alegra. Esto es lo que me libra, no yo. En tu justicia líbrame y sácame.
7. [v.3] Inclina hacia mí tu oído. Dios realizó esto cuando nos envió a Cristo en persona. Nos envió a aquel que, agachando la cabeza, escribía en tierra con el dedo23 cuando le presentaron una mujer adúltera para que la castigara. Y él se había agachado hasta la tierra, es decir, Dios se había agachado hasta el hombre al que se dijo: Tierra eres y a la tierra irás24. Pero Dios no inclina su oído hacia nosotros como si se tratase de espacios físicos, ni se halla circunscrito por estos específicos miembros del cuerpo. Que nuestra imaginación humana no se forje conceptos de este tipo. Dios es la verdad. Y la verdad no es ni cuadrada, ni redonda, ni alargada. Se halla presente en todas partes siempre que el ojo del corazón se mantiene abierto frente a ella. Sin embargo, Dios inclina su oído hacia nosotros depositando su misericordia sobre nosotros. ¿Cabe una piedad mayor que el hecho de darnos a su Hijo único no para que viviera con nosotros, sino para que muriera por nosotros? Inclina hacia mí tu oído.
8. Apresúrate a sacarme. De hecho, se le escucha en el momento en que dice: Apresúrate. En efecto, se ha puesto este verbo, para que entiendas que es un instante todo esto que nos parece tan largo en el devenir del tiempo. Nada de lo que tiene final es largo. El tiempo ha ido trascurriendo desde Adán hasta nuestros días, y no cabe duda de que es mucho mayor la proporción del tiempo pasado que la del que resta por pasar. Si Adán viviera aún y muriese hoy, ¿de qué le serviría una existencia tan larga y haber vivido tanto? ¿Por qué, pues, esta rapidez? Porque los tiempos pasan volando, y lo que para ti es largo es breve a los ojos de Dios. Esta rapidez ya la había comprendido el salmista en el éxtasis. Apresúrate a sacarme.
Sé para mí un Dios protector y casa de refugio para que me pongas a salvo. Casa de refugio sé para mí, Dios protector, casa de refugio. En efecto, a veces peligro y quiero huir. ¿Adónde huiré, a qué lugar huiré seguro? ¿A qué monte, a qué cueva, a qué cobijo protegido? ¿Qué ciudadela alcanzaré? ¿Qué muros me rodearán? Adondequiera que vaya, me sigo. De hecho, hombre, puedes huir de lo que quieras, excepto de tu conciencia. Entra en tu casa, reposa en tu cama, entra en el interior. Dentro no puedes tener nada adonde huyas de tu conciencia, si te roen tus pecados. Porque ha dicho «Apresúrate a sacarme y en tu justicia líbrame, de modo que perdones mis pecados y edifiques en mí tu justicia», tú para mí serás, en verdad, casa de refugio; en ti me refugio porque ¿adónde huiré de ti? Se aíra contigo Dios: ¿adónde huirás? Escucha qué dice en otro salmo quien teme la ira de Dios: ¿Adónde iré lejos de tu espíritu, y a dónde huiré lejos de tu rostro? Si subo al cielo, tú estás allí; si bajo al infierno, estás presente25. Adondequiera que vaya, allí te hallo. Y si te hubieres airado, vengador te hallo; si estás aplacado, ayudador te hallo. Nada, pues, me queda, sino huir a ti, no de ti. Para escapar del amo humano, si tú eres esclavo huyes a los lugares donde no está tu amo; para escapar de Dios, huye al Señor, porque no hay a dónde huyas de Dios. Presente y desnudo está todo ante los ojos del Omnipotente. Tú, pues, afirma, sé para mí casa de refugio.
Por cierto, si no fuese puesto a salvo, ¿cómo huiré? Sáname y huiré a ti. Porque si no me sanas no puedo andar, ¿cómo podré huir? ¿Adónde iría, a dónde huiría si no podía andar el medio muerto en el camino, herido por los golpes de los bandidos? Al que el sacerdote que pasaba dejó de lado y el levita que pasaba dejó de lado, de ese se compadeció el samaritano que pasaba26, esto es, el Señor en persona, el cual se compadeció del género humano. Por cierto, «samaritano» se traduce «guardián». Y ¿quién nos guarda, si él nos abandona? Con razón, cuando los judíos dijeron para insultarle: ¿No decimos con verdad que eres samaritano y tienes un demonio?, rechazó una cosa, se mantuvo aferrado a la otra. Afirma: Yo no tengo un demonio27. No dijo «no soy un samaritano», pues quiso que así se entienda que él es nuestro guardián. Se apiadó, pues, se acercó, le curó, le condujo a la posada, respecto a él colmó la misericordia. Este ya puede andar, puede también huir. ¿Adónde huirá sino a Dios, donde para sí ha hecho una casa de refugio?
9. [v.4] Porque mi fortaleza y mi refugio eres tú, y en atención a tu nombre serás mi guía y me alimentarás. No en atención a mi mérito, sino en atención a tu nombre, para que tú seas glorificado, no porque yo sea digno, serás mi guía, para que no me desvíe de ti, y me alimentarás, a fin de que esté sano para comer la comida con que alimentas a los ángeles. De hecho, el que nos ha prometido el alimento celeste, aquí nos ha nutrido con leche y ha usado misericordia materna. En efecto, como la madre lactante hace pasar a través de su carne la misma comida que el bebé no es capaz de tomar, y ella derrama la leche —pues el pequeñín recibe lo que iba a recibir en la mesa, pero se ajusta al pequeñín lo que se hace pasar a través de la carne—, así el Señor, para hacer de su sabiduría nuestra leche, vestido de carne ha venido a nosotros. Dice, pues el cuerpo de Cristo: Y me alimentarás.
10. [v.5] Me sacarás de la trampa que me han ocultado. Ya se alude a la pasión: Me sacarás de la trampa que me han ocultado. Y no es solo esa pasión por la que nuestro Señor Jesucristo padeció: hasta el final ha tendido su trampa el diablo. Y ¡ay de quien cae en esa trampa! Ahora bien, cae todo el que no espera en Dios, el que no dice: En ti, Señor, he esperado; no quede yo confundido para la eternidad y en tu justicia líbrame y sácame. Extendida y preparada está la trampa del enemigo. Ha puesto en la trampa el error y el terror: el error para seducir con él, el terror para dominar con él y arrebatar. Contra el error cierra tú la puerta del apetito desordenado, contra el terror cierra tú la puerta del temor, y serás sacado de la trampa. El ejemplo de esta clase de lucha te lo ha mostrado en su persona tu emperador mismo, que se dignó incluso ser tentado en atención a ti. Y primero lo tentaron las seducciones, porque en él fue tanteada la puerta del apetito desordenado, cuando el diablo le tentó, al decirle: Di a estas piedras que se conviertan en panes. Adórame y te daré estos reinos. Tírate abajo, porque está escrito: «Que a sus ángeles dará órdenes respecto a ti, y te llevarán en sus manos, para que nunca golpees tu pie con una piedra»28. Cada una de estas seducciones tienta al apetito desordenado. Pero, cuando el diablo halló que la puerta del apetito desordenado estaba cerrada en el que era tentado por nosotros, se volvió a tantear la puerta del temor y preparó para este la pasión. Por eso, el evangelio dice esto: Y, terminada la tentación, el diablo se retiró de él hasta el tiempo oportuno29. ¿Qué significa: hasta el tiempo oportuno? Como si fuese a regresar y tantear la puerta del temor, porque halló cerrada la puerta del apetito desordenado.
Es, pues, tentado hasta el final el entero cuerpo de Cristo. Hermanos míos, cuando se decretó contra los cristianos no sé qué mal, se golpeaba de una vez a este cuerpo, se le golpeaba entero; por eso, se había dicho en un salmo: Cual montón de arena me han empujado para que cayese, mas el Señor me ha acogido30. Pero, cuando se acabó lo que golpeaba al cuerpo entero para que cayera, la tentación comenzó a existir por partes. Se tienta al cuerpo de Cristo, una Iglesia no padece persecución, otra la padece. No padece el furor del emperador, pero padece el furor de la mala gente. ¡Cuántas devastaciones venidas del populacho! ¡Cuántos males hacen sufrir a la Iglesia los malos cristianos, los que, cazados en esa red, se han multiplicado tanto que sobrecargaban las barcas31 en esa pesca del Señor antes de la pasión! No faltan, pues, las sobrecargas de la tentación. Nadie se diga: «No es tiempo de tentación». Quien se dice esto, se promete paz; quien se promete paz, es atacado mientras está confiado.
Diga, pues, el entero cuerpo de Cristo: Me sacarás de la trampa que me han ocultado, porque también nuestra cabeza fue sacada de la trampa que le escondieron esos respecto a los que hace un momento se decía en el evangelio que iban a decir: Este es el heredero, venid, matémoslo, y será nuestra la herencia. Y contra sí dictaron sentencia, al preguntárseles: ¿Qué hará a los arrendatarios malos ese padre de familia? A los malos los destruirá malamente y arrendará a otros agricultores la viña. ¿Qué, no habéis leído precisamente aquello: «La piedra que reprobaron quienes edificaban, esta se ha convertido en cabeza de ángulo»? Por cierto, «reprobaron quienes edificaban» equivale a «lo echaron fuera de la viña y lo mataron»32. También, pues, él fue librado. Nuestra cabeza está arriba, está libre. Adhirámonos a ella mediante el amor, para que después, mediante la inmortalidad, se nos haga formar mejor con él un todo compacto, y todos digamos: Me sacarás de la trampa que me han ocultado, porque tú eres mi protector.
11. [v.6] Oigamos la frase del Señor, que él dijo en la cruz: A tus manos encomiendo mi espíritu. Ciertamente, porque reconocemos que, en el evangelio, sus palabras están tomadas de este salmo, no dudemos que aquí ha hablado él mismo. Tienes esto en el evangelio; dijo: A tus manos encomiendo mi espíritu33, e inclinada la cabeza, entregó el espíritu34. Que las palabras de este salmo fuesen suyas lo quiso no sin causa, sino para avisarte que él habló en este salmo. Aquí búscale a él; piensa en cómo quiso que se le busque en ese salmo escrito en razón de la acogida matutina: Perforaron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos; esos mismos, en verdad, me contemplaron y miraron, se repartieron mis vestidos y echaron a suerte mi ropa. Para avisarte que esto se había cumplido en él, en su voz puso el comienzo de este mismo salmo: Dios mío, Dios mío, ¿para qué me has abandonado?35 Y, sin embargo, ha transfigurado en sí mismo la voz del cuerpo, pues el Padre nunca ha abandonado a su Único. Me has rescatado, Señor, Dios de la verdad: Dios de la verdad porque, pues no engañas en tu promesa, haces lo que prometiste.
12. [v.7] Odias a los que inútilmente se atienen a la vaciedad. ¿Quién se atiene a la vaciedad? El que temiendo morir muere. En efecto, temiendo morir miente, y muere antes de morirse quien mentía precisamente para vivir. Quieres mentir para no morirte, y mientes y te mueres y, cuando evitas una única muerte, que podrás diferir, mas no podrás destruir, caes en dos, de modo que primero mueres en cuanto al alma, después en cuanto al cuerpo. ¿Por qué esto, sino por atenerte a la vaciedad, porque te es dulce el día que pasa, porque te son dulces los tiempos que pasan volando, de los cuales nada conservas y, además, te tienen en su poder? Odias a los que inútilmente se atienen a la vaciedad. En cambio, yo que no me atengo a la vaciedad he esperado en el Señor. Esperas en el dinero: te atienes a la vaciedad; esperas en el honor y en alguna grandeza del poder humano: te atienes a la vaciedad; esperas en algún amigo poderoso: te atienes a la vaciedad. Cuando esperas en todas estas cosas, o tú expiras y las dejas aquí, o mientras vives, perecen todas, y fallas en tu esperanza. Esta vaciedad la recuerda Isaías, al decir: Toda carne es hierba, y toda su gloria es cual flor de hierba; se secó la hierba y su flor cayó; en cambio, la palabra del Señor permanece para la eternidad36. En cambio, yo no soy como los que esperan en la vaciedad y los que se atienen a la vaciedad, sino que he esperado en el Señor, que no es vaciedad.
13. [v.8—9] Me regocijaré y me alegraré en tu misericordia, no en mi justicia. Porque te has vuelto a mirar mi humillación, has puesto a salvo de las necesidades mi alma y no me has encerrado en las manos del enemigo. ¿Cuáles son las necesidades de las que queremos que nuestra alma sea puesta a salvo? ¿Quién las enumerará? ¿Quién las ponderará dignamente? ¿Quién recomendará de modo conveniente evitarlas y huir de ellas? Primeramente, en el género humano está la dura necesidad de desconocer el corazón del otro, casi siempre pensar mal de un amigo leal y casi siempre pensar bien de un amigo desleal. ¡O dura necesidad! ¿Y qué harás para inspeccionar los corazones? ¿Qué ojo aportarás, débil y deplorable condición mortal? ¿Qué harás para ver hoy el corazón de tu hermano? No tienes qué hacer. Otra necesidad mayor: ni siquiera ves cómo será mañana tu corazón. ¿Qué diré ya de las necesidades de la condición mortal misma? Morir es necesario, y nadie lo quiere. Nadie quiere lo que es necesario. Nadie quiere lo que sucederá, quiera o no quiera. Dura necesidad es no querer lo que no puede evitarse. Efectivamente, si fuese posible, es evidente que no querríamos morir y querríamos convertirnos en lo que son los ángeles, pero por cierta transformación, no por la muerte, como dice el Apóstol: De Dios tenemos en los cielos un edificio, una casa no hecha a mano, eterna. De hecho, en esta situación gemimos, mientras ansiamos revestirnos de nuestra morada, que viene del cielo, si empero se nos halla vestidos y no desnudos. De hecho, quienes estamos en esta morada, gemimos abrumados porque no queremos ser desvestidos sino ser revestidos, para que la vida absorba lo mortal37. Queremos llegar al reino de Dios, pero no queremos llegar a través de la muerte; y, sin embargo, la necesidad te dice: Por ella vendrás. ¿Vacilas en venir por ella, hombre, aunque Dios ha venido a ti por ella? ¿Cuáles son además las necesidades de vencer los vetustísimos apetitos desordenados y las añosas malas costumbres? Sabes que vencer la costumbre es una dura lucha. Ves cuán mal actúas, cuán detestablemente, cuán desdichadamente y, sin embargo, actúas así; actuaste ayer, vas a actuar hoy. Si tanto te desagrada cuando lo expongo, ¿cómo deberá desagradarte cuando piensas obrar así? Y, sin embargo, vas a hacerlo. ¿A qué se debe que te arrebaten? ¿Quién te arrastra cautivo? ¿Acaso esa ley que en tus miembros lucha contra la ley de tu mente? Grita, pues: Desdichado de mí, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios mediante Jesucristo, nuestro Señor38, y se cumplirá en ti lo que hace un momento hemos dicho: En cambio, yo he esperado en el Señor; me regocijaré y me alegraré en tu misericordia; porque te has vuelto a mirar mi humillación, has puesto a salvo de las necesidades mi alma. En efecto, ¿por qué ha sido puesta a salvo de las necesidades tu alma, sino porque Dios se ha vuelto a mirar tu humillación? Si antes no te humillases, él no te escucharía para librarte de las necesidades. Se humilló el que dijo: Desdichado de mí, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? No se han humillado quienes, por haber ignorado la justicia de Dios y haber querido establecer la de ellos, no se sometieron a la justicia de Dios39.
14. [v.9] Y no me has encerrado en las manos del enemigo. No de tu vecino, de tu copropietario, no de ese con el que luchaste y le heriste, o quizá en tu ciudad le hiciste una injuria. Por cierto, individuos así son esos por los que debemos orar. Tenemos otro enemigo, el diablo, la serpiente antigua40. Todos los que morimos, si morimos bien, somos librados de sus manos. En efecto, cualesquiera que mueren mal, en sus iniquidades, son encerrados en las manos de él para ser condenados con él al final. El Señor, Dios nuestro, nos libra, pues, de la mano de nuestro enemigo, ya que él quiere cazarnos mediante nuestros apetitos desordenados. Ahora bien, a nuestros apetitos desordenados, cuando son eficaces, y cuando somos sus esclavos, se los nomina necesidades. En cambio, si Dios libra de nuestras necesidades nuestra alma, ¿qué habrá que el enemigo aferre en nosotros, para que seamos encerrados en su mano?
15. Has establecido mis pies en un lugar espacioso. Ciertamente es estrecho el camino41; para quien se fatiga es estrecho; para quien ama es ancho. El mismo camino que es estrecho, resulta ancho. Dice: Has establecido mis pies en un lugar espacioso, para que mis pies, estrechados, no fuesen contra sí mismos y, viniendo a parar contra sí, me derribasen. ¿Qué, pues, significa: Has puesto mis pies en un lugar espacioso? Me hiciste fácil la justicia que en otro tiempo era difícil para mí; esto significa: Has puesto mis pies en un lugar espacioso.
16. [v.10—11] Apiádate de mí, Señor, porque estoy atribulado. Por la ira se hallan conturbados mi ojo, mi alma y mi vientre. Porque mi vida ha desfallecido en el dolor, y mis años en los gemidos. Baste a Vuestra Caridad. Con ayuda del Señor, tal vez satisfaré la deuda, de modo que me vaya tras exponer por entero el salmo.