Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. [v.1] Para el fin, salmo del cántico de la dedicación de la casa, para David mismo. Para el fin, salmo de la alegría de la resurrección y del cambio al estado inmortal y de la renovación del cuerpo, no solo del Señor, sino también de la Iglesia entera. Efectivamente, en el salmo anterior se concluyó la tienda donde habitamos en el tiempo de la guerra; en cambio, ahora se dedica la casa que permanecerá en la sempiterna paz.
2. [v.2] Así, pues, el Cristo entero dice: Te ensalzaré, Señor, porque me has acogido: alabaré tu sublimidad, Señor, porque me has acogido. Y no has alegrado a mis enemigos a mi costa: y no has alegrado a mi costa a los que, tantas veces, a lo ancho del orbe se han esforzado en oprimirme.
3. [v.3] Señor, Dios mío, grité hacia ti, y me has sanado: Señor, Dios mío, grité hacia ti, y ya no llevo un cuerpo herido y maltrecho por la condición mortal.
4. [v.4] Señor, has hecho volver de los infiernos mi alma, me has salvado de entre quienes bajan a la fosa: me has salvado de la condición de ceguera profunda y del fango ínfimo de la carne corruptible.
5. [v.5] Salmodiad al Señor, sus santos: al intuir estas realidades futuras, el profeta salte de júbilo y diga: Salmodiad al Señor, sus santos. Y alabad el recuerdo de su santidad: y alabadle porque no se ha olvidado de la santidad con que os ha santificado, aunque todo este tiempo intermedio ha sido largo para vuestro deseo.
6. [v.6] Porque ira hay en su indignación: porque ha vengado en vosotros el primer pecado, que habéis pagado con la muerte. Y vida hay en su voluntad: y porque ha querido, os ha dado la vida eterna a la que no podíais retornar con ninguna fuerza vuestra. Por la tarde se prolongará el llanto: por la tarde comenzó, cuando la luz de la sabiduría se alejó del hombre al pecar, cuando fue condenado a muerte. A partir de esa tarde misma tendrá intervalos el llanto, mientras el pueblo de Dios espera en medio de fatigas y tentaciones el día del Señor. Y por la mañana la alegría: hasta la mañana en que tendrá lugar el regocijo de la resurrección, cuya floración se adelantó en la matutina resurrección del Señor.
7. [v.7] Por mi parte, yo dije en mi abundancia: «No me harán vacilar nunca jamás»: pues bien, yo, aquel pueblo que hablaba desde el principio, al no padecer ya ninguna carencia, dije en mi abundancia: No me harán vacilar nunca jamás.
8. [v.8] Señor, en tu voluntad has dado fuerza a mi belleza. Pero que esta abundancia, Señor, no me viene de mí, sino que en tu voluntad has dado fuerza a mi belleza, lo he aprendido de esto: Por tu parte, retiraste de mí tu rostro, y me quedé turbado, porque en otro tiempo apartaste de mí tu rostro, cuando yo pecaba, y me quedé turbado, al apartarse de mí la luz de tu conocimiento.
9. [v.9] Hacia ti, Señor, gritaré, y hacia mi Dios suplicaré: al recordar ese tiempo de mi turbación y miseria y, como si estuviera instalado en él, oigo la voz de tu primogénito, de mi cabeza que va a morir por mí, y que dice: Hacia ti, Señor, gritaré, y hacia mi Dios suplicaré.
10. [v.10] ¿Qué utilidad hay en mi sangre, mientras desciendo a la corrupción? ¿Qué utilidad hay en el derramamiento de mi sangre, mientras desciendo a la corrupción? ¿Acaso te alabará el polvo? En efecto, si no hubiere resucitado inmediatamente y mi cuerpo se hubiere corrompido, ¿acaso te alabará el polvo, esto es, la masa de impíos, a la cual justificaré con mi resurrección? ¿O anunciará tu verdad?: ¿o anunciará tu verdad para la salvación de los demás?
11. [v.11] Ha escuchado el Señor y se ha compadecido de mí. El Señor se ha hecho mi ayudador: y no ha permitido que su santo vea la corrupción1.
12. [v.12] Para mí has convertido en gozo mi llanto: yo, la Iglesia que ha seguido al primogénito de entre los muertos2, digo ahora en la dedicación de tu casa: Para mí has convertido en gozo mi llanto. Has desgarrado mi sayal y me has ceñido de alegría: has desgarrado el velo de mis pecados, la tristeza de mi condición mortal, y me has ceñido con la primera túnica talar3, la alegría inmortal.
13. [v.13] Para que mi gloria te cante y nada me punce: para que ya no me lamente, sino que cante para ti no mi humillación, sino mi gloria, porque ya me has levantado de mi humillación, y para que no me puncen la conciencia del pecado, el miedo a la muerte, el temor al juicio. Señor Dios mío, te confesaré por la eternidad. Y mi gloria, Señor, Dios mío, es esta: confesarte por la eternidad que nada tengo por mí mismo, sino que todos los bienes vienen de ti, que eres Dios, todo en todos4.