Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. Queriendo hablarnos y consolarnos el Señor nuestro Dios —viendo sin duda que, por justo juicio suyo, comemos el pan con el sudor de nuestra frente1—, se digna hablarnos con palabras nuestras, para presentarse no sólo como quien nos ha creado, sino también como quien habita entre nosotros. Si decimos que son nuestras estas palabras del salmo que acabamos de escuchar y que en parte hemos cantado, hay que temer que no digamos la verdad; más que nuestras son voces del Espíritu de Dios. Y al revés: si decimos que no son nuestras, sin duda mentimos. El gemido es, en efecto, propio solo de los que sufren; de lo contrario, todos estos gritos que aquí han resonado, cuajados de dolor y de lágrimas, podrían pertenecer a quien nunca puede ser desgraciado. Efectivamente, el Señor es misericordioso; nosotros miserables; el misericordioso que se ha dignado dirigir la palabra a los miserables, se digna también servirse de la voz de los miserables. Por tanto, una y otra cosa son ciertas: que es nuestra voz y que no lo es; que es del Espíritu de Dios y que no lo es. Es voz del Espíritu de Dios porque no podríamos pronunciar estas palabras sin su inspiración. No son palabras del Espíritu de Dios porque él ni es infeliz ni sufre. Estas palabras, pues, son de infelices y de gente sufrida. Por supuesto que son nuestras porque son voces que denuncian nuestra propia miseria, y no lo son, porque incluso el gemido es un don de Dios.
2. [v.1] Salmo de David, antes de ser ungido. Tal es el título del salmo: Salmo de David, antes de ser ungido, o sea, antes de recibir la unción. Es un hecho que David fue ungido como rey2. Por aquel entonces sólo se ungía al rey y al sacerdote. En aquella época esas dos personas eran objeto de unción. En estas dos personas se prefiguraba el futuro único rey y sacerdote, el único Cristo revestido de ambas dignidades. Por eso la palabra Cristo deriva de crisma, unción. Pero no solo recibió la unción Cristo nuestra cabeza, sino también su cuerpo que somos nosotros. Es rey porque nos rige y nos guía; es sacerdote porque intercede por nosotros3. Y además solo él fue sacerdote con la peculiaridad de ser víctima también. El sacrificio que ha ofrecido a Dios no es otro que el sacrificio de sí mismo. Fuera de sí mismo no habría hallado otra víctima racional tan pura que, como cordero sin mancha, nos redimiera con su sangre, y nos incorporase a él, haciéndonos miembros suyos de modo que también nosotros, en él, fuéramos Cristo. Por tanto, actualmente la unción corresponde a todos los cristianos, mientras que en los primeros tiempos del Antiguo Testamento estaba reservada exclusivamente para dos personas nada más. Es, pues, claro que nosotros somos el Cuerpo de Cristo ya que todos recibimos la unción; y en este Cuerpo todos somos de Cristo y todos somos Cristo, porque en cierto modo el Cristo entero lo constituyen la Cabeza y el cuerpo. Esta unción nos perfeccionará espiritualmente en aquella vida que se nos promete. Y esta es la voz del que suspira por aquella vida, y es cierta voz de quien anhela la gracia de Dios que tendrá su realización en nosotros al final. Por eso está dicho: Antes de ser ungido. Porque actualmente nos ungen en modo sacramental, y en el mismo sacramento se prefigura algo de lo que vamos a ser. Nosotros, por nuestra parte, debemos tener ansias de ese algo futuro e inefable que no sé definir. Debemos suspirar en el misterio para poder gozarnos en la realidad que en el misterio se nos muestra como anticipo.
3. Mirad qué dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Él me ilumina, váyanse las tinieblas; él me salva, aléjese la debilidad; caminando con paso seguro en la luz, ¿a quién voy a temer? Porque la salvación que Dios da no es algo que pueda destruir cualquiera, ni la luz de Dios es algo que pueda oscurecer alguien. El Señor ilumina y nosotros somos iluminados; el Señor salva y nosotros somos salvados. Por consiguiente, si él es el que ilumina y nosotros somos iluminados, y si é1 es el que salva y nosotros somos los salvados, sin él somos tinieblas y debilidad. Pero, si tenemos una esperanza cierta, inalterable y auténtica en él, ¿de quién tener miedo? El Señor es tu luz, el Señor es tu salvación. Halla a otro más poderoso y échate a temblar. Pertenezco al más poderoso de todos, al Todopoderoso, de modo que él me ilumina y me salva, y no temo a nadie más que a él. El Señor es el defensor de mi vida, ¿quién me hará temblar?
4. [v.2] Cuando se aproximan contra mí los malhechores para devorar mis carnes, mis mismos enemigos que me atormentan se debilitaron y sucumbieron. Así, pues,¿de qué cosa o persona voy a tener miedo? ¿Qué cosa o persona puede hacerme temblar? Mis mismos perseguidores quedan agotados y terminan sucumbiendo. ¿Por qué me persiguen? Para devorar mis carnes. ¿Y cuáles son mis carnes? Mis sentimientos carnales. Que se ceben en la persecución. En mí no muere nada más que lo mortal. En mi persona habrá un punto donde no tiene acceso el perseguidor: allí donde habita mi Dios. Que devoren mis carnes; una vez que queden consumidas mis carnes, seré espíritu y espiritual. Y por supuesto que el Señor me promete una salud tan extraordinaria que incluso esta carne mortal, que actualmente parece abandonada a las manos de los perseguidores, no perecerá para siempre. Al contrario, lo que se comprobó en la resurrección de mi Cabeza, espérenlo todos los miembros. ¿A quién va a temer mi alma que es morada de Dios? ¿A quién va a temer mi carne si esto corruptible se revestirá de incorrupción? ¿Queréis saber por qué los que nos persiguen comen nuestras carnes y, sin embargo, no hemos de temer por nuestra propia carne? Se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual4. Qué gran dosis de confianza debe tener quien es capaz de decir: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el protector de mi vida, ¿quién me hará temblar? Al emperador lo protege su guardia y no tiene miedo; un mortal es protegido por mortales y se siente seguro; un mortal es protegido por el inmortal, ¿y va a tener miedo y a temblar?
5. [v.3] P restad atención a la gran dosis de confianza que debe tener el que dice: Aunque se levante un campamento contra mí, no temerá mi corazón. Un campamento es un lugar fortificado, pero ¿qué hay más fortificado que Dios? Aunque estalle una guerra contra mí. ¿Qué puede hacerme la guerra? ¿Puede arrebatarme mi esperanza? ¿Puede despojarme de lo que me da el Todopoderoso? Al igual que no es derrotado el que da, tampoco se sufre despojo de lo que da. La posibilidad de despojarle al destinatario de lo que se le da equivale a una derrota del donante. Por consiguiente, hermanos míos, ni siquiera las cosas mismas que hemos recibido de modo temporal nos las puede quitar nadie sino sólo quien nos las dio. Las cosas espirituales que da no te las quitará si tú no le abandonas. En cuanto a las realidades carnales y temporales, él mismo las quita, porque aun cuando sea cualquier otro el que las quita, las quita cuando él le faculta para hacerlo. Esto ya lo sabemos y leemos en el libro de Job: que ni siquiera el diablo, que parece detentar temporalmente el máximo poder, puede hacer nada sin permiso5. Se le concedió poder sobre las realidades inferiores y perdió las cosas de mayor grandeza y sublimidad. Y este no es el poder de alguien enfurecido, sino el castigo de alguien condenado. Por tanto, ni siquiera él tiene poder alguno si no se le concede. No solo lo tienes en el libro citado; también en el evangelio dice el Señor: Esta noche, Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, Pedro, para que tu fe no desfallezca6. Y este permiso lo consigue para castigarnos o para someternos a prueba. Luego ya que nadie puede quitarnos lo que Dios da, no tengamos miedo de nadie, sino solo de Dios. Brame lo que brame, sea cual sea su actitud altanera contra nosotros, que nuestro corazón no se alarme.
6. [v.4] Aunque estalle una guerra contra mí, en esta esperaré. ¿En cuál? Una cosa, dice, he pedido al Señor. Ha empleado el género femenino para designar un tipo de beneficio, como si dijera: una petición. Así solemos hablar, por ejemplo, en el lenguaje coloquial: tienes dos cosas, usando de ordinario el femenino por el masculino. Este mismo modo de hablar emplea la Escritura al decir: Una cosa he pedido al Señor, esta buscaré. Veamos qué pide quien nada teme. ¡Qué grande la seguridad de su corazón! ¿Queréis no sentir temor alguno? Pedid esa única cosa; única cosa ¿que pide el que nada teme, o que pide para no temer nada? Una sola cosa, dice, he pedido al Señor; esta buscaré. Es lo que buscan los que siguen la vía del bien. ¿De qué se trata? ¿Cuál es esa única cosa? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida. Esta es la única cosa: se llama casa a la mansión en que permaneceremos para siempre. Durante el tiempo de nuestra peregrinación hablamos de casa, pero su nombre propio es el de tienda: la tienda es propia de los que están de campaña, de los que, cual soldados, están en lucha contra el enemigo. Por tanto, cuando en esta vida se halla instalada una tienda de campaña, es evidente que hay también un enemigo. En efecto, ocupar juntos una tienda equivale a ser compañeros de tienda, y sabéis que así se designa a los soldados. Por tanto aquí está la tienda, allí la casa. Pero a veces, por la cercanía de significado, también a esta tienda se la llama abusivamente casa y, siguiendo el mismo proceder, a veces se llama tienda a la casa. Pero hablando con propiedad aquella es una tienda, y esta una casa.
7. De nuestra actividad futura en aquella casa tienes una evidencia expresa en otro salmo: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos7. Ardiendo en este deseo, por hablar de algún modo, y abrasado de este amor, el salmista anhela habitar en la casa del Señor todos los días de su vida: todos sus días de su vida en la casa del Señor, pero no días con un término, sino eternos. Aquí se habla de los días igual que de los años de los que se dijo: y tus años no tendrán final8. De hecho, los días de la vida eterna son un solo día sin ocaso. Luego esto es lo que el salmista ha dicho al Señor: Esta cosa he deseado, esta única cosa he pedido, y esta es la que buscaré. Y como si le preguntáramos: ¿y qué vas a hacer allí? ¿En qué va a consistir allí tu gozo? ¿Cómo va a ser el solaz del corazón? ¿Cómo van a ser las delicias de donde dimanan gozos abundantes? Porque si no te sientes feliz, no aguantarás. Y esa felicidad, ¿de dónde dimana? Porque aquí, en el plano de la naturaleza humana, conocemos varios tipos de felicidad y aquel a quién se le quita lo que ama se considera un desgraciado. Los seres humanos aman cosas diversas, y uno se considera feliz cuando le parece estar en posesión de lo que ama. Pero en realidad no es feliz cuando tiene lo que quiere, sino cuando ama lo que hay que amar, porque muchos son más desgraciados teniendo lo que quieren que careciendo de ello. Al ambicionar cosas perjudiciales son desgraciados, y al poseerlas son más desgraciados aún. Y Dios se nos muestra propicio cuando, al amar mal, nos niega lo que amamos, y se muestra airado cuando concede al que ama lo que ama mal. La evidencia la tienes en el pasaje del Apóstol: Dios los entregó a los deseos de su corazón9. Les dio lo que querían, pero para su condenación. A su vez, tienes a Dios negando lo que se le ha pedido: Por lo cual, tres veces le he pedido al Señor que me lo quitara (el aguijón de la carne), y me dijo: Te basta con mi gracia, pues la fuerza se consolida en la debilidad10. Ved que los entregó a los deseos de su corazón; poco antes negó al apóstol Pablo lo que le pidió: a ellos se lo concedió para su propia condena, a él se lo denegó para su salvación. Cuando nosotros queramos lo que Dios quiere que queramos él nos lo dará. Esta es la única realidad que hay que apetecer: habitar en la casa del Señor todos los días de nuestra vida.
8. Es un hecho que en estas moradas terrenales los hombres se entretienen en gustos y placeres diversos y todos desean habitar en aquella casa donde no haya nada que hiera al alma, sino al contrario, que haya muchas cosas que deleiten. Pero, si se le aparta de lo que le agrada, el hombre desea escapar a donde sea. Como impulsados por una curiosidad mayor, preguntemos al salmista y que nos diga qué haremos y qué hará él en aquella casa donde él ansía y anhela, desea y pide al Señor esta única cosa: habitar en ella todos los días de su vida. Te pregunto, ¿qué es lo que haces allí, qué es lo que deseas? Escucha la respuesta: Contemplar la dulzura del Señor. He aquí lo que quiero; he aquí por qué deseo habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida. El gran espectáculo que allí se le ofrece es contemplar la dulzura del Señor mismo. Quiere, una vez terminada su noche, adherirse y mantenerse en su luz. Porque entonces, una vez pasada la noche, apuntará nuestra mañana. Por eso en otro pasaje dice un salmo: De mañana me presentaré ante ti y contemplaré11. Actualmente no contemplo ni veo porque he caído, pero luego me personaré ante ti y veré. Esta es voz de un hombre, pues cayó el hombre, y si no hubiéramos caído, no habría sido enviado quién le levantara. Nosotros caímos, él descendió; él ascendió, nosotros somos levantados, porque nadie sube sino el que bajó12. El que se derrumbó es levantado, el que descendió asciende. Por eso no hemos de perder la esperanza ante el hecho de que sólo él haya ascendido, porque al descender hacia nosotros cuando caímos, é1 nos levanta y nos mantendremos en pie, lo contemplaremos y gozaremos inundados de inmensa felicidad. Ved que, tras decir esto, habéis gritado movidos por el deseo de cierta belleza que aún no veis. Que vuestro corazón se eleve sobre todo lo vulgar y que vuestra atención trascienda todos vuestros pensamientos habituales originados en la carne, producto de los sentidos carnales, que forjan no sé qué clase de fantasías. Desterradlo todo de vuestra mente, cerrad la puerta a todo cuanto se os presente: sed conscientes de la debilidad de vuestro corazón, y tan pronto como se os presente algo que podáis pensar, decid: No es eso. Porque si fuera eso, no se me había pasado por la cabeza. Así apeteceréis cierto bien. ¿Qué clase de bien? El bien de todo bien, del que dimana todo bien, el bien al que no se le puede añadir nada que sea el mismo bien. Decimos, en efecto, que un hombre es bueno, que un campo es bueno, que es buena una casa, un animal, un cuerpo, un alma. Has repetido el adjetivo bueno en cada uno de los casos. Existe el bien simple, el bien mismo del que todas las cosas reciben su bondad, el bien mismo por el que son buenas todas las cosas: es la dulzura del Señor y esta dulzura es la que contemplaremos. Ved ya, hermanos, si nos gustan estos bienes que calificamos como tales; si nos gustan estos bienes que no son bienes por sí mismos pues ninguna cosa mudable es buena en sí misma, ¿cómo será la contemplación del bien inmutable, eterno, que mantiene siempre su propia identidad? La razón es que estas cosas a las que se llama buenas no nos gustarían en absoluto si no fueran buenas, ni serían buenas si no lo fueran por aquel que es simplemente bueno.
9. Estas son las razones por las que quiero, dice, morar en la casa del Señor todos los días de mi vida. Las razones os las ha expuesto: Para contemplar la dulzura del Señor. Pero para poder contemplarla siempre, para que mientras la contemplo no me incomode ninguna contingencia, no me distraiga ningún tipo de obsesión, no me aparte el poder de nadie; para no tener que aguantar a ningún enemigo durante mi contemplación y poder disfrutar, despreocupado, del encanto de mi Señor en persona, ¿qué me pasará? Él me protegerá. Porque no sólo deseo contemplar la dulzura del Señor —dice—, sino también verme protegido como templo suyo. Para que me proteja como templo suyo seré su templo y él me protegerá. ¿Es que el templo de Dios tiene alguna analogía con los templos de los ídolos? Los ídolos de los gentiles hallan protección en sus templos; el Señor nuestro Dios protegerá su templo y estaré seguro. Contemplaré teniendo como objetivo la dulzura y me veré protegido en cuanto a mi salvación. Tan perfecta será aquella contemplación como lo es por su parte esta protección. Y tan perfecto será aquel gozo de la contemplación como lo es también la incorruptibilidad de la salvación. A estas dos expresiones, contemplar la dulzura del Señor y verme protegido como templo suyo, responden las dos expresiones iniciales del salmo: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dios es mi luz en cuanto que contemplaré la dulzura del Señor, y es mi salvación en cuanto que me concederá protección como templo suyo que soy.
10. [v.5] ¿Y por qué nos tiene reservado esto para el final? Porque me escondió en su tienda en el día de mis desdichas. Luego habitaré en su casa todos los días de mi vida con el fin de ver la dulzura del Señor y gozar de protección como templo suyo. ¿Y qué garantías tengo de llegar a esa meta? Porque me escondió en su tienda en el día de mis desgracias. Entonces no habrá días de mis desgracias, pero él me vio en los días de mis desventuras. Aquel, pues, que me dirigió una mirada de misericordia cuando yo me encontraba lejos, ¿de qué dicha me colmará cuando me tenga a su lado? Por todo ello mi actitud no ha sido descarada al pedir esa sola cosa. Tampoco el corazón me ha interpelado diciendo: ¿Qué es lo que pides o a quién se lo pides? ¿Pero es que tienes la osadía, pecador infame, de pedirle algo a Dios? ¿Tienes la osadía de esperar contemplar a Dios, hombre débil y de sucio corazón? Claro que la tengo —dice—, no por mis méritos personales, sino basado en la dulzura del Señor; no por fanfarronería propia, sino por la garantía que él me brinda. El que ha dado una garantía tan segura al que va de camino, ¿lo va a abandonar cuando llegue a la meta? Porque me escondió en su tienda el día de mis desdichas. Ved que el día de nuestras desdichas es esta vida. Los días de las desdichas son diferentes para los impíos y para los fieles. Porque si los fieles que caminan todavía lejos del Señor —mientras estamos en este cuerpo, estamos desterrados del Señor13, como dice el Apóstol— no sienten días de desdichas, si no estamos inmersos en días de desdichas, ¿qué objeto tendría la petición de la oración dominical, líbranos del mal?14? Pero quienes todavía no han creído sienten de modo muy diferente días de desdichas. Pero el Señor no los ha desdeñado, puesto que Cristo ha muerto por los impíos15. Por lo tanto, que el alma humana tenga el coraje de dar el paso y pedir esa única cosa. La obtendrá y la poseerá con plenas garantías. Si tanto amor se le dispensó siendo repulsiva, ¡cómo resplandecerá en toda su belleza! Porque me escondió en su tienda en el día de mis desdichas; me protegió en lo escondido de su tienda. ¿Qué es «lo escondido de su tienda»? ¿Qué es esto? Desde el exterior aparecen como muchos miembros de la tienda. Y existe también una especie de santuario considerado como estancia ocultísima, la estancia más secreta del templo16. ¿De qué estancia se trata? De la estancia a la que solo el sacerdote tenía acceso. Y quizás el sacerdote mismo es lo escondido de la tienda de Dios. En efecto, él asumió la carne de esta tienda y se convirtió para nosotros en lo escondido de la misma, de modo que todos los miembros suyos que creen en él son su tienda y lo escondido de esta tienda es él mismo. Porque estáis muertos, dice el Apóstol, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios17.
11. [v.6] ¿Quieres saber que habla de eso? La roca es Cristo18. Oíd lo que sigue: Porque me ha escondido en su tienda en el día de mis desdichas; me protegió en lo escondido de su tienda. Andabas preguntándote qué es lo escondido de su tienda. Escucha lo que sigue: Me ha ensalzado en la roca. Luego me ha ensalzado en Cristo. Puesto que te humillaste en el polvo, te ha ensalzado en la roca. De todos modos, Cristo está arriba, tú te hallas todavía abajo. Escucha cómo continúa: Y ahora ensalzará mi cabeza por encima de mis enemigos. Y ahora, antes de llegar a aquella casa donde deseo habitar todos los días de mi vida, antes de acceder a aquella contemplación del Señor, y ahora ha ensalzado mi cabeza por encima de mis enemigos. Todavía estoy soportando a los enemigos del cuerpo de Cristo; todavía no estoy ensalzado por encima de mis enemigos, pero ha ensalzado mi cabeza sobre mis enemigos. Cristo, nuestra Cabeza, ya está en el cielo, pero mientras tanto nuestros enemigos pueden ensañarse contra nosotros. Aún no nos ha ensalzado por encima de ellos, pero nuestra Cabeza ya está allí. ¿Por qué dijo: Saulo, Saulo, por qué me persigues?19 Dijo que él está en nosotros aquí abajo, por consiguiente, también nosotros estamos en él allá arriba, porque y ahora ha ensalzado mi cabeza por encima de mis enemigos. Ved con qué garantía. Gracias a ella estamos también nosotros en el cielo con nuestra Cabeza para siempre, con la fe, la esperanza y la caridad, porque también él está con nosotros en la tierra hasta el fin del mundo20 con la divinidad, la bondad y la unidad.
12. He hecho un recorrido alrededor y he inmolado en su tienda una víctima de júbilo: inmolamos una víctima de júbilo, inmolamos una víctima de alegría, una víctima de reconocimiento, una víctima de acción de gracias, una víctima que no se puede explicar con palabras. ¿Pero dónde la inmolamos? En su misma tienda, en la Iglesia santa. ¿Y qué es, entonces, lo que inmolamos? Un gozo abundantísimo e inenarrable, sin que medien palabras, con un lenguaje inefable. Esta es la víctima de júbilo. ¿Dónde la hemos buscado y dónde la hemos encontrado? Haciendo la ronda. He hecho un recorrido alrededor —dice— y he inmolado en su tienda una víctima de júbilo. Que tu espíritu recorra toda la creación. Por dondequiera que vayas, la creación te dirá a voz en grito: Dios me ha hecho. Todo lo que te agrada en una obra de arte te remite al artista; más aún, si recorres el universo entero, su contemplación suscita la alabanza de su artífice. Ves los cielos y son obras grandiosas de Dios. Ves la tierra y Dios hizo los números de las semillas, la diversidad de los gérmenes, la multitud de seres animados. Haz todavía el recorrido desde los cielos hasta la tierra, no pases por alto nada: por doquier todas las cosas te hablan del creador, e incluso la variada belleza de las criaturas, es como una voz múltiple en alabanza del Creador. ¿Quién, pues, puede expresar la totalidad de la Creación? ¿Quién hallará alabanzas para expresarla? ¿Quién es capaz de alabar como es debido el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos? Y se trata ciertamente de realidades visibles. ¿Quién alabará de manera digna a los ángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades?21 ¿Quién elogiará de manera digna el impulso vital que en nosotros vigoriza al cuerpo, da movimiento a los miembros, acciona los sentidos, que abarca tantas cosas con la memoria, que tantas cosas comprende con la inteligencia? ¿Quién lo elogiará de manera digna? Pero si la palabra humana siente tanta fatiga a propósito de estas criaturas de Dios, ¿que hace a propósito del Creador? Al faltarle la palabra, lo único que queda es el júbilo. He hecho un recorrido alrededor y he inmolado en su tienda una víctima de júbilo.
13. También existe otra interpretación que me parece más en consonancia con el texto del salmo. Había afirmado que había sido ensalzado en la piedra que es Cristo, y que su cabeza, Cristo, había sido ensalzada por encima de sus enemigos. Así quiso dar a entender que también él, que había sido ensalzado en la piedra, había sido ensalzado sobre sus enemigos, en una clara referencia al honor de la Iglesia a quien cesaron de perseguir sus enemigos. Y habida cuenta de que todo ello se llevó a efecto gracias a la fe del mundo entero, he hecho un recorrido alrededor y he inmolado en su tienda una víctima de júbilo. Esto es, he contemplado la fe del mundo entero, en la que ha sido ensalzada mi cabeza por encima de mis perseguidores, y me he puesto a alabar al Señor de modo inefable en su misma tienda, esto es, en la Iglesia extendida por el mundo entero.
14. [v.7] Cantaré y tocaré para el Señor: estaremos seguros, cantaremos seguros y pulsaremos seguros el salterio cuando contemplemos la dulzura del Señor y seremos protegidos en cuanto templo suyo en aquella incorrupción cuando la muerte quede absorbida en la victoria22. ¿Y ahora qué? Hemos hablado ya de los goces que experimentaremos cuando sea escuchada aquella nuestra única petición. ¿Y ahora qué? Escucha mi voz, Señor. Gimamos ahora, oremos ahora. El gemido es propio solo de infelices, la oración propia solo de necesitados. La oración pasará y acto seguido vendrá la alabanza; pasará el llanto y llegará el gozo. Entre tanto, ahora, cuando estamos en los días de nuestras desdichas, no cese nuestra oración a Dios; pidámosle esa única cosa. No nos cansemos de pedírsela hasta que lleguemos a conseguirla, teniéndole a él como donante y guía. Escucha, Señor, mi voz con la que he gritado a ti; ten piedad de mí y escúchame: tan sólo pide aquella única cosa en medio de tantos ruegos, llantos y gemidos; no pide más que una sola cosa. Puso fin a todos sus deseos y quedó únicamente aquella única cosa que pide.
15. [v.8] Escucha cómo es esa la única cosa que pide: Mi corazón te ha dicho: he buscado tu rostro. Es lo mismo que dijo poco antes: Para contemplar la dulzura del Señor. Mi corazón te ha dicho: he buscado tu rostro. Si nuestro gozo estuviera en este sol, dirían «he buscado tu rostro» no nuestro corazón, sino los ojos de nuestro cuerpo. ¿A quién dice nuestro corazón «he buscado tu rostro», sino a aquél que es objeto del ojo del corazón? Los ojos de la carne buscan esta luz; aquella luz la buscan los ojos del corazón. Pero quieres ver esa luz que ven los ojos del corazón, porque esta luz es Dios. Pues Dios es luz, dice Juan, y en él no hay tiniebla alguna23. ¿Quieres, pues, ver esa luz? Purifica el ojo con que se ve: Dichosos los limpios de corazón, porque esos mismos verán a Dios24.
16. [v.9] Mi corazón te ha dicho: He buscado tu rostro; tu rostro, Señor, buscaré: Una sola cosa le he pedido al Señor, esa buscaré: tu rostro. No apartes tu rostro de mí. ¡Hay que ver cómo quedó clavado en esta única petición! ¿Deseas obtener? No pidas ninguna otra cosa; conténtate con una porque una te bastará. Mi corazón te ha dicho: He buscado tu rostro; tu rostro buscaré, Señor. No apartes tu rostro de mí; no te alejes airado de tu siervo. Magnífico, nada se puede expresar de manera más divina. Los auténticamente enamorados se percatan de ello. Alguien desearía ser dichoso e inmortal en el disfrute de los placeres terrenales que ama, y quizá la razón de su culto y de su oración a Dios se centre en pedirle vivir muchos años rodeado de cuanto le produce dicha y que nunca le falte nada de cuanto es objeto de la ambición humana: oro, plata, fincas que recreen su vista; que no mueran los amigos, ni los hijos, ni la mujer, ni los clientes. Su deseo sería vivir siempre rodeado de cuanto le produce dicha. Pero como esto no puede durar indefinidamente, pues es consciente de su propia mortalidad, quizá le rinde culto a Dios, le ruega a Dios y exhala sus gemidos ante Dios para poder disfrutar de todo ello hasta la vejez. Pero si Dios le dijese: Mira, te concedo que seas inmortal rodeado de todo eso, lo aceptaría como un don extraordinario y no cabría dentro de sí de alegría. El que pide una sola cosa al Señor no pretende nada de esto. ¿Y qué es lo que quiere? Contemplar la dulzura del Señor todos los días de su vida. Por el contrario, otra persona que rindiera culto a Dios de esta manera y por este motivo, es decir, contando con estos bienes temporales, no temería la ira de Dios más que por una razón: por miedo a que se los quitara. El otro, por su parte, no teme la ira de Dios por idénticos motivos, teniendo en cuenta que incluso llegó a decir de sus enemigos: Para que devoren mis carnes. ¿Por qué teme la ira de Dios? Para que no le quite lo que ha amado. ¿Qué ha amado? Tu rostro. Por eso estima que la ira de Dios consiste en que éste aparte su rostro de él: Señor, no te alejes airado de tu siervo. Podría quizá respondérsele de este modo: ¿Por qué temes que se aleje airado de ti? Más bien, si se aleja de ti con su ira, menos posibilidades hay de que se vengue de ti, pero si topas con un Dios airado, se vengará de ti. Consiguientemente, es preferible que optes porque se aleje de ti con su ira. No es eso, dice. Sabe bien lo que quiere. La ira de Dios no es otra cosa que el alejarse de su rostro. ¿Qué pasaría si te hiciera inmortal en medio del disfrute de los placeres terrenos? No lo quiero, será la respuesta de amante tan apasionado; fuera de él, todo cuanto tengo no me resulta grato. Que mi Señor me quite cuanto quiere darme y que se me entregue a sí mismo. No te alejes airado de tu siervo. Quizá se aleja de algunos, pero no airado, como ocurre con aquellos que le dicen: Aparta tu vista de mis pecados25. Cuando aparta de tus pecados su vista, no se aparta de ti con ira. Por tanto, que aparte su rostro de tus pecados, pero que no aparte su rostro de ti.
17. Sé tú mi auxilio, no me abandones. Mira, me hallo en el camino, te he pedido una sola cosa: habitar en tu casa todos los días de mi vida, contemplar tu dulzura, ser protegido como templo tuyo. Esa única cosa he pedido, pero, a fin de conseguirla, me hallo en el camino. Probablemente me dirás: Esfuérzate, camina; te he dado la libertad, todo depende de tu voluntad; sigue tu camino, busca la paz y dale alcance26; no te desvíes de la ruta, no te detengas en ella, no mires para atrás; camina con constancia, porque quien persevere hasta el final se salvará27. En posesión ya de tu libertad, llegas casi a ufanarte de poder caminar. No presumas de ti mismo, porque si él te abandona desfallecerás en el camino, te caerás, te desviarás, te pararás. Dile, pues: Por supuesto que me has concedido una voluntad libre, pero sin ti todos mis esfuerzos son totalmente inútiles: Se tú mi ayuda, no me abandones ni me desprecies, Dios, salvación mía. En efecto, tú que me has creado me ayudas; tú que me has creado no me abandonas.
18. [v.10] Porque mi padre y mi madre me abandonaron. Se ha hecho un parvulito a los ojos de Dios. Hizo de Dios un padre y una madre. Es padre porque ha creado, llama, manda y gobierna. Es madre porque da calor, nutre, amamanta y lo lleva en su seno. Mi padre y mi madre me abandonaron, pero el Señor me acogió, no sólo para dirigirme, sino también para alimentarme. Unos padres mortales engendraron; les sucedieron los hijos: mortales a mortales, y nacieron los sucesores para que muriesen quienes los engendraron. Pero el que me creó no morirá, no me apartaré de él. Mi padre y mi madre me abandonaron, pero el Señor me acogió. Exceptuando también a aquellos dos padres de cuya carne hemos nacido, varón el padre y hembra la madre, como Adán y Eva; exceptuando estos dos padres, tenemos aquí otro padre y otra madre. Mejor dicho, los tuvimos. El padre según el mundo es el diablo, y fue nuestro padre cuando éramos incrédulos. Porque es a estos a quienes les dice el Señor: Vosotros tenéis por padre al diablo28. Si él es el padre de todos los impíos, que actúa entre los hijos de la incredulidad29, ¿quién es la madre? Es una cierta ciudad llamada Babilonia. Esta ciudad es la sociedad de todos los perdidos que existen desde el oriente hasta el occidente. Esta ciudad detenta un reino terrenal. En consonancia con esta ciudad se habla de cierto estado que actualmente veis en fase de decrepitud y de desgaste. Esta fue nuestra primera madre, en ella nacimos. Hemos conocido otro padre, Dios; hemos abandonado al diablo. ¿Cuándo osará acercarse este a aquellos a quienes ha acogido el que está por encima de todas las cosas? Hemos conocido otra madre, la Jerusalén celestial, que es la Iglesia santa, parte de la cual anda peregrina por la tierra; hemos abandonado Babilonia. Mi padre y mi madre me abandonaron. Ya no tienen ningún bien que darme, porque hasta cuando yo estaba convencido de que ellos me daban algo, eras tú quien me lo hacía, pero yo se lo atribuía a ellos.
19. ¿Quién, si no Dios, otorga algo al hombre incluso tratándose de bienes mundanos? ¿O de qué cosas se le priva al hombre sin mandato o permiso del que las dio? Sin embargo, los hombres superficiales creen que tales bienes los otorgan los demonios a quienes les rinden culto, y a veces se dicen para sí mismos: es cierto que Dios resulta imprescindible para la vida eterna, para la vida espiritual; no obstante, debemos rendir culto a estos otros poderes en atención a las realidades temporales. ¡Oh frivolidad del género humano! Amas más las cosas por cuya causa quieres darles culto a estos demonios: y qué duda cabe que tienes motivos para ofrecerles culto, si no mayor, sí al menos igual. Pero Dios no quiere compartir su culto con ellos, ni siquiera cuando a él se le rinde adoración mayor y a ellos menor. Y tú replicarás: ¿Entonces es que no son necesarios para estos menesteres? No lo son. Pero hay que temer que nos perjudiquen con su ira. No harán daño alguno sin permiso de él. Ellos siempre tienen deseos de hacer daño, y ese deseo de hacer el mal no lo pierden ni siquiera si se les aplaca o se les ruega. Esta es una característica de su mala voluntad. Luego lo único que harás, rindiéndoles culto de adoración, es ofender a aquel que, con esta ofensa, te entregará al poder de ellos, y esto hasta el punto de que quienes nada pudieron hacerte estando él aplacado, hagan contigo lo que les venga en gana cuando él está airado. Y para que tomes conciencia de la inutilidad del culto que se les da, incluso pensando en el ámbito de lo temporal, ¿es que de entre todos los que adoran a Neptuno nadie ha sufrido un naufragio?, ¿es que nadie de los que blasfeman de Neptuno consiguió llegar al puerto? ¿Es que todas las mujeres que rinden culto a Juno tuvieron buen parto?, ¿o todas las mujeres que blasfemaron de Juno tuvieron un parto penoso? Por todo ello que vuestra caridad trate de comprender la frivolidad de las personas que pretenden darles culto, aunque sólo sea pensando en los bienes de la tierra. Porque si hubiera que darles culto en atención a los bienes terrenos, sólo sus adoradores estarían bien surtidos de ellos. Pero aunque la realidad fuera ésta, nosotros deberíamos rechazar todos estos regalos y pedirle al Señor una sola cosa. A mayor abundamiento, hay que decir que también estos dones los hace aquel que es objeto de ofensa cuando se les rinde culto a ellos. Que nos abandone, por tanto, nuestro padre y nuestra madre; que nos abandone el diablo, que nos abandone la ciudad de Babilonia. Que nos acoja el Señor para consolarnos con los bienes temporales y para hacernos dichosos con los eternos. Porque mi padre y mi madre me abandonaron, pero el Señor me acogió.
20. [v.11] Ya ha sido, pues, acogido por el Señor, tras abandonar aquella ciudad y a su jefe el diablo, puesto que el diablo es quien dirige a los impíos, quien gobierna el mundo de estas tinieblas. ¿De qué tinieblas? De los pecadores, de los no creyentes. Por este motivo les dice el Apóstol a los que ya creen: Un tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor30. Una vez, pues, acogidos por él, ¿qué vamos a decir? Establece para mí una ley, Señor, en tu camino. ¿Has tenido la osadía de pedir una ley? ¿Y qué pasa si te dice: la cumplirás? Si te doy una ley, tendrás que cumplirla. No se atrevería a pedirla sin haber dicho antes: El Señor me acogió. No se atrevería a pedirla, sin haber dicho antes: Sé tú mi auxilio. Por tanto, si tú me ayudas, si tú me acoges, dame una ley. Establece para mí una ley, Señor, en tu camino. Establece, pues, para mí una ley en tu Cristo. El Camino mismo nos ha hablado y ha dicho: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida31. La ley en Cristo es una ley de misericordia. Él es la Sabiduría de la que está escrito: En su lengua es portador de la ley y de la misericordia32. Y si violas algún punto de esta ley, te perdona aquel que derramó por ti su sangre, con tal de que lo confieses. En cuanto a ti, no abandones por nada el camino. Di al Señor: Sé mi acogedor. Y guíame por el sendero recto a causa de mis enemigos. Dame la ley, pero no me retires la misericordia. En otro salmo está escrito: Pues dará la misericordia el que dio la ley33. Por tanto, «establece para mí una ley, Señor, en tu camino» es una referencia al precepto. ¿Y cuál es la referencia a la misericordia? Guíame por el sendero recto a causa de mis enemigos.
21. [v.12] No me entregues a las almas de los que me atormentan: es decir, para que no llegue a contemporizar con mis atormentadores. Porque si acabas contemporizando con el alma de tu atormentador, no devorará, por así decir, tu carne, pero se comerá tu alma mediante una voluntad torcida. No me entregues a las almas de quienes me atormentan. Entrégame, si te parece, en manos de los atormentadores. Tal petición le formularon los mártires, y él entregó a los suyos en manos de los atormentadores. Pero, ¿qué es lo que entregó? La carne. Es lo que se dice en el libro de Job: La tierra ha sido entregada en manos del impío34: la carne ha sido entregada en manos del perseguidor. No me entregues: no mi carne, sino a mí. En cuanto alma te hablo, en cuanto mente te hablo: no te digo: no entregues mi carne en manos de los que me atormentan, sino: No me entregues a las almas de los que me atormentan. ¿Y cómo son entregados los hombres a las almas de quienes los atormentan? Porque se han alzado contra mí testigos inicuos. Puesto que son testigos malvados y me achacan muchas maldades y me difaman sin parar, si llegara a ser entregado a sus almas, también yo mentiré y seré socio de ellos, no partícipe de tu verdad, sino copartícipe de su mentira contra ti. Se han alzado contra mí testigos inicuos, y la iniquidad se ha mentido a sí misma. A sí misma, no a mí. Que se mienta siempre a sí misma, no a mí. Si llegas a entregarme a las almas de los que me atormentan, esto es, si contemporizo con sus caprichos, entonces la iniquidad ya no se habrá mentido a sí misma, sino también a mí. Pero si, por el contrario, se ensañan conmigo a placer y tratan de cerrarme el camino, no me entregues a sus almas. Si yo no contemporizo con sus caprichos, me mantendré firme y permaneceré en tu verdad, y la iniquidad se mentirá a sí misma, no a mí.
22. [v.13] E l salmista retorna a aquella única petición después de tantos riesgos, de tantas fatigas, de tantas dificultades, enardecido, jadeante, con la lengua fuera entre quienes les persiguen y le atormentan, pero firme y seguro porque cuenta con la acogida, la ayuda, la orientación y la dirección de Dios. De todos modos, tras aquel recorrido y júbilo, saltando de gozo y gimiendo en medio de sus fatigas, lanza por fin un suspiro y dice: Tengo fe en que veré los bienes del Señor en la tierra de los vivos. ¡Oh bienes del Señor, dulces, inmortales, incomparables, eternos, inmutables! Bienes del Señor, ¿cuándo os veré? Tengo fe en que los veré, pero no en la tierra de los que mueren. Tengo fe en que veré los bienes del Señor en la tierra de los vivos. Me sacará de la tierra de los que mueren el Señor que por amor a mi persona se dignó acoger la tierra de los que mueren y morir a manos de los que mueren. El Señor me sacará de la tierra de los que mueren: Tengo fe en que veré los bienes del Señor en la tierra de los vivos. Ha pronunciado estas palabras suspirando, las ha dicho sufriendo, las ha dicho arrostrando el peligro de un gran enjambre de tentaciones, pero, a pesar de ello, esperándolo todo de la misericordia de aquel a quien dijo: Establece para mí una ley, Señor.
23. [v.14] ¿Y qué dice aquel que estableció una ley para él? Escuchemos también la palabra del Señor que nos exhorta desde arriba, del Señor que nos consuela; la palabra de aquél que ocupa el puesto del padre y de la madre que nos abandonaron. Escuchemos su voz. Porque ha escuchado nuestros sollozos, ha visto nuestros suspiros, ha percibido nuestro deseo y ha acogido gustoso nuestra única petición, la única súplica que le presentamos por medio de Cristo nuestro abogado. Y mientras llevamos a término esta peregrinación, durante la cual retrasará pero no anulará nada de cuanto ha prometido, nos ha dicho: Ten paciencia con el Señor. No tienes que tener paciencia con un mentiroso ni con nadie susceptible de ser engañado, ni con nadie que no halle nada que ofrecerte. Lo ha prometido el Todopoderoso, el Indefectible, el Veraz: Ten paciencia con el Señor, compórtate como un hombre. No te desalientes para que no te contabilicen entre aquellos de quienes se dice: ¡Ay de aquellos que perdieron la paciencia!35 Ten paciencia con el Señor, se nos dice a todos nosotros y a un solo hombre. Somos uno solo en Cristo, somos el Cuerpo de Cristo todos cuantos anhelamos aquella sola cosa, cuantos pedimos esa sola cosa, cuantos andamos gimiendo en los días de nuestras desdichas, cuantos tenemos fe en que veremos los bienes del Señor en el país de los vivos. A todos nosotros, que somos uno solo en el Único, se nos dice: Ten paciencia con el Señor, compórtate como un hombre, y vigorícese tu corazón y ten paciencia con el Señor. ¿Qué otra cosa puede decirte que no sea una repetición de lo que has oído? Ten paciencia con el Señor, compórtate como un hombre. Luego el que ha perdido la paciencia es un afeminado, ha perdido el vigor. Que escuchen estas palabras tanto los hombres como las mujeres porque en un solo Hombre se hallan el hombre y la mujer, pues en Cristo no hay ni hombre ni mujer36. Ten paciencia con el Señor, compórtate como un hombre, y vigorícese tu corazón y ten paciencia con el Señor. Esperando en el Señor lo tendrás; tendrás a aquél en quien has esperado. Si encuentras algo más grande, mejor o más suave, deséalo.