Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. Mientras se leía al apóstol Pablo, Vuestra Santidad ha oído con nosotros: Como es verdad en Jesús, afirma, en cuanto a vuestra conducta anterior despojaos del hombre viejo, ese que se corrompe según las pasiones del engaño; en cambio, renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos el hombre nuevo, el que, según Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad1. Que nadie piense que se trata de despojarse de una realidad material como uno se despoja de la túnica, o de recibir algo exterior como el que se quita una túnica y se pone otra, un modo carnal de comprender el texto que no permitiría a los hombres realizar en su interior, de modo espiritual, lo que manda el Apóstol. Para que eso no suceda, siguió exponiendo en qué consiste despojarse del hombre viejo y vestirse del nuevo. El resto del pasaje cae dentro de esta misma interpretación. Habla como a uno que le dijese: ¿Y cómo voy a despojarme del hombre viejo y vestirme del nuevo? ¿Es que soy un tercer hombre como para desprenderme del hombre viejo que he tenido hasta la fecha y acoger al hombre nuevo que no he tenido, de modo que hay que pensar en tres hombres, estando en el medio el que se despoja del hombre viejo y se reviste del nuevo? Así, pues, para que nadie, impedido por tan material modo de entender el texto, no haga lo que está mandado, y ponga como excusa para no hacerlo que se trata de un pasaje oscuro, dice a continuación: Por tanto, despojándoos de la mentira, decid la verdad. Ved que despojarse del hombre viejo y vestirse del nuevo consiste en esto: Por tanto, despojándoos de la mentira, decid la verdad cada uno a su prójimo, porque somos miembros unos de otros2.
2. Y que ninguno de vosotros, hermanos, piense que hay que decir la verdad con los cristianos y la mentira con los paganos. Habla con tu prójimo. Y tu prójimo es quien ha nacido como tú de Adán y Eva. Todos somos prójimos por la condición de nuestro nacimiento terrenal. Pero somos hermanos de otra manera: por la esperanza de la herencia celestial. Debes tener por prójimo a todo hombre, incluso antes de que sea cristiano, pues no sabes lo que este hombre es ante Dios, ni tampoco sabes cómo le ha conocido Dios en su presciencia. Ocurre a veces que aquel de quien te burlabas porque rendía culto a las piedras, se convierte, llegando a ser tal vez más religioso que tú, que poco antes te reías de él. Hay pues prójimos nuestros ocultos entre los hombres que aún no están en la Iglesia y hay otros que, al estar en la Iglesia, ocultan que se hallan lejos de nosotros. Por eso, quienes no conocemos el futuro, consideremos como prójimo a cualquier persona no sólo por la condición de la mortalidad humana por la que entramos en esta tierra con la misma suerte, sino también por la esperanza de aquella herencia, ya que no sabemos qué ha de ser aquel que ahora no es nada.
3. Fijaos, pues, en otras cosas referentes al vestir el hombre nuevo y al despojarse del hombre viejo. Afirma: Despojándoos de la mentira, decid la verdad cada uno a su prójimo, porque somos miembros unos de otros. Airaos, pero no pequéis. Por tanto, si te aíras con tu siervo porque ha pecado, aírate también contigo mismo no sea que también tú peques. El sol no se ponga sobre vuestra ira3: no hay duda, hermanos, de que se trata de una referencia temporal. En efecto, aunque la ira sorprenda al cristiano en cuanto portador de la misma condición humana y de la enfermedad de la mortalidad, no se la ha de retener por largo tiempo ni permitir que llegue a ser ira de ayer. Expúlsala del corazón antes de que desaparezca esta luz visible, para que no te abandone la luz invisible. Pero admite otra interpretación, también correcta, porque nuestro sol de justicia es la Verdad, Cristo; no este sol que adoran los paganos y los maniqueos y que ven también los pecadores, sino aquel otro cuya verdad ilumina la naturaleza humana, sol del que gozan los ángeles, mientras que las débiles miradas del corazón humano, aunque parpadean al contacto de sus rayos, purificándose por medio de los mandamientos, pueden llegar a contemplarlo. Cuando este sol comience a habitar en el hombre mediante la fe, que la ira que nace en tu interior no tenga tanta fuerza en ti que te sorprenda, estando aún airado, la puesta del sol; es decir, que Cristo abandone tu alma, al no querer cohabitar con tu ira. Da, en efecto, la impresión de que sol se pone para ti cuando tú te alejas de él. En efecto, cuando la ira inveterada se convierte en odio, y una vez convertida en odio, ya es homicida, pues todo el que odia a su hermano es homicida4, como dice Juan el apóstol. Más aun, él mismo dice que todo el que odia a su hermano permanece en las tinieblas5. Y nada tiene de extraño que habite en las tinieblas aquel para quien se ha puesto el sol.
4. Tal vez se relacionen también con esto las palabras del evangelio que acabáis de escuchar: La barca peligraba en el lago y Jesús dormía6. Navegamos, en efecto, por cierto lago y no faltan vientos ni tormentas. Nuestra barca está casi hasta rebosar de las tentaciones cotidianas de este siglo. ¿Cuál es el origen de esta situación sino el hecho de que Jesús duerme? Si Jesús no durmiera en ti, no sufrirías esas tormentas, sino que, al estar Jesús despierto a tu lado, disfrutarías de bonanza interior. ¿Y qué significa este dormir de Jesús? Que se ha dormido tu fe en Jesús. Estallan las tormentas de este lago: ves la prosperidad de los malos y las fatigas de los buenos. Es la tentación, es el oleaje. Y tu alma exclama: Oh Dios, ¿consiste tu justicia en que los malos prosperen y los buenos sufran fatigas? Dices a Dios: ¿es esta tu justicia? Y Dios te responde: ¿es esta tu fe? ¿Es eso lo que te prometí? ¿Te has hecho cristiano para prosperar en este siglo? ¿Te atormentas porque los que aquí prosperan son los malos que serán atormentados más tarde con el diablo? Pero ¿por qué te expresas así?, ¿por qué te turba el oleaje y la tempestad del lago? Porque Jesús está dormido, es decir, porque está adormilada en tu corazón tu fe en Jesús. ¿Qué haces para salvarte? Despierta a Jesús y dile: Maestro, perecemos7. La inseguridad del lago nos hace estremecer: vamos a pique. Él despertará, es decir, tu fe retornará a ti y, con su ayuda, reflexionarás en tu alma que todo cuanto aquí se les da a los malos no continuará con ellos, porque o se les va de la manos en vida, o lo dejan morir. Al contrario, lo que se te promete a ti durará por siempre. Las concesiones que temporalmente se les asignan, se les retiran con rapidez. Floreció como flor del heno. Pues toda carne es heno: se secó el heno y cayó la flor, pero la palabra del Señor permanece para siempre8. Por tanto, vuelve la espalda a lo que cae y la cara a lo que permanece. Con Cristo despierto, la tormenta dejará de agitar tu corazón y el oleaje no anegará tu barquilla, porque tu fe da órdenes a los vientos y al oleaje y pasará el peligro. A esto, hermanos, se refiere todo lo que dice el Apóstol sobre el despojarse del nombre viejo: Airaos, pero no pequéis. El sol no se ponga sobre vuestra ira, y no deis entrada al diablo. El hombre viejo, pues, le daba entrada; el nuevo no se la dé. El que robaba, no robe ya9: el hombre viejo, pues, robaba; el nuevo no robe. Es el mismo hombre, es un solo hombre: era Adán, sea Cristo; era viejo, sea nuevo. Todo lo que sigue a continuación hace referencia a este punto.
5. Pero estudiemos el salmo con un poco más de detenimiento, porque cuando alguien progresa en su vida cristiana dentro de la Iglesia, necesariamente tiene que soportar a los malos que hay en ella. Pero el que es como los malos no conoce a los malos. Y si bien es cierto que muchos malos censuran a los malos, ocurre que es más fácil que un sano soporte a dos enfermos que dos enfermos se aguanten entre sí. En consecuencia, esto es lo que os mando hermanos. La Iglesia de este mundo temporal es una era. Lo hemos dicho muchas veces y lo repetimos otras tantas: en la era hay paja y grano. Que nadie pretenda que la abandone toda la paja, a no ser en el tiempo de la bielda. Que nadie abandone la era antes de la bielda con la excusa de que le es imposible aguantar a los pecadores. No lo haga, no sea que al encontrarse fuera de la era, lo recojan los pájaros antes de llegar al granero. Prestad atención, hermanos, a los motivos que nos hacen hablar así. Cuando en la trilla comienza a desgranarse la espiga, en medio de tanta paja los granos no llegan ni a tocarse. Hasta el punto de que casi no se conocen, debido a que entre ellos se interpone la paja. Y quien observa la era desde lejos tiene la impresión de que allí solo hay paja. Si no presta mayor atención, si no alarga la mano, si no sopla, es decir, si no separa la paja del grano soplando, es difícil que distinga los granos. Hay veces, por tanto, que estos mismos granos se hallan como separados unos de otros y sin tocarse, y esto hasta tal punto que cualquier cristiano, a medida que progresa, llega a pensar que está solo. Este pensamiento, hermanos, tentó a Elías10, tan extraordinario varón, y él dijo a Dios, como también el Apóstol recuerda: «Han matado a tus profetas, han derribado tus altares, he quedado yo solo y buscan mi vida». Pero ¿qué le dice la respuesta divina? «Me he reservado siete mil varones que no han doblado ante Baal la rodilla»11. No le dijo: «Hay otros dos o tres como tú. No creas que estás solo». Afirma: «Hay otros siete mil ¡y te sientes solo!». Así, pues, en pocas palabras esto es lo que os mando, como había comenzado a decir. Vuestra Santidad fraterna preste atención conmigo, y en nuestros corazones esté presente la misericordia de Dios, para que lo entendáis de modo que fructifique y actúe en vosotros. Escuchadme un momento: el que aún es malo que no piense que no hay nadie bueno, y el que es bueno que no piense que solo él es bueno. ¿Lo habéis entendido? Voy a repetirlo, fijaos que digo: Quien es malo, si al interrogar a su conciencia, ésta le da un testimonio negativo, no piense que no hay nadie bueno, y el que es bueno que no considere que solo él es bueno, y, siendo bueno, no tema hallarse mezclado con malos, porque llegará el tiempo en que sea separado de ellos. Por eso hemos cantado hoy: No hagas perecer con los impíos mi alma, ni mi vida con los hombres sanguinarios12 (Sal 25, 9). Por cierto, ¿qué significa «No hagas perecer con los impíos?» No la hagas perecer junto con ellos. ¿Por qué teme que la haga perecer junto con ellos? De hecho, veo que se dice a Dios: porque ahora mismo nos toleras juntos, no hagas perecer juntos a los que toleras juntos. Esta es la idea que tiene todo el salmo que, porque es breve, quiero considerar brevemente con Vuestra Santidad.
6. [v.1] Júzgame, Señor. Aspira a algo desagradable y casi peligroso: a que le juzguen. ¿Qué significa el deseo de ser juzgado? Desea que lo separen de los malos. En otro pasaje habla a las claras de este mismo juicio de ser separado: Júzgame, Señor y distingue mi causa de la causa de gente no santa (Sal 42, 1). Muestra por qué ha dicho «júzgame»: para evitar que, al faltar el juicio y dado que ahora entran en la Iglesia buenos y malos, buenos y malos vayan al fuego eterno. Júzgame, Señor. ¿Por qué? Porque yo he caminado en mi inocencia y, pues espero en el Señor, no me harán vacilar. ¿Qué significa: Pues espero en el Señor? Que anda vacilante entre los malvados quien no espera en el Señor. Tal ha sido el origen de los cismas. Sintieron miedo al verse entre malvados, a pesar de ser peores que ellos y como no queriendo ser buenos entre los malos. ¡Ay! Si fueran trigo, habrían tolerado la paja en la era hasta el momento de la bielda. Pero como eran paja, sopló el viento antes de la bielda, se llevó consigo la paja de la era y la arrojó contra los zarzales. Por supuesto que la paja se vio arrojada fuera de la era; pero lo que allí quedó ¿era sólo grano? Antes de la bielda solo a la paja se la lleva el viento, pero queda grano y paja. No obstante, esta paja se aventará cuando llegue la hora de la bielda. Esto ha dicho este: He caminado en mi inocencia y, pues espero en el Señor no me harán vacilar. En efecto, si hubiera esperado en un hombre, quizá vería alguna vez a ese hombre vivir mal, sin atenerse a los caminos buenos que o aprendió o enseña en la Iglesia, sino que siguió los que le enseñó el diablo. Y porque mi esperanza estará en un hombre, al titubear el hombre, titubeará mi esperanza y, al caer el hombre, caerá mi esperanza; en cambio, porque espero en el Señor, no me harán vacilar.
7. [v.2] Sigue: Ponme a prueba, Señor, y sondéame; quema mis riñones y mi corazón. ¿Qué significa «quema mis riñones y mi corazón»? Quema mis placeres, quema mis pensamientos —puso corazón por pensamientos y riñones por placeres—, para que no piense nada malo y para que nada malo me deleite. ¿Con qué quemarás mis riñones? Con el fuego de tu palabra. ¿Con qué quemarás mi corazón? Con el calor de tu espíritu. De este calor se dice en otro pasaje: Nadie se libra de su calor13, y de ese fuego dice el Señor: Fuego he venido a lanzar a la tierra14.
8. [v.3] Sigue, pues: Porque tu misericordia está ante mis ojos, y me he complacido en tu verdad, esto es, no me he complacido en el hombre, sino que te he complacido dentro, donde tú ves, y no temo desagradar en lo que los hombres ven, como dice el Apóstol: Cada cual ponga a prueba su obra y entonces tendrá gloria solamente en sí mismo y no en otro15.
9. [v.4—5] Afirma: No me he sentado con una asamblea de vanidad. Vuestra Santidad preste atención a lo que significa «no me he sentado». Dice «no me he sentado», considerando el modo como ve Dios. A veces no estás en una asamblea, pero estás sentado ahí. Verbigracia, no estás sentado en el teatro, pero piensas en escenas teatrales, contra las que está dicho: Quema mis riñones. Allí estás sentado con el corazón, aunque no estés allí con el cuerpo. Puede ocurrir que alguien te retenga allí en su compañía o que un deber de caridad te haga sentarte allí. ¿Cómo puede suceder eso? Acontece que, por un deber de caridad, un siervo de Dios tenga necesidad de estar en el anfiteatro al querer liberar a cierto gladiador. En tal caso, podría darse que el siervo de Dios ocupara una localidad y esperase hasta que saliera el sujeto que pretende liberar. Ved que esta persona no ha tomado asiento en la asamblea de la vanidad, aunque se le viera sentado corporalmente. ¿Qué significa sentarse? Contemporizar con los que están sentados allí. Si estando presente no lo hicieres, no estuviste sentado allí; si lo hiciste, aun estando ausente, te sentaste. Y no entraré con quienes llevan a cabo iniquidades. Odio la reunión de los malignos. Veis que está dentro. Y no me sentaré con los impíos.
10. [v.6] Lavaré entre los inocentes mis manos: no con esta agua visible. Te lavas las manos cuando reflexionas sobre tus obras con piedad e inocencia ante la mirada de Dios. Porque ante los ojos de Dios también hay un altar, donde penetró el sacerdote que fue el primero en ofrecerse por nosotros. Hay un altar celestial, y ese altar no lo abraza sino el que lava sus manos entre los inocentes, pues hay muchas personas indignas que tocan este altar, y Dios tolera por ahora que sus sacramentos sean objeto de profanación. ¿Es que la Jerusalén celestial será, hermanos míos, como estas paredes? No serás acogido con los malvados en el seno de Abrahán igual que eres acogido en compañía de los malvados entre estas paredes de la iglesia. Por tanto, no temas, lávate las manos. Y rodearé el altar del Señor: donde ofreces tus votos al Señor, donde haces tus oraciones, donde tu conciencia es pura, donde dices a Dios quién eres. Y si casualmente hay en ti algo que no le agrada a Dios, te lo cura aquel a quien confiesas. Lava, pues, tus manos entre los inocentes, anda en torno al altar del Señor para que oigas la voz de la alabanza.
11. [v.7] En efecto, continúa así: Para oír la voz de la alabanza y narrar todas tus maravillas. ¿Qué significa «para oír la voz de la alabanza»? Para comprenderla, dice. En esto consiste el oír en la presencia de Dios. No es como prestar oído a estos sonidos que muchos oyen, pero que otros muchos no oyen. ¡Cuántos nos oyen a nosotros y están sordos frente a Dios! ¡Cuántos teniendo oídos no tienen esa clase de oídos a los que hace referencia Jesús: El que tenga oídos para oír que oiga!16 En resumidas cuentas, ¿qué es oír la voz de la alabanza? En la medida de mis posibilidades, voy a decíroslo con ayuda de la misericordia de Dios y de vuestras oraciones. Oír la voz de la alabanza es comprender interiormente que todo cuanto hay en ti de malo y que dimana de los pecados es obra tuya, mientras que todo lo que hay de bueno en las acciones justas es cosa de Dios. Por tanto, escucha la voz de la alabanza no para alabarte ni siquiera cuando eres bueno, ya que al alabarte cuando eres bueno te haces malo. En efecto, la humildad te había hecho bueno, mientras que el orgullo te hace malo. Te habías vuelto para recibir la iluminación, y al volverte te hiciste luminoso, al ser iluminado gracias a ese tu volverte. Pero, ¿hacia dónde te has vuelto? ¿Hacia ti? Si volviéndote hacia ti mismo fueras capaz de iluminarte, nunca podrías oscurecerte porque siempre estarías contigo mismo. ¿Por qué, pues, estás iluminado? Porque te has vuelto hacia otra cosa que no eras tú ¿Y qué es eso otro que no eras tú? Dios es la luz17. Y tú no eras luz porque eras pecador. En efecto, el Apóstol dice a quienes quiere que oigan la voz de la alabanza: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz18. ¿Qué significa «en otro tiempo fuisteis tinieblas», sino hombres viejos? Pero ahora sois luz: los que durante mucho tiempo fuisteis tinieblas y ahora sois luz no lo sois sin motivo alguno. Lo sois porque habéis sido iluminados. No pienses que eres tú la luz; la luz es aquella que ilumina a todo hombre que viene a este mundo19. Personalmente tú, por ti mismo, por tu mala voluntad, por tu dar la espalda, eras pura tiniebla, pero ahora eres luz. No obstante, para evitar el orgullo de aquellos a quienes se dijo: Ahora sois luz, añadió inmediatamente: en el Señor. Lo que dijo es esto: En otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Luego, si fuera del Señor no eres luz, y si lo eres lo eres en el Señor, ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido? Y esto se lo dijo el mismo Apóstol en otro pasaje a los orgullosos y a los que pretendían atribuirse a sí mismos lo que es de Dios y gloriarse del bien como si proviniera de ellos. Lo que les dice es esto: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido20? Quien dio al humilde quita al soberbio, porque quien lo ha dado puede quitarlo. A esto se refiere, hermanos —si he expuesto lo que pretendía, lo he explicado según mis posibilidades, no según mi deseo— a esto se refiere, repito, el pasaje: Lavaré entre los inocentes mis manos y rodearé tu altar, Señor, para escuchar la voz de tu alabanza. Es decir, no me sentiré orgulloso de mí por lo que respecta al bien que hay en mí, sino de ti que eres quien me lo diste, para no pretender que me alaben de lo que hay en mí como cosa mía, sino que me alaben en ti, de lo que dimana de ti. Por eso continúa: Para oír la voz de tu alabanza y narrar todas tus maravillas. No las mías, sino las tuyas.
12. [v.8—9] Ved ya, hermanos, ved a aquel enamorado de Dios que presume de Dios, situado entre los malvados, que ruega a Dios no perecer con ellos, puesto que Dios no se equivoca al juzgar. En lo que a ti respecta, cuando ves que los hombres entran en un mismo lugar, estimas que sus méritos son idénticos; pero no temas, Dios no se equivoca. Tú, con el arbitraje del viento, separas la paja del grano. Pretendes que el viento sople para ti. Tú no eres el viento, pero quieres que el viento sople para ti. Con el bieldo levantas la paja y el grano. El viento se lleva lo ligero y queda lo que pesa. Luego escoges el viento para que haga la distinción en la era. ¿Es que Dios busca a otro que comparta con él la función de juez para hacer que no perezcan los buenos junto con los malos? Por tanto, no temas. Si eres bueno, puedes estar seguro, aunque estés rodeado de malos. Y repite lo que acabas de oír: Señor, he amado la belleza de tu casa. La casa de Dios es la Iglesia. Aún contiene malos, pero la belleza de la casa de Dios está en los buenos, en los santos. Esta es la belleza de tu casa que he amado. Y el lugar de la morada de tu gloria. ¿Qué significa esto? Diré que también este pasaje, un tanto oscuro, está relacionado con el significado ya expuesto. Que me ayude el Señor y la atención de vuestro corazón inspirada por el Señor. ¿Por qué dice «el lugar de la morada de tu gloria»? Con anterioridad habló de la belleza de tu casa, exponiendo a continuación en qué consiste la belleza de la casa de Dios. El lugar, dice, de la morada de tu gloria. No basta decir el lugar de la morada de Dios, sino el lugar de la morada de la gloria de Dios. ¿Qué es la gloria de Dios? Esa misma gloria de la que yo hablaba hace poco y que consiste en que quien es bueno no se gloríe en sí mismo, sino en el Señor21. Porque todos han pecado y necesitan de la gloria de Dios22. Aquellas personas en las que mora el Señor de modo que le dan gloria incluso por sus bienes personales hasta el punto de no pretender atribuírselos a sí mismas ni reivindicar como algo propio lo que de él recibieron, son personas que pertenecen a la belleza de la casa de Dios. Ni siquiera la Escritura habría querido hacer distinciones entre ellos, de no ser porque hay algunos que indiscutiblemente tienen el don de Dios, pero no quieren gloriarse en Dios, sino en sí mismos; poseen el don de Dios, pero no forman parte de la belleza de la casa de Dios. Los que pertenecen a la belleza de la casa de Dios, en quienes mora la gloria de Dios, son el lugar donde habita la gloria de Dios. Pero, ¿en quiénes habita la gloria de Dios sino en aquellos que se glorían de tal modo que no lo hacen en sí mismos, sino en el Señor? En resumidas cuentas, dado que he amado la belleza de tu casa, es decir, de todos los que en ella moran y buscan la gloria de Dios; dado que tampoco he puesto mi confianza en el hombre, que no contemporicé con los impíos y que no entraré ni tomaré asiento en sus asambleas, dado que mi actitud en la Iglesia de Dios ha sido la que acabo de exponer, ¿qué me vas a dar a cambio? La respuesta viene a continuación: No hagas perecer con los impíos mi alma, ni mi vida con los hombres sanguinarios.
13. [v.10—12] En cuyas manos hay iniquidades, su diestra está repleta de regalos. Los regalos no consisten sólo en dinero, ni en oro o plata; no son solo los obsequios materiales. Tampoco todos los que reciben estas cosas reciben regalos. A veces también las recibe la Iglesia. Así como suena: las recibió Pedro, las recibió el Señor, pues tenía una bolsa de la que Judas sisaba lo que en ella se metía. ¿Pero qué significa recibir regalos? Alabar a un hombre a cambio de regalos, adularlo, pasarle la mano halagándolo, emitir un fallo contra la verdad a base de regalos. ¿A base de qué clase de regalos? Recibe un regalo, el más vano de todos, el que juzga mal no solamente por oro, plata o algo por el estilo, sino también por un elogio. Ha abierto sus manos para acoger el juicio de la lengua ajena y ha perdido el juicio de la propia conciencia. Y todo ello porque en sus manos hay iniquidades, su diestra está repleta de regalos. Estáis viendo, hermanos, que se hallan delante de Dios, que en sus manos no hay iniquidades ni su diestra está llena de regalos. Sí, están delante de Dios y no tienen otro remedio que decirle: Tú lo sabes. No pueden decirle más que esto: no hagas perecer con los impíos mi alma, ni mi vida con los hombres sanguinarios, puesto que eres el único en ver que no admiten regalos. Un ejemplo: supongamos que dos personas tienen un pleito y lo someten al arbitraje de un siervo de Dios; ambos sostienen que su causa es justa, puesto que si estuvieran convencidos de que era injusta, no buscarían un juez. Uno y otro creen que su causa es justa. Se presentan ante el juez. Antes de pronunciarse la sentencia dicen los dos: Acatamos tu veredicto. Sea cual fuere el resultado de tu dictamen, ¡lejos de nosotros rechazarlo! ¿Y tú qué dices? Juzga como quieras, pero juzga. Si en algo me opongo a tu dictamen, que me condenen. Ambos aprecian al juez antes de emitir sentencia. Pero cuando tenga que dictar sentencia, será contra uno de ellos, sin que y ninguno de los dos conozca cuál va a ser el fallo. Ahora bien, si el juez trata de complacer a ambas partes, acepta como regalo la alabanza humana. Pero una vez admitido este regalo, fijaos en la clase de regalo que pierde. Acepta lo que suena y pasa; pierde lo que se dice y no pasa. La palabra de Dios siempre se pronuncia y no pasa nunca; la palabra del hombre, apenas se pronuncia, pasa. Se aferra a lo inconsistente y pierde lo que es sólido. Pero si tiene presente a Dios, dictará sentencia contra uno, pensando en Dios bajo cuya jurisdicción pronuncia su sentencia. Y aquel contra quien se dicta sentencia —habida cuenta de que ésta no puede revocarse porque es vinculante merced a una ley que tal vez no es eclesiástica, sino de los príncipes seculares que han conferido a la Iglesia tanto poder que cuanto en ella se juzgue no puede ser revocado— si, como acabo de decir, no puede revocarse, ese individuo contra quien se dicta la sentencia no trata ya de centrarse en sí mismo, sino que vuelve sus ojos ofuscados contra el juez denigrándole todo lo que puede. Dice que el juez ha pretendido favorecer al otro apoyándole por dos razones: o porque le ha obsequiado con algún regalo o porque ha temido ofenderle. Le acusa como de haber aceptado sobornos. Pero en el caso de que la causa tuviera lugar entre un pobre y un rico y se hubiera fallado en favor del pobre, el rico exclamaría de modo parecido: Algún regalo recibió. Pero, ¿qué clase de regalos pueden recibirse de un pobre? Dice el rico: Ha visto que se trata de un pobre, y para que no le echen en cara el haber fallado contra él, ha violado la justicia y ha emitido sentencia en contra de la verdad. Consiguientemente, como es inevitable este modo de hablar, reparad en que quienes no aceptan regalos solo en presencia de Dios, el único que ve quién recibe y quién no recibe, pueden decir: Por mi parte, yo he caminado en mi inocencia; rescátame y ten piedad de mí. Mi pie se ha mantenido en la rectitud. Me he visto sacudido por doquier por los escándalos y tentaciones de quienes critican la justicia con temeridad humana, pero mi pie se ha mantenido en la rectitud. ¿Y por qué en la rectitud? Porque ya había dicho con anterioridad: Y pues espero en el Señor, no me harán vacilar.
14. ¿Y cómo concluye? En las asambleas te bendeciré, Señor. Es decir, en las asambleas no me bendeciré como si estuviera seguro de los hombres, sino que te bendeciré en mis obras. Bendecir a Dios en las asambleas, hermanos, consiste en vivir de modo que Dios sea bendecido por las obras de cada cual. Porque el que bendice a Dios con la lengua pero le maldice con los hechos, no bendice al Señor en las asambleas. Casi todos lo bendicen con la lengua, pero no todos lo hacen con sus hechos. Algunos le bendicen con la boca, algunos con las costumbres. Aquellos cuyas costumbres no responden a su modo de hablar hacen de Dios objeto de blasfemia, hasta tal punto que quienes no entran aún en la Iglesia, aunque amen sus pecados y por tanto no deseen ser cristianos, hallan excusa en estos malos cristianos, halagándose y engañándose a sí mismos diciendo: ¿por qué tratas de persuadirme de que me haga cristiano? He sido víctima del engaño de un cristiano, mientras que yo no he engañado a nadie. Un cristiano me ha jurado en falso, cosa que yo nunca he hecho. Palabras que le impiden acercarse a la salvación, hasta el punto que ya no les sirve de nada el hecho de ser no ya precisamente buenos sino medianamente malos. Al igual que no sirve de nada abrir los ojos cuando reina la oscuridad, lo propio ocurre cuando hay luz pero se mantienen los ojos cerrados. Así también el pagano (para hablar de aquellos cuya vida parece buena) tiene los ojos abiertos, pero en la oscuridad, porque no reconocen a su luz que es el Señor. Por su parte, el cristiano que vive mal se halla indiscutiblemente en la luz de Dios, pero mantiene los ojos cerrados. Con su mala vida no quiere ver a aquél en cuyo nombre está como un ciego en medio de la luz, pero sin la vida que produce la visión de la luz verdadera.