Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. [v.1] Salmo de David mismo, el primer día de la semana. Salmo de David mismo, acerca de la glorificación y resurrección del Señor, que aconteció en la madrugada del primer día de la semana, que en lo sucesivo se llama domingo.
2. [v.1—2] Del Señor es la tierra y su plenitud, el disco de la tierra y todos los que habitan en ella, cuando el Señor glorificado es anunciado para que crean en él todas las naciones, y todo el disco de las tierras se convierte en su Iglesia. Él la fundó sobre los mares: él mismo la asentó solidísimamente sobre todas las fluctuaciones de este siglo para que se impusiera a ellas y no la dañaran. Él la dispuso sobre los ríos: los ríos van a dar a la mar, y los hombres ambiciosos se deslizan hacia el mundo. También a estos se impone la Iglesia que, tras superar mediante la gracia de Dios todas las apetencias mundanas, está dispuesta a dar acogida a la inmortalidad por medio de la caridad.
3. [v.3] ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién subirá a las alturas de la justicia del Señor? ¿O quién se mantendrá en pie en su lugar santo? ¿O quién permanecerá en el lugar adonde subirá, fundado sobre los mares y dispuesto sobre los ríos?
4. [v.4] El inocente de manos y limpio de corazón: ¿quién, pues, subirá allá, y permanecerá allí, sino el inocente en sus obras y limpio en sus pensamientos? El que no recibió en vano su alma: el que no contó su alma entre las realidades que no permanecen, sino que, al entender que es inmortal, deseó la eternidad estable e inmutable. Y no juró a su prójimo con engaño: y, por eso, como las cosas eternas son simples y no engañosas, así se mostró a su prójimo sin engaño.
5. [v.5] Ese recibirá del Señor la bendición, y de Dios, su salvación, misericordia.
6. [v.6] Esta es la generación de quienes buscan al Señor: en efecto, así nacen quienes le buscan. De quienes buscan el rostro del Dios de Jacob. (Interludio instrumental). Pues bien, buscan el rostro del Dios que dio la primacía a quien nació el último1.
7. [v.7] Vosotros, príncipes, elevad las puertas: todos cuantos buscáis la primacía entre los hombres, quitad las puertas de la ambición y del temor que vosotros mismos pusisteis, para que no os sean de impedimento. Y elevaos, puertas eternas: y elevaos, accesos de la vida eterna, de la renuncia al mundo y de la conversión a Dios. Y entrará el rey de la gloria: y entrará el rey en el que gloriarnos sin soberbia, el cual, derrotadas las puertas de la condición mortal y abiertas para él las del cielo, cumplió lo que dijo: Gozaos, porque yo he vencido al mundo2.
8. [v.8] ¿Quién es ese rey de la gloria? La naturaleza mortal se sobrecoge por la sorpresa y pregunta: ¿Quién es ese rey de la gloria? El Señor fuerte y poderoso, a quien tú consideraste débil y oprimido. El Señor, poderoso en la batalla: palpa las cicatrices3 y constatarás que están curadas, y que la debilidad humana se ha restituido a la inmortalidad. Cuando el poder glorioso del Señor trabó combate con la muerte, quedó aniquilada esta debilidad, propia de la condición terrena.
9. [v.9] Vosotros, príncipes, elevad las puertas: iníciese ya desde aquí el camino hacia el cielo. Que resuene una vez más el clarín de los profetas: Elevad las puertas también vosotros, príncipes celestiales; las puertas que tenéis en las almas de los hombres que adoran la milicia del cielo4. Y elevaos, puertas eternas: y elevaos, puertas eternas de la justicia, de la caridad y de la castidad, mediante las cuales el alma ama al único Dios verdadero, y no fornica sometida a muchos que son llamados dioses. Y entrará el rey de la gloria: y entrará el rey de la gloria para interceder por nosotros a la derecha del Padre5.
10. [v.10] ¿Quién es ese rey de la gloria? ¿Por qué tú, príncipe del poder de este aire6, te sorprendes y preguntas: Quién es este rey de la gloria? El Señor de las fuerzas es en persona el rey de la gloria. Y, vivificado ya su cuerpo, marcha por encima de ti quien fue tentado; se lanza por encima de todos los ángeles quien se sometió a la tentación del ángel prevaricador. Ninguno de vosotros se interponga ni intercepte nuestro camino, para que lo adoremos como a Dios. Ni principado ni ángel ni fuerza nos separa de la caridad de Cristo7. Mejor es esperar en el Señor que esperar en un príncipe8, de modo que quien se gloría, en el Señor se gloríe9. Ciertamente, estas fuerzas existen en la organización de este mundo, pero el Señor de las fuerzas es en persona el rey de la gloria.