Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. Lo que Dios no quiso que se silenciase a lo largo de las Escrituras, tampoco he de silenciarlo yo, y vosotros tenéis que oírlo. Como sabemos, la pasión del Señor ocurrió una sola vez, pues una sola vez murió Cristo, el justo por los injustos1. También sabemos, tenemos por cierto y con fe inmóvil retenemos que Cristo, tras resucitar de entre los muertos, ya no muere, y la muerte no dominará sobre él2. Esas palabras son del Apóstol; sin embargo, para que no olvidemos lo que sucedió una sola vez, esto acontece en nuestra memoria cada año. ¿Acaso Cristo muere tantas veces cuantas se celebra la Pascua? Pero en todo caso, el recuerdo anual hace presente, digamos, lo que aconteció en otra época, y así causa que, como si viéramos al Señor colgar en la cruz, nos movamos no, sin embargo, a befarlo, sino a creer. De hecho, colgado en un madero, fue befado; sentado en el cielo es adorado. ¿O quizá se le befa aún, y ya no hay que airarse contra los judíos, que, pues no reinó, se burlaron de él incluso agonizante? ¿Y quién es el que aún se befa de Cristo? ¡Ojala fuese uno solo, ojala dos, ojala pudieran contarse! Toda la paja de su era le befa, y el trigo3 lamenta que el Señor sea befado. Esto quiero lamentar con vosotros, pues es tiempo de dolerse.
Se celebra la pasión del Señor: es tiempo de lamentarse, tiempo de llorar, tiempo de confesar y suplicar. ¿Y quién de nosotros es idóneo para derramar lágrimas según el mérito de dolor tan grande? ¿Pero qué ha aseverado hace un momento el profeta? ¿Quién dará agua a mi cabeza y a mis ojos una fuente de lágrimas?4 Si verdaderamente hubiera en nuestros ojos una fuente de lágrimas, ni siquiera esta bastaría. ¡Befarse de Cristo a propósito de algo evidente, de algo respecto a lo cual nadie puede decir: «No he comprendido»! Al que posee todo el disco de las tierras se le ofrece una parte, y al que está sentado a la derecha del Padre se le dice: «He ahí qué tienes aquí». Y, en vez de la entera tierra, ¡se le muestra solo África!
2. Las palabras que acabamos de escuchar, hermanos, ¿cómo las presentaré? ¡Si pudieran ser expuestas con lágrimas! ¿Quién fue la mujer que entró con aceite perfumado?5 ¿De quién llevaba la imagen? ¿Acaso no de la Iglesia? ¿De qué era figura ese aceite perfumado? ¿Acaso no del buen olor acerca del cual dice el Apóstol: En todo lugar somos buen olor de Cristo?6 En efecto, también el Apóstol insinuaba la función de la Iglesia misma y, lo que ha dicho, «somos», lo ha dicho a los fieles. ¿Y qué ha dicho? En todo lugar somos buen olor de Cristo. Ha dicho Pablo que todos los fieles son en todo lugar buen olor de Cristo, mas se le contradice y se dice: «Sola África huele bien, el entero mundo apesta». ¿Quién dice: En todo lugar somos buen olor de Cristo? La Iglesia. Este buen olor lo significaba aquella vasija de aceite perfumado que roció al Señor. Veamos si no lo testimonia también el Señor mismo. Cuando ciertos individuos que buscaban sus intereses, avaros, ladrones, esto es, el famoso Judas, decían acerca del aceite perfumado: ¿Para qué esta pérdida? Podía venderse como cosa cara y aprovechar a los pobres —por cierto, quería vender el buen olor de Cristo—, ¿qué respondió el Señor? ¿Para qué molestáis a esta mujer? Una buena obra ha hecho en mí. ¿Y qué más diré, ya que él en persona ha dicho: Pues bien, doquiera se proclame esta buena noticia en el mundo entero, se dirá también lo que ha hecho esta mujer?7 ¿Hay algo que añadir? ¿Hay algo que quitar? ¿Hay por qué prestar oído a acusadores falsos? ¿Ha mentido el Señor, o se ha engañado? Elijan qué decir, digan que la Verdad mintió, o digan que la Verdad se engañó. Doquiera se proclame esta buena noticia. Y, como si le preguntases dónde se proclamará, responde: En el mundo entero.
Oigamos el salmo, veamos si dice esto. Oigamos lo que se canta llorando, precisamente una cosa en verdad digna de llanto cuando se canta a sordos. Me asombro, hermanos, de que este salmo se lea hoy también en el partido de Donato. Os ruego, hermanos míos, os confieso, la misericordia de Cristo sabe que me asombro de que estén allí como si fuesen de piedra, y de que no oigan. ¿Qué se dice más claramente a los sordos? En el salmo, la pasión de Cristo se recita tan evidentemente como si aquel fuese el evangelio, y eso está dicho no sé cuántos años antes que el Señor naciera de la Virgen María: era el pregonero que hacía saber que el juez iba a venir. Leámoslo, en cuanto lo permite la brevedad del tiempo, no según el sentimiento de nuestro dolor sino, como he dicho, en cuanto lo permite la brevedad del tiempo.
3. [v.2] Dios, Dios mío, mírame; ¿por qué me has abandonado? Este verso primero lo hemos oído en la cruz, donde dijo el Señor: «Elí, Elí», que significa «Dios mío, Dios mío», «lamá sabaktaní», que significa «¿por qué me has abandonado?»8. El evangelista lo tradujo y dijo que aquel había dicho en hebreo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Qué quiso decir el Señor? De hecho, Dios no le había abandonado, pues él mismo era Dios; sí, era Dios el Hijo de Dios; sí, era Dios la Palabra de Dios.
Escucha desde el comienzo al evangelista que eructaba lo que había bebido del pecho del Señor9. Veamos si Cristo es Dios: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. Por tanto, esta misma Palabra que era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros10. Y porque la Palabra Dios se había hecho carne, pendía de la cruz y decía: Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué se dice, sino porque nosotros estábamos allí, sino porque el cuerpo de Cristo es la Iglesia?11 ¿Para qué dijo «Dios mío, Dios mío, mírame, ¿por qué me has abandonado?», sino para hacer que de algún modo atendamos, y para decirnos: «Este salmo está escrito acerca de mí»?
Lejos de mi salvación, las palabras de mis delitos. ¿De qué delitos, a propósito de quien está dicho: El cual no cometió pecado ni se halló dolo en sus labios?12 ¿Cómo, pues, dice «de mis delitos», sino porque él ruega por nuestros delitos e hizo suyos nuestros delitos, para hacer nuestra su justicia?
4. [v.3] Dios mío, gritaré a ti durante el día y no escucharás; y de noche, mas no para que yo ignore. Lo dijo, sí, de mí, de ti, de él, pues representaba a su cuerpo, esto es, a la Iglesia. A no ser que quizá supongáis, hermanos, que, cuando el Señor dijo: Padre, si pudiera hacerse, pase de mí este cáliz13, temía morir. No es más valiente el soldado que el general. Basta al esclavo ser como su amo14. Pablo, soldado del rey Cristo, dice: Las dos cosas me fuerzan, pues tengo el deseo de disolverme y estar con Cristo15. Él desea la muerte para estar con Cristo ¿y Cristo mismo teme la muerte? Pero ¿qué significa esto, sino que llevaba a sus espaldas nuestra debilidad y decía esas cosas, sustituyendo a estos que, constituidos en su cuerpo, aún temen la muerte? A eso se debía aquella frase, era la frase de sus miembros, no de la cabeza. Así también aquí: Durante el día y la noche he gritado, y no escucharás. En efecto, muchos gritan en la tribulación y no son escuchados, pero para la salvación, no para que ignoren. Gritó Pablo para que le fuese quitado un aguijón de la carne, mas no fue escuchado de modo que le fuese quitado, y se le dijo: Te basta mi gracia, porque la fuerza llega a su apogeo en la debilidad16. No fue escuchado, pues, pero no para que ignorase, sino para que tuviera la sabiduría, a fin de que el hombre entienda que Dios es médico, y que la tribulación es medicina para la salvación, no castigo con arreglo a la condenación. Puesto bajo la medicina, te queman, te cortan, y gritas: el médico oye no según tu voluntad, sino con arreglo a tu curación.
5. [v.4] Pero tú habitas en el santuario, alabanza de Israel. Habitas en quienes has santificado, y a los cuales haces entender que a algunos no los escuchas para su provecho, y que a otros los escuchas para su condenación. Para su provecho no fue escuchado Pablo; para su condenación fue escuchado el diablo. Pidió disponer de Job para tentarlo, y se le concedió17. Los demonios pidieron irse a los cerdos y fueron escuchados18. ¡Los demonios son escuchados, el Apóstol no es escuchado! Pero son escuchados para su condenación, para la salvación no es escuchado el Apóstol, porque no para que yo ignore.
Pero tú habitas en el santuario, alabanza de Israel. ¿Por qué no escuchas también a los tuyos? ¿Por qué digo esto? Recordad que siempre se dice: «¡Gracias a Dios!». Gran gentío hay aquí; incluso quienes no suelen venir han venido. A todos digo que el cristiano puesto en tribulación es sometido a prueba, a ver si no ha abandonado a su Dios. Efectivamente, cuando le va bien al hombre, el cristiano es dejado a sus propias manos. El fuego entra al horno, y el horno del orfebre es cosa de gran misterio. Allí hay oro, allí hay paja, allí el fuego actúa en un espacio angosto. Ese fuego no es diverso, mas realiza funciones diversas: convierte en ceniza la paja, quita al oro las suciedades. En cambio, aquellos en quienes habita Dios, ciertamente se hacen mejores en la tribulación, probados como el oro. Y si quizá el enemigo, el diablo, pidiere y le fuere concedido atormentar con algún dolor del cuerpo o con algún perjuicio o con la pérdida de los suyos, el cristiano tenga fijo el corazón en ese que no se retira, y si, por así decirlo, retira su oído al que llora, aplica misericordia al que suplica. Sabe qué hacer el que nos hizo; sabe también rehacernos. Bueno es el constructor que edificó la casa y, si de ella se hubiere caído algo, sabe repararla.
6. [v.5] Y mira qué dice: En ti esperaron nuestros padres; esperaron y los libraste. Sabemos y leemos a cuántos padres nuestros que esperaron en él libró Dios. Precisamente al pueblo de Israel lo sacó del país de Egipto19; sacó del horno de fuego a los tres jóvenes; sacó del foso de los leones a Daniel, libró de la acusación falsa a Susana20. Todos invocaron y fueron dos. ¿Acaso falló respecto a su Hijo, no escuchándole mientras pendía de la cruz? Ahora bien, ¿por qué no es librado ahora mismo ese que ha dicho: En ti esperaron nuestros padres y los libraste?
7. [v.7] Pero yo soy un gusano, y no un hombre. Gusano, y no hombre: efectivamente, también el hombre es gusano, pero aquel es gusano y no hombre. ¿Por qué no hombre? Porque es Dios. ¿Por qué, pues, se rebajó hasta decir «gusano »? ¿Acaso porque el gusano nace de la carne sin unión sexual, como Cristo nació de María virgen? Gusano y, sin embargo, no hombre. ¿Por qué gusano? Porque es mortal, porque nació de la carne, porque nació sin unión sexual. ¿Por qué no hombre? Porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios21.
8. [v.7] Oprobio de los hombres y rechazo de la plebe. Ved cuántas cosas sufrió. Para hablar ya de la pasión y acercarnos a ella con gemido más intenso, ved cuántas sufre actualmente, y luego ved por qué. De hecho, ¿cuál es el fruto? He ahí que nuestros padres esperaron y fueron sacados del país de Egipto. Y, como he dicho, tantísimos le invocaron y al instante, en el tiempo oportuno, no en la vida futura, sino en el acto fueron librados. Job mismo fue cedido al diablo, que lo pidió, para que se pudriera de gusanos; sin embargo, recobró en esta vida la salud y recibió el doble de lo que había perdido22. Al Señor, en cambio, le flagelaban y na die le socorría; le deformaban con escupitajos y nadie le socorría; con bofetadas le golpeaban y nadie le socorría; de espinas le coronaban, nadie le socorría; le levantaban en un madero, nadie le libró; grita: Dios mío, Dios mío, ¿para qué me has abandonado?, y no se le socorre. ¿Por qué, hermanos míos, por qué? ¿A cambio de qué retribución padeció tantas cosas? Todas esas que padeció son un pago. ¿En pago de qué padeció tantas? Recitemos públicamente el salmo, veamos qué dice. Analicemos primero las que padeció, después por qué, y veamos cuán enemigos de Cristo son quienes reconocen que padeció tantas cosas, pero suprimen el por qué. Por tanto, en este salmo escuchemos todo entero qué padeció y por qué. Retened estas dos cosas: qué y por qué. Ahora mismo explicaré precisamente qué sufrió. No nos detengamos en ello, y os llegarán mejor las palabras mismas del salmo. Ved qué padece el Señor; atended, cristianos: Oprobio de los hombres y rechazo de la plebe.
9. [v.8—9] Todos los que me veían se burlaban de mí, hablaron con los labios y movieron la cabeza. Esperó en el Señor, líbrelo; póngalo a salvo, porque le quiere. Pero ¿por qué decían eso? Porque se había hecho hombre, las decían como contra un hombre.
10. [v.10] Porque tú eres quien me extrajiste del vientre. ¿Acaso dirían tales cosas contra aquella Palabra que existía en el principio, y la Palabra estaba en Dios? En efecto, aquella Palabra mediante la que se hizo todo no fue extraída del vientre, sino porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros23. Porque tú me extrajiste del vientre, Dios mío desde los pechos de mi madre. Efectivamente, antes de los siglos eres mi Padre, desde los pechos de mi madre eres mi Dios.
11. [v.11] A ti he sido lanzado desde el seno, esto es, para que solo tú fueses mi esperanza como hombre ya, como débil ya, como Palabra hecha carne ya. Desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios: eres mi Dios no [en cuanto que procedo] de ti, pues [en cuanto que procedo] de ti eres mi Padre, sino que desde el vientre de mi madre eres mi Dios.
12. [v.12] No te apartes de mí, porque la tribulación está próxima, porque no hay quien ayude. Vedlo abandonado, y ¡ay de nosotros si él nos abandona!, porque no hay quien ayude.
13. [v.13] Me circundaron muchos novillos, toros lustrosos me asediaron. El pueblo y los dirigentes. El pueblo, muchos novillos; los dirigentes, toros lustrosos.
14. [v.14] Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente. Escuchemos en el evangelio su rugido: ¡Crucifica! ¡Crucifica!24.
15. [v.15] Como agua me he derramado, y fueron dispersados todos mis huesos. Huesos suyos llama a sus discípulos firmes, pues en el cuerpo son firmes los huesos. ¿Cuándo dispersó sus huesos? Cuando les dijo: He ahí que yo os envío como corderos en medio de lobos25. Dispersó sus discípulos firmes y como agua se ha derramado, pues cuando se derrama el agua, lava o riega. Cristo se derramó como agua: lavados fueron los manchados, regadas fueron las mentes.
Mi corazón se ha hecho como cera que se derrite, en medio de mi vientre. Vientre suyo a los débiles de su Iglesia. ¿Cómo se ha hecho cual cera su corazón? Su corazón es su Escritura, esto es, su sabiduría, que estaba en las Escrituras. En efecto, cerrada estaba la Escritura, nadie la entendía. Fue crucificado el Señor, y ella se licuó cual cera, para que todos los débiles entendieran la Escritura. Efectivamente, el velo del templo se rasgó26, precisamente porque lo que se velaba se reveló.
16. [v.16] Mi fuerza se secó como una teja. Magníficamente lo que ha dicho: «Mi nombre se ha hecho más firme con la tribulación». Como la teja es blanda antes del fuego, fuerte después del fuego, así el nombre del Señor era despreciado antes de la pasión, y después de la pasión se le honra. Y mi lengua se pegó a mis fauces. Como ese miembro no vale en nosotros sino para hablar, así ha dicho que sus predicadores, su lengua, se habían pegado a sus fauces, de modo que de sus entrañas tomasen la sabiduría. Y me hiciste bajar al polvo de muerte.
17. [v.17] Porque me circundaron muchos perros, una asociación de maquinadores me circundó. Ved también el evangelio27. Perforaron mis manos y mis pies. Entonces se produjeron las heridas. Las cicatrices de estas heridas palpó un discípulo dubitativo, el que dijo: Si no meto mis dedos en las cicatrices de sus heridas, no creeré. Cuando le dijo «Ven, mete tu mano, incrédulo», metió su mano y gritó: ¡Señor mío y Dios mío! Y aquel: Porque me has visto, has creído; dichosos quienes no ven y creen28. Perforaron mis manos y mis pies.
18. [v.18] Contaron todos mis huesos, cuando colgado estaba extendido en el madero. La extensión del cuerpo en el madero no pudo describirse mejor que diciendo: Contaron todos mis huesos.
19. [v.18—19] Esos mismos, en verdad, me contemplaron y miraron. Contemplaron y no entendieron, miraron y no vieron. Sus ojos llegaron hasta la carne, pero su corazón no llegó hasta la Palabra. Se repartieron mis vestidos: sus vestidos son sus sacramentos. Atended, hermanos. Sus vestidos, sus sacramentos, pudieron ser divididos por las herejías. Pero también había allí un vestido que nadie dividió. Pero sobre mi vestido echaron a suerte. Allí estaba la túnica, dice el evangelista, tejida de arriba abajo29: del cielo, pues; por el Padre, pues; por el Espíritu Santo. ¿Cuál es esta túnica sino la caridad que nadie puede dividir? ¿Cuál es esta túnica sino la unidad? Se la echa a suertes, nadie la divide. Los herejes han podido dividirse los sacramentos, pero no han dividido la caridad. Y porque no pudieron romperla, se han retirado; ella, en cambio, permanece íntegra. A algunos les toca en suerte; quien la tiene está seguro, nadie lo mueve de la Iglesia católica. Y si alguien comienza a tenerla fuera, se le hace entrar como al ramo de olivo lo hizo entrar en el arca la paloma30.
20. [v.20] Pero tú, Señor, no alejes tu socorro. Y ocurrió: tras un triduo resucitó. Mira por mi defensa.
21. [v.21] Libra mi alma de la frámea, esto es, de la muerte. Por cierto, la frámea es una espada, y quiso que por la espada se entienda la muerte. Y de la garra del perro a mi única. A mi alma, a mi única, cabeza y cuerpo. Ha llamado única a la Iglesia. De la garra, esto es, del poder del perro. ¿Quiénes son perros? Quienes ladran al estilo de los perros, sin saber contra quiénes. No se les hace nada, y ladran. ¿Qué ha hecho al perro el que sigue su camino? Sin embargo, aquel ladra. Quienes ladran, ciegos los ojos, sin distinguir contra quiénes o a favor de quiénes, son perros.
22. [v.22] Ponme a salvo de la boca del león. Sabéis quién es el león rugiente que ronda y busca a quién devorar31. Y de los cuernos de los unicornios, mi humildad: denomina unicornios a los orgullosos y sólo a ellos. Por eso añade: mi pequeñez.
23. [v.23] Habéis oído qué cosas ha padecido, y qué ha pedido para ser librado de esas. Fijémonos ahora en por qué ha padecido. Primero advertid esto, hermanos. Quien no se halle en el lote de aquellos por quienes sufrió Cristo, ¿por qué es cristiano? Mirad, ya hemos entendido sus padecimientos: contaron sus huesos, fue objeto de mofa, dividieron sus ropas, echaron a suertes su túnica, le rodearon furioso y sañudos, y se dispersaron todos sus huesos. Lo hemos oído aquí y lo leemos en el evangelio. Veamos por qué. ¡Oh Cristo, Hijo de Dios! Si no hubieras querido no habrías sufrido. Manifiéstanos el fruto de tu pasión. Escucha, dice, el fruto. Yo no lo callo, pero los hombres están sordos. Escucha, dice, el fruto por el que padecí todas esas cosas. Hablaré de tu nombre a mis hermanos. Veamos si a sus hermanos habla del nombre de Dios en una parte. Hablaré de tu nombre a mis hermanos; en medio de la Iglesia te ensalzaré cantando. Esto sucede ahora mismo. Pero veamos de qué Iglesia se trata, puesto que ha dicho: En medio de la Iglesia te ensalzaré cantando. Veamos la Iglesia, por la que ha padecido.
24. [v.24] Los que teméis al Señor, alabadle. Dondequiera que se teme y se alaba a Dios, allí está la Iglesia de Cristo. Ved, hermanos míos, si en estos días se dice sin motivo, por el entero disco de las tierras: Amén y Aleluya. ¿No se teme allí a Dios? ¿No se alaba allí a Dios? Salió Donato y dijo: «En absoluto, no se le teme; el mundo entero ha perecido». Sin razón dices: «El mundo entero ha perecido». Conque, ¿sólo quedó un pequeño grupo en África? Entonces ¿Cristo no dice nada con lo tape estas bocas, con lo que arranque de raíz las lenguas de quienes dicen esas cosas? Veamos, pues tal vez lo encontremos. Aún se nos dice: En medio de la Iglesia; acerca de nuestra Iglesia lo dice. Los que teméis al Señor, alabadle. Veamos si ellos alaban al Señor y examinemos si habla de ellos, o si es objeto de alabanza en medio de su Iglesia. ¿Cómo van a alabar a Cristo los que dicen: «Él ha perdido la tierra entera, el diablo se la ha arrebatado, quedando él solo en una porción de la misma?». Pero veamos todavía más; dígalo de forma más clara, hable con mayor claridad, sin dejar nada a la interpretación, nada a la conjetura. Linaje todo de Jacob, glorificadle. Quizás aún repliquen: «Nosotros somos el linaje de Jacob». Veamos si lo son.
25. [v.25] Que le tema todo el linaje de Israel. Sigan diciendo: «Nosotros somos el linaje de Israel»; dejémosles que lo digan. Porque no desdeñó ni despreció la súplica de los pobres. ¿De qué pobres? De los que no presumen de sí mismos. Analicemos si son pobres quienes dicen: «Nosotros somos los justos». Cristo grita diciendo: Lejos de mi salvación las palabras de mis delitos. Pero digan todavía lo que les venga en gana. Ni apartó de mí su rostro, y cuando gritaba hacia él, me escuchó. ¿Por qué le escuchó? ¿En qué?
26. [v.26] Mi alabanza está en ti: depositó su alabanza en Dios, enseñó a no presumir de un hombre. Digan todavía lo que quieran. Es claro que ya están comenzando a chamuscarse, pues el fuego comienza a acercárseles. No hay quien se libre de su calor32. Pero digan todavía: «También nosotros hemos depositado nuestra alabanza en él, y no presumimos de nosotros». Díganlo todavía. En la Iglesia grande te confesaré: pienso que aquí comienza a ir a lo profundo. ¿Qué es una gran Iglesia, hermanos? ¿Puede ser una gran Iglesia un rincón diminuto del orbe? Una gran Iglesia es la totalidad del orbe. Supongamos que alguien quiere llevar la contraria a Cristo: «Tú dijiste: En la Iglesia grande te confesaré; haznos saber cuál es esa gran Iglesia. Te has quedado en un rincón de África, has perdido el mundo entero. Derramaste tu sangre por el mundo entero, pero has sufrido un usurpador». Esto lo hemos dicho al Señor como preguntándole, pero sabiendo la respuesta. Supongamos que desconocemos la respuesta que nos va a dar. ¿Su respuesta no será: «Tranquilos, todavía os voy a decir algo que no dejará lugar a dudas?». Vamos a esperar, pues, qué va a decir. Yo ya quería decirlo y no admitir que los hombres interpreten de otra manera estas palabras de Cristo: Te confesaré en la Iglesia grande. Pero tú dices que permaneció en el último rincón. Todavía tienen la osadía de decir: También nuestra Iglesia es grande. ¿Qué te parecen Bagai y Tamugade? Si el salmo no les dice algo que les haga callar, que sigan diciendo que solo Numidia es la Iglesia grande.
27. [v.27—28] Veamos, escuchemos todavía al Señor: Entregaré mis ofrendas ante quienes le temen. ¿Cuáles son sus ofrendas? El sacrificio que ofreció a Dios. ¿Sabéis de qué sacrificio se trata? Los fieles conocen las ofrendas que entregó ante quienes le temen, pues el texto prosigue: Comerán los pobres y se saciarán. Dichosos los pobres porque comen de modo que se hartan, pues comen siendo pobres. En cuanto a los que son ricos, no llegan a hartarse porque les falta el hambre. Comerán los pobres: entre ellos estaba Pedro, el célebre pescador; estaba también otro pescador, Juan, y su hermano Santiago; estaba también un publicano, Mateo. Pertenecían al grupo de los pobres los que comieron y se saciaron, habiendo sufrido lo que comieron. Dio su cena, dio su pasión. Se sacia el que le imita. Le imitaron los pobres, porque sufrieron de tal modo que siguieron las huellas de Cristo33. Comerán los pobres. Y ¿por qué son pobres? Y alabarán al Señor quienes le buscan con afán. Los ricos se alaban a sí mismos; los pobres alaban al Señor. Y ¿por qué son pobres? Porque alaban y buscan al Señor. El Señor es la riqueza de los pobres. Su casa está vacía, precisamente para tener lleno de riquezas el corazón. Los ricos busquen con qué llenar sus arcas, los pobres busquen con qué llenar su corazón y, cuando lo hayan llenado, alaban al Señor quienes le buscan. Y ved, hermanos, en qué son ricos quiénes son verdaderamente pobres. No en su arca, ni en su granero, ni en su bodega: Sus corazones vivirán por los siglos de los siglos.
28. Conque prestadme atención. El Señor padeció. Sufrió todo lo que acabáis de oír. Le preguntamos el porqué de esos sufrimientos y comienza a decirnos: Hablaré de tu nombre a mis hermanos, en medio de la Iglesia te ensalzaré cantando. Pero aún dicen: «La Iglesia es ésta». Que le tema todo el linaje de Israel. Dicen: «Nosotros somos el linaje de Israel». Porque no desdeñó ni despreció la súplica del pobre. Aún dicen: «Lo somos nosotros». Ni apartó de mí su rostro: lo dice el mismo Cristo, el Señor, refiriéndose a sí, es decir, a su Iglesia, que es su cuerpo. Mi alabanza está en ti. Vosotros queréis alabaros a vosotros mismos. Pero contestan: «En absoluto; también nosotros le alabamos». Entregaré al Señor mis ofrendas ante quienes le temen. Los creyentes conocen el sacrificio de la paz, el sacrificio de la caridad, el sacrificio de su cuerpo. Pero ahora no es el momento de hablar de él. Entregaré mis ofrendas ante quienes le temen. Que coman los publicanos, que coman los pescadores, sí, que coman. Imiten al Señor, sufran, conozcan la hartura. Murió el Señor mismo y también mueren los pobres; a la muerte del maestro se añade la muerte de sus discípulos. ¿Por qué? Preséntame su fruto. Se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra.
Vamos, hermanos, ¿por qué me preguntáis a mí qué hay que responder al partido de Donato? He ahí el salmo, aquí se lee hoy y allí se lee hoy. Imprimámoslo en nuestras frentes, avancemos con él; que nuestra lengua no cese de decir: Ved a Cristo con su pasión, ved al comerciante con todo el género a la vista; ved el precio que pagó: el derramamiento de su sangre. En una bolsa llevaba nuestro precio. Alancearon la bolsa, se rasgó y de ella brotó el precio del orbe de la tierra. ¿Qué me dices, hereje? ¿Que no se trata del precio del orbe entero? ¿Es que sólo África fue redimida? No tienes el atrevimiento de decir que el mundo entero fue redimido, pero que pereció. ¿Qué invasor tuvo que padecer Cristo, hasta hacerle perder lo que era propiedad suya? He aquí que se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra. Que te sacie todavía, y te siga hablando. Si se limitara a mencionar los confines de la tierra, pero no recalcara todos los confines de la tierra, se empeñarían en decir: «En Mauritania tenemos los confines de la tierra». Pero dijo todos los confines de la tierra; dijo todos, hereje. ¿Qué salida te queda que te permita evitar esta cuestión? No tienes por donde salir, pero sí por donde entrar.
29. [v.28—29] Por favor, no pretendo entrar en una disputa, para que no se diga que mis palabras tienen algún valor. Fijad vuestra atención en el salmo, leedlo. Ved en él que Cristo padeció, que derramó su sangre; ved en él a nuestro redentor, el precio que pagó por nosotros. Que se me diga qué compró. ¿Por qué pregunto esto? ¿Qué ocurre si alguien me replica: pero, por qué preguntas, necio? En tus manos tienes el libro; en él consta con qué lo compró, busca también en él lo que compró. Ahí lo tienes: Se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra. Sí, se acordarán todos los confines de la tierra. Pero los herejes lo han olvidado y por eso lo oyen todos los años. ¿Crees que aplican el oído cuando su lector dice: Se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra? ¡Vaya, hombre! Quizá se trata de un solo verso; quizá cuando se leyó estabas pensando en otra cosa o charlando con tu hermano. Presta atención, que lo repite y aporrea a los sordos: Y adorarán en su presencia todas las familias de las naciones. Sigue haciéndose el sordo, no escucha. Vamos a hacer otra llamada: Porque del Señor es el reino, y él dominará sobre las naciones. Memorizad bien estos tres versos, hermanos. También los han cantado hoy allí, o tal vez los han tachado. Creedme, hermanos míos: tanto me recome y enfurece este hecho que estoy realmente asombrado de esa especie de sordera y dureza de su corazón. A veces hasta me entran dudas de si estos versos se hallan en sus códices. Tal día como hoy todos acuden en masa a la iglesia, todos escuchan el salmo con atención, todos los oyen embelesados. Pero suponte que no prestan la debida atención. ¿Es que se trata únicamente del verso se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra? Acabas de despertarte y aún te restriegas los ojos: Y adorarán en su presencia todas las familias de las naciones. Vamos, desperézate, aún estás medio dormido, escucha: Porque del Señor es el reino, y él dominará sobre las naciones.
30. No sé si tendrán algo más que decir. Que discutan con las Escrituras, no con nosotros. Ahí tienen el libro, que peleen con él. ¿Dónde está lo que andan diciendo: nosotros salvamos las Escrituras, evitando que fueran pasto de las llamas? Sí, las preservaste del fuego, para arder tú. ¿Qué es lo que has conservado? Vamos, lee: las guardaste, pero te opones a ellas. ¿Por qué las preservaste de las llamas, si las quieres borrar con la lengua? No, no creo que las salvaras tú; no me lo creo en absoluto; no las salvaste. Los nuestros dicen con toda razón que eres un traidor, que las entregaste. Es traidor, sin duda, quien tras leer el testamento no se atiene a sus cláusulas. Me lo leen y lo acato; te lo leen y lo rechazas. ¿Qué mano las lanzó a las llamas? ¿La del que cree y las acata, o la del que lamenta que existan y se las pueda leer? No tengo interés en saber quién las guardó. Independientemente de dónde haya sido encontrado el códice, el testamento de nuestro padre ha salido de no sé qué caverna. Ignoro qué ladrones trataban de llevárselo, quiénes lo perseguían para entregarlo a las llamas. De dondequiera que haya salido, léase. ¿Por qué andas porfiando? Dejemos nuestras querellas, pues somos humanos. Nuestro padre no ha muerto sin dejar testamento. Hizo testamento y se murió. Murió pero resucitó. Sobre la herencia de los difuntos sólo cabe discutir hasta el momento de hacer público el testamento. Y cuando se hace público todos guardan silencio, para proceder a la apertura y a la lectura de las cláusulas. El juez escucha con atención, los abogados guardan silencio, quienes lo están leyendo hacen una pausa, el pueblo entero está pendiente de la lectura de las palabras del difunto, que está en la tumba y no puede oír. Él yace sin vida en el sepulcro, y sin embargo, sus palabras tienen valor. ¿Y se impugna el testamento de Cristo que está sentado en el cielo? Ábrelo, vamos a leerlo. ¿A qué discutir si somos hermanos? Fuera de nosotros toda tensión. Nuestro padre no nos ha dejado sin testar. El que hizo testamento vive para siempre. Escucha nuestras palabras y reconoce la suya. Leámoslo, ¿para qué seguir discutiendo? Cuando hayamos descubierto cuál es la herencia, quedémonos con ella. Abre el testamento. Lee el encabezamiento del mismo salterio: Pídeme. Pero ¿quién es el que habla? Quizá no sea Cristo. Ahí lo tienes: El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». Luego es el Hijo de Dios el que habla, o es el Padre el que le habla al Hijo. ¿Y qué le dice al Hijo? Pídeme: te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra34. Pero suele ocurrir, hermanos, que cuando se discute acerca de una propiedad, se pregunta a los colindantes. Entre este o aquel otro colindante se busca quién es el heredero, o a quien se dona, o quien la compra. ¿Entre qué colindantes se investiga? Entre los propietarios de al lado. El que anuló todas las lindes no dejó ningún colindante. Adondequiera que mires está Cristo. Tienes como herencia los confines de la tierra; ven acá, poséela junto conmigo. ¿Por qué pleiteas por una parcelita? Ven acá. Serás vencido para tu propio bien. Poseerás la hacienda entera. ¿Aún andas con infundios? Personalmente tengo bien leído el testamento y tú sigues con tus trapacerías. ¿Andas buscando sutilezas porque dijo los confines de la tierra y no dijo todos los confines de la tierra? Procedamos, pues en la lectura. ¿Qué acaba de leerse? Se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra. Y adorarán en su presencia todas las familias de las naciones. Porque del Señor es el reino y él dominará sobre las naciones. El reino es suyo, no vuestro. Reconoced a vuestro Señor. Reconoced la posesión del Señor.
31. Pero también vosotros, que queréis poseer vuestras cosas por separado y no en la común unidad con Cristo, pues que deseáis dominar en la tierra y no reinar con él en el cielo, poseéis vuestras casas. Y ocurre algunas veces que nos acercamos a ellos y les decimos: «Busquemos la verdad, hallemos la verdad». Pero ellos dan como respuesta: «Conservad lo que tenéis. Tú tienes tus ovejas y yo las mías. No te metas con mis ovejas, puesto que yo tampoco me meto con las tuyas». ¡Alabado sea Dios! Las ovejas son mías, las ovejas son de él. Entonces ¿qué compró Cristo? Pues bien, que no sean ni mías ni tuyas. Que sean del que las compró, de las que las marcó con su divisa. Ni el que planta significa nada, ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios35. ¿Por qué yo tengo las mías y tú las tuyas? Si Cristo está contigo, que vayan ahí mis ovejas porque no son mías; si Cristo está conmigo, que las tuyas vengan acá, porque no son tuyas. Que nos besen la cabeza y las manos a nosotros, sus propietarios, y que perezcan los hijos extraños. La posesión no es mía, dice. ¿A qué viene eso? Veamos si la posesión es tuya o no. Comprobemos si la reivindicas o no. Yo me fatigo en pro del nombre de Cristo, tú en pro del nombre de Donato. En efecto, si piensas en Cristo, Cristo está en todas partes. Tú dices: Cristo está aquí36. Yo digo: Cristo está en todas partes. Alabad, niños, al Señor, alabad el nombre del Señor. ¿Desde dónde hasta dónde? Desde la salida del sol hasta su ocaso, alabad el nombre del Señor37. He aquí la Iglesia que presento, lo que Cristo adquirió, lo que redimió, aquello por lo que derramó su sangre. Y tú, ¿qué dices? Digo que también recojo para él. El que no recoge conmigo, dice, desparrama38. Tú rompes la unidad, buscas tus posesiones. ¿Y por qué llevan el nombre de Cristo? Porque para defender tu parcela le pusiste el título de propiedad de Cristo. ¿No es lo mismo que hacen otros en su vivienda? Para que ningún prepotente ocupe su casa pone los títulos de propiedad de otra persona poderosa, títulos falsos. Quiere seguir siendo propietario y, sin embargo, quiere tutelar su casa colocando en la fachada títulos ajenos, de modo que cualquiera, al leer el título, intimidado por el poder del nombre que allí figura, se abstenga de ocuparla. Ya lo hicieron cuando condenaron a los maximinianistas. Presentaron su causa ante los jueces y recitaron los cánones de su Concilio, como presentando los títulos para que les tuvieran por obispos. Acto seguido, el juez preguntó: ¿Qué otro obispo hay aquí del partido de Donato? Respondió el oficial de turno: Nosotros sólo conocemos a Aurelio el católico. Por temor a las leyes sólo hablaron de un único obispo. Pero luego, para que el juez atendiera a sus demandas, presentaron el nombre de Cristo. En su heredad colocaron los títulos de Cristo. Que los perdone el Señor, que es bueno, pero que en donde encuentre los títulos de propiedad a su nombre lo reivindique como posesión suya. Poderosa es su misericordia para hacer esto con ellos en cuanto posesión suya. Que a todos los que encuentre ostentando el nombre de Cristo los reúna. Observad, hermanos, por lo demás, lo que ocurre cuando algún personaje poderoso halla los títulos de posesión a su nombre. ¿No reclama con todo derecho el patrimonio diciendo: No llevaría mi título de propiedad si no fuera mío? Puso mis títulos, luego la propiedad es mía. Lo que lleva mi nombre es mío. ¿Acaso cambia los títulos? No, sigue el mismo título de antes. Cambia el propietario, pero no el título. Lo propio acontece con los que tienen el bautismo de Cristo: si vuelven a la unidad, no cambiamos ni suprimimos los títulos, sino que reconocemos los títulos de nuestro rey, los títulos de nuestro emperador. Pero ¿qué decimos? ¿Oh casa desafortunada? Que tu propietario sea aquel cuyos títulos exhibes. Tienes los títulos de Cristo, no seas propiedad de Donato.
32. Hermanos, hemos hablado largo y tendido, pero que no se os apee de la memoria la lectura de hoy. Ved que os lo repito, y hay que repetirlo a menudo: por este santo día y por los misterios que en él celebramos os apremio a que tengáis continuamente presente en vuestro pensamiento: Se acordarán y se volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra, y adorarán en su presencia todas las familias de las naciones, porque del Señor es el reino y él dominará sobre las naciones. Contra la posesión de Cristo tan clara y tan públicamente comprobada no hagáis caso del impostor. Todo argumento en contra es palabra humana; pero el que aquí habla es Dios.