EXPOSICIÓN SEGUNDA DEL SALMO 18

Traducción: José Cosgaya García, OSA

Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

1. Después de rogar al Señor que nos limpie de nuestros pecados ocultos, y que de los ajenos preserve a sus siervos, debemos entender qué significa esto, para cantar con la razón humana, no cual con la voz de los pájaros. Porque con relativa frecuencia vemos que los hombres enseñan a los mirlos, loros, cuervos, urracas u otras aves de este tipo, a repetir sonidos cuyo significado desconocen. La voluntad de Dios ha concedido a la naturaleza humana cantar sabiendo lo que canta. Por lo demás, con harto sentimiento sabemos de mucha gente inmoral y licenciosa que canta de esa manera canciones muy de acuerdo con sus oídos y sus corazones. Pues el hecho mismo de que no pueden desconocer lo que cantan los hace peores. Saben que cantan obscenidades y, sin embargo, las cantan con tanta mayor satisfacción cuanto más inmundas son, porque se consideran tanto más alegres, cuanto más impúdicos lleguen a ser. Nosotros, por el contrario, que en la Iglesia hemos aprendido a cantar los dichos divinos, juntos debemos también aplicarnos con afán a ser lo que está escrito: Dichoso el pueblo que entiende el júbilo1. Por tanto, carísimos, lo que acabamos de cantar al unísono, debemos también entenderlo y verlo con corazón sereno. En efecto, en este cántico, cada uno de nosotros ha rogado al Señor y ha dicho a Dios: De mis pecados ocultos límpiame, Señor, y de los ajenos preserva a tu siervo. Si no me hubieren dominado, entonces seré inmaculado y seré limpiado del delito grande. Para conocer bien qué significa esto y su importancia, recorramos brevemente el texto del salmo, en la medida en que el Señor nos lo conceda.

2. [v.2] De hecho, se canta acerca de Cristo. Esto aparece evidentemente ahí, porque allí está escrito: Él mismo, cual esposo al salir de su tálamo. Por cierto, ¿quién es el esposo sino ese con el que el Apóstol desposó a aquella virgen acerca de la cual teme castamente, cual casto amigo del esposo, que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así se corrompan a costa de la castidad que existe respecto a Cristo los sentimientos2 de esta virgen, esposa de Cristo? Por tanto, en este Señor y Salvador nuestro Jesucristo se halla depositada la grandeza y plenitud de la gracia, de la que dice el apóstol Juan: Y hemos visto su gloria, gloria como la del Único engendrado por el Padre, lleno de gracia y verdad3. Esta gloria narran los cielos. Los cielos son los santos, elevados de la tierra, portadores del Señor. Sin embargo, en cierto modo también el cielo narró la gloria de Cristo. ¿Cuándo la narró? Cuando, nacido el mismo Señor, apareció una estrella nueva, que nunca se veía.

Pero en todo caso, son más auténticos y sublimes los cielos acerca de los que se dice allí acto seguido: No son palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. A toda la tierra ha salido el sonido de ellos, y a los confines del disco de la tierra sus palabras. ¿De quiénes, sino de los cielos? ¿De quiénes, pues, sino de los apóstoles? Ellos nos narran la gloria de Dios, puesta en Cristo Jesús mediante la gracia para remisión de los pecados. En efecto, todos pecaron y carecen de la gloria de Dios, justificados gratis mediante su sangre4. Por ser gratis, por eso es gracia, pues no es gracia si no es gratuita. Porque antes no habíamos hecho nada bueno en razón de lo cual mereciéramos tales dones; más aún, porque el castigo no iba a imponerse gratis, por eso fue otorgado gratis el beneficio. Entre nuestros méritos no había sino una deuda por la que mereceríamos la condena. Pero él, no por nuestra justicia, sino por su misericordia, nos ha puesto a salvo mediante un baño de regeneración5. Esta es, repito, la gloria de Dios, esta han narrado los cielos. Esta es, repito, la gloria de Dios, no la tuya, pues nada bueno has hecho y, sin embargo, has recibido tan gran bien.

Si, pues, tienes que ver con la gloria que los cielos han narrado, di al Señor tu Dios: Dios mío, su misericordia se me adelantará6. De hecho, se te ha adelantado; sí, se te ha adelantado porque no halló en ti nada bueno. Te has adelantado a su suplicio, ensoberbeciéndote; él se ha adelantado a tu suplicio, borrando tus pecados. Por cierto, cual justificado ya no pecador, convertido de impío en piadoso, acogido en el reino, ya no rechazado, di al Señor tu Dios: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria7. Digamos: No a nosotros. En efecto ¿a quiénes la da si la da en atención a nosotros? Digamos, repito: No a nosotros, porque si actuase en consideración a nosotros, no haría sino imponernos castigos. No a nosotros, sino a su nombre gloria, porque no ha actuado con nosotros conforme a nuestras iniquidades8. No a nosotros, pues, Señor, no a nosotros: la repetición es ratificación. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria. Esto sabían los cielos que han marrado la gloria de Dios.

3. [v.2] Y las obras de sus manos anuncia el firmamento. Lo que está dicho «la gloria de Dios», se repite: las obras de tus manos. ¿Qué obras de sus manos? No como algunos piensan: «Dios hizo todo con su palabra, mas con sus manos hizo al hombre en cuanto superior a lo demás». No hay que pensar así. Este parecer es endeble y no suficientemente pulido, pues todo lo hizo con su palabra. Efectivamente, aunque se narran diversas obras de Dios, entre las cuales hizo a su imagen al hombre9, sin embargo, mediante ella se hizo todo, y sin ella no se hizo nada10. Por otra parte, en cuanto respecta a las manos de Dios, también acerca de los cielos está dicho: Y son obra de tus manos los cielos11. Y para que no pienses que por cielos se entiende también aquí a los santos, ha añadido: Ellos perecerán; tú, en cambio, permaneces12. No solo, pues, a los hombres, sino también los cielos, que perecerán, los ha hecho con sus manos Dios, al cual está dicho: Obra de tus manos son los cielos. Y esto mismo está dicho de la tierra: Porque suyo es el mar y él lo hizo y sus manos establecieron la tierra seca13. Si, pues, con las manos hizo los cielos y con las manos la tierra, con las manos hizo no solo al hombre; y si con la palabra hizo los cielos y con la palabra la tierra, luego también con la palabra al hombre. Lo que hizo con la palabra, lo hizo con la mano y, lo que hizo con la mano, lo hizo con la palabra. En efecto, los miembros humanos no delimitan la estatura de Dios, el cual está entero por doquier, y ningún lugar lo abarca. Lo que, pues, hizo con la palabra, lo hizo con la sabiduría y, lo que hizo con la mano, lo hizo con la fuerza. Por otra parte, Cristo es Fuerza y Sabiduría de Dios14. Pues bien, todo se hizo mediante él, y sin él no se hizo nada.

Narraron, narran y narrarán los cielos la gloria de Dios. Repito: los cielos, esto es, los santos, elevados por encima de la tierra, que llevan a Dios, que atruenan con los preceptos, que resplandecen de sabiduría, narrarán la gloria de Dios, esa gloria que, como he dicho, nos ha puesto a salvo, aun siendo indignos. Esta indignidad, esto es, por la que no fuimos dignos, la reconoce el hijo menor, acosado por el hambre. Reconoce, repito, esta indignidad el hijo menor, desterrado lejos de su padre, adorador de demonios, cual pastor de cerdos; reconoce la gloria de Dios, pero acosado por el hambre. Y porque por esa gloria de Dios llegamos a ser lo que no merecíamos, dice a su padre: No soy digno de llamarme hijo tuyo15. El desdichado solicita mediante la humildad la felicidad y se muestra digno por confesarse indigno.

Esta gloria de Dios narran los cielos, y el firmamento anuncia las obras de sus manos. El cielo en cuanto firmamento es el corazón firme, no el corazón tímido. En efecto, estas cosas se han anunciado entre los impíos, entre los enfrentados a Dios, entre los amadores del mundo y perseguidores de los justos; entre el sañudo mundo se han anunciado estas cosas. Pero ¿qué podía hacer el sañudo mundo, cuando el firmamento las anunciaba? El firmamento anuncia. ¿Qué? Las obras de sus manos. ¿Cuáles son las obras de sus manos? Aquella gloria de Dios por la que hemos sido salvados, por la que hemos sido creados a propósito de las buenas obras. En efecto, somos hechura suya, creados en Cristo Jesús a propósito de las buenas obras16. Ciertamente, no sólo nos ha hecho hombres, sino también justos, si empero lo somos. Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos17.

4. [v.3] El día al día profiere la palabra, la noche a la noche anuncia el conocimiento. ¿Qué significa? Quizá es claro y evidente «el día al día profiere la palabra», claro y evidente como durante el día. En cambio, que «la noche a la noche anuncia el conocimiento», es oscuro como durante la noche. El día al día: los santos a los santos, los apóstoles a los fieles, Cristo mismo a los apóstoles, a los cuales dijo: Vosotros sois la luz del mundo18. Esto parece claro y fácil de entender. En cambio, ¿cómo la noche a la noche anuncia la ciencia? Algunos han interpretado ingenuamente estas palabras —y tal vez sea esto verdad—, al estimar que con esta frase se da a entender que, lo que en tiempo de nuestro Señor Jesucristo, mientras vivía en la tierra, los apóstoles oyeron, esto se ha transmitido a la posteridad como de un tiempo a otro —el día al día, la noche a la noche, el día anterior al día posterior, la noche anterior a la noche posterior—, porque esta doctrina se predica días y noches. A quien basta esta interpretación ingenua, bástele.

Pero, con su oscuridad, algunas palabras de las Escrituras han sido útiles precisamente por haber producido muchas interpretaciones. Así, pues, si esto fuese claro, oiríais una sola cosa; porque, en cambio, está dicho oscuramente, vais a oír muchas. Hay también otra interpretación: el día al día, la noche a la noche, esto es, el espíritu al espíritu, la carne a la carne. Y otra: el día al día, los espirituales a los espirituales; la noche a la noche, los carnales a los carnales, pues unos y otros oyen, aunque unos y otros no entienden similarmente. En efecto, unos lo oyen como palabra pronunciada, otros como conocimiento anunciado. De hecho, lo que se pronuncia, se pronuncia para los presentes; en cambio, lo que se anuncia, se anuncia a los alejados.

Muchos sentidos de «cielo» pueden hallarse, pero por la escasez del tiempo presente hay que poner un límite. Pues bien, digamos una sola cosa, que algunos han presentado como conjetura. Afirman: cuando el Señor Cristo hablaba a los apóstoles, el día al día profería la palabra; cuando Judas entregó a los judíos al Señor Cristo, la noche a la noche anunciaba el conocimiento.

5. [v.4—5] No son palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. ¿De quiénes, sino de aquellos cielos que narran la gloria de Dios? No son palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. Leed los Hechos de los Apóstoles y veréis cómo, al venir sobre ellos el Espíritu Santo, todos se llenaron de él y hablaban en las lenguas de todas las naciones, según el Espíritu les concedía19 expresarse. He ahí que no son palabras ni discursos cuyas voces no se oigan. Pero no solo sonaron allí donde fueron llenados. A toda la tierra ha salido el sonido de ellos, y a los confines del disco de la tierra sus palabras. Por eso, también yo hablo aquí. En efecto, ha llegado hasta nosotros ese sonido, el sonido que ha salido a toda la tierra, mas el hereje no entra en la Iglesia. El sonido ha salido a toda la tierra, precisamente para que tú entres al cielo. ¡Oh tú, apestado, litigante, pésimo, y que aún quieres andar extraviado! ¡Oh hijo soberbio! Escucha el testamento de tu padre. Ahí lo tienes. ¿Qué hay más claro, qué más evidente? A toda la tierra ha salido el sonido de ellos, y a los confines del disco de la tierra sus palabras. ¿Se precisa alguien que lo exponga? ¿Qué intentas contra ti? ¿Quieres retener con la disputa una parte, tú que puedes retener con la concordia todo?

6. [v.6] A la luz del sol ha puesto su tienda: en claridad evidente ha puesto a su Iglesia, no en secreto, no para que esté oculta, no como tapada, no sea que resulte como una tapada al lado de los rebaños de herejes20. En la Escritura santa está dicho a un quídam: Porque obraste en secreto, padecerás a la luz del sol21, esto es, secretamente hiciste el mal, castigos padecerás a la vista de todos. A la luz del sol, pues, ha puesto su tienda. ¿Por qué, tú, hereje, huyes a las tinieblas? ¿Eres cristiano? Escucha a Cristo. ¿Eres esclavo? Escucha a tu amo. ¿Eres hijo? Escucha a tu padre, rectifica, vuelve a la vida. Digamos también de ti: Estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido encontrado22. No me digas: «¿Para qué me buscas si estoy perdido?». De hecho, te busco, precisamente porque te habías perdido. «No me busques», replica. Ciertamente esto quiere la iniquidad que nos ha dividido, pero no lo quiere la caridad por la que somos hermanos. No sería malvado si buscase a mi esclavo, ¿y me tildan de malvado, porque busco a mi hermano? Piense así ese en quien no hay caridad fraterna; yo, sin embargo, busco a mi hermano. Aírese mientras, sin embargo, se busca a ese que, hallado, se apacigua. Repito: busco a mi hermano y apremio a mi Señor no contra él, sino en su favor. Y, al apremiarlo, no diré: «Señor, di a mi hermano que divida conmigo la herencia»23, sino: «Di a mi hermano que mantenga conmigo la herencia». ¿Por qué andas extraviado, hermano? ¿Por qué huyes por escondrijos? ¿Por qué intentas estar oculto? A la luz del sol ha puesto su tienda.

Y él mismo, cual esposo al salir de su tálamo. Supongo que le conoces. Él, cual esposo al salir de su tálamo, brincó como un gigante para recorrer el camino. Él mismo a la luz del sol ha puesto su tienda, esto es, él, cuando la Palabra se hizo carne24, cual esposo encontró su tálamo en el seno virginal y, unido a la naturaleza humana, salió de allí como de una castísima alcoba, humilde debajo de todos por su misericordia, y fuerte por encima de todos por su majestad. En efecto, «el gigante brincó para recorrer su camino» significa esto: nació, creció, enseñó, padeció, resucitó, ascendió. Recorrió el camino, no se estuvo fijo en él. Lógicamente, este mismo esposo que hizo estas cosas, él en persona ha puesto a la luz del sol, esto es, en claridad evidente, su tienda, esto es, su santa Iglesia.

7. [v.7] Por otra parte, ¿quieres oír cuán rápidamente recorrió su camino? Su salida, desde el más alto cielo, y su avance, hasta lo más alto de él. En verdad, después que de allí salió con presteza y regresó corriendo, envió el Espíritu Santo. Aquellos sobre quienes vino, vieron, repartidas, lenguas como de fuego25. Como fuego vino el Espíritu Santo para consumir la hierba de la carne y para fundir y purificar el oro. Como fuego vino y por eso prosigue: Y no hay quien se esconda de su calor.

8. [v.8] La ley del Señor es inmaculada, convierte las almas. Esto es el Espíritu Santo. El testimonio del Señor es fiel, otorga sabiduría a los pequeñuelos, no a los soberbios. Esto es el Espíritu Santo.

9. [v.9] Las justicias del Señor son rectas, no terroríficas, sino que alegran el corazón. Esto es el Espíritu Santo. El precepto del Señor es luminoso, ilumina los ojos, no los enerva; no los ojos carnales, sino los del corazón; no los ojos del hombre exterior, sino los del interior. Esto es el Espíritu Santo.

10. [v.10] El temor del Señor: no el servil, sino el casto, pues ama gratis y teme no ser castigado por ese ante el cual tiembla, sino ser separado de ese al que quiere. Ese es el temor casto, al que no echa fuera la caridad consumada26, sino que permanece por los siglos de los siglos. Aquí está el Espíritu Santo, esto es, lo dona, lo confiere, lo infunde el Espíritu Santo.

Los juicios del Señor son verdaderos, justificados a una, no en orden a las riñas de la división, sino en orden a la congregación de la unidad, pues «a una» significa esto. Esto es el Espíritu Santo. Hizo que aquellos sobre quienes vino por vez primera hablasen en las lenguas de todos, precisamente porque dio a conocer que iba a congregar en la unidad las lenguas de todas las naciones. Lo que, recibido el Espíritu Santo, hacía entonces un solo hombre —que un solo hombre hablase en las lenguas de todos—, lo hace ahora mismo la unidad misma: habla en todas las lenguas. Y, ahora mismo, un solo hombre habla en todas las naciones en todas las lenguas, un solo hombre, cabeza y cuerpo, un solo hombre, Cristo y la Iglesia, el varón perfecto27, él esposo y ella esposa. Pero existirán los dos, afirma, en una sola carne28. Los juicios de Dios son verdaderos, justificados a una, a causa de la unidad.

11. [v.11] Deseables más que el oro y la piedra preciosa mucho: o mucho oro, o muy preciosa, o muy deseables. Sin embargo, mucho es para el hereje poco 4. No aman con nosotros lo mismo, mas confiesan con nosotros a Cristo. A ese Cristo al que conmigo confiesas, a ese mismo ámalo conmigo. Precisamente quien no quiere lo mismo, lo recusa, lo cocea, lo rechaza. Esto no le resulta más deseable que el oro y la piedra preciosa mucho. Oye tú otra cosa: Y dulces, afirma, más que la miel y el panal. Pero esto va contra el que yerra: la miel es amarga para el que tiene fiebre, pero dulce y agradable para el que se ha curado, porque se la desea para la salud. Deseables más que el oro y la piedra preciosa mucho, y dulces más que la miel y el panal.

12. [v.12] Efectivamente, también tu siervo los guarda. Cuán dulces son ellos lo demuestra tu siervo, guardándolos, no hablando. Tu siervo los guarda, porque ahora son dulces y más tarde serán saludables. Efectivamente, en guardarlos hay mucha recompensa. Pero el hereje, que ama su animosidad, ni ve este resplandor ni siente este dulzor.

13. [v.13—14] En efecto, ¿quién entiende los delitos? Padre, perdónalos porque no saben qué hacen29. Por tanto, afirma, siervo es este: el que guarda esta dulzura, la suavidad de la caridad, el amor a la unidad. Afirma: «Yo mismo que la guardo, te ruego: De mis delitos ocultos límpiame, Señor, para que ningún delito me sorprenda a mí, un hombre, ni yo, un hombre, sea invadido por ninguno, porque ¿quién entiende los delitos?». Esto, pues, hemos cantado; he ahí que a esto he llegado hablando. Digamos y cantemos con inteligencia, cantando oremos y orando consigamos. Digamos: De mis delitos ocultos límpiame, Señor. En efecto, ¿quién entiende los delitos? Si se ven las tinieblas, se entienden los delitos. Por tanto, cuando nos arrepentimos del delito, estamos en la luz. De hecho, precisamente cuando el delito envuelve a uno, como si los ojos estuvieran entenebrecidos y cubiertos no ve el delito, porque, si te tapan el ojo de la carne, ni ves otra cosa ni ves esto con lo que se lo tapa. Digamos, pues, a Dios, que sabe ver lo que él curará y sabe examinar lo que él sanará; digámosle: De mis delitos ocultos límpiame, Señor, y de los ajenos preserva a tu siervo. Afirma: «Mis delitos me ensucian, los delitos ajenos me afligen. De aquellos límpiame, de estos presérvame. Quítame del corazón el mal pensamiento, aleja de mí el mal asesor». Esto significa: De mis delitos ocultos límpiame, y de los ajenos preserva a tu siervo. Efectivamente, estas dos clases de delitos, propios y a la vez ajenos, también se hicieron evidentes por vez primera en los orígenes. El diablo cayó por su delito, a Adán lo derribó con el ajeno.

Este mismo siervo de Dios, que guarda los juicios de Dios, en los que hay mucha recompensa, también en otro salmo ora así: No venga a mí el pie de la soberbia, y las manos de los pecadores no me muevan30. Afirma: «No venga a mí el pie de la soberbia, esto es, de mis delitos ocultos límpiame, Señor; y las manos de los pecadores no me muevan, esto es, de los ajenos preserva a tu siervo».

14. Si no me hubieren dominado mis delitos ocultos ni los ajenos, entonces seré inmaculado. A esto no se atreve con sus fuerzas, sino que para cumplirlo ruega al Señor, al cual se dice en un salmo: Dirige mis rutas según tu palabra, y no me domine ninguna clase de iniquidad31. Si eres cristiano, no temas fuera amo humano; teme siempre al Señor, tu Dios. En ti teme al mal, esto es, tu apetito desordenado; no lo que Dios ha hecho en ti, sino lo que para ti has hecho tú mismo. El Señor te hizo siervo bueno; tú para ti has creado en tu corazón un amo malvado. Porque no quisiste estar sometido a quien te hizo, con razón te sometes a la iniquidad, con razón te sometes al amo que tú has hecho para ti mismo.

15. P ero, afirma, si no me hubieren dominado, entonces seré inmaculado y seré limpiado del delito grande. ¿De qué delito suponemos [que se trata]? ¿Cuál es ese delito grande? Quizá sea distinto del que voy a hablaros; sin embargo, no ocultaré lo que pienso. Estimo que el delito grande es la soberbia. Esto está tal vez indicado también de otro modo en aquello que asevera: Y seré limpiado del delito grande. ¿Preguntáis cuán grande es este delito que derrocó al ángel, que del ángel hizo un diablo, y para siempre le ha obstruido el reino de los cielos? Este delito es grande y origen y causa de todos los delitos. Está escrito, en efecto: Inicio de todo pecado es la soberbia. Y para que no la desprecies como a algo leve, afirma: El inicio de la soberbia del hombre es apostatar de Dios32.

No es leve mal este vicio, hermanos míos. En las personas influyentes que veis, desagrada a este vicio la humildad cristiana. Por culpa de este vicio desdeñan someter su cuello al yugo de Cristo, sujetos muy apretadamente al yugo del pecado. De hecho, no tienen la suerte de no servir. Efectivamente, no quieren servir, pero les conviene servir. No queriendo servir, no hacen otra cosa que no servir al buen amo, no que no sirvan en absoluto, porque quien no quisiere servir a la caridad, forzosamente servirá a la iniquidad. Este vicio, que es origen de todos los vicios porque de ahí han nacido los demás vicios, ha causado la apostasía respecto a Dios, por haberse ido a las tinieblas el alma y haber usado mal el libre albedrío, a lo que siguieron también los demás pecados, de modo que quien era socio de los ángeles, al vivir con prodigalidad dilapidó su fortuna con meretrices33 y, forzado por el hambre, se convirtió en pastor de cerdos.

Debido a este vicio, debido a este gran pecado de soberbia, Dios ha venido en condición baja. Esta causa, este pecado grande, esta ingente enfermedad de las almas, hizo bajar del cielo al omnipotente médico, lo rebajó a la forma de esclavo34, lo empujó a los ultrajes, lo colgó de un madero, para que mediante el remedio de tan gran medicina se cure esta hinchazón. ¡Ruborícese, por fin, de ser soberbio el hombre, por el que Dios se ha hecho de condición baja! Afirma: «Así seré limpiado del delito grande, porque Dios resiste a los soberbios y, en cambio, a los humildes da la gracia»35.

16. [v.15] Y, por esto, los dichos de mi boca serán para complacerte, y la meditación de mi corazón estará siempre en tu presencia. Efectivamente, si no soy limpiado de este gran delito, mis dichos agradarán en presencia de los hombres, no en tu presencia. El alma soberbia quiere agradar en presencia de los hombres; el alma humilde quiere agradar en lo secreto, donde Dios ve, de modo que, si agradare con su buena obra a los hombres, felicita a esos a quienes agrada la buena obra, no a sí misma, a la que debe bastar haber hecho la buena obra. Nuestra gloria, afirma, es esta: el testimonio de nuestra conciencia36. Y por tanto, digamos también lo que sigue: Señor, ayudador mío y redentor mío. Ayudador en las obras buenas, redentor de las malas. Ayudador, para que yo habite en tu caridad; redentor, para que me libres de mi iniquidad.