EXPOSICIÓN PRIMERA DEL SALMO 18

Traducción: José Cosgaya García, OSA

Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

l. [v.1] Para el fin, salmo de David mismo. El título es conocido, y el Señor Jesucristo no dice estas cosas, sino que estas se dicen de él.

2. [v.2] Los cielos narran la gloria de Dios. Los justos evangelistas, en quienes Dios habita cual en los cielos, exponerla gloria de nuestro Señor Jesucristo, o la gloria con que el Hijo glorificó sobre la tierra al Padre. Y las obras de sus manos anuncia el firmamento: y los hechos de las fuerzas del Señor anuncia el firmamento, el cual, convertido también en cielo por la confianza en el Espíritu Santo, antes era tierra a causa del temor.

3. [v.3] El día al día profiere la palabra: el Espíritu da a conocer a los espirituales la plenitud de la inmutable Sabiduría de Dios, que es la Palabra, en el principio Dios en Dios1. Y la noche a la noche anuncia el conocimiento: y la mortal condición de la carne, notificando la fe, anuncia el conocimiento futuro a los carnales, situados lejos, por así decirlo.

4. [v.4] No son palabras ni discursos cuyas voces no se oigan: mediante los cuales no se hayan oído las voces de los evangelistas, pues el Evangelio se predicaba en todas las lenguas.

5. [v.5] A toda la tierra ha salido el sonido de ellos, y a los confines del disco de la tierra sus palabras.

6. [v.6] A la luz del sol ha puesto su tienda. Pues bien, el Señor, que para luchar contra los reinos de los errores temporales iba a enviar a la tierra no paz, sino espada2, en el tiempo o en claridad evidente ha puesto su alojamiento militar, por así llamarlo, esto es, la gestión de su encarnación. Y él mismo, cual esposo al salir de su tálamo, y él mismo, al salir del seno virginal, donde Dios se unió a la naturaleza humana cual esposo a su esposa, brincó como un gigante para recorrer el camino: brincó como el más fuerte, y con incomparable fuerza se adelantó a los demás hombres para recorrer el camino, no para alojarse en él, pues no se detuvo en el camino de los pecadores3.

7. [v.7] Su salida, desde el más alto cielo: desde el Padre es su salida no temporal, sino eterna, por la que nació del Padre. Y su avance, hasta lo más alto del cielo: y por la plenitud de la divinidad avanza hasta la igualdad con el Padre. Y no hay quien se esconda de su calor: pues bien, precisamente cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros4 al asumir nuestra condición mortal, no permitió a ninguno de los mortales eximirse de la sombra de muerte, pues también a esta misma la penetró el calor de la Palabra.

8. [v.8] La ley del Señor es inmaculada, convierte las almas: la ley del Señor, pues, es ese mismo que ha venido a completar, no a abrogar la Ley5. Y el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño6 es la ley inmaculada, pues no oprime las almas con el yugo de la esclavitud, sino que las convierte para que le imiten con libertad. El testimonio del Señor es fiel, otorga sabiduría a los pequeñuelos: el testimonio del Señor es fiel, porque nadie conoce al Padre sino el Hijo y ese a quien el Hijo quiera revelarlo. Estas cosas están escondidas a los sabios y se han revelado a los pequeñuelos7 porque Dios resiste a los soberbios y, en cambio, da la gracia a los humildes8.

9. [v.9] Las justicias del Señor son rectas, alegran el corazón: todas las justicias del Señor son rectas en aquel que no enseñó lo que él mismo no hizo, de modo que quienes le imitasen se alegrasen de corazón por lo que libremente hicieran con caridad, no servilmente con temor. El precepto del Señor es luminoso, ilumina los ojos: el precepto del Señor es luminoso, pues sin el velo de las observancias carnales ilumina la mirada del hombre interior.

10. [v.10] El temor casto del Señor es permanente por los siglos de los siglos: el temor del Señor, no el punitivo bajo la ley, el cual siente horror de que le sean quitados los bienes materiales, por amor a los cuales fornica el alma, sino el temor casto, con el que la Iglesia, cuanto más ardientemente ama a su esposo, tanto más diligentemente evita ofenderle; y, por eso, el amor consumado no echa fuera este temor9, sino que este permanece por los siglos de los siglos.

11. [v.10—11] Los juicios del Señor son verdaderos, justificados a una: los juicios de ese que no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo juicio10, de verdad están justificados inmutablemente, pues Dios, ni al amenazar ni al prometer, engaña a nadie, ni nadie puede quitar a los impíos el suplicio ni a los piadosos el premio de él. Deseables más que el oro y la piedra preciosa mucho: ora precisamente mucho oro y piedra, ora muy preciosa, ora muy deseables, los juicios de Dios son ciertamente más deseables que las pompas de este mundo, el deseo de las cuales hace que los juicios de Dios no sean deseados, sino temidos o despreciados o no creídos. Pero si uno es, él mismo, oro y piedra preciosa, de modo que no sea consumido por el fuego11, sino que sea asumido en el tesoro de Dios, más que a sí mismo desea los juicios de Dios, cuya voluntad antepone a la propia.

Y dulces más que la miel y el panal: y ora sea ya miel uno—el que librado ya de las ataduras de esta vida, aguarda el día en que llegue al festín de Dios—, ora sea aún panal, de modo que esta vida, cual cera, lo envuelve, no compacto con aquella, sino colmándola él, que necesita alguna presión de la mano de Dios, no opresora sino exprimidora, que de la vida temporal lo destile a la eterna, los juicios de Dios son para ese más dulces de lo que él mismo es para sí, porque para él son más dulces que la miel y el panal.

12. [v.12] Y en verdad, tu siervo los guarda: porque el día del Señor es amargo para quien no los guarda. En guardarlos hay mucha recompensa: no en alguna ventaja puesta fuera, sino en el hecho mismo de guardar los juicios de Dios hay mucha recompensa; mucha es gozarse en ellos.

13. [v.13] ¿Quién entiende los delitos? En cambio, en los delitos, donde no hay inteligencia, ¿qué suavidad puede haber? Porque ¿quién entiende los delitos, que cierran ese ojo mismo al que es suave la verdad, para el cual son deseables y dulces los juicios de Dios y, como las tinieblas cierran los ojos, así los delitos cierran la mente y no dejan ver ni la luz ni a ellos?

14. [v.14] De mis secretos límpiame, Señor: de las pasiones escondidas en mí, límpiame, Señor. Y de las ajenas preserva a tu siervo: no me seduzcan otras; en efecto, las ajenas no cazan a quien está limpio de las suyas. Así, pues, delas pasiones ajenas preserva no al soberbio ni a quien ansía estar bajo su propio poder, sino a tu siervo. Si no me hubieren dominado, entonces seré inmaculado: si ni mis pecados ocultos ni los ajenos me hubieren dominado, entonces seré inmaculado. En efecto, no hay un tercer origen del pecado además de su pecado oculto por el que cayó al diablo, y del ajeno que sedujo al hombre, de modo que, consintiendo, lo hizo suyo. Y seré limpiado del delito grande: ¿de qué otro, sino del de soberbia? En efecto, no hay mayor delito que apostatar de Dios, lo cual es el inicio de la soberbia del hombre12. Y es verdaderamente inmaculado quien carece incluso de este delito, porque el último delito de quienes vuelven a Dios es este que fue el primero de quienes se apartaron de él.

15. [v.15] Y los dichos de mi boca serán para complacerte, y la meditación de mi corazón estará siempre en tu presencia: porque ya no hay soberbia alguna, la meditación de mi corazón no tiene que ver con la petulancia de agradar a los hombres, sino que estará siempre en presencia de ti, que inspeccionas la conciencia pura. Señor, ayudador mío y redentor mío: Señor, ayudador mío, hacia quien tiendo, porque, para que tendiera hacia ti, tú eres redentor mío, no sea que uno, por atribuir a su sabiduría el convertirse a ti, o a sus fuerzas el haber llegado a ti, sea, más bien, rechazado por ti, que resistes a los soberbios, porque no fue limpiado del delito grande ni fue grato en presencia de ti, que nos redimes para que nos convirtamos, y nos ayudas a que lleguemos a ti.