Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA
1. [v.1] Para el fin, salmo de David. Pues el fin de la Ley es Cristo para justificación a favor de todo el que cree1. ¿Hasta cuándo, Señor, me olvidarás hasta el fin? Esto es, me haces esperar hasta entender espiritualmente a Cristo, que es la Sabiduría de Dios2 y el recto fin de toda intención del alma. ¿Hasta cuándo apartas de mí tu rostro? Como Dios no olvida, así tampoco aparta su rostro, pero la Escritura habla según nuestra costumbre. Pues bien, se dice que Dios aparta su rostro, mientras no da conocimiento de sí mismo al alma que aún no tiene puro el ojo de la mente.
2. [v.2] ¿Hasta cuándo pondré consejo en mi alma? De consejo no se precisa sino en las adversidades. En consecuencia, «¿hasta cuándo pondré consejo en mi alma?» equivale a «¿hasta cuándo estaré en adversidades?». O ciertamente es una respuesta, siendo este el sentido: «Señor, te olvidas de mí hasta el fin y apartas de mí tu rostro, hasta que ponga consejo en mi alma», de manera que, si uno no pone en su alma consejo para practicar perfectamente la misericordia, Dios no le dirige al fin ni le otorga el pleno conocimiento de sí, lo cual significa cara a cara3. ¿Dolor en mi corazón durante el día? Se sobrentiende: ¿hasta cuándo pondré? Pues bien, «durante el día» significa continuidad, de modo que el día se interpreta como sinónimo de tiempo. Todo el que ansía despojarse de él, pone dolor en su corazón, mientras suplica remontarse a las realidades eternas y no padecer el día humano.
3. [v.3] ¿Hasta cuándo se alzará sobre mí mi enemigo? O el diablo, o la costumbre carnal.
4. [v.4] Vuélvete a mirarme y escúchame, Señor, Dios mío. «Vuélvete a mirarme» se refiere a lo que está dicho: ¿Hasta cuándo apartas de mí tu rostro? «Escucha» tiene que ver con lo que está dicho: ¿Hasta cuándo me olvidas hasta el fin?4 Ilumina mis ojos, para que nunca me duerma en la muerte. Es preciso entender los ojos del corazón: que no los cierre el placentero menoscabo [que es fruto] del pecado.
5. [v.5] Para que jamás diga mi enemigo: «He prevalecido contra él». El ataque del diablo es de temer. Si me tambaleo, se regocijarán quienes me atribulan: el diablo y sus ángeles5. Ellos no se regocijaron a costa del justo varón Job, porque no se tambaleó6, esto es, no se apartó de la estabilidad de la fe.
6. [v.6] Por mi parte, yo he esperado en tu misericordia, porque el hecho mismo de que el hombre no se tambalee y permanezca fijo en el Señor, no debe atribuirlo a sí mismo, no sea que, cuando se gloría de no haberse tambaleado, lo haga tambalearse la soberbia misma. Mi corazón se regocijará en tu salvación: en Cristo, en la Sabiduría de Dios7. Cantaré al Señor, que me ha otorgado bienes: bienes espirituales, no los relativos al día humano. Y salmodiaré al nombre del Señor Altísimo, esto es, con gozo le doy gracias, y del modo más ordenado uso mi cuerpo: este es el cántico espiritual del alma. Ahora bien, si en este punto ha de considerarse alguna diferencia, cantaré con el corazón, salmodiaré con las obras al Señor, cosa que solo él ve; en cambio, al nombre del Señor, [nombre] que se da a conocer entre los hombres, lo cual es útil no a él, sino a nosotros.