EXPOSICIÓN DEL SALMO 7

Traducción: José Cosgaya García, OSA

Revisión: Pío de Luis Vizcaíno, OSA

1. [v.1] Salmo de David mismo, que cantó al Señor por las palabras de Jusay, hijo de Yeminí. Es ciertamente fácil conocer por el libro segundo de los Reinos el relato del que esa profecía ha tomado ocasión. Allí, en efecto, Jusay, amigo del rey David, se pasó a las banderías de su hijo Absalón1, que dirigía una guerra contra su padre, para sondear e informar de los planes que contra su padre tramaba aquel por instigación de Ajitófel, que había desertado de la amistad de David2 y, con los consejos con los que podía, aleccionaba contra el padre al hijo3. Pero, porque en este salmo no ha considerarse precisamente el relato del que el profeta ha tomado el velo de los misterios, si nos hemos pasado a Cristo, quítese el velo4, y primero preguntemos el sentido de los nombres mismos, qué significa.

De hecho, no han faltado traductores que, al investigar estos mismos no carnalmente, a la letra, sino espiritualmente5, nos han declarado que Jusay se traduce «silencio»; Yeminí «diestro» y Ajitófel «ruina del hermano». Mediante estas traducciones, de nuevo nos viene al pensamiento el famoso traidor6 Judas, de modo que Absalón, en cuanto que se traduce «paz del padre», lleva la imagen de ese porque, según se ha tratado a propósito del salmo tercero7, el padre se presentó pacífico hacia él, aunque por sus perfidias este mismo tenía en el corazón la guerra. Por otra parte, como en un evangelio se halla que se ha llamado hijos de nuestro Señor Jesucristo a los discípulos8, así en idéntico evangelio se halla que se los ha nominado hermanos9; de hecho, el Señor, después de resucitar, dice: Ve y di a mis hermanos (ibíd.). También el Apóstol lo llama primogénito entre muchos hermanos10. La ruina, pues, del discípulo suyo que lo traicionó11, con razón se entiende como «ruina del hermano», lo cual traduce, [según] he dicho, [el nombre] Ajitófel.

En cuanto a Jusay, que se traduce «silencio», con razón se interpreta que contra aquellas perfidias el Señor nuestro luchó con el silencio, esto es, con el profundísimo secreto con que, cuando perseguían12 al Señor, en una parte de Israel se produjo la ceguera, para que entrase subrepticiamente la totalidad de las naciones y así todo Israel fuese hecho salvo13. Cuando el Apóstol hubo llegado a hablar de este profundo secreto y hondo silencio, gritó como desconcertado por cierto espanto ante la profundidad: ¡Oh profundidad de riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué inescrutables son sus decisiones e irrastreables sus caminos! Pues ¿quién conoció la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?14 Así, ese gran silencio no lo explica con su exposición, más de lo que lo encomia con admiración. El Señor, al ocultar con este silencio el misterio 6 de su venerable pasión, hace volver al orden de su misericordia y providencia la voluntaria ruina del hermano, esto es, el abominable delito de su traidor15, de modo que, lo que con perversa intención él hacía para destrucción de un solo hombre16, este con providente gerencia lo dirigía hacia la salvación de todos los hombres17.

Canta, pues, al Señor este salmo el alma perfecta, que ya es digna de conocer el secreto de Dios. Canta por las palabras de Jusay porque mereció conocer las palabras de aquel silencio. En los no creyentes y perseguidores están ese silencio y secreto. En cambio, en los suyos18, a los que está dicho19: Ya no os llamo esclavos, porque un esclavo desconoce lo que hace su amo; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos porque os he hecho conocer todo lo que he oído a mi Padre20, en sus amigos, pues, están no el silencio, sino las palabras del silencio, esto es, la razón de ese silencio, expuesta y manifiesta. A este silencio, esto es, a Jusay, se le llama hijo de Yeminí, esto es, del diestro. En efecto, no era de ocultar a los santos21 lo que se había llevado a cabo en favor de ellos. Y, sin embargo, afirma: Desconozca la izquierda qué hace la diestra22. En profecía23, pues, el alma perfecta, a la que se ha dado a conocer ese secreto, canta por las palabras de Jusay, esto es, por el conocimiento de ese mismo secreto. Este secreto lo ha llevado a cabo Dios, diestro, esto es, favorable y propicio hacia ella, por lo cual a este silencio se lo nomina «hijo del diestro», lo cual es Jusay, hijo de Yeminí.

2. [v.2—3] Señor, Dios mío, en ti he esperado; ponme a salvo de todos los que me persiguen y líbrame. Cual uno a quien, ya perfecto, superadas toda guerra y adversidad de los vicios, no le queda [por superar] sino el envidioso diablo24, dice: Ponme a salvo de todos los que me persiguen y líbrame, no sea que alguna vez arrebate como un león mi alma. Dice un apóstol: Vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, ronda buscando a quien devorar25. Así, pues, tras decir mediante el número plural «ponme a salvo de todos los que me persiguen», introduce después el singular, diciendo: No sea que alguna vez arrebate como un león mi alma. En efecto, no asevera «no sea que alguna vez arrebaten», sabedor de qué enemigo y adversario del alma perfecta opone resistencia. Mientras no hay quien rescate, ni quien ponga a salvo, esto es, no sea que él arrebate, mientras tú no rescatas ni pones a salvo. En efecto, si Dios no redime ni pone a salvo, aquel arrebata.

3. [v.4—5] Y para que sea manifiesto que dice esto el alma ya perfecta, que ha de precaverse ante las fraudulentísimas insidias del diablo solo, mira qué sigue: Señor, Dios mío, si he hecho eso. ¿Qué es lo que llama «eso»? Porque no dice el nombre del pecado, ¿acaso ha de entenderse el pecado universal? Si esta forma de entender no gusta, aceptemos que se dice lo que sigue: como si hubiéramos interrogado «¿qué es esto a lo que llamas «eso»»?, responde: Si hay iniquidad en mis manos. Es, pues, ya manifiesto que acerca de toda clase de pecado se dice: Si he devuelto a quienes me retribuían males. Esto no puede decirlo con verdad, sino el perfecto. De hecho, el Señor asevera: Sed perfectos como vuestro Padre26 que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos27. Quien, pues, no devuelve a quienes retribuían males, es perfecto.

Así, pues,cuando un alma perfecta ore por las palabras de Jusay, hijo de Yeminí28, esto es, por el conocimiento de aquel secreto y silencio que el Señor misericordioso29 y propicio con nosotros30 ha realizado en pro de nuestra salvación, tolerando y aguantando con toda paciencia las perfidias de su traidor31, a esta alma perfecta diga como si [él] expusiera la razón de su secreto: «Yo, por ti, impío32 y pecador (ibíd. 8), en gran silencio y con gran paciencia he soportado a mi traidor, para que el derramamiento de mi sangre lavase tus iniquidades; ¿no me imitarás, de modo que tampoco tú devuelvas males por males?»33.

Por tanto, al advertir y entender qué ha hecho por él el Señor, y al avanzar hacia la perfección según su ejemplo, dice: Si he devuelto a quienes me retribuían males, esto es, si no he hecho lo que tú enseñaste haciéndolo, sucumba, pues, inútil, a manos de mis enemigos. Y, pues algo había recibido ya quien retribuye, atinadamente asevera no «si he devuelto a quienes me daban males», sino «a quienes retribuían». Por otra parte, no pagar a su vez males ni siquiera al que, tras recibir un favor, devuelve males por bienes34, requiere más paciencia, que [no hacerlos a uno] si [este] hubiera querido perjudicar, sin haber recibido antes ningún favor. Afirma, pues: Si he devuelto a quienes me retribuían males, esto es, si no te he imitado en aquel silencio, esto es, en tu paciencia que has practicado por mí, sucumba inútil a manos de mis enemigos. En efecto, inútilmente se jacta quien, aunque él mismo es hombre, ansía vengarse de otro hombre y, cuando busca superar públicamente a un hombre, ocultamente es superado por el diablo, pues [lo] transforma en un inútil la vana y soberbia alegría de haber podido, al parecer, no ser vencido.

Entiende, pues, este dónde acontece la mayor victoria, y dónde devuelve el Padre que ve en lo oculto35. Así, pues, para no devolver a quienes retribuían males, vence a la ira, más bien que al hombre, instruido también por aquellas letras en las que está escrito36: Quien vence la ira es mejor que quien toma una ciudad37. Si he devuelto a quienes me retribuían males, sucumba, pues, inútil, a manos de mis enemigos. Cuando un hombre dice: «Si hice esto, padeceré aquello», parece jurar con execración, que es la forma más grave de juramento. Pero la acción de jurar es una cosa en boca de quien jura y, otra, en el anuncio de quien profetiza. De hecho, aquí dice qué sucederá verdaderamente a los hombres que devuelven a quienes retribuían males, no lo que, cual con juramento, desea para sí o para alguien.

4. [v.6] Persiga, pues, y aprese el enemigo mi alma. Al nombrar de nuevo en número singular al enemigo38, manifiesta a quién calificó de león más arriba39. De hecho, persigue al alma y, si la hubiere engañado40, la apresará. Efectivamente, los hombres se ensañan hasta la matanza del cuerpo, pero tras esta muerte visible ya no pueden tener a su disposición el alma; en cambio, el diablo poseerá las almas que, tras perseguirlas, hubiere apresado.

Y pisotee contra la tierra mi vida, esto es, pisoteándola convierta mi vida en tierra, o sea, en alimento suyo. En efecto, se ha nominado no solo león41, sino también serpiente42, a ese a quien está dicho43: Comerás tierra44. También al hombre pecador está dicho: Tierra eres y a la tierra irás45.

Y haga bajar al polvo mi gloria. Este es ese polvo que el viento arroja de la faz de la tierra46, a saber, la huera y estúpida jactancia de los soberbios, e inflada, no sólida, cual bola de polvo levantada por el viento. Así, pues, con razón ha puesto aquí «gloria»: la que [él] no quiere que se [la] haga bajar al polvo, pues quiere tenerla sólida en la conciencia en presencia de Dios47, donde no hay jactancia alguna. Quien se gloría, afirma, gloríese en el Señor48. A esa solidez se la hace bajar al polvo, si alguien, al desdeñar por soberbia los secretos de la conciencia, donde solo Dios comprueba49 al hombre, quisiera gloriarse ante los hombres50. A esto se debe lo que dice en otra parte: Dios pulverizará los huesos de quienes agradan a los hombres51. En cambio, quien ha aprendido bien o ha conocido por experiencia los grados de los vicios que superar, comprende que este vicio de la vanagloria es el único o el que principalmente deben evitar los perfectos, pues el último vicio que vence el alma es ese en que primero cayó. Ahora bien, inicio de todo pecado, la soberbia, e inicio de la soberbia del hombre, apostatar de Dios52.

5. [v.7] Ponte en pie, Señor, en tu ira. ¿Por qué ese al que llamamos perfecto provoca aún a Dios a la ira? ¿No hay que mirar si, más bien, no es perfecto aquel que, cuando le apedreaban, dijo: Señor, no les imputes este pecado?53 ¿O también este suplica no contra los hombres, sino contra el diablo y sus ángeles, cuya posesión son los pecadores54 y los hombres impíos?55 Contra él, pues, ora no sañudo sino misericordioso, cualquiera que ora para que esa posesión le sea quitada por ese Señor que justifica al impío56. En efecto, cuando el impío es justificado, de impío es hecho justo, y de la posesión del diablo sube al templo de Dios. Y porque es un castigo el hecho de que se quite a uno la posesión en que desea dominar, llama ira de Dios contra el diablo a este castigo: al hecho de que cese de poseer a los que posee. Ponte en pie, Señor, en tu ira: «ponte en pie», muéstrate, ha dicho aquí con palabras evidentemente humanas y misteriosas, como si Dios durmiera cuando sin ser conocido se oculta en sus secretos.

Sé exaltado en los confines de mis enemigos. Confines ha llamado a esa posesión misma, donde quiere que, mientras los impíos son justificados y loan a Dios, Dios sea exaltado, esto es, se le honre y glorifique, más bien que el diablo. Y ponte en pie, Señor, Dios mío, en el precepto que mandaste, esto es, porque has preceptuado la humildad57, muéstrate humilde y tú cumple el primero lo que has preceptuado, para que, a quienes según tu ejemplo vencen la soberbia, no los posea el diablo, que contra tus preceptos58 fomentó la soberbia, al decir: Comed, y se os abrirán los ojos y seréis como dioses59.

6. [v.8] Y la asamblea de los pueblos te circundará. La interpretación es doble, pues puede entenderse «la asamblea de los pueblos» creyentes o [la de los] perseguidores. Ambas las hizo la humildad de nuestro Señor60. La muchedumbre de perseguidores, acerca de la que está dicho61: ¿Por qué bramaron las naciones, y los pueblos hicieron proyectos vanos?62, le circundó63 mientras la despreciaba. En cambio, la muchedumbre de creyentes64 gracias a su humildad, le circundó, de modo que con toda verdad se dijera «en una parte de Israel se produjo la ceguera, para que entrase la totalidad de las naciones»65, y aquello: Pídeme y te daré en herencia tuya las naciones66.

Y a causa de esta, regresa a lo alto, esto es, a causa de esta asamblea regresa a lo alto, cosa respecto a la cual se entiende que él ha hecho resucitando y ascendiendo al cielo67. En efecto, glorificado así, dio el Espíritu Santo, que antes de su glorificación no podía ser dado, según está puesto en el evangelio: Ahora bien, aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado aún68. Regresado, pues, a lo alto a causa de la asamblea de los pueblos, envió el Espíritu69 Santo, llenos del cual los predicadores del Evangelio llenaron de Iglesias el disco de las tierras70.

7. Esta idea puede entenderse también así. Ponte en pie, Señor, en tu ira; sé exaltado en los confines de mis enemigos71, esto es, ponte en pie en tu ira, y no te entiendan mis enemigos, de modo que «sé exaltado» significa esto, o sea, deja sentado que eres alto, para que no se te entienda, lo cual se refiere a aquel silencio72, pues de esta exaltación se dice en otro salmo: Y subió sobre un querubín, y voló. Y puso como escondite suyo las tinieblas73. Cuando, debido a esa exaltación, esto es, ocultación, quienes te crucificarán no te habrán entendido por culpa de sus pecados, te circundará la asamblea74 de creyentes75. En efecto, precisamente en la humildad fue exaltado, esto es, no fue entendido, de modo que a esto se refiere «y ponte en pie, Señor, Dios mío, en el precepto que mandaste»76, esto es, cuando te muestras bajo, sé alto, para que no te entiendan mis enemigos. Ahora bien, del justo son enemigos los pecadores, del piadoso, los impíos.

Y la asamblea de los pueblos te circundará77, o sea, por esto mismo por lo que no te entienden los que te crucifican, creerán en ti las naciones, y así la asamblea de los pueblos te circundará. Pero lo que sigue, si en realidad significa esto, más que alegría porque se entiende, entraña dolor porque comienza ya a sentirse. En efecto, sigue: Y a causa de esta, regresa a lo alto, esto es, a causa de esta asamblea del género humano, de la que están repletas las Iglesias, regresa a lo alto, esto es, otra vez cesa de ser entendido. ¿Qué significa, pues, «y a causa de esta», sino que incluso esa va a ofenderte hasta el punto de que con toda verdad dices, anunciándolo de antemano: ¿Supones que, cuando haya llegado el Hijo del hombre, hallará sobre la tierra fe?78 Asimismo, acerca de los pseudoprofetas, por los cuales se entiende los herejes, dice: A causa de su iniquidad se enfriará la caridad de muchos79. Porque, pues, incluso en las Iglesias, esto es, en esa congregación de los pueblos y naciones donde el nombre cristiano se ha propagado amplísimamente, la abundancia de pecadores, que ya se percibe en gran parte, será tanta, ¿acaso no se predice aquí esa hambre de la palabra que fue anunciada también mediante otro profeta?80 Y a causa de esta asamblea que con sus pecados aleja de sí la luz de la verdad81, ¿acaso no regresa Dios a lo alto, esto es, de modo que nadie, o los poquísimos acerca de los que está dicho82: Dichoso quien haya perseverado hasta el final; este será salvo83, mantenga y perciba la fe sincera84 y limpiada de la mancha de toda clase de opiniones erróneas? No sin razón, pues, se dice «y a causa de esta congregación, regresa a lo alto», esto es, retírate de nuevo a la cumbre de tus secretos, precisamente a causa de esta asamblea de pueblos que tiene tu nombre, pero no hace tus hechos.

8. [v.9] Pero, ora la anterior exposición de este pasaje, ora esta sea la más congruente, sin perjuicio de alguna otra mejor o igual, muy a propósito sigue: El Señor juzga a los pueblos. En efecto, si ha regresado a lo alto85 cuando tras la resurrección86 ha ascendido al cielo87, atinadamente sigue «el Señor juzga a los pueblos», porque desde allí va a venir a juzgar vivos y muertos88. Si, porque acerca de esa venida está dicho89: ¿Supones que el Hijo del hombre, al llegar, hallará sobre la tierra fe?90, regresa a lo alto cuando la comprensión de la verdad abandona a los cristianos pecadores, el Señor, pues, juzga a los pueblos. ¿Qué Señor sino Jesucristo91, pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio?92 Por tanto, mira cómo esta alma que ora perfectamente no teme el día del juicio93, y con deseo verdaderamente seguro dice en la oración: Venga tu reino94.

Afirma: Júzgame, Señor, según mi justicia. En el salmo anterior suplicaba un enfermo95, que imploraba la misericordia de Dios, más que recordaba algún mérito suyo, porque el Hijo de Dios ha venido a llamar a enmienda a los pecadores96. Así, pues, allí había dicho «Ponme a salvo, Señor, por tu misericordia»97, esto es, no por mérito mío; ahora, en cambio, porque, llamado, ha mantenido y guardado los preceptos que ha recibido, osa decir: Júzgame, Señor, según mi justicia, y según mi inocencia sobre mí. La auténtica inocencia es esa que no hace daño ni siquiera al enemigo. Así, pues, atinadamente solicita que se le juzgue según su inocencia, el que pudo decir con toda verdad: Si he devuelto a quienes me retribuían males98. Lo que ha añadido, sobre mí, puede sobreentenderse no solo respecto a la inocencia, sino también respecto a 1a justicia, de modo que el sentido es este: Júzgame, Señor, según mi justicia y según mi inocencia, justicia e inocencia que están sobre mí. Con este aditamento demuestra que el hecho mismo de ser justa e inocente lo tiene el alma no por sí misma, sino gracias a Dios, que alumbra e ilumina. En efecto, acerca de esta dice en otro salmo: Tú iluminarás mi lámpara, Señor99, y de Juan se dice que no era él la luz, sino que daba testimonio de la luz100. Él era la lámpara que ardía y brillaba101. Aquella luz, pues, en que las almas se encienden como lámparas, resplandece no con brillo ajeno sino propio, porque es la Verdad102 misma. Por tanto, «según mi justicia y según mi inocencia sobre mí» lo dice así: como si una lámpara que arde y brilla103 dijera: Júzgame según la llama que está sobre mí, esto es, no por la llama que yo soy, sino por la que resplandezco, encendida en ti.

9. [v.10] En cambio, consúmese la maldad de los pecadores. «Consúmese», afirma, llegue a su culminación, según lo que está en el Apocalipsis: El justo hágase más justo, y el manchado mánchese aún104. En efecto, consumada parece la maldad de los hombres que crucificaron al Hijo de Dios105, pero es mayor la de quienes no quieren vivir con rectitud y odian las normas de la verdad, en favor de los cuales fue crucificado el Hijo de Dios. «Consúmese», pues, afirma, la maldad de los pecadores, esto es, lléguese al colmo de la maldad, para que pueda venir ya el justo juicio. Pero porque no solo está dicho106 «el manchado mánchese aún», sino que también está dicho «el justo hágase más justo», añade y dice: Y guiarás al justo, Dios que escrutas corazones y riñones. ¿Cómo, pues, puede el justo ser guiado sino en lo oculto, puesto que incluso mediante las cosas que en el inicio de los tiempos cristianos (cuando todavía la persecución de los hombres mundanos oprimía a los santos) parecían admirables a los hombres107, ahora (después que comenzó a estar en tan gran apogeo el nombre cristiano) ha crecido la hipocresía, esto es, la simulación de quienes, por supuesto con el nombre cristiano, prefieren agradar a los hombres, más bien que a Dios?108

¿Cómo, pues, es guiado el justo entre tanta confusión de simulación, sino mientras Dios escruta corazones y riñones, pues ve los pensamientos de todos, [pensamientos] a los que alude el nombre «corazón», y [sus] deleites, a los que alude el nombre «riñones»? Ciertamente, el deleite de las cosas temporales y terrenas se atribuye con razón a los riñones, porque precisamente esa es la parte inferior del hombre, y esta zona es donde habita el placer de la generación carnal, mediante la cual la naturaleza humana se trasvasa mediante la sucesión de la prole a esta vida afligida y de falaz alegría.

Al escrutar, pues, Dios nuestro corazón, y contemplar que [este] está allí donde está nuestro tesoro109, esto es, en los cielos; al escrutar también los riñones y contemplar que nosotros no asentimos a la carne ni a la sangre110, sino que nos deleitamos en el Señor111, guía al justo en la conciencia misma en presencia de él112, donde ningún hombre ve, sino solo ese que contempla qué piensa cada uno y qué deleita a cada uno. En efecto, la meta del cuidado es el deleite, porque con cuidados y pensamientos se esfuerza cada uno en llegar a su deleite. Por tanto, ve nuestros cuidados el que escruta el corazón; por otra parte, ve las metas de los cuidados, esto es, los deleites, el que sondea los riñones, de modo que, tras haber hallado que nuestros cuidados se inclinan no a la concupiscencia de la carne ni a la concupiscencia de los ojos ni a la ambición del mundo113, todo lo cual pasa cual sombra114, sino que se alzan a los goces de las realidades eternas, a las que no altera mudanza alguna, al justo lo guía Dios, que escruta corazones y riñones. En efecto, nuestras obras, que llevamos a cabo con hechos y dichos, pueden conocerlas los hombres; pero con qué intención se hacen, y a dónde ansiamos llegar mediante ellas, lo sabe solo el que escruta corazones y riñones, Dios.

10. [v.11] Mi justo auxilio [viene] del Señor, que pone a salvo a los rectos de corazón. Dos son las funciones de la medicina: una, mediante la que se sana la enfermedad, otra, mediante la que se conserva la salud. Según la primera, está dicho115 en el salmo anterior: Compadécete de mí, Señor, porque estoy enfermo116; según la otra, se dice en este salmo: Si hay iniquidad en mis manos, si he devuelto a quienes me retribuían males, sucumba, pues, inútil, a manos de mis enemigos117. En efecto, enfermo, allí ora para ser librado; aquí, ya sano, [ora] para no deteriorarse. Según aquella, se dice allí: Ponme a salvo por tu misericordia118; según la otra, se dice aquí: Júzgame, Señor, según mi justicia119. En efecto, allí pide un remedio para salir de la enfermedad; aquí, en cambio, defensa para no recaer en la enfermedad. Según aquella, se dice: Ponme a salvo, Señor, por tu misericordia; según la otra, se dice: Mi justo auxilio [viene] del Señor, que pone a salvo a los rectos de corazón. Aquella y esta ponen a salvo, pero aquella traslada de la indisposición a la salud, esta conserva en la salud misma. Así, pues, allí hay auxilio misericordioso, porque no tiene mérito alguno el pecador que aún desea ser justificado, al creer en el que justifica al impío120; aquí, en cambio, hay justo auxilio, porque se otorga al ya justo. El pecador, pues, que dijo «estoy enfermo», diga allí «ponme a salvo, Señor, por tu misericordia», y el justo que ha dicho «si he devuelto a quienes me retribuían males», diga aquí: Mi justo auxilio viene del Señor, que pone a salvo a los rectos de corazón. En efecto, si ejerce la medicina para sanarnos con ella a los enfermos, ¿cuánto más la [ejercerá] para conservarnos con ella sanos? Porque, si cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros, cuánto más, justificados ahora, mediante él mismo seremos salvos de la ira121.

11. Mi justo auxilio [viene] del Señor, que pone a salvo a los rectos de corazón. Dios, que escruta corazones y riñones, dirige al justo122; por otra parte, con su justo auxilio pone a salvo a los rectos de corazón. No pone a salvo a los rectos de corazón y riñones igual que escruta corazones y riñones, porque los pensamientos malos están en el corazón depravado, y los buenos en el corazón recto; por otra parte, los deleites no buenos atañen a los riñones, porque [aquellos] son inferiores y terrenales; en cambio, los [deleites] buenos [atañen] no a los riñones, sino al corazón mismo. Por eso, no puede hablarse de «rectos de riñones» igual que se habla de «rectos de corazón», pues donde [está] el pensamiento, allí está también el deleite, cosa que no puede ocurrir, sino cuando se piensa en las cosas divinas y eternas.

Después de haber dicho «la luz de tu rostro, Señor, ha sido grabada en nosotros», afirma: Pusiste alegría en mi corazón123. Efectivamente, los fantasmas que de las cosas temporales se forja el ánimo cuando lo agita la esperanza huera y caduca, aunque con inanes imaginaciones aportan a menudo delirante y descocada alegría, sin embargo, este deleite ha de asignarse no al corazón, sino a los riñones, porque a todas esas imaginaciones se las hace venir de las cosas inferiores, esto es, terrenas y carnales. Así sucede que Dios, que escruta corazones y riñones y contempla en el corazón los rectos pensamientos y en los riñones ningún deleite, suministra justo auxilio a los rectos de corazón, donde a los pensamientos limpios se asocian los deleites de arriba. Y por eso, tras haber dicho en otro salmo «además, mis riñones me han enmendado incluso hasta la noche», ha hablado del auxilio, al añadir: Delante veía siempre al Señor en mi presencia, porque está a mi derecha, para que yo no me perturbe124. Aquí muestra que los riñones le hacen víctima solo de sugerencias, no también de los deleites, pues es evidente que, si fuese su víctima, se perturbaría. Pues bien, ha dicho «el Señor está a mi derecha, para que yo no me perturbe», [y] después añade «por eso se ha deleitado mi corazón»125, de modo que los riñones pudieran increparle, no deleitarle. Así, pues, el deleite se produjo no en los riñones, sino allí donde, frente a la increpación de los riñones, delante fue visto Dios estar a la derecha, esto es, en el corazón.

12. [v.12] Dios [es] juez justo, fuerte y longánimo. ¿Qué Dios es el juez, sino el Señor que juzga a los pueblos?126 Es justo él, que pagará a cada cual según sus obras127. Es fuerte él, que, por ser poderosísimo128, ha tolerado por nuestra salvación a los perseguidores impíos. Es longánimo él, que ni siquiera a los perseguidores mismos los arrebató hacia el suplicio129 inmediatamente después de su resurrección, sino que los aguantó, para que algún día se convirtieran de aquella impiedad a la salvación, y los aguanta aún, pues reserva para el último juicio el último castigo, y hasta ahora invita a la enmienda a los pecadores130.

Él no causa ira cada día. Más expresivamente que «se aíra», se dice «no causa ira» (y así lo hallamos en los ejemplares griegos), tal vez porque la ira con que castiga está no en él, sino en los ánimos de esos ministros que se someten a las normas de la verdad, mediante los cuales, para castigar los pecados, se dan órdenes también a los ministros inferiores, a los que se llama ángeles de la ira131, a los cuales agrada el castigo humano, no por la justicia, con la que no disfrutan, sino por malicia. Dios, pues, no causa ira cada día, esto es, no congrega cada día a sus ministros para la venganza132. En efecto, ahora la paciencia de Dios133 invita a la enmienda134; en cambio, blandirá su espada135 en el último tiempo, cuando a causa de su dureza y de su corazón impenitente los hombres se hayan atesorado ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios136.

13. [v.13] Si no os convertís, afirma, blandirá su espada. Al hombre del Señor en persona puede tomársele por la espada de Dios de dos filos137, esto es, la frámea que no blandió en la primera venida, sino que, por así decirlo, escondió en la vaina de la humildad y, en cambio, blandirá cuando en la segunda venida, al venir a juzgar a vivos y muertos138, en el manifiesto esplendor de su gloria lanzará para sus justos luz, y terrores para los impíos. Efectivamente, en otros ejemplares, en vez de «blandirá su espada», está puesto «hará brillar su frámea», expresión con la que se indica muy adecuadamente, creo, la última venida de la claridad del Señor, ya que según su función se entiende lo que tiene otro salmo: Libra, Señor, de los impíos mi alma, tu frámea de los enemigos de tu mano139. Tensó su arco y lo preparó: no han de pasarse por alto indistintamente los tiempos de los verbos, el hecho de que acerca del futuro haya dicho «blandirá la espada»; acerca del pasado, «tensó el arco»; después siguen verbos de tiempo pasado.

14. [v.14] Y en ese mismo preparó instrumentos de muerte; fabricó sus saetas para los ardientes. El arco140, pues, gustosamente lo tomo por las Escrituras santas, donde la fortaleza del Nuevo Testamento, cual cierta cuerda, ha curvado y sometido la dureza del Antiguo. Como saetas son lanzados desde allí los apóstoles, o son disparadas las proclamas divinas. Estas saetas las fabricó para los ardientes, esto es, para quienes, atravesados [por ellas], se abrasan de amor divino. En efecto, ¿qué otra flecha atravesó a aquella que dice: Metedme en la casa del vino, colocadme entre ungüentos, rodeadme de mieles, porque estoy herida de caridad?141 ¿Qué otras flechas inflaman a quien, ansioso de regresar a Dios y retornar de este peregrinaje, pide auxilio contra las lenguas embusteras?, y se le dice: «¿Qué se te dará o qué se te añadirá contra la lengua embustera? ¿Saetas de un robusto, afiladas con ascuas devastadoras»?142. Esto es, [se te darán] para que, atravesado e inflamado por ellas, ardas en un amor tan grande por el reino de los cielos, que despreciarás las lenguas de cuantos se te enfrenten y quieran apartarte de tu propósito, y te burles de sus persecuciones, pues dirás: ¿Quién me separará de la caridad de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?143 Pues estoy cierto, afirma, de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni fuerza, ni altura ni profundidad ni otra criatura podrá separarnos de la caridad de Dios, la cual está presente en Cristo Jesús, Señor nuestro144.

Así fabricó sus saetas para los ardientes. Efectivamente, así se halla en los ejemplares griegos. En cambio, casi todos los [ejemplares] latinos tienen «[saetas] ardientes». Pero, ora ardan las saetas mismas, ora hagan arder —cosa que, evidentemente, no pueden, si precisamente ellas no arden, el sentido está intacto—.

15. Pero porque ha dicho que el Señor preparó en el arco no solo saetas, sino también instrumentos de muerte, puede preguntarse cuáles son los instrumentos de muerte. ¿Quizá los herejes? En efecto, precisamente ellos desde idéntico arco, esto es, desde idénticas Escrituras, brincan sobre las almas no para inflamarlas de caridad, sino para matarlas con venenos, lo cual no sucede sino según sus culpas. Por eso, esta disposición ha de atribuirse a la divina providencia, no porque ella haga pecadores, sino porque ella los hace entrar al orden, una vez que han pecado. De hecho, quienes a causa del pecado leen con mal deseo, se ven obligados a entender mal, de modo que ese es el castigo del pecado; sin embargo, por la muerte de ellos, como por ciertas espinas, los hijos de la Iglesia católica son despertados del sueño y avanzan hacia la inteligencia de las divinas Escrituras. Afirma: En efecto, es preciso que incluso herejías haya, para que los aprobados queden de manifiesto entre vosotros145, esto es, entre los hombres, pues para Dios están de manifiesto.

¿Quizá dispuso para perdición de los infieles estos mismos saetas e instrumentos de muerte, y las fabricó ardientes o para los ardientes, para adiestramiento de los fieles? En efecto, no es falso lo que dice el Apóstol: Somos para unos olor de vida para vida; para otros olor de muerte para muerte. Y ¿quién es idóneo para esto?146 No es, pues, extraño que idénticos apóstoles sean, en quienes los persiguieron, instrumentos de muerte, y asimismo saetas ígneas para inflamar los corazones de los creyentes.

16. [v.15] Pues bien, tras esta disposición147 llegará el justo juicio148. Para que pensemos no que la tranquilidad e inefable luz de Dios sacan de sí mismas con qué castigar los pecados, sino que ordena esos pecados mismos, de modo que lo que fueron deleites para el hombre cuando peca, son instrumentos para el Señor cuando castiga, acerca del [juicio] habla de manera que entendamos que para cada hombre proviene de su pecado el suplicio, y que su iniquidad se convierte en castigo.

Afirma: He ahí que llevó en el seno injusticia. Por cierto, ¿qué había concebido para llevar en el seno injusticia? Afirma: Concibió fatiga. De ahí, pues, procede esto: Con fatiga comerás tu pan149; de ahí también aquello: Todos los que os fatigáis y estáis cargados venid a mí, pues mi yugo es blando, y leve mi carga150. Por cierto, no podrá acabarse la fatiga, a no ser que uno ame lo que no puede quitársele si él no quiere. Efectivamente, cuando se aman las cosas que podemos perder contra la voluntad, es inevitable que por ellas nos fatiguemos patéticamente, y que, para conseguirlas, en medio de las angustias de las penas terrenas, cuando uno ansía robarlas y adelantarse a otro o arrancárselas a otro, maquinemos injusticias. Con razón, pues, y absolutamente de acuerdo al orden llevó en el seno injusticia quien concibió fatiga. Ahora bien, ¿qué pare sino lo que llevó en el seno, aunque no hubiera llevado en el seno lo que concibió?, el malvado lleva en el seno injusticia, pero da a luz fatiga, cosas, pues, distintas. De hecho, no nace lo que se concibe, sino que se concibe la semilla, y nace lo que se forma en virtud de la semilla. Por tanto, la fatiga es la semilla de la iniquidad; en cambio, lo que concibe la fatiga es el pecado, esto es, el primer pecado, apostatar de Dios151. Llevó, pues, en su seno injusticia quien concibió fatiga. Y parió iniquidad: iniquidad es lo mismo que injusticia; parió, pues, lo que llevó en su seno. ¿Qué sigue después?

17. [v.16] Abrió un foso y lo excavó. Abrir un foso es preparar un fraude en las cosas terrenales, esto es, cual en el suelo, para que por ella caiga ese a quien el injusto quiere engañar. Pues bien, este foso se abre, cuando se consiente con la mala sugerencia de los apetitos terrenales; en cambio, se excava, cuando tras el consentimiento se insta a la ejecución del fraude. Pero, ¿cómo puede suceder que la iniquidad lesione antes al hombre justo, contra el que procede, que al corazón injusto de dónde procede? Así, pues, verbigracia, un defraudador de dinero, mientras ansía lacerar a otro con una pérdida, a él mismo lo lastima la herida de la avaricia. Por otra parte, ¿quién, incluso demente, no verá cuánta diferencia hay entre estos, pues aquel sufre una pérdida de dinero, y este [una pérdida] de la inocencia? Caerá, pues, en la fosa que hizo, lo cual se dice en otro salmo: Al Señor se le conoce, al llevar a cabo los juicios; el pecador quedó prendido en las obras de sus manos152.

18. [v.17] Se volverá contra su cabeza su fatiga, y su iniquidad bajará a su coronilla. En efecto, no quiso él evadirse del pecado, sino que bajo el poder del pecado se hizo cual esclavo, según dice el Señor: Todo el que peca es esclavo153. Su iniquidad, pues, estará sobre él cuando él se somete a su iniquidad, porque no pudo decir al Señor lo que dicen los inocentes y rectos: Gloria mía, y que levantas mi cabeza154. Él, pues, estará debajo, de modo que su iniquidad esté arriba y baje contra él, porque le abruma y agobia y no le permite retomar el vuelo hacia el descanso de los santos. Esto acontece, cuando en el hombre perverso la razón es esclava y la pasión domina.

19. [v.18] Confesaré al Señor según su justicia. Puesto que dice esto quien más arriba decía con toda sinceridad: Si hay iniquidad en mis manos155, esa confesión no es de los pecados, sino de la justicia de Dios156, en razón de la cual habla así: «Verdaderamente, Señor, eres justo157 cuando, por una parte, proteges a los justos, de modo que por ti mismo los iluminas y, por otra, a los pecadores los ordenas, de modo que los castiga no tu malicia sino la suya». Esta confesión alaba al Señor, de modo que nada pueden valer los ultrajes de los impíos, que, al querer excusar sus fechorías, no quieren atribuir a su culpa el hecho de que pecan, esto es, no quieren atribuir a su culpa su culpa. Así, pues, desdichados que fluctúan y yerran en vez de confesar a Dios para que los perdone, pues es preciso que no se perdone sino a quien dice: He pecado158, inventan a qué acusar, a la suerte o al hado o al diablo, [respecto al cual], el que nos hizo159 ha querido que esté en nuestro poder no consentir con él; o sacan a escena otra naturaleza que no venga de Dios.

Quien, pues, ve que Dios ordena los méritos de las almas, de modo que, mientras se abona a cada cual lo suyo, en ninguna parte se viola la belleza del universo, alaba en todo a Dios, y esta es confesión no de los pecadores, sino de los justos. En efecto, no es confesión de pecadores cuando dice el Señor: Te confieso, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido a los sabios estas cosas y las has revelado a los pequeñines160. Asimismo, en el Eclesiástico se dice: Confesad al Señor en todas sus obras161. Y en la confesión diréis esto: «Las obras del Señor son todas muy buenas»162. Esto puede entenderse en este salmo, si con intención piadosa, con ayuda del Señor, uno distingue entre los premios de los justos y los suplicios de los pecadores: cómo la creación entera, que, fundada por Dios, él rige, por estos dos [hechos] es embellecida con hermosura asombrosa y conocida por pocos.

Asevera, pues, «confesaré al Señor según su justicia», como el que haya visto que Dios no ha hecho las tinieblas, pero las ha ordenado empero. En efecto, Dios dijo: «Hágase la luz», y se hizo la luz163. No dijo «háganse las tinieblas», y se hicieron las tinieblas. Y sin embargo, las ordenó164. Y por eso se dice: Separó Dios entre la luz y las tinieblas, y llamó Dios a luz día y a las tinieblas las llamó noche165. Esta es la distinción: hizo y ordenó una cosa; la otra, en cambio, no la hizo, pero en todo caso también la ordenó. Ahora bien, que las tinieblas significan los pecados, se halla precisamente en el profeta que dijo «y tus tinieblas serán cual mediodía »166, y en un apóstol, cuando dice «quien odia a su hermano está en las tinieblas»167, y principalmente aquello: Desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz168. No [es] que la naturaleza de las tinieblas sea algo. En efecto, en cuanto que es naturaleza, toda naturaleza está forzada a existir. Ahora bien, existir atañe a la luz; no existir, a las tinieblas. Quien, pues, abandona a ese por el que ha sido hecho, y se inclina a esto de lo que ha sido hecho, esto es, a la nada169, se entenebrece en este pecado y, sin embargo, no perece enteramente, sino que se lo ordena entre las cosas ínfimas.

Así, pues,tras haber dicho «confesaré al Señor», para que no lo entendiéramos como confesión de los pecados, ha añadido lo último: Y salmodiaré al nombre del Señor Altísimo. Ahora bien, salmodiar atañe al gozo; en cambio, el arrepentimiento de los pecados, a la tristeza.

20. Este salmo puede interpretarse también a propósito de la persona del hombre del Señor, con tal de que lo que ahí está dicho como expresión de abajamiento, se ponga en relación con nuestra debilidad, que él llevaba170.