Comentario de San Agustín en las «Retractaciones» (1,23)
1. Cuando era yo todavía presbítero, estábamos un grupo reunidos en Cartago y leímos la Carta a los Romanos. Algunos hermanos me hacían preguntas, y yo les iba respondiendo según podía. Pero ellos prefirieron consignar por escrito mis palabras para que no se perdieran. Yo accedí y con ello se añadió una obra más a mis anteriores opúsculos.
En este libro, cuando digo: «Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal1,queda bien claro que no pueden cumplir la Ley sino los espirituales, que son obra de la gracia de Dios». Con ello no quise referirme a la persona del Apóstol, que ya era espiritual, sino al hombre que vivía bajo la Ley y todavía no bajo la gracia2. Así entendí en un principio estas palabras. Pero después de haber leído a varios tratadistas de la divina Escritura, cuya autoridad me hizo vacilar, consideré esto con más atención, y vi que también podían referirse al Apóstol tales palabras: Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal.Esto lo dejé demostrado conel mayor cuidado en los libros que no hace mucho escribí contra los pelagianos. Y lo mismo que digo también en el libro: «Pero yo soy carnal, etc., hasta el pasaje donde dice el Apóstol: Pobre de mí, ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor3»,se refiere a la descripción que hace del hombre que vive todavía bajo la Ley y no bajo la gracia: desea hacer el bien, pero le vence la concupiscencia de la carne y termina obrando el mal. De este dominio de la concupiscencia sólo nos libra la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor, mediante el don del Espíritu Santo. Él derrama en nuestros corazones la caridad4, que vence las concupiscencias de la carne5, y no permite que consintamos en el mal obrar, sino que elijamos el bien. Con lo cual queda desbaratada la herejía pelagiana, cuyas pretensiones son que la caridad, que es la que hace que nuestra conducta sea leal y religiosa, no nos viene de Dios, sino que nace en nosotros mismos. Pero en los libros publicados contra ellos, manifesté que es mejor interpretar estas palabras aplicándolas también al hombre espiritual que ya vive bajo la gracia, teniendo en cuenta que el cuerpo todavía es carnal, no espiritual, cosa que sucederá en la resurrección de los muertos. Los mismos santos, que tienen que luchar ardientemente contra la concupiscencia de la carne, para no consentir sus incitaciones al mal, no carecen de ella en esta vida. Cierto, no la tendrán en aquella otra, donde la muerte quedará anulada en la victoria6. Cualquier santo, que ya vive bajo la gracia, puede decir lo mismo que yo acabo de decir de un hombre que aún no está bajo la gracia, sino bajo la Ley7, debido a esta concupiscencia y sus envites, que hay que resistir, porque todavía permanecen en nosotros.
2. Estuvimos tratando también sobre qué elegiría Dios en el no nacido, para decirle que el mayor había de estar al servicio del menor, y qué rechazaría en el mayor antes de nacer8, para que la Escritura más adelante y proféticamente, pero refiriéndose a este hecho, dijera: Amé a Jacob, pero odié a Esaú9.Razonando sobre este pasaje, llegué a decir: «Luego Dios no eligió en nadie las obras que en su presciencia pensaba otorgarle, sino más bien la fe de quien en su presciencia él vio que había de creer, para darle el Espíritu Santo, y conseguir incluso su salvación mediante las buenas obras». Por entonces yo no había investigado ni descubierto cuál es la elección de la gracia, de la que dice el mismo Apóstol: El resto se ha salvado por elección de la gracia10.Si en realidad hay méritos precedentes, ya no es gracia, pues lo retribuido no sería gratis, sino sería la paga de una deuda a sus méritos, más bien que una donación. Y por tanto lo que dije a continuación: «Según las palabras del Apóstol: Dios es el que obra todas las cosas en todos11; pero nunca se dice: "Dios cree todas la cosas en todos"» y lo que luego añadí: «El creer nos pertenece a nosotros, mientras que las buenas obras son de Aquel que otorga el Espíritu Santo a los creyentes», jamás lo habría dicho, si entonces hubiera sabido que hasta la misma fe es uno de los dones de Dios12, incluidos en ese don del Espíritu. Así que una y otra las hace nuestras el albedrío de la voluntad, y al mismo tiempo una y otra se nos dan por el Espíritu de fe y de caridad. No nos viene de Dios sólo la caridad, sino como dice la Escritura: La caridad junto con la fe de parte de nuestro Señor Jesucristo13.
3. Un poco más adelante dije: «A nosotros nos pertenece la fe y la voluntad, y a él dar a quienes creen y quieren, la facultad del bien obrar por el Espíritu Santo, por quien la caridad se derrama en nuestros corazones14». Sin duda que esto es verdad, pero entendido de la forma que antes indiqué, es decir, que ambas cosas le pertenecen a él, puesto que es él quien prepara la voluntad15, pero al mismo tiempo son también nuestras, puesto que nada de esto sucede si nosotros no queremos. Y por esto es del todo cierto lo que dije más abajo: «No somos capaces de querer si no somos llamados; pero aun después de la llamada y de haber respondido queriendo, no basta nuestra voluntad y nuestro afán, si Dios no presta su ayuda a los que se afanan y los conduce hasta la meta». Y añado después: «Queda, pues, bien claro que la cuestión no está en querer ni en afanarse, sino en que Dios tenga misericordia16, para que obremos el bien». Pero traté poco de esta llamada que se hace según los designios de Dios17. No en todos los llamados se da con estas características, sino únicamente en los elegidos. Y por eso es totalmente verdadero lo que añado poco después: «Así como en los elegidos por Dios no son las obras las que dan inicio al mérito, sino que es la fe, de manera que el bien obrar es un don de Dios, así también en los condenados es la infidelidad y la impiedad la causa que les hace merecedores del castigo, que es el que les lleva a obrar el mal». Bien entendido que el mérito de la misma fe es también un don de Dios, cosa que entonces no formulé ni se me ocurrió tratar.
4. Me expreso así en otro lugar: «Dios conduce al bien obrar a aquel de quien tiene misericordia18, y abandona a su mala conducta a quien endurece. Pero he aquí que también esa misericordia se le atribuye al mérito precedente de la fe, y el endurecimiento a la impiedad que precede». Todo esto es verdad, sin duda. Pero debería haber continuado investigando a ver si el mérito de la fe proviene de la misericordia de Dios. En otras palabras: a ver si esta misericordia sólo tiene lugar en el hombre que ya es fiel, o si también se le da a uno para que lo sea. Así leemos en los escritos del Apóstol: He alcanzado misericordia para ser fiel19.No dice «porque era fiel». Así que se le da al que es fiel, pero también se le da para serlo. Con toda razón, pues, dije en otro pasaje del mismo libro: «Si somos llamados a la fe, no por nuestras obras, sino por la misericordia de Dios, y además, siendo ya creyentes, es un don el obrar bien, no hay por qué escatimar a los gentiles esta misericordia». No obstante, traté allí con poca precisión la llamada de Dios que tiene lugar según sus designios. Este libro comienza así: Sensus hi sunt in epistola Pauli ad Romanos.
Exposición de algunos textos
de la Carta a los romanos
He aquí algunas interpretaciones de la Carta a los Romanosdel apóstol Pablo. Lo primero que quiero subrayar es que todos caigan en la cuenta de que el tema central de esta Carta gira en torno a las obras de la Ley y de la gracia.
1. [1.] [1,4] Las palabras: Según el Espíritu de santificación por su resurrección de entre los muertos, significan que los discípulos, después de su resurrección, recibieron el don del Espíritu. Y menciona la resurrección de los muertos porque en él todos fuimos crucificados y resucitados.
2. [2.] [1,11] La expresión: Para comunicaros la gracia del Espíritu quiere significar el amor a Dios y al prójimo, para que así, por amor a Cristo evitasen cualesquiera celos de los gentiles llamados al Evangelio.
3. [3.] [1,18] Se está revelando desde el cielo -dice Pablo- la ira de Dios sobre toda impiedad, etc., a lo que ya Salomón aludió hablando de los sabios del mundo, cuando dijo: Si tanta ha sido su ciencia, que han podido profundizar en el conocimiento del mundo, ¿cómo es que no lograron descubrir con mucho menos esfuerzo a su Creador y Señor?20. A los que Salomón se refiere, no conocieron al Creador por medio de la criatura; en cambio, a los que increpa el Apóstol, lo llegaron a conocer, pero no le dieron gracias, y llamándose a sí mismos sabios, resultaron ser unos necios que cayeron en el culto a los ídolos21. Claramente dice el mismo Apóstol en el discurso a los atenienses que los sabios gentiles llegaron a descubrir al Creador: Porque en él vivimos, nos movemos y existimos, añadiendo: como ha afirmado alguno de los vuestros22. Su primera intención fue denunciar la impiedad de los gentiles, para probar desde aquí que también los gentiles por la conversión podían alcanzar la gracia. Sería injusto sufrir el castigo de su impiedad y no recibir el premio de la fe.
4. [4.] [1,21] Habiendo descubierto a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias.He aquí la raíz del pecado, según las palabras: El origen de todo pecado es la soberbia23.Si hubiesen rendido gracias a Dios, que les había concedido esta sabiduría, no se les habría ocurrido siquiera atribuirse algo a sí mismos. Por eso el Señor los abandonó a los deseos de su corazón, con lo cual llegaron a obrar en su propio perjuicio.
5. [5.] [1,24] La expresión: Los entregó quiere decir que los abandonó a los deseos de su corazón. Da a entender que el castigo merecido que recibieron de Dios fue el ser abandonados a los caprichos de su corazón.
6. [6.] [1,28-29] El decir: Los entregó Dios a la perversa mentalidad, etc., colmados de toda maldad, nos quiere indicar que se trata de hacer daño, o en otras palabras cometer delitos. Más arriba habla de las depravaciones, llamadas indecencias, de las cuales se viene a caer en los delitos. Porque cuando alguien va buscando el placer de la indecencia, llega al delito al intentar apartar a quien se interponga. Bien distingue aquel pasaje de La Sabiduría de Salomón, cuando, después de enumerar las anteriores indecencias, dice: Acechemos al pobre justo, que nos resulta incómodo24, etc.
7. [7-8.] [1,32; 2,1] Las palabras: No sólo quienes realizan tales cosas, sino quienes las aprueban, se refieren a los que por su cuenta han cometido esos delitos, y también a los que, sin haberlos cometido, aprueban con su consentimiento las obras delictivas. De aquí que hable de pecados ya consumados cuando dice: Por eso tú, el que seas, que te eriges en juez, eres inexcusable.Al decir el que seas, puntualiza, incluyendo no sólo a los gentiles, sino también a los judíos, que pretendían juzgar a los gentiles según la Ley.
8. [9.] [2,5] Estás acumulando ira para el día de la ira.En todos los lugares donde se habla de ira de Dios, hay que entenderla como «castigo». Por eso continúa diciendo: del justo juicio de Dios.Es de advertir que también en el Nuevo Testamento se dice «ira de Dios». Y cuando en el Antiguo Testamento leen esta expresión los enemigos de la antigua Ley, la condenan. Dicen, no sin razón, que Dios no está sujeto a las pasiones, como nosotros, según aquello de Salomón: Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas con serenidad25.La palabra ira, como ya hemos dicho, tiene el sentido de castigo.
9. [10.] [2,15] Las palabras según el testimonio de su conciencia, están dichas con el mismo sentido que las del apóstol Juan, cuando dice: Queridos, si nuestro corazón nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia26, etc.
10. [11.] [2,29] La expresión: Por el espíritu, no por la letra, se debe entender así: la Ley hay que interpretarla según el espíritu, no al pie de la letra, cosa que les sucedió a los que tomaron la circuncisión en sentido puramente material, más bien que espiritual.
11. [12.] [2,29] La frase: Cuya aprobación no le viene de los hombres, sino de Dios, se refiere a la frase anterior: El que es judío en su interior.
12. [13-18.] [3,20] Nadie se puede justificar ante él por observar la Ley, pues por la Ley nos viene la conciencia del pecado.Esta afirmación y otras parecidas, que algunos toman como ofensivas contra la Ley, hay que leerlas con mucho cuidado, no sea que dé la impresión de que el Apóstol despreciaba la Ley o anulaba la libertad humana. Distingamos bien estos cuatro estados en que el hombre puede encontrarse: antes de la Ley, bajo la Ley, bajo la gracia, en la paz. Antes de la Ley seguimos los deseos de la carne. Bajo la ley somos por ella arrastrados. Bajo la gracia ni la seguimos, ni somos arrastrados por ella. En la paz ya no hay deseos carnales. Así que antes de la Ley no luchamos, ya que no sólo seguimos nuestras pasiones y caemos en el pecado, sino que damos nuestra aprobación al pecado. Bajo la Ley combatimos, pero somos derrotados; reconocemos la maldad de nuestras acciones, y este reconocimiento nos lleva a no quererlas llevar a la práctica; pero como la gracia todavía está ausente, somos vencidos. En este estado queda patente hasta qué grado de postración llegamos, y al intentar resurgir y, sin embargo, volver a caer, se agrava nuestro sufrimiento. Por eso en esta Carta se dice: La Ley se metió por medio para que abundase el delito27. Y también en otro párrafo: Por la Ley vino la conciencia del pecado.No se trata aquí de la remisión del pecado, puesto que el pecado sólo se elimina por la gracia. Buena es la Ley, puesto que prohíbe lo que se debe prohibir, y manda lo que se debe hacer. Pero cuando uno cree que la puede cumplir con sus propias fuerzas, prescindiendo de la gracia del Libertador, de nada le sirve tal pretensión; es más, le perjudica hasta el punto de que es víctima de una más fuerte inclinación a pecar, encontrándose de nuevo culpable de sus pecados. Porque donde no hay ley, tampoco hay trasgresión28.Cuando uno cae en la cuenta del grado de postración en que está sumido, y de que por sí mismo no es capaz de levantarse, implora el auxilio del Libertador. Es entonces cuando llega la gracia con la remisión de los pecados pasados, auxilia a quien intenta resurgir, le concede el amor a la justificación, y así desaparece todo temor. Cuando esto tiene lugar mientras permanezcamos todavía en esta vida, algunos deseos de la carne siguen luchando contra el espíritu, para inducirlos al pecado. Pero como el espíritu no llega a darles consentimiento, porque se halla afianzado en la gracia y en el amor de Dios, deja de pecar. Pues no es la mala inclinación en sí misma lo que hace pecar, sino el prestarle nuestro consentimiento. Viene bien aquí lo que dice el mismo Apóstol: Que no reine más el pecado en vuestro ser mortal por prestar obediencia a sus deseos29.Deja bien patente con esta recomendación que, aunque haya en nosotros estos torcidos deseos, no siguiéndolos impedimos que el pecado reine en nosotros. Ahora bien, tales deseos tienen su origen en la mortalidad de nuestra carne, heredados del pecado del primer hombre, de quien somos descendientes corporalmente. Y esta herencia no terminará sino cuando merezcamos, en la resurrección de los cuerpos, aquella inmortalidad que se nos promete, donde habrá una paz perfecta, una vez llegados al cuarto estado. La paz será perfecta, nada se nos opondrá, al no oponernos nosotros a Dios. Así lo afirma el Apóstol: El cuerpo, es verdad, está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros30. En el primer hombre hubo una libertad perfecta. En nosotros, sin embargo, antes de la gracia no hay libertad para no pecar, sino sólo para no querer pecar. En cambio la gracia consigue no sólo una recta voluntad, sino el que se pueda llevar a la práctica, no por nuestras fuerzas, sino por la ayuda del Redentor, que nos concederá además, en la resurrección, una perfecta paz, consecuencia de la buena voluntad. Gloria, pues, a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad31.
13. [19.] [3,31] ¿Luego por la fe derogamos la Ley? De ningún modo, al contrario, la convalidamos, es decir, la reforzamos. Pero ¿cómo iba a ser reforzada la Ley, sino mediante la justicia? Claro está, la justicia que viene por la fe: de hecho a todo lo que no pudo cumplirse por la Ley, se le dio cumplimiento por la fe.
14. [20.] [4,2] Veamos esta afirmación: Porque si Abrahán fue justificado por sus obras, tiene de qué gloriarse, pero no ante Dios.Se refiere a Abrahán, cuando todavía no había Ley: al no ganarse la gloria por las obras de la Ley, como quien la cumple con sus propias fuerzas -puesto que esta Ley todavía no había sido promulgada-, la gloria le pertenece a Dios, no a él. No fue justificado por mérito suyo, como un logro de sus obras. Fue Dios con su gracia por la fe quien lo justificó.
15. [21.] [4,4] Al que trabaja no se le retribuye el salario como una gratificación, sino como algo debido.Quiso referirse a los salarios que los hombres se pagan unos a otros. Ahora bien, Dios lo que dio fue gratuito, puesto que lo dio a quienes eran pecadores, a fin de que viviesen la justicia por la fe; en otras palabras: para que su conducta fuera recta. Porque nuestras buenas obras, cuando ya hemos recibido la gracia, no las podemos atribuir a nosotros mismos, sino a aquel que nos justificó por la gracia. Si hubiera pretendido pagar el salario debido, la retribución sería el castigo merecido a los pecadores.
16. [22.] [4,5] El que justifica al impío se refiere a transformar a un impío en un hombre religioso, para que en adelante permanezca en esa actitud de piedad y de justicia. Porque fue justificado para continuar siendo justo, no para que llegue a creer que se le permite pecar.
17. [23.] [4,15] La Ley no produce más que la ira, quiere decir el castigo. Pertenece a aquella categoría de «estar bajo la Ley».
18. [24.] [4,17] Delante de Dios en quien creyó, quiso significar que ante Dios la fe está en el hombre interior, no a la vista de los hombres, como es el caso de la circuncisión de la carne.
19. [25.] [4,20] Se refiere a Abrahán cuando dice: Que dio gloria a Dios.Esto lo dijo en contra de aquellos que buscaban su propia gloria ante los hombres por las obras de la Ley.
20. [26.] [5,3] La expresión: No sólo esto, sino que estamos orgullosos de las tribulaciones, etc., gradualmente nos va llevando hasta el amor de Dios. Este amor, al decir que lo tenemos por un don del Espíritu, nos demuestra que todo aquello que podríamos atribuirnos a nosotros, debemos atribuirlo a Dios, que se ha dignado concedernos la gracia por el Espíritu Santo.
21. [27-28.] [5,13] Hasta la Ley, había ya pecado en el mundo.Quiere decir hasta que vino la gracia. Va contra los que piensan que basta la Ley para borrar los pecados. El Apóstol afirma que por la ley han quedado de manifiesto los pecados, no que han sido abolidos. He aquí sus palabras: El pecado no se imputaba cuando no existía la Ley.No dice que no existiera,sino que no se imputaba.Cuando la Ley se promulgó, no quiere decirse que el pecado desapareció, sino que comenzó a imputarse, es decir, a manifestarse. No creamos, pues, que hasta la Ley pretende indicar que bajo la Ley ya no hubo pecado; éste es el sentido: hasta la Ley incluye todo el período de su vigencia, hasta el fin de la Ley que es Cristo.
22. [29.] [5,14] La muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, con un delito como el de Adán.Estamos ante un doble sentido; uno puede ser: por un delito como el de Adán reinó la muerte, puesto que hasta los que no habían pecado tenían sobre sí la muerte, por su origen de la mortalidad de Adán. O si no, debemos entenderlo ciertamente así: Reinó la muerte incluso en aquellos que no habían pecado con un delito como el de Adán, sino que pecaron antes de la Ley. Su pecado hay que entenderlo a semejanza del de Adán, puesto que habían recibido ya una ley, y Adán también pecó después de recibir una ley preceptiva. Las palabras hasta Moisés, deben entenderse como todo el período devigencia de la Ley. Cuando a Adán se le llama figura del que tenía que venir, es en sentido opuesto: así como por Adán vino la muerte, así también por nuestro Señor vino la vida.
23. [29,2.] [5,15-19] Pero tal como fue el delito no fue así la condonación.De dos maneras es superior la condonación: o que la gracia es mucho más abundante, porque debido a ella podemos disfrutar de una vida eterna, mientras que la muerte que reinó por causa de Adán fue temporal; o bien que muchos sufrieron el castigo de la muerte por el solo pecado de Adán, mientras que por nuestro Señor Jesucristo nos llega el perdón de muchos pecados con el don de la gracia, que nos conduce a la vida eterna. Esta segunda diferencia la explica él así: Y no hay proporción entre uno que cometió el pecado y la donación otorgada. Porque el juicio de uno solo acabó en condenación, mientras que el don de la gracia sobre muchos delitos terminó en justificación. De uno solo se sobreentiende por el contexto que es «un solo delito», ya que a renglón seguido añade expresamente: el don de la gracia sobre muchos delitos.He aquí, por tanto, la diferencia: la condena de Adán fue por un solo delito; en cambio por el Señor nos vino el perdón de muchos. En el párrafo que sigue mantiene Pablo estas dos diferencias. Así se explica: Porque si por el delito de uno solo reinó la muerte a través de un solo hombre, mucho más los que reciben la abundancia de gracia y de justicia, viviendo reinarán por obra de uno solo, Jesucristo.Las palabras mucho más reinarán, se refieren a la vida eterna, y las otras los que reciben la abundancia de gracia, hacen referencia al perdón de muchos pecados. Después de aclarar estas diferencias, vuelve al punto de partida, que había interrumpido, cuando dijo: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte32.Ahora conecta con lo anterior y prosigue: Así pues, lo mismo que el delito de uno solo resultó condena para todos los hombres, así la justificación de uno solo sirvió de justificación y vida para todos los hombres. Así como por la desobediencia de un solo hombre se hicieron pecadores muchos, así también por la obediencia de uno solo muchos se convertirán en justos.Aquí tenemos la figura del Adán que había de venir, de la que poco antes comenzó a hablar, y por intercalar algunas diferencias, cortó el hilo del discurso. Pero ahora lo retoma y concluye diciendo: Así pues, lo mismo que el delito de uno solo a todos los hombres, etc...
24. [30.] [5,20] La Ley se metió por medio para que abundase el delito.En esta frase da a entender claramente que los judíos no llegaron a comprender con qué designio fue promulgada la Ley. No fue dada para poderles dar vida. Es la gracia la que vivifica mediante la fe. Fue dada la Ley para dejar en claro con cuántas y cuán estrechas ataduras de pecados se iban a encadenar aquellos que presumían de conseguir la justicia por sus propias fuerzas. En tales circunstancias el pecado proliferó, al hacerse más ardiente la concupiscencia por la prohibición, y además se les añadió a los pecadores el delito de la transgresión contra una ley. Esto lo entenderá bien el que reflexione sobre el segundo estado de aquellos cuatro que hemos citado antes.
25. [31.] [6,1-2] ¿Qué diremos, pues? ¿Permanezcamos en pecado para que abunde la gracia? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a continuar viviendo en él? Se refiere a que ha llegado el perdón de los pecados pasados, y que sobreabundó la gracia en este perdón del pasado. Si alguno, por tanto, buscase todavía crecer en el pecado para experimentar una abundancia de gracia, no cae en la cuenta de que está poniendo los medios para que la gracia no produzca en él ningún fruto, puesto que la eficacia de la gracia está en la muerte al pecado.
26. [32-34.] [6,6-8] Tened en cuenta que nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con él, para destruir el cuerpo pecador.Hace Pablo referenciaa lo que dijo Moisés: Maldito todo aquel que esté colgado de un madero33.La crucifixión del hombre viejo está significada en la cruz del Señor, como la renovación del hombre nuevo lo está en la resurrección. Es evidente que nosotros obramos según el hombre viejo, que fue maldito. Nadie duda de que esta maldición se refiere al pecado mismo, pero también alcanza al Señor, que cargó con nuestros pecados34, y Dios lo hizo pecado por nosotros35, y que desde el pecado logró la condena del pecado36. ¿Qué significa: Destruir el cuerpo pecador? Él mismo nos lo aclara: Para que ya no seamos más siervos del pecado; y también cuando dice: Si hemos muerto con Cristo, es decir, si hemos sido crucificados con Cristo. En otro lugar se expresa así: Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado sus bajos instintos con sus vicios y deseos37.De ninguna manera Moisés maldijo al Señor. Lo que hizo fue profetizar el alcance de su crucifixión.
27. [35.] [6,14] El pecado ya no tendrá dominio sobre vosotros, porque no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia.Esto ya pertenece, evidentemente, a aquel tercer estado, arriba mencionado, en el que en su espíritu el hombre se somete a la ley de Dios, aunque todavía en su carne sirva a la ley del pecado38. Pues ya no presta atención a los deseos del pecado, aunque todavía le soliciten sus inclinaciones y le provoquen al consentimiento, cosa que seguirá sucediendo mientras no llegue la vivificación, incluso corporal, y la muerte quede anulada en la victoria39. Al no consentir en los perversos deseos, ya estamos bajo la gracia, y el pecado ya no reina en nuestro ser mortal40. A este hombre, establecido ya bajo la gracia, lo describe muy bien cuando dice: Los que estamos muertos al pecado, ¿cómo vamos a vivir en él?41 Porque el subyugado por el pecado, aunque pretenda resistirle, todavía se encuentra bajo la Ley, no bajo la gracia.
28. [36.] [7,2] Veamos estas palabras: La mujer casada está sujeta a la ley mientras viva el marido. Si su marido muere, queda exenta de la ley que la unía al marido, etc.Notemos que esta comparación difiere del tema por el que se trajo a colación, ya que aquí se habla de la muerte del marido, con lo que la mujer, libre de la ley del vínculo matrimonial, puede casarse con quien quiera. Allí, en cambio, se considera el alma como a una mujer, y a su marido como las pasiones pecaminosas que operan en los miembros, para obtener un fruto de muerte, es decir, que la prole nacida sea digna de tal unión. Y la Ley no fue promulgada para borrar el pecado o liberar de él, sino para evidenciar el pecado antes que llegase la gracia, con lo que logró que los sometidos a la Ley cayeran en un deseo más ardiente de pecar, incluso que llegaran a ser reos más culpables de trasgresión. En este paralelismo se expresan tres símbolos: el alma, que sería la mujer; las pasiones pecadoras, representadas por el hombre, y la Ley, representada por la ley que une a la mujer con el marido. No se dice en este pasaje que el alma queda libre de los pecados muertos o perdonados como de un marido que muere: al contrario, que es el alma misma quien muere al pecado y queda libre para pertenecer a otro marido, es decir, a Cristo. Ella ha muerto al pecado, aunque todavía el mismo pecado da la impresión de seguir vivo, cosa que ocurre al permanecer en nosotros las diversas inclinaciones que nos incitan al pecado, aunque nosotros no les hacemos caso ni las consentimos en nuestro espíritu, puesto que estamos muertos al pecado. Por fin morirá también el mismo pecado, cuando llegue la transformación de nuestro cuerpo en la resurrección, de la que habla poco después: Vivificará también vuestros cuerpos mortales por el Espíritu Santo que habita en vosotros42.
29. [37,1.] [7,8] El pecado, apoyándose en el precepto, provocó en mí toda la concupiscencia.El sentido de esta frase es que la concupiscencia no era total antes de ser acrecentada por la prohibición. La concupiscencia crece cuando falta la gracia liberadora, y lógicamente no está en toda su fuerza antes de que haya prohibiciones. Pero cuando llega la prohibición, y falta, como hemos dicho, la gracia, crece de tal modo que llega a ser total en su género, en otras palabras, llega a su culminación, volviéndose contra la Ley por un lado, y añadiendo el delito de la transgresión, por otro.
30. [37,2.] [7,8.13] Cuando dice: Sin la Ley el pecado está muerto, no quiso decir literalmente que está muerto, sino oculto. Lo aclara a continuación: El pecado, para aparecer como pecado, utilizó algo que es bueno en sí para provocarme la muerte.Buena es la Ley, pero sin la gracia sólo pone de manifiesto los pecados, no los borra.
31. [38.] [7,9-10] La frase: Yo, en un tiempo, sin la ley estaba vivo, hay que entenderla así: «A mí me parecía estar vivo, porque el pecado estaba oculto antes del mandamiento». Y luego dice: Pero en cuanto llegó el mandamiento, el pecado revivió y me causó la muerte. Esto hemos de entenderlo así: «El pecado comenzó a manifestarse, y yo caí en la cuenta de que estaba muerto».
32. [39.] [7,11] Continúa diciendo: Porque el pecado, tomando pie del mandamiento, me engañó, y por el mismo mandamiento, me dio muerte. Lo que aquí quiere decir es que el deseo del fruto prohibido lo hace más dulce. Los pecados hechos a ocultas, son también más dulces, aunque esta dulzura sea mortífera. De hecho Salomón, queriendo representar esta falaz doctrina, describe a una mujer sentada, que quiere seducir a los inexpertos con palabras como éstas: Comed con gusto los panes escondidos, y bebed la dulce agua prohibida43.Esta dulzura es la ocasión del pecado, puesta al descubierto por el precepto: cuando se la gusta, engaña lamentablemente, y se convierte en amargura más profunda.
33. [40.] [7,13] ¿Entonces algo que es bueno me causó a mí la muerte? No, en absoluto; lo que ocurre es que el pecado, para manifestarse como tal, valiéndose de algo bueno, me causó la muerte.Aquí con toda claridad insiste en lo anteriormente dicho: Sin la Ley, el pecado está muerto, que él lo expresa diciendo que estaba «oculto». Y ahora afirma que no ha sido algo bueno, como es la Ley, lo que le ha causado la muerte, sino que es el pecado el causante de ella, a través de algo bueno, la Ley, que puso en evidencia el pecado, oculto antes sin la Ley. Es entonces cuando uno se reconoce muerto: cuando confiesa que algo está bien mandado, pero no es capaz de cumplirlo, y su pecado aumenta más la culpa de la transgresión, que si no estuviera preceptuado. Esto es lo que dice a continuación: De este modo, a causa del mandato, resalta hasta el extremo el delito del pecador, mientras que antes de existir el mandato no era tan grave, puesto que donde no hay ley no puede haber tampoco transgresión.
34. [41.] [7,14] Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy un hombre carnal.Nos aclara aquí suficientemente que la Ley sólo la pueden observar los espirituales, que es la gracia quien los constituye como tales. El hombre que se ha hecho semejante a la Ley, la cumple fácilmente en todos sus preceptos; además no se siente su esclavo, sino su compañero. Se trata aquí de alguien a quien no seducen ya los bienes temporales ni amedrentan los males pasajeros.
35. [42.] [7,14] Vendido como esclavo al pecado.Debemos entender que, cuando uno peca, vende su alma al diablo, aceptando como recompensa la dulzura del placer pasajero. Es ésta la razón, es decir, por estar nosotros vendidos según acabamos de decir, por la que a nuestro Señor se le llama Redentor.
36. [43.] [7,15.13] Lo que realizo no lo entiendo.Esta frase podría parecer a los menos entendidos como contradictoria a aquella otra: El pecado, para manifestarse como tal, se sirvió de algo bueno para causarme la muerte.¿Cómo puede manifestarse, si se ignora? Pero aquí el no lo entiendo tiene el sentido de «no lo apruebo». Así como las tinieblas no se ven, pero al contraste con la luz se perciben, y por eso decimos «percibir las tinieblas», que equivale a no ver, lo mismo sucede con el pecado: al no ser iluminado por la luz de la justicia, se percibe su ausencia en el entendimiento, como decimos percibir las tinieblas por la ausencia de luz. A esto alude lo del salmo: Los delitos ¿quién los conoce?44
37. [44.] [7,19-20] No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la Ley es buena.Queda aquí perfectamente exenta la Ley de toda acusación, perocuidado, no se crea alguien que en estas palabras se nos priva de la libre voluntad. De ninguna manera. Aquí se describe al hombre sometido a la Ley antes de llegar la gracia. En este estado el hombre, privado de la ayuda de la gracia liberadora de Dios, al intentar vivir como justo con sus propias fuerzas, cae vencido por sus pecados. No obstante, en su libertad está el creer en el Libertador y recibir la gracia. De esta forma, librado ya y auxiliado por aquel que se la dio, dejará de pecar y de estar bajo la Ley; estará con la Ley o en la Ley, cumpliéndola con amor a Dios, en lugar de sentirse impotente por temor.
38. [45-46.] [7,23-25] Veo en mis miembros otra ley que se rebela contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que hay en mis miembros.Llama «ley del pecado» a esas ataduras en que uno puede estar envuelto por sus hábitos carnales. Esta ley, dice, se rebela contra su razón, y lo hace prisionero de la ley del pecado. Es aquí donde vemos describirse al hombre que todavía carece de la gracia. Si sólo se rebelase la inclinación carnal, pero sin hacerlo prisionero, no habría lugar a condenación. La condena viene porque obedecemos y nos sometemos a los instintos perversos del hombre carnal. Si tales instintos continúan en nosotros, y siguen insistiendo, pero no les hacemos caso, entonces no quedamos prisioneros: ya estamos viviendo bajo la gracia. De ella hablará cuando comience a exclamar implorando el auxilio del Libertador, para que el amor, por la gracia, sea capaz de realizar lo que el temor no había podido por la Ley. He aquí sus palabras: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? Y añade: La gracia de Dios por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.Y a continuación comienza a describir el hombre establecido bajo la gracia, que ocupa el tercer estado de aquellos cuatro en que lo dividimos más arriba. A este grado pertenece lo que dice a continuación: Yo mismo por un lado sirvo a la Ley con mi razón, pero por otro, con mi carne, me someto a la ley del pecado.Es decir, aunque continúen activos los instintos carnales, no los consiente, y por tanto no se somete a ellos cometiendo el pecado. Por estar establecido bajo la gracia, su espíritu se somete a la Ley de Dios, aunque su carne siga la ley del pecado. Llama ley del pecado a la condición mortal, derivada del pecado de Adán, que nos hace mortales a todos. Como herencia de esta caída de la carne, los deseos carnales están siempre incitando; a ello se refiere en otro pasaje: Fuimos también nosotros por naturaleza hijos de la ira, como los demás45.
39. [47.] [8,1] Consiguientemente ninguna condena pesa ahora para los que están unidos a Cristo Jesús.Claramente nos hace ver que no hay condena aunque existan los instintos carnales, con tal que no se los consienta pecando, lo cual les sucede a los que están bajo la Ley y aún no bajo la gracia. De hecho, los establecidos bajo la Ley, no sólo tienen los instintos en continua lucha, sino que caen bajo su cautiverio cuando les obedecen. Esto no les sucede a los que en su espíritu se someten a la Ley de Dios.
40. [48.] [8,3-4] Sigamos viendo lo que dice el Apóstol: Lo que a la Ley le resultaba imposible por la debilidad de la carne, lo ha logrado Dios, enviando a su Hijo en una condición semejante a la carne pecadora, y desde el pecado dio condena en su carne al pecado, y así la justicia que exige la Ley se cumpliese en nosotros, que ya no vivimos según los instintos carnales, sino según el espíritu.Queda bien patente su enseñanza: los mismos preceptos de la Ley, aunque eran obligatorios, no eran cumplidos. ¿Por qué? Porque aquellos a quienes se había promulgado la Ley, antes del período de la gracia, estaban entregados a los bienes materiales, y su anhelo era conseguir la felicidad a partir de ellos, así como sus temores surgían únicamente cuando se avecinaba algún peligro contra tales bienes. Por eso, cuando surgía algún problema en tales bienes temporales, con facilidad se apartaban del cumplimiento de la Ley. Era, pues, lógico que la Ley quedase debilitada, al no ser cumplida en sus preceptos, no por culpa suya, sino de la carne, es decir, de aquellos hombres, cuyas apetencias no eran el amor a la justicia que inculca la Ley, sino el ansia de bienes materiales. En una palabra: anteponían las comodidades temporales a la Ley. Y entonces es cuando llega nuestro Libertador, el Señor Jesucristo, que toma un cuerpo mortal a semejanza de la carne de pecado. La carne de pecado tiene una deuda: la muerte. Pero quede bien claro que la muerte del Señor fue una generosa dignación suya, no el pago de una deuda. Sin embargo el Apóstol llama «pecado» a la asunción de la carne mortal, aunque no sea pecadora, dado que un inmortal, cuando muere, es como si cometiera un pecado. Por eso dice: Pero desde el pecado dio condena en su carne al pecado. Éste es el logro de la muerte del Señor, para que ya no temiéramos la muerte, y por la misma razón no ambicionáramos los bienes temporales, ni tampoco temiéramos males temporales. Aquí era donde residía aquella «prudencia de la carne» que les impedía cumplir los preceptos de la Ley. Una vez que esta prudencia ha quedado destruida y anulada en aquel hombre que era el Señor, reina el cumplimiento de la ley de la justicia, ya que no se procede según los instintos carnales, sino según el espíritu. De ahí que estén cargadas de verdad aquellas palabras: No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento46.Y también: La caridad es la plenitud de la Ley47. Y la caridad está en aquellos que viven según el espíritu. Ella entra de lleno en el ámbito de la gracia del Espíritu Santo. Pero cuando no existía el amor a la justicia, sino sólo el temor, la Ley no tenía cumplimiento.
41. [49.] [8,7]Porque la prudencia de la carne es enemiga de Dios; no se somete a la Ley de Dios; en realidad ni puede hacerlo.Puntualiza aquí el sentido de enemiga, no vaya a pensar alguien que se trata de algún ser proveniente de un principio adverso, no creado por Dios, y que se dedica a hacerle la guerra a Dios. No. Enemigo de Dios se llama el que no acata su ley, amparado por la prudencia de la carne, que es como decir que sus apetencias son los bienes temporales, y sus temores los males temporales. De hecho la prudencia se suele definir como la búsqueda del bien y el rechazo del mal. Justamente llama, pues, el Apóstol prudencia de la carne a la que tiene como bienes importantes a los que no sobreviven con el hombre, y tiene miedo de perder aquello que irremediablemente perderá. Una tal prudencia es incapaz de acatar la Ley de Dios. Sólo cuando esta prudencia desaparezca, la Ley será obedecida. Entonces le sucederá la prudencia del espíritu: ella hace que nuestra esperanza no resida en los bienes temporales, ni nuestro temor en los males. Sin embargo nuestra misma alma, en su única naturaleza, está en simultánea posesión de la prudencia de la carne, cuando va en pos de los bienes de este mundo, y de la prudencia del espíritu, cuando elige los bienes superiores. Algo semejante sucede con el agua, que siendo siempre de la misma naturaleza, con el frío se hace hielo y se licúa con el calor. Éste es, pues, el sentido de las palabras: La prudencia de la carne no está sometida a la Ley de Dios; pero es que tampoco puede.Como si dijéramos, y con toda razón, que la nieve no se calienta nunca; es que ni ello es posible: al acercarle el calor, se calienta el agua, se disuelve, y ya nadie la puede llamar nieve.
42. [50.] [8,10] Al decir: Aunque vuestro cuerpo está muerto por el pecado, el espíritu es vida por la justificación, está llamando cuerpo muerto al cuerpo mortal. Por su condición de mortal, la carencia de cosas terrenas estimula al alma y la incita a ciertas apetencias, a las que no presta atención y por tanto no peca, puesto que ya en su espíritu está sometido a la Ley de Dios.
43. [51.] [8,11] Si el Espíritu del que resucitó a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, ese mismo que resucitó a Jesucristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros.Ya estamos en el cuarto estado de aquellos cuatro señalados anteriormente. Sólo que este grado no se da en la vida presente. Pertenece a la esperanza, por la que aguardamos la redención de nuestro ser, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad48. Allí habrá una paz perfecta; el alma no podrá sufrir molestia alguna de parte del cuerpo, vivificado ya, y transformado en una celeste condición.
44. [52.] [8,15-16] No habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos, por el que clamamos: ¡Abbá, Padre! Están aquí con toda claridad distinguidos los períodos de los dos Testamentos: el Antiguo, perteneciente a la época del temor, y el Nuevo, en el que reina la caridad. Pero surge la pregunta: ¿Qué significa «el espíritu de esclavitud»? Porque el espíritu de hijos adoptivos sin duda que es el Espíritu Santo, y por lo tanto el espíritu de esclavitud que hace caer en el temor es aquel que tiene potestad de dar muerte. Durante toda su vida eran reducidos a la esclavitud del temor los que vivían bajo la Ley y no bajo la gracia. Y no nos extrañemos de que los que andaban tras los bienes temporales hayan recibido ese espíritu de la divina providencia, no porque de él provenga la ley y el precepto. Pues la Ley es santa y el mandamiento es santo, justo y bueno49;en cambio el espíritu que reduce a servidumbre no hay duda que no es bueno. Es el que reciben los que se sienten incapaces de cumplir la Ley promulgada, por someterse a los bajos instintos y no ser todavía elevados por la gracia del Libertador a la categoría de hijos adoptivos. De hecho, el espíritu de servidumbre no tiene potestad sobre nadie, que no le sea asignado según designio de la providencia divina, que retribuye a cada uno según la justicia de Dios. Una tal potestad había recibido el Apóstol, cuando se refiere a algunos en estos términos: Yo los entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar50.Y de otro dice también: Ya he tomado la decisión de entregar a ese individuo a Satanás, para ruina de su carne y salvación de su alma51. De ahí que los que todavía no viven bajo la gracia, sino que están establecidos bajo la Ley, son constreñidos por el pecadoa obedecer las bajas pasiones, y con su transgresión aumentan la culpa de sus crímenes. Éstos han recibido el espíritu de esclavitud, es decir, el espíritu que tiene la potestad de causar la muerte. Porque si por espíritu de esclavitud entendiéramos el mismo espíritu del hombre, tendríamos que entender por espíritu de adopción ese mismo espíritu que ha cambiado a mejor. Pero dado que tenemos al Espíritu Santo como el espíritu de adopción, según lo testimonia Pablo abiertamente, cuando dice: Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu, no nos queda otra alternativa que entender por «espíritu de servidumbre» aquel a quien se someten los pecadores. Y así como el Espíritu Santo libra del temor de la muerte, así el espíritu de servidumbre, que tiene poder sobre la muerte, retiene a los culpables bajo el terror de la muerte, a ver si se convierten buscando la ayuda del Libertador, bien a pesar del mismo diablo, que siempre tiene la pretensión de tenerlos sujetos bajo su poder.
45. [53.] [8,19-23] La creación está con inquietud a la espera de que se revele lo que es ser hijos de Dios. Ella está sometida al fracaso, no por su voluntad, etc...hasta donde dice: Más todavía: nosotros en lo íntimo de nuestro ser gemimos a la espera de la adopción, la redención de nuestro cuerpo.No vayamos a creer por estas palabras que los árboles o las verduras o las rocas o cualesquiera otras criaturas de este tipo, son capaces de sentir dolor o de quejarse -aquí reside el error maniqueo-, ni tampoco vayamos a pensar que los santos ángeles están sometidos a ese «fracaso», e imaginemos que van a ser liberados de la servidumbre interior. No, ellos ya no morirán jamás. Debemos interpretar toda la creación, sin forzar el texto, contenida en el hombre solo. Así es: toda criatura necesariamente es o espiritual -que por excelencia está en los ángeles-, o animal -que de sobra sabemos está en las bestias- o corpórea -algo que se puede ver y tocar-. Todas ellas están contenidas en el hombre, que consta de espíritu, vida animal y cuerpo. Luego la frase: La creación está a la espera de que se revele lo que es ser hijos de Dios, tiene este sentido: todo lo que ahora en el hombre está en la miseria y sometido a la corrupción,está esperando aquella manifestación de la que habla el Apóstol: Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; cuando se manifieste vuestra vida, que es Cristo, entonces también vosotros os manifestaréis con él en la gloria52. Juan dice también: queridos, ahora somos hijos de Dios y todavía no se ha manifestado lo que seremos; no obstante sí sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es53. Esta manifestación de hijos de Dios, es la que espera la creación, creación que por ahora en el hombre está sometida al fracaso, mientras está entregada a las cosas temporales, pasajeras como una sombra. Así dice efectivamente el salmo: El hombre es como un soplo, sus días pasan como una sombra54. De este vacío de la creación habla también Salomón en estos términos: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué saca el hombre de todas sus fatigas con que brega bajo el sol?55 Y todavía David vuelve a decir: ¿Por qué seguís aficionados a lo inútil y buscando la mentira?56 No dice que la creación se haya sometido por su cuenta a esa inutilidad, ya que se trata de un castigo impuesto. Si es cierto que el hombre pecó libremente, no fue él quien eligió el castigo. Eso sí, este castigo fue impuesto a nuestra naturaleza, pero no sin esperanza de redención. Por eso dice Pablo: Por obra de aquel que la sometió, pero con una esperanza, porque esa misma creación será liberada de la servidumbre de la muerte para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Se trata de lo que es únicamente criatura, no agregada todavía por la fe al número de los hijos de Dios, pero sí en el grupo de los que habían de creer. El Apóstol, al contemplarlos, fue cuando dijo que la creación será liberada de la servidumbre de la muerte, para que ya no estén más bajo la tiranía de la destrucción a la que se someten todos los pecadores. Porque así se le sentenció al pecador: Morirás sin remedio57.Pero también: Será liberada con la libertad gloriosa de los hijos de Dios, es decir, con el fin de que también ella, la creación, llegue a disfrutar de la libertad y gloria de los hijos de Dios por la fe. Y cuando esa fe todavía no la poseía, se le llamaba simplemente una pura criatura. A ella precisamente se refiere lo que sigue: Porque sabemos que la creación lanza gemidos de dolor hasta el presente.Tendría que llegar el momento de pasarse a la fe aquellos que, incluso en su espíritu, estaban sometidos a lamentables errores. Y para que nadie se llamase a engaño, creyendo que con tales palabras se refería sólo a los no creyentes, añade también algunas consideraciones para los que ya habían abrazado la fe. Aunque con el espíritu, es decir, con la razón, se acate la Ley de Dios, sin embargo, dado que con nuestras pasiones uno se hace esclavo de la ley del pecado58, mientras tengamos que padecer las molestias y las incitaciones de nuestro ser mortal, por eso dice el Apóstol: Más aún, también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en lo íntimo de nuestro ser.Está claro: no sólo -dice- en el que podemos llamar meramente una criatura entre los hombres, por no haber creído todavía, y no poder ser contado entre los hijos de Dios, se dan estos gemidos y este dolor: nosotros mismos, que ya poseemos la fe y tenemos el Espíritu como primicia, que ya en nuestro espíritu estamos unidos a Dios por la fe, y por tanto dejamos de llamarnos pura criatura, para llamarnos hijos de Dios, sin embargo también nosotros lanzamos gemidos en nuestro interior a la espera de la adopción, la redención de nuestro cuerpo.Porque esta adopción, ya realizada en los que han creído, está realizada en el espíritu, no en el cuerpo. El cuerpo todavía no ha recibido aquella transfiguración celeste, como la ha conseguido el espíritu, que ha sido renovado por la reconciliación obrada por la fe, convirtiéndose de sus errores a Dios. Sí, también en los que ya son creyentes se está a la espera de aquella manifestación que tendrá lugar con la resurrección de los cuerpos, y que pertenece al cuarto de los estados del hombre. Allí reinará una perfecta paz y un descanso sin fin: no habrá corrupción alguna que nos pueda oponer resistencia, ni molestia que nos cause preocupación.
46. [54.] [8,26-27] Además el Espíritu viene también en ayuda de nuestra flaqueza: nosotros no sabemos con seguridad lo que debemos pedir en la oración.Es evidente que habla del Espíritu Santo, explicándolo bien en lo que sigue: Porque intercede por los santos como Dios quiere.Nosotros, en realidad, no sabemos orar como es debido, y esto por dos motivos: primero porque no se manifiesta todavía el futuro que anhelamos y hacia el cual tendemos; y luego porque en esta nuestra vida hay muchas cosas que nos pueden parecer beneficiosas y son dañinas, y otras que nos parecen dañinas y en realidad son beneficiosas. Por ejemplo, cuando a un siervo de Dios le sobreviene un sufrimiento, sea como prueba o como corrección, a los poco entendidos les parece algo sin sentido. Pero si prestamos atención a aquellas palabras: Danos tu ayuda en la tribulación, porque la salvación que viene del hombre es inútil59,caemos en la cuenta de que son muchas las veces que Dios nos ayuda en nuestros apuros, y que es inútil suspirar por la salud, cuando tal vez no nos convenga, porque puede ser que ponga al alma en peligro por su amor apasionado a la vida presente. A esto se refieren las palabras del salmo: Me encontré con la tribulación y el dolor, e invoqué el nombre del Señor60.Ese me encontré se refiere a algo útil, ya que no nos alegramos de haber encontrado sino aquello que buscábamos. Por eso no sabemos pedir en la oración lo que conviene.Dios sí sabe lo que nos conviene en esta vida y lo que nos va a conceder al término de ella. Pero el Espíritu Santo en persona intercede por nosotros con gemidos inefables.Dice que el Espíritu gime, y eso es porque nos hace gemir a nosotros, avivando nuestro amor hacia el deseo de la vida futura. De ahí aquellas palabras: El Señor Dios vuestro os pone a prueba para saber si le amáis61. Realmente lo que pretende es que lo sepáis vosotros. A Dios no hay nada que se le oculte.
47. [55.] [8,28-30] Estas palabras: A los que llamó, los justificó, pueden mover a preguntarse con inquietud si todos los que han sido llamados, serán justificados. De hecho leemos en otro pasaje: Muchos son los llamados y pocos los elegidos62. Pero dado que todos los elegidos han sido antes llamados, es evidente que no son justificados si antes no son llamados; pero tampoco se trata de todos los llamados, sino de aquellos que han sido llamados según el designio de Dios, como había dicho poco antes. Y se trata del designio de Dios, no del de ellos. El mismo Pablo explica qué alcance tiene este designio, cuando dice: Porque a los que de antemano él previó, también los predestinó a ser semejantes a su Hijo.No, no todos los llamados lo son según el designio divino; este designio forma parte de la presciencia y de la predestinación de Dios. Bien entendido que a nadie predestinó, sino a aquel a quien él previó que iba a creer y a ser fiel a esa vocación. Es a éstos a quienes llama elegidos. Porque muchos son llamados, pero no acuden a la llamada; en cambio nadie viene si no es antes llamado.
48. [56.] [8,29] Para que sea el primogénito entre muchos hermanos.En esta frase nos enseña claramente que debe entenderse cómo nuestro Señor es Unigénito de un modo diverso que primogénito. Al decir Unigénito decimos que no tiene hermanos, que es el Hijo natural de Dios, la Palabra que existía en el principio, y por medio de la cual fueron creadas todas las cosas63. Se le llama, en cambio, primogénito por haberse asociado a otros hermanos, cosa que tuvo lugar cuando asumió la naturaleza humana en el misterio de la encarnación. Gracias a ella se dignó llamarnos a nosotros también hijos suyos, no naturales, pero sí adoptivos. Cuando decimos que uno es el primero, evidentemente decimos que no es él solo, sino que hay otros hermanos que le siguen, después de haberles él precedido. Por ejemplo en otro lugar se le llama primogénito entre los muertos, para que sea él quien mantenga la primacía64. Antes de él no tuvo lugar ninguna resurrección de muertos que ya no morirán más. Sin embargo, después de él sí se da la resurrección de una multitud de santos, a los que él sin reparo llama sus hermanos, por participar de su misma humanidad.
49. [57.] [8,35] ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución? etc. Es una consecuencia del párrafo anterior: Si compartimos con él sus sufrimientos, es para compartir también su gloria. Yo mantengo que los sufrimientos presentes no tienen proporción con la gloria futura que se revelará en nosotros65. La intención de la exhortación de todo este pasaje va encaminada a dar ánimos a los que habla, para que no sean víctimas del abatimiento ante las persecuciones, si es que viven según la prudencia de la carne, que conduce a las apetencias de los bienes pasajeros, y se atemorizan ante los males también pasajeros.
50. [58.] [8,38-39] Al decir: Estoy cierto -y no solamente: «es mi opinión»- mantiene una seguridad plena de que ni la muerte del género que sea, ni la vida temporal prometida, ni todo lo que enumera a continuación, pueden arrancar al creyente del amor de Dios. No, nadie lo aparta: ni el que amenaza con la muerte, puesto que quien cree en Cristo, aunque muera, sigue viviendo; ni tampoco el que ofrece la vida, porque quien da la vida eterna es Cristo. No caben vacilaciones, ya que la promesa de vida temporal se hace despreciable en comparación con la vida eterna. Ni excluye al ángel, puesto que aun cuando un ángel -afirma- descendiera del cielo para anunciaros algo diverso de lo que habéis recibido, sea anatema66. Ni tampoco el principado, el adverso, naturalmente, ya que él se ha despojado de tales principados y potestades, triunfando de ellos en sí mismo67. Ni lo presente ni lo futuro, se entiende las cosas temporales que pueden halagar o ser dificultosas, que ofrecen esperanzas o infunden temores. Ni la fuerza -esta fuerza debemos entenderla como adversa, de acuerdo con estas otras palabras del Evangelio: Nadie puede despojar el ajuar de un hombre fuerte, si antes no lo ata68-, ni altura ni profundidad.Con frecuencia nos aparta de Dios la curiosidad frívola hacia ciertas cosas, sean del cielo o de los abismos, que no somos capaces de penetrar, y aunque lleguemos a hacerlo, de nada nos sirven. A no ser que salga vencedora la caridad, que hace sentir su impulso no hacia lo exterior inconsistente, sino hacia las realidades espirituales ciertas, que están en el hombre interior. Ni criatura alguna.Esto se puede entender de dos maneras: o bien las criaturas visibles, ya que nosotros, o sea, nuestra alma, es criatura, pero invisible, en cuyo caso diría que no nos apartará criatura alguna, o sea ningún amor de tipo corporal; o más bien que no hay criatura posible que nos pueda separar del amor de Dios, puesto que ninguna criatura se interpone entre nosotros y Dios, que sea adversa y nos pueda impedir su abrazo. Así es, por encima de la mente humana, que es racional, no existe ya ninguna criatura, sólo Dios.
51. [59.] [9,5] Dice Pablo: Suyos son los patriarcas, de los cuales desciende Cristo según la carne, y añade: El cual está sobre todos, Dios bendito por los siglos.Nos transmite una fe sin vacilaciones por la que profesamos que nuestro Señor, por su encarnación, es auténtico hombre, y por su eternidad, es la Palabra que ya existía desde el principio, Dios bendito sobre todos y para siempre. Como los judíos sólo mantuvieron una parte de esta profesión de fe, es por lo que el Señor los desmiente. En efecto, cuando les preguntó a ver de quién creían ellos que el Cristo debía ser hijo, respondieron: De David69. Esto, naturalmente, es según la carne. Pero de su divinidad, por la que es Dios, nada respondieron. Y es cuando el Señor les replica: Entonces, ¿cómo es que David, inspirado por el Espíritu, le llama Señor?70 Para hacerles caer en la cuenta de que habían confesado sólo que Cristo es hijo de David, y habían callado que Cristo, además, es Señor del mismo David. Lo primero es por su encarnación, y lo segundo por su eterna divinidad.
52. [60.] [9,11-13] Para continuar el propósito de Dios de elegir no por las obras, sino porque él llama, antes de nacer y de realizar algo bueno o malo, se le dijo: El mayor servirá al menor, como está escrito: Amé a Jacob y rechacé a Esaú.Algunos quedan preocupados ante estas palabras, al pensar que Pablo elimina el libre albedrío de la voluntad, por el que merecemos a Dios mediante las buenas y piadosas obras y con las malas e impías le ofendemos. Y razonan diciendo que antes de ninguna obra buena o mala, antes de nacer, a uno de los dos le tuvo amor y al otro odio. Pero nuestra respuesta es que Dios, por su presciencia, sabe, ya antes de nacer, cómo va a ser cada uno. Y aquí es donde alguien podría objetar: «Luego Dios eligió las obras en el que amó, aunque todavía ellas no existían, porque previó que se iban a realizar. Pues bien, si eligió las obras, ¿cómo es que el Apóstol Pablo afirma que la elección no fue hecha por las obras?». Tenemos, pues, que entender este pasaje así: las buenas obras se realizan por amor, y el amor está presente en nosotros por el don del Espíritu Santo, como lo dice el mismo Apóstol: La caridad ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado71. Nadie debe, por tanto, gloriarse de las obras como si fueran suyas: son fruto de un don de Dios, ya que es el amor el que opera en él las obras buenas. ¿Qué fue, pues, lo que Dios eligió? Si es él quien da el Espíritu Santo a quien quiere, gracias al cual el amor obra en él el bien, ¿en qué se basa Dios para elegir a quién darlo? Porque en ausencia de todo mérito, ya no hay elección: somos todos iguales antes de merecer, y no se puede hablar de elección cuando las cosas son exactamente iguales. Mas dado que el Espíritu Santo no se da sino a los que creen, quiere decirse que Dios no eligió las obras, sino la fe: las obras son un don de Dios, fruto de la caridad que obra en nosotros el bien, la cual nos viene con el don del Espíritu Santo. Está claro: si uno no cree en Dios, ni se mantiene en la voluntad de recibir el don del Espíritu Santo, no lo recibe. Porque es él quien nos infunde la caridad, que nos capacita para el bien obrar. Así que Dios, en su presciencia, no elige en nadie las obras, que han de ser un don suyo, sino que elige la fe: a quien conoce de antemano que ha de creer, a éste lo elige, para darle el Espíritu Santo, y por su medio, con el bien obrar, pueda conseguir también la vida eterna. Así dice el mismo Apóstol: Es el mismo Dios quien obra todo en todos72.Pero ninguna escritura dice: «Dios obra el creer todo en todos». Por lo tanto el creer es cosa nuestra, y el hacer el bien es obra de aquel que da el Espíritu Santo a los que han creído en él.Fue este punto el que se les propuso a los judíos que habían creído en Cristo, y se gloriaban de sus obras antes de recibir la gracia. Decían haber recibido la gracia del Evangelio por sus buenas obras precedentes, siendo así que las obras buenas son imposibles sin haber recibido la gracia. Precisamente la gracia es esa llamada anterior a todo, y que se hace al pecador, cuando aún no ha precedido mérito alguno, excepto el ser reo de condenación. Ahora bien, si el llamado sigue al que lo llama, cosa que ya es propia del libre albedrío, se hará merecedor del Espíritu Santo, por quien ya es capaz de obrar el bien. Y si permanece en él (lo cual también es del libre albedrío) llegará a merecer la vida eterna, que ya ninguna caída podrá poner en peligro.
53. [61.] [9,11-15] Veamos estas palabras: Me compadeceré de quien me compadezca, y tendré misericordia con quien la tenga.Esta frase nos aclara que en Dios no hay injusticia, cosa que pueden objetar algunos ante esta otra: Antes que nacieran, amé a Jacob, y en cambio rechacé a Esaú.Así dice: Me compadeceré de quien me compadezca.Primeramente, cuando todavía éramos pecadores, Dios se ha compadecido de nosotros y nos ha llamado. Y luego, como él dice, de quien me compadezca, llamándolo, de nuevo me compadeceré de él cuando crea. ¿Cómo es que decimos «de nuevo», sino porque el Espíritu Santo lo da al que cree, y además lo pide? Y una vez concedido a quien muestre su misericordia, seguirá ofreciéndosela, hasta que lo haga misericordioso, con lo cual sea capaz de obrar el bien por amor. Que a nadie se le ocurra, pues, atribuirse a sí mismo las obras que realice de misericordia. Es Dios quien, por medio del Espíritu Santo, le ha concedido el amor, sin el cual nadie puede ser misericordioso. Dios no ha elegido a los que obraban el bien, sino a los que han creído, para él mismo hacerlos capaces de obrar el bien. Es nuestro, sí, el creer y el querer, pero es suyo el conceder a los que creen y quieren, la facultad de obrar bien, por el Espíritu Santo. Gracias a él la caridad se derrama en nuestros corazones73: ella nos hace misericordiosos.
54. [62.] [9,15-21] Así que lo importante no es querer o afanarse, sino que Dios tenga misericordia.Esta frase no elimina el libre albedrío de nuestra voluntad. Se limita a decir que no basta que nosotros lo queramos, si no nos ayuda Dios haciéndonos misericordiosos en orden al bien obrar, por el don del Espíritu Santo. A esto se refiere lo dicho poco antes: Me compadeceré de quien me compadezca, y tendré misericordia con quien la tenga.Es que ni siquiera podemos querer, si no somos llamados; y cuando ya queremos, después de la llamada, no bastan nuestra voluntad y nuestros afanes, si Dios no les presta vigor a quienes se afanan, y los conduce hasta la meta. Está claro que la cosa, pues, no está en que uno quiera o se afane para que obremos el bien, sino en que Dios tenga misericordia, aunque también aquí esté implicada nuestra voluntad, que por sí sola nada puede. Por esto mismo resulta lógico el testimonio sobre el castigo del Faraón, que la Escritura le dirige: Para esto te he provocado: para mostrar en ti mi poder, y así mi nombre sea conocido en toda la tierra.Es lo que leemos en el Éxodo: que el corazón del Faraón se endureció74, hasta el punto de no conmoverse ni con señales tan evidentes. El hecho de que el Faraón no obedeciera los mandatos de Dios, era ya el efecto de una condena. Nadie podrá afirmar que aquella dureza del corazón le sobrevino al Faraón porque sí. Fue la consecuencia de un merecido castigo de Dios, sentenciado por su incredulidad. No se le imputaba el hecho de no obedecer en aquel momento, puesto que con el corazón ya endurecido no le era posible obedecer, sino el haberse hecho digno del endurecimiento por su anterior incredulidad. Sucede lo mismo con los que Dios elige: el principio del mérito no son las obras, sino la fe. Las buenas obras son un don de Dios. Y de una forma paralela sucede con los que Dios condena: es la infidelidad y la impiedad la que está en la base del castigo merecido; sus malas obras son ya la consecuencia de este castigo.Así lo afirma el Apóstol más arriba: Y como no reconocieron a Dios como digno de ser conocido, los entregó a sus réprobos sentimientos, para que su conducta fuera desordenada75. Y así es como concluye el mismo Apóstol: Luego se compadece de quien quiere, y a quien quiere lo endurece.Así es: a aquel de quien tiene misericordia, le hace que obre bien; en cambio, a quien endurece lo abandona para que se entregue a las malas obras. Notemos que esa misericordia hay que atribuirla al mérito de la fe anterior, así como el endurecimiento lo es a la anterior impiedad.El bien obrar, pues, se debe a un don de Dios, y la maldad a un castigo. Pero al hombre no se le priva del libre albedrío de su voluntad, sea cuando cree en Dios para alcanzar su misericordia, sea cuando rechaza a Dios, cayendo así en el castigo. Llegado Pablo a esta conclusión, él mismo se hace esta pregunta como si fuera de un adversario: Ahora me objetarás tú: ¿Por qué se queja todavía? ¿Quién podrá resistir a su voluntad? A esta pregunta responde de forma que lo entendamos como hombres espirituales, no como los que viven según los criterios terrenos: es evidente que los primeros méritos pueden ser la fe o la impiedad, y que Dios, con su presciencia, elige a los que van a creer y rechaza a los incrédulos; que no elige a aquéllos por sus obras, ni a éstos tampoco los condena por ellas; que a los unos les da el bien obrar por su fe, y a los otros los abandona al endurecimiento en su incredulidad, causa de sus malas obras. Dado que esta explicación, como ya he dicho, la entienden bien los hombres de espíritu, mientras le resulta inaceptable a la prudencia de la carne, la refutación del objetor se dirige primero a convencerle de que para entender esto debe primero despojarse del hombre de barro, y así merezca llevar a cabo esta investigación por los caminos del espíritu. Dice Pablo: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para replicarle a Dios? ¿Le dirá la arcilla al que lo ha modelado: Por qué me has hecho así? ¿Acaso no va a tener derecho el alfarero de hacer del mismo barro un vaso noble y otro despreciable? Como si dijera: mientras te están haciendo y eres una masa de barro, que no ha alcanzado todavía el nivel de las realidades espirituales; hasta que no consigas ser el hombre espiritual que todo lo juzga y por nadie es juzgado, te conviene abstenerte de esta clase de indagaciones y de replicar a Dios. Si uno desea conocer sus designios, deberá antes ser recibido en su amistad, algo que no pueden conseguirlo más que los espirituales, que llevan ya en sí la imagen del hombre celeste. Es él mismo quien dice: Ya no os voy a llamar siervos, sino amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer76. Pero mientras seas un frágil vaso de barro, hay que romper en ti esa misma fragilidad con aquella vara de hierro a la que se refiere el salmo: Los gobernarás con cetro de hierro, y como a un vaso de barro los quebrarás77.Y así, aniquilado el hombre exterior y renovado el interior; radicado y cimentado en la caridad, podrás comprender la anchura y la largura, la altura y la profundidad, llegando a conocer también lo que supera todo conocimiento, el amor de Dios78. Ahora bien, si Dios de la misma masa ha hecho unos vasos honorables y otros despreciables, no eres tú quién para discutirlo, tú que formas todavía parte de esta masa, lo que significa que tienes de la vida un sentido terreno y carnal.
55. [63.] [9,22] Soportó con mucha paciencia los vasos de ira, prontos ya para la destrucción.Nos deja bien explicado cómo la dureza de corazón del Faraón venía de haberlo él merecido por su secreta y anterior impiedad. Dios la soportó pacientemente, hasta que llegara el tiempo oportuno de un castigo conveniente. Y esto fue para corrección de aquellos que él había determinado librar del error, prestando ayuda a sus ruegos y gemidos, y así conducirlos de nuevo al culto de su religión.
56. [64.] [9,24-25] Él nos ha llamado a nosotros no sólo de entre los judíos, sino de entre los paganos, como ya dice en Oseas: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo, etc. Palabras que nos dejan ver cómo la finalidad de toda esta controversia no es otra que reafirmar lo que ya venía enseñando: que nuestras buenas obras se deben a la misericordia de Dios. Los judíos no deben gloriarse de sus obras, convencidos de que el haber recibido el Evangelio se debía a sus propios méritos, y por tanto se negaban a difundirlo entre los paganos. Deben deponer esa arrogancia y caer en la cuenta de que si somos llamados a creer no por las obras, sino por la misericordia de Dios, y que a los ya creyentes se nos concede el bien obrar, no hay por qué excluir a los gentiles de esta misericordia como si los judíos se hubieran adelantado en los méritos, cuando en realidad no tienen ninguno.
57. [65.] [9,27] Isaías clama a favor de Israel: Si el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, se salvará un resto.Estas palabras nos muestran cómo Dios es la piedra angular que une en sí los dos muros79. En efecto, el testimonio del profeta Oseas es a favor de los gentiles: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo, y a la no amada la llamaré mi amada80.Isaías por su parte da su testimonio a favor de Israel, de que un resto se salvará81, para que no dejen de tenerse como descendencia de Abrahán los que han creído en Cristo. Así armoniza a uno y otro pueblo, de acuerdo con el testimonio que, hablando de los gentiles, da el Evangelio: Tengo otras ovejas que no son de este redil; las tengo que traer, y habrá un solo rebaño y un solo pastor82.
58. [66.] [10,1] Hermanos, el deseo más profundo de mi corazón, y lo que pido a Dios por ellos es que se salven.Comienza ya a hablar de la esperanza de los judíos, no sea que también los gentiles se lancen jactanciosamente contra ellos. Porque si por un lado era rechazable la soberbia judía, que se gloriaba de sus obras, del mismo modo habrá que pararles los pies a los gentiles para evitar el orgullo de creerse preferidos a los judíos.
59. [67.] [10,8-10] Cerca de ti está la palabra, en tus labios y en tu corazón; esta palabra es la fe que predicamos; porque si tus labios confiesan que Jesús es el Señor, y crees de corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Con la fe del corazón llegamos a la justificación, y con la profesión oral se llega a la salvación.Todo este párrafo se refiere a lo dicho más arriba: El Señor cumplirá sobre la tierra su palabra totalmente y sin tardanza83. Abolidos, de hecho, los innumerables y complicados ritos que oprimían al pueblo judío, Dios con su misericordia ha hecho que llegáramos a la salvación por la sencillez de la confesión de la fe.
60. [68.] [10,19] Cita después un testimonio de Moisés: Yo os provocaré la envidia hacia una que es no-nación; os irritaré con una nación fatua.Al decir «nación fatua» explica lo de «no nación» anterior. Como dando a entender que una nación fatua no merece el nombre de nación. Sin embargo dice que la irritación de los judíos vendría de la fe de los gentiles, ya que éstossupieron aprovechar lo que ellos despreciaron. O, mejor todavía, de que esta no-nación, esta nación fatua, como lo es todo pueblo que da culto a los ídolos, supieron dejarlos abrazando la fe. A esto se refieren las palabras: Si un incircunciso observa los mandatos de la Ley, ¿no se le considerará como circunciso?84, como diciendo: Yo os provocaré envidia de una nación que no había llegado a serlo, pero supo cambiar su paganismo por la fe en Cristo, a pesar de haber sido una nación fatua por su culto a los ídolos.
61. [69.] [11,1] ¿Acaso Dios ha rechazado a su pueblo? ¡De ninguna manera! Yo también soy israelita, de la descendencia de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Aquíse refiere a lo dicho anteriormente: La palabra de Dios no puede fallar. Lo que pasa es que no todos los descendientes de Israel son auténticos israelitas, como tampoco todos los del linaje de Abrahán son hijos suyos, sino que de Isaac tomará nombre tu descendencia85. Quiere decir que de entre el pueblo judío sólo se considerarán descendientes de Abrahán los que hayan creído en el Señor. Es a lo que poco antes se refiere: Un resto se salvará86.
62. [70.] [11,11-12] Y digo yo: ¿Acaso su delito es tan grande que les ha hecho sucumbir? No hay tal, sino que por su delito la salvación pasó a los gentiles. Con esto no quiere decir que no hayan caído, sino que su caída no fue inútil, puesto que sirvió para la salvación de la gentilidad. Al decir que si su delito fue tan grande que les haya hecho sucumbir, se refiere a que su caída no fue sin consecuencias, como un simple castigo, sino que el mismo hecho de caer ayudó a la salvación de los gentiles. A partir de aquí comienza a elogiar al pueblo judío, tomando pie de la misma caída de su infidelidad, para evitar el engreimiento de los gentiles, dado que la caída de los judíos resultó tan valiosa para la salvación de la gentilidad, sí, pero con mayor razón los paganos deben evitar engreírse, no sea que caigan como ellos.
63. [71.] [12,20] Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; obrando así, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza. Esta afirmaciónpodrá parecerles a muchos que contradice el precepto del Señor de amar a nuestros enemigos y de orar por nuestros perseguidores87, e incluso lo que el mismo Apóstol dijo poco antes: Bendecid a los que os persiguen, bendecidlos, sí, no los maldigáis88; o también: No devolváis mal por mal89.¿Cómo puede uno amar a quien le da de comer y beber, precisamente para amontonar carbones ardiendo sobre su cabeza, si es que los carbones ardiendo significan en este texto un grave castigo? No, no es así. Debemos entender que estas palabras son una invitación, con nuestro buen comportamiento respecto de quien nos ha ofendido, a que se arrepienta de su mala conducta. Tales carbones encendidos van encaminados a la quema, es decir, a la contrición del espíritu, que es como la cabeza del alma, en la que se reduce a pavesas toda malicia, cuando el hombre pasa a ser mejor por la conversión. Son éstos los carbones de fuego de que se habla en los salmos: ¿Qué se te va a dar, qué se te va a ofrecer a ti, para tu lengua embustera? Saetas agudas de un guerrero con carbones abrasadores90.
64. [72.] [13,1] Sométanse todos a las autoridades superiores; no hay autoridad que no provenga de Dios.Es una oportunísima advertencia a los nuevos cristianos, no sea que se les suba a la cabeza el verse llamados por el Señor a la libertad, y lleguen a pensar que en el peregrinar de esta vida no hay por qué cumplir con el orden establecido ni someterse a las autoridades superiores, a quienes sólo temporalmente se les ha concedido el gobierno de las realidades transitorias. Siendo nosotros, como somos, alma y cuerpo, mientras estamos en esta vida temporal hacemos uso de las cosas temporales para las necesidades de nuestra vida. Es lógico, por tanto, que nos sometamos, en lo relacionado con las realidades de la vida presente, a las autoridades, es decir, a los hombres constituidos en dignidad, que gobiernan las realidades humanas. Ahora bien, en lo tocante a nuestra fe en Dios y a la llamada a su reino, nosotros no tenemos por qué someternos a ningún hombre, cuando sus intenciones sean precisamente echar por tierra aquello que Dios nos ha concedido en orden a la vida eterna. Si alguien, pues, piensa que por ser cristiano no está obligado a pagar los impuestos o la contribución, o a no rendirles el debido honor a las autoridades responsables de estas cosas, está en un grave error. Pero caería en un error más grave aún el que pensase que debe acatar las autoridades investidas de alguna dignidad superior para el gobierno de las realidades temporales, pero llevando esto hasta el campo de la fe, como si tuvieran también potestad sobre ella. El equilibrio justo en este campo nos lo prescribe el Señor en persona, cuando dice que debemos dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios91. Y aunque estemos llamados a aquel reino, donde ya no habrá autoridad alguna de este mundo, mientras dure esta nuestra peregrinación, hasta llegar a aquel mundo, donde quedan anulados todo principado y potestad, seamos tolerantes con nuestra condición, para el buen orden de las realidades humanas. No andemos con falsedad alguna, y prestemos obediencia en todo esto no tanto a los hombres, sino a Dios que nos prescribe este comportamiento.
65. [73.] [13,3-4] ¿Quieres no tener miedo a la autoridad? Pórtate bien, y tendrás su aprobación.Puede ser que estas palabras causen irritación a algunos, cuando recuerdan que los cristianos han sufrido frecuentes persecuciones de parte de las autoridades. ¿Acaso no se portaban bien, no sólo por no ser elogiados por tales autoridades, sino incluso cuando fueron torturados y asesinados? Debemos considerar bien las palabras del Apóstol. Él no dice: «Pórtate bien y te alabará la autoridad», sino: Pórtate bien y tendrás su aprobación.Porque ya sea que esté de acuerdo con tu buen comportamiento, o que te persiga, recibirás su aprobación, bien porque logres conquistarlo al servicio de Dios, o porque merezcas tú la corona del martirio en la persecución. Esto mismo se deduce de lo que dice de la autoridad a renglón seguido: Está al servicio de Dios para tu bien, aunque se perjudique a sí mismo.
66. [74.] [13,5] Forzosamente debéis estar sometidos.Quiere darnos a entender con esta frase que es necesario, por motivo de la presente vida, estar sometidos, sin oponer resistencia incluso cuando quisieran arrebatarnos algo de nuestras cosas temporales, dentro de los límites de su autoridad. Al tratarse de bienes pasajeros, nuestra sumisión no tiene por qué llegar hasta los bienes, digamos, permanentes, sino únicamente hasta los que necesitamos en esta vida temporal. Sin embargo, dado que dijo: Forzosamente debéis estar sometidos, por si alguno se somete a medias y no con amor sincero a tales autoridades, añadió: No sólo por temor al castigo, sino en conciencia, o sea, no sólo para evitar la cólera, cosa que se podría lograr también con trampas, sino que tu conciencia esté segura de que obras por amor a la autoridad. Y si te sometes a ella, lo haces por mandato de tu Señor, que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad92. Y cuando el Apóstol decía esto, se refería a las autoridades legítimas. Es lo que les aconseja a los esclavos en otro lugar: Prestad vuestro servicio no sólo para que os vean, como queriendo agradar a los hombres93;que en el mismo hecho de someterse a sus señores, lo hagan sin rencor y no para ganarse su favor por medio de engaños.
67. [75.] [13,8-10] El que ama al prójimo, ha cumplido la ley.Estas palabras nos muestran que el sumum de la ley es el amor, es decir, la caridad. Por eso dice el Señor que toda la Ley y los Profetas están incluidos en estos dos preceptos del amor a Dios y al prójimo94. Ésta es la razón por la que él mismo, que vino a dar cumplimiento a la Ley, nos dio el amor por el Espíritu Santo para que lo que antes el temor no era capaz de cumplir, lo lograse luego la caridad. Esto mismo le hace decir al Apóstol: La plenitud de la ley es la caridad.Y también: El fin del mandato es la caridad, que brota de un corazón puro, de una conciencia honrada y de una fe sincera95.
68. [76.] [13,11] Y más todavía conociendo nuestro tiempo, puesto que ya es hora de despertarnos del sueño.Lo que espera es lo que está escrito: Ahora precisamente es el tiempo aceptable, ahora es el día de la salvación96. Quiere dar a entender que llegó el tiempo del Evangelio y la ocasión propicia para salvarse los que crean en Dios.
69. [77.] [13,14] Y no hagáis caso a los deseos de la carne.Lo que nos dice Pablo es que el cuidado de la carne no se tenga como culpa, cuando se provee a las necesidades de la salud corporal. Otra cosa es cuando uno se complace en dar pábulo a las exigencias de la carne con placeres innecesarios y con lujos. Aquí sí, con razón se hace reprensible, ya que satisfacer las pasiones carnales trae como consecuencia que el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción97.Y se refiere a los que se gozan en los placeres carnales.
70. [78.] [14,1-3] Al débil en la fe acogedlo sin emitir juicios.Nos inculca recibir al que tenga una fe débil. Así, con nuestra firmeza, prestaremos apoyo a sus vacilaciones, sin meternos a juzgar su mentalidad, es decir, sin emitir juicios sobre nadie en su forma de pensar, que no conocemos. Continúa y dice: Uno cree que puede comer de todo; otro, en cambio, que se siente débil, que coma verduras.Ya en aquel tiempo había muchos con una fe firme, expertos en la sabiduría del Señor, según la cual no contamina lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella98, y con toda tranquilidad de conciencia comían de todo. Había otros, más débiles en su fe, que se abstenían de carne y de vino, no fuera que se topasen, sin saberlo, con algo sacrificado a los ídolos. Por entonces toda la carne de las inmolaciones se vendía en el mercado, así como de las primicias del vino les hacían libaciones a sus ídolos, algunas de las cuales se hacían ya en los mismos lagares. Pues bien, a los que consumían estos alimentos con la conciencia tranquila les ordena el Apóstol que no desprecien a los otros, más débiles, que se abstenían de tales alimentos y bebidas. Del mismo modo a éstos les dice que no crean que contraen impureza quienes no ven inconveniente en comer carne y beber vino. Viene a cuento lo que dice a continuación: El que coma no juzgue, es decir, no desprecie al que no come, y el que no come, que no juzgue al que come. Se daba el caso de que los fuertes despreciaban obstinadamente a los más débiles, y éstos juzgaban temerariamente a los fuertes.
71. [79.] [14,4] ¿Quién eres tú, para juzgar al siervo ajeno? Dice esto para que dejemos a Dios el juicio sobre aquellas cosas que se pueden hacer con buena o mala intención, y no tengamos la osadía de dar sentencia sobre lo que otro tiene en su corazón, ya que lo desconocemos. En aquellas acciones, sin embargo, tan evidentes que es imposible realizarlas con buena y recta intención, no se nos prohíbe que emitamos un juicio. En cambio, en este punto de los alimentos, dado que desconocemos la intención con que se hace, no quiere que nos erijamos en jueces, sino que el único juez sea Dios. Con respecto a aquel escandaloso incesto, donde uno había tomado por esposa a la de su padre, ordena establecer juicio99. No era posible decir que tenía buena intención al cometer una infamia de tal calibre. Así que cuando los hechos sean tan claros, que no es posible decir: «Esto lo hice con buena intención», entonces sí, debemos dar sentencia; pero cuando no esté clara la intención con que se hace, no hay que juzgar, reservémosle el juicio a Dios. Como dice la Escritura: Lo oculto pertenece a Dios, y lo manifiesto a vosotros y a vuestros hijos100.
72. [80.] [14,5-6] Uno, por ejemplo, juzga en días alternos, otro, en cambio, juzga cualquier día.Dejando aparte, por el momento, alguna posible consideración más acertada, creo que no se trata aquí de dos hombres, sino del hombre y de Dios. Quien emite juicios un día sí y otro no, es el hombre, porque puede hoy juzgar de una forma y mañana de otra; puede hoy condenar a uno como malo, convicto o confeso, y mañana resulta que lo ve bueno, puesto que se ha corregido. O al revés, hoy elogia a uno como buena persona, y mañana le parece un degenerado. Pero el que juzga todos los días es Dios, porque conoce no sólo cómo es cada uno ahora, sino cómo va a ser día tras día. Luego: Cada cual esté seguro de su forma de pensar, dice Pablo. Es decir, cada uno llegue en sus juicios hasta donde le está permitido al humano entendimiento, o a cada hombre en particular. El que opina un día -sigue diciendo- lo hace por el Señor, es decir, lo que hoy juzga correctamente, lo hace por el Señor.El que emitas juicio exacto sólo por un día, respecto de alguien cuya culpa la ves hoy como evidente, es para que aprendas que no hay nunca que desesperar de su corrección.
73. [81.] [14,22] Dichoso aquel que no merece su propia condena en lo que aprueba.Esto necesariamente hay que referirlo a lo dicho anteriormente: Que no se denigre el bien que tenemos101.Y a su vez esta frase coincide con la dicha inmediatamente antes de la que comentamos: La fe que tienes para tus adentros, ponla ante Dios.Como esta convicción, por la que creemos que todo es puro para los puros102, estamos convencidos de que es correcta, usemos bien de ese bien que tenemos, no sea que por abusar, seamos motivo de escándalo para los más débiles, pecando contra los hermanos. En este caso tendríamos que condenarnos en ese mismo bien nuestro que aprobamos y en la convicción que nos satisface, si con ello escandalizamos a los débiles.
74. [82.] [15,8-9] Quiero decir que Cristo se hizo servidor de los circuncisos por la fidelidad de Dios y para confirmar las promesas hechas a los patriarcas, haciendo que los gentiles glorificasen a Dios por su misericordia. Quiere con estas palabras que los gentiles comprendan que Cristo el Señor fue enviado a los judíos, y por tanto que no se engrían. Una vez que los judíos rechazaron lo que a ellos se les enviaba, fue entonces cuando se comenzó a predicar el Evangelio a los gentiles. Esto está muy claro en los Hechos de los Apóstoles, cuando ellos les dicen a los judíos: Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra, pero como no os consideráis dignos, nos vamos a los paganos103.También lo testifica el mismo Señor, cuando dice: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de Israel104;y en otro lugar: No está bien echar a los perros el pan de los hijos105.Si se paran a considerar esto los gentiles, caerán en la cuenta de que esta su convicción, por la que están seguros de que para los que son puros todo es puro106,no les debe llevar a burlarse de aquellos más débiles, provenientes quizá de los judíos, que no se atreven a tocar carne alguna, para evitar toda contaminación de los ídolos.
75. [83.] [15,16]Que yo sea servidor de Cristo entre los paganos, y mi acción sagrada sea anunciar el Evangelio de Dios, para que la oblación de los paganos, santificada por el Espíritu Santo, le sea aceptable.Entendemos aquí que los gentiles deben ser ofrecidos a Dios, como un sacrificio aceptable, lo cual sucederá cuando, por la fe en Cristo, sean santificados por el Evangelio. Como anteriormente dice: Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios107.
76. [84.] [16,17-18] Atención, hermanos; cuidado con esos que crean disensiones y escándalos en contra de la doctrina que habéis aprendido.Como se ve, habla de aquellos de los que, escribiendo a Timoteo, dice también: Al ir para Macedonia te rogué que permanecieras en Éfeso, para ordenar a algunos que no enseñaran doctrinas diferentes, y que no se ocupasen de fábulas y genealogías interminables, que se prestan más a discusiones que a la formación según Dios, fundamentada en la fe108. Y así mismo a Tito: Porque hay muchos insubordinados, charlatanes y embaucadores, sobre todo de los que proceden de la circuncisión, a quienes hay que impugnar, que van de casa en casa, poniéndolo todo al revés, enseñando lo que no se debe, por el sórdido afán de sacar dinero. Dijo uno de los suyos, un profeta de su pueblo: «Los cretenses, siempre embusteros, bichos malos, vientres perezosos»109.A esto mismo hace alusión este otro texto: Porque éstos no sirven a Cristo el Señor, sino a sus propios vientres, de quienes dice también en otro lugar: Ésos cuyo dios es el vientre110.