En el natalicio del obispo san Fructuoso
y de sus diáconos Augurio y Eulogio.
1. El Señor Jesús no solo instruyó con su doctrina a los mártires; también los afianzó con su ejemplo. Para que los condenados al suplicio tuviesen qué imitar, él padeció antes por ellos: les mostró el camino, convirtiéndose él mismo en camino1. La muerte o es del alma o es del cuerpo. Del alma cabe afirmar que no puede morir y que puede morir: no puede morir, porque nunca deja de percibirse; pero puede morir, si pierde a Dios. Como el alma es la vida del propio cuerpo, así Dios es la vida del alma misma. Por tanto, como el cuerpo muere cuando lo abandona el alma, es decir, su vida, así también el alma muere si la abandona Dios. Para evitar que Dios abandone al alma, viva siempre en la fe, para no temer morir por Dios; de esa forma no morirá porque la haya abandonado Dios. Sólo queda, pues, admitir que la muerte que se teme, sea la muerte del cuerpo. Pero también a este respecto aportó Cristo el Señor seguridad a sus mártires. En efecto, ¿cómo podrían tener dudas sobre la integridad de sus miembros, quienes habían recibido seguridad hasta sobre el número de sus cabellos? Vuestros cabellos —dijo— están contados2. Con todo, enotro lugar lo dice más claramente aún: Os digo que no perecerá ni un solo cabello de vuestra cabeza3. Lo dice la verdad y ¿tiembla la debilidad?
2. Dichosos los santos en cuyas memorias celebramos el día de su martirio: A cambio de la salud temporal, recibieron una corona eterna, la inmortalidad sin fin; a nosotros nos dejaron en estas celebraciones una exhortación. Cuando escuchamos la pasión de los mártires, nos alegramos y en ellos glorificamos a Dios, sin que nos duela su muerte. En efecto, de no haber muerto por Cristo, ¿seguirían, acaso, hasta hoy en .vida? ¿Por qué no podía hacer la confesión lo mismo que iba a causar la enfermedad? Cuando se leyó la pasión de los santos, escuchasteis las preguntas de los perseguidores y las respuestas de los confesores. Entre otras, ¡de qué altura fue la del bienaventurado obispo Fructuoso! Cuando alguien le dijo y le suplicó que lo tuviese presente y que orase por él, respondió: «Es preciso que ore por la Iglesia católica, extendida de oriente a .occidente». ¿Quién hay que ore por cada uno en particular? En cambio, quien ora por todos no olvida a nadie en concreto. De ningún miembro se olvida aquel que eleva su oración por todo el cuerpo. ¿Qué advertencia os parece que hizo a quien le pedía que orase por él? ¿Qué pensáis? Sin duda alguna, lo entendéis. Os la recuerdo. Le suplicaba que orase por él. «Pero yo —dijo— .oro por la Iglesia católica, extendida de oriente a occidente». Si .quieres que ore por ti, no te apartes de la Iglesia por la que oro.
3. ¡Qué respuesta también la del santo diácono! ¡Que sufrió y fue coronado con su obispo! Le pregunta el juez: «¿También tú adoras a Fructuoso?». Y él respondió: «Yo no adoro a Fructuoso, sino al Dios que adora también Fructuoso». De esta forma nos exhortó a honrar a los mártires y a adorar a Dios junto con ellos. En efecto, no debemos ser como vemos con dolor que son los paganos. En realidad, ellos adoran a hombres muertos. En efecto, todos aquellos cuyos nombres suenan en vuestros oídos y en cuyo honor se han levantado templos, fueron hombres, la mayor parte de los cuales o casi todos gozaron, en lo que se refiere a los asuntos humanos, de potestad regia. Oís hablar de Júpiter, de Hércules, de Neptuno, de Plutón, Mercurio, Baco, etc.: fueron hombres. Así se refiere no sólo en las ficciones de los poetas, sino también en la historia de .los pueblos. Quienes la han leído lo saben; quienes no la han leído, crean a quienes lo leyeron. Así, pues, mediante ciertas acciones benéficas de carácter temporal, tales hombres volcaron a su favor la realidad social, y comenzaron a ser adorados por otros hombres vanos y ávidos de vanidad hasta el punto de ser llamados y ser tenidos por dioses, de que, como a dioses, se les levantaran templos, se les dirigiesen súplicas, se les erigiesen altares, se les consagrasen sacerdotes y se les inmolasen víctimas.
4. Con todo, solo el Dios verdadero debe tener templos y sólo alDios verdadero debe ofrecerse un sacrificio. Por tanto, todas estas cosas que se deben legítima y enteramente al único Dios verdadero, ellos, míseramente engañados, las ofrendaban a una multitud de falsos dioses. A partir de ahí, el error perverso se adueñó de la debilidad humana; a partir de ahí, el diablo usurpaba las mentes de todos rendidas a él. Pero, cuando al fin la gracia del Salvador y la misericordia de Dios volvió sus ojos a los indignos, se cumplió lo que proféticamente está predicho en el Cantar de los Cantares: Levántate, viento del norte; ven, viento del sur; orea mi jardín y exhalará aromas4. Como está dicho: Levántate, viento del norte. El norte es la zona fría de la tierra. Sometidas al dominio del diablo, como si estuvieran bajo el viento del norte, las almas se enfriaron y, perdido el calor de la caridad, se helaron5. Pero ¿qué se le dice? Levántate, viento del norte. Basta ya de usurpar, basta ya de dominar, basta ya de echarte sobre los caídos. Levántate; ven, viento del sur, viento que sopla de la región de la luz y del calor; orea mi jardín y exhalará aromas. Sobre estos aromas versaba lo leído hace poco.
5. ¿Cuáles son esos aromas? Aquellos de los que dice la esposa misma del Señor: Correremos en pos de tus perfumes6. Trayendo a la memoria ese perfume, dice el apóstol Pablo: Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto en los que se salvan como en los que perecen. ¡Gran misterio! Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto en los que se salvan como en los que perecen. Mas en algunos, olor de vida para la vida, y en otros, olor de muerte para la muerte. Pero, ¿quién está capacitado para entender esto?7 ¿Cómo el mismo buen olor a unos les da vida y a otros la muerte? El olor bueno, no el malo; en efecto, no dice: «El buen olor da vida a los buenos, y el mal olor, la muerte a los malos». No dice: «Para unos, somos buen olor para la vida, y para otros, mal olor para la muerte». No es eso lo que dice, sino: Somos buen olor de Cristo en todo lugar. ¡Ay de los desgraciados a quienes da muerte el buen olor! Por tanto, ¡oh Pablo!, si sois buen olor, ¿por qué a unos causa la muerte y a otros da vida? Escucho y comprendo que a unos da vida; pero te sigo difícilmente cuando dices que a otros les causa la muerte, y, sobre todo, habiendo dicho: Y para esto, ¿quién está capacitado?8Nada tiene de extraño que no estemos capacitados. Capacítenos aquel cuyo era el olor de que estamos hablando. Al instante me responde el apóstol: «Comprende: Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto en los que se salvan como en los que perecen. Nosotros somos buen olor; para unos, olor de vida para la vida, y para otros, olor de muerte para la muerte. Este olor da vida a los amantes y mata a los envidiosos». En efecto, si los santos no resplandeciesen, no aparecería la envidia de los impíos. El olor de los santos comenzó a sufrir persecución; pero, al igual que los frascos de perfume, cuanto más se rompían, tanto más olor difundían9.
6. Dichosos aquellos cuya pasión se ha leído. Dichosa santa Inés, que sufrió su pasión en el día de hoy. Esta virgen era lo que indicaba su nombre. Inés, Agnes, en latín significa «cordera»; en griego, «casta». Era lo expresado por el nombre. Con razón, pues, era coronada. Por tanto, hermanos míos, ¿qué puedo deciros de aquellos hombres a quienes los paganos adoraron como dioses y a quienes dedicaron templos, sacerdotes, altares y sacrificios? ¿Qué puedo deciros? ¿Que no admiten comparación con nuestros mártires? El simple decirlo es ya una injuria. ¡Lejos de nosotros comparar a esos sacrílegos con cualquiera de los mártires; más aún, con cualquiera de los fieles, aunque sean débiles, aunque sean aún carnales y hayan de ser alimentados con leche y no con alimento sólido!10 ¿Qué vale Juno al lado de una fiel viejecita cristiana? ¿Qué Hércules al lado de un anciano débil y tembloroso en todos sus miembros, pero cristiano? Hércules venció a Caco, venció al león, al cancerbero. Fructuoso venció a todo el mundo. Compara a un hombre con otro. Inés, niña de trece años, venció al diablo. Esta niña venció a quien engañó a tantos respecto a Hércules.
7. Y, con todo, amadísimos, nosotros no tenemos por dioses ni adoramos como tales a nuestros mártires, con quienes aquellos no admiten ni punto de comparación. No les dedicamos templos, ni altares, ni sacrificios. Los sacerdotes no les ofrecen los sacrificios. ¡Lejos de nosotros! Los sacrificios van dirigidos a Dios; se le ofrecen a él, de quien recibimos todo. Incluso nuestras ofrendas en las memorias de los santos mártires, ¿no las hacemos a Dios? Los santos mártires tienen un lugar preferente. Prestad atención: ante el altar de Cristo, sus nombres se leen en el momento más destacado.15, pero no son adorados en lugar de Cristo. ¿Cuándo habéis oído que yo, u otro hermano o colega mío u otro presbítero haya dicho en la memoria de san Teógenes: «Te ofrezco, santo Teógenes», o «Te ofrezco, Pedro», o «Te ofrezco, Pablo»? Nunca lo habéis oído. Ni se hace, ni es lícito. Y si alguien te pregunta: «Tú, ¿adoras a Pedro?», responde lo que Eulogio respondió respecto a Fructuoso: «Yo no adoro a Pedro, pero adoro al Dios a quien adora Pedro». Entonces te ama Pedro. Pues, si quisieras tener a Pedro por Dios, ofendes a la piedra, y estate atento a no romperte el pie tropezando contra ella. «¿Te ofrezco, Pablo»? Nunca lo habéis oído. Ni se hace, ni es lícito. Y si alguien te pregunta: «Tú, ¿adoras a Pedro?», responde lo que Eulogio respondió respecto a Fructuoso: «Yo no adoro a Pedro, pero adoro al Dios a quien adora Pedro». Entonces te ama Pedro. Pues, si quisieras tener a Pedro por Dios, ofendes a la piedra, y estate atento a no romperte el pie tropezando contra ella.
8. Para que veáis cuán cierto es lo que digo, escuchad, os exhorto. Según los Hechos de los Apóstoles, habiendo hecho Pablo un gran milagro en Licaonia, los ciudadanos de aquella región o provincia pensaron que los dioses habían descendido hasta los hombres, y creyeron que Bernabé era Júpiter, y Pablo, en cambio, Mercurio, por su mucha habilidad en el arte de hablar. Con ese convencimiento, les llevaron animales con guirnaldas y quisieron ofrecerles un sacrificio. Ellos al instante, lejos de tomarlo a broma, se llenaron de espanto; acto seguido rasgaron sus vestiduras y les dijeron: Hermanos, ¿qué estáis haciendo? También nosotros somos, como vosotros, hombres efímeros, pero os anunciamos el Dios verdadero. Convertíos, alejándoos de estas vanidades11 . Veis cómo los santos sintieron horror a ser adorados como dioses. También el bienaventurado Juan el evangelista, el autor del Apocalipsis, estupefacto ante las maravillas que se le mostraban, en cierto lugar cayó aterrado a los pies del ángel que le mostraba todas aquellas cosas. Y el ángel, con el que no puede compararse ningún hombre, le dice: Levántate; ¿qué haces? Adora a Dios, pues también yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos12. Los mártires abominan de vuestras ánforas, vuestros vasos cultuales .y vuestras borracheras. Lo digo sin ánimo de ofender a quienes no son así; aplíquense a sí mismos estas palabras quienes hacen lo dicho. Los mártires aborrecen de tales cosas y no aman a sus autores. Pero todavía abominan mucho más de que los adoren.
9. Por tanto, amadísimos, exultad de gozo en las fiestas de los santos mártires. Orad para seguir sus huellas. No es que vosotros sois hombres, pero ellos no lo fueron; no es que vosotros habéis nacido, pero ellos han nacido de otra parte; que ellos no llevaron una carne distinta a la que lleváis vosotros. Todos procedemos de Adán y todos intentamos hallarnos en Cristo. El mismo Señor nuestro, la cabeza misma de la Iglesia, el Hijo unigénito de Dios, la Palabra del Padre por la que fueron hechas todas las cosas, no tuvo carne de otra raza distinta de la nuestra. Por eso quiso asumir al hombre de una virgen y nacer de la única carne del género humano. En efecto, si se hubiese hecho el cuerpo de cualquier otra cosa, ¿quién creería que llevaba la misma carne que llevamos también nosotros? Solo que él llevaba carne a semejanza de la carne de pecado; nosotros, en cambio, carne de pecado. Ciertamente, no nació de semen de varón o de la concupiscencia del varón y la mujer. ¿Cómo entonces? Por obra del mensajero del Padre. A pesar de haber nacido de forma tan maravillosa, se dignó nacer como mortal, morir por nosotros y redimirnos con su sangre, en cuanto hombre. Ved lo que estoy diciendo, hermanos: Cristo mismo, a pesar de ser Dios, a pesar de ser un único Dios con el Padre, a pesar de ser la Palabra del Padre, unigénito, igual y coeterno al Padre, en cuanto se dignó ser hombre prefirió ser llamado sacerdote a exigir un sacerdote para sí, prefirió ser sacrificio antes que reclamarlo, siempre en cuanto hombre; pues, en cuanto es Dios, todo lo que se debe al Padre, se debe también al Hijo unigénito. Por tanto, amadísimos, a los mártires veneradlos, alabadlos, amadlos, pregonadlos, .honradlos; al Dios de los mártires adoradlo. Vueltos al Señor.