Aparición a María Magdalena1
1. 1. Hoy se ha comenzado a leer el relato de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo según el evangelio de Juan. Sabéis ciertamente, porque os lo he indicado, que durante estos días se lee la resurrección del Señor según todos los evangelistas. De cuanto hemos escuchado, sólo una cosa suele suscitar curiosidad, a saber, por qué el Señor Jesús dijo a la mujer que, buscando su cuerpo, acababa de reconocerlo vivo: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre2. Ya os he dicho, y debéis acordaros de ello, que no todos los evangelistas narraron todo, sino que unos relatan lo que otros pasaron por alto. Pero no de manera que haya que pensar en contradicciones entre ellos; basta que esté ausente el afán de discutir y presente la piedad de quien es capaz de entender. En efecto, en el evangelista Mateo se lee que, después de resucitado, se hizo el encontradizo a dos mujeres, entre las cuales se hallaba la mencionada. Él les dijo: Salve. Ellas se le acercaron, le agarraron los pies y lo adoraron3, cuando ciertamente aún no había subido al Padre. ¿Cómo entonces le dice ahora: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre?4 Palabras que parecen dar a entender que María podría tocarlo una vez que hubiese subido al cielo. Si no lo toca cuando está en la tierra, ¿qué mortal puede tocarlo ya sentado en el cielo?
2. 2. Aquel tocar simboliza la fe. Toca a Cristo quien cree en él. Pues también aquella mujer que padecía un flujo de sangre dijo para sí: Si toco la orla de su vestido, sanaré5. Lo tocó con la fe, y acto seguido llegó la curación, como había supuesto. Además, para que conociéramos qué significa en verdad ese tocar, el Señor dijo a continuación a sus discípulos: ¿Quién me ha tocado? Le respondieron los discípulos: La multitud te apretuja y preguntas: ¿Quién me ha tocado?6 Y él replicó: Alguien me ha tocado7, como diciendo: «La multitud apretuja, la fe toca». Esta María a la que dijo el Señor: No me toques, pues aún no he subido a mi Padre8, parece que simboliza a la Iglesia, que creyó en Cristo una vez ascendido al Padre. Ahora os pregunto a vosotros cuándo habéis creído. Hago la misma pregunta a la Iglesia extendida por todo el orbe de la tierra, simbolizada en aquella única mujer; con voz única me responde también: «Entonces creí, después que Jesús ascendió al Padre». ¿Qué significan las palabras: «Entonces creí», sino «entonces lo toqué»? Muchos, carnales, creyeron que Cristo era solamente un hombre, sin llegar a advertir la divinidad que en él se ocultaba. No lo tocaron bien porque no creyeron bien. ¿Quieres tocarlo debidamente? Llega a Cristo allí donde es coeterno con el Padre, y lo has tocado. Si piensas que es un hombre y nada más, para ti aún no ha subido al Padre.
3. 3. Para confirmar que había resucitado en la carne, el Señor Jesús mostró a los sentidos humanos su forma corporal. Al mostrarse vivo en la carne después de su resurrección, quiso enseñarnos únicamente que creyéramos en la resurrección de los muertos. Puesto que todo volverá a su integridad primitiva, quienes tienen afán de saber suelen preguntar por algo tan difícil como es la cuestión sobre el uso de los miembros, cuestión que suelen proponer también quienes sólo buscan la disputa. Dicen que nuestro cuerpo tiene sus miembros y que salta a la vista para qué sirve cada cual. En efecto, ¿quién ignora, quién no ve que tenemos los ojos para ver, los oídos para oír, la lengua para hablar, las narices para oler, los dientes para masticar, las manos para obrar, los pies para caminar y aquellos miembros que llamamos «las vergüenzas» para engendrar? En cuanto a las vísceras interiores, que Dios quiso que estuviesen ocultas por ser desagradables a la vista; en cuanto a nuestras vísceras interiores -digo- y los llamados intestinos, son muchos los hombres -y de modo particular los médicos- que conocen para qué sirven. Hay quienes, aduciendo sus razones, nos dicen: «Está bien que tengamos oídos para oír, ojos para ver, y lengua para hablar; pero, dado que allí no se comerá, ¿para qué vamos a tener dientes?; ¿para qué vamos a tener esófago, pulmones, estómago, intestinos por donde pasen los alimentos y donde con la temperatura se transformen en beneficio de nuestra salud, y, por último, aquellos miembros denominados «las vergüenzas», si allí no habrá que engendrar ni que digerir nada?
4. 4. ¿Qué hemos de responderles? ¿Hemos de afirmar, acaso, que vamos a resucitar sin intestinos, como si fuéramos estatuas? Respecto a los dientes, la respuesta es fácil; en efecto, no sólo nos ayudan a masticar, sino también a hablar; ellos golpean nuestra lengua, como una púa las cuerdas de un instrumento musical, para producir las sílabas. Los restantes miembros los tendremos para adorno, no para un uso determinado; estarán al servicio de la belleza, no en función de una necesidad. ¿Serán, acaso, indecorosos por el hecho de no ejercer ya sus funciones? Ahora mismo, si viéramos nuestras vísceras interiores, más que amor, nos infundirían horror, debido a nuestra ignorancia y al desconocimiento del porqué de las cosas. ¿Quién conoce la íntima relación de los miembros entre sí y el número interior que los mantiene unidos? De aquí que se hable también de armonía, palabra que procede del mundo de la música, donde vemos, por ejemplo en la cítara, las cuerdas bien tensadas. Si todas las cuerdas emitiesen un mismo sonido, no habría canción alguna; el distinto grado de tensión, produce distintos sonidos; pero los diversos sonidos, combinados con criterio, engendran no belleza para los ojos, sino suavidad para los oídos. Quien advierte esta lógica interna en los miembros humanos, se llena de tanta admiración y deleite que todas las personas inteligentes prefieren esa disposición a cualquier otra belleza visible. Ahora lo desconocemos pero entonces lo conoceremos; no porque queden al descubierto las vísceras, sino porque, incluso tapadas, no podrán ocultarse.
5. 5. Alguien podrá replicarme, diciendo: «Si quedan cubiertas, ¿cómo podrán no estar ocultas? ¿Quedarán al descubierto nuestros corazones, y no van a quedar nuestras vísceras?» Hermanos míos, en aquella asamblea de santos todos verán los pensamientos de todos, que ahora sólo ve Dios. Allí nadie quiere que quede oculto lo que piensa, porque nadie piensa mal. Por eso dice el Apóstol: No juzguéis antes de tiempo9, es decir, «No juzguéis temerariamente, porque no veis con qué intención obra cada uno». Si alguien hace algo que puede efectivamente hacerse con buena intención, no lo reprendas; no usurpes para ti más de lo que te reclama tu condición humana. Ver el corazón es propio de Dios; propio del hombre es sólo juzgar las cosas externas. No juzguéis, pues, -dice- antes de tiempo. ¿Qué significa antes de tiempo? Lo indica a continuación: Hasta que venga el Señor, e ilumine lo que se oculta en las tinieblas. En las palabras siguientes muestra claramente a qué llama tinieblas. Ilumine -dijo- lo que se oculta en las tinieblas. ¿De qué está hablando? Escucha lo que sigue: Y manifestará los pensamientos del corazón10. Esto es iluminar lo que se oculta en las tinieblas: manifestar los pensamientos del corazón. Ahora nuestros pensamientos están al descubierto para nosotros mismos, para cada uno en particular, puesto que los conocemos; mas para nuestros prójimos están en las tinieblas, dado que no los ven. Allí también el otro ha de conocer lo que tú sabes que estás pensando. ¿Por qué temes? Ahora quieres ocultar tus pensamientos, tienes miedo a que se hagan públicos, pues quizá en alguna ocasión piensas algo malo, algo impuro o vanidoso. Cuando estés allí, no pensarás nada que no sea bueno, honesto, verdadero, puro, sincero. Como ahora quieres que se vea tu rostro, así querrás entonces que se vea tu conciencia.
6. Ese conocernos, amadísimos, ese conocernos ¿no será universal? ¿O pensáis que me conoceréis entonces, porque ya me conocéis ahora, y que seguiréis desconociendo a mi padre, que os resulta desconocido, o a no sé qué obispo de esta iglesia, pero de hace ya muchos años? Conoceréis a todos. Los que se encuentren allí no se conocerán por el hecho de verse las caras; el conocimiento recíproco será allí mucho más profundo. Todos verán como suelen ver aquí los profetas, e incluso de forma más excelente. Verán al modo divino cuando estén llenos de Dios. Nada habrá que le ofenda, nada que se le oculte al que conoce.
6. Así, pues, los miembros estarán allí en su integridad, incluso los que aquí causan vergüenza, aunque no allí; allí a nadie le preocupará conservar la honra de la integridad virginal porque no existirá la deshonra de la lujuria. Incluso aquí, donde la necesidad es, en cierto modo, la madre de todo nuestro actuar -necesidad que entonces habrá dejado de existir-, encontramos algunas cosas que Dios puso en los cuerpos sin más función concreta que servir de adorno.
7. Antes he hecho un rápido repaso por los miembros. Volvamos ahora sobre ellos con un poco más de atención. Los ojos los tenemos para ver, los oídos para oír, las narices para oler, la boca y la lengua para hablar, los dientes para masticar, la garganta para tragar, el estómago para recibir y cocer, los intestinos para conducir los alimentos abajo, y las llamadas «vergüenzas» para la defecación o para la generación; las manos, para obrar, y los pies, para caminar. ¿Cuál es la función de la barba sino únicamente el procurar belleza? ¿Para qué creó Dios la barba en el hombre? Contemplo su belleza, pero no le busco utilidad. Resulta evidente la finalidad de los pechos de las mujeres: para amamantar a los pequeños; mas ¿para qué tienen tetillas los varones? Pregunta por su función: carecen de ella; pregunta por su belleza: el pecho del varón con tetillas tiene buen ver. Quita al pecho del varón las tetillas, y verás cuánta hermosura le restas y cuánta fealdad le añades.
8. 7. Por tanto, amadísimos, creedlo así, retenedlo así: allí serán muchos los miembros que carecerán de función, pero a ninguno ha de faltar su parte de hermosura. Nada indecoroso habrá allí; la paz será total, nada habrá que desentone, nada que cause horror, nada que ofenda a la vista; Dios será alabado en todo. En efecto, si aún ahora, en medio de esta debilidad de la carne y el débil actuar de los miembros, es tan grande la hermosura de los cuerpos que arrastra a los lujuriosos e incita a investigar a los estudiosos o a los curiosos; y si se advierte en el cuerpo su propia disposición, y que no es uno el artífice de los mismos y otro el de los cielos, sino que es único el creador de las cosas de aquí abajo y de las de arriba, ¡cuánto más allí, donde no habrá ninguna pasión desordenada, ninguna corrupción, ninguna maldad que deforme, ninguna necesidad que fatigue, sino una eternidad sin fin, la hermosa verdad y la suma felicidad!
9. 8. Pero me dices: «¿Qué voy a hacer allí? Si no voy a usar los miembros, ¿qué voy a hacer?» ¿Te parece que es nada el mantenerse en pie, ver, amar, alabar? Estos días santos que siguen a la resurrección del Señor simbolizan la vida futura posterior a nuestra resurrección. Como los días de cuaresma, anteriores a la Pascua, fueron símbolo de la vida fatigosa en esta pesadumbre mortal, del mismo modo los días presentes lo son de la vida futura, en la que hemos de reinar con Dios. La vida simbolizada en los cuarenta días anteriores a la Pascua la vivimos ahora; la vida simbolizada en los cincuenta días posteriores a la resurrección del Señor no la poseemos, pero la esperamos, y la amamos esperándola, y ese mismo amor es alabanza para Dios, que nos la prometió, y la alabanza no es otra cosa que el Aleluya. ¿Qué significa Aleluya? Aleluya es una palabra hebrea que significa «Alabad a Dios». Alelu: alabad; Ya: a Dios. Con el Aleluya, pues, entonamos una alabanza a Dios y mutuamente nos incitamos a alabarlo. Proclamamos las alabanzas a Dios y cantamos el Aleluya más adecuadamente con la concordia de los corazones que con las cuerdas de la cítara. Y después de haberlo cantado, debido a nuestra debilidad nos retiramos a reponer las fuerzas de nuestros cuerpos. ¿Por qué reponemos fuerzas sino porque desfallecemos? Además, es tan grande la debilidad de la carne, tan grande la fatiga de esta vida, que cualquier cosa, por grandiosa que sea, acaba cansando. Cuando hace un año habían llegado a su término estos días, ¡cómo deseábamos que volvieran! ¡Con cuánta avidez volvimos a ellos, pasado el espacio de tiempo establecido! Si se nos dijera: «No ceséis de cantar el Aleluya», rehusaríamos hacerlo. ¿Por qué? Porque el cansancio no nos lo permitiría, porque hasta el mismo bien nos cansaría. Allí no habrá carencia alguna ni cansancio. Permaneced en pie, alabadle vosotros los que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios11. ¿Por qué preguntas qué has de hacer allí? Dichosos -dice- los que habitan en tu casa, Señor; te alabarán por los siglos de los siglos12.