Ser sabio en estos días malos (Ef 5,15—16)
1. Cuando se leyó al Apóstol oísteis, mejor, oímos todos, lo que nos decía: Estad atentos a vivir cautamente, no como necios, sino como sabios, rescatando el tiempo, porque los días son malos1. Dos cosas, hermanos, hacen que los días sean malos: la maldad y la miseria. Arrastramos días malos a causa de la malicia y de la miseria de los hombres. Por lo demás, por lo que respecta al transcurrir de las horas, estos días están sujetos a un orden: se repiten, constituyen el tiempo, sale el sol, se pone y pasan los días. ¿A quién molestaría el tiempo, si los hombres no se molestasen entre sí? Dos cosas, pues —como dije— hacen que estos días sean malos: la miseria y la malicia de los hombres. La miseria es común a todos, pero no debe serlo la malicia. Desde que pecó Adán y fue expulsado del paraíso, nunca hubo días buenos, sólo malos. Preguntemos a los niños que nacen por qué comienzan llorando, dado que también pueden reír. Nada más nacer, llora; después ignoro cuantos días reirá. Al llorar en el momento de nacer se convertía en profeta de su propia calamidad, pues las lágrimas son el testimonio de la miseria. Aun no habla y ya profetiza. ¿Qué profetiza? Que ha de vivir en medio de fatigas o de temores. Y aunque viva santamente y sea justo, con toda certeza siempre temerá, puesto que se halla en medio de tentaciones.
2. ¿Qué dice el Apóstol? Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución2. Ved que los justos no pueden vivir aquí sin persecución, puesto que los días son malos. Quienes viven entre malos sufren persecución. Todos los malos persiguen a los buenos, no con la espada o piedras, sino con la vida y las costumbres. ¿Acaso perseguía alguien al santo Lot en Sodoma? Nadie le molestaba y, sin embargo, viviendo entre impíos, entre inmundos, soberbios y blasfemos, sufría persecución, no porque le azotasen, sino porque veía a los malos3. Quienquiera que seas tú que me escuchas, si aún no vives piadosamente en Cristo, comienza a hacerlo y experimentarás lo que digo. Finalmente, el Apóstol recuerda los peligros que sufrió con estas palabras: Peligros —dice— en el mar, peligros en los ríos, peligros en el desierto, peligros de salteadores y peligros de los falsos hermanos4. Los restantes peligros podrán faltar, pero los de los falsos hermanos no desaparecerán hasta el fin del mundo.
3. Rescatemos el tiempo, porque los días son malos. Quizá esperéis de mí que os haga saber en qué consiste rescatar el tiempo. Voy a decir lo que pocos escuchan, pocos soportan, a lo que pocos se comprometen y pocos realizan; no obstante, lo diré, porque esos pocos que me han de escuchar viven entre malos. Rescatar el tiempo consiste en que, si alguien te provoca a litigar, pierdas algo a fin de dedicarte a Dios, no a litigios. Pierde, pues; de lo que pierdes obtienes el precio del tiempo. Ciertamente, cuando tus necesidades te obligan a ir al mercado público, das monedas y compras pan, o vino, o aceite, o madera o algún utensilio: das y recibes; pierdes algo para conseguir otra cosa; esto es comprar. Pues si posees algo que antes no poseías sin perder nada, o lo encontraste, o te lo regalaron o lo recibiste en herencia. Mas cuando pierdes una cosa para adquirir otra, entonces compras; lo que tienes lo has comprado; lo que pierdes es su precio. Del mismo modo, pues, que pierdes monedas para comprar algo, pierde también monedas para comprarte el reposo. Esto es rescatar el tiempo.
4. Hay un célebre proverbio púnico, que os diré en latín, porque no todos conocéis dicha lengua. El proverbio es ya muy antiguo: «La peste busca una moneda; dale dos y que se vaya». ¿No parece que este proverbio ha nacido del Evangelio? Pues ¿qué otra cosa sino rescatando el tiempo dijo el Señor con estas palabras: Al que quiere pleitear judicialmente contigo y quitarte la túnica, déjale también el manto?5. Mediante ese pleitear judicialmente contigo y quitarte la túnica, quiere apartarte de tu Dios mediante los pleitos: estará inquieto tu corazón, tú ánimo no estará tranquilo, tus pensamientos te revolverán y te irritarás contra tu mismo adversario. Advierte cómo perdiste el tiempo. Por tanto, ¡cuánto mejor es que pierdas una moneda y rescates el tiempo! Hermanos míos, cuando la gente viene a mí para que haga de juez en vuestros pleitos y negocios, si a una persona cristiana le digo que pierda algo de lo suyo para rescatar el tiempo, ¡con cuánto mayor cuidado y con cuánta mayor confianza debo decirle que devuelva lo ajeno! Escucho a dos que son uno y otro cristianos. Uno que se dedica a levantar calumnias, que quiere enjuiciar al otro y quitarle algo, aunque sea mediante arreglos, se pone eufórico ante estas palabras. Dijo el Apóstol: Rescatando el tiempo porque los días son malos6. «Levanto, pues, una calumnia a aquel cristiano; dado que oyó al obispo, quiera o no quiera algo me dará para rescatar el tiempo». Dime: Si a él he de decirle: «Pierde algo para estar tranquilo», no he de decirte a ti: «Calumniador; hijo perdido del diablo, ¿por qué te esfuerzas en quitar las cosas ajenas? No tienes razón y rebosas de calumnia». Si le digo a él: «Dale algo, para que cese en su calumnia», ¿dónde estarás tú, que te sirves de la calumnia para obtener dinero? Aquel que, para evitar la calumnia rescata el tiempo de ti, tolera aquí días malos; en cambio, tú que te alimentas de calumnias, tendrás aquí días malos y, en el día del juicio, los tendrás peores. Quizá te rías hasta de esto, porque la rapiña te da dinero. Ríe, sigue riendo y desprecia; yo seguiré dando; ya llegará quien pida cuentas.