El perdón de las ofensas1
1. Según hemos escuchado cuando se leyó, el santo evangelio nos ha hecho una advertencia referente al perdonar los pecados. Mi sermón tiene que ser una exhortación complementaria. Soy un servidor de la palabra, no de la mía, sino evidentemente de la del Dios y Señor nuestro, a la cual nadie sirve sin que le reporte gloria y nadie desprecia sin que sufra un castigo. Así, pues, Jesucristo mismo, nuestro Señor, que nos hizo cuando permanecía junto al Padre y que nos volvió a hacer aceptando ser hecho él también en beneficio nuestro; el Señor mismo, nuestro Dios, nos dice, según acabamos de oír: Si tu hermano peca contra ti, corrígele; y si se arrepiente, perdónale. Y aunque peque siete veces al día contra ti, si viene y te dice: «Me arrepiento», perdónale2. Al decir «siete veces al día» quiso que se entendiese «cuantas veces»; no sea que peque ocho veces y no quieras perdonarle. ¿Qué significa, pues, siete veces? Siempre, cuantas veces peque y se arrepienta. Pues Te alabaré siete veces al día3 equivale a lo dicho en otro salmo: Su alabanza está siempre en mi boca4. La razón de poner «siete veces» por «siempre» es clarísima: la totalidad del tiempo se despliega en el ir y venir de siete días.
2. Quienquiera que seas tú que tienes tu mente puesta en Cristo y deseas alcanzar lo que prometió, no sientas pereza en cumplir lo que ordenó. ¿Qué prometió? La vida eterna. ¿Y qué ordenó? «Concede el perdón a tu hermano». Como si te dijera: «Tú, hombre, concede el perdón a otro hombre para que también yo, Dios, vaya hacia Ti». Mas para omitir o, mejor, dejar momentáneamente de lado otras promesas divinas más sublimes, conforme a las cuales nuestro creador nos ha de hacer iguales a sus ángeles para que vivamos eternamente en él, con él y de él; para aparcar esto de momento, ¿no quieres recibir de tu Dios eso mismo que se te ordena otorgar a tu hermano? ¿No quieres recibir —repito— del Señor, tu Dios, eso mismo que te ordena dar a tu hermano? Dime que no quieres, y no se lo des. ¿Qué significa esto, sino que perdones a quien te lo pide, si tú mismo pides que se te perdone? O también me atrevo a decir: si no tienes nada que se te tenga que perdonar, no perdones. Aunque tampoco debí decir eso. Incluso si no tienes nada que necesite perdón, debes perdonar, porque también perdona Dios, que nada tiene que haya de serle perdonado.
3. Has de decir: «Pero yo no soy Dios, soy un hombre pecador». ¡Gracias a Dios, que confiesas tener pecados! Perdona, pues, para que se te perdone. Nuestro mismo Dios nos exhorta a que le imitemos. En primer lugar, Cristo mismo, de quien dijo el apóstol Pedro: Cristo sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas5. Él, que ciertamente no tenía pecado alguno, murió por los nuestros y derramó su sangre para el perdón de los mismos. Recibió por nosotros lo que no le era debido, para librarnos de la deuda. Ni él debía morir, ni nosotros vivir. ¿Por qué? Porque éramos pecadores. Ni a él se le debía la muerte, ni a nosotros la vida. Aceptó lo que no se le debía; nos dio lo que no se nos debía. Mas, puesto que se trata del perdón de los pecados, para que no juzguéis que es mucho para vosotros imitar a Cristo, escuchad lo que dice el Apóstol: Perdonándoos mutuamente, como también Dios os perdonó en Cristo6. Sed, pues —son palabras del Apóstol, no mías—; sed pues, imitadores de Dios7. ¿Es acaso propio de orgullosos imitar a Dios? Imitadores de Dios. Ciertamente, tiene algo de orgulloso. Como hijos amadísimos8. Se te llama hijo; si rechazas la imitación, ¿cómo aspiras a obtener la herencia?
4. Esto es lo que te diría, si no tuvieras ningún pecado para el cual deseases el perdón. Mas he aquí que, seas quien seas, eres hombre; aunque seas justo, eres hombre; aunque seas seglar, o monje, o clérigo, u obispo, o apóstol, hombre eres. Escucha la voz de un apóstol: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. ¿Quién dijo esto? Aquel, aquel, aquel Juan, el evangelista, a quien el Señor amaba más que a los otros, el que reposaba en su pecho9; aquel se expresa así: Si decimos. No escribió: «Si decís que no tenéis pecado», sino: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros10. Se asoció en la culpa, para hallarse asociado también en el perdón. Si decimos. Ved quién lo dice. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, él es justo y fiel para perdonárnoslos y purificarnos de toda iniquidad11. Purificarnos, ¿cómo? Mediante el perdón; no se trata de que no halle qué perdonar, sino de que, hallándolo, lo perdona. Por tanto, hermanos, si tenemos pecados, perdonemos a quienes nos lo piden, perdonemos a quienes se arrepienten. No retengamos las enemistades en nuestro corazón. Cuanto más las retengamos, más vician nuestro mismo corazón.
5. Quiero, pues, que perdones, porque te considero uno que también pide perdón. Te suplican perdón, concédelo. Te lo suplican y lo suplicarás. Te lo suplican; perdona, como también tú suplicas que se te perdone. Advierte que llegará el momento de orar. Te pillaré en las palabras que vas a decir. Dirás: Padre nuestro que estás en el cielo, pues no te contarás en el número de los hijos si no dices Padre nuestro. Por tanto, has de decir: Padre nuestro que estás en el cielo. Sigue: Santificado sea tu nombre. Di todavía: Venga tu reino. Continúa aún: Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Mira lo que añades: Danos hoy nuestro pan de cada día. ¿Dónde están tus riquezas? Advierte que estás mendigando. Con todo, y a esto quería llegar, di aún lo que sigue a Danos hoy nuestro pan de cada día. Di aún lo que sigue: Perdónanos nuestras deudas. Has llegado a las palabras en que pensaba: Perdónanos —dice— nuestras deudas. Haz, por tanto, lo que sigue. Perdónanos nuestras deudas. ¿En virtud de qué derecho?, ¿de qué pacto?, ¿de qué acuerdo? ¿Qué documento autógrafo aduces? Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores12. Por si fuera poco, el hecho de no perdonar, todavía mientes a Dios. Se ha puesto la condición; es una ley establecida. «Perdóname, como yo perdono». En consecuencia, no te perdona si tú no perdonas. «Perdóname, como yo perdono». Quieres que se te perdone cuando solicitas el perdón, perdona al que te lo solicita. Estas súplicas te las ha dictado el jurisperito celeste. No te engaña. Pide en conformidad con el derecho celeste; di: Perdónanos, como también nosotros perdonamos. Y haz lo que dices. Quien miente en las súplicas, no obtendrá el favor que pide. Quien miente en las súplicas, además de perder la propia causa, halla un castigo. Y si alguien miente al emperador, quedará convicto de su mentira, cuando él llegue. En cambio, cuando tú mientes en la oración, tu misma oración te deja convicto. En efecto, Dios no busca testigos que presentar ante ti para dejarte convicto. Quien te dictó las súplicas es tu abogado; si mientes, es tu testigo; si no te corriges, será tu juez. Por tanto, dilo y hazlo; porque, si no lo dices, no consigues nada pidiendo en forma contraria a como establece la ley; si, por el contrario, lo dices y no lo haces, serás además reo de haber dicho una mentira. No hay forma de esquivar este versículo sino es cumpliendo lo que se dice. ¿Acaso podemos eliminarlo de nuestra oración? ¿O queréis que permanezca lo primero: Perdónanos nuestras deudas, y que se borre la segunda parte: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores? No lo borrarás, para no ser borrado tú antes. En la oración dices, pues: «Da»; dices: «Perdona», para recibir lo que no tienes, para que se te perdone la acción en que consistió tu pecado. ¿Quieres recibir? Da. ¿Quieres que se te perdone? Perdona. El dilema es sencillo. Escucha lo que dice Cristo mismo en otro lugar: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará13. Perdonad y se os perdonará. Perdonar ¿qué? Los pecados que otros cometieron contra vosotros. ¿Qué se os perdonará? Los pecados que cometisteis vosotros. Y vosotros dad y se os dará. Los que deseáis la vida eterna, sostened la vida temporal del pobre; sustentad su vida temporal y, en recompensa, de semilla tan pequeña y terrena recibiréis como cosecha la vida eterna. Amén.