Marta y María1
1. Cuando se leyó el Evangelio, oímos que el Señor se hospedó en casa de una piadosa mujer llamada Marta y que, mientras ella se ocupaba de los quehaceres del servicio, su hermana María se hallaba sentada a los pies del Señor, escuchando su palabra. Aquella se afanaba, esta holgaba; la primera daba, la segunda se llenaba. Entonces Marta, muy atareada en aquella ocupación y quehacer de servicio, recurrió al Señor y se quejó ante él de que su hermana no la ayudaba en la fatigosa tarea. Pero el Señor se dirigió a Marta en defensa de María, constituyéndose en abogado de esta él que había sido solicitado como juez por la otra: Marta —dice—, estás ocupada en muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada2. Hemos oído tanto el recurso como la sentencia del juez, sentencia que responde a la recurrente y defiende a la que él acogió bajo su tutela. María, en efecto, estaba atenta a la dulzura de la palabra del Señor.
Marta estaba atenta a cómo alimentar al Señor, María a cómo ser alimentada por el Señor. Marta preparaba un convite para el Señor; María disfrutaba ya del banquete que era el Señor mismo. Por tanto, ante el recurso al Señor elevado por su hermana, ¿cómo pensar que María temiese que le dijera: «Levántate y ayuda a tu hermana», estando como estaba escuchando su dulce y suavísima palabra, puesta toda su atención en ser alimentada por él? La retenía una extraordinaria suavidad, pues sin duda es superior la dulzura experimentada por el espíritu que la experimentada por el estómago. Disculpada María, se quedó sentada más tranquila. ¿Cómo fue disculpada? Prestemos atención, fijémonos, indaguemos cuanto podamos: seamos alimentados también nosotros.
2. Entonces, ¿qué? ¿Hemos de juzgar que vituperó el servicio de Marta, ocupada en el ejercicio de la hospitalidad, ella que había acogido como huésped al Señor? ¿Cómo reprender con justicia a la que se alegraba por acoger a tan notable huésped? Si es así, dejen los hombres de socorrer a los necesitados, elijan para sí la mejor parte, que no se les quitará3. Entréguense a la palabra divina, suspiren por el placer de ser enseñados, ocúpense de la ciencia de la salvación; no le preocupe que haya un forastero en la aldea, que alguien necesite pan o vestido, alguien a quien haya que visitar, que rescatar o sepultar; descansen de las obras de misericordia, aplíquense a la única ciencia. Si esta es la mejor parte, ¿por qué no la arrebatamos todos, si tenemos al Señor mismo como protector al respecto? En efecto, al proceder así no tememos ofender su justicia, puesto que sus palabras nos apoyan.
3. Con todo, no es así, sino como dijo el Señor. No es como tú lo entiendes; es como debes entenderlo. Pon atención a estas palabras: Estás ocupada en muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María eligió la mejor parte4. No es que tú eligieses una mala, sino que ella eligió la mejor. ¿Por qué la mejor? Porque tú te afanas por muchas cosas, y ella por una sola. La unidad se antepone a la multiplicidad, pues no proviene la unidad de la multiplicidad, sino la multiplicidad de la unidad. Múltiples son las cosas hechas, pero uno solo el autor. El cielo y la tierra, el mar y el conjunto de cuanto hay en ellos5, ¡cuán innumerables son! ¿Quién podrá enumerar todas las cosas? ¿Quién podrá pensar en su multitud? ¿Quién las hizo? Y Dios hizo todas las cosas y eran muy buenas6. Si son muy buenas las cosas que hizo, ¡cuánto mejor será él que las hizo! Prestemos atención, pues, a nuestro estar ocupados en muchas cosas. Es necesario el servicio a los que se disponen a alimentar sus cuerpos. ¿Por qué? Porque hay hambre y sed. También es necesaria la misericordia para hacer frente a la miseria. Repartes tu pan con el hambriento7, porque te encontraste con uno. Elimina el hambre, si puedes; ¿con quién repartirás tu pan? Suprime la condición de forastero; ¿a quién hospedas? Haz desaparecer la desnudez; ¿a quién preparas un vestido? Elimina la enfermedad; ¿a quién visitas? Si desaparece la cautividad, ¿a quién rescatas? Si no hay riñas, ¿a quiénes pones de acuerdo? Si deja de existir la muerte, ¿a quién das sepultura? En el mundo futuro no habrá estos males; ni, lógicamente, estos servicios.
Por tanto, justamente atendía Marta a la carne mortal del Señor en relación a su —no sé cómo llamarla— necesidad corporal, o voluntad corporal, o necesidad voluntaria. Pero ¿quién existía en carne mortal? En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios8: he aquí a quien escuchaba María. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros9: he aquí a quien servía Marta. Luego María eligió la mejor parte, y no le será quitada10. Dado que eligió lo que siempre permanecerá, por eso no le será quitado. Quiso ocuparse de una única cosa; ya la poseía: Mi bien es estar unido a Dios11. Se hallaba sentada a los pies de nuestra cabeza: cuanto más abajo estaba sentada, tanto más recibía. En efecto, el agua que se desliza desde los encumbrados collados fluye hasta la profundidad del valle. Por ello, el Señor no vituperó la obra de Marta, sino que indicó que su tarea era otra. Estás ocupada —dice— en muchas cosas, pero una sola es necesaria12. Esta ya la escogió para sí María. Pasa la preocupación por una multitud de cosas y permanece el amor de la unidad. Luego no le será quitado lo que eligió; sin embargo, lo que tú elegiste—esto es lo que se deduce, lo que se sobrentiende—, lo que tú elegiste se te quitará. Pero se te quitará para tu bien, para dársete lo que es mejor. En efecto, se te quitará la fatiga para darte el descanso. Tú aún navegas, ella está ya en el puerto.
4. Por tanto, amadísimos, veis y —así me parece— comprendéis ya lo simbolizado en estas dos mujeres, ambas gratas al Señor, ambas dignas de su amor, ambas discípulas suyas; lo veis y los que lo comprendéis advertís que se trata de algo grandioso que debéis oír y conocer: en estas dos mujeres están figuradas dos vidas, la presente y la futura; una laboriosa y otra descansada; una calamitosa y otra dichosa; una temporal y otra eterna. Dos son las vidas que os he descrito con la brevedad que he podido: ahora vosotros reflexionad sin prisas sobre ellas. En cuanto os sea posible, examinad lo que tiene esta vida —no hablo de una vida mala, depravada, criminal, derrochadora, impía, sino de una trabajosa, llena de sinsabores, castigada por temores, agitada por tentaciones; me refiero a esa vida de inocencia que llevaba Marta—, y, como he dicho, reflexionad sobre ella más detenidamente. Una vida depravada estaba lejos de aquella casa; no se hallaba ni en Marta ni en María y, si alguna vez existió, se ahuyentó con la llegada del Señor. En la casa que había acogido al Señor quedaron, pues, dos vidas representadas en las dos mujeres: ambas inocentes, ambas dignas de alabanza; una trabajosa, otra holgada, ninguna dañina, ninguna perezosa. Repito: ambas inocentes, ambas dignas de encomio; sin embargo, como indiqué, una trabajosa y otra holgada. Ninguna dañina —de lo que ha de guardarse la trabajosa—, ninguna perezosa —de lo que ha de precaverse la holgada—. Por tanto, en aquella casa coexistían estas dos vidas y la fuente misma de la vida13. Marta era imagen de las realidades presentes; María de las futuras14. Lo que hacía Marta: ahí estamos nosotros; lo que hacía María: eso esperamos. Hagamos bien ahora lo primero, para conseguir en plenitud lo segundo. Pero, mientras estamos aquí, ¿qué tenemos de allí, en qué medida lo tenemos? ¿Cuánto es lo que tenemos de allí? En efecto, también ahora hacemos algo propio de allí. Habiendo dejado de lado los asuntos humanos, aparcando los cuidados familiares, os habéis congregado aquí, os mantenéis en pie, escucháis; en la medida en que hacéis esto, os asemejáis a María. Y más fácilmente representáis vosotros el papel de María que yo el de Cristo. Con todo, si yo os digo algo propio de Cristo, os alimenta precisamente por ser de Cristo, pan común del que vivo yo también, si es que vivo. Pues ahora vivimos, hermanos, si vosotros os mantenéis firmes en el Señor15; no en vosotros, sino en el Señor. Ya que ni el que planta es algo, ni el que riega, pues quien da el incremento es Dios16.
5. Ahora bien, ¿cuánto es lo que, mediante vuestra escucha y comprensión, tomáis y captáis de la vida de la que María era imagen? ¿Cuánto es? Pase la noche de este mundo. Al amanecer estaré de pie ante ti y te contemplaré17. Otorgarás gozo y alegría a mis oídos y se alborozarán los huesos humillados18. Huesos humillados, como si fueran miembros de quien está pegado a la tierra. Esto hacía María: ella se humillaba y el Señor la llenaba. Estaba sentada. ¿Qué significa, entonces, lo que he dicho: Al amanecer estaré de pie y te contemplaré? Si el amanecer simboliza el mundo futuro, ¿cómo está sentada, semejante a quien está en pie? Pasada la noche del mundo presente, estaré de pie ante de ti —dice— y veré; estaré de pie y contemplaré. No dijo: «Me sentaré». ¿Cómo María, estando sentada, es imagen de cosa tan grandiosa, si estaré de pie ante ti y te contemplaré? No os perturbe esto; se debe a la pobreza de la carne, pues al cuerpo no se le puede exigir que esté sentado y de pie al mismo tiempo. Pues si está sentado, no está de pie, y, si está de pie, no está sentado; ambas cosas a la vez no son posibles al cuerpo. Pero si pruebo que al alma sí le es posible, ¿habrá motivo para dudar? Porque si ahora puede el hombre hacer algo parecido, con muchísima mayor facilidad podrá hacerlo una vez que haya desaparecido ya toda dificultad. Para que lo entendáis, he aquí un ejemplo. El mismo san Pablo dice: Ahora vivimos, si vosotros os mantenéis de pie en el Señor19. Tan gran Apóstol, mejor, Cristo por él, nos ordenó mantenernos de pie. ¿Cómo es que el mismo Apóstol, mejor, Cristo por él, nos dice también: Sin embargo, caminemos en aquello a lo que hemos llegado?20. Aquí tenemos el estar de pie y el caminar; y aun es poco caminar: Corred de tal forma que alcancéis el premio21. Prestad atención, pues, amadísimos, y entended. Nos manda caminar y estar de pie, no de modo que cuando estemos de pie dejemos de caminar, o que cuando caminemos dejemos de estar parados, sino que hagamos ambas cosas al mismo tiempo: caminar y permanecer de pie. ¿Qué significa que se nos mande permanecer de pie y correr? Que permanezcamos y que progresemos. Muéstrame, Señor, tus caminos22. Una vez conocidos los caminos del Señor, ¿qué se nos manda, sino que andemos por ellos? Llévame, Señor, por tu camino23: ¿qué deseamos sino andar? Y, a su vez, como mandando que quedemos clavados en un lugar, dice: No pongas en movimiento mis pies24. Y en otro lugar, congratulándose y dando gracias a alguien: Y no puso en movimiento mis pies25. Si al salmista se le dijese: ¿Cómo has deseado que te mostraran los caminos del Señor, cómo has querido que te lleve por su camino, y deseas que no se muevan tus pies y das gracias porque no se movieron? ¿Cómo, pues, anduviste sin mover los pies? Su respuesta sería esta: «Caminé porque obré, y me mantuve en pie porque no me aparté». Así, pues, hermanos, no os extrañéis; ved que lo que no puede el cuerpo, lo puede el alma. Por lo que se refiere al cuerpo, cuando caminas, no estás inmóvil; cuando permaneces inmóvil, no andas. Pero, según el alma, según la fe, según la atención de la mente, estate inmóvil y camina, permanece y avanza, porque ahora vivimos, si os mantenéis de pie en el Señor y corred de tal modo que alcancéis el premio. Por tanto, amadísimos, estaréis sentados y estaréis de pie. Estaremos sentados porque contemplaremos humildemente al Señor, y estaremos de pie porque permaneceremos eternamente en él.
6. Y añado más. Nos recostaremos, lo cual no es ni estar sentado ni estar de pie. Nos recostaremos. No me atrevería a afirmarlo si no existiese la promesa del Señor: Los hará recostarse. Como prometiendo a sus siervos un gran premio, les dice: Los hará recostar y, pasando, los servirá26. Esta es la vida que se nos promete: el Señor nos hará recostar y, pasando, nos servirá. Es lo mismo que dijo cuando admiró y alabó la fe del centurión: En verdad os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se recostarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos27. Magnífica promesa, dichoso cumplimiento. Obremos para merecerlo; ayúdenos el Señor para que podamos llegar allí donde, recostados, él nos ha de servir. ¿Qué significa recostarse, sino descansar? ¿Y qué significa servir, sino alimentar? ¿Qué alimento es aquel? ¿Qué bebida será aquélla? Sin duda, la Verdad misma. Un alimento que reconstituye y no merma; que alimenta y, al alimentar, otorga la integridad. Ni se transforma en aquel a quien alimenta, sino que, permaneciendo íntegro él, otorga integridad. ¿No crees que puede Dios alimentar del mismo modo que ahora es alimentado tu ojo mediante esta luz material? Tu ojo se alimenta de la luz. La vean muchos o pocos, su magnitud es la misma; con ella se alimentan los ojos y, sin embargo, no sufre merma. El ojo toma de ella sin que ella disminuya; coge de ella, pero no la parte. Esto es posible a la luz respecto del ojo, y ¿no es posible a Dios respecto del hombre transformado? Es posible; no hay duda de que es posible. ¿Por qué aún no os lo apropiáis? Porque andáis afanados en muchos cuidados, os absorbe —mejor, nos absorbe— a todos el quehacer de Marta. En efecto, ¿quién está libre del servicio de socorrer a otros? ¿Quién respira libre de estos cuidados? Hagámoslo santamente, hagámoslo con caridad, pues llegará el momento en que, recostados nosotros, pasará él y nos servirá. De hecho, no podría servirnos entonces si no hubiese pasado de aquí al Padre. Aquí estaba cuando hacía la promesa. Y para que no pensáramos que nos había de mostrar algo semejante a la forma de siervo que contemplábamos, dice: Pasando les servirá28. Refiriéndose también a este tránsito, dice el Evangelista: Habiendo llegado la hora de que Jesús pasara de este mundo al Padre29. Y también: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y aún no me conoces?30. Si hubiese entendido Felipe lo que acababa de oír, hubiera respondido: «No te conozco porque aún no has pasado». Por esto se dice también a María después de la resurrección: No me toques, porque aún no he subido al Padre31.
7. Por tanto, amadísimos, os suplico, os exhorto, os aconsejo, os mando, os ruego que juntos deseemos aquella vida y, viniendo juntos, corramos hacia ella, para que, perseverando en ella, nos detengamos. Llegará el momento, momento que no tendrá fin, en que el Señor nos haga recostar a su mesa y nos servirá. ¿Qué nos servirá, sino a sí mismo? ¿Por qué buscáis qué comer? Tenéis al Señor mismo. ¿De qué nos alimentaremos, de qué sino de esto: en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios?32. ¿En qué consistirá el recostarnos sino en descansar? ¿En qué consistirá el alimentarnos sino en deleitarnos inefablemente con su contemplación? En tu derecha se halla el deleite33. Una sola cosa he pedido al Señor, esa buscaré; no la multitud de ellas en las que estoy ocupado, sino una sola cosa he pedido al Señor, esta buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar el deleite del Señor34. No es esta la felicidad de los que se fatigan. Holgad y ved. ¿Qué? Que yo soy el Señor35. Grandiosa visión, dichosa contemplación. ¿Qué otra cosa es, pues, «recostaos y comed», sino holgad y ved? Por tanto, no lo tomemos en sentido literal, ni pensemos en banquetes, por así decir, licenciosos. Lo presente pasará; hay que tolerarlo, pero no amarlo. Si quieres realizar con relación a ello el oficio de Marta, sea con moderación, sea con misericordia. Moderación al abstenerse, misericordia al dar. Pasará la fatiga y llegará el descanso; pero al descanso no se llega sino a través de la fatiga. Pasa la nave y llega a la patria, pero a la patria no se llega si no es con la nave. Si consideramos las olas y las tempestades de este mundo, nuestra vida es un viaje por mar. Y tengo la certeza de que no nos hundimosporque nos transporta el leño de la cruz.