Los pastores (Ez 34,1-16)
1. 1. Que toda nuestra esperanza reside en Cristo y que él es toda nuestra gloria, verdadera y salutífera, lo sabe vuestra caridad desde antes de ahora. Pertenecéis a la grey de aquel que mira por Israel y lo alimenta 1. Pero, como hay pastores que se complacen en que les designe por ese nombre, pero no quieren cumplir con los deberes que comporta, examinemos lo que les dice el profeta, según lo que hemos escuchado en la lectura. Escuchad vosotros con atención; escuchemos nosotros con temblor.
2. Me fue dirigida la palabra del Señor, diciendo: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel 2. Acabamos de escuchar este pasaje de boca del lector. Sobre él me he propuesto decir algo a vuestra santidad. Él me ayudará a hablar la verdad, si no digo cosas de mi propia cosecha. Pues si hablara de lo mío, sería un pastor que me apaciento a mí mismo, no a las ovejas. Si, en cambio, son de él las cosas que os diga, es él quien os alimenta, hable quien hable. Esto dice el Señor Dios: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan sólo a sí mismos! ¿Acaso los pastores no apacientan ovejas? 3 Es decir, los pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas. Este es el primer motivo por el que se censura a estos pastores: se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. ¿Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: Pues todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo 4. En nosotros, a quienes el Señor nos puso -porque así él lo quiso, no por nuestros méritos- en este puesto del que hemos de dar cuenta con gran peligro, se dan dos aspectos que hay que distinguir: uno, que somos cristianos; otro, que estamos al frente de vosotros, en atención a vosotros mismos. En el hecho de ser cristianos miramos nuestra propia utilidad; en el hecho de estar al frente de vosotros, la vuestra. Son muchos los que, siendo cristianos, sin estar al frente de otros, llegan hasta Dios, quizá caminando más ligeros, al llevar una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, razón por la que hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, estamos también al frente de vosotros, razón por la que debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio. Si os presento esta situación incómoda es para que, compadeciéndoos de mí, oréis por mí, pues llegará el día en que todo sea sometido a juicio 5. Aunque para el mundo esté lejano todavía, para cada hombre aquel día, el último de su vida, está cercano. Con todo, Dios quiso mantener oculto uno y otro: cuándo ha de llegar el fin del mundo y cuándo ha de ser el final de esta vida para cada uno de los hombres. ¿Quieres no temer a ese día oculto? Cuídate de estar preparado hasta que llegue. Puesto que los que están al frente de otros lo están precisamente para que miren por los que son sus súbditos, en el hecho de presidir no deben buscar su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven. Todo el que está al frente de otros de manera que halla su gozo en estarlo, y busca su honor y sólo mira por sus intereses, se apacienta a sí mismo y no a las ovejas. A éstos se dirige la palabra del Señor. Escuchad vosotros como ovejas de Dios, y considerad cómo Dios os constituyó en seguridad: sean quienes sean los que os presidan, es decir, seamos nosotros como seamos, el que apacienta a Israel os dio seguridad. Pues, Dios no abandona a sus ovejas, y los malos pastores expiarán las penas merecidas y las ovejas recibirán lo que tienen prometido.
2. 3. Veamos lo que la palabra divina, que a nadie lisonjea, dice a los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas. He aquí que habéis tomado su leche, os habéis cubierto con su lana, habéis sacrificado las gordas, y no habéis apacentado mis ovejas. No habéis robustecido a la débil, no habéis cuidado a la enferma; no habéis vendado a la perniquebrada, no habéis hecho volver a la descarriada, no habéis buscado a la perdida, y habéis acabado con la fuerte. Y se han dispersado mis ovejas, al no haber pastor 6. Se echa en cara de los pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, lo que aman y lo que descuidan. ¿Qué aman, pues? Habéis tomado su leche; os habéis cubierto con su lana. Por ello dice el Apóstol: ¿Quién planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta una grey y no se nutre de su leche 7? Descubrimos que la leche de la grey es todo lo que el pueblo de Dios dona a los que están al frente de él para su sustento temporal. De ello hablaba el Apóstol con las palabras que acabo de recordar 8.
4. Aunque el Apóstol prefirió trabajar con sus manos y no buscar siquiera la leche de las ovejas 9, dijo claramente, sin embargo, que tenía derecho a percibirla y que el Señor había dispuesto que quienes anuncian el Evangelio vivan del mismo. Y dice que otros apóstoles como él se sirvieron de este derecho, no usurpado, sino otorgado. Él fue más allá todavía al no aceptar ni lo que se le debía 10. Así, pues, él renunció a lo que se le debía, pero el otro no exigió nada que no se le debiera: él fue más allá del derecho. Tal vez significaba a aquel que, al conducir al mesón al enfermo, dijo: Si gastas algo más, te lo devolveré a la vuelta 11. ¿Qué más puedo decir de aquellos que no necesitan la leche del rebaño? Que son más misericordiosos, o mejor, que ejercen más generosamente el deber de la misericordia. Pueden, y lo que pueden lo hacen. Alabad a estos, pero no condenéis a los otros. Tampoco el Apóstol exigía la dádiva; sin embargo, deseaba que las ovejas diesen fruto y no fuesen estériles, carentes de lecha abundante. De hecho, hallándose en cierta ocasión en gran necesidad, encadenado por confesar la verdad, los hermanos le enviaron algo con que socorrer su necesidad e indigencia. Les respondió dándoles las gracias con estas palabras: Hicisteis bien en socorrer mis necesidades. Pues he aprendido a bastarme con lo que tengo. Sé vivir en la abundancia y sufrir penuria. Todo lo puedo en aquel que me conforta. Con todo, hicisteis bien en enviar algo para mis necesidades 12. Mas para mostrar qué era lo que él buscaba en lo bueno que ellos habían hecho -no fuera que entre ellos hubiera pastores que se apacentaban a sí mismos y no a las ovejas- no le alegraba tanto el que hubieran socorrido su necesidad como se congratulaba porque se habían mostrado fecundos. ¿Qué buscaba allí? No busco la dádiva -dijo- sino que exijo el fruto 13. No para sentirme yo lleno -dijo-, sino para que vosotros no permanezcáis vacíos.
5. Así, pues, quienes no pueden hacer lo que hizo Pablo, es decir, sustentarse con el trabajo de sus manos, acepten la leche de las ovejas, hagan frente a su necesidad, pero no descuiden las ovejas en su debilidad. No busquen lo dicho como si se tratase de su salario, dejando la impresión de que anuncian el evangelio para remediar su necesidad y penuria, antes bien ofrezcan la luz de la verdad a los hombres que necesitan recibirla. Pues son como lámparas, según está dicho: Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas vuestras lámparas 14; y: Nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelabro, para que alumbre a todos los que están en la casa. Luzca así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos 15. Si tuvieras una lámpara encendida en casa, ¿no le echarías aceite para que no se apagase? Si la lámpara, después de haberle echado el aceite, no luciese, no merecería seguir en el candelero, sino ser rota al instante. Aquello de que se vive, para unos es de necesidad aceptarlo y para otros es de caridad darlo. No se trata de hacer venal al Evangelio, como si él fuera el precio de aquello que consumen para vivir quienes lo anuncian. Pues si lo venden de esta forma, venden una realidad grandiosa a un precio insignificante. Reciban del pueblo lo necesario para el sustento y del Señor la recompensa de su servicio. El pueblo no está capacitado para dar recompensa a aquellos que le sirven por amor del Evangelio. Estos han de esperar la recompensa de donde los otros la salvación. ¿Qué se les reprocha? ¿De qué se les acusa? De haber descuidado a las ovejas, mientras se alimentaban de su leche y se cubrían con su lana. Buscaban, por lo tanto, sus intereses, no los de Jesucristo 16.
6. Tras haber mostrado qué significa el alimentarse con su leche, averigüemos ahora el significado de cubrirse con su lana. Quien da leche ofrece alimento; quien da lana otorga un honor. Son las dos cosas que esperan obtener del pueblo quienes se apacientan a sí mismos, no a las ovejas: un salario para hacer frente a la necesidad, y el favor del honor y de la alabanza. He aquí por qué puede bien entenderse el vestido como honor: cubre la desnudez. Todo hombre es débil. Y cualquiera que está al frente de vosotros, ¿qué es sino lo mismo que vosotros? Lleva el peso de la carne, es mortal, come, duerme, se levanta; nació, morirá. Si piensas lo que es en sí mismo, verás que es un hombre; sin embargo, tú, honrándolo como si fuera un ángel, cubres su debilidad.
7. Un vestido similar había recibido Pablo mismo de la comunidad santa de Dios, cuando decía: Me recibisteis como a un ángel. Doy testimonio de que, si hubiese sido posible, os hubieseis sacado vuestros ojos y me los habríais dado a mí 17. Pero, a pesar de habérsele concedido tan grande honor, ¿acaso por este mismo honor condescendió con los que erraban, no fuera que, si los reprendía se lo negasen, y alabasen menos al Apóstol mismo? Si hubiese hecho esto, sería de aquellos que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Diría para sí mismo: «¿A mí qué me importa? Cada cual haga lo que quiera; mi garbanzo está seguro; mi honor, también. Tengo suficiente leche y lana; vaya cada cual por donde pueda». Según esto, ¿está todo en su punto si cada cual va por donde puede? No pretendo que seas una persona al frente de otras; parto de que eres uno más de la comunidad: Si sufre un miembro, sufren con él los restantes 18. Por esto el Apóstol mismo, al recordarles cómo se habían comportado con él, para no dejar la impresión de que había olvidado el honor que le habían tributado, da testimonio de que le recibieron como a un ángel y que, si les hubiese sido posible, hubiesen querido sacarse los ojos, para dárselos a él 19. Y, sin embargo, se acerca a la oveja enferma, a la apestada, para sajarle la herida, sin transigir con la podredumbre. ¿Acaso -les dice- me he convertido en enemigo vuestro por deciros la verdad? 20 Ve que recibió la leche de las ovejas, como hace poco recordé, y se vistió con su lana; y, con todo, no descuidó las ovejas, pues no buscaba sus intereses, sino los de Jesucristo 21.
8. Lejos, pues, de mí deciros: «Vivid como queráis, estad seguros, Dios no hace perecer a nadie; basta con que tengáis la fe cristiana. Él no hace perecer a los que redimió, a aquellos por quienes derramó su sangre. Y si queréis deleitar vuestro ánimo con los espectáculos públicos, id tranquilos. ¿Qué tienen de malo? Id, celebrad, participad en esa fiesta que se celebra en todas las ciudades en medio del regocijo de los comensales y de los que creen hallar gozo en los festines públicos, cuando en realidad se pierden. La misericordia de Dios es grande y todo lo perdona. Coronaos de rosas antes de que se marchiten 22. Celebrad banquetes en la casa de vuestro Dios cuando os venga en gana; llenaos de comida y de vino en compañía de los vuestros: con ese fin se nos dio esta criatura: para gozar de ella. Dios no la dio a los malvados y paganos, privándoos a vosotros de ella». Si yo hablara así, quizá congregaría mayores multitudes; y, aunque hubiera algunos que, al escucharme hablar así, pensaran que no hablo sabiamente, habría unos pocos a los que ofendería, pero me congraciaría con una muchedumbre. Si me comportara así, si no os hablara la palabra de Dios ni la de Cristo, sino la mía, sería un pastor que se apacienta a sí mismo, no a las ovejas.
4. 9. Después de haber indicado lo que aman estos pastores, señala también lo que descuidan. Los males de las ovejas están a la vista: las sanas y gordas, es decir, las que se mantienen firmes en el alimento de la verdad y usan bien de los pastos, don del Señor, son poquísimas. Pero aquellos malos pastores no las perdonan. Les parece poco no preocuparse de las enfermas, débiles, descarriadas y perdidas; en cuanto depende de ellos, matan también a estas fuertes y gordas. Estas viven por la misericordia de Dios; con todo, por lo que se refiere a los malos pastores, las matan. «¿Cómo -dices- las matan?» Viviendo mal, dándoles mal ejemplo. ¿O acaso se dijo en vano a un siervo de Dios, eminente entre los miembros del supremo pastor: Sé para todos dechado de buenas obras 23 y: Sé un modelo para los fieles 24? Una oveja, aunque sea de las fuertes, ve frecuentemente que vive mal el que está al frente de ella; si aparta sus ojos de las normas del Señor y los pone en el hombre, comienza a decir en su corazón: «Si el que está al frente de mí vive de esta forma, ¿quién soy yo para no hacer lo que él hace?» Mata a la oveja fuerte. Si, pues, mata a la oveja fuerte, ¿qué hará con las otras, él, que con su mala vida mató a la que él no había robustecido, sino que la había encontrado ya fuerte o robusta? Digo y repito a vuestra caridad: aunque las ovejas estén vivas, aunque se mantengan firmes en la palabra del Señor y cumplan lo que oyeron a su Señor: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen 25, con todo, quien en presencia del pueblo vive mal, en cuanto de él depende, da muerte al que le ve. No se lisonjee pensando que ese no está muerto. Aunque el otro viva, él es un homicida. Sucede lo mismo que cuando un lascivo mira a una mujer casada deseándola: ésta se mantiene casta, pero él es ya un adúltero. La afirmación del Señor es verdadera y rotunda: Quien mire a una mujer casada deseándola, ya cometió adulterio en su corazón 26. No llegó al lecho de ella, pero ya se solaza en el suyo interior. De igual manera, quien vive malvadamente en presencia de aquellos a cuyo frente está, en cuanto de él depende, mató también a las ovejas fuertes. Quien le imita, muere; quien no le imita, sigue con vida. Sin embargo, en cuanto depende de él, ha dado muerte a uno y otro. Habéis sacrificado la gorda, y no apacentáis a mis ovejas 27.
5, 10. Ya oísteis lo que aman, escuchad lo que descuidan. No habéis robustecido a la débil, no habéis cuidado a la enferma; no habéis vendado a perniquebrada, no habéis hecho volver a la descarriada, no habéis buscado a la perdida, y habéis acabado con la fuerte 28, es decir, le habéis dado muerte, la habéis masacrado. La oveja mantiene una disposición interior de debilidad cuando no cree que le vayan a sobrevenir tentaciones. Si la oveja así lo cree, el pastor negligente no le dice: Hijo, al disponerte a servir a Dios, mantente en la justicia y en el temor, y prepara tu alma para la tentación 29. Quien así habla fortalece al débil, y de débil le hace resistente, para que, cuando crea, no espere prosperidad en este mundo. Si se le enseña a esperar prosperidad en este mundo, la misma prosperidad le corrompe; al llegar las adversidades, la fe se debilita, o tal vez se apaga. Quien así edifica, no edifica sobre piedra, sino sobre arena 30. La piedra era Cristo 31. Los cristianos han de imitar los padecimientos de Cristo, no han de buscar placeres. Se fortalece al débil cuando se le dice: «Espera ciertamente las tentaciones de este mundo, pero de todas te librará el Señor si tu corazón no se retira de él. En efecto, para confortar tu corazón vino él a sufrir, a morir, a que le cubrieran de salivazos 32, a que le coronaran de espinas 33, a recibir insultos 34 y, por último, a ser clavado en un madero 35. Todo esto hizo él por ti; tú nada haces por él, todo lo haces por ti».
11. Como los pastores antes señalados, son los que, temiendo herir a aquellos a los que hablan, no sólo no les preparan para las tentaciones inminentes, sino que hasta les prometen la felicidad de este mundo, que Dios no ha prometido ni al mismo mundo. Dios predice que han de venir fatigas sobre fatigas al mundo mismo hasta el fin, ¿y tú quieres que el cristiano esté exento de ellas? Por el hecho de ser cristiano, ha de sufrir en este mundo todavía un poco más. Así dice el Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución 36. Si te place más, ¡oh pastor que buscas tus intereses, no los de Jesucristo! 37, aunque diga él: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución 38, di tú: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes; y si no tienes hijos, los recibirás, los criarás a todos y ninguno se te morirá». ¿Es este el edificio que estás levantando? Presta atención a lo que construyes y sobre qué lo levantas. Estás edificando sobre arena. Llegará la lluvia, se desbordará el río, soplarán los vientos, abatirá esta casa, caerá, y su ruina será grande. Retíralo de la arena; construye sobre piedra 39: esté fundamentado en Cristo quien quieres que sea cristiano. «Fija tu atención en los sufrimientos inmerecidos de Cristo; mira a aquel que no tuvo pecado alguno y restituyó lo que no había robado 40. Presta atención a la Escritura que te dice: Azota a todo el que acepta como hijo 41. Y prepárate para ser azotado o en ningún modo pretendas ser acogido como hijo. Él -dice- azota a todo el que acoge como hijo y ¿vas a ser tú la excepción? Si quedas excluido de sufrir los azotes, quedas excluido también del número de los hijos. Es tan verdad que azota a todo hijo, que hasta azotó a su Hijo único. El Hijo único, nacido de la sustancia del Padre, igual al Padre en la condición divina 42, la Palabra por la que fueron hechas todas las cosas 43, no tenía por qué ser azotado 44: con este fin se revistió de carne, para no escapar al azote. Quien, pues, azota al Hijo único sin pecado, ¿dejará libre del azote al hijo adoptado y con pecado? El Apóstol dice que fuimos llamados a ser hijos de adopción 45. Hemos recibido la adopción de hijos para ser coherederos con su Hijo único 46 y para ser también su herencia: Pídeme y te daré en herencia los pueblos 47. En sus sufrimientos nos propuso un ejemplo.
12. Para que la oveja débil no desfallezca en las pruebas futuras, no hay que engañarla con una falsa esperanza ni quebrantarla con el pánico. Dile: Prepara tu alma para la prueba 48. Pero quizá comienza a vacilar, a estremecerse, a no querer acercarse: tienes el remedio: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de lo que podéis soportar 49. En estas dos cosas consiste el fortalecer al débil: prometerle la asistencia de Dios y anunciarle los sufrimientos futuros. Curar a la herida consiste en prometer la misericordia de Dios a la que es demasiado temerosa y hasta está asustada por ello; misericordia que no consistirá en la falta de pruebas, sino en que Dios no permitirá que sea probada por encima de sus fuerzas. Pues hay algunas ovejas que, al oír que se anuncian tribulaciones futuras, se arman más y, en cierto modo, estimulan su sed de beberlas: les parece pobre la medicina de los fieles y buscan la gloria de los mártires. Hay otras, en cambio, que cuando oyen que ineludiblemente van a llegar pruebas -que en verdad conviene que sobrevengan al cristiano, y que no las siente nadie sino quien verdaderamente quiere ser cristiano-, al acercarse algunas, se rompen una pata y comienzan a cojear. Ofrécele la venda del consuelo; véndale lo que tiene roto. Dile: «No temas; no te abandonará en medio de las pruebas aquel en quien has creído. Fiel es Dios, que no permitirá que seas probado por encima de lo que puedes soportar 50. No escuchas esto de mi boca; es palabra del Apóstol, quien también dice: ¿Queréis tener una prueba de que en mí habla Cristo 51? Cuando oyes estas cosas, las oyes de la boca de Cristo, las oyes también de la boca del pastor que apacienta a Israel. A él se dijo: Les darás a beber lágrimas con medida 52. Pues las palabras del Apóstol: No permitirá que seáis probados por encima de lo que podéis soportar 53, dicen lo mismo que las del profeta: Con medida. Al menos no abandones al que corrige y exhorta, al que atemoriza y consuela, al que hiere y sana.
6. 13. No habéis robustecido -dice- a la débil 54. Lo dice a los pastores malvados, a los pastores falsos, a los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo 55; a quienes se gozan de su beneficio en la leche y lana, descuidando por completo las ovejas y no robusteciendo a la enferma. Aunque también llamamos débiles a los enfermos, entre el débil, esto es, el no fuerte, y el enfermo, es decir, el que sufre un mal, me parece que hay alguna diferencia. Son conceptos, hermanos, que intento distinguir de algún modo. Con un poco más de esfuerzo, quizá yo mismo u otro más entendido o con un corazón más iluminado podamos establecer una distinción más exacta. Entretanto, para que no os sintáis defraudados, diré lo que pienso, por lo que se refiere a las palabras de la Escritura. En el débil ha de temerse que venga la prueba y lo quebrante; el enfermo, en cambio, sufre ya a causa de algún deseo, y algún deseo le impide entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo 56. Fijaos en aquellos hombres que quieren vivir rectamente, que han decidido vivir de esta forma y que, sin embargo, no están tan dispuestos a soportar los males como preparados para realizar el bien. Sólo que la firmeza cristiana implica tanto obrar el bien, como tolerar el mal. Los débiles son quienes parecen enfervorizarse en obrar el bien, pero no quieren o no pueden tolerar los sufrimientos que les sobrevienen. En cambio, quienes, llevados de un mal deseo en cuanto amantes del mundo, se retraen de las buenas obras, yacen enfermos y lánguidos; éstos, por su misma enfermedad, como hallándose sin fuerzas, no pueden obrar bien alguno. Tal fue en el alma aquel paralítico al que los que lo llevaban querían introducir donde estaba el Señor, y al no serles posible, abrieron el techo y lo presentaron ante él 57. Es como si quisieras hacer esto con el alma: abrir el techo y poner ante el Señor el alma paralítica, descoyuntada en todos sus miembros, carente de toda obra buena, cargada con sus pecados y sufriendo con el mal de su deseo. Por tanto, si están descoyuntados todos los miembros y padeces una parálisis interior, de modo que no puedes acceder al médico -tal vez el médico está oculto, pero dentro; es decir, la verdadera comprensión de las Escrituras está oculta- abre el techo, sacando a la luz lo que está oculto y pon ante él al paralítico. Ya habéis escuchado lo que oirán quienes no hacen esto o lo realizan con negligencia: No habéis robustecido a la débil, y no habéis vendado a perniquebrada 58. De esto he hablado ya. Le había quebrado el pánico que le causaban las pruebas; aplique algo con que vendar lo quebrado, aquellas palabras consolatorias: Fiel es Dios que no permitirá que seáis probados por encima de lo que podéis soportar, sino que con la prueba dispondrá también el éxito para que podáis resistirla 59.
7. 14. No habéis hecho volver a la descarriada. Ved cómo me encuentro en peligro al hallarme en medio de herejes. No habéis hecho volver a la descarriada, no habéis buscado a la perdida 60. A causa de ellos nos hallamos de algún modo entre manos de ladrones y dientes de lobos enfurecidos; os ruego que oréis ante este peligro a que estoy expuesto. Hay también ovejas contumaces que, cuando se las busca porque se hallan descarriadas, dicen en su error y para su perdición que nada tienen que ver con nosotros. -«¿Por qué nos queréis? ¿Por qué nos buscáis?» Como si la causa por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. -«Si me hallo -dice- en el error, si estoy perdido, ¿por qué me quieres? ¿Por qué me buscas?» -«Porque estás en el error, quiero llamarte una vez más; porque te has perdido, y quiero hallarte». -«Así quiero errar; es así como quiero perderme». -¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánta mayor razón no lo quiero yo! Me atrevo a decirlo sin tapujos: soy importuno. Escucho al Apóstol que dice: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo 61. ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que no quieren. Indiscutiblemente soy importuno, me atrevo a decirlo. Tú quieres errar, tú quieres perderte; yo no quiero. En última instancia, no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No habéis hecho volver a la descarriada, no habéis buscado a la perdida 62. ¿Tengo que temerte a ti más que a él? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo 63. No te temo a ti, pues no puedes sustituir el tribunal de Cristo por el de Donato. Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida; quieras o no, lo haré. Y aunque, al buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, me deslizaré por cualquier angostura, derribaré toda valla; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que está a punto de perecer. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas.
15. Es poco decir que me duele verte descarriada y en trance de perecer. Temo que, despreocupándome de ti, dé muerte también a la fuerte. Escucha lo que sigue: Habéis acabado con la fuerte 64. Si me despreocupo de la descarriada y de la que está a punto de perecer, también a la fuerte le agradará extraviarse y perderse. Deseo ganancias exteriores, pero temo más los daños interiores. Si me mostrase indiferente ante tu extravío, al verlo la que está fuerte pensará que es cosa sin importancia el pasarse a la herejía. Si no te busco a ti, que te has perdido, cuando destelle alguna comodidad en el mundo que justifique el cambio, inmediatamente me dirá la oveja fuerte que está a punto de perderse: «Dios está aquí y allá; ¿qué más da? Esto es obra de hombres pendencieros; a Dios hay que adorarlo en todo lugar». Si por casualidad le dijere algún donatista: «No te daré mi hija si no te pasas a mi partido», es necesario que él reflexione y diga: «Si nada tuviese de malo pertenecer a su partido, nuestros pastores no dirían tantas cosas contra ellos, no se preocuparían tanto de sus extravíos». Si, por el contrario, dejamos de hacerlo y nos callamos, dirá lo contrario: «Ciertamente, si fuese cosa mala pertenecer al partido de Donato, hablarían contra ellos, los refutarían, se esforzarían por ganarlos. Si estuvieran extraviados, los reconducirían; si estuvieran perdidos, los buscarían». No en vano, pues, después de haber dicho antes: Habéis matado a la gorda 65, volvió sobre lo mismo al final:Habéis acabado con la fuerte 66. Es una frase repetida a no ser que sea derivación de lo dicho antes: no habéis hecho volver a la descarriada, no habéis buscado a la perdida y, al obrar así, habéis matado a la fuerte 67.
8. 16. Por lo tanto, escucha lo que dice a continuación acerca de estos pastores negligentes o, más aún, malvados: Y, al no haber pastor, se han dispersado mis ovejas y se convirtieron en presa para todas las bestias del campo 68. Cuando las ovejas no están con el pastor, las depredan los lobos siempre al acecho, las arrebatan los leones rugientes. Pues, aunque el pastor esté presente, para quienes obran mal no es pastor. Se pasan a pastores que no son pastores, que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. La consecuencia es un extravío fatal: se convierten en presa de depredadores que desean saciarse con su muerte. Depredadores son todos los que gozan con los extravíos ajenos: son bestias que se alimentan matando a las ovejas descarriadas.
17. Y se han dispersado, y mis ovejas se han extraviado por todos los montes y toda alta colina 69. Las bestias que proceden de los montes y colinas son la hinchazón terrena y el orgullo del mundo. Se exaltó la soberbia de Donato y constituyó un partido para sí. Parmeniano, que le siguió, consolidó el error. El primero es el monte; el segundo, la colina. Así todo padre de cualquier error, hinchado de orgullo terreno, promete a las ovejas un descanso, buenos pastos. Y, es cierto, a veces encuentran allí las ovejas pastos que tienen su origen en la lluvia divina, no en el terreno rocoso del monte. También ellos tienen Escrituras, también sacramentos. Ni la Escritura ni los Sacramentos pertenecen a los montes, pero, aunque se encuentran allí, es malo permanecer en ellos. Extraviados por montes y colinas, abandonan el rebaño, abandonan la unidad, abandonan las huestes defendidas contra lobos y leones. Que Dios las haga volver para que salgan de allí, que él las haga volver. Ahora mismo oiréis cómo las llama: mis ovejas se han extraviado por todos los montes y toda alta colina 70, es decir, por toda la hinchazón del orgullo terreno. Pues hay también montes buenos: Levanté mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio 71. Pero fíjate que tu esperanza no está en los montes: Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra 72. No creas que haces una ofensa a los montes santos cuando dices: Mi auxilio me viene, no de los montes, sino del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Esto te lo gritan también los montes mismos. Monte era quien clamaba: He oído que hay cismas entre vosotros, y que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo, en cambio, de Cristo 73. Levanta los ojos hacia este monte, escucha lo que dice, pero no te quedes en él. Escucha lo que dice a continuación: ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros? 74 Por lo tanto, después de haber levantado los ojos a los montes, de los que te llega el auxilio, es decir, a los autores de las Escrituras divinas, fija tu atención en quien, con todas sus fuerzas, con todos sus huesos, grita: Señor, ¿quién es semejante a ti? 75 Y así podrás decir con tranquilidad, sin causar ofensa alguna a los montes, mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra 76. Entonces no sólo no se enojarán contigo, sino que te amarán y te favorecerán más; si pusieras en ellos tu esperanza, se entristecerían. Un ángel que mostraba al hombre muchas cosas divinas y maravillosas, fue adorado por éste, como elevando los ojos hacia el monte. Pero él, orientándolo hacia Dios, dice: No hagas esto; adórale a él, pues yo soy siervo como tú y tus hermanos 77.
18. Se han dispersado por todo monte, por toda colina y por toda la faz de la tierra 78. ¿Qué significa se han dispersado por toda la faz de la tierra? Al buscar todo lo terreno, aman lo que brilla en la faz de la tierra; por ello suspiran. No quieren morir, de modo que su vida quede escondida en Cristo 79. Por toda la faz de la tierra: porque aman las cosas terrenas y, también, porque hay ovejas descarriadas en toda la faz de la tierra. No todos los herejes se hallan en toda la tierra, pero en toda ella hay herejes. Unos aquí, otros allí, pero en ningún lugar faltan. Ni ellos mismos se conocen; hay un grupo en África, otro en Oriente, otro en Egipto, otra en Mesopotamia, por poner algunos ejemplos. Son diversos, según los diversos lugares, pero a todos los ha engendrado una única madre, la soberbia, del mismo modo que una única madre nuestra, la Católica, ha engendrado a los fieles cristianos extendidos por todo el orbe. No es, pues, extraño que la soberbia produzca división, y la caridad, unidad. Con todo, la misma madre Católica y, en ella, el pastor mismo, busca por todos los lugares a los extraviados, fortalece a los débiles, cura a los enfermos, venda a los que tienen algo roto; a los unos los libra de éstos, a los otros de aquellos, que se desconocen entre sí. Ella, sin embargo, los conoce a todos, porque con todos está mezclada. Por ejemplo, en África existe el partido de Donato, no los eunomianos, y junto con el partido de Donato está aquí la Católica. En Oriente, donde no existe el partido de Donato, están los eunomianos, y con ellos está allí la Católica. Ella es como la vid que, al crecer, se extiende por doquier; ellos, como los sarmientos inútiles, cortados con la podadera del agricultor a causa de su esterilidad, para que la vid quedara podada, pero no cortada 80. Los sarmientos permanecieron en el lugar en que fueron cortados. La vid, por el contrario, crece por todos los lugares y conoce sus sarmientos, los que permanecieron en ella, y tiene junto a sí a los que de ella fueron cortados. De allí hace volver a los extraviados, ya que, refiriéndose a las ramas cortadas, también dice el Apóstol: Poderoso es Dios para injertarlos de nuevo 81. Tanto si hablas de ovejas descarriadas del rebaño como si hablas de ramas podadas de la vid, Dios es capaz de reconducir al rebaño las ovejas y de injertar de nuevo las ramas, porque él es el supremo pastor, el verdadero agricultor 82. Se han dispersado por toda la faz de la tierra; y no hubo quien las buscase ni quien las hiciera volver 83. No hubo, esto es, entre los pastores malos; no hubo quien las buscase, pero un hombre.
9. 19. Por lo tanto, pastores, escuchad la palabra del Señor: Vivo yo, dice el Señor Dios 84. Ved cómo comienza. Estas palabras son como un juramento de Dios, una testificación hecha con su vida. Vivo yo, dice el Señor. Murieron los pastores, pero las ovejas están seguras: el Señor vive. Vivo yo, dice el Señor Dios. ¿Qué pastores han muerto? Los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo 85. ¿Habrá, entonces, y se encontrarán pastores que no busquen sus intereses, sino los de Jesucristo? Los habrá, y se les encontrará; ni faltan, ni faltarán en absoluto. Veamos qué dice el Señor cuando jura que vive; veamos si dice que ha de quitar las ovejas a los pastores malos, que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas, y se las dará a los pastores buenos, que apacientan las ovejas y no a sí mismos. Vivo yo, dice el Señor Dios, no por otra cosa, sino porque mis ovejas se han convertido en presa para todas las bestias del campo, por falta de pastor 86. De nuevo menciona al pastor: poco antes y ahora. No dice: porque no hay pastores. Para tales ovejas, que andan descarriadas para su mal y para su mal perdidas, no hay pastor, incluso si está presente, porque, hasta cuando hay luz, no la hay para los ciegos. Y los pastores no han buscado mis ovejas; se han alimentado a sí mismos, pero no a mis ovejas 87.
20. Por ello, pastores, escuchad la palabra del Señor 88. ¿Qué pastores? Esto dice el Señor Dios: he aquí que yo estoy por encima de los pastores y requeriré de sus manos mis ovejas 89. Escuchad y aprended, ovejas de Dios. Dios reclama sus ovejas a los malos pastores, y les pide cuentas de su muerte. Pues en otro lugar dice por medio del mismo profeta: Hijo de hombre, te he puesto como centinela en la casa de Israel; escucharás una palabra de mi boca y se la darás a conocer a ellos de parte mía. Si yo digo al pecador: Vas a morir, y no se lo trasmites para que el impío se aparte de su camino, él, como malvado, morirá por su delito; pero te pediré cuenta de su sangre. Si, por el contrario, has advertido al malvado acerca de su camino para que se aparte de él, y él no se apartó, él morirá por su culpa, pero tú habrás librado tu alma 90. ¿Qué es esto, hermanos? Veis cuán peligroso es callar. Muere el pecador y muere justamente; muere por su impiedad y su pecado; la negligencia del pastor le ha dado muerte. Habría podido encontrar al pastor vivo que dice: Vivo yo, dice el Señor 91; pero al ser negligente, debido a que no le advirtió el que estaba puesto a su frente como vigía para que le advirtiese, el uno muere justamente y el otro es condenado, justamente también. Si, por el contrario -dice-, anuncias al malvado a quien yo he amenazado con la espada que va a morir, pero él se despreocupa de evitar la espada inminente, y llega esta y le da muerte, él morirá a causa de su pecado, pero tú has librado tu vida 92. Por esto mismo, a nosotros nos corresponde no callar; a vosotros, en cambio, os toca escuchar, aun cuando nosotros callemos, las palabras del pastor en las Santas Escrituras.
10. 21. Veamos, pues, lo que había propuesto tratar: si quita las ovejas a los pastores malos y se las da a los buenos. Veo que, efectivamente, quita las ovejas a los pastores malos. Por eso dice: He aquí que yo (actuaré) contra los pastores y reclamaré mis ovejas de sus manos, los retiraré para que no apacienten mis ovejas; y no se apacentarán más a sí mismos 93. Cuando les digo que apacienten a mis ovejas, se apacientan a sí mismos, no a mis ovejas. Los retiraré, para que no apacienten a mis ovejas. ¿Cómo los retira para que no apacienten a sus ovejas? Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen 94. Como sí dijera: «Dicen lo mío, hacen lo suyo». Si hubiera dicho: «Haced tranquilamente lo que hacen; a ellos los condenaré por vivir mal, pero a vosotros os perdonaré, porque habéis seguido a quienes están puestos al frente de vosotros». Si hubiera dicho esto, habría disuadido a los malos pastores, que se apacientan a sí mismos, no a las ovejas. Pero infunde temor no sólo al ciego que guía, sino también al ciego que le sigue -pues no dice: Cae en la fosa el que guía, pero no el que le sigue, sino: Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa 95-; por eso advierte a las ovejas diciéndoles: Haced lo que dicen; no hagáis lo que hacen ellos 96. Pues cuando no hacéis lo que hacen los malos pastores, no son ellos los que os apacientan; cuando hacéis lo que dicen, el que os apacienta soy yo. Dicen lo que yo les digo, pero no lo cumplen. «Estamos tranquilos -dicen-; seguimos a nuestros obispos». Esto suelen decirlo frecuentemente los herejes, cuando la verdad manifiesta los deja convictos: «Nosotros somos ovejas; ellos darán cuenta de nosotros». No hay duda de que darán severa cuenta de vuestra muerte. El mal pastor dará severa cuenta de la muerte de la oveja malvada. ¿Acaso vive la oveja porque el pastor tenga la piel de ella marcada? Se recrimina al pastor el haber descuidado la oveja descarriada, por lo que cayó en las fauces del lobo y fue devorada. ¿De qué le aprovecha presentar la piel marcada? El amo reclama la vida de la oveja. Pero he aquí que el mal pastor presenta la piel: da cuenta de la piel. ¿Va a mentir, acaso? Lo veía desde arriba quien luego juzga; le cuenta las palabras falsas, ve sus pensamientos. Dé cuenta el mal pastor de la piel de la oveja muerta. «Le anuncié tus palabras, y no quiso seguirlas; me esforcé para que no se extraviase del rebaño, y no me obedeció». Si dice esto y, al hablar así, dice la verdad -Dios sabe si la dice-, da buena cuenta de la oveja mala. Si, por el contrario, ve Dios que descuidó la oveja descarriada, que no buscó a la que se perdía, ¿de qué le sirve haber encontrado la piel que poder presentar? Tenía que haberla reconducido al rebaño, para no tener que mostrar su piel, una vez muerta. Si, pues, no dio buena cuenta quien no la buscó cuando estaba descarriada, ¿qué cuenta dará quien la extravió? Esto es lo que oigo: Si el obispo de la Iglesia católica no podrá dar razón convincente de la oveja, si no la busca cuando ella se ha apartado del rebaño de Dios, ¿qué cuenta ha de dar el obispo hereje que no sólo no la recondujo del extravío, sino que la impulsó a él?
22. Pero veamos -según dije- de qué manera retira Dios las ovejas a los malos pastores. Ya lo recordé: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen 97. No son ellos quienes os apacientan, sino Dios, puesto que, quieran o no, para llegar a la leche y a la lana, los pastores han de anunciar la palabra de Dios. Tú que predicas que no se debe robar robas 98, dice el Apóstol a los que hablan buenas cosas y las hacen malas. Tú escucha al que te predica que no robes; no le imites a él si roba. Si quieres imitar al ladrón, él te apacienta con su acción; te suministra veneno, no alimento. Pero si escuchas que dice algo, no de su cosecha, sino de la de Dios -no pueden recogerse uvas de las zarzas, pues es también palabra del Señor: Nadie recoge uvas de las zarzas ni higos de los abrojos 99-, no debes acusar a Dios como diciéndole: «Señor, no me has querido, porque no se pueden recoger uvas de las zarzas; y en otro lugar me dijiste a propósito de algunos: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen 100; es decir, que quienes obran mal son zarzas. ¿Cómo quieres que yo recoja la uva de tu palabra de las zarzas?» Él te responderá: «Aquella uva no es producto de las zarzas; lo que acontece a veces es que el sarmiento se enreda en el seto y cuelga la uva en medio de espesas zarzas, pero no proviene de la raíz de éstas. Tú, si tienes hambre y no tienes de dónde tomarlas, mete la mano con cuidado para no lacerarte con las zarzas, es decir, no imites las acciones de los malos; y coge la uva que cuelga en medio de las zarzas, pero que es fruto de la vid. El alimento del racimo llegará a ti; a las zarzas está reservado el tormento del fuego.
11. 23. Yo sacaré -dice- mis ovejas de su boca y de sus manos, y no serán ya alimento para ellos 101. Esto mismo se dice en el salmo: ¿No saben todos los que obran iniquidad que devoran a mi pueblo como a pan? 102 Y ya no serán alimento para ellos 103, porque esto dice el Señor Dios: He aquí que yo mismo 104. Retiré las ovejas a los malos pastores intimándolas -como dije- que no hagan lo que ellos hacen; es decir, que no hagan las incautas y despreocupadas ovejas lo que hacen los malos pastores. ¿Y qué dice? ¿A quién da lo que a ellos quitó? ¿A los pastores buenos tal vez? No lo dice la continuación del texto. ¿Qué diremos, pues, hermanos? ¿Es que no hay pastores buenos? ¿No se dice en otro lugar de las Escrituras: Y les daré pastores según mi corazón, y las apacentarán con disciplina 105? ¿Cómo, entonces, no da a los buenos pastores las ovejas que quita a los malos, sino que, como si absolutamente en ningún lugar quedasen pastores buenos, dice: Yo las apacentaré? Había dicho a Pedro: Apacienta mis ovejas. ¿Qué hacer, pues? Cuando encomendó a Pedro las ovejas, no dijo entonces el Señor: «Seré yo, no tú, quien apaciente mis ovejas», sino: Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas 106. ¿O acaso porque ahora ya no está Pedro -ya fue recibido en el descanso de los apóstoles y de los mártires- no hay nadie a quien el Señor de las ovejas pueda decir con confianza: Apacienta mis ovejas? ¿Quizá, obligado por la necesidad, dado que no quiere abandonarlas, baja él a ejercer el oficio de apacentar sus ovejas, por no tener a quien encomendarlo? Esto es lo que parece decir a continuación: Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo 107, esto es, aquel a quien decíamos: Tú que apacientas a Israel, mira; tú que guías como a ovejas a José 108, al pueblo establecido en Egipto. Israel, extendido ya entre los pueblos, es el mismo José. Sabéis, en efecto, que José emigró a Egipto; esto ocurrió al venderlo los hermanos 109. A Cristo le vendieron los judíos; no sin motivo, también entre los apóstoles Judas fue quien le vendió 110. Comenzó Cristo a hacerse presente entre los gentiles, allí fue honrado, allí creció su pueblo, no lo abandonó su pastor. Despierta -dijo- tu poder y ven a salvarnos 111. Lo está ya haciendo y lo hará. Dice, en efecto: He aquí que yo mismo buscaré mis ovejas, las visitaré, como visita el pastor su rebaño 112. Los malos pastores no se preocuparon; no las rescataron con su sangre. Como visita -dice- el pastor su rebaño en el día. ¿En qué día? Cuando haya tormentas y nubes 113, es decir, lluvia y niebla. La lluvia y la niebla son el extravío en este mundo, una gran oscuridad que surge de los apetitos de los hombres y una densa niebla que cubre la tierra. Es difícil que en medio de esta niebla no se extravíen las ovejas, pero el pastor no las abandona. Las busca, atraviesa la niebla con ojos penetrantes, sin que se lo impida la oscuridad de las nubes. Las ve, llama a la descarriada en cualquier lugar, para que se cumpla lo que dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen 114. En medio de las ovejas dispersas buscaré a las mías, las sacaré de todo lugar en que estuvieren descarriadas en el día de las nubes y de la tormenta 115. Cuando es difícil encontrarlas, entonces yo las encontraré. Espesa es la niebla, intensa la lluvia: a sus ojos nada se oculta.
24. Las sacaré de entre los pueblos, las recogeré de las regiones, las conduciré a su tierra y las apacentaré en los montes de Israel 116. Constituyó como montes de Israel a los autores de las Escrituras divinas. Apacentaos allí para hacerlo con seguridad. Cuanto oigáis que procede de allí deleite vuestro paladar; rechazad cuanto sea extraño. No os extraviéis en la niebla, oíd la voz del pastor. Reuníos en los montes de la Sagrada Escritura; allí se encuentran las delicias de vuestro corazón; nada hay venenoso, nada ajeno; hay pastos ubérrimos. Basta con que vengáis sanas, que sanas os apacentéis en los montes de Israel. Y en los riachuelos y en todo lugar de la tierra 117. En estos montes que os he mostrado tienen su cabecera los riachuelos de la predicación evangélica, cuando en toda la tierra se extendió su voz 118 y todo lugar de la tierra se hizo alegre y fecundo para las ovejas que han de ser apacentadas. Las apacentaré en buenos pastos en los altos montes de Israel y tendrán allí su aprisco 119, es decir, el lugar donde descansen, donde digan: «Se está bien»; donde digan: «Es verdad, está claro, no nos engañaron». Descansarán en la gloria de Dios, como en sus apriscos. Y dormirán, es decir, descansarán, y descansarán en deleites sanos 120.
25. Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel 121. Dije ya quiénes son los montes de Israel, los montes buenos a los que levantamos los ojos para que de ellos nos venga el auxilio. Pero nuestro auxilio nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra 122. Por esto, para que no pongamos nuestra esperanza ni siquiera en los montes buenos, dijo: Apacentaré mis ovejas en los montes de Israel 123; a su vez, para que no te quedases en los montes, añadió inmediatamente: Yo mismo apacentaré mis ovejas 124. Levanta tus ojos a los montes, de donde te vendrá el auxilio; pero escucha a quien dice: Yo mismo apacentaré. Porque tú auxilio está en el Señor, que hizo el ciclo y la tierra 125.
26. Y yo las haré descansar, dice el Señor Dios 126. Mas, para hacerlas descansar, antes las curó. Que comenzó curándolas, lo dice después: Esto dice el Señor Dios: Buscaré la perdida; haré volver a la extraviado; vendaré a la perniquebrada, robusteceré a la débil y custodiaré a la gorda y fuerte 127: cosas todas que no hacían los malos pastores, que se apacentaban a sí mismos, no a las ovejas. No dice el Señor: «Pondré otros pastores buenos que hagan eso», sino: «Yo mismo lo haré; no confiaré mis ovejas a ninguno otro». Estad tranquilos vosotros, hermanos; estad tranquilas vosotras, ovejas; ¿nos parece que hemos de temer, como si faltase el pastor bueno?
12. 27. Concluye de esta forma: Y las apacentaré con justicia 128. Ten en cuenta que sólo él las apacienta: con justicia. Pues ¿qué hombre puede juzgar a otro hombre? Todo está lleno de juicios temerarios. Aquel de quien habíamos perdido toda esperanza se convierte repentinamente y se convierte en el mejor. Aquel de quien habíamos esperado tanto, cae repentinamente y se convierte en el peor. Tanto nuestro temor como nuestro amor son inseguros. Qué es el día de hoy un hombre cualquiera, apenas lo sabe él mismo. Con todo, en cierta medida, él sabe qué es hoy; en cambio, qué será mañana, ni él mismo lo sabe. Apacienta, pues, él con justicia, repartiendo a cada uno lo suyo: esto a éstos, aquello a aquellos, lo merecido a quienes lo merecen, sea esto o aquello. Sabe lo que debe hacer: él apacienta con justicia a los que redimió cuando fue juzgado. Luego él mismo apacienta con justicia.
28. Pues en el profeta Jeremías dice: Cuchichió la perdiz, reunió huevos que no puso, amontonando sus riquezas, pero sin justicia 129. Al contrario de esta perdiz que amontonó sus riquezas sin criterio, este pastor apacienta con justicia. ¿Por qué sin justicia aquélla? Porque reunió lo que no engendró. ¿Por qué éste con justicia? Porque cría lo que él engendró. Estamos hablando del pastor bueno. Los pastores buenos o no existen o están ocultos. Si no los hay, ¿por qué perdemos el tiempo? Si están ocultos, ¿por qué no se habla de ellos? En aquella perdiz algunos de nuestros mayores y de los comentadores de la Escritura que me han precedido vieron significado al diablo, que reúne lo que no parió. Él no es creador, sino embaucador, amontonando sus riquezas sin justicia. No le importa el que uno se extravíe de esta forma y otro de otra. Quiere que todos se extravíen, sean cuales sean los errores. ¡Cuán distintas herejías existen! ¡Cuán diversos son los errores! Él quiere que los hombres se extravíen en todos. El diablo no dice: «Sean donatistas y no arrianos». Sea aquí, sea allí, le pertenecen a él, que congrega sin criterio. «Si adora los ídolos -dice- es mío; si permanece en la religión judía, mío es; si, abandonando la unidad, se va a esta o aquella herejía, mío es». Así, pues, reúne sin criterio al amontonar sus riquezas. Pero ¿qué sigue? A mitad de sus días la abandonarán y en sus postrimerías aparecerá como necia 130. Viene aquel que congrega de todas las partes sus ovejas. A mitad de sus días, antes de lo que esperaba, antes de lo que pensaba, le abandonarán, y aparecerá como necio en sus postrimerías. ¿Por qué en sus primeros días aparecía como sabio y en los últimos como necio? Escuchad, hermanos. A veces en la Escritura se pone sabiduría en lugar de astucia, recurriendo a un término impropio en vez del correcto. Por esto se dice: ¿Dónde está el sabio, dónde el docto, dónde el investigador de este mundo? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo? 131 También esta perdiz, el mismo dragón, la misma serpiente, se mostró aparentemente sabia cuando, por medio de Eva, engañó a Adán 132. Creyó Adán que decía la verdad, estimó que le daba un buen consejo; le creyó a él antes que a Dios. Según la costumbre de nuestras Escrituras -pues, ¿qué nos importa a nosotros cómo hablen los autores del mundo?-,se habla de sabiduría en sentido inapropiado y peyorativo. Esto lo puedes ver en el mismo libro: Era allí la serpiente más sabia que todas las bestias 133. Esta bestia, la más sabia de todas, es considerada como astuta y hábil en el engaño. Luego ya no se le da crédito. Se le dice: «Renunciamos a ti; nos basta con que, por incautos, nos hayas engañado la primera vez». De este modo, pues, en sus últimos días aparecerá como necia. Saldrán a la luz sus engaños y, por lo mismo, ya no habrá otros. En sus últimos días aparecerá como necio quien reunió lo que no engendró y amontonó sus riquezas sin justicia. Al contrario que él, nuestro Redentor apacienta con justicia.
29. Pensemos en un hereje cualquiera. Aunque no es hermano del diablo, ciertamente es su ayudante e hijo. También a él le llamaría perdiz, animal peleón. Como saben los cazadores, a este animal es posible cazarlo por su afán de pelea. Los herejes pelean contra la verdad, y eso ya desde el momento en que se separaron. Ahora, como ya están capturados, dicen: «No queremos peleas». No tiene sentido que diga: «No quiero peleas». ¡Oh cautivo! Sin lugar a duda eres tú el que en los primeros tiempos de tu separación acusabas de traidores, condenabas a inocentes, buscabas la sentencia del emperador, no te sometías al juicio de los obispos, siempre que eras vencido volvías a apelar, ante el mismísimo emperador litigabas con todo empeño, reunías lo que no habías engendrado. ¿Dónde está ahora tu dura cerviz? ¿Dónde tu lengua? ¿Dónde tu silbido? Ciertamente en tus últimos días te hiciste necio, te atemorizaste al carecer de justicia. Pues no quieres juzgar lo cierto, ni sobre tu error, ni sobre la verdad. Al contrario de ti, Cristo apacienta con justicia, distingue las ovejas que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas -dice- escuchan mi voz y me siguen 134.
13. 30. Aquí descubro a todos los buenos pastores en uno solo. Pues no faltan los buenos pastores, pero se hallan en uno solo. Los que están divididos son muchos. Aquí se anuncia uno solo, porque se encarece la unidad. En verdad, si aquí no se habla de pastores sino de un solo pastor, no se debe a que el Señor no haya encontrado a quien confiar sus ovejas. Entonces las confió porque encontró a Pedro; más aún, hasta en el mismo Pedro de encareció la unidad. Eran muchos los apóstoles y sólo a uno se dice: Apacienta mis ovejas 135. ¡Lejos de mí decir que faltan ahora buenos pastores; lejos de mí pensar que lleguen a faltar; lejos de su misericordia el que no los engendre y constituya como tales! En efecto, si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, forman una unidad. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no profieren su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo 136. Por lo tanto, es él mismo quien apacienta cuando ellos apacientan. Dice: «Soy yo quien apaciento», pues en ellos se halla la voz de él, en ellos su caridad. Quería que el mismo Pedro a quien confiaba sus ovejas, como si fuera su otro yo, formase unidad consigo, para de este modo confiarle las ovejas. Porque así Cristo sería la cabeza y Pedro representaría al cuerpo, es decir, a la Iglesia, y como esposo y esposa serían dos en una sola carne 137. Por lo tanto, al confiarle las ovejas, ¿qué le pregunta antes como para no confiárselas a otro distinto de sí? Pedro, ¿me amas? Y respondió: Te amo. De nuevo: ¿Me amas? Y respondió: Te amo. Y por tercera vez: ¿Me amas? Y respondió: Te amo 138. Asegura la caridad para consolidar la unidad. Así, pues, él mismo, siendo único, apacienta en éstos; y éstos apacientan formando parte del que es único. No se habla de los pastores, y se está hablando. Se glorían los pastores, pero quien se gloríe, que se gloríe en el Señor 139. Esto es apacentar para Cristo, apacentar en Cristo, apacentar con Cristo y no apacentarse a sí mismo fuera de Cristo. No pensaba en la penuria de pastores, como si el profeta anunciase como venideros estos malos tiempos, cuando dijo: Yo apacentaré a mis ovejas 140, como diciendo: no tengo a quien confiarlas. En efecto, cuando aún vivía Pedro, y cuando aún se hallaban en esta carne y en esta vida los apóstoles mismos, entonces dice aquel pastor único, en quien todos forman una unidad: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que yo las atraiga, para que haya un solo rebaño y un solo pastor 141. Así, pues, estén todos en el único pastor, anuncien todos la única voz del pastor, de modo que la oigan las ovejas y sigan a su pastor, no a éste o al otro, sino al único. Anuncien todos, unidos en él, una sola voz; no tengan diversas voces. Os ruego, hermanos, que todos anunciéis lo mismo y no haya entre vosotros divisiones 142. Oigan las ovejas esta voz ajena a división, expurgada de toda herejía, y sigan a su pastor que dice: Mis ovejas oyen mi voz y me siguen 143.
31. ¿Quieres saber, hereje, cómo no posees la voz del pastor y cuán peligrosamente te siguen las ovejas a ti, vestido con piel de oveja, aunque por dentro lobo rapaz? 144 Escuchan tu voz; veamos si es de Cristo. Una oveja débil, descarriada de su rebaño, busca la Iglesia, desconociendo dónde está el rebaño; busca a cuál agregarse, dónde entrar. Háblale; escuchemos para ver si es la voz de Cristo. Veamos si es la voz del cordero o la de la perdiz. La oveja de Dios busca su rebaño. Suponte que una oveja del Oriente viene al África y busca su rebaño; topa contigo, quiere entrar en tu basílica. Su cara desconocida te sorprende ya sea a ti, ya a tu ministro. Ya de pie, ya sentado a la puerta, pregunta el ministro a la oveja que busca su rebaño; mejor, el rebaño de Dios. Quiere unirse a sus compañeras de rebaño, allí donde cree que se encuentra. Preguntas: «¿Eres cristiano o pagano?» Como oveja de Dios, responde: «Soy cristiano». Preguntas si tal vez es catecúmeno y quiere acceder a los sacramentos. Te responde: «Estoy ya bautizado». Le preguntas a qué comunión pertenece. Te responde: «Soy católico». Al rechazarle, rechazas a un cristiano, a un bautizado, a un católico. ¿Quiénes son los que tú tienes dentro? Recházalo, pues, repruébalo. Rechazado por ti, es aceptado por Cristo. ¡Ojalá que también quienes están contigo reconozcan quién eres y a mitad de tus días te abandonen! 145 Ciertos hermanos nuestros fueron ayer a su basílica. Aunque son malos hermanos, son, sin embargo, hermanos. Considerad, hermanos míos, la diferencia existente entre la confianza en la verdad y el temor de la falsedad. Cuando reconocéis a alguno de ellos en esta nuestra asamblea, ¡cómo gozáis! Se debe a que está en vosotros quien busca lo que se había perdido 146. A veces os insinúan: «Escuchará y se largará». Pero vosotros replicáis: «Primero que escuche; luego que se marche». -«Escuchará y se mofará». -«Primero que escuche; luego que se mofe. Alguna vez entrará en razón; alguna vez se dará cuenta. Alguna vez le abandona su comunidad cristiana; se queda sólo consigo mismo, renuncia a su error, da gracias a su Dios». Ellos, en cambio, ¿qué le dicen? -«¿Quiénes sois?» -«Somos cristianos». -«No, sois espías». Y los otros replican: -«Somos católicos». Intentaron injuriarlos; con acertada deliberación, se arrepintieron. ¡Ojalá se arrepientan también de permanecer allí, como se arrepintieron de injuriar a los que allí entraron. Con todo, ¿a quiénes expulsaron? A cristianos, a bautizados, a católicos. No quiero decir a quienes retuvieron consigo; a los que expulsaron los estoy viendo; a quiénes dejaron dentro, ¡que ellos mismos lo digan!
32. Hablen, pues. Veamos si es la voz de Cristo, la voz del pastor, la voz que siguen las ovejas. Sea que la pronuncie un hombre bueno, sea que la pronuncie un hombre malo, veamos si es la voz del pastor. 14. Una oveja débil busca la Iglesia; una oveja descarriada busca la Iglesia. ¿Qué le dices tú? «La Iglesia está en la facción de Donato». Yo busco la voz del pastor. Léeme eso en el profeta, en el salmo; léemelo tomándolo de la Ley, del evangelio, del Apóstol. En esas fuentes yo leo que la Iglesia está extendida por toda la tierra, y que el Señor dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen 147. ¿Cuál es la voz del pastor? Y que en su nombre se predique la penitencia y la remisión de los pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 148. He aquí la voz del pastor; reconócela y síguela, si eres su oveja.
33. «Pero unos entregaron los códices, otros ofrecieron incienso a los ídolos, Fulano y Mengano». ¿Qué me importa a mí lo que hizo Fulano y Mengano? Si lo hicieron, no son pastores. Tú da a conocer la voz del pastor, porque ni siquiera a propósito de ellos anuncias la voz del pastor. Eres tú el que acusa, no el Evangelio, no el profeta, no el apóstol. Creo sólo a aquel de quien me hablan esas voces, a nadie más. Pero aduces las actas; yo también. Si creo en las que presentas tú, cree tú también en las que presento yo. Si no creo en las que presentas tú, tampoco creas en las que presento yo. Déjense de lado los documentos humanos, suenen las voces divinas. Preséntame una palabra de la Escritura en favor de la parte de Donato; escucha voces interminables en favor de la extensión de la Iglesia por toda la tierra. ¿Quién puede contarlas? ¿Quién las contará todas? Sin embargo, para recordar solamente unas pocas, pon atención a la ley, el primer testamento de Dios: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos 149. Y en el salmo: Pídeme y te daré como herencia los pueblos y como posesión tuya los confines de la tierra 150. Harán memoria y se volverán al Señor todos los confines de la tierra. Y lo adorarán en su presencia todas las familias de los pueblos, porque suyo es el reino y él dominará a los pueblos 151. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, tierra entera 152. Lo adorarán todos los reyes de la tierra, todos los pueblos le servirán 153. ¿Quién se bastará para contar tales textos? Casi en cada página no suena otra cosa que Cristo y la Iglesia extendida por todo el orbe. Presénteseme una frase en favor del partido de Donato ¿Es mucho pedir? Afirman que la Iglesia extendida por toda la tierra habría de perecer. ¿Va a perecer la que tantos testimonios predicen que ha de permanecer? En toda la ley, los profetas, en el Cantar de los cantares, no se halla ni una vez esa afirmación en boca del pastor. Pues ni ellos pudieron decir algo de verdadero sin la palabra de Dios, que es Cristo.
34. Escucha la voz de la Palabra y escúchala de boca de la Palabra. Admirado de la fe del centurión, dijo: En verdad os digo que no he encontrado fe tan grande en Israel. Por esto os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente, y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos 154. Vendrán muchos de oriente y de occidente: he aquí la Iglesia de Cristo, he aquí el rebaño de Cristo. Tú verás si eres oveja. No se te oculta el rebaño que está en todas partes. No podrás responder a tu juez, que no quieres que sea tu pastor; no podrás -repito- responder a tu juez; «No lo sabía, no lo vi, no lo oí». ¿Qué es lo que no supiste? Ni hay quien se esconda de su calor 155. ¿Qué es lo que no viste? Vieron todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios 156. ¿Qué es lo que no oíste? En toda la tierra se oyó su voz y en los confines del orbe de la tierra sus palabras 157.
35. Con razón se exige de vosotros la voz de Cristo, la voz del pastor; voz que oigan y sigan las ovejas. No encontráis qué decir, no tenéis la voz del pastor. Oídla y seguidla. Abandonad la voz del lobo, seguid la voz del pastor; o aportad la voz del pastor. 15. «La aportamos» -dicen-. Oigámosles: «También nosotros aportamos la voz del pastor». Oigámosla: «En el Cantar de los cantares -dicen- habla la esposa al esposo, la Iglesia a Cristo». Conocemos el Cantar de los cantares, canto sagrado, canto amoroso del amor santo, de la santa caridad, de la santa dulzura. Ardo en deseos de oír en él la voz del pastor, la voz del dulcísimo esposo. Di, si tienes qué decir. Oigamos. «La esposa -afirman- dice al esposo: Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas 158. Y él -añaden- responde: En el mediodía». Yo te aducía a ti testimonios claros, que no podían interpretarse de otra manera: Pídeme y te daré los pueblos en heredad y como posesión los confines de la tierra 159. Harán memoria y se volverán al Señor todos los confines de la tierra 160. ¿Qué es lo que me presentas del Cantar de los cantares? Lo que tal vez no entiendes. Tales cantares, en efecto, son enigmáticos; son pocos los que los entienden y se abren a los pocos que llaman 161. Retén y acepta respetuosamente lo manifiesto, para merecer que se te abra lo oscuro. ¿Cómo vas a penetrar en lo oscuro si desprecias lo manifiesto?
36. En la medida en que pueda, voy a exponer, hermanos, aquellas palabras. El Señor me asistirá para que veáis cuál es su comprensión correcta. En primer lugar -y esto lo advierten todos con facilidad, hasta los no instruidos-, distinguen mal las mismas palabras. Ahora lo oiréis, ahora lo comprobaréis. En efecto, así se expresa el texto mismo de la lectura. La esposa habla al esposo: Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas 162. Que esto lo dice la esposa al esposo, la Iglesia a Cristo, no lo ponemos en duda ni nosotros ni ellos. Pero escucha la totalidad de las palabras de la esposa. ¿Por qué quieres atribuir ya al esposo lo que aún pertenece a la esposa? Indica todo lo que tiene que decir la esposa; luego responderá el esposo. Escucha más claramente el texto con la distinción de palabras que voy a proponer; no hallarás nada más. Indícametú, a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía. Son todavía palabras de la esposa: dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía. Y advierte que es ella quien está hablando todavía. Pues sigue así: No sea que tal vez me quede como oculta entre los rebaños de tus compañeros 163. Pienso que todos, sabios e ignorantes, saben distinguir el género masculino del femenino. Oculta, ¿de qué género es? Lo pregunto a cualquiera: ¿del género masculino o del femenino? Indícame tú, a quien ha amado mi alma 164 -dice-. Al decir a quien, se está dirigiendo a un varón, se dirige al esposo. Que está hablando la mujer al varón lo indican las palabras que siguen: Dime dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía, no sea que quede como oculta. Escucha que dice oculta para que todo lo dicho te resulte manifiesto. Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía, no sea que tal vez quede como oculta entre los rebaños de tus compañeros 165. Hasta aquí, las palabras de la esposa. Aquí comienzan claramente las palabras del esposo: Si no te reconoces a ti misma -reconoce a todas luces que habla una mujer-; a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!; si no te reconoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, sal tras las huellas de los rebaños y apacienta tus cabritos junto a las chozas de los pastores 166, no del pastor. Mira cómo amenaza el pastor; mira cómo, aunque él es dulce, ante el peligro prescindió de todo miramiento. ¡Cuán tiernamente habló ella!: «Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía. Llegará, en efecto, el mediodía, cuando los pastores corren hacia la sombra; tal vez se me oculte dónde pastoreas y dónde sesteas tú; y quiero que me lo indiques, no sea que me quede como encubierta, es decir, oculta, y no sea conocida. Yo estoy manifiesta, mas para que no caiga entre los rebaños de tus compañeros como oculta, como encubierta». Todos los herejes salieron de Cristo; todos cuantos se hicieron pastores malos y tienen sus rebaños bajo nombre cristiano, fueron sus compañeros, participaron de su convite. Se llaman compañeros (sodales), cual partícipes de un mismo banquete. En la lengua latina se habla de sodales, como si se tratase de comensales (simuledales), por el hecho de que comen de la misma mesa. Escucha al que en el salmo arguye a los malos compañeros de mesa, es decir, a los participantes de un mismo banquete: Si me hubiese ultrajado el enemigo -dice-, lo habría soportado, y si hubiese dicho contra mí cosas graves, me habría escondido de él; pero has sido tú, mi amigo y conocido, mi guía, que tomabas conmigo dulces manjares 167. Por lo tanto, muchos comensales, ingratos a la mesa del Señor, salieron fuera; los malos comensales se hicieron mesas aparte para sí, levantaron altar contra altar: en medio de ellos temió ella caer en su extravío.
37. Yo podría aceptar mejor que el mediodía del mundo es la parte de Egipto y aquellas regiones quemadas por el sol, donde no aparece la lluvia. En efecto, se llama mediodía al lugar donde el medio día es como una hoguera. Allí, a pesar de todo, hay un desierto lleno de millares de siervos de Dios. Por lo tanto, si queremos considerar el mediodía como referido a lugares, ¿por qué no pastorea más bien allí y allí descansa, máxime cuando antes se ha dicho: Los eriales del desierto serán fértiles 168? Pero si juzgas que el mediodía se corresponde con África, te lo concedo. Sea África el mediodía; séalo. Aquí están los malos compañeros. La Iglesia del otro lado del mar, que navega en alguno de sus miembros se dirige por mar a África, está preocupada de no extraviarse, invoca a su esposo y le dice: «Sé que abundan los herejes en África, que son numerosos los que rebautizan en África; sé también que allí hay también de los tuyos. Advierte que he oído una cosa y la otra. Pero quiero escuchar de tu boca quiénes son los tuyos. Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dime dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía 169; en aquel mediodía donde oigo que hay dos partidos, uno el de Donato y otro el que está unido al mundo entero. Dime adónde tengo que ir, no sea que tal vez quede como oculta, es decir, desconocida, entre los rebaños de tus compañeros 170, caiga en los de los herejes, que intentan poner piedra sobre piedra para destrucción, o venga a parar a manos de los rebautizantes; indícamelo». Y él, que recomienda la unidad del pastor, que en la lectura de hoy dijo: Yo las apacentaré 171, reprocha a los pastores que quisieron ser muchos y perdieron unidad; él mismo responde con severidad, sin medias tintas, en conformidad con la magnitud del peligro: «Si no te reconoces -le dice- a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres! 172,. Eres hermosa entre las mujeres, pero reconócete a ti misma. ¿Dónde te reconoces? En todo el orbe de la tierra. Si eres hermosa, hay unidad en ti. Donde hay división, hay fealdad, falta de hermosura. Si no te reconoces a ti misma: has creído en mí, reconócete. ¿Cómo creíste en mí? Del mismo modo que también los malos compañeros confiesan que la palabra se hizo carne, nació de la Virgen, fue crucificada, resucitó, subió al cielo. Si en éste has creído, en éste han creído también ellos. Conócete a ti y a mí. A mí, en el cielo; a ti, en todo el orbe de la tierra». Cristo habla a cualquier miembro de la iglesia como a la Iglesia misma. ¿Cómo, pues, la Iglesia busca a la Iglesia? Sigo su forma de hablar. Indícame tú, a quien ha amado mi alma, dime dónde pastoreas, dónde sesteas 173. ¿Qué busca? A la Iglesia. Y él, como mostrándosele, le dice: En el mediodía, como ellos quieren. Respóndanme cómo la Iglesia busca a la Iglesia. Indícame tú, a quien ha amado mi alma. ¿Quién habla? La Iglesia. ¿Qué quiere que se le diga? Dónde pastoreas, dónde sesteas, es decir, dónde está la Iglesia. Habla la Iglesia y pregunta dónde está la Iglesia; y, según ellos piensan, le responde él: En el mediodía. Si está solamente en el mediodía, en África -como ellos dicen-, ¿cómo pregunta ella dónde está ella misma? ¿O acaso una porción de la Iglesia transmarina pregunta con razón por el mediodía, para no extraviarse? Cristo habla a cada miembro de su Iglesia como a su Iglesia y le dice: Si no te reconoces a ti misma, ¡oh hermosa entre las mujeres!, sal 174. Salir es propio de los herejes. O reconócete, o sal, porque, si no te reconoces, has de salir. Salir, ¿a dónde? Tras las huellas de los rebaños, siguiendo los malos rebaños. Para que no pienses que, si sales, sigues a las ovejas, escucha lo que viene continuación: Sal tras las huellas de los rebaños y apacienta tus cabritos 175, no ya ovejas. Sabéis, hermanos, dónde estarán los cabritos. Todos los que salieron de la Iglesia estarán a la izquierda. A Pedro, que permanece dentro, le dice: Apacienta mis ovejas 176; al hereje, que sale: Apacienta tus cabritos 177.
38. «Existe -afirman- otro testimonio». Pero, sin duda, contra ti. Exponlo, escuchémoslo. Irá igualmente en contra tuya, como el anterior que pensabas que iba a favor tuyo. «Vosotros -dicen- pensáis que mediodía está por Egipto. Nosotros interpretamos el mediodía de distintos modos: podemos entenderlo como Egipto por su lugar geográfico, y también como el África misma». Escucha qué entiendo por mediodía: entiendo el fervor de los hombres espirituales, que arde con el fuego de la caridad y resplandece con la luz de la verdad. Pues se dice en cierto salmo: Hazme conocer tu derecha y a los eruditos de corazón en sabiduría 178. La derecha, no los cabritos; los eruditos de corazón en sabiduría: ellos son el mediodía. Por eso dice el profeta: Y tus tinieblas serán como mediodía 179. De muchas maneras podemos entender el mediodía. Pero entiendo cabalmente el África. Acepto tu interpretación quizá mejor de lo que yo pensaba antes de tú recordármelo: sea el África el mediodía. La iglesia transmarina teme caer en manos de los rebautizantes, teme ir a parar, como desconocida, en los rebaños de los compañeros, y pide a su esposo que le anuncie dónde pastorea, dónde sestea al mediodía 180, porque, en el mismo mediodía, en unos lugares apacienta, en otros no; en unos sestea, en otros no. Escuche el consejo, venga a la Iglesia católica, no caiga en los rebaños de los compañeros, no apaciente sus propios cabritos. Pero saca a relucir ya el otro testimonio que anunciabas ibas a decir. «El profeta -dice- habla así: Dios vendrá del Áfrico 181, y ¿dónde está el Áfrico? Sin duda en África». ¡Qué testimonio! ¡Dios vendrá del Áfrico. ¿Vendrá Dios del África? ¡Los herejes anuncian que en África nace otro Cristo, y va por todo el mundo! ¿Qué es, te suplico, Dios vendrá del Áfrico? Si dijerais: Dios permaneció en África, con poca vergüenza lo diríais. Pero ahora decís también: «Vendrá del África». Sabemos dónde nació Cristo, dónde padeció, dónde subió al cielo, desde dónde envió a los discípulos, dónde los llenó con Espíritu Santo, dónde los mandó a evangelizar todo el mundo: le obedecieron y se llena del Evangelio el orbe de la tierra. ¡Y tú dices: Dios vendrá de África!
39. «Exponme, pues -dirás tú- cómo se entiende Dios vendrá del Áfrico». Cita la frase entera y tal vez entonces la entenderás. Dios vendrá del Áfrico, y el santo del monte umbroso 182. Exponme ahora: Si ciertamente vendrá del África, ¿cómo puede venir del monte umbroso? El partido de Donato trae su origen de Numidia. Los númidas fueron los primeros en ser enviados a engendrar discordia, tumultos y escándalos, buscando causar una gran calamidad. Fueron los númidas quienes los enviaron. En concreto, Segundo de Tígisi. Dónde está Tígisi es manifiesto para todos. Los clérigos enviados se reunieron en congregación apartándose de la Iglesia; no quisieron que se unieran los clérigos de Cartago; pusieron un inspector, y fueron recibidos por Lucila. El causante de todo este desastre fue un hereje númida. En Numidia, de donde vino aquí tan gran mal, apenas se encuentra una simple hoja de árbol; de hecho, ellos habitan en grutas. ¿Cómo puede hablarse de monte umbroso en Numidia? Respóndeme. No cites sólo hasta: Dios vendrá de Áfrico; exijo que cites también lo que sigue: Y el santo del monte umbroso. Pero muéstrame que el partido de Donato proviene de un monte umbroso de Numidia. Allí encuentras todo pelado, campos sin duda fértiles, pero de trigo, no de olivos, no amenos por la existencia de otros árboles. ¿Dónde existe en Numidia el monte umbroso de donde surgió este escándalo?
16. 40. «Exponme, pues tú -dice- qué significa: Dios vendrá del Áfrico y el santo del monte umbroso 183». Mira con qué facilidad te lo voy a exponer. En primer lugar, escucha lo que dice el Señor: Convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día, y que en su nombre se predicase la penitencia y la remisión de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 184. Mira de dónde vendrá. Al decir: comenzando, predijo que desde allí había de venir él en la persona de sus santos a otros pueblos. Lee en el libro de Josué la repartición de la tierra de Israel entre todas las tribus. Claramente allí se dice: Jebús del Áfrico, que es Jerusalén 185. Lee, busca y hallarás. ¡Ojalá creas una vez que lo hayas encontrado! ¡Ojalá depongas tu animosidad! Jebús del Áfrico, que es Jerusalén 186. El Señor dice: Comenzando por Jerusalén 187; esto es, Dios vendrá del Áfrico. ¿Cómo, pues, del monte umbroso? Lee ahora el Evangelio. Cristo subió al cielo desde el monte de los Olivos. Sigue. ¿Qué hay más luminoso? Oyes: Del Áfrico; oíste: del monte umbroso. Leemos la ley; leemos el Evangelio. Oíste: Comenzando por Jerusalén 188; oye: a todos los pueblos. Continúa leyendo en el mismo profeta las palabras que despreciaste, las que pasaste por alto: Dios vendrá del Áfrico, y el santo del monte umbroso; su sombra cubrirá los montes y de su gloria está llena la tierra 189. A todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 190. Dios vendrá del Áfrico, y el santo del monte umbroso, es decir, del monte de los Olivos, de donde subió al cielo, desde donde envió a sus discípulos, donde en el momento de la ascensión dice también: No os pertenece el saber los tiempos que el Padre puso en su poder, pero recibiréis el poder de lo alto y seréis mis testigos -ved cómo empieza el Evangelio- y seréis mis testigos en Jerusalén, y en Judea, y en Samaria y hasta el confín de la tierra 191. Por lo tanto, al llegar Cristo-Dios, su nombre y la predicación de su Evangelio se extienden desde Jerusalén, esto es, desde el Áfrico, y desde el monte umbroso, esto es, desde el monte de los Olivos, dado que el evangelio ha alcanzado renombre en todos los pueblos. Cubrirá los montes su sombra 192, es decir, su refrigerio, su protección. Y de su alabanza está llena la tierra 193. Cantad, pues, con toda la tierra el cántico nuevo, no el cántico viejo con un rincón de la tierra.
17. 41. Todavía añaden algo más. «Cierto Simón de Cirene -dicen- fue requerido para llevar la cruz del Señor 194». Lo hemos leído, pero quiero saber cómo eso puede ayudar a tu causa. «Cirene -dicen- está en África; por ello fue requerido para llevar la cruz». Tal vez desconoces dónde está Cirene; está en Libia, en la Pentápolis, vecina al África, y pertenece más bien al Oriente. Puedes conocerlo por la distribución del territorio en provincias hecha por los emperadores. Es el emperador oriental quien envía jueces a Cirene. Respondo brevemente: Donde está implantado el partido de Donato no está Cirene; donde está Cirene no se halla el partido de Donato. La verdad manifiesta deja convicto al error. Indíqueme una Cirene donde está el partido de Donato; indíqueme un partido de Donato donde está Cirene. Está claro, hermanos, que en la Pentápolis se halla la Iglesia católica; que el partido de Donato no está implantado allí. Seguros, riámonos de quienes son dignos de lágrimas y lloremos por quienes son dignos de risa. ¿Qué dices? Mencionas como gran mérito de este Cireneo el haber llevado la cruz del Señor 195 y dices que es africano. Pero pertenece a la provincia de Oriente. Pues la denominación Libia responde a dos territorios: una, que propiamente pertenece al África, otra, una parte de la provincia de Oriente, contigua a África, limítrofe con ella. Pero supongamos que el Cireneo fue africano. ¿Lo consideras dichoso porque fue requerido a llevar la cruz del Señor? ¡Cuánto más afortunadamente diría otro que la Iglesia de Cristo había quedado en Arimatea! En efecto, José, aquel rico de Arimatea, teniendo ante sus ojos el reino de Dios, se acercó a la cruz del Señor sin ser requerido ni obligado. Cuando los demás estaban llenos de miedo, pidió a Pilatos que fuera sepultado el cuerpo del Señor, lo depuso de la cruz, cumplió con las honras fúnebres, lo guardó en el sepulcro y fue alabado en el Evangelio 196. Por el hecho de que este hombre piadoso, que tanta atención prestó al cuerpo del Señor, era de Arimatea, ¿permaneció la Iglesia allí? O si es que os agrada más el que es requerido, es decir, obligado a llevar la cruz, rectamente obran los emperadores católicos que os obligan a volver a la unidad.