RÉPLICA A FAUSTO, EL MANIQUEO

Traducción: Pío de Luis, OSA

Libro XXVIII

Argumentos de razón y de autoridad respecto de Jesús

El criterio de verdad sobre Cristo: lo que sobre sí dijeron él y sus discípulos

1. Fortunato: —Pero no podía morir de no haber nacido.

A eso respondo yo:

—Ni podía nacer salvo en el caso de que no fuese Dios. O si pudo ser Dios y nacer, ¿por qué no pudo no nacer y morir? Ves pues que en estos temas no es útil buscar la deducción lógica ni apoyarse en una argumentación racional cuando se trata de realidades que se refieren a Jesús. Hay que buscar más bien qué es lo que él proclamó de sí mismo, y los apóstoles de él. Hay que investigar su genealogía y ver si concuerda consigo misma, no buscar la verdad de su nacimiento partiendo de la conjetura de su pasión, puesto que pudo sufrir sin haber nacido y, habiendo nacido, no sufrir. Sobre todo teniendo en cuenta que reconocéis que nada es imposible para Dios. Cosa que sería también falsa, si constase que no pudo morir sin haber nacido.

A qué libros hay que creer

2. Agustín: Una y muchas veces te propones lo que nunca has oído de boca de los que te refutan. Nadie te dice: «No podía morir, de no haber nacido», puesto que Adán murió, aunque no había nacido. Lo que se te dice es: «Nació, porque lo dice el santo evangelio, no porque lo afirme ignoro qué hereje; murió porque se lee en el santo evangelio, no en el libro de algún hereje».

Tú que prohíbes que se den argumentos racionales cuando se trata de cosas que se refieren a Jesús, y piensas que hay que investigar lo que él proclamó de sí mismo o los apóstoles acerca de él, nada más empezar a leer el evangelio de su apóstol Mateo, donde se teje todo el relato de su nacimiento, te falta tiempo para afirmar que no es de Mateo el relato que toda la Iglesia, desde las sedes apostólicas hasta los obispos actuales en sucesión garantizada, dice que es de Mateo.

¿Qué me puedes leer tú en contra? Tal vez algún libro de Manés en el que se niega que Jesús nació de una virgen. Como yo creo que dicho libro tiene por autor a Manés, porque, desde la época en que Manés vivía en la carne, fue custodiado y trasmitido hasta vuestros tiempos por sus discípulos mediante la sucesión garantizada de vuestros prepósitos, creed vosotros también que es de Mateo este libro que la Iglesia trajo, sin solución temporal, desde la época en que el mismo Mateo vivía en carne hasta nuestros días, a través de una sucesión asegurada por la unidad.

Dime también a qué escrito debemos creer preferentemente: al del apóstol que se había adherido a Cristo cuando aún vivía en la tierra, o al de no sé qué persa que nació tanto tiempo después. Quizá me presentes algún otro libro que lleve el nombre de algún apóstol, que consta que fue elegido por Cristo, en el que se lea que Cristo no nació de María. Como necesariamente uno de los dos libros ha de ser mendaz, ¿a cuál de ellos piensas que debemos dar credibilidad? ¿A aquel al que la iglesia, que tomó comienzo del mismo Cristo, llevada adelante por los apóstoles mediante una serie garantizada de sucesiones hasta el momento presente y extendida por todo el orbe de la tierra, reconoce y aprueba como trasmitido y conservado desde el inicio, o a aquel otro al que la misma iglesia desaprueba por ser desconocido, que incluso es presentado por hombres tan veraces, que hasta alaban que Cristo haya mentido?

La objeción sacada de las genealogías ya fue refutada

3. Llegados a este punto dirás: «Examínense las genealogías de cada uno de los dos libros, para ver si concuerdan». Al respecto ya dije en otro lugar de esta obra lo que había que decir. Lo único que os inquieta es que José pudiera tener dos padres. Admitamos que, al pensar en ello, no se os ocurrió que uno fue el que lo engendró y otro el que lo adoptó. Ni siquiera en este caso debisteis haber emitido con tanta facilidad una sentencia así de precipitada contra tan grande autoridad. Si al menos ahora, una vez corregidos, pensáis que eso pudo acontecer, creed sin más al evangelio y desistid de utilizar argumentos tan pobres y desencaminados.

La autoridad de la Iglesia

4. Respecto a la opinión de Fausto de que hay que investigar lo que Jesús proclamó sobre sí mismo, ¿a quién no le parece justa? Pero ¿acaso se puede saber por otro cauce distinto de los relatos de sus discípulos? Si no se les cree cuando anuncian que nació de una mujer, ¿cómo se les puede dar fe cuando anuncian lo que él proclamó sobre sí mismo? Si se exhibiese alguna carta de la que se afirmara que había sido escrita personalmente por Cristo, ¿cómo podría darse que, si era realmente de él, no se leyese, no se aceptase ni destacase en la cima suprema de la autoridad en su Iglesia? Iglesia que se expande y se dilata, a partir del mismo Cristo, gracias a los apóstoles y mediante el sucederse de unos obispos a otros, habiéndose cumplido ya en ella lo predicho con anterioridad y en la que sin duda ha de acontecer y llegar lo que queda hasta el final. En el caso de que se mostrase dicha carta, habría que considerar quiénes la presentan. Pensemos en Cristo mismo: en este caso, pudo haberla ofrecido ya desde el comienzo a quienes se habían adherido a él, y a través de ellos habría podido llegar a otros. De haber sucedido así, resplandecería con autoridad bien ratificada mediante las sucesiones de prepósitos y pueblos que mencioné. ¿Quién hay tan demente que crea hoy que existe una carta de Cristo, sacada a la luz por Manés, y no crea que dijo o hizo Cristo lo que escribió Mateo? O, si duda incluso de si Mateo escribió esas cosas, ¿quién hay que no crea con referencia al mismo Mateo lo que halla en la Iglesia que se manifiesta por una serie garantizada de sucesiones desde la misma época de Mateo hasta el presente, y crea a no sé quién, llegado, al través, de Persia después de doscientos o más años, y trata de convencer de que se le crea a él sobre lo que dijo e hizo Cristo? La Iglesia no hubiese creído en absoluto al mismo apóstol Pablo, llamado desde el cielo después de la ascensión del Señor1, si él no hubiese hallado apóstoles en vida, de cuyo trato y diálogo apareciese que su evangelio coincidía con el de ellos? Sólo cuando la Iglesia supo que anunciaba lo mismo que anunciaban ellos y que vivía en comunión y unidad con ellos, y que por él acontecían milagros tales como los que obraban ellos, obtuvo, recomendándole el Señor, tal autoridad que hoy se oyen en la Iglesia sus palabras, como si se oyera en él a Cristo, según palabras verídicas suyas2. ¡Y juzga Manés que la Iglesia santa le debe creer a él cuando habla contra las Sagradas Escrituras, avaladas por una autoridad tan grande y tan ordenada! Escrituras que le recomiendan vivamente que, si alguien le anuncia algo distinto de lo que ha recibido, lo tenga por maldito3.

No hay razón para no creer a las Escrituras

5. «Pero aporto, dice, la razón por la que demuestro que no hay que creer a esas Escrituras». ¿Es verdad que no recurres a argumentos racionales? Y, sin embargo, en tu misma argumentación quedas vencido. He aquí a lo que se reduce toda tu argumentación; a que el alma acabe creyendo que la razón de su miseria en este mundo es el socorro prestado a su Dios, para que no se viese despojado de su reino; y a que crea igualmente que la naturaleza y sustancia de Dios está sujeta a cambio, corrupción, violación e impureza, hasta el punto que cierta porción de él será incapaz de purificarse. Porción a la que él mismo, sabiendo que era inocente por proceder de sus entrañas y que no había cometido pecado alguno contra él, sumergió en tan grande contaminación, y luego castigó con el suplicio del globo eterno. Aquí acaban todos vuestros argumentos y vuestras fábulas. ¡Ojalá acaben, pero en vuestro corazón y en vuestra boca, de suerte que dejéis alguna vez de creer y decir tan execrables blasfemias!

«Pero, insiste, yo pruebo a partir de los mismos escritos que no hay que creerles siempre, pues se contradicen». Entonces, ¿por qué no dices más bien que no hay que creerles nunca como testigos inconsecuentes y contradictorios?

«Yo, dice, elijo lo que veo que se ajusta a la verdad». ¿A qué verdad? A tu fábula que tiene como comienzo la guerra de Dios, como medio el mancillarse de Dios y como fin la condena de Dios. «Nunca, insiste, se da crédito a escritos que se oponen y se contradicen entre sí». A ti te parece que se oponen y contradicen, porque no los entiendes; pues quedó demostrado cómo no entiendes lo que presentaste como ejemplo, a tu parecer, de dicha contradicción. E igual se hará con cuanto presentes.

No hay, pues, razón para no creer a dichos escritos avalados por tan grande autoridad; y, más aún, ese es el motivo principal para considerar malditos a los que nos anuncian otra cosa.