Libro XVII
Interpretación maniquea y católica de Mt 5,17
Mateo 5,17: una interpolación
1. Fausto: —¿Por qué no aceptáis la ley y los profetas, si Cristo dijo que él no vino a abrogarlos sino a darles cumplimiento?1
—¿Quién da fe de que dijo eso Jesús?
—Mateo.
—¿Dónde lo dijo Jesús?
—En la montaña.
—¿Quiénes fueron testigos?
—Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Sólo estos cuatro; a los demás aún no los había elegido; ni siquiera a Mateo. Uno de estos cuatro, Juan, escribió un evangelio.
—Menciona éste dichas palabras en algún lugar?
—En ninguno.
—Entonces, ¿cómo escribió Mateo lo que Juan que estuvo presente en el monte no atestigua, si él siguió a Jesús mucho tiempo después de que Jesús bajó de la montaña? En consecuencia, la primera duda surge sobre si Jesús dijo algo por el estilo, pues el testigo válido calla, mientras habla el menos indicado. Así, de momento, nos permitimos hacer una ofensa a Mateo, hasta que probemos que no fue él quien escribió eso, sino no sé qué otro bajo su nombre. Cosa que enseña indirectamente el relato del mismo Mateo. ¿Qué dice? Cuando pasaba Jesús, vio a un hombre sentado en el despacho del cobrador de impuestos y lo llamó; y él, levantándose al instante, lo siguió2. ¿Quién hay que escribiendo de sí mismo diga: Vio a un hombre, lo llamó y le siguió, y no más bien: «Me vio, me llamó y lo seguí», sino porque consta que Mateo no escribió eso, sino no sé qué otro bajo su nombre? Ni siquiera en el caso de que lo hubiese escrito Mateo sería verdadero, puesto que no estaba presente, cuando Jesús hablaba en la montaña: ¡cuánto menos hay que creerlo dado que no lo ha escrito Mateo, sino otro, utilizando los nombres de Jesús y de Mateo!
Mt 5,17: o significa algo distinto o es una interpolación
2. ¿Qué decir, si en el mismo discurso en que mandó no se pensase que había venido a abrogar la ley se da a entender que la abrogó? Pues ni los mismos judíos habrían podido sospechar tal cosa, si él no hubiese hecho nada que apuntase en esa dirección. Pero, dijo él, no penséis que he venido a abolir a ley. Suponte, pues, que les judíos le hubiesen dicho: ¿qué haces que nos lleve a sospechar eso? ¿Acaso que te mofas de la circuncisión, violas el sábado, rechazas los sacrificios, no haces distinción de alimentos? ¿Es esto lo que da razón del No penséis? ¿Qué se pudo hacer de más o más claro para destruir la ley y los profetas? , si eso es cumplir la ley, ¿qué será abrogarla? ¿Qué decir? Ni la ley ni los profetas gozan con que se les complete. Se consideran tan perfectos y cumplidos, que su autor y padre se indigna tanto si se añade algo como si se quita. Dice en el Deuteronomio: Cumplirás, Israel, los preceptos que hoy te doy; y cuídate de no apartarte de ellos ni a la derecha ni a la izquierda; no les añadas ni les quites nada, antes bien permanece en ellos para que te bendiga el señor Dios3. Por tanto, si para completarlos, Jesús añadió algo a la ley o a los profetas, parece que se desvió a la derecha; si quitó algo, pensando en su abolición, a la izquierda. En uno y otro caso ofendió ciertamente al autor de la ley y, en consecuencia, el pasaje o significa algo distinto o es una interpolación.
No creen a Mateo y creen a Manés
3. Agustín: ¡Extraña locura no querer dar fe a Mateo cuando narra algo sobre Cristo y querer darla a Manés! Si Mateo no estuvo presente cuando Cristo dijo: No he venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento4, y por esa razón no hay que darle fe, ¿acaso estuvo presente Manés, o había nacido incluso, cuando Jesús apareció entre los hombres? Según esta norma de vuestra fe, no debisteis darle crédito en nada de lo que testificó sobre Cristo. Nosotros, en cambio, no decimos que la razón por la que no hay que creer a Manés es que no haya asistido personalmente a las palabras y hechos de Cristo y que haya nacido mucho después, sino que afirma lo contrario de los discípulos de Cristo y del evangelio, que está avalado por la autoridad de ellos. Tenemos la palabra del Apóstol, quien veía en el Espíritu Santo que iban a aparecer esos tales, por lo que decía a los fieles: Si alguno os anuncia algo distinto de lo que habéis recibido, sea anatema5. En efecto, si nadie dice verdad sobre Cristo a no ser que le haya visto y oído personalmente, nadie dice hoy nada verdadero sobre él. Además, si hoy se proclama a los fieles la verdad sobre él, precisamente porque quienes lo vieron y oyeron divulgaron su palabra o con la predicación o mediante escritos, ¿por qué no pudo Mateo oír cosas verdaderas sobre Cristo de la boca de su condiscípulo Juan, en los casos en que estuvo presente éste, pero no aquél? Apoyándonos en el libro de Juan, podemos decir cosas verdaderas acerca de Cristo no sólo nosotros, nacidos tanto tiempo después, sino también los que han de nacer después de nosotros? Por esa razón se ha aceptado con igual autoridad no sólo el evangelio de Mateo, sino también el de Lucas y Marcos, que siguieron a los discípulos. A esto se añade que el mismo Señor pudo referir a Mateo lo que había hecho en compañía de aquellos a los que había llamado primero, antes de llamarle a él. «Pero de esto debió dejar constancia en su evangelio, si lo hubiera oído decir al Señor, el mismo Juan, que estaba presente cuando lo dijo». ¡Cómo si no hubiera podido suceder que, al no poder escribir todo lo que había oído al Señor, haya pasado por alto, entre otras cosas, también esto, atento a escribir otras! ¿Acaso no concluye su evangelio diciendo: Muchas otras cosas hizo Jesús; si se escribiesen todas, pienso que el mundo no podría contener los libros escritos6. Así muestra ciertamente que él, a sabiendas, pasó muchas cosas por alto. Pero si os agrada la autoridad de Juan respecto a la ley y los profetas, dadle fe a él que atesta en favor de la ley y los profetas. El escribió que Isaías vio la gloria de Cristo7. En su evangelio tenéis aquello que ya comentamos con anterioridad: Si creyerais a Moisés, me creeríais también a mí, pues él escribió de mí8. Por todas partes queda machacada vuestra tergiversación. Decía abiertamente que no creéis al evangelio de Cristo, pues quienes en el evangelio creéis lo que queréis y no creéis lo que no queréis, más que creer al evangelio, os creéis a vosotros mismos.
Un uso literario: usar la tercera persona por la primera
4. ¡Pero qué galanura creyó proferir Fausto allí donde quiso que no se creyera que Mateo había escrito tal pasaje, porque, al hablar de su elección, no dijo: «Me vio y me dijo: sígueme», sino: Vio a Mateo y le dijo: Sígueme!9 Ignoro si lo dijo por error, fruto de la ignorancia, o por la costumbre de engañar. Pero no le creo tan ignorante que no haya leído ni oído que los historiadores, cuando llegan a hablar de su propia persona, suelen hilvanar el relato como si relataran de otro lo que refieren de sí mismos. Así, pues, me inclino a pensar que éste no habló como ignorante, sino que quiso extender una niebla a los ignorantes, esperando capturar a muchos que desconocen dichos usos. Hasta en la historia civil se encuentran ejemplos de relatos de ese estilo. Pero no hay necesidad de recurrir a otra clase de escritos para mantener alerta a los nuestros o refutar a Fausto. Él mismo, poco ha, traía ciertos testimonios de los libros de Moisés, no porque negase que los escribió Moisés, pues hasta lo afirmaba, sino pretendiendo que no se referían a Cristo. Lean pues en esos mismos libros lo que Moisés escribió de sí mismo. Vean si escribió: «dije» o «hice esto o lo otro», o más bien esto otro: Dijo Moisés10, e: Hizo Moisés11; o si dijo: «Me llamó el Señor», o más bien: Llamó el Señor a Moisés12, y: Dijo el Señor a Moisés13, y otras expresiones idénticas.
De idéntica manera Mateo escribió de sí mismo como si se tratase de otro, cosa que hizo también Juan. Al final de su escrito también él se expresa de esta modo: Pedro se volvió y vio al discípulo al que amaba Jesús, el que en la cena se recostaba sobre su pecho, y había dicho al Señor: ¿Quién es, Señor, el que te va a entregar? ¿Acaso dice aquí: «Pedro se volvió y me vio?» ¿O acaso ven en esto un argumento para negar que haya escrito él este evangelio? Pero poco después dice: Este es el discípulo que da testimonio de Jesús y que ha escrito esto; y sabemos que su testimonio es verídico14. ¿Dice acaso: «Yo soy el discípulo que da testimonio de Jesús y que ha escrito esto» y «sabemos que mi testimonio es verídico»? Está claro que fue costumbre de los escritores al narrar lo acontecido. ¿Quién será capaz de enumerar cuántas veces se sirve el Señor de la misma expresión para referirse a sí? Cuando llegue, dice, el hijo del hombre, ¿crees que hallará fe en la tierra?15 No dijo: «Cuando llegue yo, ¿piensas que hallaré fe?» También: Vino el hijo del hombre que comía y bebía16; no dijo: «Vine yo». Asimismo: Llegará la hora y es ésta, en que los muertos oirán la voz del hijo de Dios, y los que la oigan vivirán17; no dijo: «Mi voz». Los ejemplos pueden multiplicarse. Pienso que ya es suficiente lo dicho para llamar la atención de los estudiosos y refutar a los acusadores.
Cómo se completa la ley
5. ¿Quién no ve cuán débil es su afirmación de que Jesús no pudo decir: No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles cumplimiento18, de no haber hecho ya algo que pudiese conducir a esa sospecha? Como si nosotros negáramos que a los judíos que no entendían pudiese parecerles que Cristo destruía la ley y los profetas. Pero esta es la razón por la que él, que es veraz y la Verdad misma, no pudo decir que iba a abolir otra ley y otros profetas distintos de los que ellos sospechaban que iba a abolir. Esto lo confirma suficientemente lo que dice a continuación: En verdad, en verdad os digo: el cielo y la tierra pasarán, sin que pase una tilde de la ley, hasta que todo acontezca. Todo el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; en cambio, quien los cumpla y los enseñe así, será considerado grande en el reino de los cielos19. Al decir esto pensaba en los fariseos que abolían la ley de obra, aunque la enseñaban de palabra. De ellos dice en otro lugar: Haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen20. Por eso sigue aquí: Yo os digo que si vuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos21. Es decir, a no ser que vosotros cumpláis y lo enseñéis así lo que ellos no cumplen y enseñan de esa manera, no entraréis en el reino de los cielos. La ley que los fariseos enseñaban, pero no cumplían, es la que Cristo afirma no haber venido a abolir, sino a darle cumplimiento, porque pertenece a la cátedra de Moisés. Cuando los fariseos se sientan en ella y enseñan desde ella, sin cumplirla ellos, hay que oírlos, pero no imitarlos.
Cómo se lleva a plenitud la ley
6. Fausto tampoco entiende, o quizá finge no entender, en qué consiste cumplir la ley, cuando piensa que hay que entenderlo en el sentido de añadir algo, dado que está escrito que no se añada ni se quite nada a la Escritura22. En consecuencia, dice que no se debe cumplir lo que se recomienda como tan cumplido ya que no hay que añadirle ni quitarle nada. Ignoran cómo cumple la ley quien vive como manda la ley. Pues, según dice el Apóstol, el cumplimiento de la ley es el amor23. Amor que el Señor se dignó mostrar y otorgar enviando el Espíritu Santo a sus fieles. Por eso dice el mismo Apóstol: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado24. Y el Señor mismo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros25. Por tanto, se cumple la ley cuando se cumple lo en ella preceptuado o cuando se muestra lo en ella profetizado. Pues la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y el amor se han hecho realidad por Jesucristo26. La misma ley, alcanzado su cumplimiento, se ha convertido en gracia y verdad. La gracia se refiere a la plenitud del amor, la verdad al cumplimento de las profecías. Y como una y otra cosa han tenido lugar por Jesucristo, por eso mismo no vino a abolir la ley o los profetas, sino a darles cumplimiento. No en el sentido de añadir algo a la ley, sino en el de hacer realidad lo escrito. Así lo atestiguan sus mismas palabras. Pues no dice: no pasará una i o una tilde de la ley hasta que se añada lo que falta, sino: Hasta que todo acontezca27.