Libro XI
Interpretación maniquea y católica de 2 Cor 5,16
Interpolaciones escriturísticas
1. Fausto: —¿Aceptas al Apóstol?
—Plenamente
—Entonces, ¿por qué no crees que el hijo de Dios nació del linaje de David según la carne?1
—Nunca creeré que un apóstol de Dios haya podido contradecirse a sí mismo al escribir, y que en un momento haya podido pensar una cosa de nuestro Señor y luego otra. Mas, puesto que así os place a vosotros que nunca escucháis sin indignaros que hay algo adulterado en el Apóstol, sábete que ni siquiera esto es contrario a nosotros. En efecto, esta puede ser la primera y antigua opinión de Pablo acerca de Jesús, cuando también él, como los demás, lo consideraba hijo de David. Mas tras comprender que eso era falso, suspende y anula tal afirmación, y, escribiendo a los corintios, sostiene: Nosotros no conocemos a nadie según la carne; y si conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos2. Por ello es conveniente que consideres la diferencia que hay entre los dos pasajes, de los cuales uno muestra que Jesús es hijo de David según la carne y otro que él ya no conoce a nadie según la carne. Si uno y otro son de Pablo, será por la explicación que di; o, en caso contrario, uno de ellos no será de Pablo.
Sigue más adelante: y así, si hay en Cristo alguna nueva criatura, lo viejo ha pasado, y he aquí que todo se ha vuelto nuevo3. Estás viendo cómo él llama antigua y pasajera aquella su primera creencia, es decir, el haber admitido que Cristo procedía del linaje de David según la carne, y nueva y duradera a esta segunda, puesto que ya no conoce a nadie según la carne. Por eso mismo dice también en otro lugar: Cuando era niño, hablaba como niño, tenía los gustos de un niño, pensaba como niño; mas cuando me he hecho mayor prescindí de las cosas propias de un niño4. Si es así, ¿qué hacemos de indecoroso nosotros al quedarnos con la nueva y mejor confesión de Pablo y desentendernos de la otra, antigua y peor? O, si vosotros os aferráis a creer lo que escribe a los romanos, ¿por qué no nos es lícito a nosotros enseñar lo que dice a los corintios? Aunque esa sería una respuesta a vuestra dureza. Por lo demás, lejos de mí pensar que el Apóstol de Dios derribara alguna vez lo que él mismo había edificado; sería hacerse prevaricador, como él mismo atestó5. En todo caso, si aquella primera sentencia es de él, ahora queda corregida; si, por el contrario, no es lícito sostener que Pablo dijera alguna vez algo incorrecto, no es de él.
Principios de crítica textual
2. Agustín: Esto es lo que dije poco antes: allí donde éstos se ven tan asfixiados por la verdad manifiesta, que, sitiados por la claridad de las palabras de las Sagradas Escrituras, no pueden hallar en ellas salida a su engaño, responden que es falso el testimonio aducido. ¡O afirmación que huye de la verdad y se obstina en la demencia! Hasta tal punto no admite réplica lo que, tomado de los códices divinos, se aduce contra vosotros, que no tenéis otra salida sino decir que han sido falsificados. ¿Qué escrito con autoridad se puede abrir, qué pergamino se puede desenrollar, que documento escrito se puede aducir para convencerlos, si se admite ese recurso, si se le concede algún valor? Una cosa es no admitir los libros y no sentirse vinculado en absoluto a ellos, como hacen los paganos con los nuestros y los judíos con el Nuevo Testamento; lo que también hacemos nosotros mismos con los vuestros y los de otros herejes —si es que tienen algunos propios suyos—, o con los llamados apócrifos (así llamados no porque hayan de ser considerados dotados de alguna autoridad secreta, sino porque, sin que les iluminase la luz de algún testigo, salieron de no sé qué fuente secreta, ignoro por presunción de quiénes). Una cosa es, repito, no sentirse vinculado por la autoridad de ningún libro u hombre, y otra decir: "Este santo varón escribió siempre la verdad, esta carta es suya, pero en ella misma esto es de él, esto no". Así cuando oyes que tu adversario te dice: "Pruébalo", no te refugias en los ejemplares más auténticos, o los de muchos códices, o de los más antiguos, o de la lengua anterior de la que se tradujo al latín, sino que afirmas: "Pruebo que esto es suyo y aquello no, porque esto va a favor mío y aquello en contra". Entonces, ¿eres tú la regla de la verdad? Cuanto va contra ti ¿no es verdad? ¿Qué dices? Si aparece otro con locura semejante, pero con la que quiebra tu dureza, y dice: "No, aquello que te favorece a ti, es falso, mientras que esto que va contra ti es verdadero", ¿qué harás? A no ser que aportes otro libro en el que, leas lo que leas, pueda entenderse conforme a tu punto de vista. Si eso hicieres, oirías que te contradice gritando: "Es falso", con referencia no a una parte, sino a la totalidad. ¿Qué harás? ¿A dónde te dirigirás? ¿Qué origen señalarás al libro aducido por ti, qué antigüedad, qué serie testifical de sucesión? Pues si intentares hacer esto, nada lograrás y verás el poder de la autoridad de la Iglesia Católica, apoyada, desde las mismas afianzadísimas sedes de los apóstoles hasta nuestros días, por la serie de obispos que se suceden unos a otros, y por el consenso de tan numerosos pueblos. De este modo, si surgiesen problemas sobre la fidelidad de los ejemplares, como acontece con algunos; problemas de variantes textuales, pocas y muy conocidas por los estudiosos de las Sagradas Escrituras, nuestra duda se solventaría con el recurso a los códices de otras regiones de donde llegó dicha doctrina. Y si también allí hubiese variantes en los códices, se recurriría al criterio del número o de la antigüedad. Y si aún quedase la incertidumbre respecto a las variantes, se consultaría la lengua original de la que fueron traducidos. Este es el proceso de investigación de quienes desean encontrar solución a algo que les crea dificultad en las Sagradas Escrituras, asentadas en tan gran autoridad, buscando en ellas una fuente de instrucción, no motivo de contienda.
Contra lo que afirma, Fausto no admite al Apóstol
3. Lo que, tomado de la carta del apóstol Pablo, aducimos contra vuestra doctrina impía, es decir, que el Hijo de Dios procede, según la carne, del linaje de David6, se halla en todos los códices tanto nuevos como antiguos; lo leen todas las iglesias y en ello concuerdan todas las lenguas. Despojaos del palio del engaño, del que estaba revestido Fausto cuando, imaginándose que uno le preguntaba: "¿Aceptas al Apóstol?", respondió: "Plenamente". ¿Por qué no respondió más bien: "De ninguna manera", sino porque, siendo mentiroso, no pudo responder sino una falsedad? ¿Qué aceptó del apóstol Pablo? No al primer hombre, al que considera terreno, procedente de la tierra, y de quien dice además: El primer hombre Adán, se convirtió en alma viviente7. Fausto, en cambio, anuncia no sé qué primer hombre, ni terreno, procedente de la tierra, ni convertido en alma viviente, sino alguien que, existiendo él mismo en la sustancia divina por ser Dios, sumergió dentro de la raza de las tinieblas, para que ésta los capturase una vez manchados, a sus miembros, vestidos o armas, es decir a los cinco elementos, puesto que no son otra cosa que la sustancia divina. Tampoco admite al segundo hombre del que Pablo dice que procede del cielo; el último Adán, hecho espíritu vivificante8, nacido según la carne del linaje de David, nacido de mujer, nacido bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley9, y del que afirma también escribiendo a Timoteo: Acuérdate de que Jesucristo, nacido del linaje de David según mi evangelio, resucitó de entre los muertos10. Apoyándose en su resurrección, anuncia también la nuestra diciendo: Os he trasmitido en primer lugar lo que habéis recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras; y poco después indica por qué dijo eso: Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos?11
Mas Fausto que responde afirmativamente a la pregunta de si acepta al apóstol Pablo niega todo esto. No quiere aceptar ni que Jesús procede del linaje de David, ni que nació de mujer. Aunque Pablo habla de mujer, no implica que perdiese su integridad por unión carnal o en el parto; no hace sino hablar según el proceder de las Escrituras, que acostumbran a designar de esa manera al sexo femenino. Así está escrito en el Génesis acerca de Eva: la formó mujer12, aunque no se había unido al varón.
Fausto no acepta tampoco la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, puesto que afirma que ni siquiera tuvo cuerpo mortal donde pudiera acontecer la muerte verdadera. Sostiene que no fueron verdaderas las cicatrices que mostró a sus discípulos después de la resurrección, cuando se les apareció vivo13, como recuerda el mismo Pablo. Ni acepta que nuestra misma carne haya de resucitar trasformada en cuerpo espiritual, cosa que afirma con toda claridad el mismo Apóstol al decir: se siembra un cuerpo animal y surge un cuerpo espiritual14. Tomando pie de aquí, distinguiendo entre el cuerpo animal y el espiritual, enlazó lo que ya mencioné acerca del primero y último Adán, para añadir luego: Esto digo, hermanos: la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios15.
Y para que nadie creyese que no puede resucitar la carne en su forma externa y en su misma substancia, queriendo indicar a qué llamó aquí carne y sangre, puesto que quiso que se entendiera la corrupción misma, añadió a continuación: ni la corrupción poseerá la incorrupción16. Y para que nadie pensara aún que no va a resucitar lo que fue sepultado, sino que se trata de algo así como despojarse de una túnica y vestirse otra mejor, queriendo dejar bien claro que es lo mismo que fue sepultado lo que cambiará a mejor —el ejemplo está en la trasfiguración del Señor en el monte: el Señor no se despojó de sus vestidos para ponerse otros mejores, sino que los mismos que tenía se volvieron sumamente blancos17— sigue diciendo: ¡Mirad! Os revelo un misterio: Todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados. Y para que no quedase todavía oscuro quiénes serán transformados, dijo: En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, en el momento en que suene la última trompeta; sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados18.
Quizá digan aún que nuestra transformación en la resurrección no tendrá lugar en este cuerpo mortal y corruptible, sino en el alma, puesto que el Apóstol no habría indicado a qué se refería; pero desde el inicio de la discusión está hablando del cuerpo, como lo indica su misma proposición: Pero dirá alguien: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo aparecerán? Con todo, en la misma continuación mostró como con el dedo de qué hablaba y añadió: Conviene que esto corruptible se revista de inmortalidad y esto mortal se revista de inmortalidad19.
Fausto niega todas estas cosas y hasta proclama corruptible al mismo Dios de quien Pablo dice: Al inmortal, incorruptible y único Dios honor y gloria, amén20. En efecto, su fábula detestable y abominable sueña que la sustancia y naturaleza de Dios temió la corrupción total de parte de la raza de las tinieblas y que mirando al bien de una parte admitió la corrupción en otra. ¿Qué significa —pues también en esto intenta engañar a los ignorantes y menos instruidos en las Escrituras divinas— que, preguntado si acepta al apóstol Pablo, responda que "plenamente", cuando la respuesta adecuada es "en ningún modo"?
Pablo no cambió de parecer
4. —Pero hay —dijo— un argumento seguro con el que mostraré que el apóstol Pablo o bien cambió de opinión al progresar, y al escribir a los corintios corrigió lo que había escrito a los romanos, o bien no escribió él en absoluto lo que pasa por ser suyo, a saber, que el hijo de Dios procede del linaje de David según la carne.
—De una vez, ¿con qué argumento lo demuestra?
—Porque no pueden ser verdaderos ambos datos: lo que dice en la carta a los romanos: acerca de su hijo, nacido del linaje de David según la carne21, y lo que dice a los corintios: Y así ahora nosotros no conocemos a nadie según la carne; y si conocíamos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos22.
No queda, pues, sino mostrar cómo pueden ser verdaderos ambos textos y cómo no se contradicen. En ningún modo podemos mantener que alguno de ellos no sea de Pablo, porque al respecto no existe variante alguna en los códices que gozan de autoridad. Es cierto que en algunos ejemplares latinos no se lee hecho, sino nacido del linaje de David, mientras los griegos todos tienen hecho, pues el traductor latino, al poner nacido no pretendió ser fiel a los términos, sino al pensamiento. Sin embargo, en el hecho de que Cristo procede del linaje de David según la carne está de acuerdo la autoridad de todos los libros y de todas las lenguas.
Lejos de nosotros decir que Pablo erró alguna vez o que, en su progreso, cambió de opinión al respecto. Incluso el mismo Fausto, percibiendo la maldad e impiedad que encierra tal afirmación, prefirió mantener que la carta de Pablo estaba corrompida por la falsedad de otros, antes que viciada por un error del Apóstol.
Libros canónicos y no canónicos
5. Sólo de aquellos libros que escribimos nosotros, no con autoridad para imponer nada, sino como ejercitación para progresar, se puede afirmar que tienen algo que quizá no se ajusta a una verdad más oculta y difícil de conocer, porque o bien quedó así o bien lo corrigieron los que vinieron después. Nos contamos entre aquellos a quienes dice el mismo Apóstol: y si en algo tenéis otro parecer, también Dios os lo revelará23. Esta clase de escritos hay que leerlos libres de la necesidad de darles fe y con libertad para juzgarlos. Para no cerrar el paso y quitar a la posteridad el esfuerzo salubérrimo de lengua y estilo que exige el comentar y descifrar las cuestiones difíciles, se ha establecido la distinción entre los libros de los autores posteriores y la excelencia de la autoridad canónica del Antiguo y Nuevo Testamento, que afianzada desde los tiempos apostólicos por la sucesión de los obispos y los nacimientos de nuevas iglesias, se ha establecido como en cierta sede, a la que ha de servir toda inteligencia fiel y piadosa. Si algo crea dificultad en estos libros, no está permitido decir: "el autor de este libro no dijo verdad", sino "o el códice es mendoso, o se equivocó el traductor, o tú no entiendes". Por el contrario, en las obras de autores posteriores, contenidas en innumerables libros, pero que en ningún modo pueden equipararse a la excelencia sacratísima de las Escrituras canónicas, aunque se encuentre en cualquiera de ellas la misma verdad, su autoridad es muy distinta.
De esa manera, si se piensa que, tal vez, algo en ellos se aparta de la verdad, porque no se entiende como se ha dicho, el lector u oyente goza de libertad de juicio para aprobar lo que le agrade o desaprobar lo que le desagrade. Por tanto, a nadie se reprochará que desapruebe o no quiera creer todas las cosas por el estilo que en dichas obras son objeto de discusión o de narración, a no ser que se defiendan con un argumento claro o con la autoridad canónica, y se demuestre o que es cabalmente así o que pudo serlo.
En cambio, en aquella eminencia canónica de las sagradas Escrituras, si se muestra y se confirma con la Escritura canónica que un profeta, un apóstol o un evangelista, aunque se trate de uno sólo, ha consignado algo en sus escritos, ya no se permite dudar de que es verdad. De lo contrario, no habrá página alguna capaz de gobernar la ignorancia humana si a la autoridad salubérrima de los libros se la anula plenamente al despreciarla, o se la confunde al no estar bien definida.
Autenticidad de ambos textos paulinos
6. Tú, seas quien seas, te sentiste sacudido como si hubiese contradicción en el hecho de que en un lugar dice el Apóstol: Hijo de Dios del linaje de David y en otro: Aunque conocíamos a Cristo según la carne ya no le conocemos. Ahora bien, aunque ambos textos no estuviesen tomados de los escritos de un mismo apóstol, sino que uno fuese de Pablo y otro de Pedro o de Elías o de cualquier otro apóstol o profeta, no sería lícito dudar de ninguno de los dos, puesto que todo concuerda dentro de la autoridad canónica, de tal manera que se cree con justísima y sapientísima piedad como salido de una misma boca, se descubre con un entendimiento despejado de toda nube y se muestra con diligencia colmada de esmero.
Además, dado que uno y otro texto está tomado de las cartas canónicas del apóstol Pablo, es decir, de sus cartas auténticas, no podemos decir ni que el códice es mendoso, pues todos los códices latinos fiables coinciden en el texto; ni que se equivocó el traductor, pues todos los griegos fiables coinciden igualmente. Sólo queda que tú no entiendas, que me pidas la explicación sobre cómo no son discordantes entre sí, sino que uno y otro caminan juntos en la misma regla de la fe sana. Pues, si buscaras piadosamente, también tú podrías descubrir cómo se esclarecen estas cosas una vez examinadas.
Interpretación correcta de 2Co 5,16
7. Que el hijo de Dios se hijo hombre del linaje de David no lo dice sólo el Apóstol en un único lugar; también los otros escritos sagrados lo proclaman a todas luces. Qué es lo que dice el Apóstol con las palabras: Aunque conocíamos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos24, lo muestra con suficiencia el contexto. Siguiendo su costumbre, piensa en nuestra vida futura, que ya se ha hecho realidad en el mismo hombre, en el mediador Jesucristo, nuestra Cabeza, por su resurrección, con tanta confianza y seguridad como si ya la tuviese ante sí y la poseyese. Esa vida no será según la carne, igual que la vida de Cristo ya no es según la carne. En efecto, en este lugar no quiere que se entienda por carne la misma sustancia de nuestro cuerpo —a la que el Señor, incluso después de su resurrección, la llama así al decir: Palpad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo25—, sino la corrupción y la mortalidad de la carne. Esta no existirá entonces en nosotros, como ya no existe en Cristo. Es a eso a lo que llamaba propiamente carne, incluso cuando, hablando bastante claramente de la resurrección, decía lo que antes mencioné: La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción poseerá la incorrupción. Una vez que haya tenido lugar lo que allí escribe a continuación, a saber: ¡Mirad! Os revelo un misterio: Todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, en el momento en que suene la última trompeta; sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados. Conviene que esto corruptible se revista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad26.
Aceptando que llama carne no a la sustancia propia del cuerpo, sino a la misma corrupción que implica la mortalidad, allí no habrá carne porque, una vez transformada, no poseerá la corrupción de la mortalidad. En cambio, en cuanto a su sustancia y origen corporal, existirá la carne, porque será ella la que resucite y la que será transformada, porque también es verdad lo que dijo el Señor después de resucitado: Palpad y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo. Y es verdad asimismo lo que afirma el Apóstol: La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios. En el primer texto se habla de la carne en cuanto a su misma sustancia, carne que existirá también entonces, pues será transformada; en el segundo se refiere ya al aspecto cualitativo de su corrupción: en este sentido ya no habrá allí carne, pues la carne transformada ya no sufrirá corrupción.
Conocíamos a Cristo según la carne, es decir, según la mortalidad de la carne, antes de que resucitara; pero ahora ya no lo conocemos, puesto que, como dice el mismo Apóstol, Cristo, resucitado de entre los muertos ya no muere y la muerte ya no tiene dominio sobre él27.
Pues, si te agarras al significado propio de las palabras, mintió al decir: Conocíamos a Cristo según la carne, si es que Cristo nunca existió según la carne, ya que nadie conoce lo que no existe. No dijo: Juzgábamos que Cristo existía según la carne, sino conocíamos. Sin embargo, para no apoyarme demasiado en una palabra, no sea que alguien afirme que el Apóstol recurrió a la catacresis, poniendo "conocíamos" por "juzgábamos", me causa extrañeza que, mostrando ser hombres ciegos, no presten atención, o mejor, no me causa extrañeza que, siendo ciegos, no vean que, si Cristo no tuvo carne —y la razón es que el Apóstol dijo que él ahora ya no conocía a Cristo según la carne—, tampoco la tuvieron aquellos de quienes dice en el mismo lugar: Y así ahora nosotros no conocemos a nadie según la carne.
Si hubiera querido que se entendiese sólo de Cristo, no hubiera podido decir: No conocemos a nadie según la carne, de no ser porque, como si ya fuese una realidad presente, pensaba en la vida futura en su compañía de aquellos que, al resucitar, serán transformados. Ahora, dice, ya no conocemos a nadie según la carne. Es decir, tenemos esperanza tan segura en nuestra futura incorrupción e inmortalidad, que ahora nos gozamos incluso de su mismo conocimiento. Por eso dice en otro lugar: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra28. Es cierto que aún no hemos resucitado como Cristo, pero Pablo ha atestiguado que, conforme a la esperanza que tenemos en él, ya hemos resucitado con él. De aquí que diga también: Según su misericordia, nos salvó por el baño de la regeneración29. ¿Quién hay que no entienda en el baño de la regeneración la esperanza que se nos ha otorgado de la salvación futura, no ya la salvación misma que se nos promete? Y con todo, como la esperanza es segura, afirma que nos salvó, como si ya nos hubiese otorgado la salvación.
En otro lugar dice con la máxima claridad: Nosotros gemimos en nuestro interior esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Hemos sido salvados en esperanza, y una esperanza que se ve no es esperanza. Pues, ¿cómo es posible esperar una cosa que se está viendo? Pero si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con paciencia30. Como aquí no dijo: "Hemos de ser salvados", sino: ahora ya hemos sido salvados, aún no en la realidad, pero sí en esperanza —pues hemos sido salvados en esperanza—, así allí se dijo: ahora no conocemos a nadie según la carne. Se entiende que no en la realidad, sino en la esperanza, dado que nuestra esperanza está en Cristo, pues en él se ha realizado ya lo que nosotros esperamos como promesa. En efecto, él ya resucitó y la muerte no volverá a tener dominio sobre él. Aunque conocíamos a Cristo según la carne, cuando aún tenía que morir —su cuerpo estaba sometido a aquella mortalidad, a la que el Apóstol llama con propiedad "carne"— ahora ya no le conocemos. Aquel su cuerpo mortal ya se revistió de inmortalidad, por lo que ya no se le puede llamar carne según la prístina mortalidad.
El contexto de la sentencia paulina
8. Así, pues, analicemos el contexto en que aparece esta afirmación contestada por los maniqueos, para que resplandezca más lo que estoy diciendo. Escribe Pablo: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Y así nosotros ahora no conocemos a nadie según la carne; y si conocíamos a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos31. Queda ya claro para cualquiera que el Apóstol dijo esto pensando en la resurrección de Cristo, porque a esas palabras preceden aquellas otras: Para que los que viven no vivan ya para sí, sino para él que murió y resucitó por ellos. Qué otra cosa significa: No vivan para sí, sino para él, sino que no vivan según la carne, esperando bienes terrenos y corruptibles, sino según el espíritu, en espera de la resurrección, que ya tuvo lugar en ellos en la persona de Cristo? Y así el Apóstol ya no conocía según la carne a ninguno de aquellos por quienes Cristo murió y resucitó y que ya no viven para sí, sino para él, en virtud de la esperanza de la futura inmortalidad, en cuya espera vivían. Esperanza que en la persona de Cristo ya no era esperanza, sino realidad. Aunque conocía a Cristo, según la carne ya no le conocía, porque sabía que había resucitado y que la muerte no tendría ya dominio sobre él. Y como en él todos estamos en la misma situación, aunque no en la realidad, sí en la esperanza, sigue diciendo: Si hay en Cristo alguna nueva criatura, lo viejo ha pasado; y he aquí que todo se ha vuelto nuevo. Todo procede de Dios que nos reconcilió consigo por medio de Cristo32. Toda nueva criatura —es decir, el pueblo renovado por la fe, de modo que en el entretanto tiene en esperanza lo que luego se cumplirá en realidad— tiene ya en Cristo lo que espera. Y así ahora lo viejo ha pasado en esperanza, porque ya no es el tiempo del Antiguo Testamento en que se esperaba de Dios un reino temporal y carnal. Y todo se ha vuelto nuevo en la misma esperanza, de modo que poseemos el reino de los cielos prometido, en que no existirá muerte ni corrupción.
Mas cuando llegue la resurrección de los muertos, entonces, no ya sólo en esperanza, sino en la realidad, pasará lo viejo cuando sea destruida la muerte, el último enemigo, y todo se volverá nuevo, cuando esto corruptible se revista de incorrupción y esto mortal se revista de inmortalidad33, cosa que ya ha acontecido en Cristo, a quien Pablo no conocía ya según la carne en la realidad. En cambio, a nadie de aquellos por quienes murió y resucitó, conocía ya según la carne, no en la realidad, sino según la esperanza, puesto que, como dice el mismo Apóstol en la carta a los Efesios, por su gracia hemos sido salvados. Pues también este mismo pasaje da testimonio a la afirmación que nos ocupa. Dice: Dios que es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó y, cuando nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó en Cristo, por cuya gracia hemos sido salvados34. Lo que dice aquí: Nos vivificó en Cristo, esto mismo dijo a los corintios: A fin de que los que viven, no vivan ya para sí, sino para él que murió y resucitó por ellos35. Y, respecto a lo que dice aquí: Por cuya gracia hemos sido salvados, habla como si ya se hubiese realizado lo que tiene en esperanza, pues lo que mencioné poco antes, lo dice clarísimamente en otro lugar: Hemos sido salvados en esperanza. Por tanto, también aquí continúa y enumera como ya realizadas, cosas que aún han de tener lugar. Dice: Y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús36. Es cierto que Jesús ya está sentado en los cielos, pero nosotros aún no; mas como tenemos la esperanza segura de que ha de acontecer, dijo que nosotros estábamos sentados con él en los cielos, aún no en nosotros mismos, pero ya en él.
Y para que no pensaras que ya está plenamente realizado ahora lo que se afirma en esperanza como si ya fuese realidad, y para que entiendas que es una realidad aún futura, continúa diciendo: A fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. A esto se refiere también aquello otro: Cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, que actúan por la ley, obraban en nuestros miembros, a fin de que produjeran frutos para la muerte37. Dijo: Cuando estábamos en la carne, como si ya no estuviésemos en la carne. Lo que se entiende de esta manera: Cuando aún esperábamos cosas carnales; cuando la ley, que no puede cumplirse si no es por el amor espiritual, estaba sobre ellos, a fin de que, por su trasgresión, abundase el delito, para que luego, revelado el Nuevo Testamento, sobreabundase la gracia. De modo semejante dice en otro lugar: Los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Y para que nadie pensase que se refería a los que aún no han muerto, añadió al instante: Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu38. Esto es: los que viven en la espera de los bienes carnales, no pueden agradar a Dios; pero vosotros no estáis a la espera de esos bienes, sino de los espirituales, es decir, del reino de los cielos, en el que hasta el mismo cuerpo, que ahora es animal, será espiritual, en cierto modo que le será propio, gracias a aquella transformación. Como él mismo dice a los corintios: Se siembra un cuerpo mortal y resucitará un cuerpo espiritual39.
Si, pues, el Apóstol ya no conocía según la carne a ninguno de aquellos, de los que decía que no estaban en la carne, porque no vivían esperando cosas carnales, aunque aún llevasen la carne corruptible y mortal, ¡cuánto más claramente diría que ya no conocía según la carne a Cristo, en cuyo cuerpo ya se había cumplido, incluso en la realidad, lo que aquellos tenían prometido en esperanza! En consecuencia, ¡cuánto mejor, cuánto más conforme a la religión es el comentario de las divinas Escrituras en el que, analizados todos los textos, se descubre su recíproca concordancia! El caso contrario se da cuando, al fallar el hombre en una dificultad, y no poder resolverla, se acepta una parte como verdadera y se condena otra parte como falsa. Porque cuando el Apóstol era niño y saboreaba las cosas de niño40, aunque pusiese esto como una imagen, aún no era espiritual, como lo era ya cuando escribía lo que, siendo para edificación de las iglesias, no iba a caer en las manos de los estudiosos como ejercicio para el propio progreso, sino que se iba a leer en el canon eclesiástico con autoridad preceptiva.