I. 1. En primer lugar, he indicado de qué error se trata para responder compendiadamente, en cuanto pudiese, al libro que me habéis enviado, hermanos carísimos, escrito no sé por qué hereje. Según me habéis escrito, cómo el presente manuscrito estaba expuesto a la venta en la plaza Marítima, y era leído a las multitudes que concurrían con curiosidad peligrosa y con agrado. En realidad, los maniqueos no son los únicos que condenan la ley y los profetas, sino también los marcionitas y algunos otros, cuyas sectas no se han dado a conocer tanto a los pueblos cristianos. Ahora bien: ese individuo, cuyo nombre no he descubierto en el libro, rechaza a Dios como creador del mundo, mientras que los maniqueos, aunque no admiten el libro del Génesis y blasfemen de él, sin embargo confiesan que Dios creó el mundo bueno, si bien de una sustancia ajena y de materia. Con todo, aunque no se haya encontrado de qué secta es ese individuo blasfemo, es deber mío defender de su lengua la Escritura divina, a la que ataca con sus malévolas discusiones. Además, porque intenta aparecer de algún modo cristiano, ya que aduce algunos testimonios del Evangelio y del Apóstol, debo refutarle también con las escrituras que pertenecen al Nuevo Testamento para que se vea mejor en la refutación que delira sobre el Antiguo con más irreflexión que malicia.
La primera cuestión: El principio del todo
II. 2. En primer lugar, ese sujeto impío pregunta con boca sacrílega lo que uno piadoso podría preguntar religiosamente: "¿Cómo hay que entender lo que está escrito: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra?" 1 aunque él no haya añadido la tierra de la que luego habla. Pregunta, pues: "¿De qué principio se trata? ¿Tal vez de aquel en el que Dios mismo comenzó a ser o de aquel en el que se asqueó de que era un inmenso vacío?" Respuesta: Ni Dios ha comenzado a ser ni se ha asqueado de su vaciedad el que siempre ha sido; que ni por cesar se ha entumecido ni por obrar ha trabajado; que ni antes de crear el cielo ha carecido de trono ni una vez creado el cielo encontró el descanso, como un peregrino después de sortear los peligros. En efecto, Él es poderoso para permanecer dichosísimamente en sí mismo; y en su templo, que son todos los santos, tanto ángeles como hombres, para hacerlos partícipes de su habitación, de tal modo que ellos reciben de Él mismo ese bien con el que pueden ser dichosos y no Él de ellos esa morada sin la cual no pueda ser dichoso. En consecuencia, o habrá que entender lo que está escrito: En el principio creó Dios el cielo y la tierra 2 como el principio de todo del cual comenzaron a ser, porque no han sido siempre coeternos con Dios, sino que creados recibieron un principio del todo, desde el cual comenzaron a ser. O es cierto que Dios creó el cielo y la tierra en un principio del todo coeterno a Él, esto es, en el Hijo Unigénito. Porque Él mismo es la sabiduría de la cual dice el Apóstol: que Cristo es la fuerza de Dios y la sabiduría de Dios 3. Y en el salmo se dice a Dios que hizo el cielo y la tierra: Hiciste todas las cosas con la sabiduría 4. O si ese individuo no quiere aceptar del salmo este testimonio, que oiga al Apóstol hablando de Cristo: Porque en Él fueron hechas todas las cosas, en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles 5.
El principio sin fin
III. 3. Dios, pues, ni ha comenzado a ser ni tiene fin; sino que algunas obras suyas, que tienen principio, tienen también fin, con un final cierto, como son los tiempos y las cosas temporales; otras, que tienen principio, no tendrán ya fin, como la misma vida eterna que han de recibir los hombres santos. Esto no lo ha captado ese individuo que creyó que había que decir y definir que no existe ningún principio sin final. Tampoco cayó en la cuenta de los números, cuyo principio es desde el uno y el final está en el cero. ¡Como que no hay número, por grande que se diga, o, si no se puede decir, que se piense, al que no se le pueda añadir otro para que sea mayor! Y creo que ese individuo, cualquiera que sea la herejía que sostenga en nombre de Cristo contra Cristo, se promete una vida muy feliz en Cristo, cuyo principio comenzará entonces cuando haya sido el final de esta vida miserable, que me responda, pues: Aquella vida, que no niega que ha de tener o que tiene principio, ¿ha de tener o no ha de tener final? Si responde que sí, ¿cómo se atreve a llamarse cristiano? Si responde que no, ¿cómo se atreve a decir que no hay principio sin final?
La segunda pregunta: sobre la creación y el mejor bien posible
4. Pregunta también: "Si este mundo es algo bueno, ¿por qué no fue hecho por Él desde entonces del principio del todo lo mejor que fuese?" ¡Como si Dios pudiese hacer un mundo algo mejor que Él mismo; y, por tanto, que este mundo no ha podido llegar a ser bueno porque no es igual a su Hacedor!
A lo que pregunta: ¿por qué el mundo no fue hecho bueno desde entonces del principio del todo? Respondo: Sí, por cierto, lo hizo bueno de una vez desde el principio del todo. Desde el principio del todo ciertamente suyo, no del de Dios, que no tienen ningún principio del todo. Ahora bien: si ha podido darse a entender ese principio del todo, puesto que está escrito: En el principio hizo Dios, ¿qué es lo que calumnia ése al preguntar en qué principio de todo lo hizo, cuando él mismo repite la pregunta: por qué no fue hecho bueno desde entonces desde el principio del todo? Por tanto, sus propias palabras le dan la réplica. En efecto, así como por lo que está escrito: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, él mismo argumenta y dice: "¿en qué principio?, ¿en el de aquel en el que Dios mismo comenzó a ser, o en el de aquel en el que se asqueó de ser un inmenso vacío?"; así, también yo, a lo que dice: "Por qué no fue hecho eso por él de una vez desde el principio del todo?", le contesto y digo: "¿desde qué principio del todo?, ¿de aquel por el que el mismo Dios comenzó a ser o desde aquel en el que se asqueó de ser un inmenso vacío?" Como que le desagrada el que Dios no hiciese desde entonces desde el principio del todo el cielo, cuando dice: "¿por qué no desde entonces desde el principio de todo?" Como si hubiera debido hacerlo desde aquel principio de todo desde el cual existe el mismo que lo hizo. ¿Por qué ése no ha temido que al decir: desde el principio del todo, desde el que existe el mismo Dios, debió hacer el cielo, se le replicase: luego Dios tiene un principio del todo, y por eso, según tu opinión, también tendrá fin, pues tú has dicho que no hay principio sin fin? Ahora bien: si Dios carece de un principio del todo, ¿cómo va a hacer algo desde el principio del todo desde el que Él existe? Y por eso lo hizo desde aquel principio del todo desde el que Él lo hizo, esto es, desde el principio del todo desde el que comenzó a ser lo que Él hizo. Una de dos: o bien el Dios de ésos nunca ha hecho nada bueno, o bien, según éste, lo bueno que ha hecho lo ha hecho desde aquel principio del todo desde el que Él existe. Y al que tiene un principio del todo hay que amenazarle con un fin. O bien debe tranquilizarse con las palabras de la Escritura santa y comprender que Dios, que comenzó a ser desde ningún principio de todo, hizo el cielo en el principio de todo, sea desde el que comenzó a existir el cielo, sea en el Hijo, el cual respondió a los judíos que le preguntaban quién era: que Él era el principio de todo.
Inicio (principio del todo) y principio de todo
5. ¡Que no vaya a decir ése que una cosa es el inicio (principio del todo) y otra cosa el principio de todo! Pues si estuviese escrito que: En el principio del todo Dios hizo el cielo y la tierra, nada tendría que objetar ese que ha afirmado: "Por qué no lo hizo bueno desde entonces desde el principio del todo?", puesto que leería: En el principio del todo Dios lo hizo bueno, sin pensar que era impío creer que Dios tiene inicio (principio del todo), pero que no tiene principio de todo. Si esto es así, que ese individuo corrija el Evangelio, donde está escrito: En el principio era la Palabra! 6 ¿Por qué ese tal no dice también aquí: ¿en qué principio de todo, pues? ¿Tal vez en el de aquel en el que la misma Palabra comenzó a ser? Y porque Dios era la Palabra, también puede decirlo así, como lo dijo en ese libro: "¿Tal vez en el de aquel en el que el mismo Dios comenzó a ser?" Que repita ése, si le agrada, también aquella opinión suya definitiva al oír: En el principio era la Palabra; que repita también, si se atreve, "no hay principio sin fin". ¡Y hasta los mismos maniqueos, que quizás le leen con muchísimo gusto, porque han hallado al enemigo de la ley y los profetas, le tendrán por un insensato! Pues si le desagrada el Dios que hizo el mundo, ¿por qué no le desagrada Aquel por medio del cual fue hecho el mundo? Ya que está escrito de Cristo: En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él 7.
Encantadora gradación de bienes
IV. 6. Que entienda que Dios puede hacer bienes, pero que no puede tener necesidad de los bienes hechos por Él; por tanto, tampoco tuvo necesidad de hacerlos quien no necesita de los que ha hecho. Sin embargo, el sumamente bueno hizo todas las cosas, sin duda inferiores a Él, pero buenas. Realmente el bien, aunque no sea sumo; más aún, aunque sea ínfimo, nunca podría ser sino del sumo bien. Rematadamente mal piensa de Dios quien niega que algo sea bueno precisamente porque conoce que no es igual a Dios. Así, pues, no será el bien sumo, sino un bien ínfimo, cuando todo lo que es menor que Él deja de ser bueno. ¿Quieres conocer que no es el bien sumo, sino un bien ínfimo? Por tanto, si entre las cosas que ha creado, todas las que son bienes principales son también muy inferiores al Creador, por eso mismo que Él las hizo y fueron hechas como son, sin duda que quien no necesitó de ellos para aumentar su felicidad mucho menos ha necesitado de los inferiores, y en absoluto de los ínfimos. Que es lo que hizo como creador de todos los bienes.
En efecto, el Señor Jesús, por quien fue hecho el mundo, nos indica claramente que Dios creó y crea no sólo las cosas celestiales, sino también las terrenas, y hasta de las terrenas las que parecen insignificantes, cuando dice: Si, pues, Dios viste así a la hierba del campo, que hoy existe y mañana se echa al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? 8 En consecuencia, uno y el mismo Dios es el autor del cielo y de la tierra, de las estrellas y de las hierbas, de todo lo que tiene su medida, su forma, su orden en el cielo y en la tierra, todo lo que vive en el cielo y en la tierra, todo lo que siente en el cielo y en la tierra, todo lo que entiende en el cielo y en la tierra. Todo esto convenía no sólo que no fuese igual al que las hizo, pero ni siquiera iguales entre sí. Y por eso son todos bienes diferentes en bondad. Porque si fuesen iguales habría una sola clase de bienes, pero no todos los bienes. En cambio, así están todos los bienes, porque unos son mejores que otros; y la bondad de los inferiores redunda en alabanza de los mejores. Como también en la desigualdad de las cosas buenas existe la misma encantadora gradación: donde una confrontación de las cosas más pequeñas resalta mejor a las más importantes 9.
El mal es privación del bien
V. 7. En cuanto a lo que llamamos males 10, o son vicios de las cosas buenas, que fuera de las cosas buenas no pueden existir por sí mismos en parte alguna, o son castigos de los pecados, que proceden de la belleza de la justicia. ¡Y hasta los mismos vicios dan testimonio de la bondad de todas las naturalezas! En efecto, lo que es malo por vicio, ciertamente es bueno por naturaleza. Porque el vicio es contra la naturaleza, ya que perjudica a la naturaleza, y no le haría daño si no disminuyese su bien. Entonces el mal no es otra cosa que privación de bien. Y por lo mismo no existe en parte alguna, sino en alguna cosa buena. Siempre que no sea la naturaleza sumamente buena, porque la sumamente buena permanece incorruptible e inmutable, como lo es Dios.
Con todo, únicamente el mal está en la naturaleza buena, porque no hace daño sino disminuyendo lo que es bueno. Por consiguiente, puede haber bienes sin males, como es el mismo Dios y todos los bienes celestiales. En cambio, los males no pueden existir sin los bienes. Pues si no perjudican en nada, no son males, y si hacen daño, disminuyen el bien. Con todo, si siguen haciendo daño es porque todavía tienen el bien que disminuyen. En cuanto lo destruyen todo, ya no quedará nada de la naturaleza a la que hacían daño y, por tanto, tampoco existirá el mal que causaba el daño, al faltar la naturaleza, cuyo bien disminuía haciendo daño.
Los bienes son mudables por su creación de la nada
VI. 8. Disputa sutilísima sobre si una naturaleza o sustancia puede ser reducida completamente a la nada. La fe canta con toda verdad a Dios: Los cambiarás, y serán cambiados; pero tú permaneces siempre el mismo. Pues el bien inmutable, que es Dios, es quien hizo y gobierna todos los bienes mudables. Por eso los bienes mudables son bienes, porque los hizo el sumo bien, y son mudables, porque los hizo no de sí mismo, sino de la nada. Por lo cual, hasta los mismos bienes mortales, aunque parcialmente sufran y sólo la inmortalidad pueda colmar la medida de su felicidad perfecta, tienen, sin embargo, un lugar propio de honor en la armonía de los tiempos. Pero es más que humano el sentido que capta tamaña belleza. Con todo, la fe que dice a su Dios: Has constituido todas las cosas con medida, número y peso, aunque por amor a la vida aborrezca la condición de la muerte, sin embargo, alaba al creador de todos los bienes hasta por los bienes mortales.
Por lo que respecta a ese que critica y no cree que hay un Dios, cuyas obras terrenas ve que son mortales, él no ha podido exponer su propio discurso, que le ha agradado tanto que lo encomienda a la literatura y a la memoria, sino mediante voces, apropiadas a cada palabra, que mueren. Del mismo modo que no puede existir la belleza de esta disputa, con la que quiere persuadir que todo lo que nace y muere no puede ser un bien, sino es por medio de las sílabas que nacen y mueren. ¿Y qué tiene de particular, cuando en tan inmensa universidad de la naturaleza hay algún bien ínfimo en la armonía de los tiempos, que sea bello en su género, no por la duración indefinida como algunos sublimes bienes espirituales, sino hasta por la fugacidad de su condición terrena con que nace y muere? 11
Dios creó todos los bienes mudables porque son buenos
9. Así las cosas, que no calumnie ése a la Escritura, que dice: Vio Dios que la luz es buena 12. Y no sólo la luz, a la que llamó día, y el firmamento, al que llamó cielo, y el sol y la luna y los demás astros, sino también los árboles y las hierbas y todo lo que es mortal en el agua y en la tierra, lo creó Dios sumamente bueno; y vio que todas esas cosas son buenas en su género y orden 13.
El autor sagrado, que escribió este libro revelándoselo el Espíritu de Dios, no temió a los futuros impíos, críticos vanidosos y seductores de la mente, en primer lugar de la suya y después de la de los otros a quienes halaga su locuacidad blasfema, ya que también a éstos, en cuanto son hombres, en cuanto que constan de cuerpo y alma racional, en cuanto que los miembros de sus cuerpos se distinguen por sus funciones propias, y en su armoniosa diferencia están todos de acuerdo en la unidad de su paz con admirable disposición 14, en cuanto que el alma los aventaja por su excelencia natural y manda, en cuanto que anima y vivifica los cinco sentidos de la carne repartidos con energía desigual y en perfecto acuerdo social, en cuanto que hasta la mente y la razón puede saborear y entender lo que el alma de las bestias no puede, vio Dios que todos ellos son buenos; y por eso los creó 15.
En efecto, Dios no sólo vio a los hombres después de creados, sino que también conoció de antemano a los que había de crear. Y por lo mismo que se hacen malignos por la perversión de la voluntad y la ceguera del error, no por eso vio que no había que crearlos, sino que previó ya de antemano cómo habían de ser ordenados. Y así, para que sirvan de provecho a los vasos de misericordia, Dios ha hecho vasos de ira a esos que proceden de la misma masa de la primera prevaricación condenada justamente, si perduran hasta el fin en su malignidad, hasta que sus caletres vanidosos traten de descubrir con mayor diligencia los arcanos de la verdad. Porque las obras del Señor son grandes y dignas de estudio para los que las aman 16. Y ¿qué tiene de extraño que desagrade a la necedad humana el que sus obras agraden a la sabiduría divina? Y ¿qué otra cosa es vio la luz, que es buena 17, sino que le agradó?
Una cosa es la luz que es Dios y otra la luz que Dios hizo
VII. 10. Semejante charlatán blasfemo, quienquiera que haya escrito ese libro lleno de improperios sacrílegos (que ¡ojalá se disguste de su propia obra y que no la crea buena, sino que vea que es mala!), he aquí lo que ha dicho: "De tal modo Dios no conoció antes lo que era la luz, que ahora, al verla por vez primera, llega a considerarla buenísima" 18. Lo mismo cuando el Señor Jesús se admiró al oír las palabras del centurión y dijo a sus discípulos: En verdad os digo: no he encontrado tanta fe en Israel 19, de tal modo no conocía antes qué cosa fuese esa fe que ahora, al verla por vez primera, llega a considerarla buenísima. ¿O es que la trabajaba en el corazón del centurión otro que el mismo que la admiraba? Por cierto, ¡hay mucho más donde los insensatos e infieles puedan blasfemar de qué se admiró Jesús, por muy grande que fuera la fe de un hombre, que del Vio Dios que la luz es buena!
En realidad, cualquiera puede ver que hasta las cosas ordinarias son buenas, esto es, comprobar que le son agradables. En cambio, quien se admira, según la costumbre de hablar entre los hombres, da a entender que para él es algo inesperado e improvisado lo que admira. Pero Jesús, que sabía todo de antemano, estaba ya alabando cuando admiraba aquello que recomendaba a otros que admirasen.
Por lo mismo, ¿qué vio Dios hecho por Él que no haya visto antes de haberlo hecho en la luz que es Él mismo? Y ¿para qué la Escritura santa repite con insistencia tantas veces que Dios vio que eran buenas las cosas que Él hizo sino para que por ello la piedad de los fieles se dispusiese a juzgar de la criatura visible o invisible, no según el sentir humano, que a veces hasta se escandaliza de las cosas buenas cuyas causas y orden desconoce, sino a creer a Dios que alaba y a aprender de Él? Porque uno conoce una cosa tanto más fácilmente progresando cuanto más religiosamente cree en Dios antes de llegar a conocerla. Dios vio que la luz que había hecho era buena, porque lo que iba a hacer le agradaba hacerlo y porque lo hecho le plugo conservarlo. Por cuanto tan gran Hacedor ha establecido para cada cosa la medida de su existencia y conservación.
Pero una cosa es Dios-Luz esencial, y otra la luz que Dios ha hecho. Incomparablemente mejor la Luz, que es el mismo que la hizo, y en modo alguno va a necesitar de esa luz que Él ha hecho. ¿Y de dónde ese tal calumnia, porque Dios no hizo esos bienes tan desde el principio del todo como desde el principio es Él? Más bien hay que entender que no los creó por una necesidad de ellos, sin los cuales ha podido existir en su beatitud perfecta el sempiterno sin principio del todo. En efecto, la causa de haberlos creado fue únicamente la bondad de Dios, porque no tuvo necesidad alguna. Por consiguiente, cuando ése insulta a Dios, como si entonces hubiese visto la luz por vez primera, porque antes la desconocía, ¡que considere cuán necio y vano es, si es que tiene algo de luz en el caletre!
La materia informe, que es buena en cuanto formable,
también fue hecha por Dios
VIII. 11. Es más, aun atribuye "a necedad del escritor sagrado el haber dicho que las tinieblas existieron siempre sin principio del todo, pero que la luz tomó el principio del todo de las tinieblas", como si hubiese leído en el libro al que calumnia que las tinieblas son sempiternas, cuando se escribió: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. La tierra era invisible e informe, y las tinieblas estaban sobre el abismo 20. Las tinieblas comenzaron, pues, a ser de eso de lo que comenzó a ser la mole caótica del cielo y de la tierra, antes de que fuese hecha la luz, que iluminaría todo lo que sin luz era tenebroso. ¿Qué inconveniente puede haber en que, cuando los comienzos de la materia mundana habían sido tenebrosos, al venir la luz se volviera mejor lo que ya estaba hecho, y de este modo se diese a entender, por así decirlo, la disposición de ánimo del hombre proficiente, como habría de suceder después? Aunque cualquiera que haya podido escudriñar con el favor de Dios más agudamente, puede que encuentre en la criatura, que una vez hecha es relatada sin intervalos de pausas temporales, un orden de cosas maravillosamente variado.
En efecto, tampoco la materia es completamente nada 21, ya que se lee en el libro de la sabiduría: Tú que has hecho el mundo de la materia informe. Luego, al llamarla informe, no es completamente nada, ni ha sido coeterna a Dios como no hecha por nadie, ni la ha hecho ningún otro 22, para que Dios tuviese materia de la cual hiciese el mundo. ¡Lejos de nosotros decir que el Omnipotente no hubiese podido crearla si no hubiese hallado de dónde hacerla! Y, por tanto, Dios también la hizo 23.
Tampoco hay que considerarla nada, porque es informe, sin saber apreciarla buena porque es formable, esto es, capaz de formación. Puesto que si la forma es algo bueno, algo bueno es ser capaz del bien. Así como la voz confusa es un griterío sin palabras y, en cambio, la voz resulta articulada cuando es modulada en palabras, análogamente aquélla es formable y ésta formada; aquélla la que recibe la forma y ésta la que ya la tiene. ¿Cómo sucede eso? Está a la vista 24. En efecto, nadie va a decir que el sonido de la voz resulta de las palabras, sino ¿quién no va a comprender, más bien, que son las palabras sonoras las que resultan de la voz?
Dios hizo la materia informe y a la vez creó el mundo
IX. 12. Tampoco hay que pensar que Dios hizo primeramente la materia informe y, pasado algún intervalo de tiempo, fue dando forma a lo que primeramente había hecho informe, sino, lo mismo que el que habla emite las palabras sonoras y no primero una voz informe, que después toma forma, sino que emite ya la voz formada; así hay que entender que Dios hizo el mundo de la materia ciertamente informe, pero que a la vez la creó Él con el mundo 25. Sin embargo, no es inútil tratar primero de dónde se hace algo, y luego lo que de ahí se hace. Porque, aun cuando las dos cosas pueden ser hechas a la vez, las dos cosas a la vez no pueden ser contadas 26.
Qué se quiere designar con las palabras cielo y tierra
X. 13. Bien sea en primer lugar que esa misma materia informe viene designada con el nombre de cielo y tierra, o con el de tierra invisible e informe, o con el de abismo tenebroso, que son denominaciones de las cosas conocidas. (Porque los sentidos humanos no pueden tener ninguna percepción, tampoco se puede tener apenas una idea cuando las cosas se van deteriorando de mal en peor; por ejemplo, si la idea se compara con lo que parece más deforme, pero sin llegar a la deformidad absoluta, como la idea visible permanente o como una forma inteligible.) Bien sea que con las palabras cielo y tierra en general esté insinuada más bien la naturaleza espiritual y la corporal. Bien sea alguna otra cosa que pueda entenderse aquí, salvando la regla de la fe: que no puede dudarse de que el Dios verdadero, sumo y bueno, hizo siempre todas las cosas, las que vemos y las mejores que no vemos, aunque la mente humana no pueda comprender el modo como las haya hecho. Pero con tales ignorantes blasfemos de las Escrituras sagradas no se ha de discutir con sutileza de razones, como deben ser investigadas y discutidas entre los hijos pacíficos de Dios.
La iluminación interior del corazón
XI. 14. Si ése cree conocer, en contra de los libros de la ley y los profetas, lo que él dice saber, que "el Dios Supremo es el resplandor incomparable de la luz incomprensible", quisiera oír de él, en primer lugar, de qué luz cree que es resplandor el Dios Supremo, si también Dios es la misma luz. Y si entiende al Padre como luz, y como su resplandor al Hijo Unigénito, al que, sin embargo, ha confesado Dios Supremo. Porque si piensa así, lo apruebo y alabo. Pero lo que él no cree: que Aquel, a quien cree que es luz de luz y esplendor incomparable de la luz incomparable, sea el artífice del mundo, lo desapruebo y censuro, cuando lea allí: El mundo fue hecho por Él 27, donde lee: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 28.
Repruebo también si lo ignora, y más aún lo repruebo y detesto si lo sabe y pone trampas para engañar a los que desconocen lo que está escrito en las más antiguas Escrituras divinas: Acercaos a Él y seréis iluminados 29; y El precepto del Señor es lúcido que ilumina los ojos 30; e Ilumina mis ojos para que nunca me duerma en la muerte 31.
En efecto, el hombre ciertamente mortal tampoco pedía esto: no morir nunca en el cuerpo, ni deseaba que la muerte llegara sobre los ojos corporales, sino que pedía ciertamente que le iluminara aquellos ojos de los cuales dice el Apóstol: los ojos iluminados de vuestro corazón 32.
Cristo, Hijo, día del día, luz de luz, salvación de Dios
15. Si le desagrada a ése que la luz haya tomado el principio del todo de las tinieblas, porque también critica esto con palabras de vanidad charlatana, que se lo diga el mismo Apóstol, quien, escribiendo a los fieles, dice: Fuisteis en un tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor 33. ¿Quién hizo eso sino Aquel que, cuando las tinieblas eran sobre el abismo, dijo: Hágase la luz, y la luz fue hecha? 34 Lo cual el mismo Apóstol lo expresó más claramente en otro pasaje al decir: El Dios que dijo que clarease la luz de las tinieblas la hizo clarear en nuestros corazones 35. Pero si cree que no está en las Escrituras proféticas que el Hijo sea luz de luz o el esplendor de la luz, que lea lo que se dice en las mismas Escrituras sobre la Sabiduría: porque es el esplendor de la luz eterna 36; o lo del salmo profético: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor y bendecid su nombre; anunciad bien que el día que procede del día es su salvador 37. En efecto, ¿quién es el día que procede del día sino el Hijo, luz que procede de la luz? Y que lea en el Evangelio que la salvación de Dios es Cristo, en palabras del anciano Simeón, cuando lo reconoció en brazos de su madre, muy pequeño en la carne, máximo en el espíritu, y tomándolo en sus brazos dijo: Ahora, Señor, deja a tu siervo ir en paz según tu palabra, porque mis ojos han visto a tu Salvador 38.
La formación de la luz
XII. 16. Si se le ocurriese responder que una es la luz de la que se dijo: Fuisteis alguna vez tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor 39, porque ésa es la luz espiritual de la mente, no la de la carne. Y que, en cambio, aquella de la que está escrito: Dijo Dios: hágase la luz. Y la luz fue hecha 40, es otra luz, porque se refiere a los ojos corporales, tendrá que confesar ante todo que de la luz suprema, que es el mismo Dios, ha podido sacar cualquier clase de luz, aun ínfima, pero siempre buena.
Después, ¿cómo conoce además cuál es su calidad y cuánta sea su cantidad? Y, en fin, ¿si es espiritual o corporal? A no ser que a los hombres fieles, viadores aún y peregrinos lejos del Señor, pueda con toda justicia llamárseles luz de la misma fe y, sin embargo, no se les pueda llamar a los ángeles, que siempre están viendo el rostro del Padre. Y ¿cómo sabe que esa luz originariamente ha sido creada? ¿De dónde conoce cómo puede entenderse en esa luz una tarde y una mañana? Finalmente, ¿cómo es posible que la luz estuviese presente en los seis días con las obras de Dios y que Dios haya descansado en el día séptimo, de donde se hace una cierta traslación del mismo número siete a estos días tan conocidos de nosotros, que se reanudan con la órbita del sol? Y aunque la luz corporal fue creada, ¿de dónde conoce ése cómo ha podido existir antes que el sol y antes que el firmamento, que después es llamado cielo? Y ¿cómo fue retirada del campo visual terreno a las partes superiores del mundo, de modo que solamente Dios hace la separación entre la luz y las tinieblas?
En realidad fue Dios quien ordenó las luminarias, que nosotros vemos para hacer la separación entre esas tinieblas, que nos hacen clarísima la noche, y la luz, que nos hace clarísimo el día.
¿Quién va a decir, aunque no sea motivo de indignación, sino más bien de risa, que este sujeto nos viene a indicar que "las horas designan el día, pero que el sol divide y determina" también el querer para que creamos "que Moisés no llegó a conocer eso, y así nombró al día antes que fuere hecho el sol?" 41
Pero ¡que se reúnan los hombres para escuchar el libro de esa eminencia!, y vamos a proponerles: ¿qué es más creíble: o que ese tal ignore semejante luz y semejante día que ya conocía Moisés, o, más bien, que Moisés ignoraba semejante luz y día, que no sólo conoce ése, sino hasta quienes no entienden sus palabras?
La formación de la tierra
XIII. 17. ¿Y qué es lo que no sé quién ignorantísimo ha lanzado como cuestión "sobre la reunión de las aguas?" Peor aún, no como cuestión, sino como crítica, de "que no está bien dicho: Que se reúnan las aguas en una concavidad y que aparezca la seca 42, porque todo lo sostenían las aguas", ignorando cómo el agua sutilizada en vapores aéreos se rarifica y como nebulosa ocupa mucho espacio; en cambio, si recogida es condensada, ocupa poco; ni cómo cuando es vaporosa vuela, pero cuando está condensada gotea. ¿Qué hay de admirable en que cuando era vaporosa cubría la tierra y en que, una vez condensada, la dejó al descubierto? ¿Por qué admirarse si también por voluntad divina la tierra estaba debajo, y así lo que cubría toda su superficie, mientras estaba en estado nebuloso húmedo, al reunirse en los sitios cóncavos se retiró de las otras partes, y lo que cubría quedó descubierto, al ser reunida en las profundidades abismales donde el mar fluye y refluye, dejando descubiertas las cumbres para que apareciese la tierra?
Voy a prescindir de lo que aquí puede suponerse que está significado en esa materia informe insinuada con el nombre de agua y abismo, y de que haya tomado la forma de esos dos elementos pesados, como nebulosa húmeda y como tierra, y así se dijo: que sea reunida el agua, porque tenía una forma vaporosa y móvil; en cambio, que aparezca la seca, porque fue concentrada e inmóvil.
En realidad, lo que el profeta autor de este libro (Génesis) intenta es que su relato de las cosas reales (sentido literal) sea también prefiguración de las cosas futuras, lo cual (sentido espiritual) no puede ser comprendido por doctrinas subversivas e impías.
De todas formas, como se ofrecen tantas salidas a los que buscan piadosamente la verdad, no hay que temer que tan grande autoridad (infalible del escritor sagrado) pueda ser desaprobada. Y ¿por qué razón, de no ser por instigación diabólica, ese adversario prefiere calumniar a las verdades que él no es capaz de investigar? 43
Conocimiento del bien y del mal
XIV. 18. Que, ciego e ingrato, ataque "a Dios creador del hombre", y que se atreva a decir al que le ha hecho: ¿por qué me has hecho así?, ignorando por completo cómo ha sido hecho, es atrevimiento de una cabeza muy precipitada. Pero ¡se les permite a tales vasos de ira que parloteen para que despierten como del sueño de la negligencia a los vasos de misericordia, y, con el afán de responder a las injurias pestilentes, apliquen el remedio con palabras saludables!
Ved cómo censura ése "al Creador del hombre por haber prohibido tomar el alimento del conocimiento del bien y del mal, como si hubiese querido que el hombre fuese igual a las bestias, que no saben discernir eso, y se lo hubiese negado a quien le había dado potestad sobre las bestias", en lo cual solamente el hombre supera a las bestias. ¡Cuán necesario es para vivir bien el que aprendamos a conocer algunas cosas por medio del infortunio y a desconocer otras para mayor felicidad! En efecto, ¿cuanto más felizmente desconocemos las enfermedades y los dolores? Y si el médico nos prohibiese algún alimento, porque sabe que tomándolo nos enfermaría, y por esa razón le llamase el alimento del conocimiento de la salud y de la enfermedad, porque por medio de él el hombre, al sentirse enfermo, conocería por propia experiencia qué diferencia había entre una enfermedad contraída y la buena salud perdida, ciertamente que hubiera sido mucho mejor haberlo ignorado y haber permanecido en aquella buena salud perdida, dando crédito al médico por obediencia que no en la enfermedad por propia experiencia, ¿vamos a decir que ese médico nos estaba envidiando una ciencia semejante?
¿Quién va a dudar de que el pecado es un mal? Y, sin embargo, se dijo elogiosamente del Señor Jesucristo que no había conocido pecado 44. Desconocía, pues, ese mal, y por eso no tenía ese conocimiento del bien y del mal que se le prohibió a Adán. Si pregunta: ¿cómo condenaba lo que desconocía? Porque condenaba los pecados: Pues todo lo que se condena, como dice el Apóstol, lo denuncia la luz 45, ¿cómo va a ignorarlo aquel que lo esta condenando? ¿Acaso no responderá con exactitud que lo conocía y que no lo conocía? Con exactitud completa: puesto que lo conocía por sabiduría y no lo conocía por experiencia. Adán debió dar crédito a aquella divina Sabiduría, para que, obedeciendo al precepto de Dios, se abstuviese de esa ciencia del mal que se adquiere por la experiencia. De este modo, si no lo hubiese hecho, habría desconocido el mal. Pero se hizo el mal a sí mismo, no a Dios.
En efecto, nada pudo hacer con la voluntad desobediente, sino que tuvo que sufrir la ley de la justicia. En consecuencia, el castigo que el hombre desobediente recibe en sí mismo es tal que, como desquite, no se obedece ni a sí mismo. De lo cual ya he tratado más ampliamente en otros lugares, sobre todo en el libro decimocuarto de La ciudad de Dios.
La obediencia, origen y madre de todas las virtudes
19. Ahora voy a responder brevemente a lo que ese sujeto dice: que "el Creador del hombre privó de un gran bien a quien Él había hecho; y que, en cambio, hubiese preferido que fuese semejante a la bestia, sin el conocimiento del bien y del mal". Tal conocimiento no es la sabiduría del hombre feliz, sino la experiencia del hombre miserable. Por eso fue nombrado el árbol de cuyo fruto le fue prohibido comer al hombre 46, para recomendar la obediencia como la virtud principal, y, por así decirlo, origen y madre de todas las virtudes, en aquella naturaleza a la que le dio el libre albedrío de la voluntad, de modo que con todo sea necesario que viva bajo la potestad de un ser mejor. Aunque no hayan faltado algunos a quienes ha parecido que ese discernimiento del bien y del mal era un gran bien, del cual no fueron capaces ni siquiera quienes, al usurpar ese conocimiento en contra de la prohibición, pecaron por desobediencia.
Libre voluntad, justicia y gracia
20. A quienes opinan que el Creador debía haber hecho al hombre de modo que no quisiese pecar, no les disgusta, en cambio, el que lo haya hecho de modo que pueda pecar si quiere. ¿Es que, si hubiese sido mejor quien no hubiese podido pecar, por eso mismo no fue bien hecho el que también hubiese podido no pecar? ¿O es que hay que chochear, de modo que el hombre vea que algo debió ser mejor hecho en la creación, y no piense que esto ya lo vio Dios; o piense que lo vio, pero crea que no lo quiso hacer; o que lo quiso hacer ciertamente, pero que de ningún modo lo pudo hacer? ¡Que Dios aparte semejante blasfemia de los corazones piadosos! Si, pues, la recta razón demuestra que es mejor la criatura racional que no abandona a Dios con ninguna desobediencia que aquella que sí lo ha abandonado, advierta quien piensa eso que la criatura que nunca ha abandonado a Dios no va a carecer de los bienes celestiales, y además no hay fatalidad alguna que la obligue a abandonar a Dios por alguna necesidad. Y porque abandonó a Dios por voluntad propia, nada han disminuido por eso las disposiciones sapientísimas de Dios, que tanto usa bien de los malos como rectamente de los perversos. Y de todo el género humano condenado con toda razón y justicia afirma que se ha reservado una familia santa y numerosa, no por sus propios méritos, sino por su gracia, para trasladarle al reino eterno.
Presciencia y bondad de Dios
21. Siendo esto así, Dios no debió ocultar el árbol funesto, al que, por la desgracia que el hombre se iba a acarrear, lo llamó árbol del conocimiento del bien y del mal; a saber: por causa de ese árbol usurpado contra la prohibición divina iba a conocer de qué bien se separó y en qué mal se precipitó. ¿Por qué, pues, Dios iba a ocultar de qué iba el mandato y por qué recomendaba la obediencia? No ignoraba que el hombre iba a pecar, sino que a la vez conoció de antemano ciertamente la divinidad suprema qué justicia y qué bondad había de tener también del pecador. Ni dispuso lo que pudiese hacerle pecar si el hombre no hubiese querido hacerse daño pecando, sino que más bien instituyó lo que iba a aprovecharle, porque o el hombre habría obedecido no sin una buena recompensa, o habría pagado las penas de la desobediencia no sin un ejemplo útil para que sus santos descendientes obedeciesen. Dios tampoco quiso lo que no pudo, puesto que lo quiso para que, o bien el hombre fuese obediente, o bien, si fuese desobediente, no quedase impune. Ni quiso mandar sin fruto alguno lo que el hombre no iba a guardar, porque el castigo del despreciador enseñó a otros a obedecer. Tampoco en el hombre una parte de Dios resistió a Dios, porque, si el alma del hombre fuese una parte de Dios, no hubiese podido en absoluto ni ser engañada por sí misma ni por nadie, ni ser obligada por necesidad alguna a hacer algo malamente o a sufrirlo, ni a ser cambiada en mejor o peor 47.
El alma, creada de la nada
22. Aquel hálito de Dios que animó al hombre fue hecho por Él y no de Él. Porque ni el soplo del hombre es parte del hombre, ni el hombre lo hace de sí mismo, sino del hálito aéreo aspirado y expirado. En cuanto a Dios, pudo también sacarlo de la nada, tanto al ser vivo como al racional; lo cual no puede el hombre.
Aunque algunos crean que Dios no hizo entonces animado al primer hombre, cuando le sopló en su rostro y fue hecho en animal vivo, sino que entonces recibió el Espíritu Santo 48.
Qué sea lo más creíble de todo esto es largo de disputar ahora. De lo que no se puede dudar es que el alma no es una parte de Dios, ni que ha sido creada o producida de la sustancia y naturaleza suya, sino hecha de la nada.
Interpretación falsa
XV. 23. Por tanto, "la serpiente no se encuentra, según dice ese blasfemo 49, en mejor situación que Dios, porque prevaleció al engañar al hombre que había hecho Dios". El hombre no hubiese sido engañado en modo alguno si él no se hubiese apartado de Dios con corazón soberbio hacia sí mismo. Ciertamente que aquella sentencia: Antes de la ruina se ensoberbece el corazón 50, es veraz por ser divina. Y cuando se ensoberbece contra Dios, entonces es abandonado por Él y se entenebrece en sí mismo. Y ¿qué tiene de extraño si, al estar en tinieblas, ignora lo que va a venir porque él no es la luz por sí mismo, sino que es iluminado por Aquel que es la luz? Que Dios siempre es invencible lo demuestra también el hombre vencido, porque no hubiese sido vencido si no se hubiese apartado del invencible. ¿Cómo entonces va a ser vencedor el engañador del hombre cuando él mismo es engañado también por sí mismo? Luego tanto el que engaña como aquel a quien engaña, los dos son engañados al apartarse de Aquel que no puede ser engañado, y los dos son vencidos al apartarse de Aquel que no puede ser vencido. Y así el que más se aparte de Él más vencido es, porque es tanto más inferior cuanto es peor. Y por eso es necesario que quien parece que vence, causando antes el mal a otro, él mismo sea más ampliamente vencido al perder el bien. Y así no puede ser que tenga un lugar mejor cuando su situación es peor.
Y en cuanto a lo que parece que el diablo prevaleció temporalmente al haber vencido al hombre, también fue él bien vencido y definitivamente al haber sido reparado el hombre. No son aquellas palabras de un Dios que se declara vencido, sino más bien de Dios que reprocha irónicamente: ¡Mirad a Adán hecho como uno de nosotros! 51 Lo mismo que cuando el Apóstol dice: ¡Perdonadme esta injuria! 52 De hecho quiere que se le entienda al revés, si es que hay un juez imparcial y no un calumniador ignorante.
El árbol de la vida
24. En realidad, ¿qué es lo que quiere el pecador, a quien le molesta que le haya sido prohibido el árbol de la vida, sino vivir mal impunemente? Ni era gran cosa para Dios, incluso, quitar de cualquier manera la vida al hombre si lo hubiese querido; pero, porque las almas racionales viven de la sapiencia, ya que su muerte es la insipiencia, para significar esto el árbol de la vida en el paraíso, con su fruto, no dejaría morir al hombre ni en el cuerpo.
Y está bien claro que una vez separado de allí fue entregado a la muerte para consumirse con la edad, lo cual nunca le habría sucedido de comer siempre el alimento permitido, porque antes de ser excluida su alma del árbol espiritual de la vida por causa del pecado, el alma ya estaba muerta por cierta muerte interior suya.
En efecto, está escrito de la Sabiduría: El árbol de la vida es para los que la abrazan 53.
Lo que ése dice sin entender: "En qué medida, pues, antes de la maldición, podía vivir perpetuamente el hombre inmortal, que todavía no había tomado el alimento de ese árbol?" Como si alguien le hubiese dicho o hubiese leído en alguna parte del libro que Adán aún no había comido del árbol de la vida! Al contrario, hay que entender más bien que de allí le venía la vida perpetua para el cuerpo, de modo que no fuese consumido por la vetustez de la edad. Por eso se le prohibió comer de allí, para que por el castigo del pecado tuviese ya necesidad de morir.
El símbolo de la sabiduría
25. Pregunta: "¿Cómo comenzó a morir desde la maldición de Dios, cuando la vida misma nunca había tenido principio de Él?" Como si Dios le hubiese deseado la muerte al hombre, como un hombre a otro hombre!, y como que las palabras de Dios pertenecen no a la sentencia del que castiga, sino a la ira del que maldice. En realidad, el castigar con la muerte corporal fue separarle del árbol de la vida, puesto que ya había muerto espiritualmente, cuando se separó principalmente con el alma del alimento de la sabiduría. De ese modo Dios quiso significar qué es lo que le había ocurrido ya en el alma al apartarlo del árbol de la vida, símbolo de la sabiduría.
Cristo es el árbol de la vida
26. "Pero -insiste- ese árbol que en el paraíso daba los frutos de la vida, ¿a quién aprovechaba?" ¿A quién sino a los primeros hombres, varón y mujer, que habían sido colocados en el paraíso? Después, arrojados del paraíso por el mérito de su iniquidad, quedó para recordar el significado de la vida espiritual del árbol, que es, como hemos dicho, la misma sabiduría, alimento inmutable de las almas bienaventuradas 54.
Pero, si actualmente alguien come de ese fruto, ese alguien sería Henoch y Elías, sin atreverme a asegurarlo. Sin embargo, si las almas de los bienaventurados no se alimentan de ese árbol de la vida que está en el paraíso espiritual, no leeríamos que como recompensa de la piedad y de la confesión fidelísima le fue concedido el paraíso el mismo día al alma del ladrón que creyó en Cristo: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso 55. Y estar allí con Cristo es estar con el árbol de la vida. Ciertamente Él es la Sabiduría de la que, como he recordado antes, está escrito: Es árbol de la vida para los que la abrazan 56.
Bondad y severidad de Dios
XVI. 27. ¿Es que también habrá que refutar lo que ridiculiza, por así decirlo, con agudeza, según le parece? En primer lugar, "que Dios no supo de antemano lo que ha sucedido después". En segundo lugar, "que no pudo realizar lo que había planeado a lo grande". En tercer lugar, "que, desbordado, ha recurrido a las maldiciones".
¿De dónde sabe ése que Dios no conoció de antemano lo que ha sucedido después? ¿Tal vez porque ha sucedido después? Sin duda que, de no haber sucedido, en modo alguno habría conocido de antemano el futuro, porque no iba a suceder. O, si es que cree que por eso no lo supo de antemano, porque, de haberlo sabido, habría tomado medidas para que no sucediese. Lo mismo puede decir de Cristo cuando entregó un talento al hombre que no iba a producir nada; porque se lo había dado precisamente por eso, para que aumentase su dinero, que es todo lo que el dinero representa. Como sucedió que el siervo aquel, por su pereza, no negociaba nada, ¿entonces no lo supo de antemano el padre de familia que se lo dio? También puede decir que Cristo no se preocupó de esa ganancia que planeo a lo grande.
Y lo mismo puede decir lo tercero, que, desbordado, recurrió a las maldiciones, porque dijo: Atadle las manos y los pies y arrojadlo a las tinieblas exteriores 57. Que es lo que se dijo de Adán para que, apartado del árbol de la vida, fuese castigado también con la muerte del cuerpo.
Porque a ese hombre tan despabilado la maldición del impotente le parece tiranía del poderoso; ¡que llame a Cristo impotente porque no pudo hacer lo que quería para conseguir la ganancia espiritual! ¡Que le llame rival y malicioso porque ha envidiado la luz y la salud en aquel siervo suyo al que mandó arrojar a las tinieblas, donde había llanto y rechinar de dientes! Si no se atreve a decir esto de Cristo, para no declarar de ese modo que él no es cristiano, ¿por qué se atreve a decir del Creador del hombre y del juez justo del pecado lo que no se atreve a decir del Redentor del hombre y, por supuesto, también Él mismo, vengador con el castigo de la muerte eterna, si hubiese despreciado sus preceptos? Porque ¿contra qué otro, si no contra Cristo, lanza ese ignorante tales injurias?, puesto que Él dice: Si creyeseis a Moisés, me creeríais también a mí; porque él escribió de mí 58. En efecto, ¿qué es lo que el Padre hizo entonces o lo que jamás deja de hacer sin el Hijo?
Luego si la Escritura santa exalta saludablemente no sólo la bondad, sino también la severidad de Dios, porque Dios tanto es amado útilmente como es temido, por lo cual el Apóstol, en el mismo lugar, recuerda ambas cosas cuando dice: Así, pues, estás viendo la bondad y severidad de Dios 59. ¿A qué viene que ese loco y precipitado, a la vez que se jacta de ser cristiano, reprende en el Dios de los profetas lo mismo que ha encontrado en el Dios de los apóstoles, porque es el mismo Dios el de aquéllos y el de éstos? 60
El castigo de Dios
28. Y lo que he recordado de ese siervo perezoso, a quien la severidad de Dios envió a las tinieblas exteriores, donde ni se le llama incapaz de prever las cosas futuras, porque le confió su dinero; ni impotente, porque no le orientó para que trabajase bien, sino que lo corrigió; ni émulo y malicioso, porque, habiéndolo separado de la luz, lo mandó a las tinieblas. El lector fiel debe advertir que todo esto se dice de los castigos de los hombres que, según se lee en los libros proféticos, fueron aplicados a los pecadores.
Lo mismo se dice también del diluvio. En efecto, el Señor Jesús anunció previamente que en su advenimiento sucederá algo semejante, cuando dice: Así como en los días de Noé comían, bebían, plantaban, edificaban, tomaban esposos y esposas. Vino el diluvio y los perdió a todos. Así será también la venida del Hijo del hombre 61. Igual lo de la dureza de corazón del faraón. Los escritos del Nuevo Testamento afirman también de algunos: Dios los entregó a sus propósitos réprobos para que hagan las cosas que no convienen 62. Lo mismo del espíritu mendaz, que Dios, usando bien aun de los malos, envió con rectísimo juicio para engañar a un rey impío, como el profeta Miqueas afirma que le fue mostrado en visión profética 63. Y el apóstol Pablo tampoco dudó en decir algo parecido, sabiendo que hablaba con toda verdad, cuando afirma: Dios les enviará un extravío para que crean en la mentira, y sean juzgados todos los que no han creído a la verdad, sino que consintieron en la iniquidad 64. Como sucedió de hecho por medio de Moisés, a quien Dios dijo: Toma a todos los jefes del pueblo y sacrifícalos al Señor mirando al sol 65, es decir, públicamente, a la luz del día. O, si se quiere, como Moisés vengó el ídolo fabricado de manera que ninguno perdonara a su prójimo, matando con la espada a los impíos. Lo dijo igualmente el Señor Jesús: Y a los que no han querido que reine sobre ellos, traedlos y degolladlos en mi presencia 66. Donde en realidad, porque significa la muerte de las almas, los fieles deben tener más horror y miedo a ésta que a la muerte de los cuerpos. Por eso el mismo Señor dice: No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, sino temed más bien a quien puede condenar al infierno al alma y al cuerpo 67.
La misericordia de Dios
29. Si alguno con alma fiel, como conviene, estuviese pensando en esa clase de muerte que envía las almas al infierno, juzgará como sin importancia cualquier carnicería y aun los ríos de sangre de los cuerpos mortales, como quiera que cualquier día han de morir. Al exagerar ése tales matanzas y describirlas con vanidad retórica, para blasfemar de Dios que flagelaba con tales muertes a aquellos a quienes había sido útil este terror, trata de infundir horror a los sentidos mortales. ¡Y así piensa que hace algo, dando coces contra el aguijón 68, para que al acusar a la providencia de Dios por la muerte de la carne sea él arrojado al infierno por la muerte del corazón!
¿Qué hombre, de cualquier sexo, no prefiere ser degollado, aun de aquel modo como el sacerdote Finees degolló a los fornicarios en el mismo abrazo de su nefanda voluptuosidad, constituyendo un ejemplo terrible de venganza contra las lujurias execrandas, por lo que agradó a Dios sobremanera? ¿Quién, repito, no va a preferir una muerte parecida, y aun ser quemado con el peor de los fuegos, incluso ser despedazado por los mordiscos de las fieras, antes que ser echado al infierno de un fuego eterno? ¿Por qué entonces el Dios de los cristianos castiga con tales muertes a los pecadores, de modo que, después de la muerte transitoria del cuerpo, venga el suplicio eterno en el infierno, sino porque es único el Dios de uno y otro Testamento?
En realidad podrían decir los judíos contra tamaña impiedad, aun cuando exagere tanto cuanto quiera las guerras, matanzas, entierros, sangre, que ellos tienen un Dios sin punto de comparación más misericordioso que nuestro Dios, a saber: que castiga inmensamente más compasivo con las muertes transitorias de los cuerpos que con las llamas perpetuas de los infiernos.
La justicia de Dios
30. Y "por eso precisamente le parece a ése que el Dios de la ley y los profetas", que es el Dios único y verdadero, "debe ser acusado de crueldad, porque inflige la pena de muerte corporal por causas levísimas o, mejor dicho, por motivos que deberían sonrojar". Por ejemplo: que David hubiese hecho el censo del pueblo; que los niños, como dice ése, "hijos del sacerdote Helí, hubiesen probado algo de las ollas y marmitas preparadas para Dios". En ese asunto yo no voy a disputar cuán grande y pernicioso vicio de arrogancia se enroscaba ocultamente en tan santo varón para querer censar al pueblo de Dios. Sólo pongo de manifiesto que fue castigado con muertes no eternas, que habían de llegar muy pronto por su condición humana, y pasar velozmente, a aquellos hombres de cuya multitud estaba orgulloso.
Tampoco afirmo que los hijos de Helí no fuesen niños, como dice él, sin saber lo que dice, sino de una edad en la que podrían y deberían ser castigados con toda justicia por su atrevimiento sacrílego de preferirse a sí mismos en los sacrificios al Señor Dios. Que Dios vengó esa negligencia hasta con una guerra, velando no por sí, sino por el pueblo a quien hubiese beneficiado la religión y la piedad, pudiendo los vencedores aumentar el temor de Dios por las muertes de aquellos que, aun cuando hubiesen llegado a viejos, tendrían que morir después de no mucho tiempo.
De hecho, también leemos que otros han muerto con las muertes de los cuerpos y no por sus pecados, sino por los pecados ajenos. ¡Cuánto más doloroso es el castigo de los vivos que el de los que mueren por la disolución de su carne! En cuanto a las almas que salen de los cuerpos, tienen su destino, o bueno o malo, sin que sean agravadas por el género de muerte que sea, ya que están despojadas del cuerpo. Y en cuanto a la muerte de las almas, nadie paga uno por otro.
Insisto en esto: ¡cuán grave cree ése que fue aquel pecado, cuando en el banquete nupcial se halló al hombre que no tenía el vestido de boda! 69 Creo yo, si lo medimos con la apreciación humana, que le debió bastar un poquitín para enrojecer, y a lo sumo que la indignación del anfitrión se alargaría a obligarle a cambiar de vestido. Y, sin embargo, le dijo: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y rechinar de dientes 70. Pero replicará: quiere decirse que no es pequeña la culpa el no haber tenido el vestido nupcial, porque esa cosas pequeñas son señales de cosas grandes. Del mismo modo que los sacrificios visibles 71, siendo pequeños en las cosas terrenas, son signo de cosas grandes y de las divinas, en las que los hijos del sacerdote se preferían a sí mismos al mismo Dios, cuyo honor es atendido en los sacrificios.
En cambio, el comensal aquel no se prefirió al esposo, sino solamente que no se encontró de acuerdo porque no tenía la túnica nupcial.
Sin embargo, si advierte ése qué diferencia hay entre las mismas penas con que uno y otro es castigado, entienda cómo esta última pena supera incomparablemente a aquélla, puesto que antepone las cosas espirituales y sempiternas a las corporales y temporales.
La identidad de Dios en los dos Testamentos
31. Y ¿qué necesidad hay de querer endilgar un sermón inconveniente a los sentidos carnales sobre las significaciones místicas de los sacrificios y del vestido nupcial?
¡Atención!, y hablemos de lo que está más claro: el Señor, cuando compara el Evangelio con la ley antigua, al contestar que no es malo lo que los hombres habían aprendido antes (en la ley antigua), sino que es más perfecto lo que Él mismo enseñaba, dice: Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que matare será reo de juicio. Pero yo os digo: el que estuviere reñido con su hermano será reo de juicio, y el que le dijere: ¡raca! será reo del consejo, y el que le llame ¡fatuo!, será reo del fuego del infierno 72. ¿Qué cosa tan pequeña entre los pecados como llamar a un hermano ¡fatuo!? Y ¿qué cosa más grande entre los castigos que el fuego del infierno? Si ése hubiese encontrado en la ley y los profetas que, por mandato divino, se hubiese mandado apedrear a alguien por haber llamado a su hermano ¡fatuo!, ¿de cuánta crueldad acusaría a Dios? Y ¿quién no hubiese preferido, no digo ser apedreado, sino, viviendo y sintiéndolo, ser despedazado y consumido miembro a miembro y trozo a trozo del cuerpo, poco a poco y por menudo, a ser esclavizado con el fuego del infierno?
Será absurdo que alguien llame al Dios del Evangelio más cruel que al Dios de la ley, entendiendo que es uno y el mismo el Dios de ambos Testamentos, porque en la ley atemoriza con castigos corporales y en el Evangelio con penas espirituales. Y tanto allí como aquí es fiel, pero en ningún sitio cruel.
Relación entre culpa y pena
32. ¿Y qué? Si encontrara una lengua enemiga de Cristo y blasfema de Él, tal cual es la de ése, condenable por su charlatanería impía, ¿no sería atormentado más acerba y amargamente que lo que a ése así le indigna: que por las viandas pregustadas del sacrificio es impuesta una pena carnal y temporal como un sacrilegio, cuando el Señor amenaza que vendrá y dirá a las gentes puestas a su izquierda: Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles? ¿Buscas la causa de tan gran suplicio? Escucha: Tuve hambre y no me disteis de comer 73. Ved cómo por el alimento temporal no robado, sino no dado, conmina el suplicio eterno y horrendo. Y con toda justicia, si atiendes a la verdad.
En realidad, es insignificante lo que se da en limosnas; pero cuando se da piadosamente se adquiere por ello un mérito eterno. Y además, porque es poco lo que se da, no lo pregona la gran impiedad. Por lo cual no es de extrañar que a tanta esterilidad, como a la de los árboles infructuosos, le esté preparado el suplicio del fuego eterno. Efectivamente, si consultas a un hombre para que te responda de sí mismo: todo hombre es mentiroso, él quita importancia a la culpa y exagera la pena, porque aquélla no la ve por su espíritu carnal y a ésta la aborrece con su carne mortal.
Así es ése con las penas corporales de todos los hombres, que son castigados o corregidos en el Antiguo Testamento, mucho más leves que las que se leen en el Evangelio. Porque ¿qué diluvio puede ser comparado con los fuegos eternos?, ¿qué matanzas, heridas, muertes corporales con los tormentos eternos? Y ¿ese demente hincha con todo el estrépito de sus dos carrillos 74 los veinticuatro mil caídos, como si no muriesen cada día innumerables millares en el orbe entero? Y eso que la muerte del cuerpo es transitoria. En cambio, ¿quien puede calcular cuántos millares de todos los pueblos estarán a la izquierda condenados a los fuegos eternos?
El temor del castigo
33. ¡Que vaya y grite a boca llena y con los ojos cerrados, como si "Dios hubiese confesado su crueldad, porque dice por el profeta": Afilaré como un rayo mi espada, embriagaré mis saetas de sangre, y mi espada devorará las carnes con la sangre de los heridos! 75 De qué palabras acusa "a Dios, que, por así decirlo, está siempre hambriento de sangre humana", como si hubiese dicho: Me embriagaré de sangre, o me comeré las carnes con la sangre de los heridos. Pero que ese vano e insensato se horrorice de la amenaza útil de Dios, cuan grande como se quiere y, por así decirlo, insaciable de crímenes, y que, según dice, "se gloría únicamente de los males por sola la crueldad", ¿qué o cuánto vale todo eso en comparación con las palabras del que dice: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles? 76 Allí las flechas no se embriagarán siempre de sangre; en cambio, las llamas nunca se hartarán con todos los miembros de las víctimas; tampoco la espada devorará las carnes, privando del sentido doloroso a los muertos más rápidamente que agudizándoselo a los heridos, sino que nadie se ve libre de los tormentos, ni tan siquiera muriendo, para que ni en el mismo que muere muera a la vez la misma pena.
Por qué ése no dice aquí: ¿es que no confesaremos que Dios debe ser venerado, o más bien maldecido y evitado? ¿Quizá teme decir esto de Cristo para poder escapar del suplicio de aquel fuego eterno adonde ordena enviar a los impíos? Pero ¿ignora el miserable que, al decir eso del Dios de los profetas, lo dice de sí mismo, cuya severidad tan tremenda teme ofender en el Evangelio?
El tesoro del amor en los dos Testamentos
XVII. 34. Censura también que "Dios dice que los castigos de los impíos están significados por la hiel de la vid y la amargura del racimo, el furor de dragones y de serpientes reunidos en su presencia y designados entre sus tesoros, para irlos aplicando en su momento, en cuanto hubiese resbalado su pie (de los impíos)". Ignora ése que aquí se llama tesoros a las disposiciones ocultas de Dios, que dispone dar a cada uno según sus obras. Por eso, el Apóstol dice: Tú, en cambio, según la dureza de tu corazón y tu corazón impenitente, atesoras para ti la ira en el día de la ira y la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras 77. ¿Ante quién atesora para sí la ira el corazón impenitente sino ante Aquel que ha de juzgar a los vivos y a los muertos? Puesto que los libros del Antiguo Testamento conocen también el tesoro del amor del que está escrito allí que descanse en la boca del sabio. Y en los Proverbios se lee: que Dios atesora la salvación para los que lo aman 78. El profeta Isaías dice también: Entre los tesoros nuestra salvación. Allí la sabiduría y la disciplina y la piedad para el Señor. Esos son los tesoros de la justicia 79.
Pero los fanfarrones y sofistas de la mente, que contradicen a las sagradas Letras que no quieren entender, entresacan de ellas los pasajes ásperos que allí se leen para encarecer la severidad de Dios, y de los Libros evangélicos y apostólicos los pasajes suaves que en ellos se leen para resaltar la bondad de Dios. Luego, ante los hombres inexpertos, infunden horror al Dios del Antiguo Testamento e intentan despertar amor al Dios del Nuevo. ¡Como si fuese difícil que uno cualquiera, pero a la vez blasfemo e impío, se pudiese oponer al Nuevo Testamento del mismo modo que ése se opone al Antiguo, tomando del Antiguo aquellos pasajes donde se encarece la bondad de Dios y, por el contrario, del Nuevo aquellos donde se resalta la severidad de Dios! Y entonces, que grite envidioso y venenoso: ¡Mirad el Dios que hay que adorar!, misericordioso y compasivo; paciente y de mucha misericordia; que no se irritará hasta el final ni se indignará eternamente; que no nos ha tratado según nuestros pecados ni nos ha pagado según nuestras iniquidades, sino que cuanto dista el Oriente del Occidente, aún más ha alejado de nosotros nuestros pecados. El cual, como un padre compadece a sus hijos, así compadece a los que le temen 80.
Él dice: no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva 81. No hay que adorar al Dios aquel que, so pretexto de castigar la avaricia, mandó arrojar con las manos y los pies atados a las tinieblas exteriores, donde hubiese llanto y rechinar de dientes, hasta al pobre siervo que no sólo no perdió el talento que había recibido, sino que simplemente no consiguió otro tanto. Tampoco al que arroja de su banquete al hombre que no tenía el vestido nupcial y, atado de modo semejante, le castiga con parecido suplicio. Ni al que responde: No os conozco, a las que venían a Él y le gritaban: Señor, ábrenos, solamente porque no llevaron consigo el aceite que debían ir echando a sus lámparas. Ni al que por una sola palabra injuriosa manda al infierno. Tampoco al que, por no haber dado un alimento temporal, condena con el fuego eterno. Estos y otros pasajes semejantes, si los reúne con mente insana algún sacrílego, de allí (Antiguo Testamento) los suaves, de aquí (Nuevo Testamento) los ásperos; e intenta de ese modo apartar de Cristo como inhumano y cruel a los hombres ignorantes de ambos Testamentos para convertirlos al Dios de los profetas, que es misericordioso y compasivo, ¿no aparecerá como impuro e impío, incluso a este mismo que hace con el Antiguo Testamento eso que podría hacer con el Nuevo cualquier hombre igualmente sacrílego? En cambio, quien da a Dios el culto debido, ciertamente que halla que es único el Dios de los dos Testamentos, y ama la bondad del mismo y único Dios en ambos, y en uno y en otro teme también una justa severidad: en aquél, entendiendo al Cristo prometido; en éste, aceptando al Cristo enviado.
Dios, único y verdadero Creador de los bienes temporales y eternos
35. ¿Acaso no ha leído ya antes en los Libros antiguos que no hay que devolver mal por mal, cuando se manda que, si alguno encontrase perdido el jumento de su enemigo, lo haga volver a su dueño, y si estuviese caído en el camino, que no pase de largo, sino que lo levante con la carga? ¿Acaso no está escrito anteriormente lo mismo que el Apóstol trae aquí: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber? 82 ¿No leemos que lo primero que todo hombre de Dios dice a su Dios es lo que ciertamente sabe que le agrada: Señor, Dios mío, si hice eso, si hay iniquidad en mis manos, si he devuelto el mal a los que me lo hacían? 83 ¿No describe antes allí el profeta Jeremías la paciencia del santo, que ofrece la mejilla al que lo hiere? ¿No está mandado allí, desde el Antiguo por medio de otro profeta, que cada cual no recuerde la malicia de su hermano? ¿A qué viene que ese blasfemo recoja todo esto como contrario al Antiguo Testamento desde el Nuevo, bien sea porque de hecho ignora los dos Testamentos, bien sea porque disimula conocerlos para engañar a los inexpertos?
A cualquiera que se le pregunte: si el que manda al fuego eterno por el alimento no dado no da mal por mal, se turbará de cierto, y advertirá que es incomparablemente más benigno quitarle a un hombre el ojo por el ojo, el diente por el diente, en lo cual la medida de la venganza no excede el límite de la injuria, que exigir una severidad tan grande por un acto de humanidad no realizado, cuando aquí la culpa es transitoria y la pena, en cambio, no tiene fin. Así aprenderá, si no es obstinado, que en ambos Testamentos del único Dios, tanto debe ser amada la bondad como temida la severidad 84. Porque aunque en el Antiguo Testamento la Jerusalén temporal dé a luz siervos por la promesa de los bienes y la amenaza de los males temporales, en el Nuevo, en cambio, la Jerusalén eterna da a luz hijos libres, donde la fe alcanza la caridad, por la cual la ley pueda ser cumplida no tanto por temor de la pena como por amor de la justicia.
Sin embargo, en aquel tiempo, bajo la ley hubo también justos espirituales a quienes no mataba la letra con sus preceptos, sino que más bien vivificaba el espíritu con la gracia adyuvante 85.
Por tanto, como la fe en el Cristo futuro habitaba ya ciertamente en los profetas, que anunciaban de antemano que Cristo iba a venir, también ahora hay muchos carnales que o hacen herejías al no entender las Escrituras, o se alimentan todavía con leche como los niños, o, permaneciendo dentro de la misma Católica, se empeñan en ser como paja que se prepara para los fuegos eternos. Y como Dios es el único y verdadero creador de los bienes, tanto temporales como eternos, con la misma propiedad es el mismo autor de los dos Testamentos, porque, como el Nuevo está figurado en el Antiguo, así el Antiguo está revelado en el Nuevo 86.
Justicia vindicativa del pecado
36. La mansedumbre misericordiosa para perdonar, por la que se dijo que no sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete debían ser perdonados los pecados al hermano, no sirve para que la iniquidad quede impune, o indolente y durmiendo la disciplina, la cual perjudica mucho más que la venganza diligente y vigilante. Las llaves del reino de los cielos Cristo las entregó de hecho a su iglesia, de modo que no sólo dijese: Lo que desatareis en la tierra será desatado también en los cielos, donde clarísimamente la iglesia hace el bien y no el mal por el mal, sino que también añade: Y lo que atareis en la tierra será atado en el cielo 87, porque igualmente es buena la justicia vindicativa del pecado.
En efecto, aquello que dice: si tampoco escuchare a la Iglesia, tenlo para ti como un pagano y un publicano 88, es mucho más grave que si fuese herido por la espada, si fuese consumido por las llamas, si fuese atrapado por las fieras. Pues también allí añadió: En verdad os digo: lo que hubiereis atado sobre la tierra, será atado también en los cielos 89, para que se entendiese cómo es castigado mucho más gravemente el que queda impune como un abandonado.
Que diga ése aquí, si le pete: ¿Es así como entendemos los mandamientos del Salvador que ordena: No devolváis a nadie mal por mal, sino que cuando alguno os hubiere herido en la mejilla, ofrecedle la otra; y Perdonad las injurias a vuestros hermanos? ¡Ved cómo el hombre es apresado con las llaves de la Iglesia por hombres que no devuelven mal por mal, más amarga y desdichadamente que con cualquier carcelaje por grave y duro que sea, o incluso que con esposas de diamante!
"¡Lejos de mí el decir tal cosa, responde, porque soy cristiano!" Si lo fuese verdaderamente no lo hubiese dicho. Porque el Dios de los profetas, de cuyos escritos ése blasfema, es el mismo Dios de los apóstoles de cuyos escritos no se atreve a blasfemar.
El único sacrificio
XVIII. 37. Continúa: "pero David pidió a Dios que perdonase a los hombres que no habían pecado, y no fue oído sino después de ofrecer un sacrificio. Por eso no hay que creerle Dios verdadero, porque se embriaga con los sacrificios". Ya está respondido más arriba sobre el castigo de los hombres muertos, a quienes, como un día habían de morir, no les perjudicó aquella muerte temporal, y, sin embargo, con sus muertes castigó justamente el corazón arrogante del rey.
Sobre el sacrificio, ése no entiende completamente nada. Por eso se equivoca, porque el pueblo de Dios ya no ofrece a Dios tales sacrificios 90, después de que vino el sacrificio único, del cual todos aquellos fueron su sombra, no para reprobarlo, sino para significarlo. Y, ciertamente, como una cosa puede manifestarse con muchas locuciones y lenguas, así el único sacrificio verdadero y singular fue significado por las diversas figuras de los sacrificios anteriores.
Comprendéis que sería muy largo tratar aquí de cada uno de ellos. Sin embargo, que los ignorantes los torpes para entender y los precipitados para reprender, sepan una cosa: que el demonio no exigiría un sacrificio para sí si no supiese que era debido al Dios verdadero. En efecto, un Dios falso pretende ser honrado por aquellos a quienes engaña lo mismo que el verdadero Dios por aquellos a quienes cuida. Y el sacrificio es principalmente lo que se debe ofrecer a Dios.
En cuanto a las demás ofrendas presentadas a la divinidad, los hombres se han atrevido a arrogárselas aun a sí mismos con soberbia altanería. Aunque se recuerda a muy pocos que, pudiéndolo mandar con su potestad real, se hayan atrevido a imponer que les ofreciesen sacrificios. Sin embargo, algunos sí se atrevieron a hacerlo, y quisieron por ello ser tenidos como dioses. Pero ¿quién ignora que Dios no necesita sacrificios? Ni siquiera tiene necesidad de nuestras alabanzas. Y en verdad, como el alabar a Dios es útil para nosotros y no para Él, así el ofrecer sacrificios a Dios es útil para nosotros y no para Él. Porque la sangre de Cristo fue derramada por nosotros en singular y único sacrificio verdadero. Por eso Dios ordenó que en los primeros tiempos le fuesen ofrecidos sacrificios de animales sin defecto ni mancha, para que este sacrificio estuviese profetizado con tales significaciones. Para que del mismo modo que aquellos eran inmaculados de los vicios de los cuerpos, así fuera esperado el que había de ser inmolado por nosotros, porque Él solo había de ser inmaculado de todos los pecados.
Tiempos aquellos que eran anunciados ya de antemano por medio del profeta: El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado, y ha convocado a toda la tierra desde la salida del sol hasta el ocaso, desde Sión, dechado de su belleza. Y poco después, en el mismo salmo: Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte; Israel, voy a dar testimonio contra ti, porque yo soy el Dios, tu Dios. No te reprenderé por tus sacrificios, pues tus holocaustos están siempre en mi presencia. No tomaré becerros de tu casa ni machos cabríos de tus rebaños. Porque son mías todas las bestias de la selva, los ganados y los bueyes de los montes. Conozco todos los volátiles del cielo y la hermosura del campo está conmigo. Si tuviera hambre, no te lo diré, porque es mío el orbe de la tierra y su plenitud. ¿Acaso comeré yo carne de toros o beberé sangre de cabritos? Sacrifica a Dios sacrificio de alabanza y cumple al Altísimo tus votos. Y otra vez, al final del mismo salmo, dice: El sacrificio de alabanza me honrará, y allí el camino por donde le manifestaré la salvación de Dios 91. Ya he recordado antes, y he demostrado sobre esta salvación de Dios que es el mismo Cristo. ¿Qué sacrificio de alabanza hay más sagrado que en la acción de gracias? ¿Y cómo se puede dar mayores gracias a Dios que con su gracia por Jesucristo nuestro Señor? Todo lo cual saben los fieles que está en el sacrificio de la iglesia, del cual fueron sombras todos los sacrificios antiguos.
Pero a esos charlatanes, que reprenden al Antiguo Testamento, puesto que entienden mal lo que he recordado de este salmo, bástales, en cuanto se refiere a la cuestión presente, que el Dios de los profetas, que es también el Dios de los apóstoles, no come carne de toros ni bebe sangre de cabritos. Así lo entendían los santos, quienes, llenos de su Espíritu, decían estas cosas. De donde se sigue que lo que David ofreció para que se le perdonase al pueblo era sombra del sacrificio futuro, donde está significado que todo el pueblo se salva espiritualmente por el único sacrificio, del cual aquella sombra era figura. En realidad es el mismo Jesucristo, que fue entregado, como dice el Apóstol, por nuestros delitos y resucitó por nuestra justificación 92. Por lo cual dice también: Ha sido inmolado Cristo nuestra Pascua 93.
El Israel según el Espíritu
XIX 38. Ahora bien: donde ése intentó probar que "evidentemente sirvió a los demonios el que mereció con los sacrificios tales cosas", queriendo que se entienda eso del santo David, allí demuestra más evidentemente con cuánto engaño acecha a las almas de los inexpertos. En efecto, ha presentado como testigo al Apóstol porque dijo: "Ved a Israel carnalmente: ¿acaso los que comen víctimas no son participantes del altar? ¿Qué, pues?, ¿digo que el ídolo es algo? Pues los que sacrifican, sacrifican a los demonios". Pero eso no está escrito así, sino: Ved a Israel según la carne: ¿acaso los que comen de los sacrificios no son compañeros del altar? ¿Qué quiero decir? ¿Digo que lo inmolado a los ídolos es algo o que el ídolo es algo? No; sino que lo que inmolan, lo inmolan a los demonios, no a Dios. Yo no quiero que vosotros lleguéis a haceros compañeros de los demonios 94.
Bien ha podido suceder que, según la variedad de interpretaciones, no en la realidad, sino en las palabras, lo que yo he dicho "según la carne", otros códices pongan "carnalmente". Y lo que he dicho "los que comen de los sacrificios", otros digan "comen víctimas". Lo que él puso y lo que he puesto yo: "son compañeros del altar", algunos pongan "participantes del altar". Y lo que yo he puesto: "¿qué quiero decir? ¿digo que lo inmolado a los ídolos es algo?", no lo ha puesto él o no lo tenía su códice, y por eso solamente ha puesto: "que el ídolo es algo".
Pero lo que sigue sí que importa mucho a nuestro asunto, porque él lo ha puesto de otro modo. En efecto, el Apóstol dice: Sino que lo que inmolan, lo inmolan a los demonios, no a Dios. En cambio, ése dijo: "Pero los que sacrifican, sacrifican a los demonios", como si todos los que sacrifican no sacrificasen sino a los demonios. Y no dice el Apóstol "los que sacrifican", sino lo que sacrifican, o mejor, como lo he puesto yo: inmolan. A saber: aquellos que dan culto a los ídolos, lo que sacrifican lo sacrifican (o inmolan) a los demonios, no a Dios. Por eso también añadió: no quiero que vosotros lleguéis a haceros compañeros de los demonios, porque los apartaba de la idolatría. Por lo cual quiso demostrarles que de ese modo ellos llegaban a hacerse compañeros de los demonios cuando hubiesen comido sacrificios idolotitos, como el Israel carnal era compañero del altar en el templo porque comía de los sacrificios.
Y, precisamente, añadió: "carnalmente", o mejor, según la carne, porque es Israel espiritualmente, o mejor, según el espíritu, el que no sigue ya las figuras antiguas, sino a la verdad consiguiente que está significada por aquellas imágenes anteriores. A partir de aquí comenzó a decir: Por lo cual, dilectísimos míos, huid del culto de los ídolos.
Después, a continuación, muestra a qué sacrificio deben pertenecer ya, diciendo: Os hablo como a prudentes, juzgad vosotros esto que digo. El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es acaso comunión del cuerpo de Cristo? Porque, como hay un solo pan, muchos somos un solo cuerpo, porque todos participamos de un mismo pan 95. Y por eso añadió: Ved al Israel según la carne: ¿no son acaso compañeros del altar los que comen de los sacrificios? Para que entendiesen así que ellos son copartícipes del cuerpo de Cristo, del mismo modo que aquéllos son copartícipes del altar. Y porque al decir eso los apartaba de la idolatría, he ahí que toma para el exordio este pasaje de su sermón, como he recordado. Para que no pensasen por ello que no había que tener cuidado, aunque se comiese de los sacrificios de los ídolos, porque el ídolo no es nada, juzgando así que todo eso, como algo superfluo, no les perjudica.
Y, ciertamente, el mismo Apóstol confirmó que el ídolo no es nada, y que él no prohíbe tales cosas por eso, porque se inmolan a los ídolos unos sacrificios que no tienen sentido, sino porque dice lo que inmolan, a saber: los adoradores de los ídolos lo inmolan a los demonios, no a Dios. Y la misma verdad declara el sentido: porque en el templo, al que Israel servía carnalmente, es cierto que no era adorado un ídolo. Porque, si suponiendo que los sacrificios que se ofrecían a Dios en aquel templo según la ley antigua fuesen condenados como sacrificios de los ídolos, incluso como inmolados a los demonios, de ningún modo el mismo Cristo Señor hubiese dicho al leproso, a quien había limpiado: Vete, preséntate al sacerdote y haz la ofrenda que mandó Moisés como testimonio para ellos 96. En efecto, aún no había ofrecido el sacrificio de su cuerpo en vez de aquellos sacrificios, todavía no había reconstruido el templo de su cuerpo. Ni hubiese dicho, al arrojar de aquel templo a los que vendían bueyes y palomas: Mi casa se llamará casa de oración; pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones 97.
La Iglesia es el Israel según el Espíritu
XX. 39. En verdad que ése lo ha tomado de los apócrifos testimonios atribuidos a los apóstoles Andrés y Juan. Si fuesen de ellos los habría recibido la Iglesia, que desde los mismos apóstoles, por la sucesión visible de los obispos, desciende desde ellos hasta nuestros días, y después. Y ofrece a Dios en el cuerpo de Cristo un sacrificio de alabanza, desde el cual, hablando el Dios de los dioses, ha convocado a toda la tierra, desde la salida del sol hasta su ocaso 98.
En realidad, esta Iglesia es el Israel según el espíritu, del que se distingue aquel Israel según la carne 99, que servía en las figuras de los sacrificios que significan el sacrificio singular, que ahora ofrece el Israel según el espíritu, el que se dijo en profecía: Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte; Israel, voy a dar testimonio para ti 100, y lo demás que he recordado antes. Pues de esta casa no toma becerros, ni de sus rebaños cabritos. Ese inmola a Dios sacrificio de alabanza, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Lo cual está en el salmo que el Señor Jesús afirma en el Evangelio que se escribió de Él, cuando pregunta a los judíos, que le respondían que Cristo era hijo de David porque sólo lo conocían carnalmente, cómo David en espíritu le había llamado Señor.
Entonces recordé el comienzo de ese salmo: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies. Porque también allí se dijo esto otro: El Señor lo ha jurado y no se arrepentirá. Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec 101.
Saben los que leen qué es lo que ofreció Melquisedec en sacrificio cuando bendijo a Abrahán. Y si ya son entonces copartícipes, ven fácilmente que ese sacrificio ahora es ofrecido a Dios en todo el orbe de la tierra. En cambio, el juramento de Dios es la condenación clara de los incrédulos. Y que Dios no se arrepentirá significa que no cambiará ese sacerdocio, ya que es cierto que cambió el sacerdocio según el orden de Aarón. Que es lo mismo que otro profeta dice a Israel según la carne: Vosotros no me agradáis, dice el Señor omnipotente, y no aceptaré una víctima de vuestras manos. Ved cómo es según el orden de Aarón. En cambio, ¿por qué no lo acepta?, añade, y dice: Porque desde la salida del sol hasta su ocaso es glorificado mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y una hostia pura; porque mi nombre es grande entre los pueblos, dice el Señor omnipotente 102. Ved cómo es según el orden de Melquisedec.
En efecto, el incienso, que en griego es 2 L : \ " : " como expone Juan en el Apocalipsis, son las oraciones de los santos. Ciertamente, como se canta en el salmo, es el mismo Dios el que ha convocado toda la tierra, desde el nacimiento del sol hasta el ocaso, a esa tierra, a saber: a ese pueblo extendido desde la salida del sol hasta el ocaso le iba a decir: no aceptaré becerros de tu casa; inmola a Dios un sacrificio de alabanza 103. Él mismo dice, anunciando por medio de este profeta, cómo ya ha sucedido lo que con toda certeza iba a suceder: Desde el nacimiento del sol hasta el ocaso es glorificado mi nombre entre los pueblos, y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y una hostia pura; porque mi nombre es grande entre los pueblos 104.
Imposibilidad de que el lenguaje humano exprese lo inefable
40. Puesto que Dios no se arrepiente como el hombre, sino como Dios, del mismo modo no se irrita como el hombre, ni se compadece como el hombre, ni tiene celos como el hombre, sino todo eso como Dios. El arrepentimiento de Dios 105 no es porque se ha equivocado; la ira de Dios no tiene el enfado de un ánimo perturbado 106, la misericordia de Dios no tiene el corazón como quien compadece al miserable, de donde tomó el nombre la lengua latina 107, el celo de Dios no tiene el recelo del alma 108. Sino que se llama arrepentimiento de Dios al cambio imprevisto para los hombres de las cosas establecidas con su divino poder; ira de Dios a la venganza del pecado 109, misericordia de Dios es la bondad de ayudar y perdonar, celo de Dios es la providencia por la que no permite que los que son súbditos suyos amen impunemente lo que Él prohíbe.
Así que ese tal, que tan locuazmente ha censurado el arrepentimiento de Dios, debe aprender primero que apenas se encuentre algo que podamos decir de una manera digna de Dios; y además, como nosotros necesitamos hablar de Él muchísimo, y casi todo lo que más valoran los hombres es con su lenguaje humano, y como hay que entenderlo de Dios espiritualmente, apenas unos pocos y esos espirituales lo pueden entender. Por todo lo cual, la Escritura divina, hablando con especial providencia de lo inefable, desciende hasta algunas palabras 110 que cuando se habla de Dios les parecen absurdas e indignas a los hombres carnales, para que, al tener miedo de aceptarles, así como suelen los hombres, y a discutir de qué modo pueden ser entendidas correctamente de Dios, aprendan también allí que aquellas palabras, que en las mismas Escrituras les parecían indignas de Dios en su sentido natural humano, no conviene entenderlas o creerlas según los usos de los hombres. Por ejemplo, el arrepentimiento, como lo entienden los humanos, no conviene a Dios; pero no se ve tan pronto que la misericordia, tal como se compadecen los hombres, no convenga a Dios. Luego por aquello que confiesa el hombre que debe indagar, aprende igualmente a desear eso que ya creía bastarle. Así, pues, cuando decimos de Dios que se arrepiente, Dios no se muda en su voluntad, pero cambia; así como, cuando se irrita, Dios no se altera, pero castiga; y cuando se compadece, Dios no se duele, pero libera; y cuando Dios atiende con esmero, no se atormenta, pero causa sufrimiento.
El hombre no puede decir de Dios nada suficientemente digno y conveniente
41. ¿Es que en los libros del Nuevo Testamento faltan esas palabras, que si se toman como suelen entenderlas los hombres, en modo alguno convienen a la divinidad, y hasta producen una grave ofensa? Pues cuando el evangelista dice de Cristo con toda veracidad que no tenía necesidad de que alguien le diera un testimonio sobre el hombre, porque Él mismo sabía qué había en cada hombre 111, ¿por qué Él mismo dice a algunos: No os conozco? 112 Y cuando ha conocido de antemano y ha elegido a sus mismos santos antes de la constitución del mundo, ¿qué es lo que dice el Apóstol: Pero ahora conocedores de Dios, mejor dicho, conocidos de Dios 113, como si Dios hubiese conocido ahora a los que antes no conocía? Y lo que dice: No apaguéis el espíritu 114, como si el espíritu pudiese ser apagado, ¿quién lo dice sino el que todo lo entiende prudentemente? ¿O acaso en el Evangelio no está escrito: El que cree en el Hijo, tiene la vida eterna; pero el que es incrédulo del Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él? 115 Que ese blasfemo calumnie también a esa palabra y que diga: ¿Cómo es que se irrita habiendo sido escrito: la cólera del hombre no obra la justicia de Dios? 116 Que calumnie de ese modo también al Apóstol, que dice: ¿acaso es inicuo Dios porque provoca la ira? 117 Porque si alguno dijese que Cristo lo negará en aquel mismo momento en que ha de juzgar a vivos y muertos, ¿qué cristiano lo oirá pacientemente? Sin embargo, en el Evangelio dice: El que me hubiere negado a mí y a mis palabras, en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre lo negará cuando viniere en la gloria del Padre con sus santos ángeles 118. Pero ¿por qué, cuando rezamos, decimos: Santificado sea tu nombre 119, si siempre es santo, a no ser porque es verdadero también aquello que está escrito de algunos que mancillaron el nombre del Señor Dios suyo? 120 Y ¿por qué le dijo al Señor: Acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino 121, si Él no se olvida de nada, a no ser porque se le dice, y no a lo tonto, sino inteligentemente: Te olvidas de nuestra miseria y de nuestra tribulación? 122 Luego también Dios lo ignora a sabiendas. Y lo que siempre ha sabido, lo conoce alguna vez; y cuando es extinguido por quienes lo niegan, Él permanece inextinguible; y se irrita pacíficamente; y no puede ser anulado, aun cuando a veces es negado; y no puede ser mancillado su nombre, aun cuando a veces es profanado; ni puede olvidarse, aun cuando olvida; y se acuerda siempre, aun cuando se le avise.
Por tanto, es el inefable 123. Pues todo eso se dice de Dios, de quien el hombre nada puede decir suficientemente digno y competente, ni aun al mismo hombre. Siendo esto así, ¿qué persona religiosa no soplará a ese tal como al polvo, que arrebata el viento de la faz de la tierra?
Pero que, hinchado, orgulloso y hasta irrumpiendo ante los ojos de los débiles y perturbándolos, ¿le parece que dice algo, cuando ése critica en el Antiguo Testamento las palabras que no entiende, cerrando a la vez los ojos a lo que entiende en el Nuevo?
El arrepentimiento de Dios
42. Y a propósito del arrepentimiento de Dios, del que venimos hablando, al recordar la profecía sobre Cristo cuando se dijo: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente, tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melquisedec 124, para recomendar el sacrificio saludable, en el que la sagrada sangre fue derramada por nosotros, de quien habían sido figura los sacrificios de animales sin tacha que está mandado inmolar. He tratado, pues, del arrepentimiento de Dios para que no piense ése que hay que entenderlo de modo que cuando no comprenda delire rabioso con ladridos de blasfemias y tenga ocasión de volver a pensar lo mismo y a ser amonestado en lo que sigue inmediatamente.
En efecto, él mismo ha recordado que dijo Dios: Me arrepiento de haber ungido rey a Saúl 125. Pero esto está escrito que le fue dicho al santo Samuel, por medio del cual Dios reprende a Saúl, quien fingió misericordia, despreciando la obediencia, al haber perdonado al hombre que Dios le mandó sacrificar. ¡Como si Saúl supiese mejor qué se debía hacer con aquel hombre que quien había hecho al mismo hombre! Donde aprendemos nosotros lo que es muchísimo más saludable, a saber: que el precepto divino venza siempre en nosotros al afecto humano. Con todo, el mismo Samuel, a quien había dicho Dios: Me arrepiento de haber ungido rey a Saúl, proclama evidentemente que Dios no se arrepiente. Porque está escrito así: Y vino la palabra del Señor a Samuel, diciendo: Me arrepiento de que he constituido rey a Saúl, porque se ha apartado de mí y no ha guardado mis palabras. Y poco después el mismo Samuel dijo a Saúl: El Señor te arranca hoy el reino de Israel de tu mano, y lo dará a un prójimo tuyo mejor que tú, e Israel será dividido en dos. Y no se convertirá ni se arrepentirá, porque no es como el hombre para que se arrepienta 126. Mirad al que sabía entender que Dios se compadece sin tacañería, que se irrita sin ira, que es celoso sin envidia, que ignora sin ignorancia, que se arrepiente sin pesar.
¡Y no a ése que, al no hablar según la palabra de Dios ni valorar las Escrituras ni advertir sus enseñanzas, se convierte en vocinglero mudo, en lector ciego y en oyente sordo!
El olvido de Dios
43. Pero insiste: "Dios, olvidadizo y desmemoriado, puso en las nubes el arco que se llama iris, para hacerse recordar que no borraría más al género humano con un diluvio. No sabe en absoluto lo que va a hacer el que justamente tiene necesidad de un despertador continuo". Por cierto, ese individuo ignorantón, que no sabe lo que dice, y no por falta de memoria, sino por tener el alma muerta, si calumnia así ante la evidencia de las cosas más claras, ¿hasta dónde va a llegar su ceguera?, y es más, ¿hasta dónde entre las nubes se ve obligado a delirar?
Por salirle al paso a bote pronto, le digo que Dios ha querido hacerse recordar así, aunque Él no se olvida, como Cristo quiso que le enseñaran dónde había sido colocado Lázaro, aunque Él ya lo supiese. No quiero nombrar a quienes designa ese arco iris en el cielo, cuando brilla desde las nubes con el fulgor y los rayos de luz con que ilumina la oscuridad lluviosa. Está dando ya en cierto modo la respuesta con una confesión encantadora: ¿Cómo Dios va a querer perder al mundo con un diluvio espiritual, cuando Él se acuerda de aquellos cuya figura expresan esas nubes luminosas? En efecto, sus nombres están escritos en los cielos, para que se acuerde de ellos el Padre celestial, porque sabe que ellos no brillan de por sí, sino por el sol de justicia, como esas nubes brillan por el sol visible.
Pero volvamos al párrafo que he recordado para exigirle cómo interpreta al Señor que pregunta a propósito de Lázaro: ¿Dónde lo habéis puesto? 127, y le muestran el lugar, como si Él lo ignorase. Porque, si no admitimos que Él quiso significar algo con esa información, que Él parecía ignorar, ¿cómo decimos que Cristo no sólo conocía las cosas presentes, sino que también supo de antemano las cosas futuras? ¿Sobre todo, porque ese individuo se ha lanzado con pasmosa ceguera contra esa sentencia para decir que "nadie pregunta sino el ignorante?" Donde se ve que no ha tenido tiempo para pensar cuántas veces Cristo ha hecho preguntas. O es que no pregunta Cristo cuando dice: ¿Qué os parece del Cristo? ¿De quién es Hijo? 128 ¿Hay testimonio más claro que éste? Y si aún no se ha convencido, ¿acaso podrá negar también que Cristo hizo una pregunta cuando Él mismo responde al que acaba de preguntarle, diciendo: Yo también os voy a hacer una pregunta. Si me la contestáis, también os contestaré yo con qué poder hago eso: El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres? 129 ¿Dónde se esconderá ahora el locuacísimo charlatán contra Dios y disputador desesperadísimo? ¿Va a alegar aquí en favor suyo el principio que él mismo ha puesto, que "nadie pregunta sino quien es ignorante?" ¡Pues mira cómo Cristo lo sabe, y, sin embargo, pregunta!
Con los mismos ojos con los que no ve a Cristo, con los mismos reprende sin duda al Dios de los profetas. Con esta diferencia: que en todas esas preguntas Cristo, clarísimamente, quiere enseñar algo. Y poco importa que en las preguntas como: ¿dónde lo habéis puesto? 130, y ¿quién me ha tocado? 131, y otras semejantes, etc., parece como que no las sabe y que quiere ser enseñado. Y, sin embargo, lo sabe todo. Y lo mismo en los otros libros de la Escritura, Dios, como si se olvidase, parece que es avisado. Y, sin embargo, ¡lejos de nosotros suponer que jamás puede olvidarse de algo!
El arco iris y los nombres de los elegidos
44. Atención a lo que dijo el Señor a sus discípulos: Alegraos porque vuestros nombres están escritos en los cielos; ¿acaso no parece como una semejanza con ese arco iris que brilla desde las nubes a la manera de letras escritas en el cielo para que Dios esté avisado? Si todo esto no se acepta piadosamente hasta que la fe alcance su inteligencia, ¿no será tomado a risa como algo fabuloso? Y a qué burlones, sino a los insensatos, les parecerá así, por lo mismo que se creen sabiondos, fatuos y más dementes? En efecto, ¿quién puede pensar cómo los que siguen al Señor están escritos en los cielos para recuerdo de Dios, pero que quedan escritos en la tierra los que abandonan al Señor, de quienes dice el profeta Jeremías: Que todos los que te abandonen sean confundidos; los que se apartan, sean escritos sobre la tierra? 132
Bien se entiende a quiénes quiso Jesús significar cuando los judíos, derrotados y confusos, luego que oyeron: Quien esté sin pecado, que arroje el primero la piedra contra ella, se fueron escabullendo uno tras otro. Y entonces, indicando Él de qué ralea eran, escribía con el dedo en la tierra 59.
El diluvio universal, figura del bautismo
XXI. 45. Insiste: "Si pensamos que los hombres del diluvio recibieron justamente el castigo por sus malas costumbres, y que el justo Noé fue conservado para reponer una criatura mejor, ¿por qué desde el diluvio los hombres nacen peores, y en el mismo acto de su vida se vuelve a repetir también ahora el nacimiento de un género humano ruin?" Así lo dice ése, como si hubiese vivido con aquellos que perecieron en el diluvio y desde entonces hubiese conocido que los hombres ahora nacen peores 133.
Pero ya sea que el género humano después del diluvio viva en un estado peor, o en el mismo o en otro mejor, yo creo que esto hay que dejarlo al juicio de Dios, el cual sabe dar a cada uno según sus méritos. Pero en modo alguno hay que dejarlo al juicio de ese perro rabioso que ladra contra su Señor 134 o de ese borrico alocado que cocea contra el aguijón 135. El Apóstol grita: ¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! Pues ¿quién conoce el pensamiento del Señor o quién ha sido su consejero? 136 Y ése se atreve a ser adversario de Aquel que no necesita consejero!
¿Qué les importa a todos los que van a morir, por lo que se refiere a la muerte del cuerpo, si van a morir de uno en uno o todos juntos; y si del mismo modo, a no ser que, cuando se muere de uno en uno, también mueren todos y todos sufren por los muertos; en cambio, cuando una sola muerte arrebate a todos a la vez, ni siquiera queda el llanto para nadie? Pues el consejo de Dios conoció aún más elevadamente en el diluvio que el corazón de los incrédulos no es capaz ni de conocerle ni de recibirle. Pero no quiero que ese tal me oiga a mí, mejor que oiga al apóstol Pedro, que dice: En los días de Noé, mientras fabricaba el arca, que salvó a ocho personas por en medio del agua. También de forma parecida, a vosotros, dice, os salva el bautismo; no la limpieza de las suciedades de la carne, sino la impetración de la buena conciencia en Dios por la resurrección de Jesucristo 137. Ved cómo está expuesto el sacramento del diluvio. De ahí el que se añadió por la resurrección de Jesucristo, para que entendiésemos al octavo hombre. Lo cual significó en el arca el número de ocho personas. En efecto, el octavo día, es decir, después del séptimo, el Señor resucitó. De un modo parecido, los hechos que se recuerdan, si alguno lo entiende, fueron también profecías. Pero ése, fuera del arca, a saber: situado fuera de la Iglesia, es sumergido por el diluvio y no lavado 138.
La semilla pésima
XXII. 46. También ése blasfema y calumnia del testimonio del profeta Isaías porque ha dicho: "Hijos engendré y exalté, pero ellos me han despreciado; y poco después los ha llamado semilla pésima, como mostrando que él es el padre de los malos, cuyos hijos son semilla pésima", no queriendo saber que son llamados semilla pésima por eso, porque pecando han degenerado de la gracia de Dios, por la que habían sido hechos hijos, y ellos se hicieron hijos de aquellos de quienes quisieron ser imitadores. Por eso se les dice en otro pasaje: Tu padre un amorreo, y tu madre una cetea 139 (hitita), cuya impiedad y malicia paganas habían seguido, pero de los cuales no tienen origen carnal. Además, que resuelva ése la cuestión evangélica cuando dice el Señor: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar bienes escogidos a vuestros hijos, ¿cuanto más vuestro Padre que está en los cielos dará bienes a los que se lo piden? 140 ¡Que diga ése cómo es bueno Dios siendo padre de los malos, porque la verdad ha dicho ambas cosas! ¿O es que no eran malos aquellos a quienes dice: Si, pues, vosotros siendo malos? 141 ¿Acaso no tenían a un Dios bueno por padre aquellos a quienes dice: Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará bienes a quienes se lo piden? 142 Pues si son llamados malos por los pecados, sin los cuales no existe ni la vida de los justos en esta debilidad de todos los mortales, ¿cuánto más convenientemente se puede llamar semilla pésima a lo que iba a nacer de una voluntad impía y a propagarse con costumbres execrables? 143
Dios, ¿árbol malo
47. Pero, continua, "Cristo el Señor llamó a Dios árbol malo que da frutos malos" 144. Más aún, el mismo dicho blasfemo de ése, que piensa tales cosas como ser árbol malo, es ya un fruto malo. Porque el mismo Señor atestigua evidentemente que llamó árbol malo al hombre malo cuyas obras malas son frutos malos, y árbol bueno al hombre bueno cuyas obras buenas son frutos buenos: es decir, que las voluntades mismas de los hombres, la una mala del hombre malo, la otra buena del hombre bueno, son como árboles diversos que producen frutos diversos, y cuando dice: el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca bienes, y el hombre malo, del tesoro malo de su corazón saca males. ¿Cómo iba a decir, en cambio, o declaráis a un árbol malo y su fruto es malo 145, si el hombre, cambiando su voluntad, no hubiese podido convertirse ahora en esto malo, ahora en aquello bueno?
La bondad y la severidad de Dios
XXIII. 48. Insiste: "pero Dios mismo confiesa por el mismo profeta y dice: Yo soy el Dios que hace los bienes y que crea los males" 146. Así es 147. En efecto, es el mismo Dios de quien dice el Apóstol: Ves, pues, la bondad y la severidad de Dios 148.
Pero esa verdad suya es mala para los que pueden condenarse, porque les acarrea el mal de la condenación. De hecho, por ser justa, es doblemente buena, porque todo lo justo es bueno. ¿Con qué discernimiento le parece a ése que va a discutir y a reconocer los argumentos sin saber de que habla? Puesto que eso mismo que ha traído como testimonio, de modo que no se dijera que hace los bienes y los males, o que crea los bienes y los males, o bien que crea los bienes y que hace los males, sino que hace los bienes y que crea los males, ése quiere convertirlo en acusación; y se empeña en demostrar que lo que es hecho se llega a hacer desde fuera; en cambio, lo que es creado esta inmanente en el mismo Creador y de Él procede; a saber: para que aparezca así que el Dios de los profetas fue en algún momento el autor de un bien como extraño a él; y, en cambio, el creador del mal como malo por naturaleza, al sacar de sí mismo todo lo que ha creado. Estas palabras, si las tomamos según la costumbre del lenguaje humano, tanto el ser hecho como el ser creado, se dicen no sólo de los hijos que alguno engendra de sí mismo, sino también de los magistrados y de las ciudades, y en general de todo lo que se realiza desde fuera y que no procede por vía de generación.
Y si investigamos cómo suelen hablar las Escrituras santas, a las que ése pone dificultades, lo mismo es hacer que crear; de lo cual, sin embargo, se distingue engendrar. Y si vaciamos las palabras, estas expresiones: el que hace los bienes y el que crea los males, casi no tienen una diferencia real, porque podría decirse igualmente: el que crea los bienes y el que hace los males. O si el espíritu profético hubiese querido que existiese aquí alguna diferencia, serían tomadas aquí esas palabras con mucha mayor propiedad, de modo que entendiésemos el llegar a ser -ser hecho, en el sentido de tener nacimiento- comenzar a existir, y, en cambio, crear-ser creado como fundar y constituir algo de otra cosa que ya existía. Como decimos que son creados los magistrados y las ciudades. En efecto, crear magistrados no es hacer hombres, sino elevar a ese honor a algunos hombres que ya existían. Y lo mismo, cuando se fundan ciudades, ya existían antes los materiales de maderas y piedras con que se construyen las ciudades, pero que aún no habían llegado a adquirir esa forma y el orden y disposición que vemos en las ciudades. Cuando se hace eso, decimos que son creadas las ciudades. En efecto, lo que los griegos llaman 6 J \ . g 4 < , los nuestros -latinos- lo interpretan a veces por crear, otras por construir, otras por fundar, y muchísimas veces más en las Escrituras santas significa lo mismo, esto es: hacer.
Efectivamente, también leemos que Dios hizo al hombre a imagen de Dios, y Dios creó al hombre inexterminable 149. Y si a veces se habla con alguna diferencia, puede interesar eso que he dicho con más propiedad: que se tome como hacer lo que completamente no existía, y, en cambio, crear como construir algo, ordenándolo de aquello que ya existía. Y por eso Dios dijo en este lugar el que crea los males, porque con la disposición de su severidad convierte en mal para los pecadores esos bienes que fueron hechos por largueza de su bondad. De donde dice el apóstol Pablo: Somos buen olor de Cristo en todo lugar, tanto entre los que se salvan como entre aquellos que perecen. Para unos, por cierto, olor de vida para la vida; para otros, en cambio, olor de muerte para la muerte. Y como a continuación dice: ¿Quién es capaz de comprender eso? 150, ¿no aparecemos en cierto modo como importunos insistiendo en ofrecer todo esto a los carnales no sólo frívolos, sino litigantes, incapaces del todo para captar lo que ojalá dejaran al menos de difamar?
Dios, artífice de la luz y autor de la paz
49. ¡Puede ser que ése ignore la gran polémica contra los arrianos, que decían que el Hijo Unigénito era una criatura, creyendo que era lo mismo ser creado que engendrado! 151 Pero para probar la falsedad y la deformación de su principio refutado por el mismo testimonio profético y evangélico que él ha citado, así habla Dios por medio del profeta: Yo, que creo la luz y que hago las tinieblas, que hago la paz y que creo los males 152. ¿Por qué ése no ha citado todo el pasaje entero, y por qué no lo ha citado textualmente? Por cierto, que es muy fácil disimular lo que puso: bienes en vez de paz, porque la paz es buena. Pero no debió omitirlo nunca, porque pudo omitir con engaño esa parte primera del texto, para no decir: el que crea la luz, ya que, al ser la luz ciertamente buena, según él también confiesa, no quiso confesar que fue creada por Aquel que no quiere que cree sino los males. Por tanto, debemos tomar con la misma significación crear y hacer. De todas formas, la distinción que ése hace ha quedado ya deshecha, porque el Dios de los profetas, a quien culpa de una expresión que no entiende, allí se lee como creador de los bienes, que es lo que ése niega; y lo mismo desde el Evangelio.
Está claro que ése puso en contra mía, por favorecer su opinión, lo que el Señor dice: el árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo frutos malos 153. ¿Por qué entonces, y según esto, no dijo crea en vez de hace o produce, si es que es verdadera esa diferencia con la que distingue al que hace del que crea, al decir que lo que es hecho es distinto del que lo hace, porque viene desde fuera, y, en cambio, lo que nace es propio de aquel que lo engendra? Por esta razón estima que Dios es generador de los males, porque se dijo: el que crea los males; pensando igual que pensaron los arrianos: que, en las Escrituras, engendrar y crear es la misma cosa; pero con certeza, en aquello de el árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo frutos malos, el Señor no dijo crear, sino hacer-dar; y así debe reconocer ése que su principio ha sido deshecho, y debe callarse.
¿Hay algo más necio que afirmar que el Dios de los profetas es el árbol malo, y que eso quiere que se entienda en lo que dice el Señor: el árbol malo da frutos malos; e insistir en que "no hace los males, sino que los crea; porque si los hiciese, serían ajenos a él y le llegarían desde fuera, y, en cambio, cuando crea, él mismo los engendra como de raíz de sí mismo?" Luego el Señor no dice de ese dios: el árbol malo da frutos malos, porque crea los males y no los hace. Ved que quien se atreve a acusar a los profetas es el mismo que queda refutado con los testimonios tomados por él del Evangelio.
Temor al castigo para evitar el mal
XXIV. 50. Igualmente censura ese impuro algunas palabras tomadas del libro del Deuteronomio, por así decirlo, estremeciéndose de horror por lo impuro, como si Dios tuviera que avergonzarse de tener que imponer a los impíos lo deshonesto o de tener que anunciarles de antemano los tormentos sin amenazarles, de tal modo que les diga: La que fuere refinada entre vosotros y demasiado exquisita, cuya experiencia no ha recibido su pie para caminar sobre la tierra por tanta finura y delicadeza, miraría con celos a su marido, y a su hijo, y a su hija, y hasta querrá comerse sus secundinas y lo que le saliere por entre sus muslos 154. Y peor aún: cuanto más horrible, tanto más terrible es. Porque no lo dijo el profeta amonestando, sino amenazando. No para que los hombres hiciesen tales desvergüenzas, sino para que no hicieran eso que practica un sentido depravado, ni llegaran a aquello de lo que el buen sentido humano tiene horror.
Ahora bien, ¿quién puede decir con dignidad que la fealdad del alma sea más execrable por temer los castigos merecidos que por no evitar el merecimiento de los castigos? Que el Espíritu Santo, que es incontaminado e incontaminable, diga claramente lo que un alma inmunda rehúsa oír, y lo que ella, que es inmunda, no rehúsa ser. Porque el alma se opone a la inmundicia de la carne cuando son ofendidos los sentidos puros de la misma carne, pero ama su propia inmundicia cuando están extinguidos los sentidos limpios del corazón. Que el espíritu de Dios denuncie todas esas desvergüenzas, y, que mediante el horror a padecer tamaños males, inspire el temor de hacer el mal.
El castigo de empedernimiento
51. Veamos que el mismo Espíritu, hablando por el Apóstol, tampoco se ha avergonzado de ofender los sentidos impíos, al mismo tiempo que quería instruir a los piadosos. Cuando, después de haber recordado la impiedad de algunos con que adoraron y sirvieron a la criatura en vez de al Creador, añadió y dijo: Por eso Dios los entregó a las pasiones de ignominia. Porque sus mujeres cambiaron el uso natural en aquel uso que es contra naturaleza. Y lo mismo también los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en su apetito unos por otros, realizando los varones la deformidad en los varones, y recibiendo en sí mismos la mutua recompensa que mereció por su extravío 155. Si algún enemigo del Apóstol quisiera deducir de esas palabras tales cosas como ese blasfemo deduce de algunos pasajes de los Libros antiguos, ¿no tendría suficiente materia para delirar locuazmente?; y cuanto más elocuentes le pareciesen tales dichos tanto lanzaría maldiciones más detestables, sobre todo porque se dijo: recibiendo en sí mismos la mutua recompensa que merecieron por sus extravíos? 156 No dudó el Apóstol en decir que merecieron, para que quienes sirvieron a la criatura en vez de al Creador, recibiesen la recompensa de su extravío, padeciendo tales torpezas no contra su voluntad, sino haciéndolas libremente; a saber: por el juicio, no de cualquier hombre inmundísimo a quien deleitasen tales torpezas, sino por el juicio de Dios justísimo, que los entregó a las pasiones de ignominia.
De este modo, los crímenes son vengados con nuevos crímenes, y los suplicios de los pecadores no son tormentos, sino incrementos de nuevos vicios. El sabio, en cambio, cuando oye esto, teme más en esta vida la ira de Dios por la que Dios permite que el hombre viva a su antojo en sus torpezas, que no por la que sufre lo que le duele amargamente, y desprecia las palabras insensatas de aquel a quien desagradan tales juicios, porque reconoce en él el mismo castigo del faraón, esto es, el de un corazón empedernido.
En efecto, si a los que no admitieron reconocer a Dios los entregó Dios a una mente depravada para que hagan lo que no conviene 157, ¿qué tiene de extraño si Dios ha entregado también a éste, que blasfema las palabras divinas, a una mente depravada, para que diga lo que no conviene? Porque, como dice el Apóstol, es conveniente que haya herejías, para que los probados destaquen entre vosotros 158. De tal modo están ordenados los vasos de ira en sus lugares y tiempos convenientes, que también Dios hace por medio de ellos manifestar las riquezas de su gloria en favor de los vasos de misericordia, los cuales, tomados de la misma masa de condenación, son elegidos para el honor, por la gracia de Dios, no por sus méritos.
En efecto, Dios concede que nos aproveche no sólo lo que enseña la verdad, sino también lo que importuna la vanidad 159. Así, al refutar a la vanidad absurda, se escucha con más atención y se reconoce la verdad más pura.
La maledicencia
52. La vanidad replica acerca de la torpe maledicencia, pero la verdad misericordiosa indica con algunas cosas llamadas torpes que no es torpe demostrar que hay que evitar la torpeza, y la vanidad loca queda vencida. En realidad, también el apóstol Pablo puede ser reprendido por los charlatanes limpios de injuria torpe cuando dice: ¡Ojalá que se mutilasen del todo los que os conturban! 160 Lo cual, aunque a quienes lo comprenden bien eso les parece más una bendición para que se hagan castos por el reino de los cielos, sin embargo, la ceguera parlanchina también puede reprenderlo en el Apóstol, porfiando que no habría debido enunciar una cosa honesta con palabra torpe. Pueden incluso reprochárselo al mismo Señor, quien, al recomendar el mismo don de la continencia, dice: Hay quienes se han castrado a sí mismos por el reino de los cielos 161. Como leen esos pedantes -en verdad que más que literatos-, así deben ser llamados quienes, leyendo a los escritores, nunca han aprendido a saborear nada; es decir, que leen en Cicerón una cosa que les parece que censura doctamente las palabras de Cristo y demuestran ser unos perdidos más que unos peritos. Por ejemplo: cuando él enseña que en la traslación de las palabras hay que evitar la obscenidad, afirma: "No quiero que se diga que la república se ha debilitado con la muerte del Africano" 162. En cambio, si esa palabra que él mismo quería evitar no la ha evitado para demostrar que hay que evitarla, y se ha visto obligado a decir lo que no ha querido que se diga, ¿cuánto más el contenido que está significado rectamente con la misma palabra es enunciado en su propia acepción para que lo pueda entender el oyente?
En fin, volviendo a lo que ése reprende en el Deuteronomio: Si Cicerón, varón elocuentísimo, pensador y medidor vigilantísimo de las palabras, dijo lo que no quiso que se diga para que no se dijese 69, ¡cuánto mejor Dios, que busca más la belleza de las costumbres que la de las palabras, lo mismo que la pureza ha nombrado algo torpe no torpemente, sino amenazadoramente, para que se temblase de miedo antes que cometer algo por lo que se llegaría a lo que causa horror de sólo oírlo! Y, no obstante, cuando se lee, la incredulidad se tapa los oídos, aparta la cara, frunce el ceño, blande su lengua y lanza blasfemias. Ved si no son ésos de la clase de hombres que, al hablar Cristo del sacramento de su cuerpo y de su sangre, dijeron: Duro es este discurso, ¿quién puede oírlo? 163 A no ser que sean más excusables los que, sin comprender las palabras divinas, las tomaban como horribles, no para maldecir, sino para bendecir. Y no es de extrañar que una maldición cause horror, porque se dice para eso: para que se estremezca el que tiene horror. Pero el Señor decía eso porque manda que sea amado y no temido; y, sin embargo, ¿qué incredulidad puede soportar: Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida; y: si no llegareis a comer mi carne y a beber mi sangre, no tendréis vida en vosotros? 164 Luego si la sabiduría de Dios, que alimenta al alma creyente con las palabras más propias al sacramento, no se preocupó de la necedad que tiene náuseas, ¿cuánto más la eterna Sabiduría, cuando aún era lugar y tiempo del terror y no del amor, queriendo infundir un terror saludable, no se ha preocupado de los errores de un insensato, aunque de antemano previese que iba a causarle horror? ¿Quién de éstos sabe tener horror de la fealdad espiritual del alma, cuando a modo de una especie de coprofagia o hambruna y necesidad suya se ve impelido a comerse lo que sale de sus propios pensamientos carnales, como lo de sus entrepiernas? Efectivamente, es muy raro que se produzca el efecto de esa maledicencia que ése reprende cual si fuera algo torpe, como también es raro que ese flagelo del hombre sea tan grande que le empuje a algo tan nefando; en cambio, de esa hambruna con que las almas de los miserables, hambrientas de verdad, devoran como si fuera verdad lo que revientan por sus sentidos carnales, está por todas partes todo contaminado y lleno y tanto más desgraciadamente cuánto más daño hace y a la vez menos horror produce!
Fin del primer libro
53. Pero yo creo que, para no ser demasiado prolijo, no debo responder al único libro que me enviasteis con uno solo. Por consiguiente, aquí pongo fin a este primero, para comenzar luego el segundo, con aquello que aún queda por discutir.
En fin, ignoro de qué modo al final del libro queda satisfecha la intención del lector, del mismo modo que la fatiga del viajero se repone con un acogedor hospedaje.