Traducción: Pío de Luis, OSA
No es posible estar hablando siempre del amor,
pero sí mantenerlo
1. Dulce es la palabra caridad, pero más dulce la caridad misma. No podemos estar hablando siempre de ella, pues nuestra actividad es múltiple y las diversas ocupaciones se apoderan de nosotros e impiden que nuestra lengua se ocupe continuamente en hablar de la caridad, lo mejor que podía hacer. Pero si no es oportuno estar hablando continuamente de la caridad, sí lo es conservarla. Por ejemplo, ahora cantamos el Aleluya; ¿acaso va a ser ésa nuestra ocupación permanente? No dedicamos a cantarlo más que unos minutos, ni siquiera una hora; luego pasamos a otra cosa. Como sabéis, aleluya significa «Alabad a Dios». No es posible estar alabándole siempre con la boca, pero sí con las costumbres. Las obras de misericordia, la caridad llena de afecto, la piedad santa, la castidad incorrupta, la mesura de la templanza, son virtudes que hay que conservar siempre, ya estemos en público, ya estemos en casa; ya en presencia de otros hombres, ya en la propia habitación; ya tengamos que hablar, ya tengamos que estar callados; tanto si estamos haciendo algo como si no hacemos nada. Son virtudes que hay que mantener siempre. Todas las virtudes que he mencionado son interiores. ¿Quién, sin embargo, es capaz de mencionarlas todas? Todas juntas forman como el ejército del general que tiene su trono en el interior de tu mente. Pues como el general hace por medio de su ejército lo que le place, así Jesucristo, el Señor, cuando comienza a habitar por la fe en nuestro interior, es decir, en la mente1, se sirve de esas virtudes como de ministros propios. Estas virtudes no pueden verse con los ojos y, sin embargo, cuando se las menciona, se las alaba. Ahora bien, no se las alabaría si no se las amase y no se las amaría, si no se las viese. Y, si realmente es cierto que no se las amaría si no se las viese, se las ve por medio de otro ojo, es decir, mediante la mirada interior del corazón. Estas virtudes invisibles son las que mueven los miembros visibles. Mueven los pies para que caminen, pero ¿a dónde? A donde los mueve la buena voluntad al servicio del buen general. Mueven las manos para que obren; pero ¿qué? Lo que mande la caridad, inspirada interiormente por el Espíritu Santo. Así, pues, a los miembros se les ve moverse; en cambio, al que da las órdenes desde dentro no se le ve. Y quién es el que manda interiormente, casi sólo lo conoce el mismo que da las órdenes en el interior y quien en su interior las recibe.
Comentario del evangelio del día
2. Eso, en efecto, oísteis cuando hoy se leyó el evangelio, si es que aplicasteis el oído del corazón además del cuerpo. ¿Qué dice? Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean2. ¿Quiere decir, acaso, que escondamos de la vista de los hombres todo lo que hagamos de bueno y que temamos que nos vean? Si temes que te vean, no tendrás imitadores. Tienen, pues, que verte. Pero no debes obrar el bien para que te vean. No debe estar ahí la meta de tu gozo; no debes poner en eso el término de tu alegría, hasta el punto de pensar que has logrado todo el fruto de tu obra buena cuando te hayan visto y te hayan alabado. Eso es nada. Despréciate cuando te alaban; reciba la alabanza en tu persona quien se sirve de ti para obrar. Así, pues, no hagas el bien que haces buscando tu alabanza, sino la de aquel de quien recibes el obrar el bien. El obrar el mal lo debes a ti mismo; el obrar el bien lo debes a Dios. Ved, por el contrario, cómo invierten los papeles los hombres descaminados. El bien que hacen se lo quieren atribuir a sí; si obran mal, pretenden acusar a Dios. Pon las cosas como deben estar, invirtiendo, por así decir, su posición. Lo que está arriba, ponlo abajo y lo que está abajo, ponlo arriba. ¿Quieres poner a Dios abajo y a ti arriba? En lugar de ascender caerás a tierra, pues él siempre está arriba. Entonces ¿qué? ¿Obras tú bien y Dios mal? Si quieres decir verdad, di más bien lo contrario: «Yo he obrado mal y Dios bien y lo que hice bien de Él recibí el hacerlo, pues todo lo que hago yo solo lo hago mal». Este reconocimiento afianza el corazón y constituye el fundamento de la caridad. Pues, si debemos esconder nuestras buenas obras para que no las vean los hombres ¿dónde queda la afirmación del Señor en el sermón de la montaña? Donde dijo el texto antes citado, allí mismo dijo también un poco antes: Luzcan vuestras buenas obras delante de los hombres. Y no paró ahí, no puso ahí el punto final, sino que añadió: Y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos3. ¿Y qué dice el Apóstol? Yo era un desconocido ante las Iglesias de Judea que existen en Cristo; solamente habían oído decir: El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la Buena Nueva de la fe que entonces devastaba. Y glorificaban a Dios por causa de mí4. Ved cómo tampoco él, al hacerse tan célebre, puso su objetivo en la alabanza propia, sino en la de Dios. Y, por lo que le concierne, no le insultamos al decir que era un devastador de la Iglesia, un perseguidor, envidioso, malvado. Es él mismo quien reconoce haberlo sido. A Pablo le agrada que pregonemos sus pecados para que reciba gloria quien le curó de su enfermedad. La mano del médico sajó y curó aquel mal tan grande. La voz que escuchó venida del cielo le derribó como perseguidor y le levantó como predicador; dio muerte a Saúl[o] y vida a Pablo5. Saúl, en efecto, era perseguidor de un santo varón6. De ahí que el Apóstol tuviese ese mismo nombre cuando perseguía a los cristianos. Luego, Saulo se convirtió en Pablo7. ¿Qué significa Paulus [Pablo]? Pequeño, poco. Así, pues, cuando era Saúl[o], era orgulloso, engreído; cuando se convirtió en Pablo, era humilde, poca cosa. Ésta es la razón por la que decimos: «Paulo [poco] después te veré», es decir, después de poco tiempo. Escucha cómo se ha hecho «poca cosa»: Pues yo soy el menor de los apóstoles, dice en un lugar8; y en otro: A mí, el más pequeño de todos los santos9. Entre los apóstoles era como la orla del vestido; pero la Iglesia de los gentiles, cual mujer que sufre flujo de sangre, la tocó y quedó sanada10.
El tiempo de las obras de caridad es limitado,
no así el de la caridad misma
3. Así, pues, hermanos, esto he dicho, esto digo y, si pudiese, no lo callaría nunca: Hállense en vosotros dichas obras buenas, ya unas, ya otras, en conformidad con el momento, las horas, los días. ¿Acaso hay que realizar en cada momentocada una de estas obras: hablar, callar, reponer fuerzas, ayunar, dar pan al necesitado, vestir al desnudo, visitar a los enfermos, poner concordia donde hay discordia o sepultar a los muertos? En un momento habrá que realizar una, en otro otra. Estas obras tienen un comienzo y un término; en cambio aquel general ni comienza ni debe cesar. No se apague nunca en el interior la caridad; ejérzanse en su momento los oficios de la caridad. Como está escrito, pues, permanezca vigorosa la caridad fraterna11.
Por qué San Juan habla tanto de la caridad fraterna y tan poco del amor
a Dios y casi nada del amor al enemigo
4. Pero quizá a alguno de vosotros le intrigue por qué esta carta de San Juan, desde que comencé a exponérosla, no ha encarecido de un modo especial más que la caridad fraterna. Dice: El que ama a su hermano12, y: Se nos ha dado un precepto: que nos amemos unos a otros13. No ha cesado de mencionar la caridad fraterna; en cambio, la caridad de Dios, es decir, aquella con que debemos amar a Dios, no la ha mencionado tan asiduamente, aunque no se puede afirmar que la haya silenciado totalmente. La caridad hacia el enemigo, a su vez, la ha pasado completamente por alto en la carta. No obstante encomiar y recomendarnos vivamente la caridad, no ordena que amemos a los enemigos, sino que amemos a los hermanos. Por el contrario, cuando hoy se nos leyó el evangelio, oímos: Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?14 ¿Qué sentido tiene, pues, que el apóstol Juan nos recomiende como algo extraordinario la caridad fraterna para alcanzar determinada perfección? El Señor, por su parte, asegura que no nos basta con amar a los hermanos, sino que debemos extender el amor, hasta hacerlo llegar a los enemigos. Quien lo hace llegar a los enemigos no sale del ámbito de los hermanos. Es necesario que la caridad, como el fuego, ocupe primero el entorno más cercano y que luego se extienda a otros objetos más lejanos. Para ti el hermano está más cerca que cualquier otro hombre. A su vez, está más unido a ti un hombre al que no conocías, pero que no te es hostil, que el enemigo que efectivamente lo es. Extiende el amor a los prójimos, pero no hables de «extensión». Pues cuando amas a aquellos que son uno contigo es casi lo mismo que amarte a ti. Extiende tu amor a los desconocidos que no te han hecho ningún mal. Vete todavía más allá: llega hasta amar a los enemigos. El Señor lo manda sin duda alguna. ¿Por qué, entonces, Juan silenció el amor hacia los enemigos?
La manifestación auténtica del amor
5. Dilectio y amor son dos términos latinos que significan amor, pero entre ellos hay diferencias: Mientras amor se refiere al amor carnal, dilectio se emplea cuando el amor tiene por objeto realidades superiores. Pero este empleo no es absoluto. También amor se usa en acepción positiva. La prueba la da el mismo Señor que, al preguntar a Pedro si le amaba15, no se sirvió del verbo diligere sino de amare. Dejando aparte, hermanos amadísimos, tal distinción, todo amor incluye necesariamente cierta benevolencia hacia las personas amadas. Tal es la manera como hemos de amar a los hombres; no los debemos amar como oímos decir a los glotones que aman a los tordos. ¿Preguntas por qué? Los ama para darles muerte y engullirlos. Una persona así afirma que los ama, pero los ama para que dejen de existir, los ama para hacerlos desaparecer. Y cualquier cosa que amemos en el ámbito de la alimentación, la amamos pensando en que ella desaparezca para reponer fuerzas nosotros. ¿Acaso hay que amar a los hombres como si fueran objetos de consumo? Al contrario, hay cierta amistad de benevolencia, en virtud de la cual, a veces, damos algo a los que amamos. ¿Qué pasa si no se tiene nada que dar? Al que ama le basta con la sola benevolencia.
En efecto, no debemos desear que haya miserables para poder ejercitar las obras de misericordia. Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses a nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie! Das sepultura al muerto, pero ¡ojalá llegue de una vez aquella vida en que nadie muere! Pones de acuerdo a quienes litigan, pero ¡ojalá exista alguna vez aquella paz eterna de Jerusalén en que nadie origine discordia! Todos estos deberes son fruto de que otros sufren esas necesidades. Suprime a los miserables; cesarán las obras de misericordia. Cesarán, sí, las obras de misericordia, pero ¿acaso se apagará el ardor de la caridad? Más genuino es el amor que sientes por un hombre afortunado que no necesita que le des nada; dicho amor será más puro y mucho más sincero. En efecto, si llegas a otorgar algo a una persona mísera, quizá te viene el deseo de endiosarte frente a ella, y deseas que se te someta, ella que está en el origen de tu buena obra. Ella se halló en necesidad, tú le diste. Por el hecho de haberle dado, te crees como superior a la persona a quien diste. Desea que sea igual a ti, para que uno y otro estéis bajo aquel a quien nada se le puede dar.
Manifestación y efecto del orgullo en el hombre
6. En efecto, al creerse superior, el alma orgullosa sobrepasó su medida y, en cierto modo, se hizo avara, puesto que la avaricia es la raíz de todos los males16. De igual manera se dijo también: El orgullo constituye el inicio de todo pecado17. A veces nos cuestionamos cómo se pueden conciliar las dos afirmaciones: que la avaricia es la raíz de todos los males y que el orgullo constituye el inicio de todo pecado. Si el orgullo constituye el inicio de todo pecado, entonces es él la raíz de todos los males. Con absoluta certeza la avaricia es la raíz de todos los males. De hecho descubrimos que la avaricia se halla incluida dentro del orgullo, pues el hombre sobrepasó su medida. ¿Qué significa ser avaro? Traspasar los límites de lo suficiente. Adán debió su caída al orgullo. El orgullo constituye el inicio de todo pecado, dijo. ¿Acaso cayó por avaricia? Sí. ¿Quién, en efecto, hubo más avaro que él para quien ni siquiera Dios fue suficiente?
Así, pues, hermanos, leemos que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero ¿qué dijo Dios a propósito de él? Tenga también dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todas las bestias que reptan sobre la tierra. ¿Le otorgó acaso dominio sobre los hombres? Tenga dominio, dijo; le dio un dominio natural. Dominio ¿sobre qué? Sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todos los seres que reptan sobre la tierra18. ¿Por qué decimos que el hombre tiene un dominio natural sobre esos seres? Porque lo tiene en virtud de su creación a imagen de Dios. ¿Dónde radica la imagen de Dios en el hombre? En su inteligencia, en su espíritu, en el hombre interior. Por la facultad de percibir la verdad, de distinguir entre la justicia y la injusticia, conoce quién le hizo, puede comprender quién fue su creador, y alabarlo. Posee esta capacidad quien posee la sabiduría. Muchos dañaron en sí la imagen de Dios al seguir sus malas inclinaciones; en cierto modo apagaron también la misma llama de la inteligencia por la perversidad de sus costumbres. De ahí que les gritase la Escritura: No seáis como el caballo y el mulo que carecen de inteligencia19. Que es lo mismo que decir: Te he hecho superior al caballo y al mulo, te he hecho a mi imagen, te he otorgado dominio sobre esos seres. ¿Por qué? Porque las bestias carecen de razón; tú, por el contrario, con ella captas la verdad y comprendes lo que está por encima de ti. Sométete a quien está por encima de ti y se te someterá lo que está por debajo de ti. Mas como por el pecado el hombre abandonó a aquel a quien debió estar sometido, él mismo se encuentra sometido a aquellos seres sobre los cuales debía dominar.
Sólo si el hombre se somete a Dios se le someterán las demás cosas
7. Prestad atención a lo que voy a decir: Dios, hombre, bestias. A modo de ejemplo, Dios es superior y las bestias inferiores a ti. Reconoce al que está por encima de ti, para que te reconozcan los seres que están por debajo de ti. He ahí por qué los leones reconocieron que Daniel estaba por encima de ellos: porque él reconoció que Dios estaba sobre él20. Pues, si no reconoces al que está sobre ti, si desprecias a quien es superior a ti, acabarás sometido a quien te es inferior. ¿Cómo fue domado, en consecuencia, el orgullo de los egipcios? Con ranas y moscas21. Dios había podido enviar también leones, pero el león está para aterrorizar a alguien de categoría. La dura cerviz de los egipcios fue quebrantada con seres tanto más despreciables y abyectos, cuanto más orgullosos eran ellos. A Daniel, en cambio, le reconocieron los leones porque él se había sometido a Dios.
Según esto, ¿hay que concluir que los mártires que lucharon con bestias y fueron desgarrados por las dentelladas de las fieras no estaban sometidos a Dios? ¿O acaso eran siervos de Dios aquellos tres varones, pero no lo eran los macabeos? ¿Reconoció el fuego como siervos de Dios a los tres varones a los que no quemó ni cuyos vestidos consumió22, y no reconoció como tales a los macabeos? Sí, reconoció a los macabeos; también a éstos los reconoció, hermanos23. Pero era necesario cierto azote, permitiéndolo el Señor que dijo en la Escritura: Azota a todo el que recibe como hijo24.
¿Sois capaces de creer, hermanos, que la lanza hubiese atravesado el costado del Señor, si Él no lo hubiese permitido; o que hubiese sido clavado en el madero, si él no lo hubiese querido? ¿Es que no lo reconoció su criatura? ¿O se trata más bien de que quiso proponer un ejemplo de paciencia a sus fieles? He aquí la razón por la que Dios a unos otorgó una liberación perceptible por los ojos y a otros no. Sin embargo, a todos otorgó la liberación espiritual; a ninguno excluyó de ella. Juzgando por lo que perciben los ojos, pareció que a algunos los abandonó a su suerte y a otros los liberó. Si liberó a algunos, fue para que no pensases que no tenía poder para liberar. Al liberarlos dio la prueba de que tiene poder para ello, a fin de que, cuando no lo hace, comprendas que le mueve una intención más oculta, en vez de sospechar que tiene dificultad para hacerlo.
Pero ¿qué más he de decir, hermanos? Una vez que nos hayamos librado de todos estos lazos que provienen de la mortalidad; una vez que haya transcurrido el tiempo de la prueba; cuando haya pasado el río de este siglo y hayamos recuperado aquel primer vestido, la inmortalidad que perdimos por el pecado; cuando esto corruptible se haya revestido de incorruptibilidad, esto es, cuando esta carne se haya revestido de incorruptibilidad y esto mortal se haya revestido de inmortalidad25, toda criatura reconocerá nuestra condición plena de hijos de Dios, condición que ya no requiere ni la prueba ni el azote. Si nosotros nos sometemos aquí a Dios, todas las cosas se nos someterán.
Desea que todos los hombres sean iguales
8. El cristiano, pues, debe ser tal que no se gloríe de estar por encima de otros hombres. Dios te concedió estar por encima de las bestias, es decir, ser superior a ellas. Esto lo tienes por naturaleza; siempre serás superior. Si pretendes ser superior a cualquier otro hombre, sentirás celos cuando veas que te iguala. Debes querer que todos los hombres sean iguales a ti; y, si superas a alguien en sabiduría, debes desear que también él sea sabio. Mientras es un retrasado, aprende de ti; mientras es ignorante, necesita de ti; tú te tienes por su maestro y a él por tu alumno. Y, por tanto, te consideras superior en cuanto que le enseñas y a él le consideras inferior en cuanto que aprende de ti. Si no deseas que él te iguale, siempre querrás tenerle como discípulo. Ahora bien, si quieres verlo siempre como discípulo, serás un maestro lleno de celos. Y si eres un maestro así, ¿cómo puedes ser maestro? Te lo suplico, no le enseñes tus celos. Escucha al Apóstol que habla desde sus entrañas llenas de caridad: Quisiera que todos fuesen como yo26. ¿Cómo quería que todos fuesen iguales a él? Era superior a todos precisamente porque, en virtud de su caridad, quería que todos fuesen iguales a él.
Así, pues, el hombre sobrepasó su propia medida; quiso elevar el nivel de su avaricia: quien sólo fue hecho superior a las bestias quiso estar sobre los hombres. Eso es el orgullo.
Discernir la raíz de las acciones
9. Ved también cuántas obras lleva a cabo el orgullo; considerad en vuestro interior cuán semejantes son las obras que él hace y las que hace la caridad; son casi iguales. Da de comer al hambriento la caridad, también le da el orgullo; la caridad para alabanza de Dios, el orgullo para alabanza propia. Viste la caridad al desnudo, también le viste el orgullo; ayuna la caridad, ayuna también el orgullo; da sepultura a los muertos la caridad, también se la da el orgullo. Todas las obras buenas que quiere ejecutar y ejecuta la caridad, las dirige contra ella el orgullo y las conduce como si fueran sus corceles. Pero la caridad es interior; desplaza al orgullo mal conducido; no digo que conduzca mal, sino que él mismo está mal conducido. ¡Ay del hombre que tiene al orgullo por auriga! Necesariamente irá a parar al precipicio.
¿Quién sabe, quién ve que no es el orgullo el que conduce las propias acciones buenas? ¿Dónde se da eso? Nosotros vemos las obras: da de comer la misericordia, da de comer también el orgullo; practica la hospitalidad la caridad, la practica también el orgullo; intercede en favor del pobre la misericordia, intercede también el orgullo. ¿Qué decir a esto? Las obras no son criterio de discernimiento. Me atrevo a decir algo; pero no soy yo, fue Pablo quien lo dijo: la caridad lleva a la muerte, es decir, un hombre poseído de la caridad confiesa el nombre de Cristo y sufre el martirio; en otro lo confiesa asimismo el orgullo y sufre también él el martirio. El primero posee la caridad, el segundo no. Pero oiga este segundo de boca del Apóstol: Aunque distribuya todos mis bienes a los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve27. Así, pues, desde la agitación exterior, la Escritura divina nos llama al interior; nos llama al interior desde la superficialidad que se arroja a los ojos de los hombres. Regresa a tu conciencia, interrógala. No pongas tus ojos en lo que florece fuera, sino en la raíz que está en la tierra. ¿Tiene por raíz cualquier apetencia mundana? La apariencia puede ser de buenas obras, pero no puede haber buenas obras. ¿Tiene por raíz la caridad? Estate tranquilo, de ella no puede salir nada malo. El orgulloso halaga, el amor se muestra cruel; el primero viste, el segundo pega. Pero aquél viste para agradar a los hombres, éste pega para corregir mediante la disciplina. Se acepta mejor el golpe que viene de la caridad que la limosna que procede del orgullo.
Volved, pues, a vuestro interior, hermanos y en todo lo que hagáis mirad que tenéis a Dios por testigo. Si Él os ve, examinad con qué intención obráis. Si vuestro corazón no os acusa de obrar por ostentación, estad seguros. Mas no temáis que os vean cuando obráis bien; teme obrar para que te alaben, pues ¡ojalá te vea otro y así alabe a Dios! En efecto, si escondes tus buenas obras a los ojos de los hombres, impides que las imiten y privas de gloria a Dios. Dos son los sujetos a los que das limosna; dos los que sienten hambre: uno de pan, otro de justicia. Entre estos dos sujetos hambrientos -pues se ha dicho: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados-28; entre estos dos sujetos hambrientos te has establecido tú como obrador de bien. Si detrás de la acción está la caridad, se compadece de ambos y a ambos quiere socorrer. Pues uno busca qué comer, el otro qué imitar. Alimentas al primero, ofrécete a ti mismo al segundo. A ambos has dado limosna. El primero se congratula porque le has matado el hambre; al segundo le convertiste en imitador del ejemplo que le diste.
Amar en el enemigo no lo que es, sino lo que está llamado a ser
10. Llenaos de misericordia, en cuanto hombres misericordiosos, pues hasta cuando amáis a los enemigos, amáis a hermanos. No penséis que Juan no preceptuó nada respecto al amor a los enemigos, puesto que no silenció la caridad fraterna. Al amar a los enemigos, amáis a hermanos. ¿Cómo -dices- que amamos a hermanos? Te pregunto por qué amas al enemigo. ¿Por qué le amas? ¿Para que goce de salud en esta vida? ¿Y si no le conviene? ¿Para que sea rico? ¿Y si acaba cegándose con las riquezas? ¿Para que se case? ¿Y si eso le procura una vida llena de amargura? ¿Para que tenga hijos? ¿Y si le salen malvados? Ninguno de esos bienes que deseas a tu enemigo en virtud del amor que le profesas ofrece garantías. Deséale que posea contigo la vida eterna; deséale que sea tu hermano. Por tanto, si le deseas esto, si amas al enemigo con la vista puesta en que sea hermano tuyo, cuando le amas, le amas en cuanto hermano. Pues no amas en él lo que es, sino lo que quieres que sea.
Si no estoy equivocado, en otra ocasión he puesto a vuestra Caridad este ejemplo: Pensad que ante vuestros ojos se halla un tronco de roble. Un buen artesano lo ve aún sin labrar, tal como fue cortado en el bosque y se entusiasma con él. Ignoro qué quiere sacar de allí, pero si se entusiasmó con él, no fue para que permanezca siempre tal cual. No es que sus ojos se hayan quedado prendados de lo que es en ese momento, sino que sus ojos de artista han visto ya lo que llegaría a ser. Ama lo que va a sacar de él, no lo que es. Es el modo como Dios nos amó siendo pecadores. Afirmamos que Dios nos amó siendo pecadores, pues dice: No tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos29. ¿Acaso nos amó siendo pecadores para que permanezcamos siéndolo? Él nos vio como ve un artista una viga de madera extraída del bosque y pensó en el edificio que con ella iba a construir, no en la viga sin más.
Así también tú: ves que tu enemigo se te opone, se ensaña contigo, te muerde con sus palabras, te exaspera con sus insultos y te persigue con su odio. En todo ello ves su condición humana. Todo lo que ha hecho contra ti lo juzgas como procedente del hombre y ves en él lo que es hechura de Dios. El haber sido hecho hombre, es obra de Dios; el que te odie y te mire con malos ojos, es obra suya. ¿Y qué dices en tu interior? Señor, sé propicio con él, perdónale sus pecados, infúndele un fuerte temor, transfórmale. No amas en él lo que es, sino lo que quieres que sea. Así, pues, cuando amas al enemigo, le amas en cuanto hermano. Por tanto, el amor perfecto es el amor al enemigo; amor perfecto que está implicado en el amor al hermano.
Y que nadie diga que el apóstol Juan nos exigió menos y el Señor Jesús más; que Juan nos amonestó a amar a los hermanos, mientras que Cristo nos exhortó a amar también a los enemigos30. Advierte por qué te amonestó el Señor a amar a los enemigos. ¿Acaso para que permanecieran siempre siendo enemigos? Si te exhortó a amarlos para que permanezcan siendo tales, los odias, no los amas. Presta atención a cómo amó él a sus perseguidores, esto es, porque no quería que permaneciesen tales. Dice así: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen31. Quiso que cambiasen aquellos por los que pidió perdón, y a los que quiso que cambiasen se dignó hacerlos de enemigos hermanos. Y en verdad eso hizo. Fue matado, sepultado, resucitó, ascendió al cielo, envió a sus discípulos el Espíritu Santo; esto es, empezaron a predicar, llenos de confianza, su nombre, obraban milagros en nombre del crucificado y matado; lo vieron los asesinos del Señor y quienes habían derramado con saña su sangre, la bebieron al aceptar la fe.
Odia el mal, pero ama a quien lo obra
11. Esto es lo que he dicho, hermanos, alargándome un tanto. Mas como tenía que encarecer con el máximo vigor la caridad misma a vuestra Caridad, tuvo que ser así. Si, en efecto, no hay en vosotros caridad alguna, nada he dicho. Pero, si la hay, he como echado aceite a sus llamas. Y quizá la he encendido con mis palabras en aquel que carecía de ella. En uno se acrecentó lo que ya existía, en otro comenzó a aparecer lo que no existía. Todo esto lo he dicho, pues, para que no seáis perezosos en amar a los enemigos. ¿Se ensaña contra ti un hombre? Si él se ensaña, tú ruega por él; si él te odia, tú compadécete de él. Es la fiebre que sufre su alma la que te odia; una vez que esté sano, te dará las gracias. ¿Cómo aman los médicos a los enfermos? ¿Acaso los aman en cuanto enfermos? Si los aman en cuanto enfermos, es que desean que permanezcan siempre enfermos. Si aman a los enfermos, no es para que permanezcan siempre enfermos, sino para que pasen de enfermos a sanos. Y ¡cuánto no tienen que sufrir a menudo de los frenéticos, qué insultos! A veces hasta les golpean. El médico persigue la fiebre, pero perdona al hombre. Y ¿qué puedo decir, hermanos? ¿Ama el médico a su enemigo? Al contrario, odia a su enemigo, la enfermedad, la odia a ella, pero ama al hombre que le golpea; odia a la fiebre. Pues ¿quién le golpea? La enfermedad, la dolencia, la fiebre. El médico elimina lo que se le opone para que permanezca lo que será objeto de felicitaciones.
Obra también tú así: si te odia tu enemigo y te odia sin razón, sábete que en él reinan las apetencias mundanas y por eso te odia. Si también tú le odias, le devuelves mal por mal. ¿Qué se sigue de este tu devolver mal por mal? Que antes lloraba por un único enfermo, la persona que te odiaba; ahora, si también tú le odias, ya lloro por dos. Pero va tras de tus bienes; te quita no sé qué que posees en esta tierra; ésta es la razón por la que le odias: porque te hace pasar estrecheces aquí. No sufras angustias aquí; ponte en movimiento hacia arriba, hacia el cielo. Tendrás el corazón allí donde hay amplitud, para no sufrir estrechez alguna al esperar la vida eterna. Fíjate en lo que te quita; ni eso te quitaría, si no lo permitiese aquel que azota a todo el que recibe como hijo32. En cierto modo tu propio enemigo es como el bisturí de que se sirve Dios para curarte. Si Dios sabe que te es útil que tu enemigo te expolie, se lo permite; si sabe que te es útil que te azote, le permite que lo haga. Se sirve de él para curarte; tú desea su sanación.
Cómo saber si Dios habita en nosotros
12. A Dios nadie le ha visto nunca. Considerad esto, amadísimos. Si nos amamos unos a otros, Dios permanecerá en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud33. Comienza a amar, alcanzarás la perfección. ¿Comenzaste a amar? Dios comenzó a habitar en ti; ama al que empezó a habitar en ti, para que, morando más plenamente, te lleve a alcanzar la plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que nos ha dado participar de su Espíritu34. Estupendamente, demos gracias a Dios. Conocemos que habita en nosotros. ¿Y cómo sabemos que conocemos que habita en nosotros? El mismo Juan dijo: Porque nos ha dado participar de su Espíritu.¿Cómo sabemos que nos ha dado participar de su Espíritu? Pregunta a tu corazón; si está lleno de caridad, tienes el Espíritu de Dios. ¿Cómo conocemos que es ése el criterio para saber si el Espíritu de Dios habita en ti? Interroga al apóstol Pablo: Porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado35.
No cabe que el enfermo pierda la esperanza
13. Y nosotros hemos visto y somos testigos de que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo36. Estad tranquilos los que os halláis enfermos. ¿Perdéis la esperanza, habiendo venido un médico de tal categoría? Grandes eran las dolencias, incurables las heridas, sin esperanza de curación la enfermedad. Te fijas en la magnitud de tu mal ¿y no en la omnipotencia del médico? Tú has perdido la esperanza, pero él es todopoderoso. Testigos de su poder son los primeros a los que curó; ellos le dieron celebridad. Y todo ello no obstante que fueron curados más en la esperanza que en la realidad. Pues así se expresa el Apóstol: Pues hemos sido salvados en esperanza37. La adquisición de la fe, pues, ha significado el comienzo de nuestra sanación; pero nuestra salud alcanzará su plenitud cuando esto corruptible se revista de incorruptibilidad y esto mortal se revista de inmortalidad38. Esto es objeto de esperanza, aún no la realidad. Pero el que se goza en lo que espera, conseguirá también la realidad; en cambio, quien carece de esperanza no podrá alcanzarla.
Dios no necesita del hombre, el hombre sí de Dios
14. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios39. Digámoslo brevemente: Quien confiese,no de palabra, sino con los hechos, no con la lengua, sino con la vida. Pues son muchos los que lo confiesan de palabra, pero lo niegan con los hechos.
Y nosotros hemos conocido y creído cuál es el amor que Dios tiene por nosotros.De nuevo ¿cómo lo has conocido? Dios es amor. Lo dijo ya antes y lo repite ahora. No pudo recomendarte de forma más plena el amor que llamándolo Dios. Tal vez estabas dispuesto a despreciar el don de Dios. ¿También a Dios lo desprecias? Dios es amor. Y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él40. Recíprocamente habitan el uno en el otro, el que contiene y el contenido. Tú habitas en Dios, mas para ser contenido. Dios habita en ti, mas para contenerte y evitar que caigas. No sea que pienses que te conviertes en casa de Dios del mismo modo que tu casa lleva tu cuerpo. Si se retira la casa en que te hallas, caes; si, por el contrario, eres tú el que te retiras, Dios no cae. Él permanece íntegro, aun cuando tú le abandonas e íntegro cuando vuelves a Él. Al volver no le prestarás ningún beneficio a él, pero tú sanarás, te purificarás, te reharás, te corregirás. Él es medicina para el enfermo, regla para el torcido, luz para el entenebrecido, cobijo para el desamparado. Todas estas cosas, pues, las recibes tú. Estate atento; no pienses que otorgas algo a Dios cuando vas a Él; ni siquiera un siervo. ¿Es que no tendrá Dios siervos si tú o ninguno otro quisiera serlo? No es Dios quien necesita de los siervos, sino los siervos de Dios. Por eso dice el salmo: Dije al Señor: Tú eres mi Dios.Él es el verdadero Señor. ¿Y qué añade? Porque no necesitas de mis bienes41. Tú necesitas del bien que te procura tu siervo; éste necesita del bien que le procuras tú, es decir, necesita que le alimentes; también tú necesitas del bien que te procura tu siervo, es decir, necesitas que te ayude. No puedes acarrearte el agua, no puedes hacerte la comida, no puedes correr delante del caballo ni cuidar de tu cabalgadura. Adviertes que necesitas del bien que es tu siervo, necesitas sus servicios. En consecuencia, no eres un verdadero señor, puesto que necesitas de tu inferior. Verdadero señor es aquel que nada busca de nosotros, pero ¡ay de nosotros, si no le buscamos a Él! No busca nada de nosotros, pero nos buscó, cuando no le buscábamos a Él. Se había extraviado una oveja, la encontró y, lleno de gozo, la cargó sobre sus hombros42. ¿Acaso tenía necesidad el pastor de la oveja? ¿No era más bien la oveja la que necesitaba al pastor?
Cuanto mayor es la satisfacción con que hablo de la caridad, tanto menos quiero que se acabe esta carta. No hay otra más ardiente para recomendar la caridad. No tengo nada más dulce que predicaros; no hay bebida más saludable, pero a condición de que confirméis en vosotros con vuestra santa vida el don de Dios. No seáis ingratos a gracia tan grande de parte de quien, teniendo un Hijo único, no quiso que fuese único, sino que, para tener hermanos, adoptó a quienes poseyesen con él la vida eterna.