HOMILÍAS SOBRE LA PRIMERA CARTA
DE SAN JUAN A LOS PARTOS

HOMILÍA SÉPTIMA (1 JN 4,4-12)

Traducción: Pío de Luis, OSA

Relación de la caridad con las dos lecturas del día

1. Para todos los fieles que buscan la patria, este mundo es lo mismo que el desierto para el pueblo de Israel. Ciertamente los israelitas andaban aún errantes en busca de la patria; pero teniendoa Dios por guía no podían extraviarse. El mandato de Dios se constituyó en su camino. En efecto, de todos es conocido que el mismo trayecto que, con rodeos, recorrieron durante cuarenta años, se hace en poquitas etapas. Si tardaron tanto se debe a que Dios los probaba, no a que los hubiera abandonado. Así, pues, lo que Dios nos promete es una dulzura inenarrable y un bien -como dice la Escritura y con frecuencia me habéis oído recordarlo- que ni el ojo vio ni el oído oyó ni subió al corazón del hombre1. Ahora bien, las fatigas temporales nos ejercitan y las pruebas de la vida presente nos instruyen. Pero si no queréis morir de sed en este desierto, bebed la caridad. Es la fuente que Dios quiso poner aquí para que no desfallezcamos en el camino; fuente de que beberemos más abundantemente aún, cuando lleguemos a la patria.

Acabamos de leer el evangelio. Para referirme sólo a las palabras mismas con que terminó su lectura, ¿oísteis hablar de otra cosa que no sea la caridad? En efecto, en la oración hemos hecho un pacto con nuestro Dios: si queremos que nos perdone nuestros pecados, hemos de perdonar asimismo los pecados cometidos contra nosotros2. Ahora bien, sólo la caridad los perdona. Elimina del corazón la caridad; se apodera de él el odio que ignora lo que es perdonar. More en él la caridad. Con toda seguridad perdona; ella no conoce estrecheces. Considerad si esta carta cuya exposición he emprendido encarece en toda ella otra cosa que no sea únicamente la caridad. No hay que temer que el tanto repetirlo lleve a odiarla. Pues ¿qué puede amarse si llega a odiarse la caridad? ¿Qué grado de amor ha de tenerse a la caridad, gracias a la cual se aman debidamente las demás cosas? Así, pues, que no se aleje de la boca lo que nunca debe alejarse del corazón.

La victoria del cristiano es debida a Dios

2. Dice la carta: Vosotros, hijitos, ya sois de Dios y le habéis vencido3. ¿A quién, sino al Anticristo? Pues con anterioridad había dicho: Todo el que disgrega a Jesucristo y niega que haya venido en carne no es de Dios4. Si recordáis, expusimos que niegan que Jesucristo haya venido en la carne todos los que violan la caridad. Pues no había otra razón distinta de la caridad para que viniera Jesús. En efecto, se nos encarece aquella caridad que él mismo recomienda en el evangelio: Nadie puede tener mayor caridad que ésta: entregar su vida por sus amigos5. ¿Cómo podría el Hijo de Dios entregar su vida por nosotros sino revistiéndose de una carne en que pudiera morir? De ahí que, diga lo que diga la lengua, todo el que viola la caridad niega con su vida que Cristo haya venido en la carne. Y éste es el anticristo dondequiera que se halle, a dondequiera que entre. ¿Pero qué dice Juan a los ciudadanos de aquella patria por la que suspiramos? Le habéis vencido.¿Y cómo le han vencido? Porque el que está en vosotros es mayor que el que está en este mundo6. Y para que no atribuyesen la victoria a sus fuerzas y fuesen así vencidos por la arrogancia y el orgullo -el diablo vence a todo aquel al que consigue hacer orgulloso-, deseando que conservaran la humildad, ¿qué les dice? Le habéis vencido. Todo hombre que escucha habéis vencido levanta la cabeza, yergue la cerviz, quiere que le alaben. No te enorgullezcas, mira quién vence en ti. ¿Por qué has vencido? Porque el que está en vosotros es mayor que el que está en este mundo. Sé humilde; carga con tu Señor; sé jumento para quien se sienta sobre ti. Es un bien para ti que sea él quien te gobierne y te guíe. Pero si no le tuvieses a él como jinete, puedes erguir la cerviz, puedes soltar coces. Pero, ¡ay de ti si no tienes quien te gobierne! Esa libertad te envía a ser pasto de las fieras.

Los anticristos hablan según el mundo

3. Ellos son del mundo. ¿Quiénes? Los anticristos. Ya habéis oído quiénes son. Y, si vosotros no sois de ellos, los conocéis; en cambio quien es él eso mismo, no los conoce. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha7. ¿Quiénes son los que hablan según el mundo? Fijaos: los que hablan contra la caridad. Habéis oído que el Señor dice: Si perdonáis sus pecados a los hombres, también vuestro Padre del cielo perdonará los vuestros; pero si no se los perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará los vuestros8. Lo ha afirmado la Verdad, o, si no es la Verdad la que habla, osa decir lo contrario. Si eres cristiano y crees a Cristo, Él mismo dijo: Yo soy la Verdad9. Lo afirmado es verdadero e inamovible. Escucha ya a los hombres que hablan según el mundo: «¿Y no te vas a vengar, y va él a pregonar que te hizo eso? Al contrario, hazle ver que tiene que vérselas con un hombre». Son palabras que se pronuncian a diario. Quienes así hablan, lo hacen según el mundo y el mundo los escucha. Son cosas que sólo dicen y escuchan quienes aman el mundo. Y, como habéis oído, quien ama el mundo y descuida la caridad niega que Jesús haya venido en la carne. ¿Acaso hizo el mismo Señor, cuando vino en la carne, lo que ellos sugieren? ¿Acaso quiso vengarse cuando le abofetearon? Cuando pendía de la cruz, ¿no dijo: Padre perdónales, porque no saben lo que hacen?10 Así, pues, si no amenazaba quien tenía poder, ¿por qué amenazas tú? ¿Por qué te hinchas tú, puesto bajo autoridad ajena? Él, que murió porque quiso, no amenazaba; tú, que ignoras cuándo has de morir, ¿amenazas?

Lo más que se pudo decir del amor

4. Nosotros somos de Dios.Veamos por qué. Considerad si puede haber otra razón que la caridad. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y del error11. Quien nos escucha posee, en efecto, el espíritu de la verdad y quien no nos escucha, el espíritu del error. Veamos a qué nos exhorta, y escuchémosle sobre todo a Él que nos exhorta en el espíritu de la verdad a nosotros, no a los anticristos, no a los amantes de este mundo, no al mundo. Si hemos nacido de Dios, amadísimos... Ved cómo sigue Juan en un texto anterior: Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha; quien no es de Dios, no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el del error. Ya ha llamado nuestra atención: pues quien conoce a Dios es quien escucha y, en cambio, quien no le conoce no escucha; aquí está lo que distingue el espíritu de la verdad del espíritu del error. Veamos qué nos va a indicar, en qué debemos escucharle. Queridísimos, amémonos unos a otros. ¿Por qué? ¿Porque exhorta a ello un hombre? Porque el amor es de Dios. Mucho ha encarecido el amor al decir que es de Dios. Pero aún ha de decir más. Escuchémosle con atención. Acaba de decir:El amor proviene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y ha conocido a Dios. Quien no ama no conoce a Dios. ¿Por qué? Porque Dios es amor12. ¿Qué más pudo decir, hermanos? Aunque en las restantes páginas de esta carta no dijese nada más en alabanza de la caridad, aunque no dijese nada más en el resto de la Escritura entera y oyésemos de la voz del Espíritu de Dios esta misma cosa, que Dios es amor, nada más deberíamos buscar.

Osa oponerte a Dios no amando al hermano

5. Ved ya que obrar contra el amor es obrar contra Dios. Que nadie diga: «Cuando dejo de amar a mi hermano peco contra un hombre;-estad atentos- con tal de no pecar contra Dios, no daré importancia a pecar contra un hombre». ¿Cómo que no pecas contra Dios, si pecas contra el amor? Dios es amor13. ¿Y soy acaso yo quien lo dice? Si fuera yo quien dijese que Dios es amor, quizá se escandalizaría alguno de vosotros y comentaría: «Pero ¿qué ha dicho?, ¿qué quiso decir al afirmar que Dios es amor?». Ved, hermanos, que se trata de la Escritura de Dios. Esta carta es canónica, se lee en todos los pueblos, la acepta como autoridad el orbe de la tierra, ella misma lo ha edificado. En ella escuchas que el Espíritu de Dios dice: Dios es amor. Ahora, si te atreves, obra contra Dios y no ames a tu hermano.

En el amor está presente el Espíritu: Dios y Dios de Dios

6. ¿Cómo, pues, dijo antes: El amor es de Dios y ahora: El amor es Dios?.Pues Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo es Dios de Dios; el Espíritu Santo es Dios de Dios. Los tres juntos son un único Dios, no tres dioses. Si el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios y el que ama es aquel en quien habita el Espíritu Santo, entonces Dios es amor, pero Dios que procede de Dios. Lo uno y lo otro tienes efectivamente en la carta: que el amor es de Dios y que Dios es amor. El único del que la Escritura no afirma que es de Dios es el Padre. Por tanto, cuando oyes decir de Dios, o se refiere al Hijo o al Espíritu Santo. Mas como el Apóstol dice que la caridad ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado14, hemos de entender que en el amor se halla indicado el Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu Santo que no pueden recibir los malos; Él es aquella fuente de la que dice la Escritura: Tu fuente de agua sea exclusivamente para ti y ningún extraño participe contigo de ella15. Pues todos los que no aman a Dios son extraños, son anticristos. Y aunque entren en las basílicas, no pueden ser contados entre los hijos de Dios. A ellos no les pertenece esa fuente de vida. El bautismo lo puede tener también el malo, igual que la profecía. Sabemos que el rey Saúl tuvo el don de la profecía; cuando perseguía al santo David, se vio lleno del espíritu de profecía y comenzó a profetizar16. Recibir el cuerpo y la sangre del Señor está también en poder del malo, pues de los tales se dijo: Quien lo come y bebe indignamente come y bebe su propia condenación17. También el malo puede llevar el nombre de Cristo, es decir, también el malo puede llamarse cristiano. De los tales se ha dicho: Mancillan el nombre de Dios18. En conclusión, también el malo puede poseer todos los ritos y símbolos sagrados, pero lo que no puede es ser malo y poseer la caridad. Éste es, pues, el don propio, exclusivo; es la fuente particular. El Espíritu de Dios os exhorta a beber de ella, a beberle a Él.

La diversa intención hizo diversas las acciones.
El poder de la caridad

7. En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros.Ved que nos exhorta a amar a Dios.¿Podríamosamarlesi Él no nos hubiese amado primero? Si éramos perezosos para amarle, no lo seamos para corresponder a su amor. Él nos amó primero y ni siquiera así le amamos nosotros. Nos amó cuando éramos inicuos, pero destruyó la iniquidad; nos amó siendo inicuos, pero no nos congregó para obrar la iniquidad; nos amó estando enfermos, pero nos visitó para sanarnos. Dios, pues, es amor.En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: en que envió a su Hijo único a este mundo para que vivamos por medio de Él19. El mismo Señor dijo: Nadie puede tener mayor caridad que ésta: la de entregar su vida por sus amigos. Y ahí está la prueba del amor de Cristo hacia nosotros: el haber muerto por nosotros. ¿Cómo se prueba el amor del Padre hacia nosotros? En que envió a su Hijo único a morir por nosotros; así dice también el apóstol Pablo: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha dado ya todo con Él?20 Ved que a Cristo lo entregó el Padre, lo entregó Judas. ¿No parece una acción como semejante? Judas fue quien le entregó. Según eso, ¿le entregó también Dios Padre? «En ningún modo», respondes. Pero no soy yo quien lo dice, sino el Apóstol: Quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.Y no sólo lo entregó el Padre, sino que también se entregó Él a sí mismo. Dice el mismo Apóstol: Quien me amó y se entregó a sí mismo por mí21. Si el Padre entregó al Hijo y el Hijo se entregó a sí mismo, ¿qué hizo Judas? La entrega fue obra del Padre, del Hijo, de Judas. No hay más que una y única acción. Pero ¿qué distingue al Padre entregando al Hijo y al Hijo entregándose a sí mismo de Judas entregando a su maestro? Esto: el Padre y el Hijo lo hicieron en acto de caridad, mientras que Judas lo hizo en acto de traición. Veis que no hay que considerar lo que haga el hombre, sino con qué espíritu e intención lo hace. En una misma acción hallamos que interviene Dios Padre y Judas. Al Padre le bendecimos, a Judas lo detestamos. ¿Por qué bendecimos al Padre y detestamos a Judas? Lo que bendecimos es la caridad, lo que detestamos es la iniquidad. En efecto, ¿cuán beneficiosa resultó para el género humano la entrega de Cristo? ¿Acaso Judas pensó en ello como motivo para entregar a Jesucristo? Dios pensó en nuestra salvación, razón por la que fuimos redimidos; Judas tenía en mente el precio por el que vendió al Señor. El Hijo mismo pensó en el precio que entregó por nosotros, Judas pensó en el precio que recibió por venderle. Así, pues, la diversa intención hizo que fuesen diversas las acciones. Aun tratándose de un único hecho, si le aplicamos el metro de las diversas intenciones, advertimos que hay que amar a uno y que condenar a otro; que uno merece ser glorificado y otro ser detestado. ¡Tanto vale la caridad! Ved que ella sola discierne, ella sola distingue las acciones de los hombres.

Ama y haz lo que quieras

8. Lo dicho se refiere a acciones semejantes. Pero lo mismo acontece cuando se trata de hechos diferentes. Así hallamos que la caridad hace a un hombre duro y la maldad hace a otro afable: el padre pega a su hijo, el traficante de esclavos se muestra afable. Si presentas una y otra acción, los golpes y los gestos de afabilidad, ¿quién no elegirá a éstos y rehuirá aquéllos? Si pones los ojos en los sujetos que realizan esas acciones, es la caridad la que pega y la maldad la que se muestra afable. Ved lo que trato de meteros en la cabeza: la bondad de las acciones de los hombres sólo se discierne examinando si proceden de la raíz de la caridad. En efecto, pueden realizarse muchas que poseen una apariencia de bondad, pero no proceden de la raíz de la caridad; también las zarzas tienen flores. Otras acciones, por el contrario, parecen duras y crueles, pero se llevan a cabo para imponer la disciplina bajo el dictado de la caridad. Así, pues, de una vez se te da este breve precepto: Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien.

El amor a Dios se manifiesta en el amor a los hermanos

9. En esto consiste el amor. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: en que envió a su Hijo unigénito a este mundo para que vivamos por Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros le hayamos amado, sino en que Él nos amó.No fuimos nosotros quienes le amamos a Él antes, pues Él nos amó precisamente para que le amemos. Y envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados; como víctima de propiciación, como oferente de un sacrificio. Él ofreció un sacrificio por nuestros pecados. ¿Dónde halló la ofrenda, la víctima pura que quería ofrecer? Al no hallar ninguna otra, se ofreció a sí mismo. Amadísimos, si Dios nos amó de esa manera, nosotros debemos amarnos unos a otros22. Pedro, le dice, ¿me amas? Y él le respondió: Te amo. Apacienta mis ovejas23.

Si quieres ver a Dios: Dios es amor

10.A Dios nadie le ha visto nunca24. Dios es un ser invisible. No hay que buscarlo con los ojos, sino con el corazón. Pero de igual manera que si quisiéramos ver el sol físico, limpiaríamos el ojo corporal que nos permite poder ver la luz, de igual manera, si queremos ver a Dios, hemos de purificar el ojo con que podemos verle. ¿Dónde se halla este ojo? Escucha el evangelio: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios25. Pero que nadie piense en Dios al dictado de la concupiscencia de los ojos. Ésta o crea para sí una forma inmensa, o extiende espacialmente una magnitud inconmensurable, como quien aumenta cuanto puede por los anchos campos esta luz que ve con los ojos del cuerpo, o se lo representa como un anciano de aspecto venerable. No pienses nada de eso. Tienes otra cosa en qué pensar si quieres ver a Dios. Dios es amor.¿Qué rostro tiene el amor? ¿Qué forma, qué estatura, qué pies, qué manos tiene? Nadie lo puede decir. Y, sin embargo, tiene pies, pues son ellos los que conducen a la Iglesia; tiene manos, pues son ellas las que dan al pobre; tiene ojos, pues con ellos se mira por el necesitado. Dichoso, dice, el que mira por el necesitado y el pobre26. Tiene oídos, refiriéndose a los cuales dice el Señor: Quien tenga oídos para oír que oiga27. No son miembros diversificados espacialmente; no, el que tiene caridad, lo ve todo y a la vez con la inteligencia. Habita en ella y ella habitará en ti; permanece en ella y ella permanecerá en ti.

¿Quién, hermanos míos, ama lo que no ve? Sin embargo, ¿por qué os ponéis en pie, aclamáis y alabáis, cuando os alabo la caridad? ¿Qué os he descubierto? ¿Os he presentado algunos colores? ¿Os he puesto ante los ojos oro y plata? ¿He desenterrado piedras preciosas de un tesoro? ¿He mostrado a vuestros ojos algo semejante? ¿Acaso se modificó mi fisonomía al hablar? Sigo teniendo carne, sigo siendo igual que entré, como vosotros seguís siendo igual que vinisteis; se alaba la caridad y comenzáis a gritar. Sin duda no veis nada. Pero ¡ojalá os agrade para conservarla en el corazón, como os agrada cuando la alabáis! Prestad atención a lo que voy a decir, hermanos; en cuanto me lo concede el Señor, os exhorto a buscar un gran tesoro. Suponed que se os muestra un pequeño jarrón cincelado, dorado, cuidadosamente labrado, que cautivase vuestros ojos y arrastrase tras de sí la mirada de vuestro corazón, agradándoos las manos hábiles del artista, la cantidad de plata y el brillo del metal, ¿no diría cada uno de vosotros: ¡si yo tuviera ese jarrón!? Y carecería de sentido decirlo, pues no estaría a vuestro alcance poseerlo. O, si alguno quisiera hacerse con él, tendría que pensar en robarlo de casa ajena. En vuestra presencia se alaba la caridad; si os agrada, tenedla, poseedla; no tenéis necesidad de robarla a nadie, ni tenéis que pensar en comprarla: se ofrece gratuitamente. Retenedla, abrazadla; nada hay más dulce que ella. Si, cuando se la menciona, resulta dulce, ¿cómo resultará cuando se la posea?

La caridad no es inactiva

11. Si, tal vez, queréis guardar en el corazón la caridad, hermanos, por encima de cualquier otra cosa, no penséis que es cosa lánguida e inactiva; no penséis que se la guarda con cierto tipo de mansedumbre que, más que mansedumbre, es dejadez y negligencia. No es así como se la guarda. No pienses que amas a tu siervo cuando no le pegas, o a tu hijo cuando no lo disciplinas, o que amas a tu vecino cuando no lo corriges: esto no es caridad, sino dejadez. Muéstrese ferviente la caridad en el corregir y en el enmendar. Las costumbres buenas han de producir satisfacción; si son malas hay que enmendarlas y corregirlas. No ames en el hombre el error, sino el hombre, pues al hombre lo hizo Dios y al error lo hizo el hombre mismo. Ama lo que hizo Dios, no ames lo que hizo el hombre mismo. Amar aquello implica destruir esto; amar aquello supone corregir esto. Y le amas incluso si alguna vez te muestras duro con él porque amas verle corregido.

Ésa es la razón por la que, para manifestarse, se sirvió de una paloma, la que descendió sobre el Señor28. Me refiero a aquella forma de paloma en la que vino el Espíritu Santo para infundir en nosotros la caridad. ¿Por qué se eligió la paloma? La paloma no tiene hiel; sin embargo, pelea con el pico y las alas en defensa de su nido, se muestra dura sin amargura. Esto mismo hace también el padre. Cuando castiga al hijo, lo castiga para someterlo a disciplina. Como dije antes, el que intenta seducir se muestra afable para lograr su objetivo de vender; el padre castiga sin hiel para conseguir la corrección del hijo. Sea ése vuestro comportamiento con todos. Advertid, hermanos, una gran lección, una gran regla: Todo hombre tiene hijos o desea tenerlos; o si resolvió no tener en absoluto hijos según la carne, al menos desea tenerlos espirituales. ¿Qué padre no corrige a su hijo? ¿Qué hijo hay a quien su padre no somete a disciplina?29 Y, sin embargo, da la impresión de ensañarse con él. Es el amor, es la caridad la que se ensaña. Se ensaña en cierto modo, pero sin hiel; como la paloma, no como el cuervo.

De aquí me ha venido a la mente, hermanos míos, deciros que los violadores de la caridad crearon un cisma. Como odian la caridad misma, así odian también a la paloma. Pero la paloma los deja convictos: viene del cielo, se abren los cielos y se posa sobre la cabeza del Señor. ¿Con qué finalidad? Para que escuche Juan Bautista: Éste es el que bautiza30. Dad marcha atrás, usurpadores; retiraos, invasores de la propiedad de Cristo. Os habéis atrevido a clavar los títulos del Todopoderoso en vuestras posesiones, donde pretendéis dominar. Él conoce sus títulos y reclama poseerlos porque son suyos; no los borra, sino que entra y toma posesión de ellos. Por eso, al que viene a la Católica no se le destruye el bautismo para no destruir el título del Rey. Pero ¿qué se hace en la Católica? Se reconoce el título del Señor; entre como dueño al amparo de sus títulos allí a donde entraba el usurpador con títulos ajenos.