Traducción: Pío de Luis, OSA
Síntesis de la conclusión del tratado anterior
1. Recordáis, hermanos, que el texto leído y comentado ayer terminaba con la indicación de que no necesitáis de nadie que os instruya, pues la misma Unción os instruye sobre todas las cosas. Este texto os lo expuse -como estoy cierto que no habéis olvidado- en el sentido de que nosotros, que hablamos desde fuera ante vuestros oídos, somos como agricultores que cultivan desde fuera el árbol, pero no podemos darle el crecimiento ni formar sus frutos. Os indicamos también que, si no os habla interiormente quien os creó y os redimió y llamó y habita en vosotros por la fe y su Espíritu, no tiene sentido que hagamos ruido. ¿En qué se manifiesta? En el hecho de que, aunque son muchos los oyentes, no logramos persuadir a todos de lo que decimos, sino sólo a aquellos a quienes habla Dios interiormente. Pero él habla interiormente a quienes le reservan lugar, y se lo reservan los que no se lo otorgan al diablo. En efecto, el diablo quiere habitar en los corazones de los hombres y hablarles allí todo lo que tiene poder de seducción. Pero ¿qué dice el Señor Jesús? El príncipe de este mundo ha sido arrojado fuera1. ¿De dónde fue arrojado? ¿Acaso fue expulsado fuera del cielo y de la tierra? ¿Acaso fuera de la estructura de este mundo? No, sino fuera de los corazones de los creyentes. Expulsado el invasor, habite allí el redentor, puesto que el redentor es el creador. Pero el diablo, ya fuera, ataca, no vence a quien le posee interiormente. Ataca desde fuera, recurriendo a diversas tentaciones; pero aquel en cuyo interior habite Dios y la Unción de que oísteis hablar, no consiente a ellas.
La Unción es veraz y justifica la fe y la esperanza
2. Y es veraz, dice, la misma Unción.Es decir, el mismo Espíritu del Señor, que enseña a los hombres, no puede mentir. Y no es mentirosa; según os enseñó, permaneced en ella. Y ahora, hijitos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza ante él, para no quedar confundidos por él cuando venga2. Lo estáis viendo, hermanos: creemos en Jesús a quien no hemos visto; nos lo han anunciado los que le vieron, los que le tocaron, los que oyeron las palabras de su boca. Y fueron enviados por él para que persuadieran de todo al género humano; no fueron ellos los que tomaron la iniciativa de partir. Y ¿a dónde fueron enviados? Cuando se leyó el evangelio escuchasteis: Id, predicad el evangelio a toda criatura bajo el cielo3. Así, pues, los discípulos fueron enviados por doquier, aportando el testimonio de signos y prodigios para que se les creyera que proclamaban lo que habían visto.
Nosotros, además de creer en Jesús a quien no vimos, esperamos su venida. Todos los que le esperan con fese llenarán de gozo cuando venga; quienes carecen de ella se llenarán de confusión cuando llegue lo que ahora no ven. Y tal confusión no será de un día ni pasajera, como la que suelen experimentar quienes son sorprendidos en alguna culpa y sufren los insultos de los hombres. Aquella confusión llevará a la izquierda a los que la sufren para que oigan: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles4. Permanezcamos, pues, en sus palabras para no quedar confundidos cuando llegue. Él mismo dice en el evangelio a los que habían creído en él: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos5. Y como si preguntaran: «¿Qué fruto obtendremos?», añade: Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres6. Pues ahora nuestra salvación es salvación en esperanza, no en la realidad; pues aún no tenemos lo prometido, sino que esperamos su llegada. Quien lo prometió es de fiar, no te engaña; tú, por tu parte, no desfallezcas, espera la promesa, pues la Verdad no sabe engañar. No seas mentiroso proclamando una cosa y haciendo otra; mantén la fe, que él mantiene la promesa. Pues si tú no mantienes la fe, eres tú quien te defraudas, no el que hizo la promesa.
La justicia perfecta y la justicia incoada
3. Si sabéis que él es justo, sabed que todo el que obra la justicia ha nacido de él7. Ahora nuestra justicia proviene de la fe. La justicia perfecta sólo se da en los ángeles; en realidad, ni siquiera en los ángeles, si se les compara con Dios. Con todo, si hay alguna justicia propia de las almas y espíritus creados por Dios, ésa se da en los ángeles santos, justos, buenos a los que ninguna caída ha apartado de Dios y ningún orgullo les ha hecho caer, sino que permanecen siempre en la contemplación de la Palabra de Dios. Ellos no encuentran ninguna otra realidad que les sea dulce sino Dios que los creó. En ellos es perfecta la justicia. En nosotros, en cambio, comienza a existir a partir de la fe, según el Espíritu.
Cuando se leyó el salmo, oísteis:Comenzad [a alabar] al Señor con el reconocimiento del pecado8. «Comenzad», dijo. El comienzo de nuestra justicia es el reconocimiento de los pecados. En el momento en que empiezas a no justificar tus pecados, ya ha comenzado a existir en ti la justicia; pero sólo alcanzará su plenitud cuando no te deleite hacer nada más, cuando la muerte sea absorbida en la victoria9, cuando ninguna apetencia mundana te haga tilín, cuando no haya lucha con la carne y la sangre, cuando se logre la corona de la victoria, el triunfo sobre el enemigo. Entonces la justicia habrá alcanzado su perfección. Ahora todavía competimos; si competimos, nos hallamos en el estadio; herimos y nos hieren, pero se está a la espera de saber quién será el vencedor. Vence el que, cuando logra herir al adversario, no presume de sus fuerzas, sino que lo atribuye a Dios que le animaba. El único que lucha contra nosotros es el diablo. Si tenemos a Dios a nuestro lado, lo vencemos, pues si luchas contra el diablo tú solo, caerás derrotado. Se trata de un enemigo muy adiestrado. ¿Cuántos trofeos cuenta? Considerad a dónde nos arrojó; para que naciéramos mortales, comenzó arrojando del paraíso a nuestros primeros padres. Si, pues, él está adiestrado, ¿qué hay que hacer? Invocar al Todopoderoso contra el diablo adiestrado. Habite en ti quien no puede ser derrotado y, con toda seguridad, derrotarás al que está habituado a vencer. Pero ¿sobre quiénes logra sus victorias? Sobre aquellos en quienes no habita Dios. Pues, como sabéis, hermanos, Adán en el paraíso despreció el precepto de Dios y erigió su cerviz como pretendiendo no tener otro poder sobre sí que él mismo y no queriendo someterse a la voluntad de Dios y cayó de aquella inmortalidad, de aquella felicidad10. En cambio, cierto hombre, ya entrenado, mortal también él, yaciendo en un estercolero, comido de los gusanos, venció al diablo. Lo venció el mismo Adán, puesto que él estaba en Job, por proceder éste de su estirpe. Así, pues, Adán, vencido en el paraíso, venció en un estercolero. En el paraíso escuchó la sugestión que el diablo había infundido a la mujer; en el estercolero, en cambio, dijo a Eva: Has hablado como una estúpida11. En el paraíso le prestó oídos, en el estercolero le replicó; en la felicidad, le escuchó; en el sufrimiento, le venció. Por tanto, ved, hermanos, cómo continúa esta carta. Nos recomienda que venzamos al diablo, pero no con nuestras propias fuerzas. Si sabéis que él es justo, dice, sabed que todo el que obra la justicia ha nacido de él,de Dios, de Cristo. Y al decir ha nacido de él, nos anima a nosotros. En consecuencia, por el hecho de haber nacido de él, ya somos perfectos.
Ser hijo de Dios de nombre sólo o también en realidad
4. Escuchad: Mirad qué amor nos ha dado el Padre que nos llamamos y somos hijos de Dios12. Pues a los que se les llama hijos de Dios, sin serlo, ¿de qué les aprovecha llevar el nombre, si están privados de la realidad? ¿A cuántos se les llama médicos y no saben curar? ¿A cuántos se les llama serenos y pasan la noche entera durmiendo? Lo mismo acontece con muchos hombres: se les llama cristianos, pero no son hallados tales en la realidad, pues no son lo que indica ese nombre, es decir, no lo son en la vida, en las costumbres, en la fe, en la esperanza, en la caridad. Pero ¿qué habéis oído aquí, hermanos? Ved qué amor nos ha dado el Padre que nos llamamos y somos hijos de Dios. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él; el mundo no nos conoce13. El mundo entero es cristiano, y el mundo entero es impío, pues en el mundo entero hay personas impías y en el mundo entero hay personas piadosas. Los primeros no conocen a los segundos. ¿Por qué juzgamos que no los conocen? Porque insultan a los que viven santamente. Prestad atención y ved, porque igual los hay también entre vosotros. Suponed que uno de vosotros vive santamente, desprecia lo mundano, renuncia a asistir a los espectáculos, a embriagarse de un modo casi ritual y -lo que es más grave- a mancillarse al amparo de los días festivos; si rehúsa hacer todo eso, ¡cómo le insultan los que lo hacen! ¿Le insultarían acaso si le conociesen? Mas, ¿por qué no se le conoce? Porque el mundo no le conoce. ¿Quién es el mundo? Se llama mundo a los que lo habitan, igual que se llama casa a sus moradores. Son cosas dichas con frecuencia y no me resulta molesto repetirlas. Por tanto, cuando oigáis hablar de mundo en su acepción negativa, entended bajo ese término a los amantes del mundo. Merecieron tal nombre porque lo habitan y lo habitan porque lo aman. Ésta es la razón por la que el mundo no nos conoce: porque no le conoció a él. El mismo Señor Jesucristo caminaba, era Dios en carne, oculto en su debilidad. ¿A qué se debió que no le conocieran? Al hecho de que enfrentaba a todos los hombres con sus pecados. Éstos, al amar los deleites que procuraban los pecados, no conocían a Dios; amando lo que les sugería su fiebre, ultrajaban al médico.
El objeto de la esperanza cristiana: ver a Dios en cuanto Dios
5. Y de nosotros, entonces, ¿qué? Que ya hemos nacido de él, pero, como vivimos en esperanza, dice la carta: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios.¿Ahora ya? ¿Qué esperamos, entonces, si ya somos hijos de Dios? Sigue: Y aún no se ha manifestado lo que seremos. ¿Qué otra cosa seremos más que hijos de Dios? Escuchad cómo continúa: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como es14. Entienda vuestra Caridad. Realidad grandiosa: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como es. Prestad atención ya a qué se designa con «es». Lo sabéis. Aquello a lo que se llama «es» y no sólo se le llama, sino que lo es en verdad, es inmutable; permanece por siempre, desconoce el cambio y la corrupción; ni va a más, porque ya es perfecto, ni a menos, porque es eterno. ¿Y qué es eso? En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios15. ¿Y quién es esa Palabra? Quien existiendo en forma de Dios no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios16. Los malos no pueden ver a Cristo en este modo de existencia, en su condición divina, como Palabra de Dios y Unigénito del Padre e igual a él. En cambio, también los malos pueden ver la Palabra en su condición humana. De hecho en el día del juicio lo verán también ellos, porque vendrá a juzgar igual que vino a ser juzgado. En la misma forma humana, pero como Dios, pues maldito todo el que pone su esperanza en el hombre17. En condición humana vino a ser juzgado, en condición humana vendrá a juzgar. Y si no le van a ver, ¿qué queda de lo que está escrito: Verán a aquel a quien traspasaron?18 Pues de los impíos dice la Escritura que le verán y se sentirán confundidos. ¿Cómo no le van a ver los impíos cuando ponga a unos a la derecha y a otros a la izquierda? A los colocados a la derecha les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino19; y a los colocados a la izquierda: Id al fuego eterno20. Le verán, sí; pero sólo en su condición de siervo, no en la de Dios. ¿Por qué? Porque son impíos, y el mismo Señor dice: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios21. Así, pues, hemos de contemplar, hermanos, cierta visión que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre22: una determinada visión que supera la de todas las bellezas de la tierra, la del oro, la de la plata, la de los bosques y campos, la belleza del mar y la del aire, la del sol y la de la luna, la de las estrellas, la belleza de los ángeles; una belleza que supera toda otra belleza, porque de ella reciben el ser bellas todas las demás.
Capacitarse para recibir a Dios mediante el deseo
6. ¿Qué seremos, pues, cuando le veamos? ¿Qué se nos ha prometido? Seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es23. La lengua ha dicho lo que ha podido; lo demás ha de ser meditado en el corazón. Pues ¿qué dijo incluso el mismo Juan en comparación de aquel que es, o qué podemos decir los hombres tan por debajo de sus méritos?
Volvamos, pues, a aquella su Unción; volvamos a aquella su Unción que enseña interiormente algo que no podemos decir con palabras. Como ahora no podéis verlo, ocupaos en desearlo. La vida entera del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas aún no lo ves, pero deseándolo te capacitas para que, cuando llegue lo que has de ver, te llenes de ello. Es como si quieres llenar una cavidad, conociendo el volumen de lo que se va a dar; extiendes la cavidad del saco, del pellejo o de cualquier otro recipiente; sabes la cantidad que has de introducir y ves que la cavidad es limitada. Extendiéndola aumentas su capacidad. De igual manera, Dios, difiriendo el dártelo, extiende tu deseo, con el deseo extiende tu espíritu y extendiéndolo lo hace más capaz. Deseemos, pues, hermanos, porque seremos llenados. Ved cómo Pablo extiende su cavidad para poder acoger lo que ha de venir. Dice, pues: No se trata de que ya lo haya recibido o de que ya haya alcanzado la perfección, hermanos; yo no creo haberlo alcanzado.¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no la has alcanzado? Una sola cosa: Olvidando lo pasado, extendido hacia lo que está delante, con toda intención persigo la palma de la vocación suprema24. Dijo que estaba extendido y que lo perseguía con toda intención. Se sentía poco capaz para acoger lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre25. Ésta es nuestra vida: ejercitarnos mediante el deseo. Pero el deseo santo nos ejercita en la medida en que apartemos nuestros deseos del amor mundano. Ya he dicho con anterioridad:vacía el recipiente que has de llenar con otra cosa. Tienes que llenarte del bien, derrama el mal. Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde depositas la miel? Hay que derramar el contenido del vaso; hay que limpiar el vaso mismo; hay que limpiarlo, aunque sea con fatiga, a fuerza de frotar, para hacerlo apto para determinada realidad. Designémosla con un nombre erróneo; llamémosla oro, llamémosla vino; cualquier nombre que asignemos a lo que no puede ser nombrado, cualquier nombre que sea el que queramos darle, se llama Dios. Y, al decir Dios, ¿qué hemos dicho? ¿Todo lo que esperamos se reduce a esta única sílaba? Todo lo que fuimos capaces de decir, pues, se queda por debajo de esa realidad; extendámonos hacia él, para que cuando venga nos llene. Seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es.
El cristiano ubicado en la esperanza
7. Y todo el que tiene esta esperanza en él...26 Estáis viendo que nos dejó anclados en la esperanza. Advertís cómo el apóstol Pablo concuerdacon su colega en el apostolado. Dice: Estamos salvados en esperanza. Pero la esperanza que se ve no es esperanza; porque lo que uno ve, ¿cómo puede esperarlo? Si, pues, esperamos lo que no vemos, con paciencia lo esperamos27. La misma paciencia ejercita el deseo. Permanece tú, pues él permanece, y persevera en tu caminar, hasta que llegues, pues el lugar a donde te encaminas no se retirará. Ved: Y todo el que tiene esta esperanza en él se hace puro como él es puro28. Ved cómo no suprimió el libre albedrío, pues dice: se hace puro.¿Quién nos hace puros sino Dios? Pero él no te hace puro si tú no quieres. Por tanto, te haces puro a ti mismo en tanto en cuanto unes tu voluntad a la de Dios. Te haces puro a ti mismo no por tus fuerzas sino por las de aquel que vino para habitar en ti. No obstante, como en ello intervienes de alguna manera con tu voluntad, también se te asigna tu parte. Pero se te asigna tu parte para que digas como el salmo: Sé mi ayuda, no me abandones29. Si dices: «Sé mi ayuda», es que algo haces tú; pues, si nada haces tú, ¿cómo es que te ayuda él?
Ver y conocer a Dios: fe y visión
8. Todo el que comete pecado comete también iniquidad30. Que nadie diga: «Una cosa es el pecado, otra la iniquidad»; que nadie diga: «Yo soy hombre pecador, pero no un inicuo, pues Todo el que comete pecado comete también iniquidad; el pecado es una iniquidad».¿Qué hemos de hacer, pues, de nuestros pecados e iniquidades? Escucha lo que dice Juan: Y sabéis que para esto se ha manifestado él: para destruir los pecados. Y en él no hay pecado.Aquel en quien no hay pecado es aquel que vino a borrar el pecado. Pues si también en él hubiese pecado, en vez de quitarlo él, habría que quitárselo a él. Todo el que permanece en él no peca. No peca en tanto en cuanto permanece en él. Todo el que peca ni le ha visto ni conocido.¡Gran cuestión esta! Todo el que peca ni le ha visto ni conocido. Nada tiene de extraño. No le vemos, pero le hemos de ver; no le conocemos, pero le hemos de conocer; creemos en aquel a quien no conocemos. ¿Tal vez le conocemos por la fe y no le conocemos aún por la visión? Pero en la fe le vemos y le conocemos. Pues si la fe aún no ve, ¿por qué se dice que somos iluminados? Hay una iluminación que proviene de la fe y otra que proviene de la visión. Ahora, mientras somos peregrinos, caminamos en la fe, no en la visión31. En consecuencia, también nuestra justicia proviene de la fe, no de la visión. Nuestra justicia será perfecta cuando llegue la visión. Entretanto, no abandonemos la justicia que proviene de la fe, puesto que el justo vive de la fe, como dice el Apóstol32. Todo el que permanece en él no peca. Pues todo el que peca no le ha visto ni conocido. El que peca no cree; pero si cree no peca, al menos en lo que depende de su fe.
La pureza y justicia del cristiano, semejante, no igual a la de Dios
9. Hijitos míos, que nadie os seduzca. El que obra la justicia es justo, como él es justo33. ¿Acaso por haber oído que somos justos como lo es él, debemos pensar que somos iguales a Dios? Debéis conocer el significado de «como», pues ya antes dijo: Se hace puro como él es puro. Según esto, ¿ya es idéntica e igual nuestra pureza a la pureza de Dios y nuestra justicia a la de él? ¿Quién se atreverá a decirlo? La partícula «como» no se emplea siempre para significar igualdad. Un caso: Alguien ha visto esta espaciosa basílica. Si se quiere levantar otra menor, pero guardando la proporción en las medidas de modo que si, por ejemplo, ésta tiene el doble de longitud que de anchura, él hará otra que sea también el doble de larga que de ancha. En ese caso se ve que hizo otra como ésta. Sin embargo, ésta tiene, supongamos, cien codos, la otra treinta: es como ella y, a la vez, desigual. Veis que no siempre el «como» se utiliza para indicar paridad e igualdad. Ved, por ejemplo, la diferencia que existe entre el rostro de un hombre y su imagen reflejada en el espejo. Hay un rostro en la imagen, otro en el cuerpo; en la imagen una imitación, en el cuerpo el rostro real. ¿Y qué decimos? Pues como en uno hay dos ojos, también en el otro; como en uno hay oídos, también en el otro. Se trata de dos realidades dispares, pero el «como» se utiliza para indicar la semejanza. También nosotros tenemos, pues, la imagen de Dios, pero no la que tiene el Hijo igual al Padre; sin embargo, si no fuéramos como él, según nuestra capacidad, no habría razón alguna para decir que también nosotros somos semejantes a él. Así, pues, él nos hace puros como también él es puro, pero él es puro por su eternidad, nosotros puros por la fe; somos justos como también él es justo, pero él lo es por su misma perpetuidad inmutable, nosotros creyendo en quien no vemos para llegar a verlo alguna vez. Y ni siquiera cuando nuestra justicia haya alcanzado su plenitud, cuando hayamos sido hechos iguales a los ángeles le igualaremos a él. ¿Cuál, pues, no será ahora la distancia respecto de él, si ni siquiera entonces le seremos iguales?
Imitar al diablo equivale a nacer de él
10. Quien comete pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio34. Sabéis lo que quiere decir al señalar que es del diablo: que imita al diablo. El diablo no hizo a nadie, no engendró a nadie, a nadie creó. Pero todo el que imite al diablo, como si naciera de él, se hace hijo del diablo porque le imita, no porque propiamente nazca de él. ¿Cómo eres hijo de Abrahán? ¿Acaso te engendró él? Como los judíos que, siendo hijos de Abrahán, al no imitar su fe, se hicieron hijos del diablo. Nacieron de la carne de Abrahán, pero no imitaron su fe. Si, pues, los que nacieron de él fueron desheredados porque no le imitaron, tú que no has nacido de él, te harás hijo y así serás hijo suyo imitándole. Y si imitas al diablo, puesto que él fue soberbio e impío frente a Dios, serás hijo del diablo imitándole, no porque te haya creado o te haya engendrado.
El doble nacimiento del cristiano
11. Para esto se ha manifestado el Hijo de Dios35. ¡Ea!, hermanos, todos los pecadores, en cuanto pecadores, han nacido del diablo. A Adán le creó Dios; pero en el momento de dar su consentimiento al diablo, nació de él, y engendró a todos iguales en esto a él. Todos hemos nacido con la misma concupiscencia y, antes incluso de que añadamos nuestras deudas personales, somos fruto de aquella condenación original. Pues, si nacemos sin pecado alguno, ¿a qué se debe que se corra con los recién nacidos al bautismo para que se les perdonen? Considerad, hermanos, que hay dos nacimientos. Mirad a Adán y a Cristo. Uno y otro son hombres, pero uno de ellos sólo hombre y el otro hombre-Dios. Por mediación del que sólo es hombre, somos pecadores; por mediación del hombre Dios nos convertimos en justos. Nuestro nacimiento del primero nos arrojó a la muerte; nuestro nacimiento del segundo nos levantó a la vida. El primer nacimiento arrastra consigo el pecado, el segundo libra del pecado. Ése es el motivo por el que vino Cristo como hombre: eliminar los pecados de los hombres.Para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo.
Un problema que reclama solución
12. El resto lo confío a [la reflexión de] vuestra Caridad para no resultaros pesado. Pues existe una cuestión cuya solución nos fatiga; esto es, que nos llamamos pecadores, pues si alguien dice que no tiene pecado es un mentiroso. En la misma carta de Juan hallamos: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Debéis acordaros, en efecto, de lo dicho antes: Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros36. Y, a su vez, le oyes decir a continuación: Quien ha nacido de Dios no peca. Quien comete pecado no le ha visto ni conocido.Todo el que comete pecado es del diablo37. El pecado no proviene de Dios. De nuevo nos aterroriza. ¿Cómo hemos nacido de Dios y, a la vez, nos confesamos pecadores? ¿O hemos de decir que no hemos nacido de Dios? Entonces, ¿qué obran esos sacramentos en los niños que ni siquiera hablan? ¿Qué dijo Juan? Quien ha nacido de Dios no peca. El mismo Juan ha dicho en un nuevo texto: Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Nos hallamos ante una cuestión muy oscura y de difícil acceso. Para resolverla deseo reclamar la atención de vuestra Caridad. En el nombre del Señor, mañana hablaré del tema lo que él me haya concedido.