I .1. En los libros que escribí contra la carta de Parmeniano a Ticonio, prometí tratar más detenidamente sobre la cuestión del bautismo; y aunque no lo hubiera prometido entonces, tengo presente y reconozco la deuda contraída con los hermanos que me lo están pidiendo. Así, con la ayuda de Dios, en esta obra no sólo tomo a pecho rechazar las objeciones que en esta materia nos presentan los donatistas, sino también explicar lo que el Señor me sugiera sobre la autoridad del bienaventurado mártir Cipriano, en la que ellos pretenden apoyar su impiedad para poder resistir los ataques de la verdad. Con esto podrán comprender quienes proceden libres de prejuicios partidistas que, lejos de respaldar su actitud la autoridad de Cipriano, es ella precisamente la que los refuta y los desbarata.
2. Ya se dijo en los citados libros que, fuera de la comunión católica, puede darse el bautismo, como sin duda es posible que exista fuera de ella. Ninguno, en efecto, entre ellos se atreve a negar que incluso los apóstatas tienen el bautismo, ya que cuando éstos vuelven arrepentidos, no se lo administran de nuevo los donatistas, precisamente porque piensan que no han podido perderlo. De la misma manera, los que por el sacrilegio del cisma se alejan de la comunión de la Iglesia, conservan ciertamente el bautismo que recibieron antes de separarse, ya que, si tornan, no se les da de nuevo. Con lo cual se demuestra que lo que habían recibido mientras estuvieron en la verdad, no pudieron perderlo en la separación.
Ahora bien, si puede existir fuera, ¿por qué no puede administrarse? Quizá se diga que fuera no se da legítimamente. A lo cual tengo que responder: Como fuera no se conserva legítimamente, y, sin embargo, se conserva, de la misma manera no se administra legítimamente, aunque realmente se confiere. Así como mediante la reconciliación en la unidad comienza a tenerse con utilidad lo que se tenía inútilmente fuera de ella, comienza también a ser provechoso por la reconciliación lo que se dio sin fruto alguno fuera de ella. Pero no es lícito afirmar que no se otorgó lo que se otorgó, ni se debe calumniar a nadie de no haber dado algo, cuando él mismo confiesa que dio lo que había recibido. El sacramento del bautismo es, en efecto, lo que tiene el bautizado; y el sacramento que faculta para conferir el bautismo es lo que tiene el que ha sido ordenado. De suerte que como el bautizado, si se separa de la unidad, no pierde el sacramento del bautismo, de la misma manera el que ha sido ordenado, si se aparta de la unidad, tampoco pierde el sacramento de administrar el bautismo.
No debe haber diferencia entre sacramentos: si uno se retira de los malos, deben retirarse ambos sacramentos; si permanece uno en los malos, deben permanecer uno y otro. Y así como se acepta el bautismo, que no pudo perder quien se apartó de la unidad, debe aceptarse también el bautismo que dio quien, al separarse, no perdió el sacramento que da potestad para conferirlo. En efecto, los que estaban ya bautizados antes de separarse, no son rebautizados de nuevo cuando retornan; del mismo modo los que se convierten, si habían sido ordenados antes de su separación, no son de nuevo ordenados: al contrario, si lo exige la utilidad de la Iglesia, continúan administrando lo que antes administraban, o si no lo administran, conservan siempre el sacramento de su ordenación; y por esto no se les imponen las manos como si fueran laicos.
Tal, le ocurrió a Feliciano, cuando junto con Maximiano se apartó de los donatistas: no perdió el bautismo ni el sacramento de administrarlo; lo tienen hoy entre ellos en la misma consideración en que tienen a los que bautizó en el cisma de Maximiano, con los cuales estaba fuera. Por eso mismo, los demás, fuera de nuestra comunión, pudieron recibir de aquéllos lo que ellos conservaron al apartarse de dicha comunión.
Todo esto demuestra dos cosas: que los donatistas obran impíamente al tratar de rebautizar al mundo entero que vive en unidad, y que nosotros obramos con rectitud no osando reprobar los sacramentos de Dios ni siquiera en el cisma. En lo que piensan como nosotros, con nosotros están; pero se han apartado de nosotros en lo que de nosotros disienten; puesto que este acercamiento o separación no ha de medirse por el movimiento del cuerpo, sino del espíritu. La unión de los cuerpos tiene lugar por la continuidad local, y el contacto de las almas se verifica, en cierto modo, por el consenso de las voluntades. Quien se apartó de la unidad y pretende hacer algo diferente de lo que recibió en esa unidad, es entonces cuando se aparta y se desune; en cambio, cuando mantiene la voluntad de obrar como se obra en la unidad -que fue donde lo recibió y lo aprendió-, entonces precisamente es cuando se mantiene unido.
II. 3. Por eso los donatistas están con nosotros en algunas cosas y se han alejado en otras. No les impedimos realizar aquello en que coinciden con nosotros; en cambio, en las materias en que disienten de nosotros, les exhortamos a que se acerquen a recibirlas o las reciban al retornar; y nos afanamos con toda caridad con los medios a nuestro alcance, a fin de que, por la corrección y la enmienda, lleguen a decidirse por esto. Nosotros no les decimos: "No deis el bautismo", sino: "no lo deis en el cisma"; como tampoco decimos a los que van a recibir el bautismo: -"No lo recibáis", sino que les decimos: -"No lo recibáis en el cisma".
Incluso en el caso de extrema necesidad, si no hubiera ningún católico de quien recibir el bautismo, y recibe de manos de alguien ajeno a la unidad católica lo mismo que recibiría en ella, a ese tal, siempre que se mantenga fiel en su espíritu, no lo tendríamos -en caso de muerte- sino por un católico más. Y si se viera libre de la muerte corporal, al reintegrarse con su presencia corporal a la congregación católica, de donde no se había apartado en su corazón, no sólo no le echamos en cara lo que hizo, sino que con toda tranquilidad y sinceridad le alabamos. Y la razón es porque tuvo a Dios en su corazón mientras conservaba la unidad, y no quiso salir de esta vida sin el santo sacramento del bautismo, que siempre creyó no era de los hombres, sino de Dios.
En otro caso, quien pudiendo recibir el bautismo en la propia iglesia católica, elige perversamente ser bautizado en el cisma, aunque piense luego tornar a la Católica, por estar seguro de que en ella produce fruto el sacramento, que en otra parte se recibe válidamente sin provecho alguno, ese tal es un perverso y un inicuo, sin lugar a dudas, tanto más pernicioso cuanto más a sabiendas obra. No duda en absoluto de que en la Iglesia católica es donde se recibe legítimamente, como no duda de que es allí donde produce fruto lo que se recibe en otra parte.
III. 4. Afirmamos sin dudarlo estos dos puntos: en la Iglesia católica existe el bautismo, y sólo en ella es donde se recibe legítimamente. Son los dos extremos que niegan los donatistas. Y aún hacemos otras dos afirmaciones: que existe el bautismo en los donatistas, pero que allí no se recibe legítimamente. Sobre estas dos cuestiones afirman ellos en tono mayor que existe el bautismo en ellos, pero se niegan a confesar que se recibe ilegítimamente. De estas cuatro propuestas, tres nos pertenecen en exclusiva a nosotros; una sola es común a entrambos. En efecto, nosotros afirmamos que existe el bautismo en la Católica, que en ella se recibe legítimamente, y que no se recibe legítimamente entre los donatistas; pero que existe el bautismo entre los donatistas, lo afirman ellos, y nosotros se lo concedemos. Supongamos que uno desea ser bautizado y sabe que debe elegir nuestra Iglesia para conseguir la salud cristiana, ya que sólo en ella obtiene fruto el bautismo de Cristo, aunque hubiera sido recibido en otra; pues bien, si éste pretende ser bautizado en la secta de Donato, porque ellos y nosotros de consuno admitimos que existe allí el bautismo, debe prestar atención a las otras tres tesis. En efecto, si ha preferido seguirnos a nosotros en lo que no dicen ellos, y, en cambio, antepone lo que decimos unos y otros a lo que sólo nosotros decimos, nos basta a nosotros que anteponga lo que decimos sólo nosotros y ellos niegan, a lo que sólo ellos afirman.
Que existe el bautismo en la Iglesia católica lo decimos nosotros, y ellos lo niegan. Que el bautismo se recibe legítimamente en la Iglesia católica, somos nosotros quienes lo decimos, no ellos. Que no se recibe legítimamente en el partido de Donato, lo decimos nosotros, no ellos. Por consiguiente, así como el catecúmeno cree lo que sostenemos nosotros como creencia obligatoria, del mismo modo debe practicar lo que sostenemos como práctica obligatoria. En cambio, por lo que se refiere a lo que unos y otros afirmamos que debe creerse, créalo si le parece, con mayor convencimiento que lo que nosotros solos afirmamos; es lógico que crea con mayor convencimiento que en el partido donatista existe el bautismo válido -lo cual confesamos unos y otros- que el que exista el mismo bautismo en la Iglesia católica, puesto que sólo lo afirmamos los católicos.
Pero aun así, aunque sólo lo digamos nosotros, debe creer que es válido entre nosotros el bautismo de Cristo, y no debe creerlo inválido como afirman sólo ellos, puesto que el tal catecúmeno había determinado ya con firmeza que, en los puntos de disensión, debe anteponernos a nosotros. Por eso, sobre lo que sólo nosotros afirmamos, a saber, que nuestro bautismo es legítimo, debe creerlo con preferencia a que es inválido, afirmación que sólo pertenece a los donatistas. Y por la misma razón, lo que nosotros solos decimos, o sea que su bautismo no es legítimo, debe creerlo con preferencia a lo que sólo ellos dicen: que su bautismo sí es legítimo.
Se equivoca, pues, quien cree estar seguro al recibir en el donatismo lo que ambos afirmamos como existente en él, pero no como obligatorio recibirlo allí. Partimos del supuesto de que dicho catecúmeno ha elegido adherirse a nosotros en los puntos en que haya disensión. La conclusión es que para recibir con seguridad el bautismo, debe elegir no sólo donde se administre válidamente, sino también lícitamente, en lugar de hacerlo donde -según la doctrina de quienes ha elegido seguir- existe allí, es verdad, pero no se debe recibir allí.
En caso de duda de no recibir allí legítimamente lo que sí está seguro de recibir en la Iglesia católica, pecaría gravemente por preferir lo incierto a lo cierto en cuestiones relacionadas con la salvación del alma. De que el hombre se bautiza lícitamente en la Iglesia católica, está seguro por el hecho de que, habiendo sido bautizado en otra parte, ha determinado pasar a ella; y de que el hombre no se bautiza lícitamente entre los donatistas, debe tenerlo al menos como dudoso, ya que se lo aseguran aquellos cuya doctrina está seguro que debe preferirse a la de los donatistas. Anteponiendo lo cierto a lo dudoso, reciba el bautismo allí donde tan seguro está que se recibe lícitamente, cuanto que pensando hacerlo en otra parte, había determinado pasarse a ésta.
IV. 5. Puede suceder que alguien no comprenda cómo afirmamos que puede administrarse allí el sacramento y, sin embargo, no recibirse lícitamente. Considere que no afirmamos siquiera su licitud, como la admiten incluso los que entre ellos se apartan de la comunión. Sobre lo cual podemos acudir a la comparación de la señal corporal en la milicia, que pueden mantener y recibir aun fuera de la milicia los desertores, pero que no debe ser mantenida ni recibida fuera de ella; y, sin embargo, no se debe cambiar ni retirar si el soldado desertor vuelve a la milicia.
El motivo de los que incautamente caen en los lazos de estos herejes, pensando que son la Iglesia de Cristo, es diferente del que tienen los que saben que no hay otra Iglesia católica que la que, a tenor de la promesa recibida está difundida por toda la tierra y se extiende hasta sus confines y, creciendo entre la cizaña y aspirando al descanso futuro en medio de la pesadumbre de los escándalos, dice en el salmo: Desde el confín de la tierra clamo a ti cuando se angustia mi corazón. Me levantaste sobre la roca 1. Pero esta roca era Cristo; y en ella -dice el Apóstol- hemos resucitado nosotros y estamos en el cielo, no todavía en la realidad, sino en la esperanza. Por eso continúa en el salmo diciendo: Dame el reposo, pues tú eres mi refugio, la torre fortificada frente al enemigo 2.
Con aquellas promesas, como con dardos y lanzas en torre bien defendida, no sólo se está en guardia, sino también se derrota al enemigo, que viste a sus lobos con piel de ovejas para que clamen: Mira, aquí está el Mesías, míralo, allí está 3, y aparten así del conjunto de la ciudad universal establecida sobre el monte a muchos fieles, los atraigan a los lazos de sus asechanzas y los devoren después de degollarlos; y aun conociendo esto, prefieren recibir el bautismo de Cristo fuera de la comunión del Cuerpo de Cristo, para trasladarse luego a la misma comunión con lo que hayan recibido en otra parte. Es decir, a ciencia y conciencia van a recibir contra la Iglesia de Cristo su propio bautismo, al menos el mismo día que lo reciben. Si esto es una impiedad, ¿hay alguien que pueda decir: Permítaseme un solo día cometer una impiedad? Si tiene intención de pasarse a la Católica, yo le preguntaría la causa. ¿Qué podría responderme sino que es una desgracia pertenecer al partido de Donato y no estar en la unión católica?
Ahora bien, este mal se prolongará tantos días cuantos dure el mal que haces. Y bien se puede decir que es más grave el mal de muchos días que el que dura pocos; lo que no puede decirse es que no se realiza ningún mal. Y ¿por qué se ha de realizar un mal tan detestable, no digo ya un solo día, sino ni una sola hora? Quien pretenda esto, podría pedir a la Iglesia o al mismo Dios que le concediese apostatar, aunque sólo fuera por un día. No hay motivo, en efecto, para temer ser apóstata un solo día y no temer ser un solo día cismático o hereje.
V. 6. Replicará seguramente aquél: "He preferido recibir el bautismo de Cristo allí donde unos y otros coinciden en que se encuentra". Pero aquellos a quienes vas a pasar después te dicen que no es lícito recibirlo allí; y, en cambio, te dicen que sí lo es aquellos de quienes tienes intención de alejarte. Lo que te dicen los que tú mismo pospones, en contradicción con lo que afirman los que antepones, o es falso o, para suavizar un poco la expresión, es al menos dudoso. Debes, pues, anteponer lo verdadero a lo falso, lo cierto a lo dudoso. No son sólo aquellos a quienes tienes intención de volver; eres tú mismo también con ellos el que tienes esa intención, y juntos confesáis que se puede recibir legítimamente lo que deseas allí adonde vas a pasar después de haberlo recibido en otra parte. Sin duda que, si dudaras de la licitud de recibirlo allí adonde vas a pasar, dudarías también sobre la obligación de pasar allí.
Ahora bien, si es dudoso que constituye un pecado recibirlo en la facción de Donato, ¿cómo dudar que constituye un pecado cierto no recibirlo precisamente allí donde ciertamente no es pecado?
Por lo que se refiere a los que por ignorancia se bautizan allí, pensando que aquella es la Iglesia de Cristo, si se les compara con los anteriores, su pecado es menor; aunque quedan malheridos por el pecado del cisma. Y no dejan ellos de pecar gravemente porque los otros pequen todavía más gravemente. Efectivamente, al decirles a algunos: El día de juicio te será más llevadero a Sodoma que a ti 4, no se quiso decir que los sodomitas no serán atormentados, sino que los otros lo serían con más rigor.
7. Quizá esto había estado oculto y fue incierto en algún tiempo. El remedio que cura a los que se dan cuenta y se corrigen, ese mismo agrava la situación de los que no teniendo motivo de dudar, se enfurecen obstinadamente para su perdición. Toda esta cuestión quedó suprimida y se dirimió enteramente la contienda con la condenación de los maximianistas y la admisión de los condenados con aquellos a quienes bautizaron sacrílegamente fuera de la comunión en el cisma, como lo proclama su concilio.
Entre nosotros y los donatistas que están en comunión con Primiano no queda motivo alguno para dudar de que no sólo existe, sino que se puede conferir el bautismo por los que se separan de la Iglesia. Se ven ellos forzados a confesar que recibieron el verdadero bautismo de Cristo los que bautizó Feliciano en el cisma, ya que los admiten ahora en su seno con el bautismo que recibieron en el cisma; de la misma manera afirmamos nosotros que fuera de la Iglesia católica existe el bautismo que dan los que se han separado de su comunión, ya que con la separación no lo perdieron. Al reconciliar consigo a los que Feliciano había bautizado en el cisma, se imaginan ellos haberles conferido no una realidad de la que carecían, sino la utilidad de unos sacramentos, recibidos, sí, pero que permanecían ineficaces en el cisma. Pues bien, esto es realmente lo que Dios se digna conferir mediante la comunión católica a los que vienen de la herejía o el cisma, donde recibieron el bautismo de Cristo; es decir, no que comiencen a tener el sacramento del bautismo que no tenían, sino que comience a serles provechoso el que tenían.
VI. 8. Así, entre nosotros v los donatistas que podríamos llamar "cardinales", cuyo obispo en Cartago es Primiano, no existe ya controversia alguna sobre esta cuestión. Quiso Dios ponerle fin por medio de los maximianistas; su propia conducta les ha forzado a confesar lo que a requerimientos de la caridad negaban.
Claro que, si continuamos aún la discusión, es para que no se crean que dicen algo quienes no están en comunión con ellos, quienes pretenden que esos donatistas que quedan son tanto más auténticos cuanto más reducidos en número. Y aunque fuesen los maximianistas solos, no deberíamos tener en menos la salud de sus almas. Cuánto más si tenemos en cuenta que el partido de Donato se ha dividido en multitud de diminutos fragmentos, y que todos ellos reprueban, por haber aceptado el bautismo de los maximianistas, la parcela en que se encuentra Primiano y que es mucho más considerable, esforzándose cada uno en particular en afirmar que sólo en su propia parcela ha quedado el verdadero bautismo, y que no existe en modo alguno en otra parte: ni en todo el orbe terrestre por donde se extiende la Iglesia católica, ni en la parte más considerable de Donato, ni en ninguna de las diminutas parcelas fuera de ella.
Si todas esas parcelas quisieran escuchar la voz, no de un hombre, sino de la misma y clarísima verdad, y someter el espíritu temerario, retornarán de su propia aridez, no ciertamente a la parte más importante de Donato, de la cual han sido cortados, sino a la auténtica lozanía de la raíz católica. Ciertamente todos estos retoños de Donato, cuando no están en contra de nosotros, están de nuestra parte; y cuando no recogen con nosotros, desparraman.
VII. 9. Ya es tiempo, creo, de no dar la impresión de servirme de argumentos humanos. Ya en los tiempos precedentes de la Iglesia, antes del cisma de Donato, la oscuridad de esta controversia hizo que ilustres varones y aun obispos animados de gran caridad, quedando siempre a salvo la paz, discutieran entre sí y fluctuaran de tal modo que no coincidían los variados estatutos de los concilios en sus diversas regiones, hasta que, disipadas todas las dudas, se confirmó en un concilio plenario de todo el orbe cuál era el pensamiento seguro de salvación. Por ello voy a usar pruebas ciertas tomadas del Evangelio; en ellas, con la ayuda del Señor, demuestro con qué rectitud y verdad según Dios procuró sanar cuidadosamente la Iglesia las heridas de cualquier cismático o heresiarca causadas por la separación, así como aprobar lo sano, una vez conocido, en lugar de herirle con la reprobación.
Dice el Señor en el Evangelio: El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama 5. Y, sin embargo, al referirle los discípulos que habían visto a un individuo arrojar a los demonios en su nombre y que se lo habían prohibido, porque no caminaba con ellos en seguimiento suyo, les dijo: No se lo prohibáis. El que no está contra vosotros, está a favor vuestro. Nadie que haga un milagro usando mi nombre puede a continuación hablar mal mí 6.
Si no hay nada que corregir en él, debe estar tranquilo y seguro cualquiera que, hallándose fuera de la Iglesia, recoge en nombre de Cristo, aun separado de la sociedad cristiana; y, por consiguiente, será falso aquello de que el que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Pero si aquella determinación que por ignorancia pretendieron tomar los discípulos debe corregirse en las palabras del Señor: No se lo prohibáis, ¿por qué impidió él que se prohibiera esto? Y ¿cómo será verdadero lo que dice allí: El que no está contra vosotros, está a favor vuestro? En esta acción no estaba contra ellos, sino en favor de ellos, el individuo en cuestión que realizaba aquellas curaciones mediante el nombre de Cristo.
Por consiguiente, para que sean verdaderos ambos extremos: El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama, y no se lo prohibáis. El que no está contra vosotros, está a favor vuestro, ¿cómo se ha de entender, sino en el sentido de que en la veneración de nombre tan grande debe ser confirmado aquel individuo cuando no estaba contra la Iglesia, sino en favor de la Iglesia, y, sin embargo, debe ser culpado por aquella separación, en la que desparramaba si recogía, y si al fin acertaba a venir a la Iglesia, no había de recibir lo que antes tenía, sino enmendarse de lo que se había equivocado?
VIII. 10. Lo mismo ocurrió con el gentil Cornelio: ni sus oraciones dejaron de ser oídas ni sus limosnas de ser aceptadas. Antes bien, se hizo digno de que se le enviara y viera a un ángel, mediante el cual, sin la intervención de hombre alguno, pudiera conocer todo lo necesario. Pero como todo el bien que había en las oraciones y en las limosnas no podía aprovecharle si no se incorporaba a la Iglesia mediante el vínculo de la unidad cristiana y de la paz, recibe el encargo de enviar un legado a Pedro, y por medio de éste llega a conocer a Cristo; bautizado también por él, es agregado, por la participación en la comunión, al pueblo cristiano, al cual antes sólo le unía la semejanza de las buenas obras. Habría sido lastimoso menospreciar el bien que aún no tenía por ensoberbecerse del bien que tenía antes.
De la misma manera, los que se apartan de la unidad con los demás violando la caridad, si no practican nada de lo que han recibido en esa comunidad, quedan totalmente separados de la misma; y todo aquel a quien hayan agregado a ellos, si quiere entrar en la Iglesia, debe recibir todo lo que aún no haya recibido. Pero si mantienen algunas prácticas, incluso estando entre ellos, no se han separado y por esta parte permanecen en la trabazón del tejido, aunque en el resto estén desgajados. En consecuencia, si el grupo se ha agregado a alguien, aquél queda unido a la Iglesia en la parte en que ni ellos mismos están separados. Si, pues, quiere entrar en la Iglesia, se le curará su parte herida; pero en la parte en que permanecía saludablemente unido, no será curado, sino reconocido, no sea que al tratar de curar la parte sana, se ocasione más bien una herida.
Y así los donatistas, cuando bautizan a algunos, los curan de la herida de la idolatría o de la infidelidad, pero les causan una herida más grave, la del cisma. Recordemos que en el pueblo de Dios, a los idólatras los mató la espada y, en cambio, a los cismáticos se los tragó la tierra. Dice el Apóstol: Ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que si no tengo amor, no soy nada 7.
11. Supongamos que se lleva al médico a un herido grave en una parte vital de su cuerpo, y el médico dice: "Muere si no se le cura". No creo que los que le llevaron sean tan desatinados que, teniendo en cuenta el número de sus miembros sanos, le contesten al médico: "¿No serán capaces entre todos estos miembros sanos de salvarle la vida, cuando el solo miembro herido lo es de causarle la muerte?" No, no dirán esto, sino que se lo entregarán para que lo cure. Y aun al entregárselo no ruegan al médico que cure también los miembros sanos, sino que aplique la medicina al miembro de donde procede la amenaza de muerte para los otros miembros, amenaza que se cumplirá si no lo curan.
De la misma manera, ¿qué le aprovecha al hombre la sola fe sana, o el solo sacramento auténtico de la fe, si la herida mortal del cisma ha destruido la salud de la caridad, por cuya sola ruina son arrastrados a la muerte también los otros miembros sanos? Para que no suceda esto, está trabajando incesantemente la misericordia de Dios, mediante la unidad de su santa Iglesia, para que acudan a curarse esos miembros mediante la medicina de la reconciliación y el vínculo de la paz. Cierto, no deben creerse sanos porque digamos que tienen alguna parte sana: como no deben tampoco pensar que debe curarse lo que está sano, porque hayamos demostrado que existe algún miembro herido.
Por lo tanto, en la unidad del sacramento están con nosotros, ya que no están contra nosotros; en la herida del cisma, como no recogen con Cristo, desparraman. No se ensoberbezcan por lo que tienen. ¿Cómo osan levantar los ojos soberbios por lo único que tienen sano? Dígnense mirar humildemente su herida, consideren no sólo lo que tienen, sino también lo que les falta.
IX. 12. A ver si logran descubrir cómo tantas y tan importantes cosas de nada les sirven si les falta una sola, y sepan cuál es precisamente ésa que les falta. Y no me escuchen a mí, sino al Apóstol, que dice: Ya puedo yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, que si no tengo caridad, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo tener el don de profecía y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas, que si no tengo amor, no soy nada 8. ¿Qué beneficio, pues, les puede reportar hablar la lengua de los ángeles en los santos misterios o profetizar como Caifás y Saúl, y como aquellos que según el testimonio de la Escritura santa fueron dignos de condenación? Si conocen y tienen los sacramentos, como los tuvo Simón el Mago; si tienen la fe, como los demonios que confesaron a Cristo, pues seguían creyendo cuando decían: ¿Quién te mete a ti en esto, Hijo de Dios? Sé quién eres 9; si llegan a distribuir su hacienda entre los pobres, como lo hacen muchos, no sólo en la Iglesia católica, sino también entre las diversas herejías; si en el ardor de una persecución llegan a entregar su cuerpo a las llamas, como nosotros, por la fe que igualmente profesan; no obstante, como todo esto lo llevan a cabo en la separación, no soportándose mutuamente en la caridad ni procurando conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, en una palabra, no teniendo la caridad, a pesar de todos esos bienes, que nada les aprovechan, no pueden llegar a la salvación eterna.
X. 13. Ellos se imaginan plantearnos una cuestión muy ingeniosa. Hela aquí: "¿Engendra hijos de Cristo el bautismo en el partido de Donato o no los engendra?" Si estamos de acuerdo en que los engendra, defienden que su iglesia es madre, ya que pudo engendrar hijos por el bautismo de Cristo; pero como no puede haber más que una Iglesia, nos acusan, por lo tanto, de que la nuestra no es la Iglesia. Si, en cambio, respondemos que no los engendra, nos arguyen: "¿Por qué no les hacéis renacer entre vosotros por el bautismo a los que pasan de nosotros a vosotros, habiendo sido bautizados aquí, si es que aún no han nacido?"
14. ¡Como si su capacidad de engendrar le viniera por lo que tiene de separada y no por aquello en que permanece unida! Esa Iglesia está separada del vínculo de la caridad y de la paz, pero está unida en la unidad del bautismo. Hay una sola Iglesia la única llamada Católica; y por lo que tiene como propio en las diversas comuniones separadas de su unidad, mediante ese elemento propio que tiene en ellas, es ella la que engendra, no son las otras. No es la separación de ellas la que engendra, sino lo que han conservado de la Católica; si dejan esto, ya no engendran. Ella es, pues, la que engendra en las Iglesias que retienen sus sacramentos; por eso puede llegar a nacer algo semejante en cualquier parte; aunque no todos los que engendran pertenezcan a la unidad, que es la que ha de salvar a los que perseveran hasta el fin. Y entre los separados de ella no sólo se encuentran los que manifiestan claramente el sacrilegio de la separación, sino incluso los que se hallan mezclados corporalmente en su unidad, pero están separados por una vida detestable. Simón el Mago, por ejemplo, había sido engendrado por ella mediante el bautismo; y, sin embargo, se le dijo que no tenía parte en la heredad de Cristo. ¿Le faltó a él acaso el bautismo? ¿Le faltó el Evangelio? ¿Le faltaron los sacramentos? Como carecía de caridad, fue en vano su nacimiento, y le era mejor quizá no haber nacido. ¿No habían nacido acaso aquellos a quienes dice el Apóstol: Como a niños en la infancia os alimenté con leche, no con comida? 10 Sin embargo, los aparta a ellos del sacrilegio del cisma, en que estaban cayendo por ser carnales, diciéndoles: Como a niños en la infancia os alimenté con leche, no con comida, pues no estabais para más. Por supuesto, ni siquiera ahora lo estáis, pues aún seguís los bajos instintos. Mientras haya entre vosotros rivalidad y discordia, ¿no prueba esto que sois carnales y vivís a lo humano? A ver, cuando uno me dice "yo estoy con Pablo", y otro, "yo con Apolo", ¿no sois como gente cualquiera? 11 De éstos había dicho ya: Os ruego, sin embargo, hermanos, por el mismo Señor nuestro Jesucristo, que os pongáis de acuerdo y no haya bandos entre vosotros, sino que forméis bloque con la misma mentalidad y el mismo parecer. Pues he recibido informes, hermanos míos, por los de Cloe, de que hay discordia entre vosotros. Me refiero a eso que cada uno por vuestro lado andáis diciendo: "Yo estoy con Pablo, yo con Apolo, yo con Pedro, yo con Cristo". ¿Está Cristo dividido?¿Acaso crucificaron a Pablo por vosotros?, o ¿acaso os bautizaron para vincularos a Pablo? 12
Si los donatistas continuaran en su obstinación y perversidad, cierto que habrían nacido, pero no pertenecían, mediante el vínculo de la paz y de la unidad, a la misma iglesia de la que habían nacido.
Es, pues, ella la que en su seno o en el de sus esclavas engendra hijos de los mismos sacramentos, como si dijéramos del semen de su esposo. Con razón dice el Apóstol que todas estas cosas les sucedieron a ellos en figura. Pero los que se dejan llevar de la soberbia y no se unen a su madre legítima, se asemejan a Ismael, de quien se dijo: Expulsa a esa esclava y a su hijo, porque el hijo de esa esclava no va a repartirse la herencia con mi hijo Isaac 13. En cambio, los que aman pacíficamente a la esposa legítima de su padre, el que les ha engendrado legítimamente, se asemejan a los hijos de Jacob, que aunque hayan nacido de las esclavas, reciben la misma herencia. Por otra parte, los nacidos del seno de la misma madre dentro de la unidad, pero que han perdido la gracia recibida, se asemejan a Esaú, hijo de Isaac, que fue reprobado según el testimonio del mismo Dios: Amé a Jacob y odié a Esaú 14, a pesar de que habían sido concebidos a la vez y nacido del mismo seno.
15. También nos preguntan si se perdonan los pecados por el bautismo en el partido de Donato. Si asentimos, nos contestan: "Luego allí está el Espíritu Santo, ya que cuando les fue dado por el soplo del Señor a los discípulos, dijo a continuación: Bautizad a las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo 15; a quien perdonéis los pecados les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos 16. Según esto, dicen, nuestra Iglesia es la Iglesia de Cristo, ya que el Espíritu Santo no otorga la remisión de los pecados fuera de la Iglesia. Y si nuestra comunión es la Iglesia de Cristo, no lo es la vuestra; porque es una sola, sea la que fuere, de la que se ha dicho: Una sola es mi paloma, una sola, predilecta de su madre 17, y no puede haber tantas Iglesias cuantos cismas hay".
Si les contestamos que no se perdonan allí los pecados, nos replican: "Luego no hay allí verdadero bautismo, y, por consiguiente, debéis bautizar a los que se os pasan de los nuestros; al no hacerlo, confesáis que no estáis en la Iglesia de Cristo".
16. Para enfrentarnos a ellos siguiendo las Escrituras, les preguntamos que se contesten ellos mismos a esta objeción que nos ponen. Y así, que nos digan si se perdonan los pecados donde no hay caridad. Los pecados, en efecto, son las tinieblas del alma; y así nos dice Juan: Quien odia a su hermano, está aún en tinieblas 18. Y nadie sería autor de un cisma si no estuviera cegado por el odio fraterno. Si, pues, decimos que allí no se perdonan los pecados, ¿cómo renace el que recibe el bautismo entre ellos? Ya que renacer por el bautismo no es otra cosa que despojarse del hombre viejo. Pero, ¿cómo se despoja del hombre viejo aquel a quien no se le han perdonado los pecados antiguos? Y si no ha renacido, tampoco se ha revestido de Cristo, de lo cual se sigue que parece debería bautizarse de nuevo. Dice el Apóstol: Todos, al bautizaros, vinculándoos a Cristo, os revestisteis de Cristo 19. Y si aquél no se revistió, no se debe pensar que ha sido bautizado en Cristo. Pero si decimos que ha sido bautizado en Cristo, confesamos que se ha revestido de Cristo; y si confesamos esto, hemos de confesar que ha sido regenerado. Si esto es así, también lo es que se le han perdonado los pecados. ¿Por qué dice entonces Juan: Quien odia a su hermano está aún en tinieblas 20, si ya se ha realizado la remisión de los pecados? ¿Acaso no existe en el cisma el odio fraterno? ¿Quién puede sostener esto, cuando precisamente no es otro el origen y la obstinación del cisma que el odio hacia el hermano?
17. Ellos piensan resolver la cuestión diciendo: "No hay, pues, remisión de los pecados en el cisma, y, por consiguiente, no hay regeneración del hombre nuevo, y, por ello, tampoco el bautismo de Cristo".
Ahora bien, como nosotros reconocemos que existe allí el bautismo de Cristo, les proponemos que resuelvan ellos la cuestión de si el famoso Simón Mago fue bañado con el bautismo de Cristo. Responderán que sí, ya que se verán forzados por la autoridad de la santa Escritura. Les preguntaré entonces si confiesan que se le perdonaron los pecados. Contestarán también afirmativamente. Insisto más. ¿Por qué le dijo Pedro que no tenía parte en la herencia de los santos? Y contestan que por haber pecado después, tratando de comprar con dinero el reino de Dios, tomando como vendedores a los apóstoles.
XII. 18. Pero, y si se acercó al bautismo fingidamente, ¿se le perdonaron los pecados o no se le perdonaron? Elijan lo que les parezca; nos vendrá bien cualquiera de los extremos que elijan. Si dicen que se le perdonaron los pecados, ¿cómo se cumple aquello de El espíritu educador y santo huye del que finge 21, si ha operado la remisión de los pecados en este hipócrita? Si contestasen que no se le habían perdonado, insisto: y si confiesa después con un corazón contrito y verdadero dolor su hipocresía, ¿debería ser bautizado de nuevo? Demencia supina sería afirmar esto, y, por otra parte, deben reconocer que puede un hombre recibir el bautismo de Cristo, pero al perseverar su corazón en la malicia y el sacrilegio, impedir que se realice la remisión de sus pecados.
Deben reconocer que pueden los hombres ser bautizados en las comuniones separadas de la Iglesia, en las cuales se da y se recibe en la misma celebración sacramental el bautismo de Cristo; pero éste sólo es útil para la remisión de los pecados cuando la persona reconciliada con la unidad, se despoja del sacrilegio de la disensión, que era lo que retenía sus pecados e impedía su remisión.
El que se acercó con hipocresía, no vuelve a recibir después el bautismo, sino que queda purificado por su sincera corrección y confesión verdadera; lo cual no podría realizarse sin el bautismo, de tal suerte que lo que fue dado antes, comienza a ser útil para la salud al desaparecer aquella hipocresía por la confesión sincera. Del mismo modo, quien siendo enemigo de Cristo, en alguna herejía o cisma, recibió su bautismo -que no perdieron los que se separaron, cuyo sacrílego crimen era la causa de que no se le perdonaran los pecados- ese tal, si se corrige y viene a la comunión de la Iglesia, no debe ser bautizado de nuevo. Esa misma reconciliación y paz le hace posible que comience a serle de provecho en la unidad para la remisión de los pecados el sacramento que antes no podía aprovecharle por haberlo recibido en el cisma.
19. Podrán contestar que a quien se acercó con hipocresía se le remitieron ciertamente los pecados por la eficacia santa de tan gran sacramento en ese mismo instante, pero que a causa de la hipocresía, revivieron inmediatamente; y así el Espíritu Santo se hizo presente en el bautizado para alejar los pecados, pero huyó ante la persistencia de la hipocresía y retornaron ellos. Así se cumpliría aquello del pasaje: Todos, al ser bautizados, vinculándoos a Cristo, os revestisteis de Cristo 22, y lo del otro pasaje: El Espíritu educador y santo huye del que finge 23; es decir, que la santidad del bautismo lo reviste de Cristo, y la malicia de la hipocresía lo despoja de Cristo. Lo que sucede cuando alguien pasa de las tinieblas a través de la luz: sus ojos caminan siempre en tinieblas, y no puede la luz sino bañar sólo de paso.
Si dieran esa contestación, deben ser conscientes de que esto es precisamente lo que tiene lugar en ellos: que son bautizados fuera de la comunión de la Iglesia, pero con el bautismo de la Iglesia -que dondequiera se administre, es santo por sí mismo-, y por ello no pertenece a los que se separan, sino a la Iglesia de la que se separan. No obstante, tiene tal valor aun entre ellos mismos, que a través de su luz pasan a las tinieblas de su disensión, con el retorno inmediato de los pecados, que la santidad del bautismo instantáneamente había remitido, como retorna la oscuridad que había disipado la luz a su paso.
20. Ahora bien, que reviven los pecados perdonados cuando no existe la caridad fraterna nos lo enseñó claramente el Señor: aquel siervo, que debía diez mil talentos, por sus instantes súplicas fue perdonado de toda su deuda; pero al no compadecerse él de un consiervo suyo, que le debía cien denarios, recibió orden de su señor de pagarle todo lo que ya le había perdonado.
Así, el tiempo en que se recibe el perdón por el bautismo, es el tiempo de la rendición de cuentas, de suerte que se perdonan todas las deudas que hubiera. Sin embargo, el siervo aquel no perdonó a su consiervo la deuda contraída, y no pudiendo éste pagarla, no tuvo compasión de él; ya se la debía su consiervo cuando, rindiendo él cuentas a su señor, había quedado libre de deuda tan considerable; no había perdonado a su compañero lo que éste le debía, y en este estado había acudido a su señor para que le perdonase. Esto indica las palabras del consiervo: Ten paciencia conmigo, te lo pagaré todo 24. Si no fuera así, diría: "Ya me lo habías perdonado, ¿por qué me lo pides de nuevo?" También lo dicen con más claridad aún las palabras del Señor: Pero al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía cien denarios 25. No dijo: "A quien ya había perdonado la deuda de cien denarios", pues si se la había perdonado, ya no se la debía. Al decir, pues, le debía está claro que no se la había perdonado.
Y mejor hubiera sido a deudor tan grande que iba a rendir cuentas y esperar la misericordia de su señor, mejor le hubiera sido perdonar primero a su consiervo lo que le debía y acercarse así a rendir cuentas donde había que implorar la misericordia de su señor. Sin embargo, el no haber perdonado aún a su consiervo no impidió a su señor perdonarle, al tiempo de rendir cuentas, todo lo que le debía. Pero ¿de qué le sirvió, si por la perseverancia del odio retornó inmediatamente todo mal sobre su cabeza?
De esta manera la gracia del bautismo no deja de remitir todos los pecados, aunque permanezca el odio fraterno en aquel a quien se le perdonan. Se perdona todo lo del día anterior, se perdona cuanto ha precedido, se perdona lo de la misma hora, lo del momento antes del bautismo, lo del momento del bautismo. Pero en seguida comienza a ser reo, no sólo de todo lo que venga, sino también de los días, horas y momentos pasados, retornando todo lo que se había perdonado. Y esto ocurre con frecuencia en la Iglesia.
XIII. 21. Con mucha frecuencia sucede que un hombre tiene un enemigo a quien profesa un odio terrible, aunque se nos mande amar incluso a nuestros enemigos y orar por ellos. Asaltado de pronto por el peligro de la muerte, se turba y pide el bautismo; se le administra con tal rapidez, que apenas el inminente peligro admite el necesario interrogatorio de pocas palabras, y menos aún detenerse en larga plática, para poder echar del corazón aquel odio, aunque le sea conocido al mismo que lo bautiza. Y esto sucede de continuo tanto entre nosotros como entre ellos.
Qué hemos de decir, pues: ¿se le perdonan los pecados a este hombre o no se le perdonan? Escojan lo que les parezca. Si se le perdonan, vuelven de nuevo: lo dice el Evangelio, lo proclama la verdad. De suerte que se perdonen o no se perdonen, es necesaria después la curación; y, sin embargo, si continúa viviendo, y reconoce que debe corregirse e incluso se corrige, no se le bautiza de nuevo, tanto entre ellos como entre nosotros.
De la misma manera, cuanto tienen los herejes y cismáticos y cuanto practican sin diferenciarse de la verdadera Iglesia, no se lo enmendamos cuando vienen a nosotros, sino más bien lo aprobamos. Pese a todo, como no les aprovecha mientras continúan siendo cismáticos o herejes, ya por los otros puntos en que están en desacuerdo con la verdad, ya por el mismo monstruoso crimen de la separación, hayan permanecido en ellos los pecados o hayan vuelto inmediatamente después del perdón, les exhortamos a que acudan a la paz saludable y a la caridad: no sólo para que tengan algo que no tenían, sino también para que comience a serles útil lo que ya tenían.
XIV. 22. Por consiguiente, en vano nos dicen: "Si aceptáis nuestro bautismo, ¿qué echáis de menos en nosotros para que tengamos que buscar vuestra comunión?" Tenemos que responderles: No es vuestro el bautismo que aceptamos; porque ese bautismo no es de los herejes o de los cismáticos, sino de Dios y de la Iglesia, dondequiera que se encuentre o adondequiera sea trasladado. No es propiamente vuestro sino el sentir malvado, el obrar sacrílego y la separación impía. Podrá ser verdad todo lo demás que penséis y sintáis. Pero si os mantenéis en la misma separación contra el vínculo de la paz fraterna, contra la unidad de todos los hermanos, que se han mostrado en el mundo entero como prometieron, y cuya causa no habéis podido conocer jamás o discutir para condenarlos justamente, pues que ellos no pueden ser reos precisamente porque creyeron más a los jueces eclesiásticos que a los litigante en este caso, una sola cosa os falta: lo que le falta a quien no tiene caridad.
¿Qué necesidad tenemos ya de reanudar el discurso? Mirad más bien vosotros en el Apóstol qué importancia tiene lo que os falta. ¿Qué le importa a quien no tiene caridad, que sea arrastrado afuera por algún viento de tentación, o no se aleje de la mies del Señor dentro, para ser separado en la limpia postrera? Y no obstante, aun tales personas, si nacieron una vez mediante el bautismo, no es preciso que nazcan de nuevo.
XV. 23. En efecto, la Iglesia es la que da a luz a todos por el bautismo, ya sea que nazcan de su mismo seno, ya fuera de él, pero engendrados todos del semen de su esposo: procedan de sí misma o de la esclava. El mismo Esaú, nacido de la esposa, fue separado del pueblo de Dios a causa de la discordia con su hermano. Y Aser, en cambio, nacido de una esclava, pero con la autorización de la esposa, recibió la tierra de promisión por la concordia fraterna. No fue la madre esclava, sino la discordia fraterna la que ocasionó a Ismael ser separado del pueblo de Dios: lo que le aprovechó no fue la propuesta de la esposa de quien era propiamente hijo, puesto que había nacido engendrado en la esclava y había sido recibido de ella en virtud del derecho conyugal.
Lo mismo sucede entre los donatistas: cuantos nacen entre ellos, nacen en virtud del derecho de la Iglesia, que radica en el bautismo; si conservan la concordia con los hermanos, mediante la unidad de la paz, vienen a la tierra de promisión, y no serán arrojados de nuevo del seno materno, sino reconocidos en la semilla paterna; pero si perseveran en la discordia, pertenecerán a la herencia de Ismael.
Fue Ismael anterior a Isaac, y Esaú fue anterior a Jacob; no precisamente porque la herejía diera a luz antes que la Iglesia, o porque la Iglesia engendrase primero a los carnales o "animales" y después a los espirituales, sino porque en la condición de nuestra mortalidad, por la que procedemos de Adán, no es primero lo espiritual, sino lo animal; lo espiritual viene después 26. Y ese sentido animal, ya que el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios 27, es el que produce todas las disensiones y cismas. De los que perseveran en ese espíritu dice el Apóstol que pertenecen al Antiguo Testamento, esto es, a la codicia de las cosas terrenas, en las cuales ciertamente se significan las espirituales, pero el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios 28.
24. Por consiguiente, cualquiera que sea el tiempo en que tales hombres han comenzado su existencia en esta vida, aunque alimentados ya por los sacramentos divinos según el correr de los siglos, si aún tienen ideas carnales de Dios, y así son sus esperanzas y sus deseos en esta vida o después de ella, tales hombres siguen siendo "animales". En cambio, la Iglesia, que es el pueblo de Dios, es una institución antigua, incluso en la peregrinación de esta vida, y en unos hombres está la parte animal, y en los otros la espiritual. Al hombre animal pertenece el Antiguo Testamento; al hombre espiritual, el Nuevo.
En los primeros tiempos, desde Adán a Moisés, estuvieron el uno y el otro ocultos. Desde Moisés se manifestó el Antiguo, y en el mismo se ocultaba el Nuevo, porque se significaba ocultamente. Después de venir el Señor y encarnarse, se reveló el Nuevo: cesaron los sacramentos del Antiguo, pero no las concupiscencias. Entre ellos se encuentran aquéllos de quienes dice el Apóstol que, aunque nacidos ya por el sacramento del Nuevo Testamento, como "animales" que son, no pueden percibir las cosas del espíritu de Dios. Como en los sacramentos del Antiguo Testamento vivían algunos espirituales que pertenecían veladamente al Nuevo, que entonces se ocultaba, así ahora en el sacramento del Nuevo Testamento, que ya se ha revelado, viven muchos "animales". Estos, ciertamente, si no quieren progresar para percibir las cosas del Espíritu de Dios, a lo que les exhorta la palabra apostólica, pertenecerán al Antiguo Testamento. Pero si aprovechan, aun antes que lleguen a alcanzarlo, por ese aprovechamiento y acercamiento ya pertenecen al Nuevo. Y si fueran quitados de esta vida antes de llegar a ser espirituales, guardados por la santidad del sacramento, son contados en la tierra de los vivientes, en la que nuestra esperanza y nuestra herencia es el Señor. No sé qué significado más verdadero pueda tener lo que está escrito: Tus ojos veían cómo me iba formando, puesto que dice a continuación: Se escribían todos en tu libro 29.
XVI. 25. La que engendró a Abel y Enoc, a Noé y Abrahán, engendró también a Moisés y a los profetas en época posterior, antes de la venida del Señor, y ésta misma engendró a los apóstoles, a nuestros mártires y a todos los buenos cristianos. Nacieron todos a la vida en diversos tiempos, pero todos se encuentran asociados en un solo pueblo; y como ciudadanos de la misma ciudad hubieron de soportar los trabajos de esta peregrinación, los experimentan algunos todavía, y los experimentarán los restantes hasta el fin.
De la misma manera, la madre que engendró a Caín y a Cam, a Ismael y a Esaú, es la misma que dio a luz a Datán y a otros semejantes en el mismo pueblo; y la misma que engendró a éstos, engendró también al pseudoapóstol Judas, a Simón el Mago y al resto de pseudocristianos obstinadamente endurecidos en su disposición animal hasta estos tiempos, ya se encuentren mezclados en la unidad, ya se encuentren separados en abierta disidencia.
Cuando éstos son evangelizados por los espirituales e iniciados en los sacramentos, es, por decirlo así, la misma Rebeca la que los engendra como a Esaú; en cambio, cuando son engendrados en el pueblo de Dios a través de los que no anuncian rectamente el Evangelio, es Sara la que los engendra, pero a través de Agar.
De la misma manera también los buenos, los espirituales, cuando son engendrados mediante la predicación y el bautismo de los carnales, es ciertamente Lía o Raquel la que los engendra, pero valiéndose del seno de las esclavas. En cambio, cuando por medio de los espirituales son engendrados en el Evangelio los fieles buenos, que alcanzan la actitud de la madurez espiritual, o tienden incesantemente hacia ella, o si no lo hacen es porque no pueden, nacen, como nació Isaac de Sara y como Jacob de Rebeca, a una vida nueva y al Nuevo Testamento.
XVII. 26. Así, ya parezca que están dentro, ya estén abiertamente fuera, lo que es carne, es carne: ya perseveren en su esterilidad en la era, ya sean sacudidos por el viento de la tentación, lo que es paja, paja sigue siendo. Y siempre está separado de la unidad de aquella Iglesia, que no tiene mancha ni arruga, aun cuando esté mezclado en la comunión de los santos, pero con el endurecimiento de la carne. A pesar de ello, no se debe desesperar de nadie, ya se manifieste carnal dentro de la Iglesia, ya muestre una oposición abierta desde fuera.
En cambio, los espirituales, o los que progresan religiosamente en este camino, no se van fuera: ya que aunque parezca que son excluidos por la malicia de los hombres o por una necesidad humana, dan más pruebas de su virtud así que si permanecieran dentro, puesto que en modo alguno se rebelan contra la Iglesia, antes se robustecen con una caridad bien probada en la sólida piedra de la unidad. A esto pertenece lo que se dice en aquel sacrificio de Abrahán: No descuartizó las aves 30.
XVIII. 27. Creo haberme extendido ya suficientemente sobre la cuestión del bautismo, y como este cisma se designa con toda evidencia con el nombre de Donato, no tenemos, respecto al bautismo, otra alternativa que creer lo que conserva la Iglesia universal apartada del sacrílego cisma. Si en ella, salvando la paz, unos creyeran todavía una cosa y otros otra sobre este punto, mientras un concilio universal no hubiera tomado una determinación clara y auténtica, cubriría la caridad de la unidad el error de la flaqueza humana, como está escrito: El amor cubre un sinfín de pecados 31. Efectivamente, si no existe ella, inútilmente se conservan las demás cosas, y estando ella presente, no se toman en consideración las que faltan.
28. Voy a referirme ya al bienaventurado mártir Cipriano, en cuyos escritos encontramos preciosos documentos; y lo hago precisamente porque estos donatistas quieren apoyarse carnalmente en su autoridad cuando en realidad es su caridad la que los fulmina espiritualmente. En efecto, en aquellos tiempos, antes que la unanimidad de toda la Iglesia hubiera confirmado con la sentencia del concilio plenario lo que se debía hacer en esta cuestión, le pareció a él, reunido con cerca de ochenta obispos africanos, que era preciso bautizar de nuevo a todo aquel que venía a la Iglesia habiendo recibido el bautismo fuera de la comunión de la Iglesia católica.
No quiso el Señor hacer ver a varón tan grande que no obraba bien, para que quedara de manifiesto su piadosa caridad y humildad en la conservación de la paz saludable de la Iglesia y fuera ello una advertencia, por decirlo así, medicinal, no sólo para los cristianos de entonces, sino también para los posteriores. Cierto que un obispo de valor tan extraordinario, de Iglesia tan noble, de tal genio, de tal elocuencia, de virtud tan grande, tenía distinta opinión de la que había de confirmar con más diligente investigación la verdad; y cierto también que muchos de sus colegas, aunque todavía no estaba nítidamente claro, mantenían firmemente creencias que había tenido la costumbre de la Iglesia y abrazó después todo el orbe católico. Sin embargo, no se separó de la comunión de los que tenían diferente opinión, y aun más, no dejó de tratar de convencer a los otros que se soportaran mutuamente en el amor, procurando mantener la unidad del espíritu en el vínculo de la paz.
Y así, permaneciendo la unión del cuerpo, si tenía lugar alguna debilidad en determinados miembros, cobraría con la curación de éstos mayor vigor que si hubieran muerto por la separación, no sirviéndole de nada una cura diligente. Si él se hubiera separado, ¿cuántos no le hubieran seguido? ¿Qué renombre no alcanzara entre los hombres? ¿Cuánto más se extenderían los "ciprianistas" que los donatistas? Pero no era él un hijo de la perdición, de los que se dijo: Los has precipitado cuando se exaltaban 32; era un hijo de la paz de la Iglesia, que a pesar de la lucidez de su mente, no pudo ver algunas verdades, a fin de que a través de él se pudiera ver algo más elevado. Así dice el Apóstol: Y me queda por señalaros un camino excepcional. Ya puedo hablar yo las lenguas de los hombres y de los ángeles, que si no tengo caridad, no paso de ser una campana ruidosa o un címbalo que resuena 33.
No llegó Cipriano del todo a penetrar el secreto profundo del sacramento; pero si, conociendo todos los sacramentos, no tuviera caridad, no sería nada. Y aun con menor penetración, conservó ésta con humildad, fidelidad y fortaleza, y mereció llegar a la corona del martirio. Si por su condición humana se había deslizado en su lúcida mente alguna tiniebla, quedaría disipada por la gloriosa serenidad del fulgor de su sangre. No en vano el mismo Señor Cristo Jesús, al llamarse a sí mismo vid y a los suyos como sarmientos de la vid, dijo que serían ellos cortados y separados de la vida como sarmientos inútiles que no dan fruto. Y ¿cuál es este fruto sino el nuevo germen del cual también se dice: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros? 34 Es aquella misma caridad, sin la cual todo lo demás no sirve para nada. También dice el Apóstol: En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí 35. Todo esto comienza por la caridad, y estrechándose íntimamente, forma con ella como un admirable racimo.
Por otra parte, añadió el Señor también con razón: Los sarmientos que no dan fruto los limpia mi Padre para que den más 36. Con lo cual quiere decir que aun los que son fértiles por el fruto de la caridad, pueden tener necesidad de limpieza, que no puede dejar abandonada el agricultor. Por consiguiente, si aquel santo varón tenía sobre el bautismo alguna opinión diferente de la auténtica, que consolidó después con una reflexión más minuciosa y diligente, no por ello dejó de permanecer en la unidad católica, compensando esa deficiencia con la abundancia de su caridad y purificándola con el hierro de su martirio.
XIX. 29. Pero no quiero dar la impresión de que trato de evitar la demostración de una causa con el subterfugio de deshacerme en alabanzas del bienaventurado mártir, gloria, por otra parte, que no es de él, sino de quien le hizo tal. Demos ya a conocer, tomados de sus cartas, los documentos que harán callar rotundamente a los donatistas. Estos ponen ante los ojos de los ignorantes su autoridad para demostrar que obran con toda rectitud cuando bautizan de nuevo a los fieles que vienen a ellos. Son, en efecto, unos pobres desgraciados, condenados por sí mismos si no se corrigen, ya que pretenden imitar en varón tan santo lo que precisamente no le perjudicó a él, porque caminó siempre con paso tan decidido hasta el fin en aquella paz. Realmente el bautismo de Cristo es santo en todas partes y, aunque se encuentre entre los herejes y cismáticos, no es propio de la herejía o del cisma, y por eso no es preciso bautizar de nuevo a los que proceden de ellos y vienen a la Iglesia católica. Pero esto es una cosa, y otra distinta es juzgar necesario bautizar de nuevo a los que se alejan de la paz católica y se precipitan en el nefando abismo de la separación. La mancha que oscurecía el candor de esta alma santa, quedaba velada bajo los pechos de la caridad; en cambio, la negrura infernal y deformación de los donatistas nos la descubre la turbación de su rostro.
Pero vamos a dejar la cuestión de la autoridad del bienaventurado Cipriano para tratarla en el próximo libro.