LAS RETRACTACIONES

Traducción: Teodoro C. Madrid

Hipona — Antes de 427

Dos libros

Libro segundo

1. Cuestiones diversas a Simpliciano, dos libros (27)

1. De los libros que compuse siendo obispo, los dos primeros son para Simpliciano, prelado de la Iglesia de Milán, que sucedió al beatísimo Ambrosio. Tratan de Cuestiones diversas, dos de las cuales las tomé de la Carta del apóstol Pablo a los Romanos para el libro primero.

La primera de éstas: «sobre lo que está escrito: ¿Qué diremos por tanto?, ¿que la Ley es pecado? No, hasta donde dice: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor1. Donde las palabras del Apóstol: La ley es espiritual, pero yo soy carnal, y lo que sigue, que demuestran que la carne lucha contra el espíritu2, lo expuse de un modo «como que se describe al hombre constituido todavía bajo la ley y aún no bajo la gracia»3. En efecto, mucho después reconocí que esas palabras pueden entenderse también, y más probablemente, del hombre espiritual.

La segunda cuestión de este libro es: «sobre el lugar donde dice: Pero no sólo (Sara), sino también Rebeca, que tuvo (gemelos) de una sola unión de Isaac, nuestro padre, hasta donde dice: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiese dejado una semilla, seríamos como Sodoma, y semejantes a Gomorra»4. Al solucionar esta cuestión he trabajado ciertamente en favor del libre albedrío de la voluntad humana, pero ha vencido la gracia de Dios; únicamente he podido llegar a eso para que se entienda que el Apóstol dijo con verdad purísima: ¿Quién, en efecto, te conoce? Pero ¿qué tienes que no has recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?5 Queriendo demostrar eso mismo el mártir Cipriano, lo definió todo con ese mismo título diciendo: «No debemos gloriarnos de nada, cuando nada es nuestro».

2. En el segundo libro son tratadas las otras cuestiones, y las resuelvo según mi humilde entender. Todas son de la Escritura que llaman Libro de los Reyes. La primera de ellas trata «de lo que está escrito: Y el Espíritu del Señor se arrojó sobre Saúl6, cuando se dice en otro sitio: Y el Espíritu malo del Señor sobre Saúl»7. Cuando la expuse dije: «Aunque esté en la potestad de cada uno el querer, sin embargo no está en la potestad de cada uno el poder». Lo he dicho así porque no decimos que esté en nuestro poder sino lo que se hace cuando queremos; donde lo primero, y sobre todo, es el mismo querer.

Efectivamente, sin ningún intervalo de tiempo la voluntad misma está presta cuando queremos; pero también recibimos de arriba esa potestad para vivir bien cuando la voluntad es preparada por el Señor8.

La segunda cuestión es: «como se dijo: Estoy arrepentido de haber constituido rey a Saúl»9.

La tercera: «si el espíritu inmundo, el que estaba en la pitonisa, pudo hacer que Samuel fuese visto por Saúl y hablase con él»10.

La cuarta: «sobre lo escrito: Entró el rey David y se sentó ante el Señor»11.

La quinta: «acerca de lo que dijo Elías: Señor, soy testigo de esta viuda, en cuya casa estoy hospedado, de que tú obraste mal al morir su hijo»12.

Esta obra comienza así: Gratissimam sane atque suavissimam.

2. Réplica a la carta de Manes, llamada «del fundamento», un libro (28)

El libro Réplica a la carta de Manes, llamada «del Fundamento», refuta solamente sus principios, pero en otras partes de la misma, donde me parecía, he puesto anotaciones con las que se destruyen del todo, y me recordarían a mí a escribir contra ella entera cuando hubiese tenido tiempo.

Este libro comienza así: Unum verum Deum omnipotentem.

3. El combate cristiano, un libro (29)

El libro El combate cristiano fue escrito con lenguaje vulgar para los hermanos poco instruidos en la lengua latina, y contiene la regla de fe y los mandamientos de vida. En él aquello que pongo: «No escuchemos a los que niegan la futura resurrección de la carne, y recuerdan lo que dice el apóstol Pablo: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, sin comprender que el mismo Apóstol dice: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se viste de inmortalidad13; porque, cuando eso sucediere, ya no habrá carne y sangre, sino cuerpo celestial», no hay que entenderlo como si la sustancia de la carne no va a existir, sino que el Apóstol llamó con el nombre de carne y sangre a la corrupción de la carne y sangre; la cual ciertamente no existirá en aquel reino, donde la carne será incorruptible. Aunque también se puede entender de otro modo, y decir que el Apóstol llamó carne y sangre a las obras de la carne y de la sangre, y que no han de poseer el reino de Dios los que hayan amado esas obras obstinadamente.

Ese libro comienza así: Corona victoriae.

4. La doctrina cristiana, cuatro libros (30)

1. Como encontrase que estaban sin terminar los libros de La doctrina cristiana, preferí terminarlos antes que dejarlos así, y pasar a retractar otros tratados. Así pues, terminé el libro tercero, que estaba escrito hasta aquel pasaje «donde se recuerda el testimonio del Evangelio sobre la mujer que esconde el fermento en tres medidas de harina hasta que fermenta todo»14. Añadí también un libro nuevo, y completé toda la obra con cuatro libros. Los tres primeros ayudan a entender las Escrituras, el cuarto cómo debemos exponer lo que entendemos.

2. Por cierto que en el libro segundo, «a propósito del autor del libro que muchos llaman la Sabiduría de Salomón, que lo hubiese escrito también Jesús Sirac como el Eclesiástico», no hay constancia de haber dicho yo que lo aprendí después, y que he encontrado con más probabilidad que ése no es el autor del libro. En cambio, donde dije: «En esos cuarenta y cuatro libros se contiene la autoridad del Antiguo Testamento», llamé Antiguo Testamento según la costumbre con que ahora habla la Iglesia; pero el Apóstol no parece llamar Antiguo Testamento sino a la Ley dada en el monte Sinaí15.

También en lo que dije: «Que San Ambrosio resolvió la cuestión sobre la historia de los tiempos, como si Platón y Jeremías hubiesen sido coetáneos», la memoria me engañó. Pues lo que aquel gran obispo dijo sobre este asunto se lee en el libro que él escribió De los sacramentos o De la filosofía.

Esta obra comienza así: Sunt praecepta quaedam.

5. Réplica a la secta de Donato, dos libros (31)

Hay dos libros míos, cuyo título es Réplica a la secta de Donato. En el primero dije: «que no me agradaba que los cismáticos sean obligados violentamente a la comunión por la fuerza de un poder secular». Y en verdad que entonces no me agradaba, porque no había experimentado aún a cuánta maldad se atrevía su impunidad y cuánto bien podría acarrearles la vigilancia de la autoridad para convertirlos.

Esta obra comienza así: Quoniam Donatistae nobis.

6. Las confesiones, trece libros (32)

1. Los trece libros de mis Confesiones alaban la justicia y la bondad de Dios tanto por mis obras malas como por las buenas, y mueven hacia El el espíritu y el corazón humano. Al menos en cuanto a mí, eso hicieron en mí cuando las escribí, y continúan haciendo cuando se leen. Qué piensan otros de ellas, ¡allá ellos!; sin embargo, sé que a muchos hermanos les han gustado mucho, y continúan gustando. Tratan de mí desde el libro primero hasta el décimo; en los tres restantes tratan de las Sagradas Escrituras desde aquello: En el principio Dios creó el cielo y la tierra16, hasta el descanso sabático.

2. En el libro cuarto, al confesar la miseria de mi alma a propósito de la muerte de un amigo, hablando de que en alguna manera nuestras dos almas se habían hecho una sola alma, digo: «y por eso tal vez temía morir yo para que no muriese todo entero aquel a quien amaba mucho». Lo cual me parece como una declaración ligera más que una confesión seria, aunque esa tontería esté suavizada algún tanto, porque añadí: «tal vez».

También lo que dije en el libro decimotercero: «el firmamento fue creado entre las aguas espirituales superiores y las corporales inferiores»17, lo dije sin la suficiente reflexión; pues la cuestión es muy oscura.

Esta obra comienza así: Magnus es, Domine18.

7. Réplica a Fausto, el maniqueo, treinta y tres libros (33)

1. He escrito una obra extensa, Réplica a Fausto, el Maniqueo, que blasfema contra la Ley y los Profetas, y su Dios, y contra la encarnación de Cristo, y además porque dice que las Escrituras del Nuevo Testamento con que yo le refuto están falseadas, replicando a sus palabras propuestas con mis respuestas. En realidad son treinta y tres discusiones, ¿y por qué no las voy a llamar libros? Pues aunque algunas de ellas son muy breves, sin embargo son libros. Si bien uno de ellos, el que defiende la vida de los patriarcas de sus acusaciones, es de tanta extensión como casi ningún otro de mis libros.

2. Así pues, en el libro tercero, al resolver la cuestión de cómo José pudo tener dos padres19, dije en realidad «que nació de uno y que fue adoptado por otro»; pero debí decir también el modo de adopción, porque lo que he dicho suena así como que estando vivo el primero lo hubiese adoptado un segundo padre. En cambio, la ley adoptaba a los hijos también para los muertos ordenando que a la mujer del hermano muerto sin hijos la tomara por esposa el hermano, y diese descendencia de ella al hermano difunto20. Lo cual hace allí más clara la razón sobre los dos padres de un solo hombre. Pues hubo hermanos uterinos en quienes sucede eso, que el segundo, esto es: Jacob, que, según Mateo, engendró a José21, tomó la mujer del primer difunto, que se llamaba Helí. Pero lo engendró para su hermano uterino, de quien, según Lucas, fue hijo José22, no ciertamente engendrado, sino adoptivo por la ley. Esa explicación se halla en las cartas de aquellos que escribieron sobre este asunto después de la Ascensión del Señor, cuando aún estaba reciente su memoria. En efecto, el Africano no calló el nombre de la misma mujer que parió a Jacob, padre de José, de su primer marido Matán, que fue el padre de Jacob, y el abuelo de José según Mateo, y del segundo marido Melquí, parió a Helí, de quien José era hijo adoptivo. Lo cual yo realmente aún no lo había leído cuando respondía a Fausto; pero, no obstante, yo no podía dudar de que por la adopción pudo suceder que un solo hombre tuviese dos padres.

3. En el libro duodécimo y en el decimotercero «he tratado del segundo hijo de Noé, llamado Cam, como si no hubiese sido maldecido por su padre en su hijo Canaán, como lo demuestra la Escritura23, sino en sí mismo». En el decimocuarto «he dicho tales cosas sobre el sol y la luna como si tuviesen sentimientos, y por eso toleran a sus vanos adoradores»; aunque allí pueden entenderse las palabras (de la Escritura) como trasladadas de lo animado a lo inanimado, al modo de la locución que en griego se llama metáfora; así como se dice del mar: que brama en el seno de su madre queriendo avanzar24, cuando ciertamente no tiene voluntad.

En el vigésimo noveno digo: «Lejos el pensar que exista torpeza alguna en los miembros de los santos, aun en los genitales. Se les llama, en efecto, deshonestos porque no tienen aquella especie de belleza que tienen otros miembros colocados a la vista». Pero he dado una razón más probable, en otros escritos posteriores, de por qué el Apóstol llama deshonestos a esos miembros, es a saber, a causa de la ley que en los miembros se opone a la ley del espíritu, la cual sucedió por causa del pecado, no por la disposición primera de nuestra naturaleza.

Esta obra comienza así: Faustus quídam fuit.

8. Actas del debate con el maniqueo Félix, dos libros (34)

Tuve unas disputas delante del pueblo en la Iglesia durante dos días con un maniqueo llamado Félix. Efectivamente, había llegado a Hipona para propagar ese error, porque era uno de sus doctores, aunque poco instruido en las letras liberales, sin embargo mucho más hábil que Fortunato. Son las actas eclesiásticas, pero van incluidas entre mis libros. Por lo tanto, son dos libros: en el segundo trato del libre albedrío de la voluntad para hacer el bien y el mal; pero, como era tal el personaje con el que trataba, no tuve ninguna necesidad de disputar con mayor diligencia de la gracia por la cual se hacen verdaderamente libres aquellos de quienes está escrito: Si el Hijo os ha liberado, entonces seréis verdaderamente libres25.

Esta obra comienza así: Honorio augusto VI consule VII idus Decembris.

9. Naturaleza del bien, un libro (35)

Tengo un libro sobre La naturaleza del bien contra los maniqueos, donde demuestro que Dios es una naturaleza inmutable y el Bien Sumo, y que por El son buenas las demás naturalezas, espirituales o corporales, en tanto en cuanto son naturalezas. Y qué es y de dónde procede el mal, y cuántos males ponen los maniqueos en la naturaleza del bien y cuántos bienes en la naturaleza del mal, naturalezas que ha inventado su error.

Ese libro comienza así: Summum bonum quo superius non est Deus est.

10. Respuesta al maniqueo Secundino, un libro (36)

Un tal Secundino, no de los que llaman los maniqueos elegidos, sino de los oyentes, a quien yo no conocía de vista, me escribió como un amigo, reprendiéndome con respeto, porque atacaba con mis escritos aquella herejía y aconsejándome que no lo hiciera, y exhortándome a la vez a que yo la siguiera, defendiéndola, y criticando la fe católica. Le respondí; pero, como en el encabezamiento no puse ni quién escribía ni a quién, no está entre mis cartas, sino entre los libros. Allí va copiada también la carta suya. En cuanto al título de ese volumen mío es Contra el maniqueo Secundino, porque a mi parecer fácilmente le prefiero a todos los que he podido escribir en contra de aquella peste.

Este libro comienza así: Tua in me bevolentia quae apparet in litteris tuis.

11. Réplica a Hílaro, un libro (37)

Entre tanto, un tal Hílaro, varón tribunicio y católico seglar, no sé por qué, irritado contra los ministros de Dios, como suele suceder, reprochaba con malévola violencia, por donde podía, la costumbre que entonces comenzaba a existir en Cartago, de que se cantasen ante el altar los himnos tomados de los Salmos, bien antes de las ofrendas, bien cuando se distribuye al pueblo lo que se ha ofrecido, afirmando que no era conveniente que se hiciese. Le respondí a petición de los hermanos, y el libro se llama Réplica a Hílario.

Ese libro comienza así: Qui dicunt mentionem Veteris Testamenti.

12. Varios pasajes de los Evangelios, dos libros (38)

Hay unas exposiciones de algunos pasajes del evangelio según Mateo, y lo mismo otras del evangelio según Lucas; aquéllas están recogidas en un libro, y éstas en otro. El título de esa obra es: Cuestiones de los Evangelios. Pero, por qué fueron expuestas solamente aquellas cuestiones acerca de los libros evangélicos sobredichos, que se recogen en esos libros míos, y cuáles son, el prólogo mío lo indica suficientemente con las mismas cuestiones adjuntas y numeradas, de tal manera que quien quisiere leer lo que prefiera, lo encuentre siguiendo la numeración.

Así pues, en el primer libro la equivocación del códice me ha engañado en aquello que puse que «el Señor anunció su pasión a dos discípulos por separado»26, porque está escrito «a los doce», no «a los dos».

En el segundo, al intentar exponer cómo pudo tener dos padres José27, cuya esposa se llama la Virgen María28, «aquello que digo que el hermano tomó por esposa a la mujer del hermano difunto para darle descendencia según la ley29, dije por eso que es débil, porque la ley mandaba que el que naciese tome el nombre del difunto». Y no es verdad; en efecto, la ley manda que el nombre del difunto así evocado tenga valor para que sea declarado hijo suyo, no para que sea llamado como él.

Esa obra comienza así: Hoc opus non ita scriptum est.

13. Anotaciones al libro de Job, un libro (39)

El libro, cuyo título es Anotaciones a Job, no es fácil decir si ha de ser tenido como mío, o más bien es de aquellos que, como han podido y querido, las reunieron en un solo cuerpo tomadas de los encabezamientos del manuscrito. En efecto, son atractivas a muy pocos inteligentes, los cuales, sin embargo, se sentirán decepcionados al no entender muchas cosas, porque en muchos sitios hasta las mismas palabras que se declaran están descritas de tal modo que no aparece lo que se expone. Además, a la concisión de las palabras le acompaña tanta oscuridad que el lector apenas la puede aguantar, viéndose obligado a pasar muchísimas cosas sin entender. Finalmente, he encontrado la obra tan defectuosa en nuestros códices que no la podría corregir, ni querría que se diga que ha sido editada por mí, de no ser porque sé que la tienen los hermanos, a cuyo deseo no puedo negarme.

Ese libro comienza así: Et opera magna erant ei super terram30.

14. Catequesis a principiantes, un libro (40)

Hay también un libro nuestro, que lleva por título Catequesis a principiantes En él, donde dije: «Ni el ángel, que con otros espíritus cómplices suyos abandonó por soberbia la obediencia de Dios, y se hizo diablo, causó daño alguno a Dios, sino a sí mismo. Porque Dios sabe ordenar a las almas que lo abandonan», más propiamente debería decir: a los espíritus que lo abandonan, porque se trataba de los ángeles.

Ese libro comienza así: Petisti me, frater Deogratias.

15. La Trinidad, quince libros (41)

1. He escrito durante algunos años quince libros sobre La Trinidad, que es un solo Dios. Pero, cuando aún no había terminado el duodécimo, quienes deseaban ardientemente poseerlos, como yo los retenía más tiempo del que ellos podían aguantar, me los sustrajeron menos corregidos de lo que deberían y podrían, cuando yo los hubiese querido publicar. Después lo comprobé, porque también había conservado conmigo algunos ejemplares, y estaba decidido a no publicarlos ya, sino dejarlos así, para contar en alguna otra obrita mía qué me había sucedido con ellos. Sin embargo, a instancias de los hermanos, a quienes no era capaz de oponerme, los corregí en la medida que lo creí necesario, y los completé y publiqué, añadiéndoles de prólogo una carta dirigida al venerable Aurelio, obispo de la Iglesia de Cartago; en ese prólogo expuse qué habría sucedido, qué hubiese querido hacer con mi pensamiento y qué habría hecho, estimulado por la caridad fraterna.

2. En el libro undécimo, al tratar del cuerpo visible, he dicho: «Que amarlo es una locura». Se ha de entender de ese amor con el que se ama algo de modo que se crea que, gozando de ello, es feliz el que lo ama. Porque no es ninguna locura amar la hermosura corporal para alabar al Creador, de manera que sea uno verdaderamente feliz gozando del mismo Creador. Igualmente cuando dije: «Tampoco recuerdo un ave de cuatro patas, porque no la he visto; pero imagino fácilmente una fantasía así cuando a alguna forma de ave que he visto le añado otros dos pies, como los he visto igualmente», al decir eso yo no he podido encontrar los volátiles de cuatro patas que recuerda la ley31. Porque no cuenta como pies las dos patas posteriores con las que saltan las langostas, a las que declara puras, y por eso las distingue de los otros volátiles inmundos, que no saltan con aquellas patas, como son los escarabajos. No obstante, todos los volátiles de esta especie en la ley se llaman cuadrúpedos.

3. En el duodécimo, «como una explicación de las palabras del Apóstol, donde digo: Todo pecado, cualquiera que hubiera cometido el hombre, está fuera del cuerpo», no me satisface; ni creo que deba entenderse así aquello: «En cambio, el que fornica peca contra su propio cuerpo32, como si hiciese eso aquel que obra algo para conseguir lo que se capta por la sensibilidad del cuerpo, de modo que ponga en esos placeres el fin de su propio bien». Porque eso abarca muchos más pecados que el de la fornicación que se comete con la unión ilícita, de la que es evidente que habló el Apóstol cuando decía eso.

Esta obra, menos la carta que añadí después al principio, comienza así: Lecturus haec quae de Trinitate disserimus.

16. Concordancia de los evangelistas, cuatro libros (42)

Por los mismos años en que dictaba poco a poco los libros de La Trinidad, escribí también otros en trabajo continuo, intercalándolos en los tiempos libres de aquéllos, entre los cuales están los cuatro sobre la Concordancia de los Evangelistas por esos que calumnian, igual que para los que no están de acuerdo. El primer libro está escrito contra los que honran o fingen honrar a Cristo como sumamente sabio, y por eso no quieren creer al Evangelio, so pretexto de que no los ha escrito El, sino sus discípulos, de quienes juzgan que le atribuyeron equivocadamente la divinidad, haciendo creer que era Dios. En este libro, lo que he dicho «que desde Abrahán comenzó el pueblo hebreo»33, en verdad que es creíble que también los Hebreos parece que fueron llamados Abraeos, por decirlo así; pero es más verosímil que tomen este nombre de Heber34 como Hebereos, de lo cual he tratado bastante en el libro decimosexto de La Ciudad de Dios.

En el segundo, «al tratar de los dos padres de José35, he dicho que por el primero fue engendrado, por el segundo adoptado». Pero tenía que haber dicho: adoptado para el primero; a saber, para el difunto, que es lo más creíble que fuera adoptado según la ley36, porque el que lo engendró había tomado por esposa a su madre, cónyuge del hermano difunto.

Asimismo, cuando dije: «en cambio Lucas asciende hasta David por Natán37, el profeta por quien Dios le hizo expiar su pecado»38, yo debí decir el homónimo del Profeta, para no dar pie a creer que fue el mismo hombre, cuando fue otro, aunque se llamase igual.

Esa obra comienza así: Inter omnes divinas auctoritates.

17. Réplica a la carta de Parmeniano, tres libros (43)

En los tres libros Contra la Carta de Parmeniano, obispo de Cartago para los donatistas y sucesor de Donato, trato y resuelvo una gran cuestión: si los malos contaminan a los buenos en la unidad y en la comunión de los mismos sacramentos, y se disputa cómo no contaminan al lado de la Iglesia difundida por todo el orbe, y a la que hicieron el cisma calumniando.

En el tercero de esos libros, «cuando trato de averiguar cómo ha de entenderse lo que dice el Apóstol: Removed el mal de en medio de vosotros39, lo que dije: para que cada uno remueva el mal de sí mismo», no hay que entenderlo así, sino más bien de manera que el hombre malo sea removido de entre los hombres buenos, lo cual se hace por medio de la disciplina eclesiástica. El texto griego lo indica suficientemente, cuando sin lugar a dudas escribe, para que se entienda por ese malo no ese mal, aunque a Parmeniano le respondí también según aquel sentido.

Esa obra comienza así: Multa quidem alias adversus Donatistas.

18. Tratado sobre el Bautismo, siete libros (44)

He escrito siete libros sobre El Bautismo contra los donatistas que pretendían defenderse con la autoridad del bienaventurado obispo y mártir Cipriano. En ellos he enseñado que nada hay tan eficaz para refutar a los donatistas y taparles la boca, de manera que no puedan defender su cisma contra la Iglesia católica, como las cartas y la actitud de Cipriano.

«Cuando recuerdo en esos libros que la Iglesia no tiene mancha ni arruga»40, no ha de entenderse como si ya lo sea, sino la que se prepara para que lo sea, cuando aparezca también gloriosa. Ahora, en efecto, a causa de algunas ignorancias y debilidades de sus miembros, tiene motivo para decir diariamente toda ella: Perdónanos nuestras deudas41.

En el libro cuarto, al decir «que el martirio puede suplir al bautismo», puse el ejemplo del buen ladrón42, no muy a propósito, porque no es seguro de que no fuese bautizado.

En el libro séptimo, «a propósito de los vasos de oro y plata colocados en una gran mansión, seguí el parecer de Cipriano, que los recibió entre los buenos; en cambio, los de madera y barro entre los malos, aplicándoles lo que está dicho: Los unos ciertamente para honor, en cuanto a los otros lo dicho: A los otros, en cambio, para oprobio»43. Pero apruebo mejor lo que después he encontrado o advertido en Ticonio, que hay que entender en ambos casos algunos vasos para honor, esto es, no sólo de oro y plata, así como también en ambos casos algunos vasos para oprobio, no sólo, por cierto, de madera y barro.

Esa obra comienza así: In eis libris quos adversus epistulam Parmeniani.

19. Réplica a lo que Centurio trajo de los donatistas, un libro (45)

Cuando disputaba denodadamente contra la secta de Donato, un seglar llevó entonces a la Iglesia algunos argumentos suyos contra nosotros dictados o escritos en pocas palabras, porque creen que apoyan su causa. Respondí a esos muy brevemente. El título de ese librito es: Réplica a lo que Centuria trajo de los donatistas.

Y comienza así: Dicis eo quod scriptum est a Salomone: Ab aqua aliena abstinete44.

20. Respuesta a las preguntas de Jenaro, dos libros (46)

Los dos libros cuyo título es Respuesta a las preguntas de Jenaro recogen muchas discusiones sobre los misterios y ritos que la Iglesia observa, bien universal, bien particularmente, es decir, no de un modo uniforme en todos los lugares; sin embargo, no he podido recordarlo todo, sino que he respondido suficientemente a las cuestiones examinadas. El primero de estos libros es una carta, puesto que tiene encabezamiento, quién escribe y a quién; pero va incluida entre los libros precisamente porque el libro siguiente, que no lleva mi nombre, es mucho más extenso y trata mayor número de cuestiones.

Así pues, lo que dije en el primero sobre el maná, «que a cada uno le sabía en la boca según su voluntad»45, no se me ocurre cómo pueda probarse si no es por el libro de la Sabiduría, al que los judíos no conceden autoridad canónica. Lo cual pudo llegar hasta los fieles no precisamente siendo los murmuradores contra Dios, porque en realidad no habrían deseado otros manjares si el maná les hubiera sabido a lo que quisieran.

Esa obra comienza así: Ad ea quae me interrogasti.

21. El trabajo de los monjes, un libro (47)

Para escribir un libro sobre El trabajo de los monjes me urgió la necesidad de que, al comenzar a haber monasterios en Cartago, unos vivían del trabajo de sus manos, obedeciendo al Apóstol, mientras que otros querían vivir de las limosnas de las personas piadosas, de tal manera que, sin hacer nada para conseguir o completar las cosas más necesarias, creían y se jactaban de que ellos cumplían muy bien el precepto evangélico, cuando dice el Señor: Mirad a los pájaros del cielo y a los lirios del campo46. En consecuencia, comenzaron a manifestarse también entre los seglares, que no seguían el camino de perfección, pero que eran muy fervorosos, disputas tumultuosas que perturbaban a la Iglesia, al defender unos la primera opinión, y otros la segunda. A esto se añadía que algunos de los que decían que no tenían que trabajar eran crinitos, de cabellera larga. Por lo cual aumentaban las discusiones según el interés de las partes entre los reprensores y los defensores. Por esta causa el venerable anciano Aurelio, obispo de la Iglesia de esta misma ciudad, me pidió que escribiese algo a este propósito; así lo hice.

Ese libro comienza así: Iussioni tuae, sancte frater Aureli.

22. La bondad del matrimonio, un libro (48)

1. La herejía de Joviniano, al igualar el mérito de las vírgenes consagradas con la castidad conyugal, se propagó tanto en la ciudad de Roma, que se hablaba de que hasta muchas religiosas, de cuya pureza no hubo nunca la menor sospecha, se precipitaban al matrimonio, argumentando principalmente, cuando se las apremiaba: ¿Eres tú, acaso, mejor que Sara47, mejor que Susana48, o que Ana?49, recordando a las demás mujeres muy recomendadas con el testimonio de la Sagrada Escritura, con las cuales ellas no podrían compararse mejores, ni siquiera iguales. De ese modo se rompía también el santo celibato de los santos varones con el recuerdo y la comparación de los Padres casados. La santa Iglesia de allí resistía a ese monstruo con fidelidad y fortaleza. Pero habían quedado esas discusiones suyas en las tertulias y cotilleos de muchos, porque en público nadie se atrevía a aconsejarlo. Además, con la facultad que Dios me daba, fue necesario salir al paso del veneno que se propagaba ocultamente, sobre todo porque se jactaban de que no había sido posible refutar a Joviniano, ensalzando el matrimonio, sino vituperándolo. Por esta razón publiqué el libro, cuyo título es La bondad del matrimonio. Donde no he tratado la gran cuestión sobre la propagación de los hijos antes de que los hombres mereciesen la muerte por el pecado, porque se trata de la unión de los cuerpos mortales; pero, según creo, lo explico suficientemente en otros libros míos posteriores.

2. Dije también en alguna parte: «En efecto, lo que es el alimento para la conservación del hombre, eso es la unión carnal para la conservación de la especie, y una y otra no se tienen sin placer camal, que, sin embargo, no puede ser libido, cuando es moderada y reducida a su uso natural por el control de la templanza». Me he explicado así porque el uso bueno y recto de la libido ya no es libido. Porque, así como es malo usar mal de los bienes, así es bueno usar bien de los males. Sobre lo cual he tratado más cuidadosamente en otros sitios, sobre todo contra los nuevos herejes pelagianos. Lo que he dicho de Abrahán: «Que el gran patriarca Abrahán, que no vivió sin esposa, estuvo preparado en virtud de aquella obediencia a vivir sin su hijo único e inmolado por él mismo»50, no lo apruebo del todo. Porque él creyó que, si hubiese inmolado al hijo, en seguida se lo hubiese devuelto resucitado, como se lee en la Carta a los Hebreos51.

Ese libro comienza así: Quoniam unusquisque homo humani generis pars est.

23. La santa virginidad, un libro (49)

Después de que escribí La bondad del matrimonio, se esperaba que escribiese sobre La santa virginidad; no lo retrasé, y demostré, como pude, en un libro, cuan grande es este don de Dios, y con cuánta humildad hay que conservarlo.

Ese libro comienza así: Librum de bono coniugali nuper edidimus.

24. Comentario literal al Génesis, doce libros (50)

1. Por el mismo tiempo escribí los doce libros sobre el Génesis, desde el principio52 hasta que Adán fue expulsado del paraíso, y una espada de fuego fue puesta para guardar el camino del árbol de la vida53. Pero cuando los once libros llegaron hasta ese pasaje, añadí el duodécimo, en el cual he tratado más cuidadosamente del paraíso. El título de esos libros es: Comentario literal al Génesis, es decir, no según las significaciones alegóricas, sino según los propios hechos históricos. En la obra hay más interrogantes que respuestas, y de las respuestas, muy pocas son seguras, y las demás están como para que sean examinadas de nuevo. En realidad, comencé esos libros después del de La Trinidad, pero los terminé antes. Por eso los recojo ahora por el orden en que los comencé.

2. En el libro quinto, y dondequiera que he escrito en ellos «sobre la descendencia a la que fue hecha la promesa preparada por medio de los ángeles con el poder del Mediador»54, no lo tiene así el Apóstol, según he comprobado después en códices más exactos, sobre todo griegos. Efectivamente, se ha dicho de la ley lo que muchos códices latinos, por error del intérprete, lo tienen como dicho de la descendencia.

En el libro sexto, lo que dije «que Adán perdió por el pecado la imagen de Dios según la cual fue creado»55, no ha de entenderse como si en él no hubiese quedado nada, sino tan deforme que necesitaba reformación.

En el duodécimo me parece que debí enseñar más acerca «del infierno, que está debajo de la tierra, que dar razones de por qué se cree o se dice que está debajo de la tierra», como si no fuese así.

Esa obra comienza así: Omnis divina Scriptura bipartita est.

25. Réplica a las cartas de Petiliano, tres libros (51)

Antes de haber acabado los libros sobre La Trinidad y los libros Comentario literal al Génesis, me vi obligado a responder a las cartas de Petiliano donatista, que escribió contra la Iglesia católica, y que no pude retrasar. Escribí en contra tres volúmenes: en el primero respondí, con la rapidez y verdad que me fue posible, a la primera parte de su carta, la que él escribió a los de su secta, porque no había llegado a mis manos toda entera, sino la primera parte, que era breve. También la carta va dirigida a los nuestros, pero está colocada entre los libros por eso, porque los otros dos son libros sobre la misma causa. Después, por cierto, encontré la carta toda entera, y la fui respondiendo con tanta diligencia como respondí a Fausto el Maniqueo, a saber: citando sus palabras al principio con su nombre una por una, y con el mío mi respuesta a cada una. Pero llegó antes a Petiliano lo que ya había escrito, y antes de haber encontrado la carta entera, furioso, intentó responderme, inventando más bien lo que quiso contra mí, pero sin entrar para nada en la cuestión. Eso lo puede comprobar cualquiera muy fácilmente comparando los escritos de nosotros dos; sin embargo, en atención a los más lentos, yo mismo procuré demostrarlo respondiéndole. De este modo fue añadido a la misma obra mía el libro tercero.

Esa obra comienza así en el libro primero: Nostis nos saepe voluisse; en el segundo, así: Primis partibus epistulae Petiliani; y en el tercero así: Legi, Petiliane, litteras tuas.

26. Réplica al gramático Cresconio, donatista, cuatro libros (52)

También un gramático donatista llamado Cresconio, habiendo topado con la carta mía, en la que refuto la primera parte de la carta de Petiliano que hasta entonces había llegado a mis manos, creyó que debía responderme, y me lo escribió. A esa obra suya, yo le respondí con cuatro libros, de tal manera que agoté sin duda con los tres libros cuanto exigían sus argumentos. Pero, al ver yo que podía responder a todo cuanto él me escribió en torno a la cuestión única de los maximianistas, a quienes los donatistas condenaron como cismáticos de su secta, y repusieron a algunos de ellos en sus dignidades sin reiterarles el bautismo recibido fuera de su comunión, añadí además el libro cuarto, en el cual demostré esto mismo, lo mejor que pude, con diligencia y caridad. En cuanto a esos cuatro libros, cuando los escribí, ya el emperador Honorio había publicado las leyes contra los donatistas.

Esa obra comienza así: Quando ad te, Cresconi, mea scripta pervertiré possent ignorans.

27. Pruebas y testimonios contra los donatistas, un libro (53)

En seguida tuve empeño en que llegaran a los donatistas los documentos indispensables contra su error, y a favor de la verdad católica, bien sobre las Actas eclesiásticas y civiles, bien sobre las Escrituras canónicas. Y en primer lugar les dirigí a ellos las mismas promesas, para que, si fuera posible, ellos mismos las solicitasen. Habiendo llegado a manos de algunos de ellos, surgió no sé quién para escribir contra ellas, callando su nombre, pero confesándose Donatista, como si se llamase así. En respuesta a él escribí otro libro. Sin embargo, los documentos que había prometido los uní al mismo libro prometido, y de los dos quise hacer uno solo, y así lo publiqué, para que, previamente fijado, se leyese en las paredes de la basílica que había sido de los donatistas. Su título es: Pruebas y testimonios contra los donatistas. En este libro «no puse la absolución de Félix de Aptonga, ordenante de Ceciliano», en ese orden en que luego vi claro, consultando con cuidado las actas consulares, sino «como si hubiese sido absuelto después de Ceciliano», cuando eso sucedió antes.

También aquello «que recordando el testimonio del apóstol Judas, cuando dice: Esos son los que se separan a sí mismos, como animales que no tienen espíritu, añadí diciendo: De quienes también el apóstol Pablo dice: Pero el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios»56, ésos no hay que igualarlos a aquellos a quienes el cisma ha separado de la Iglesia por completo. En efecto, a ésos el mismo Apóstol los llama: párvulos en Cristo, a quienes alimenta con leche57, porque no pueden todavía tomar alimento sólido; en cambio, aquéllos han de ser tratados no entre los hijos párvulos, sino entre los muertos y perdidos, para que si alguno de ellos, después de corregido, fuese unido a la Iglesia, pueda decirse de él rectamente: Estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido, y ha sido encontrado58.

Ese libro comienza así: Qui timetis consentire Ecclesiae Catholicae.

28. Réplica a un donatista desconocido, un libro (54)

El segundo libro que he recordado antes quise titularlo: Réplica a un Donatista desconocido. Donde, al igual que acerca de la absolución del ordenante de Ceciliano, no es verdadero el orden cronológico. También lo que dije: «A la multitud de cizañas59, donde se entienden todas las herejías», no tiene una conjunción necesariamente; porque debí decir: «donde se entienden también todas las herejías», o: «donde se entienden incluso todas las herejías». Lo dije así en cuanto ahora, como si las cizañas están solamente fuera de la Iglesia, no también en la Iglesia, cuando ella sea el reino de Cristo, del cual sus ángeles han de recoger en el tiempo de la siega todos los escándalos60. De ahí que el mártir Cipriano dice también: Aunque parezca que en la Iglesia hay cizañas, con todo, nuestra fe o nuestra caridad no deben flaquear de modo que, porque veamos que hay cizaña dentro de la Iglesia, vayamos a apartarnos nosotros mismos de la Iglesia. Opinión que he defendido también otras veces, y sobre todo en la Conferencia contra los mismos donatistas, que estaban presentes.

Ese libro comienza así: Probationes rerum necessariarum quodam breviculo collectas promisimus.

29. Advertencia de los donatistas sobre los maximianistas, un libro (55)

Como viese que muchos, por la dificultad de leer, estaban impedidos para aprender qué sinrazón y falsedad tiene la secta de Donato, compuse un librito muy breve, donde he creído que debía advertirles únicamente sobre los maxímianistas, para que pudiese llegar a muchas manos por la facilidad de copiarlo, y por su misma brevedad fuese aprendido más fácilmente de memoria. Le puse por título: Advertencia de los donatistas sobre los maximianistas.

Ese libro comienza así: Quicumque calumniis hominum et criminationibus movemini.

30. La adivinación diabólica, un libro (56)

Por el mismo tiempo, me vi obligado por una disputa a escribir un librito sobre La adivinación de los demonios, cuyo título es éste.

Pero en un pasaje donde digo: «Los demonios a veces captan también con toda facilidad hasta las disposiciones de los hombres, no sólo las manifestadas de palabra, sino también las concebidas en el pensamiento, cuando desde el alma se manifiestan algunas señales en el cuerpo», defendí un asunto muy misterioso con afirmaciones más atrevidas de lo que debí; porque está claro que esas cosas pueden llegar al conocimiento de los demonios también a través de muchas experiencias. Pero si se dan algunas señales desde el cuerpo de los que piensan que son sensibles para ellos pero que se nos ocultan a nosotros, o si conocen estas cosas por medio de otra fuerza y ésa espiritual, dificilísimamente los hombres pueden descubrirlo o no lo pueden en absoluto.

Ese libro comienza así: Quodam die, in diebus sanctis octavarum.

31. Exposición de seis cuestiones contra los paganos (57)

Entre otras, me enviaron desde Cartago esas seis cuestiones que me presentó un amigo a quien deseaba hacer cristiano, para que diese una solución replicando a los paganos, principalmente porque dijo que algunas de ellas habían sido propuestas por el filósofo Porfirio. Pero yo no creo que se trate de aquel Porfirio Sículo (Siciliano) cuya fama es celebérrima. Yo recogí las disputas de esas cuestiones en un solo libro no extenso, cuyo título es: Exposición de seis cuestiones contra los paganos. La primera de ellas es sobre La resurrección; la segunda, sobre El tiempo de la religión cristiana; la tercera, sobre La diferencia de sacrificios; la cuarta, sobre lo escrito: Con la medida con que midiereis, se os medirá a vosotros61; la quinta, sobre El Hijo de Dios según Salomón; la sexta, sobre El profeta Jonás.

En la segunda, lo que dije: «La salvación de esta religión, única verdadera, por la cual se promete la salvación verdadera verazmente, a ninguno que ha sido indigno le ha faltado jamás; y a quien le ha faltado, no ha sido digno», no lo dije así, como si cualquiera fuese digno por sus propios méritos, sino del modo que dice el Apóstol: No por las obras, sino por El que llama se dijo: El mayor servirá al menor62, vocación que afirma que pertenece al propósito de Dios. Por lo cual dice: No según nuestras obras, sino según su propósito y gracia63; y continúa aún: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien, a aquellos que según su propósito son llamados santos64. Sobre esta vocación dice: Que os encuentre dignos de su vocación santa65.

Ese libro, después de la carta que más tarde puse al principio, comienza así: Movet quosdam et requirunt.

32. Exposición de la carta de Santiago a las doce tribus (58)

Entre los opúsculos míos he encontrado la Exposición de la Carta de Santiago, que al retractarla advertí que eran anotaciones de algunos de sus pasajes anteriormente expuestos, pero recogidas en un libro por la diligencia de los hermanos, quienes no quisieron que estuviesen en los márgenes de un códice. Tienen alguna utilidad, únicamente que la misma carta, que leía cuando dicté estas anotaciones, no la tenía diligentemente interpretada del griego.

Ese libro comienza así: Duodecim tribubus quae sunt in dispersione salutem66.

33. Consecuencias y perdón de los pecados, y el bautismo de los niños, a Marcelino, tres libros (59)

Surgió también una necesidad que me obligaba a escribir contra la nueva herejía pelagiana, contra la que anteriormente, según era necesario, actuaba no por escrito, sino en sermones y conferencias, como cada uno de nosotros podía o debía. Así pues, me enviaron de Cartago aquellas cuestiones para que las refutase por escrito, y compuse cuanto antes los tres libros cuyo título es Consecuencias y perdón de los pecados; en donde trato, sobre todo, del bautismo de los niños a causa del pecado original, y de la gracia de Dios que nos justifica67, es decir, que nos hace justos, aunque en esta vida nadie guarda los mandamientos de la justicia de tal modo que no necesite decir, cuando ora por sus pecados: Perdónanos nuestras deudas68. Esos que piensan lo contrario a todo esto han fundado la nueva herejía. Pero en los libros he creído que debía callar aun sus nombres, esperando que de ese modo se podrían corregir más fácilmente; incluso en el libro tercero, que es una carta, pero que va entre los libros por los otros dos a los que creí que debía ir unida, cité no sin algún elogio el nombre del mismo Pelagio, porque muchos celebraban su vida; y refuté aquello que él escribió no por su propia persona, sino lo que expuso él para que otros lo dijesen, y que sin embargo defendió después, ya hereje, con la animosidad más obstinada. Y por otra parte Celestio, discípulo suyo, había merecido ya la excomunión en Cartago por unas afirmaciones parecidas ante un tribunal de obispos en que yo no intervine. En el segundo libro digo en alguna parte: «Al final del mundo se concederá a algunos eso que no sientan la muerte por su transformación repentina», dando pie a una investigación más cuidada sobre ese asunto. Porque, o bien no morirán69, o bien no sentirán la muerte, pasando de esta vida a la muerte, y de la muerte a la vida eterna en una transformación rapidísima como en un abrir de ojos70.

Esa obra comienza así: Quamvis in mediis et magnis curarum aestibus.

34. El único bautismo, réplica a Petiliano y Constantino, un libro (60)

Por el mismo tiempo, un amigo mío recibió un libro sobre El único bautismo de no sé qué presbítero donatista, indicándome que lo habría escrito Petiliano, obispo de su secta en Constantina. El me lo trajo y me suplicó con insistencia que le respondiese, y yo así lo hice. En cuanto al libro mío con que le respondí, también quise que tuviese el mismo título, esto es: El único bautismo.

En este libro, lo que dije: «Que el emperador Constantino no negó un puesto en la acusación a los donatistas que impugnaban a Félix de Aptonga, ordenante de Ceciliano, aun cuando él había sabido que ellos eran unos calumniadores en los crímenes falsos de Ceciliano», estudiado después cronológicamente, lo encontré de otro modo. Efectivamente, el emperador mencionado hizo previamente que la causa de Félix fuese examinada por un procónsul, quien lo declaró absuelto; y, más tarde, él mismo comprobó en audiencia con sus acusadores que Ceciliano era inocente, al descubrir por experiencia que eran unos calumniadores en los crímenes contra él. El orden de fechas establecido por los consulados convence aún con mucha más fuerza en este asunto, y echa por tierra completamente las calumnias de los donatistas, como lo he demostrado en otra parte.

Ese libro comienza así: Respondere diversa sentientibus.

35. Los maximianistas contra los donatistas, un libro (61)

Escribí también un libro, entre otros escritos contra los donatistas, no muy breve como antes, sino extenso y con mucho mayor cuidado. En él se ve cómo la sola causa de los maximianistas echa por tierra claramente desde sus cimientos el error impío y soberbísimo de ellos contra la Iglesia católica, porque su cisma salió de la misma secta de Donato.

Ese libro comienza así: Multa iam diximus, multa iam scripsimus.

36. La gracia del Nuevo Testamento, a Honorato, un libro (62)

Por ese mismo tiempo en que luchaba denodadamente contra los donatistas y había comenzado ya a ejercitarme contra los pelagianos, un amigo me envió desde Cartago cinco cuestiones, y me rogó que se las respondiese por escrito. Son éstas: ¿Qué significó la expresión del Señor: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?71 Y qué es lo que dice el Apóstol: Para que, enraizados y fundados en la caridad, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura y la largura, la altura y la hondura72. Y quiénes son las cinco vírgenes necias y quiénes las prudentes73. Y ¿qué son las tinieblas exteriores?74 Y ¿cómo hay que entender: El Verbo se hizo carne?75

Ahora bien, pensando yo seriamente sobre la nueva herejía enemiga de la gracia de Dios, me planteé una sexta cuestión sobre la gracia del Nuevo Testamento. Disputando sobre esta cuestión a la vez que interponía la exposición del salmo 21, en cuyo comienzo está lo que el Señor exclamó en la cruz76, y que el amigo aquel me propuso en primer lugar para que lo explicara, yo resolví todas aquellas cinco cuestiones no por el orden en que me las había propuesto, sino como pudieron adaptarse convenientemente a mí que estaba tratando de la gracia del Nuevo Testamento, igual que pudieron irse adaptando convenientemente en sus lugares.

Ese libro comienza así: Quinqué mihi proposuisti tractandas quaestiones.

37. El espíritu y la letra, a Marcelino, un libro (63)

El mismo a quien había escrito los tres libros que titulé Consecuencias y perdón de los pecados, donde traté con cuidado también del bautismo de los niños, me volvió a escribir diciendo que se había extrañado de que yo dijese que podía darse que el hombre esté sin pecado, si su buena voluntad no claudica, con la ayuda de la gracia divina, aunque no haya habido nadie, ni hay, ni habrá nadie de una justicia tan perfecta en esta vida. En efecto, me preguntó cómo había dicho que era posible una cosa así de la cual no existía ningún ejemplo. Debido a esa pregunta, escribí el libro cuyo título es El espíritu y la letra, examinando la sentencia del Apóstol que dice: La letra mata, pero el espíritu vivifica77. En este libro, con la ayuda de Dios, he disputado con valor contra los enemigos de la gracia de Dios, que justifica al pecador. En cambio, cuando trato de las observancias de los judíos, que se abstienen de algunos alimentos según la ley antigua, escribí: «Las ceremonias de algunos alimentos», nomenclatura que no está en el uso de las Escrituras Santas. Sin embargo, por eso me pareció conveniente, porque yo recordaba que se llamaban ceremonias como carimonias por el verbo carecer, porque quienes las observan carecen de esas cosas de las que se abstienen. Si es otro el origen de ese nombre el que aparta de la verdadera religión, yo no he hablado en ese sentido, sino en aquel que he recordado arriba.

Ese libro comienza así: Lectis opusculis quae ad te nuper elaboravi, fili carissime Marceline.

38. La fe y las obras, un libro (64)

Entre tanto, algunos hermanos seglares, por cierto muy estudiosos de las divinas Escrituras, me enviaron algunos escritos que separaban la fe cristiana de las obras buenas, de tal manera que se persuadía de que sin aquélla no era posible, pero sin éstas sí era posible llegar a la vida eterna. Respondiéndoles, les escribí un libro cuyo título es La fe y las obras. En él he examinado no solamente de qué modo deben vivir los que han sido regenerados por la gracia de Cristo, sino también quiénes deben ser admitidos al baño de la regeneración.

Ese libro comienza así: Quibusdam videtur.

39. Resumen del debate con los donatistas, tres libros (65)

Después de que tuve el Debate con los donatistas, recordé brevemente lo que sucedió, y lo recogí en tres libros según los tres días que conferencié con ellos. Esta obra la creí útil para que cualquiera ya advertido pueda, o bien conocer sin esfuerzo lo que se ha tratado, o bien, consultados los números que anoté en cada asunto, leer en las mismas actas lo que quisiere según cada pasaje, porque éstas cansan al lector por su excesiva prolijidad. En cuanto al título de esa obra es: Resumen del debate.

Esa obra comienza así: Cum catholici episcopi et partis Donati.

40. Mensaje a los donatistas después del debate, un libro (66)

Escribí también diligentemente un libro bastante extenso, en mi opinión, a los mismos donatistas después del debate que tuvimos con sus obispos, para prevenirse contra sus engaños en lo sucesivo. Allí respondí también a algunas fanfarronadas suyas que pudieron llegar hasta mí, de las cuales ellos, derrotados, se jactaban donde podían y como podían, además de lo que he dicho sobre las actas del debate, donde se da a conocer brevemente qué es lo que sucedió allí.

Por otra parte, he tratado este asunto mucho más brevemente en una carta dirigida de nuevo a ellos mismos; pero, porque en un concilio de Numidia pareció a todos los que allí estábamos que eso se hiciese allí, no figura ya entre mis cartas.

Efectivamente, comienza así: «El anciano Silvano, Valentín, Inocencio, Maximino, Optato, Agustín, Donato y los demás obispos desde el Concilio de Zerta a los donatistas».

Ese libro comienza así: Quid adhuc, Donatistae, seducimini?

41. La visión de Dios, un libro (67)

Tengo escrito un libro sobre La visión de Dios, donde dejé para después una investigación más cuidadosa sobre el cuerpo espiritual que será en la resurrección de los santos; si, y de qué modo, Dios, que es espíritu78, puede ser visto también por un cuerpo así; pero, más tarde, he explicado suficientemente, a mi juicio, esta cuestión en verdad dificilísima en el último libro, esto es, en el libro vigésimo segundo de La Ciudad de Dios.

En uno de mis manuscritos, que contiene este libro, encontré también una relación hecha por mí sobre este asunto al obispo de Sicca, Fortunaciano, la cual no figura en el catálogo de mis opúsculos, ni entre mis libros ni entre las cartas.

Ese libro comienza así: Memor debiti. En cambio, ésta comienza así: Sicut praesens rogavi et nunc commoneo.

42. La naturaleza y la gracia, un libro (68)

Por entonces llegó también a mis manos un libro de Pelagio, donde defiende, con la argumentación que puede, la naturaleza del hombre contra la gracia de Dios, que es la que justifica al impío79 y la que nos hace cristianos. Así pues, este libro con que respondí, defendiendo la gracia, no contra la naturaleza, sino la que libera y rige la naturaleza, lo he llamado La naturaleza y la gracia. En él «defendí unas palabras que Pelagio puso como de Sixto, obispo de Roma y mártir, como si fuesen verdaderamente del mismo Sixto»; porque yo así lo creía. Pero después leí que eran del filósofo Sexto, y no del cristiano Sixto.

Ese libro comienza así: Librum quem misistis.

43. La Ciudad de Dios, veintidós libros (69)

1. Entre tanto, Roma fue destruida por la irrupción de los godos, que actuaban a las órdenes del rey Alarico, y fue arrasada por la violencia de una gran derrota. Los adoradores de una multitud de dioses falsos, que llamamos originariamente paganos, esforzándose en atribuir su destrucción a la religión cristiana, comenzaron a blasfemar contra el Dios verdadero más despiadada y amargamente de lo acostumbrado. Por eso yo, ardiendo del celo de la casa de Dios80, me decidí a escribir contra sus blasfemias y errores los libros de La Ciudad de Dios. Obra que me ocupó durante algunos años, porque me llegaban otros muchos asuntos que no podía aplazar, y reclamaban antes mi atención para resolverlos. En cuanto a esa obra de La Ciudad de Dios, por fin, la terminé con veintidós libros.

Los cinco primeros refutan a aquellos que desean que las cosas humanas prosperen, de tal modo que creen que para eso es necesario volver al culto de los muchos dioses que acostumbraron a adorar los paganos, y, porque está prohibido, sostienen que por eso se han originado y abundan tamaños males. En cuanto a los cinco siguientes, hablan contra esos que vociferan que esos males ni han faltado ni faltarán jamás a los mortales, y que, ya sean grandes, ya pequeños, van cambiado según los lugares, tiempos y personas, pero sostienen que el culto de muchos dioses con sus sacrificios es útil a causa de la vida futura después de la muerte. Por tanto, en esos diez libros refuto estas dos vanas opiniones contrarias a la religión cristiana.

2. Pero, para que nadie pueda reprenderme de que he combatido solamente la doctrina ajena, y que no he afirmado la nuestra, la segunda parte de esa obra, que comprende doce libros, trata todo esto. Aunque, cuando es necesario, expongo también en los diez primeros libros la doctrina nuestra, y en los doce libros últimos refuto igualmente la contraria. Así pues, los cuatro primeros de los doce libros siguientes contienen el origen de las dos ciudades: la primera de las cuales es la ciudad de Dios, la segunda es la de este mundo; los cuatro siguientes, su progreso y desarrollo; y los otros cuatro, que son también los últimos, los fines que les son debidos. De este modo, todos los veintidós libros, a pesar de estar escritos sobre las dos ciudades, sin embargo toman el título de la ciudad mejor, para llamarse preferentemente La Ciudad de Dios.

En el libro décimo no debí «poner como un milagro que en el sacrificio de Abrahán la llama de fuego bajada del cielo recorriese por entre las víctimas descuartizadas»81, porque todo eso Abrahán lo vio en visión82.

En el decimoséptimo, lo que dije de Samuel: «Que no era de los hijos de Aarón», debí decir más bien: que no era hijo de sacerdote. En realidad, la costumbre según la ley era que los hijos de sacerdotes sucedían a los sacerdotes difuntos; efectivamente, el padre de Samuel se encuentra entre los hijos de Aarón83, que no fue sacerdote, ni figura así entre los hijos de manera que lo hubiese engendrado el mismo Aarón, sino como todos los de aquel pueblo se llaman hijos de Israel.

Esa obra comienza así: Gloriosissimam civitatem Dei.

44. A Orosio, presbítero, contra los priscilianistas y origenistas, un libro (70 )

Entre tanto, respondí, con la brevedad y claridad que pude, a una consulta de Orosio, un presbítero español, sobre los priscilianistas y algunas opiniones de Orígenes que reprueba la fe católica. El título de ese opúsculo es: A Orosio contra los priscilianistas y los origenistas. Y al principio he añadido también la misma consulta a mi respuesta.

Ese libro comienza así: Respondere tibí quarenti, dilectissime fili Orosi.

45. A Jerónimo, presbítero, dos libros: el primero sobre el origen del alma, y el segundo sobre una sentencia de Santiago (71)

También escribí dos libros al presbítero Jerónimo, que residía en Belén: el uno sobre El origen del alma humana, el otro sobre una Sentencia del apóstol Santiago, donde dice: Cualquiera que haya observado la ley entera, pero falta en un solo punto, se hace reo de todo84, consultándole sobre las dos cuestiones. En el primero yo mismo no he resuelto la cuestión que le propuse, y en el segundo tampoco me callé lo que a mí me parecía sobre la solución, pero yo le consulté si eso lo aprobaba también él. Y me contestó por escrito elogiando la misma pregunta mía, pero que, sin embargo, no tenía tiempo para responderme. En cuanto a mí, no quise publicar esos libros mientras él viviese, con la esperanza de que me respondiese alguna vez, y entonces serían publicados con su misma respuesta. Ahora bien, una vez que él hubo fallecido, publiqué el primero para advertir al lector que o no indague sólo cómo el alma se infunde en los que nacen, o que en un asunto de tantísima oscuridad admita con certeza aquella solución de esa cuestión que no sea contraria a los puntos clarísimos que la fe católica conoce sobre el pecado original en los niños, sin duda dignos de condenación, si no son regenerados en Cristo; en cuanto al segundo, lo publiqué para que sea conocida la misma solución, que me ha parecido también a mí, de la cuestión de que se trata allí.

Esa obra comienza así: Deum nostrum qui nos vocavit.

46. A Emérito, obispo de los donatistas, después del debate, un libro (72)

A Emérito, obispo de los donatistas, quien como principal en el debate que tuve con ellos parecía defender su causa, le escribí algún tiempo después del mismo debate un libro bastante útil, porque contiene cómodamente con brevedad las razones con que se los vence, y que demuestran que ya lo están.

Ese libro comienza así: Si vel nunc, frater Emerite.

47. Las actas del proceso de Pelagio, un libro (73)

Por el mismo tiempo, Pelagio fue citado en Oriente, esto es, en Siria de Palestina, a un tribunal episcopal por algunos hermanos católicos, y, en ausencia de aquellos que habían presentado la acusación, porque no pudieron asistir el día del Sínodo, fue oído por catorce obispos, los cuales declararon católico a aquel que negaba los mismos dogmas que, según el libelo de acusación contra él, se leían contrarios a la gracia de Cristo. Pero, como hubiesen venido a mis manos esas mismas actas, escribí sobre ellas un libro, para que, al aparecer él como absuelto, no se creyese también que los jueces habían aprobado aquellos mismos dogmas que, si él no los hubiese negado, de ningún modo habría salido si no condenado por ellos.

Ese libro comienza así: Posteaquam in manus nostras.

48. La corrección de los donatistas, un libro (74)

Por entonces escribí también un libro sobre La corrección de los donatistas a causa de aquellos que no querían que las leyes imperiales los castigasen.

Ese libro comienza así: Laudo et gratulor et admiror.

49. La presencia de Dios, a Dárdano, un libro (75)

Escribí un libro sobre La presencia de Dios, donde mi intención está alerta sobre todo contra la herejía pelagiana, sin nombrarla expresamente. Pero en él disputo también trabajosa y sutilmente de la presencia de la naturaleza que llamamos Dios soberano y verdadero, y sobre su templo.

Ese libro comienza así: Fateor me, frater dilectissime Dardane.

50. La gracia de Jesucristo y el pecado original, dos libros (76)

Después de que la herejía pelagiana con sus autores fue denunciada y condenada por los obispos de la Iglesia de Roma, primero por Inocencio, después por Zósimo, cooperando las cartas de los Concilios africanos, escribí dos libros contra ellos: uno, La gracia de Cristo; otro, El pecado original.

Esa obra comienza así: Quantum de vestra corporali et máxime spirituali salute gaudeamus.

51. Actas del debate con Emérito, obispo de los donatistas, un libro (77)

Algún tiempo después del debate que tuve con los herejes donatistas, surgió la necesidad de ir a Mauritania Cesariense. Aquí, en la misma Cesárea, vi a Emérito, obispo de los donatistas, es decir, uno de los siete a quienes habían delegado para la defensa de su causa y que había trabajado muchísimo en su favor. Las Actas eclesiásticas, que se encuentran entre mis opúsculos, dan testimonio de cuanto traté con él en presencia de los obispos de la misma provincia y del pueblo de la Iglesia de Cesárea, en cuya ciudad él fue ciudadano y obispo de los recordados herejes. Allí, al no saber qué responder, escuchó como un mudo todo mi discurso, que expliqué sobre los maximianistas únicamente a los oídos de él y de todos los que estaban presentes.

Este libro o esas Actas comienzan así: Gloriosissimis imperatoribus Honorio duodécimo et Theodosio octavo consulibus, duodécimo kalendas Octobris Caesareae, in ecclesia maiore.

52. Réplica al sermón de los arrianos, un libro (78)

Entre tanto vino a mis manos un sermón de los arríanos sin el nombre de su autor. A petición e instancia del que me lo había enviado, respondí con cuanta brevedad y a la vez celeridad pude, poniendo el mismo sermón al principio de mí respuesta, y numerando cada uno de los puntos para que, al ir examinándolos, se pueda advertir fácilmente qué he respondido a cada uno.

Ese libro, después del sermón de ellos que va al principio, comienza así: Eorum praecedenti disputationi hac disputatione respondeo.

53. El matrimonio y la concupiscencia, al conde Valerio, dos libros (79)

Escribí dos libros al ilustre varón conde Valerio, después de haber oído que los pelagianos le habían escrito no sé qué de mí, es decir, que yo condenaba el matrimonio al defender el pecado original. El título de estos libros es: El matrimonio y la concupiscencia. Ciertamente yo defiendo la bondad del matrimonio para que nadie piense que es un vicio suyo la concupiscencia de la carne, y la ley que en los miembros repugna a la ley del espíritu85, de cuyo mal de la lujuria usa bien la castidad conyugal para la procreación de los hijos. Y como fuesen dos los libros, el primero llegó a manos de Julián el Pelagiano, quien escribió cuatro libros en contra, de los cuales alguien entresacó algunos pasajes, y los envió al conde Valerio, y éste me los envió a mí. Cuando los hube recibido respondí a las mismas cuestiones con el libro segundo.

El libro primero de esa obra comienza así: Haeretici novi, dilectissime fili Valeri; y el segundo, así: Inter militiae tuae curas.

54. Expresiones del Heptateuco, siete libros (80)

Compuse siete libros sobre siete libros de las divinas Escrituras, a saber: los cinco de Moisés, el de Jesús Nave y el de los Jueces, anotando las locuciones de cada uno que son menos usadas en nuestro idioma, porque los que leen las palabras divinas las buscan atendiendo poco al sentido, cuando se trata de un género literario, y a veces extraen algo que ciertamente no se aparta de la verdad; y, sin embargo, se descubre que no sintió eso el autor que lo escribió, sino que está claro que más probablemente dijo eso según el género literario. Pues en las Escrituras Santas, muchas cosas oscuras se aclaran una vez conocido el género literario. Por lo cual es preciso conocer los géneros literarios de las locuciones que hacen claras las sentencias, para que ese mismo conocimiento ayude también cuando están oscuras, y las haga accesibles a la intención del autor.

El título de esa obra es: Locuciones del Génesis y, sucesivamente, de cada libro.

En cuanto a lo que «puse que está escrito en el primer libro86: Y Noé hizo todo lo que ordenó el Señor, así lo hizo87, y dije que aquella locución era semejante a aquella que en la creación de las criaturas, después que se dice: Y así se hizo, se añade: e hizo Dios88, «esto no me parece del todo semejante a lo mismo». En una palabra, allí también el sentido está oculto, aquí es sólo una locución.

Esa obra comienza así: Locutiones Scripturarum.

55. Cuestiones sobre el Heptateuco (81)

1. Por el mismo tiempo escribí también Los siete libros de las cuestiones sobre los mismos Libros Divinos (Cuestiones sobre el Heptateuco), que por eso quise llamarlos así, porque lo que allí se discute lo propuse más para investigar que para resolver cuestiones, aunque me parece a mí que la mayor parte ha sido tratada de manera que puede decirse, no sin razón, que también han sido solucionadas y expuestas.

Comencé también a ocuparme igualmente de los libros de los Reyes; pero, no habiendo avanzado mucho, dirigí la atención a otros asuntos que me urgían más. Así pues, en el primer libro, «cuando se trata de las varas de diversos colores que Jacob ponía en el agua, para que las ovejas preñadas las viesen al beber, y pariesen las crías de varios colores, no expliqué bien la causa de por qué no las ponía a las preñadas de nuevo, esto es, cuando iban a concebir nuevas crías, sino solamente en el primer preñado»89. Realmente, la exposición de la segunda cuestión donde se pregunta por qué Jacob dijo a su suegro: Y has engañado mi salario en diez corderas90, resuelta con bastante veracidad, demuestra que ésta no fue solucionada como yo debí hacerlo.

2. También en el tercer libro, «al tratar del Sumo Sacerdote cómo engendraba hijos, cuando tenía la obligación de entrar dos veces al día en el Sancta Sanctorum, donde estaba la tarde91, adonde, como dice la ley, no podía entrar estando impuro92; y la misma ley dice que el hombre se hace impuro también por el coito conyugal, que por cierto manda que se lave con agua, pero también dice que el que se ha lavado está impuro hasta la tarde93, por lo cual dije: Que hubiese sido consecuente que o bien fuese continente, o bien que algunos días se interrumpiese el incienso», no he visto que no fuese consecuente. En efecto, puede entenderse así lo escrito: Estará impuro hasta la tarde, de modo que durante la misma tarde ya no estuviese impuro, sino hasta la tarde, para llegada la tarde, ya puro, ofreciese el incienso, cuando para procrear hijos se hubiese unido a su mujer después del incienso matutino.

Lo mismo cuando se pregunta «cómo le estaba prohibido al Sumo Sacerdote asistir al funeral de su padre94, no siendo conveniente que llegara a ser sacerdote, cuando era uno solo, sino después de la muerte de su padre sacerdote, dije que por eso fue necesario, antes de sepultar al padre luego de su muerte, que se le constituyese sacerdote al hijo de aquel que sucedía al padre, a causa también de la continuidad del incienso, que era necesario ofrecer dos veces al día», al cual sacerdote se le prohíbe entrar durante la muerte del padre insepulto todavía. Pero me fijé poco en que esto pudo estar mandado más bien por aquellos que habrían de ser los sumos sacerdotes que no sucedían a padres sumos sacerdotes, pero que sin embargo eran de los hijos, es decir, de los descendientes de Aarón, en el caso de que el Sumo Sacerdote o no tuviese hijos o los tuviere tan indignos que ninguno de ellos debiera suceder a su padre; como Samuel sucedió al sumo sacerdote Helí95, no siendo él mismo sacerdote, pero sí de los hijos, es decir, de los descendientes de Aarón.

3. «También a propósito del ladrón a quien se dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso96, que había sido bautizado visiblemente», lo di como cierto, siendo incierto, y debiéndose creer más bien que fue bautizado, como yo también lo he discutido después en alguna parte.

Igualmente, lo que en el libro quinto «he dicho, cuando se recuerda a las madres en las generaciones evangélicas, que éstas van puestas con los padres», seguramente es verdadero, pero que no viene al asunto de que se trataba. Se trataba, en efecto, de aquellos que desposaban a las mujeres de sus hermanos o parientes de éstos, que habían fallecido sin descendencia, a causa de los dos padres de José, uno el que recuerda Mateo, el otro Lucas. Sobre esta cuestión he tratado en esta obra con atención al retractar mis libros Contra Fausto, el Maniqueo.

Esa obra comienza así: Cum Scripturas Sanctas, quae appellantur canonicae.

56. Naturaleza y origen del alma, cuatro libros (82)

Por el mismo tiempo, cierto Vicente Víctor encontró en Mauritania de Cesárea, en casa de un presbítero español llamado Pedro, alguno de mis opúsculos, donde en un pasaje sobre el origen del alma de cada uno de los hombres he manifestado que no sé si las almas se propagan de aquella única del primer hombre y después de los padres, o si lo mismo que a aquel único se da cada una a cada uno sin propagación alguna, pero que sí sé que el alma no es cuerpo, sino espíritu. Y en contra de estas afirmaciones mías escribió al mismo Pedro dos libros, que el monje Renato me envió a mí desde Cesárea. Yo, después de haberlos leído, le devolví cuatro con mi respuesta: uno para el monje Renato, otro para el presbítero Pedro y dos para el mismo Víctor. Pero el enviado a Pedro, aunque tiene la extensión de un libro, sin embargo es una carta que no he querido separar de los otros tres. Aunque en todos ellos, donde trato muchas cosas necesarias, he defendido mis dudas sobre el origen de las almas, que se da a cada uno de los hombres, y he mostrado los muchos errores y los peligros de la presunción suya. Sin embargo, traté con toda la mansedumbre posible a aquel joven, a quien no había que condenar precipitadamente, sino más bien enseñar; y recibí de él una carta de su retractación.

El libro de esa obra enviado a Renato comienza así: Sinceritatem tuam erga nos; el enviado a Pedro, así: Domino dilectissimo fratri et compresbytero Petro; y el primero de los dos últimos a Vicente Víctor comienza así: Quod mihi ad te scribendum putavi.

57. Las uniones adulterinas, a Polencio, dos libros (83)

Escribí dos libros sobre Las uniones adulterinas, buscando resolver la dificilísima cuestión, cuanto pude, según las Escrituras. Lo que no sé es si lo he logrado con mucha claridad; antes al contrario, siento no haber llegado a la perfección de ese asunto, aunque haya aclarado muchas de sus dificultades, lo cual podrá juzgarlo cualquier lector inteligente.

El primer libro de esa obra comienza así: Prima quaestio est, frater dilectissime Pollenti; y el segundo, así: Ad ea quae mihi scripseras.

58. Réplica al adversario de la Ley y los Profetas, dos libros (84)

Entre tanto, cuando se venía leyendo en Cartago, en presencia de una gran multitud de oyentes muy atentos, reunidos en la plaza marítima, un libro de cierto hereje o marcionita o de alguno de esos cuyo error cree que Dios no hizo este mundo ni que el Dios de la ley dada por medio de Moisés97 y de los profetas que pertenecen a la misma ley es el Dios verdadero, sino un pésimo demon, se llegaron ante él unos hermanos, celosísimos cristianos, y me lo enviaron sin dilación alguna para que lo refutase, rogándome encarecidamente que no tardase en responder. Lo refuté con dos libros, que titulé por eso: Réplica al adversario de la Ley y los Profetas, porque el códice mismo que me enviaron no tenía nombre de autor.

Esa obra comienza así: Libro quem misistis, fratres dilectissimi.

59. Réplica a Gaudencio, obispo donatista, dos libros (85)

Por el mismo tiempo, Dulcicio, tribuno y notario, era aquí en África el ejecutor de las órdenes imperiales dadas contra los donatistas. El cual, como hubiese enviado cartas a Gaudencio de Tamugadi, obispo de los donatistas, y uno de los siete que habían escogido para autores de su defensa en nuestro debate, exhortándole a la unidad católica, y disuadiéndole del incendio con que amenazaba consumirse él mismo y los suyos con la misma iglesia en que se encontraban; añadiéndole además que, si se creían justos, huyesen según el precepto de Cristo el Señor98, antes que quemarse con fuego sacrílego, él le escribió en respuesta dos cartas, la una corta, porque el portador tenía prisa, según lo afirmó; la otra larga, como respondiendo más plena y diligentemente. El tribuno antes mencionado creyó que me las debía mandar a mí, para que yo las refutase; y refuté las dos con un solo libro. El cual, cuando hubo llegado a poder del mismo Gaudencio, me respondió por escrito lo que le pareció sin razón alguna, sino declarando que él no había podido ni responder ni callar más. Todo lo cual, aun cuando pueda aparecer suficiente a los que lean inteligentemente y comparen mis palabras y las de él, sin embargo no he querido que quede sin respuesta por escrito todo lo que sucedió. De ahí ha resultado que fuesen dos esos libros míos contra él.

Esa obra comienza así: Gaudentius Donatistarum Tamugadensis episcopus.

60. Contra la mentira, un libro (86)

Por entonces escribí también el libro Contra la mentira, cuyo motivo fue que a algunos católicos les pareció que debían simular que ellos eran priscilianistas para poder penetrar en sus guaridas para rastrear a los herejes priscilianistas, que estimaban que debían ocultar su herejía no sólo negando y mintiendo, sino también perjurando. Para prohibir que se hiciera eso, compuse ese libro.

Ese libro comienza así: Multa mihi legenda misisti.

61. Réplica a las dos cartas de los pelagianos, cuatro libros (87)

Siguen los cuatro libros que escribí a Bonifacio, obispo de la Iglesia romana, porque, como hubiesen llegado a sus manos, él mismo me las envió, al encontrar mi nombre citado en ellas calumniosamente.

Esa obra comienza así: Noveram te quidem fama celebérrima praedicante.

62. Réplica a Julián, seis libros (88)

Mientras tanto llegaron también a mi poder los cuatro libros de Julián el Pelagiano, que he recordado antes, en los cuales encontré que lo que había extractado de ellos quien se los había enviado al conde Valerio, no todo lo escrito al mismo conde lo dijo Julián de ese modo, sino que algunos pasajes habían sido bastante cambiados. En consecuencia escribí seis libros contra aquellos cuatro; pero mis dos primeros libros refutan, con testimonios de los santos que han defendido la fe católica después de los Apóstoles, la desvergüenza de Julián, quien creyó que habría sido presentado por mí como un dogma de los maniqueos haber dicho que traemos desde Adán el pecado original, que se quita por el baño de la regeneración no solamente en los adultos, sino también en los niños. Por el contrario, cuánto favorece el mismo Julián con algunas sentencias suyas a los maniqueos, lo he demostrado en la última parte de mi libro primero. En cuanto a los otros cuatro libros míos, refutan a los suyos uno por uno.

Pero en el libro quinto de esa obra tan extensa y tan elaborada, «donde recordé que un marido deforme solía proponer a su mujer en las uniones conyugales una pintura hermosa, para que no pariese hijos deformes, di como cierto el nombre de aquel hombre que solía hacer eso», siendo incierto, porque me falló la memoria. No obstante, Sorano, un autor de medicina, escribió que un rey de Chipre lo solía hacer, pero no dio su nombre propio.

Esa obra comienza así: Contumelias tuas et verba maledica, Iuliane.

63. Manual de fe, esperanza y caridad, un libro (89)

Escribí también un libro sobre La fe, la esperanza y la caridad, porque aquel a quien se lo escribí me había pedido tener alguna obrita mía que no dejara de las manos, lo que los griegos llaman un Enquiridión. Allí me parece haber resumido con bastante diligencia cómo se debe honrar a Dios, que define la divina Escritura como sabiduría auténticamente verdadera99.

Ese libro comienza así: Dici non potest, dilectissime fili Laurenti, quantum tua eruditione delecter.

64. La piedad con los difuntos, a Paulino obispo, un libro (90)

Escribí un libro sobre El cuidado que se debe tener en favor de los difuntos («Piedad con los difuntos»), porque me preguntaron por carta «si aprovecha a alguno después de la muerte el que su cuerpo sea sepultado ante la memoria de algún santo».

Ese libro comienza así: Diu sanctitati tuae, coepiscope venerande Pauline.

65. Respuesta a las ocho preguntas de Dulcicio, un libro (91)

El libro que titulé Las ocho cuestiones de Dulcicio («Respuesta a las ocho preguntas de Dulcicio») no debería ser recordado en esta obra entre mis libros, al estar compuesto por pasajes que he escrito antes en otros libros, de no encontrarse también en él alguna discusión sobreañadida por mí, y de haber dado respuesta a una de esas cuestiones no de algún otro opúsculo mío, sino la que entonces se me pudo ocurrir.

Ese libro comienza así: Quantum mihi videtur, dilectissime fili Dulciti.

66. La gracia y el libre albedrío, un libro (92)

Escribí un libro titulado La gracia y el libre albedrío (A Valentín y monjes). A causa de aquellos que, al defender la gracia de Dios, y creyendo que se negaba el libre albedrío, de tal manera defienden ellos el libre albedrío, que niegan la gracia de Dios, afirmando que esta gracia se da según nuestros méritos.

Y lo escribí para los monjes de Adrumeto, en cuyo monasterio había comenzado una discusión sobre ese asunto, de tal manera que algunos de ellos se vieron obligados a consultarme.

Ese libro comienza así: Propter eos qui hominis liberum arbitrium.

67. La corrección y la gracia, un libro (93)

Escribí de nuevo a los mismos un segundo libro, que titulé La corrección y la gracia (A los mismos de arriba, «La corrección y la gracia»), porque me avisaron que en ese monasterio había dicho alguno que no había que corregir a nadie cuando no cumple los preceptos de Dios, sino tan sólo se debe orar por él para que los cumpla.

Ese libro comienza así: Lectis litteris vestris, Valentine frater dilectissime.

Puesto que he retractado esas obras, he traído a la memoria que yo he dictado esas noventa y tres obras en doscientos treinta y dos libros, sin saber si aún voy a dictar algunos más; y también he publicado la retractación de ellos en dos libros a instancias de los hermanos, antes de haber comenzado a retractar las cartas y los sermones al pueblo, unos dictados y otros predicados por mí.


Después de retractar sus obras, S. Agustín publicó:

Las Retractaciones, dos libros (94).

Espejo de la Sagrada Escritura, un libro (95).

La predestinación de los santos, dos libros (96).

Las herejías, dos libros (97).

Réplica a las actas del debate con Maximino, dos libros (98).

Réplica a Julián, el Pelagiano, seis libros (obra inacabada) (99).

El libro séptimo quedó sin concluir, y el octavo no lo comenzó. Era réplica a los ocho libros de Julián, respondiendo a sus palabras con sus respuestas.


Títulos de las obras de las «Retractaciones»

Libro primero

1. Contra los Académicos, tres libros

2. La vida feliz, un libro

3. El orden, dos libros

4. Soliloquios, dos libros

5. La inmortalidad del alma, un libro

6. Las disciplinas, siete libros

7. Las costumbres de la Iglesia católica y de los maniqueos, dos libros

8. La dimensión del alma, un libro

9. El libre albedrío, tres libros

10. Comentario al Génesis en réplica a los maniqueos, dos libros

11. La Música, seis libros

12. El Maestro, un libro

13. La verdadera religión, un libro.

14. Utilidad de la fe, un libro

15. Las dos almas del hombre, un libro

16. Actas del debate contra el maniqueo Fortunato, un libro

17. La fe y el símbolo, un libro

18. Comentario literal al Génesis, un libro inacabado

19. El Sermón del Señor en la montaña, dos libros

20. Salmo contra la secta de Donato

21. Réplica a la carta del hereje Donato, un libro

22. Réplica a Adimanto, discípulo de Manes, un libro

23. Exposición de algunos textos de la Carta a los Romanos

24. Exposición de la Carta a los Gálatas, un libro

25. Exposición incoada de la Carta a los Romanos, un libro

26. Ochenta y tres cuestiones diversas, un libro

27. La mentira, un libro

Libro segundo

28. Cuestiones diversas a Simpliciano, dos libros

29. Réplica a la carta de Manes, llamada «del Fundamento», un libro

30. El combate cristiano, un libro

31. La doctrina cristiana, cuatro libros

32. Réplica a la secta de Donato, dos libros

33. Las Confesiones, trece libros

34. Réplica a Fausto el Maniqueo, treinta y tres libros

35. Actas del debate con el maniqueo Félix, dos libros

36. Naturaleza del bien, un libro

37. Respuesta al maniqueo Secundino, un libro

38. Réplica a Hílaro, un libro

39. Varios pasajes de los Evangelios, dos libros

40. Anotaciones al libro de Job, un libro

41. Catequesis a principiantes, un libro

42. La Trinidad, quince libros

43. Concordancia de los Evangelistas, cuatro libros

44. Réplica a la carta de Parmeniano, tres libros

45. Tratado sobre el bautismo, siete libros

46. Réplica a lo que Centurio trajo de los donatistas, un libro

47. Respuesta a las preguntas de Jenaro, dos libros

48. El trabajo de los monjes, un libro

49. La bondad del matrimonio, un

50. La santa virginidad, un libro

51. Comentario literal al Génesis, doce libros

52. Réplica a las cartas de Petiliano, tres libros

53. Réplica al gramático Cresconio donatista, cuatro libros

54. Pruebas y testimonios contra los donatistas, un libro

55. Réplica a un Donatista desconocido, un libro

56. Advertencia de los donatistas sobre los maximianistas, un libro

57. La adivinación diabólica, un libro

58. Exposición de seis cuestiones contra los paganos

59. Exposición de la Carta de Santiago a las doce tribus

60. Consecuencias y perdón de los pecados y el bautismo de los niños, a Marcelino, tres libros

61. El único bautismo, réplica a Petiliano y Constantino, un libro

62. Los maximianistas contra los donatistas, un libro

63. La gracia del Nuevo Testamento, a Honorato, un libro

64. El espíritu y la letra, a Marcelino, un libro

65. La fe y las obras, un libro

66. Resumen del debate con los donatistas, tres libros

67. Mensaje a los donatistas después del debate, un libro

68. La visión de Dios, un libro

69. La naturaleza y la gracia, un libro

70. La Ciudad de Dios, veintidós libros

71. A Orosio, presbítero, contra los priscilianistas y origenistas, un libro

72. A Jerónimo, presbítero, dos libros, el primero sobre el origen del alma, y el segundo, sobre una sentencia de Santiago

73. A Emérito, obispo de los donatistas, después del debate, un libro

74. Las actas del proceso de Pelagio, un libro

75. La corrección de los donatistas, un libro

76. La presencia de Dios, a Dárdano, un libro

77. La gracia de Jesucristo y el pecado original, réplica a Pelagio y Celestio, a Albina, Piniano y Melania, dos libros

78. Actas del debate con Emérito, obispo de los donatistas, un libro

79. Réplica al sermón de los arríanos, un libro

80. El matrimonio y la concupiscencia, al conde Valerio, dos libros

81. Expresiones del Heptateuco, siete libros

82. Cuestiones sobre el Heptateuco

83. Naturaleza y origen del alma, cuatro libros

84. Las uniones adulterinas, a Polencio, dos libros

85. Réplica al adversario de la Ley y los Profetas, dos libros

86. Réplica a Gaudencio, obispo donatista, dos libros

87. Contra la mentira, un libro

88. Réplica a las dos cartas de los pelagianos, cuatro libros

89. Réplica a Julián, seis libros

90. Manual de fe, esperanza y caridad, un libro, a Lorenzo

91. La piedad con los difuntos, a Paulino obispo, un libro

92. Respuesta a las ocho preguntas de Dulcicio, un libro

93. La gracia y el libre albedrío, un libro, a Valentín y a los monjes con él

94. La corrección y la gracia, un libro, a los mismos de arriba

Después de retractar sus obras

95. Las Retractaciones, dos libros

96. Espejo de la Sagrada Escritura, un libro

97. La predestinación de los santos y el don de la perseverancia, dos libros, a Próspero e Hilario.

98. Las herejías, dos libros, a Quodvultdeo

99. Réplica a las actas del debate con Maximino, obispo de los arríanos, dos libros

100. Réplica a Julián Pelagiano, seis libros (inacabada)