Creo haber respondido con suficiente amplitud a las cuestiones propuestas acerca de algunos pasajes de San Pablo; ahora entraré en la materia del segundo volumen para resolver las que me has propuesto sobre los libros de los Reyes, las cuales, como mucho y aun casi todo lo que contienen los libros antiguos, están llenas de figuras y envueltas en velos de misterios. Aunque ya, por la revelación de Cristo, el velo se ha quitado 1, sin embargo, nosotros todavía vemos en enigma, y después vendrá la perfecta visión. Porque, de todos los modos, el velo impide la vista de una cosa; pero el enigma, al estilo del espejo, según dice el mismo Apóstol: Ahora vemos por espejo en enigma 2, ni deja ver claramente la verdad ni completamente la oscurece. Quiero, pues, poner manos a la obra, con la ayuda del Señor, porque me alivian más tus oraciones que pesa tu mandato. Mayormente porque de tu carta he colegido que no me pides te desentrañe el sentido de las profecías; y en verdad que obedecerte en esto sería para mí empresa dificilísima, pues habría que hacer un estudio completo del contexto de los libros mismos y deducir el fin que tienen, y aun cuando no fuera de difícil inteligencia, sin embargo, la magnitud de la tarea me abrumaría, ya que para esto se requiere más reposo y tiempo; mas tú has querido conocer y que te lo manifieste por carta cómo entiendo yo algunas particularidades de los acontecimientos que se expresan con las palabras que citas.
El Espíritu de Dios influye diversamente en los profetas. Manifestaciones habituales perpetuas y manifestaciones transitorias de la profecía. El Espíritu de Dios, sin más aditamentos, se entiende por el bueno. ¿Con este nombre debe entenderse el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo? Manifestaciones del Espíritu bueno y malo en Saúl. Saúl, al perseguir a David, es corregido por un espíritu profético bueno. Algunos dones del Espíritu Santo pueden poseerse sin la caridad, pero nada aprovechan. ¿Puede tenerse sin caridad el don de profecía? Los herejes y cismáticos tienen otros dones del Espíritu Santo, mas no la caridad. ¿Por qué el espíritu malo se llama espíritu del Señor?
1. La primera explicación que me pides sobre el primer libro de los Reyes versa sobre aquel pasaje que dice: El espíritu de Dios irrumpió sobre Saúl 3, mientras en otro lugar dice: Perturbó a Saúl un mal espíritu de Dios 4. Pues así está escrito: En cuanto volvió Saúl las espaldas para apartarse de Samuel, se sintió otro, y todas las señales aquellas le sucedieron el mismo día. Cuando llegaron a la colina, se encontraron con un tropel de profetas, y le arrebató el espíritu de Dios y se puso a profetizar en medio de ellos 5.
Le había predicho Samuel todas estas cosas cuando le ungió de parte del Señor. No creo que esto ofrezca dificultad alguna. Pues el Espíritu alienta donde quiere 6, y el espíritu de profecía no puede mancillarse con ningún contacto de almas, porque a todas partes llega a causa de su pureza 7. Mas no a todos afecta de la misma manera, sino a unos por impresión en la fantasía humana, donde se pintan las imágenes de las cosas; a otros les da a saborear el fruto de la inteligencia; en otros combina las dos formas de inspiración; a algunos les inspira sin saberlo ellos.
La acción sobre la fantasía puede darse de dos maneras: o por medio de sueños, según vemos, no sólo en muchos santos, sino en el Faraón y el rey Nabucodonosor, los cuales vieron por sueños lo que ninguno podía comprender, pero sí podían ver; o por manifestación extática, que algunos latinos llaman estupor, tal vez sin propiedad, pero sí con alguna analogía, pues es una enajenación de la mente que se aparta de los sentidos, para que el espíritu del hombre, arrebatado por el de Dios, se dé a la captación y contemplación de las imágenes. Así se mostró a Daniel lo que no entendía, y San Pedro vio un gran lienzo suspendido por los cuatro ángulos 8, y después comprendió la significación de lo que se le había mostrado.
La profecía de carácter intelectual se presenta de un modo cuando se conoce por revelación el sentido de las imágenes y el fin a que se ordenan. Éste es el género más seguro de profecía y al que da el Apóstol el nombre de tal 9. Así José mereció entender lo que era visión oscura para Faraón, y Daniel explicó al rey lo que había visto sin comprenderlo.
Mas cuando la mente es afectada de tal modo que no se reduce a simples conjeturas de interpretación de las imágenes, sino abarca los mismos objetos reales, como se entiende lo que es la sabiduría, la justicia y todas las otras perfecciones absolutas y divinas, entonces no ha lugar a la profecía de que tratamos aquí.
Ambas luces de profecía reciben quienes contemplan en espíritu la representación de las cosas y al mismo tiempo comprenden su significado, o se les explica claramente el sentido de la visión cuando la tienen, como se declaran algunas cosas en el Apocalipsis.
Sopla también el espíritu de profecía en algunos, sin ser conscientes de ello, como Caifás, quien, por ser pontífice aquel año, profetizó la conveniencia de la muerte de uno por la salvación de todo el pueblo 10, sin darse cuenta del alcance de sus palabras, sin reparar en que él no hablaba por cuenta propia.
Abundan en los Santos Libros ejemplos de esta clase, y hablo de cosas sabidísimas para tu erudición. Pues tú no aprendes estas cosas de mí, sino que con tu interrogatorio me pones a prueba para ver los progresos que voy haciendo y estás dispuesto a corregir mis yerros.
Mas con la expresión que emplea la Sagrada Escritura: El espíritu de Dios irrumpió sobre Saúl, indica como un soplo repentino emanado de las misteriosas profundidades del Ser divino. Y cuál fuese el efecto de esta moción en Saúl, lo declaran las palabras que allí mismo se escriben: Trocó Dios el corazón de Saúl en otro 11. Da a entender el cambio de disposiciones con que Dios le trocó y lo hizo capaz de recibir las imágenes expresivas y prefigurativas para la adivinación profética.
2. Pero hay tanta diferencia entre el espíritu profético de un Isaías, Jeremías y los demás profetas de la misma clase y el soplo transitorio que se manifestó en Saúl, como la que hay entre el lenguaje ordinario de los hombres y las palabras que por un prodigio circunstancial pronunció la burra que montaba el profeta Balaam 12. En efecto, este animal fue dotado momentáneamente de la facultad de hablar, para cumplir los designios de Dios, no para que gozase de conversación habitual y perpetua entre los hombres. O si este ejemplo es demasiado remoto y diverso, mucho menos nos hemos de admirar al ver a un hombre réprobo poseído transitoriamente por el espíritu profético, por habérselo dado aquel que, cuando quiso, hizo hablar palabras humanas a una borrica. Pues mucho más remoto se halla un hombre de una bestia que un réprobo de un elegido, por ser los dos hombres. Pues no porque alguien haya dicho unas palabras sabias debe contársele entre los sabios. Tampoco debe ponerse entre los profetas al que alguna vez haya profetizado, cuando el mismo Señor nos dice en su Evangelio que algunos reciben con gozo la divina palabra, mas no arraiga bien en ellos, porque viven entregados a las cosas temporales 13. Y por esto, como advierte a continuación el texto, llegó a ser proverbio éste: ¿Tambien Saúl entre los profetas? 14
No nos admiremos, pues, de estas manifestaciones divinas en hombres que no las merecen y son superiores a sus fuerzas, cuando Dios quiere tal vez con designios particulares revelar alguna cosa de este modo.
3. Mas si nos sorprende que Saúl, después de haber poseído el don profético, fuese sofocado por el mal espíritu, tampoco hay motivo de admiración en esto. Porque en lo primero se sirvió Dios de él para revelarnos alguna cosa, y lo segundo le vino por merecido castigo. Ni deben asombrarnos semejantes alternativas en el espíritu humano, por ser una criatura mudable, sobre todo en el tiempo en que le agobia el peso de una carne corruptible y mortal. ¿No sabemos por el Evangelio que el mismo Pedro hizo tan bella confesión que mereció oír: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne y la sangre, sino mi Padre celestial 15; y poco después manifestó sentimientos tan carnales sobre la pasión del Señor, que al punto oyó de éste: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres? 16
Quizá, para los que tienen alguna inteligencia de las cosas superiores, el mismo valor tiene, con respecto a aquellas visiones intelectuales, esta variación de Pedro al conocer, por revelación del Padre celestial, la filiación divina de Cristo y al oponerse después a su muerte, que el que ofrece para discernir las visiones imaginarias que se forman en el espíritu del hombre, acompañadas de enajenación mental, el espíritu profético que primero se apoderó de Saúl y la perturbación del mal espíritu que le oprimía después.
4. Ahora bien, si el espíritu malo fue llamado espíritu del Señor, hay que entenderlo en el mismo sentido en que se dijo: La tierra es del Señor 17, como una criatura puesta bajo su potestad. O si este ejemplo de comparación no vale, porque la tierra no es mala, pues toda criatura de Dios es buena, valga el hecho de que el mismo Saúl, reprobado ya, criminal e ingrato para con el piadoso David, perseguidor suyo, cuando le embravecía el furor de una crudelísima envidia, sin embargo de esto, era llamado el Cristo del Señor, nombre que le dio el mismo David al vengar su muerte. Pero, a mi parecer, más bien el espíritu maligno que atormentaba a Saúl se llamó espíritu del Señor, porque por oculto juicio de Dios era el azote para su castigo. Pues Dios se sirve de los espíritus malos como de ministros para castigar a los malos y probar a los buenos, si bien de diversa manera en ambos casos. Porque aunque un espíritu malvado lo es por su maligna voluntad de dañar, pero aun esta misma facultad de dañar está subordinada a Aquel bajo cuyo poder están concertadas todas las cosas según ciertos y justos grados de méritos.
Porque así como ninguna mala voluntad procede de Dios, así no hay poder que no venga de Él. Y aunque cada cual es dueño de querer lo que le place, no está, sin embargo, en la potestad de uno lo que puede hacer a otro cualquiera o lo que puede sufrir de él. Pues el mismo Hijo único de Dios, al tiempo de sufrir la Pasión, respondió humildemente a las palabras orgullosas de un hombre que se arrogaba la potestad de matarlo o dejarlo libre: No tendrías, le dijo, sobre mí ningún poder si no te hubiese sido dado de arriba 18.
También el diablo, queriendo dañar al santo varón Job -y en verdad que no le faltaba la voluntad para ello-, con todo, pidió permiso al soberano Dios, diciendo: Extiende tu mano y tócalo en su carne 19, si bien, logrado el permiso, había de hacer esto él mismo. Era una manera de pedir permiso, y después de haberlo obtenido, mano del Señor llamaba a su propia mano, esto es, a la misma potestad que quería recibir. Concuerda esto con lo del Evangelio, donde dijo el Señor a los discípulos: Satanás os ha reclamado esta noche para zarandearos como trigo 20.
Así pues, se llamó espíritu malo de Dios, o sea, instrumento de Dios para ejecutar en Saúl el castigo que debía llevar según el juicio del juez todopoderoso. En tanto que quería el mal, no era aquél espíritu de Dios, pero sí como cristura suya que le debía el ser y como dotada de un poder que no era suyo, sino recibido de la justicia del Señor de todas las cosas. La misma Sagrada Escritura se expresa de este modo: Samuel se levantó y se volvió a Rama. Y el espíritu de Dios se retiró de Saúl, y se apoderó de él un espíritu maligno, enviado por Yavé que le sofocaba. Y dijeron a Saúl sus servidores: Te está sofocando un malignoespíritu de Dios 21.
La expresión que usan los servidores: espíritu maligno del Señor, la declara la narración anterior de la Sagrada Escritura, cuando dice: un espíritu maligno mandado por Dios. Pues en tanto es espíritu del Señor en cuanto cumple sus órdenes. Este espíritu tenía en sí la voluntad de dañar a Saúl, esto es, de apoderarse de él; mas no podía usarlo sin la permisión de la soberana justicia. En efecto, si Dios castiga con justicia, entregando, según dice el Apóstol, a los hombres a los apetitos de su corazón, no será de extrañar que los entregue también, por un castigo justo, a los deseos de los que quieren dañarle, aunque siempre dentro de las reglas de su inmutable equidad.
5. Conviene advertir que a la palabra espíritu de Dios se añade malo. Pues cuando se dice simplemente espíritu de Dios, sin añadir bueno, se sobrentiende que es el bueno. De donde resulta claramente que se llama bueno si se atiende a su naturaleza, y malo por el ministerio que ejerce.
Aunque también podría preguntarse si cuando habla del espíritu de Dios, y por lo mismo bueno, sin aditamento alguno, se ha de entender por el Espíritu Santo, que en la Trinidad es consustancial al Padre y al Hijo, de quien se dice: Mas donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad 22; y en otro lugar se dice: Pero a nosotros nos lo reveló por su Espíritu 23; y en otro: Las cosas que son de Dios nadie las sabe más que el Espíritu de Dios 24
Y en otros muchos lugares se llama así Espíritu de Dios y se entiende el Espíritu Santo, aunque nada se añada, porque el contexto da a entender suficientemente de quién habla; de suerte que a veces simplemente se dice Espíritu, y se entiende aquel Espíritu de Dios que es principalmente santo. Pues ¿de qué otro espíritu habla cuando dice: El mismo Espíritu da testimonio al nuestro de que somos hijos de Dios 25; y cuando se escribe: El mismo Espíritu ayuda nuestra flaqueza 26; y en otro lugar: Todas estas cosas las hace un mismo e idéntico Espíritu, repartiendo sus dones a cada uno según su beneplácito 27. Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu? 28
En todos estos pasajes, el Espíritu, sin ningún aditamento de Dios ni santo, se entiende el Espíritu Santo. Mas no sé si se podrá demostrar con algún ejemplo claro que en alguna parte de la Sagrada Escritura se diga simplemente el Espíritu de Dios, sin más, donde no se trate del mismo Espíritu Santo, sino de otro espíritu bueno, aunque creado y formado. Pues los textos que a este propósito se aducen son ambiguos y exigen mayor claridad, por ejemplo, éste: El espíritu de Dios aleteaba sobre el agua 29. Yo no hallo dificultad para entenderlo del Espíritu Santo. Pues como con el nombre de aguas parece designar aquí la materia informe, que fue creada de la nada y de la que se formaron todas las cosas, ¿qué impide entender que el Espíritu Santo del Creador se agitaba sobre estas aguas, no de una manera local y por intervalos de espacios -porque de ningún modo puede decirse tal cosa de un ser incorpóreo-, sino por un predominio y soberanía de su voluntad, que se extendía a todas las cosas para formarlas? Sobretodo cuando este estilo, usual en la Sagrada Escritura, se presta a un sentido profético y prefigura el sacramento del futuro bautismo del pueblo que había de nacer del agua y del Espíritu Santo. Luego las palabras: El espíritu de Dios se cernía sobre el agua, no deben entenderse necesariamente de aquel espíritu por el cual, en opinión de muchos, es como animada la inmensa mole corpórea de este mundo para tener parte en la generación y conservación de todas las criaturas según sus especies. Un espíritu de este género también sería criatura. No faltan tampoco quienes aplican el texto: El Espíritu del Señor llenó toda la tierra 30, al mencionado espíritu, criatura invisible que con cierta concordia universal impulsa y contiene toda la creación visible.
Mas tampoco veo aquí ninguna dificultad para aplicar esas palabras al Espíritu Santo, cuando el mismo Dios dice por su profeta: Yo lleno con mi presencia el cielo y la tierra 31. Pues Dios no llena el cielo y la tierra sin su Espíritu Santo. Luego ¿qué maravilla es que se haya dicho del Espíritu Santo: Llenó el orbe de la tierra? Pues de un modo llena él cuando santifica, como se dice de San Esteban: Se llenó del Espíritu Santo 32; y lo mismo habla de otros santos. De otro, cuando llena con la gracia santificante, como a algunos justos; y de diverso modo también penetra todas las cosas con su presencia previsora y ordenadora. En conclusión, no conozco documento cierto de la Sagrada Escritura con que pueda probarse que, cuando se habla sin aditamento alguno del Espíritu de Dios o Espíritu del Señor, no se refiera al Espíritu Santo. Mas si tal vez hubiera algún testimonio, que ahora no me viene a la memoria, creo puede afirmarse con fundamento que cuando en los Santos Libros se menciona el Espíritu de Dios, y no se añade otra cosa, ora se entienda del Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo; ora de alguna criatura invisible, no debe tomarse por un espíritu malo si expresamente no se declara. Pues usando bien Dios del espíritu malo para ejecutar su justicia, también se llama éste espíritu de Dios, como instrumento utilizado para castigo de los malos y corrección y prueba de los buenos.
6. Ni al leer lo que sigue: Que el mismo Saúl profetizó con el espíritu de Dios que vino sobre él, debe maravillarnos cómo después del buen espíritu volvió el malo y después del malo otra vez el bueno. Pues esto se debe no a la inconstancia del Espíritu Santo, el cual es inmutable con el Padre y el Hijo, sino a la mutabilidad del espíritu humano y a la providencia de Dios, que todo lo ordena, a los malos para condenarlos y corregirlos según su merecido, y a los buenos, según la liberalidad de su gracia. Aunque tal vez pueda creerse que en Saúl estuvo siempre el mismo Espíritu del Señor, si bien era malo para él, porque no era capaz de recibir cosa tan santa. Mas no parece acertada esta opinión. Más seguro y conforme a la verdad es decir que el Espíritu bueno de Dios, según lo consiente la inconstancia de los afectos humanos, comunica sus inspiraciones, ora para profetizar, ora para realizar alguna obra buena, según la dispensación de Dios; y que el espíritu malo es el que impulsa al mal, y se llama espíritu de Dios porque le sirve para cumplir los designios de su justicia, distribuyéndolo todo y manejando bien todas las cosas. Se funda particularmente en este pasaje: Se retiró de él el Espíritu de Dios y se apoderó de él el espíritu maligno por orden del Señor 33. Pues no se puede admitir que el mismo espíritu se haya retirado y se haya apoderado de él.
Pero en algunos ejemplares, y sobre todo en los que contienen la versión más literal del texto hebreo, se pone el espíritu de Dios sin añadidura alguna, y se entiende por el malo, porque le arrebataba a Saúl y le calmaba David tocando el arpa. Con todo, es claro que no se añadió el calificativo de malo porque lo había dicho poco antes y, por la proximidad del pasaje, se podía suponer y sobrentender. He aquí lo que se lee en los mentados ejemplares: Siempre que el Espíritu del Señor se apoderaba de Saúl, David tomaba el arpa y la pulsaba con su mano, y Saúl se calmaba y recibía alivio, porque se apartaba de él el espíritu del malo 34. Así pues, ora no se diga aquí el Espíritu de Dios, sino solamente el espíritu malo (y lo que allí se expresaba menos aquí aparece manifiesto), ora porque más arriba así estaba escrito: Y los servidores de Saúl le dijeron: He aquí que el mal espíritu de Dios te perturba; mande, el señor y tus siervos buscarán a un buen tañedor de arpa, que, cuando se apodere de ti el mal espíritu de Dios, la toque y halles alivio 35, no era necesario que al repetirse: Siempre que el espíritu de Dios se apoderaba de Saúl, se añadiera que era malo, porque ya se sabía de qué se trataba.
7. Sin embargo, hay una cuestión espinosa y digna de más detenido examen: es cuando Saúl perseguía al inocente David, lleno de envidia y acometido de un furor insano: Y el Espíritu de Dios se posó sobre él y entraba caminando y profetizaba 36. Aquí no puede entenderse sino el buen espíritu, por quien los santos profetas veían los acontecimientos futuros en imágenes y visiones. Y esto no sólo por la expresión que ahí se emplea: Y profetizaba. Pues en los ejemplares traducidos del hebreo se lee igualmente del mal espíritu: Al otro día se apoderó de Saúl el mal espíritu y profetizaba en su casa 37. Y en otros muchos lugares de la Sagrada Escritura se ve frecuentemente que la profecía se toma en buena o mala parte; y profetas se llaman los servidores de Baal; y en otro lugar se reprende a ciertos profetas por haberse hecho adivinos de Baal. Luego no es forzoso entender por espíritu bueno el que descendió sobre Saúl, por decir: Y caminaba y profetizaba, sino porque simplemente se escribió sin más añadidura: Se hizo sobre él el Espíritu de Dios 38. No se dijo aquí como arriba: El mal espíritu de Dios, de modo que por eso deba suponerse en lo que sigue. Al contrario, lo que precede demuestra plenamente que fue el buen espíritu de Dios y verdaderamente profético. Porque David estaba con Samuel, y Saúl envió gente para prenderle.
Mas cuando Samuel estaba entre los profetas, y en la reunión de los profetas, que entonces alababan a Dios, los mensajeros que fueron enviados, movidos por el mismo espíritu, profetizaron, y lo mismo ocurrió con nuevos enviados y por tercera vez con otros; luego vino en persona el mismo Saúl, y el Espíritu divino se apoderó de él y entraba e iba profetizando 39. Cuando, pues, se dice que el Espíritu de Dios se apoderó de ellos y que profetizaban también 40, evidentemente era el mismo Espíritu que movía a los profetas, en medio de los cuales estaba Samuel; de donde se colige que era un espíritu bueno.
Hay que discutir, pues, diligentemente esta cuestión: ¿cómo los que fueron enviados para prender a un hombre y darle la muerte merecieron recibir semejante espíritu? ¿Y cómo Saúl, que los había enviado, viniendo después él mismo con el fin de derramar sangre inocente, mereció recibir aquel espíritu y profetizar?
8. En este punto tenemos una doctrina clarísimamente expuesta por San Pablo, que nos señala el camino mejor: Si, hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y si, teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia, tuviere tan grande fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiere toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha 41.
Se ve que en este lugar ha mencionado el Apóstol los dones distribuidos por el Espíritu Santo, como arriba dice: A cada uno se da la manifestación del Espíritu para común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, la palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, la fe en el mismo Espíritu; a otro, el don de curaciones en el mismo Espíritu; a otro, operaciones de milagros; a otro, la profecía; a otro, la discreción de espíritus; a otro, variedad de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere 42.
Bien se ve, pues, cómo entre los dones del Espíritu Santo figura la profecía; mas si alguien la posee sin tener caridad, nada vale. De aquí se colige la posibilidad de que algunos hombres, indignos de la vida eterna y del reino de los cielos, sean rociados con algunos dones del Espíritu Santo, sin que posean la caridad, y sin ésta, aunque algo valen, nada aprovechan. Porque la profecía sin la caridad, como se ha probado, no lleva al reino de Dios; y, en cambio, sí lleva a él la caridad sin profecía. Pues cuando el Apóstol, hablando de los miembros de Cristo, pregunta: ¿Acaso todos son apóstoles, todos profetas?, muestra claramente que puede contarse uno entre los miembros de Cristo sin tener el don de profecía; pero ¿qué lugar tendría en él faltándole la caridad, sin la cual nada es el hombre? Y al tratar de los miembros que componen el cuerpo de Cristo, de ningún modo hubiera preguntado: ¿Acaso todos tienen caridad?, como preguntó: ¿Acaso todos son apóstoles, todos profetas? ¿Tienen todos el don de los milagros y el de las curaciones? 43, y lo demás que allí va diciendo.
9. Pero dirá tal vez alguno que es posible que uno no tenga el don de profecía y sí la caridad, y por esto está unido e incorporado a los miembros de Cristo; mas es imposible que tenga profecía y no tenga caridad, porque nada es el hombre que tiene la profecía sin la caridad. Es como si dijésemos: nada es el hombre que tiene un alma sin inteligencia, no porque pueda hallarse un hombre que, teniendo alma, no tenga inteligencia, sino porque nada sería si pudiera hallarse.
Análogamente podría decirse también: Si un cuerpo tuviese figura, pero no color, no sería visible, no porque haya cuerpos faltos de color, sino porque, en caso de existir, no se podrían ver. Pues en el mismo sentido se dijo tal vez que si alguno tiene el don de profecía, mas carece de caridad, nada es, no porque pueda existir la profecía en alguien sin la caridad, sino porque, en caso de darse, sería cosa inútil.
Para resolver, pues, esta cuestión, es necesario probar que algún réprobo ha tenido el don de profecía, y a falta de otro caso, bastaría éste de Saúl para probarlo. Mas tenemos también el de Balaam, que estaba reprobado, porque declara la Escritura que estaba condenado por juicio divino. Sin embargo, tuvo el don de profecía; y por defecto de la caridad, tuvo voluntad de execrar al pueblo de Israel, voluntad que le había comprado el enemigo, pagándole para que lo maldijera. No obstante, merced al carisma profético de que estaba dotado, bendecía contra su voluntad.
También prestan buen apoyo a esta sentencia las palabras del Evangelio, que muchos dirán en aquel día: Señor, Señor, en nombre tuyo comimos y bebimos, y en tu nombre profetizamos, y en tu nombre hicimos muchos milagros. Pero les replicará el Señor: No os conozco; apartaos de mí, obreros de la maldad 44.
No creemos que ellos mentirán al hablar así en aquel juicio, donde no habrá lugar a mentira, ni leemos que dirá alguno: Te hemos amado. Podrán, pues, decir: En tu nombre hemos profetizado, siendo malos y réprobos; mas no podrán decir: observamos el mandamiento de tu amor. Porque si lo dicen, no se les respondería: No os conozco, pues Cristo dice: En esto se conocerá que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros 45.
10. El caso, pues, de Saúl rebate la opinión de algunos soberbios herejes, que niegan pueda darse a los que no pertenecen a la comunión de los santos algún bien de los dones del Espíritu Santo. Nosotros les decimos que ellos pueden tener el sacramento del Bautismo, el cual debe respetarse, cuando vienen a la Iglesia católica, ni debe reiterarse, como si no lo tuvieran; sin embargo de eso, no deben confiar en su salvación, porque no reprobamos lo que ellos realmente han recibido, sino que deben reconocer la Iglesia, fundada en la unidad, y abrazarla con el vínculo de la caridad, porque sin ella, por muy santos y venerables que sean en sí los dones que recibieron, ellos nada son, habiéndose hecho tanto más indignos del premio de la vida eterna cuanto abusaron de aquellos dones con que fueron favorecidos en esta vida pasajera. Ahora bien, sólo la caridad usa bien, y todo lo tolera, y no rompe la unidad; antes ella es su más fuerte vínculo. También recibió su talento el siervo del Evangelio, y por talento se entiende aquí cualquier don de Dios: pero al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene 46. No puede quitarse lo que no se tiene; pero a este siervo le falta algo, y por eso merece le priven de lo que posee: le falta la caridad de usar bien de los dones, y se le quitará todo lo demás, pues sin la caridad nada aprovecha.
11. No es, pues, extraño que el rey Saúl, cuando fue ungido al principio, recibiese el espíritu profético, y que después, reprobado por su desobediencia, y retirándose de él el Señor, cayese en manos del espíritu maligno por justo juicio de Dios, el cual recibe también el nombre de espíritu del Señor, por ser un instrumento suyo. Porque el Señor sabe usar bien de todos los espíritus malos, o para condenación de algunos, o para corrección o prueba; y aunque la mala voluntad no viene de Dios, mas toda potestad procede de Él. También se llamó sueño del Señor el que se apoderó de los mismos soldados de Saúl cuando David le quitó su lanza y su vaso, que estaban en su cabecera, mientras dormía. No significa esto que durmiese el Señor, sino que aquel sueño que se apoderó de aquellos hombres se les infundió por voluntad de Dios, para que no advirtiesen en aquel lugar la presencia de su siervo David.
Ni es cosa extraña tampoco que el mismo Saúl recibiese de nuevo el espíritu profético cuando perseguía al inocente, y, con la intención de prenderlo y matarlo, se unió a la asamblea de los profetas. Así se puso de manifiesto que ninguno debe estar seguro de ese don ni tenerse por persona muy acepta a Dios si le falta la caridad; pues aquel don pudo darse a Saúl sin duda con algún misterioso designio, y nótese que era un hombre reprobado, envidioso, ingrato, que devolvía males por bienes, y no se corrigió y cambió ni aun después de recibir el don de profecía.
Nada se predica digno de Dios. Si la presciencia existe propiamente en Dios. Qué es ciencia y cómo se atribuye a Dios. La ira, la misericordia, el celo en Dios. A las cosas divinas se aplican las palabras humanas, pero quitándoles las imperfecciones que entrañan. Diferencia entre ciencia y sabiduría. ¿Puede Dios arrepentirse? Cómo el celo y el arrepentimiento parecen convenir a Dios menos que la presciencia, la ira y otras pasiones semejantes.
1. Ea, veamos ahora el sentido de las palabras: Me arrepiento de haber hecho rey a Saúl 47. Tú me preguntas -no porque desconozcas el valor de tales expresiones, sino para poner a prueba mi inexperiencia con paterna solicitud y benignidad- cómo cabe arrepentimiento de algo en Dios sabiéndolo todo de antemano. A mí me parecería este lenguaje indigno de aplicarse a Dios si en el repertorio de nuestros conceptos hubiese algo digno de atribuirse a Él.
Ahora bien, como el eterno poder y la divina perfección superan, sin duda, maravillosamente todos los recursos de las palabras de que se compone la conversación humana, cuanto se dice de Dios a la manera humana, por más que las expresiones nos parezcan vulgares, es un aviso a nuestra flaqueza, para que entendamos que aun las mismas palabras que en la Sagradas Escrituras le parecen convenientemente aplicadas a Dios, se acomodan más a nuestra capacidad de hombres que a la divina grandeza; y, por tanto, es menester elevarse por encima de ellas, aspirando a una más luminosa inteligencia, como se ha elevado sobre las otras vulgares, cualesquiera que fueren.
2. Pues ¿qué hombre no alcanza que el arrepentimiento repugna en Dios, pues todo lo señorea con su presciencia? He aquí cabalmente dos palabras -presciencia y penitencia o arrepentimiento-, y por creer que una de ellas conviene a Dios -la presciencia-, le negamos el arrepentimiento.
Mas si alguien somete este punto a un más depurado análisis, e indaga cómo puede atribuirse a Dios la misma presciencia, y descubre que el concepto mismo entrañado en esta palabra es inmensamente superado por la inexplicable grandeza del Señor, no se extrañe de que ambas expresiones, inadecuadas para aplicarse a Dios, han podido, sin embargo, usarse por miramiento a la flaqueza humana.
En efecto, ¿qué es la presciencia sino la ciencia de las cosas futuras? Mas ¿puede haber algo futuro para Dios, que trasciende todos los tiempos? Pues si la ciencia de Dios contiene todas las cosas, no son futuras para ella, sino presentes; luego no puede llamarse presciencia, sino simplemente ciencia. Mas si, según se desenvuelven en el orden de la sucesión temporal, no están aún en Dios como presentes las cosas venideras, sino que las conoce de antemano, luego las conoce de dos maneras: por su presciencia como futuras, por su ciencia como presentes. Luego el segundo modo de conocer añade temporalmente algo a la ciencia de Dios, lo cual es muy absurdo y falso. Pues entonces no puede conocer lo que prevé como futuro sino por una doble noticia: previéndola antes de existir, y viéndola cuando existe. De donde resulta una consecuencia muy errónea: que hay algo en el proceso del tiempo que va enriqueciendo la ciencia divina, cuando las cosas temporales, que antes sólo se conocían por presciencia, se abarcan en su realidad presente, cosa que no ocurría cuando no existían en su propia realidad, sino sólo eran objeto de una previsión.
Y si, al venir a la existencia las cosas que se preveían como futuras, nada nuevo añaden a la ciencia de Dios, sino que su presciencia permanece ahora lo mismo que antes de suceder las cosas previstas, ¿cómo ha de llamarse entonces presciencia, si no es de cosas futuras? Porque ya están presentes las que preveía como futuras, y poco después serán pretéritas. Y el conocimiento de las cosas pasadas, lo mismo que el de las presentes, de ningún modo puede llamarse presciencia. Hay que volver, pues, a decir que se hace ciencia con respecto de las cosas presentes la que era presciencia con respecto a las venideras, y como lo que era presciencia antes, después se hace ciencia en Dios, resulta que admite cambio y variación, siendo así que, como verdadero y supremo ser, es absolutamente inmutable y ajeno a toda oscilación temporal.
Me agrada, pues, que no hablemos de presciencia, sino de ciencia de Dios solamente; indaguemos el porqué.
Llamamos ciencia en nosotros la conservación en la memoria de todo lo que hemos sentido y entendido; por ella reproducimos el contenido de nuestras impresiones e ideas cuando nos place representarlo. Pero si lo mismo ocurre en Dios, de suerte que se pueda decir de Él que entiende y entendió, siente y sintió, entonces está sujeto al tiempo y se nos cuela aquella mutabilidad que debemos rechazar en el divino ser. Y, sin embargo, Dios sabe y prevé de modo inexplicable, así como se arrepiente de un modo inefable. A pesar, pues, de que la ciencia divina dista tanto de la humana que es irrisoria toda comparación, con todo, a ambas se da el mismo nombre de ciencia; y la humana es de tal naturaleza, que según el Apóstol, será destruida, lo cual no puede decirse de ningún modo de la de Dios.
Análogamente, la ira en el hombre es turbulenta y llena de tortura el ánimo; en cambio, la ira de Dios, de la que se lee en el Evangelio: La ira de Dios pesa sobre el que no cree 48, y en el Apóstol: La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad 49, permaneciendo Él en inconmovible sosiego, impone el castigo a la criatura con admirable equidad.
También la misericordia implica de suyo cierta miseria del corazón, de donde ha recibido en latín su nombre; y por eso el Apóstol nos recomienda alegrarnos con los alegres y llorar con los que lloran. Mas ¿quién con sano juicio dirá que la miseria afecta al corazón de Dios, aunque la Sagrada Escritura en todas sus páginas pregone su misericordia?
Igualmente, el celo humano cubre el rostro de lividez, mas el celo divino no es así; la palabra es la misma, pero designa una cosa muy diferente.
3. Sería largo registrar otras expresiones, pues son innumerables, y con ellas se demuestra que muchas cosas de Dios se designan con los mismos vocablos que usamos para las cosas humanas, a pesar de la incomparable distancia que las separa. Y, sin embargo, no sin razón, para ambas categorías de cosas se han puesto idénticos nombres, porque el conocimiento de las cosas que ofrece la vida cotidiana y las experiencias más comunes nos trazan como cierto camino para pasar a las sublimes realidades de Dios. Pues si privo a la ciencia humana de su condición variable y de los cambios que se producen en nuestros pensamientos cuando pasamos de unos a otros y nos esforzamos por traer ante los ojos del ánimo lo que se halla oculto poco antes, y así saltamos de un representación a otra con frecuentes actos de memoria -lo cual hace decir al Apóstol que nosotros conocemos parcialmente-; si quito, pues, estas imperfecciones y dejo allí, o mejor que dejo -pues no es esto propio de la ciencia humana-, si me esfuerzo en representar según mi alcance la realidad viviente de una verdad cierta e indubitable, que todo lo abarca con una mirada única y eterna, entonces logro un vislumbre de lo que es la ciencia de Dios, ya que este nombre, en cuanto significa que una cosa por la ciencia queda descubierta a los ojos del hombre, puede aplicarse comúnmente a los dos.
Sin embargo, aun entre los hombres suele distinguirse la sabiduría de la ciencia, como también lo dice el Apóstol: A uno se da el lenguaje de la sabiduría por el Espíritu; a otro, el lenguaje de la ciencia según el mismo Espíritu 50, pero en Dios las dos cosas son una sola.
Se suelen distinguir probablemente diciendo que a la sabiduría pertenece el conocimiento de las cosas eternas, mientras la ciencia tiene por objeto lo que comprendemos con la experiencia de los sentidos del cuerpo. Pero aunque alguien señale otra diferencia entre las dos, no las hubiera distinguido San Pablo a no haber ninguna distinción entre ellas. Y si es verdad que el nombre de ciencia comprende los conocimientos adquiridos por los sentidos, entonces no hay de ningún modo ciencia en Dios, porque su naturaleza no se compone de cuerpo y alma como el hombre. Más razonable es decir que muy otra es la ciencia de Dios no es del mismo género que la del hombre, como el nombre mismo de Dios, y que es muy diverso del que se expresa en el salmo al decir: Estuvo en el consejo de los dioses 51.
No obstante lo dicho, la idea de ciencia comprende en cierto modo algo común a la humana y divina, conviene a saber, la revelación de una cosa.
Así también de la ira del hombre quito todo movimiento turbulento, de suerte que sólo quede el vigor de la justicia vindicativa, y de algún modo llego al atisbo de lo que se llama la ira de Dios. Asimismo, si de la misericordia suprimo el dolor de la miseria participada con aquel de quien te compadeces, de modo que sólo quede la sosegada bondad para socorrer y librar de la desgracia, se tendrá alguna remota idea de la misericordia divina.
No repudiemos tampoco ni desechemos el celo de Dios cuando lo hallemos en la Escritura, sino despojemos del celo humano el pálido azote del sufrimiento y la morbosa perturbación que produce en el ánimo, de modo que quede allí sólo el juicio que no permite dejar impune la violación de la castidad, y comenzaremos a tener algún ligero atisbo del celo de Dios.
4. Por lo cual, cuando leemos que dice Dios: Estoy arrepentido 52, examinemos en qué consiste el arrepentimiento del hombre. En él ciertamente domina la voluntad de cambiar, pero en el hombre va acompañada de dolor, pues se reprocha a sí mismo de haber obrado temerariamente. Suprimamos estas imperfecciones, anejas a la flaqueza e ignorancia humana, y dejemos la voluntad pura de mudar una cosa para que no sea como ha sido hasta aquí; así podemos vislumbrar de algún modo cómo debe entenderse el arrepentimiento divino. Pues cuando se dice que Dios se arrepiente, manifiesta su voluntad de que una cosa no siga siendo lo que fue cuando la hizo, y, sin embargo, cuando ella era así, es porque debía serlo; y cuando no se le permite ser como era, es porque tampoco debe ya serlo, según lo dispone Dios con un juicio eterno, tranquilo y justo, por el que, con su inmutable voluntad, ordena todo lo que se halla sujeto a cambio.
5. Pero como nosotros solemos hablar con encomio de la ciencia y presciencia del hombre, y el género humano suele temer más que reprender la ira en los muy poderosos, creemos que tales conceptos convienen a Dios. Mas cuanto al celo y arrepentimiento, como el primero se considera culpable y el segundo supone una falta que se ha de corregir, y, por lo mismo, ambas cosas envuelven un reproche para los hombres, nos sorprendemos al leer que se atribuyen a Dios efectos semejantes. Mas la Sagrada Escritura, que vela por el bien de todos, le apropia aun estas cosas a Dios, para que las cosas que agradan en lo humano no se apliquen a Dios en el mismo sentido en que se aplican a los hombres. Pues por estas cosas que nos desagrada poner en Dios, tal como se hallan en los hombres, aprendemos también a depurar los conceptos que creíamos más apropiados y convenientes para el ser divino. Que si no podemos atribuir a Dios tal o cual cosa porque nos desagrada en el hombre, entonces tampoco lo llamemos ser inmutable, porque de los hombres se dice reprendiéndolos: Porque no hay en ellos mudanza 53. Asimismo, hay cosas laudables en el hombre que no pueden serlo en Dios, como el pudor, que es principal ornamento de la juventud; o el temor de Dios, que no sólo encomian los libros antiguos, sino también el Apóstol: Acabando la obra de la santificación en el temor de Dios 54. Pero éste no existe en Dios. Luego como las cosas humanas laudables no se aplican bien a Dios, así algunas otras culpables en los hombres rectamente se le atribuyen: no se hallan en Él como en los hombres, y, aunque los vocablos son comunes, deben entenderse de diversa manera.
Porque poco después el mismo Samuel, a quien Dios le había dicho: Me arrepiento de haber hecho rey a Saúl, le dijo a éste hablando de Dios: Pues no es como un hombre para que se arrepienta 55. Nos da a entender con esto que cuando Dios dice: Me arrepiento, no deben tomarse estas expresiones en un sentido puramente humano, según lo hemos declarado como hemos podido.
Cómo Samuel pudo ser evocado por la pitonisa. Tal vez fue el fantasma, no el espíritu de Samuel. Cómo los demonios conocen lo futuro.
1. Me preguntas también si el espíritu impuro que estaba en la pitonisa pudo conseguir que Samuel fuese visto por Saúl y hablase con él. Pero mucho mayor maravilla es que el mismo Satanás, príncipe de todos los espíritus inmundos, pudiese hablar con Dios y pedir permiso para tentar a Job, justísimo varón, como lo pidió para tentar a los apóstoles. O esto tal vez no ofrece particular dificultad, porque la verdad, presente en todas partes, por intermedio de una criatura cualquiera, habla a quien quiere, sin que suponga especial mérito en aquel a quien Dios habla; lo importante es lo que dice, pues tampoco el emperador habla a muchos inocentes, aunque vela con mucha providencia por su salud, y habla con muchos culpables, a quienes manda quitar la vida. Si no está, pues, aquí la dificultad, tampoco debe haberla en que un espíritu inmundo haya podido hablar con un santo varón. Porque a inmensa mayor altura que todos los justos está Dios creador y santificador. Y si nos admiramos de que se haya permitido a un espíritu maligno suscitar el alma de un justo y evocarla, digámoslo así, de los antros secretos de los muertos, ¿no es causa de mayor admiración que Satanás cogiese al mismo Señor y lo llevase al pináculo del templo? Sea cual fuere el modo como logró esto, tampoco sabemos cómo hizo para evocar a Samuel.
Alguien dirá a esto tal vez que más fácilmente obtuvo Satanás el permiso para tomar vivo al Señor de donde quiso y ponerle donde le plugo que para traer el alma del difunto Samuel de su morada. Y si esto no nos sorprende en el Evangelio, porque lo permitió el Señor sin ninguna merma de su poderío y majestad divina, lo mismo que permitió ser prendido, maniatado, burlado, crucificado y muerto por los mismos judíos, aunque perversos, impuros y que obraban diabólicamente, tampoco es un absurdo creer que en virtud de alguna disposición divina, no contra su voluntad ni forzado y violentado por una potencia mágica, sino libremente y para secundar los planes de una secreta providencia, oculta lo mismo a Saúl que a la pitonisa, se hubiese permitido al espíritu del profeta comparecer ante el rey para fulminar contra él la divina sentencia.
En efecto, ¿por qué el alma de un justo, por comparecer evocada por algunos perversos que aún viven, ha de creerse que pierde su dignidad, cuando frecuentemente los hombres de bien en vida acuden al llamamiento de los malos y cumplen con ellos los oficios que exige su justicia y tratan las enfermedades de su alma según el uso y la necesidad lo piden, sin perder el esplendor y decoro de su virtud?
2. Mas en este hecho aún puede darse una salida más fácil y una interpretación más sencilla, creyendo que realmente no fue el espíritu de Samuel evocado de su descanso, sino algún fantasma o ilusión imaginaria formada por el demonio, a la que la Sagrada Escritura da el nombre de Samuel, porque ordinariamente se dan a las imágenes los nombres de los que representan. En los cuadros pintados, en las estatuas de metal, de madera o de otra cualquier materia apta para esta clase de obras, y lo mismo en las apariciones de los sueños, se usan los nombres de las cosas de que son imágenes. ¿Quién no llama hombre al retrato de un hombre? Cuando vemos algunos retratos de hombres, sin dudar les aplicamos sus nombres propios; así, en presencia de una pintura o de una galería de cuadros decimos: aquél es Cicerón, aquél Salustio, el otro Aquiles y el de más allá Héctor; aquí está el río Simois, aquélla es Roma; y no se trata sino de imágenes pintadas. Aquellas estatuas de querubines que Dios mandó colocar sobre el arca con un alto simbolismo, aun siendo poderes celestiales, no reciben frecuentemente en la Sagrada Escritura sino el nombre de querubines.
En las visiones imaginarias de los sueños, quien las tiene no dice: Vi la imagen de Agustín o Simpliciano, sino vi a Agustín o Simpliciano, aunque nosotros lo ignorásemos en el momento de tener tales representaciones: tan evidente es que no se ven las personas mismas, sino sus imágenes. El Faraón dice que vio en sueños espigas y vacas, no sus imágenes. Si, pues, nos consta ciertamente que nosotros damos a las imágenes los nombres de las cosas que representan, no es de extrañar que la Sagrada Escritura hable de la visión de Samuel, aunque tal vez sólo apareció su imagen, por artificio de aquel que se transforma en ángel de luz y a sus ministros en ministros de la justicia.
3. Pero si nos parece extraño que el espíritu maligno predijera cosas verdaderas a Saúl, también nos admiraremos de ver cómo los demonios reconocieron a Cristo, a quien no reconocieron los judíos. Pues cuando Dios quiere dar a conocer a alguno verdades concernientes a estas cosas temporales y pasajeras, aun sirviéndose de los espíritus infernales, no hay dificultad ni inconveniente en que Él, todopoderoso y justo, a fin de adelantar el castigo a los que revela estos secretos con la previsión del mal que les amenaza, comunique a dichos espíritus con secreta operación de su providencia algo del arte de adivinar con que anuncien a los hombres lo que oyen a los ángeles. Pero oyen lo que les manda o permite el Señor y moderador de todas las cosas. Así, en los Hechos de los Apóstoles, un espíritu pitónico da testimonio al apóstol San Pablo, y emprende la misión de evangelizar. Pero aun en esto mezclan sus engaños, y la verdad que han podido conocer la comunican más con intención de engañar que de enseñar. Y así se explica que el fantasma de Samuel, al anunciar la muerte a Saúl, le añadió que estaría con él; lo cual es ciertamente falso. Pues sabemos por el Evangelio que una gran distancia separa a los buenos de los malos, cuando el Señor manifiesta que se interpone un vasto abismo entre aquel rico orgulloso que estaba entre los tormentos del infierno y el mendigo cubierto de úlceras que yacía ante su casa y ahora gozaba de su descanso.
Y si tal vez las palabras de Samuel a Saúl: Tú estarás conmigo 56, indican no una igualdad de bienaventuranza, sino la igual condición en la muerte, porque ambos, a fuer de hombres, pudieron morir, y con aquellas palabras el muerto anunciaba al vivo que también moriría, ya puedes comprender con tu prudencia, según creo, que aquellos pasajes pueden recibir dos interpretaciones, que no son contrarias a la fe. Pudiera ser también que con un examen más profundo y una indagación más laboriosa, que no me permiten ni mis fuerzas ni el tiempo de que dispongo, se llegara a poner en claro que el alma evocada por artes mágicas después de esta vida pueda o no comparecer a la vista de los vivos aun con los rasgos de su fisonomía corporal, de suerte que no sólo pueda ser vista, mas también conocida; y en el caso afirmativo, se podría cuestionar si el alma de un justo podría también hacerse ver, no atraída forzosamente por artes mágicas, sino obedeciendo al imperio secreto de un supremo legislador; y en el caso de juzgarse imposible esto, no se admitirían las dos explicaciones de este pasaje, sino se rechazaría la primera, para considerar la aparición de Saúl como un fantasma surgido por arte diabólico.
Mas como, ora se admita, ora se rechace la posibilidad de que hablamos, la malicia y la astucia del demonio para despertar fantasmas ilusorios no descansa, sirviéndose de todas las formas con la mira puesta en engañar los sentidos humanos, con cautela para no cerrar el paso a otras investigaciones más diligentes, pero con mayor probabilidad, creamos, mientras nos falta otra explicación y aclaración mejor, que lo ocurrido allí se debió a la maligna intervención de la pitonisa.
En la cuestión que me propones sobre aquel pasaje de la Escritura: Entró el rey David y se sentó ante el Señor 57, ¿cuál puede ser el sentido de estas palabras sino que se sentó en la presencia del Señor, sea donde estaba el Arca del Testamento, por la cual puede tomarse una presencia más sagrada y reverenciable del Señor; sea que se sentó para hacer oración, la cual no puede hacerse bien sino en la presencia de Dios, esto es, en lo íntimo del corazón?
Podría interpretarse la mencionada expresión ante el Señor por un lugar donde no había hombre que fuese testigo de su oración.
Ora, pues, por causa del Arca del Testamento, ora por haber escogido un lugar secreto y lejos de todo testigo, ora por el replegamiento en la intimidad de su corazón, donde estaba el fervor del orante, se dijo bien: Se sentó ante el Señor. A no ser que nos cause extrañeza el haber orado David sentado, cosa que también hizo Elías cuando obtuvo con su oración que lloviese.
Estos ejemplos nos enseñan que no hay prescrita ninguna postura corporal para la oración, con tal que el espíritu, puesto en la presencia divina, cumpla su intención. Porque oramos de pie, como está escrito: Mas el publicano estaba en pie a lo lejos 58; oramos de rodillas, según leemos en los Hechos de los Apóstoles, y sentados, según los ejemplos de David y Elías. Y si no orásemos también acostados, no se diría en el salmo: Lavaré todas las noches mi cama y regaré con lágrimas mi estrado 59. Efectivamente, cuando uno quiere orar, coloca su cuerpo y toma, según las circunstancias del tiempo, la posición más conveniente para despertar la devoción. Mas cuando no se va de propósito a la oración, pero nos sobreviene un deseo vivo de orar; esto es, cuando nos viene de improviso a la mente algún piadoso afecto que nos mueve a suplicar con gemidos inenarrables, como quiera que hallare a uno, no es cosa de diferir la oración para buscar un lugar de retiro, o para ponerse en pie, o estar prosternado. Porque entonces el recogimiento de la mente crea para sí una soledad, y muchas veces se olvida en qué lugar o postura nos ha sorprendido tal deseo.
Si bien se pronuncia la frase, nada nos asombrarían las palabras de Elías cuando dice: ¡Oh Señor!, testigo de esta viuda en cuya casa me hospedo, no habéis obrado bien en quitarle su hijo 60. El del profeta no es un lenguaje de reproche a Dios por la muerte del hijo de la viuda que tan piadosa acogida le hizo, sobre todo durante el tiempo que allí estuvo y ella puso a su disposición todos sus exiguos víveres en tan grande y extremada miseria. Es, pues, como si dijese al Señor: ¡Oh Señor!, testigo de esta viuda que me hospeda en su casa, ¿acaso obraste mal en quitarle su hijo? Donde se sobrentiende que el Señor, conocedor del corazón de aquella viuda y de su mucha piedad, a quien el Señor envió su profeta, no le privó del hijo para afligirle con un mal, sino para tener ocasión de un milagro, con que debía glorificar su nombre y dar a conocer a tan gran profeta entre los contemporáneos y la posteridad. En el mismo sentido dice también Cristo que Lázaro no murió para la muerte, sino para que fuese glorificado Dios en su Hijo. Por lo que sigue después y la confianza con que creyó Elías, muestra que no ocurrió aquel suceso para afligir con un amargo duelo a la hospitalaria mujer, sino más bien para poner ante sus ojos con más realce la grandeza del varón de Dios a quien había hospedado. Pues prosigue la Escritura y dice: Sopló tres veces al niño, invocando al Señor y diciendo: Señor Dios mío, que vuelva, te ruego, el alma de este niño a entrar en él. Y así fue 61.
Esta súplica tan breve y confiada con que pidió Elías la resurrección del niño indica bien con qué afecto dijo también lo que arriba se ha dicho.
Y la misma mujer muestra que veía la muerte de su hijo con el mismo espíritu con que Elías dijo aquellas palabras con un sentido contrario a su letra. Porque después de recibir vivo a su hijo exclamó: Ahora conozco que eres hombre de Dios y que es verdad en tu boca la palabra del Señor 62.
Hay muchos pasajes en la Escritura que, si no se interpretan de este modo, encierran un contrasentido. Por ejemplo éste: ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? 63 El Dios que justifica. Si la respuesta es aquí afirmativa, contiene un pernicioso error. Hay que pronunciar la frase como si se dijese: ¿Es tal vez Dios que justifica?, de modo que se deje oír la respuesta: No ciertamente. Creo que con esto se aclara aquella frase de Elías, que resulta oscura por una mala pronunciación.
Apliquemos al espíritu de mentira con que fue engañado Acab lo que, a mi parecer, quedó suficientemente declarado arriba, conviene a saber: que Dios todopoderoso y justo, distribuidor de los castigos y galardones según los méritos, se vale no sólo del ministerio de los espíritus santos y buenos para realizar obras convenientes, sino también de los malos para realizar obras dignas, cuando, movidos por su perversa inclinación, quieran hacer algún daño y obtienen la facultad para ello, según el juicio de aquel que todo lo dispone con medida, peso y número. El profeta Miqueas ha indicado el modo como le fue manifestado esto. Porque las cosas muy ocultas y misteriosas se descubren de tal modo a los profetas, que las puedan abarcar con el sentido humano, sirviéndose también para instrucción, como de palabras, de imágenes de las cosas.
Mas es cosa ardua de comprender y muy prolija para declarar cómo Dios hace estas cosas, estando en todas partes todo entero y presente; cómo consultan su simple, inmutable y eterna verdad los santos ángeles y todos los sublimes y purísimos espíritus creados por Él, y ejecutan temporalmente, según conviene a las criaturas inferiores, lo que allí ven en las leyes de la eterna justicia; cómo también hasta los espíritus caídos, que no permanecieron fieles a la verdad, y, no pudiendo contemplar dentro de sí ni consultar esta verdad, a causa de su impureza y de la debilidad contraída por sus codicias y castigo, esperan los signos exteriores de parte de las criaturas, determinándose por ellos a hacer o no hacer alguna cosa; y cómo estos mismos espíritus, sujetos y encadenados, se ven obligados, en virtud de la ley eterna que gobierna el universo, a esperar la permisión de Dios o a doblegarse a sus mandamientos.
Me asalta el temor de que aun estas mismas cosas que te he expuesto no correspondan a tus esperanzas y causen fastidio a tu gravedad, pues habiéndome pedido que, en respuesta a las cuestiones que me proponías, te enviase algún breve tratado, yo te he remitido dos libros muy extensos, que tal vez no ofrezcan la solución exacta y clara a tus preguntas.
Por lo cual te ruego derrames muchas y asiduas oraciones para expiar mis errores, y te pido que me des en pocas palabras tu parecer, tan autorizado, sobre esta obra; y con tal que sea muy conforme a la verdad, lo acataré, por muy severo que sea.