CAPÍTULO I
Ocasión de publicarse este libro
1. Interrumpiendo ligeramente mis trabajos, he dedicado una rápida pero diligente lectura al libro que me enviasteis, ¡oh carísimos hijos Timasio y Santiago!, y he hallado en él a un hombre encendido de un celo ardentísimo contra los que, en vez de culpar a la voluntad humana de sus deslices, dirigen más bien sus acusaciones contra la naturaleza del hombre y pretenden excusarse con ella. Con extremado ardor combate esta peste, contra la cual asestaron también diversas censuras los autores de las letras seculares, exclamando: "Sin razón se lamenta di género humano de su naturaleza". El mismo parecer ha defendido el autor con todas las fuerzas del ingenio con que ha podido. Mas temo que favorezca más bien a los que tienen celo de Dios, pero indiscreto; pues ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Y cuál sea esta justicia de Dios de que habla aquí el Apóstol, lo declara a continuación, añadiendo: Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia de todo el que cree1. Quien entiende que esta justicia de Dios está fundada no en el precepto de la ley, que infunde temor2, sino en la ayuda de la gracia de Cristo, a la que solamente guía con provecho el temor de la ley, como un ayo, ése sabe por qué es cristiano. Pues si del cumplimiento de la ley nos viene la justicia, en vano murió Cristo3. Y si Cristo no murió en vano, sólo en El se justifica el impío, a quien por creer en aquel que justifica al impío, la fe le es computada por justicia4. Pues todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y ahora son justificados gratuitamente por su gracia, por la redención de Cristo Jesús5. Mas los que presumen de estar fuera del número de todos estos que pecaron y están privados de la gloria de Dios, sin duda ninguna, necesidad tienen de hacerse cristianos, pues los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Por lo cual no vino El a llamar a justos, sino a pecadores6.
CAPÍTULO II
La fe en Cristo es innecesaria para salvarse si el hombre puede sin ella vivir justamente
2. Luego si la naturaleza del género humano, carnalmente oriunda de aquél único prevaricador, puede bastarse a sí misma para cumplir y alcanzar la perfección de la justicia, debe estar segura de la recompensa, esto es, de la vida eterna, aun cuando en algunas gentes o en otros tiempos anteriores estuvo oculta para ellas la fe en la sangre de Cristo. En efecto, no siendo Dios injusto, no defraudará a los justos el premio de la justicia aunque no les fue anunciado el sacramento de la divinidad y humanidad de Cristo, que se manifestó en la carne7. Pues ¿cómo habían de creer lo que no oyeron? ¿Y cómo podían oír sin que se les predicase? Pues según está escrito: La fe entra por la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo8. Pero digo yo, añade: ¿Es que no oyeron? Ciertamente que sí. Por toda la tierra resonó su voz y hasta los confines del mundo llegó su pregón9. Mas antes de comenzar a cumplirse esto, o hasta que la predicación del Evangelio llegue a las extremidades del mundo-pues aun no faltan gentes postreras, aunque al parecer poquísimas, a quienes no ha llegado el pregón evangélico-, ¿qué hará la naturaleza humana o qué hizo cuando ni siquiera llegó a su noticia lo que había de venir ni vio cumplidas las promesas divinas? ¿Tal vez por la fe en Dios, autor del cielo y de la tierra, a quien reconoce naturalmente por su Creador, logró una vida santa, cumpliendo su voluntad aun sin estar instruida en la fe de la pasión y resurrección de Cristo? Pero si esto fue un hecho o pudo haberlo sido, yo también repito lo que respecto de la ley dijo el Apóstol: Luego inútilmente murió Cristo. Pues si San Pablo hablaba de la ley, que únicamente recibieron los judíos, ¿con cuánta más razón se dirá de la ley natural, grabada en el corazón del hombre? Si la justicia se logra con los esfuerzos de la naturaleza, luego Cristo murió en vano. Pero si no murió en vano, luego nadie puede justificarse y ser redimido de la justísima ira de Dios, esto es, de su venganza, sino por la fe y sacramento de la sangre de Cristo.
CAPÍTULO III
La naturaleza fué creada inocente, pero después se corrompió con el pecado
3. Pues la naturaleza del hombre en su principio fue creada inocente y sin vicio ninguno; pero en su estado actual, ella, derivada por nacimiento de Adán, reclama un médico por no hallarse sana. Todos los bienes que posee en su constitución, la vida, los sentidos, la inteligencia, los ha recibido del soberano Creador y Artífice. Mas el vicio, que obscurece y debilita tales bienes naturales, de tal modo que necesita la iluminación y el remedio, no es obra de su inculpable Creador, sino consecuencia del pecado original, que fue cometido por el libre albedrío. Y por esto, la naturaleza condenada está sometida a justísimo castigo. Pues si ya somos en Cristo nueva criatura, éramos, sin embargo, por naturaleza hijos de ira, como los demás; pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, aun estando muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo, siendo salvados por su gracia10.
CAPÍTULO IV
La gracia es gratuita
4. Mas esta gracia de Cristo, sin la cual ni los niños ni los adultos pueden salvarse, no se da por méritos, sino gratis, de donde recibe el nombre de gracia. Fuimos justificados, dice, gratuitamente por su sangre. Luego los que no se salvan por ella, ora porque no han podido oír la predicación, ora porque no han querido someterse a ella, o también cuando, siendo por la edad incapaces de oírla, no recibieron el sacramento de la regeneración, que podían haber recibido y con él salvarse, se condenan muy justamente, porque no se hallan libres de pecado o por haberlo contraído de origen o por los que personalmente han cometido. Pues todos pecaron, sea en Adán, sea en sí mismos, y están privados de la gloria de Dios.
CAPÍTULO V
La justicia exigía la condenación de todos
5. Toda la masa, pues, merece castigo; y si a todos se diera el suplicio de la condenación, no sería una injusticia. Por eso, los que de ella se libran, se llaman no vasos de mérito, sino vasos de misericordia11. ¿Y cuya es esta misericordia sino de aquel que envió a Jesucristo a este mundo para salvar a los pecadores, a los cuales previo, y predestinó, y llamó, y justificó, y glorificó?12 ¿Quién será, pues, tan insensato que no muestre su gratitud dando gracias inefables al libertador, que ha salvado a los que quiso, cuando nadie podría culpar su justicia aunque a todos sin distinción condenase?
CAPÍTULO VI
Los pelagianos son vigorosos y ágiles de ingenio
6. Si penetramos el sentido de las divinas Escrituras, no tendremos necesidad de disputar contra la gracia del cristianismo ni nos empeñaremos en demostrar que la naturaleza humana no necesita de médico en los niños, porque está sana, y en los adultos puede bastarse a sí misma para la justicia, si quiere. Con agudeza, al parecer, tratan de estas cosas, pero con una garrulería con que anulan la cruz de Cristo13. No es ésa la sabiduría que viene del cielo14. No quiero seguir la cita, para que no crean que injuriamos a amigos nuestros, cuyos acérrimos y agilísimos ingenios queremos vayan por el buen camino sin torcerse.
CAPÍTULO VII
Comienza la refutación del libro de Pelagio
7. Pues cuanto es el celo que anima al autor de este libro que me enviasteis contra los que pretenden justificar sus pecados escudándose en la flaqueza de la naturaleza humana, tanto y más ardiente ha de ser el nuestro en defensa de la potencia de la cruz de Cristo, la cual queda anulada al afirmar que se puede llegar a la justicia y la vida eterna por otro camino fuera del misterio de la cruz. Y tal es la doctrina que se defiende en dicho libro no digo a ciencia y conciencia, para no excluir a su autor del número de los cristianos, sino más bien, a mi parecer, por ignorancia, aunque con gran derroche de fuerzas, si bien yo quisiera que éstas fueran de hombres sanos, no como las que despliegan los frenéticos.
8. Pues en primer lugar distingue "que una cosa es investigar si algo puede ser, y esto pertenece al fuero de la pura posibilidad, y otra si existe". Todos admitimos esta distinción, pues lógicamente se deduce de la existencia la posibilidad de una cosa, pero no al contrario, de la mera posibilidad la existencia. Pues el Señor resucitó a Lázaro, sin duda pudo hacerlo; nías por no haber resucitado a Judas, ¿será razonable decir: "No pudo"? Pudo, pero no quiso. De haberlo querido, con la misma potestad hubiera operado el milagro, porque el Hijo vivifica a los que quiere15. Mas advertid adonde va con esta distinción verdadera y manifiesta y a qué blanco tira su esfuerzo: "Nosotros, dice, sólo tratamos de la posibilidad, y mientras no nos constare algo cierto sobre ella, pasar a otra cosa lo consideramos muy grave y fuera del orden". Y matiza este pensamiento de varias formas y con prolijo discurso, para que nadie piense que el tema de su investigación es otro que el de la posibilidad de no pecar. Y amén de otros razonamientos con que defiende su tesis, he aquí lo que dice: "Vuelvo a repetirlo: Yo sostengo que puede el hombre hallarse sin pecado. Tú ¿qué dices? ¿Que no puede mantenerse el hombre sin pecar? Ni yo digo que el hombre está sin pecado ni tú dices que está sin pecado; discutimos sobre la posibilidad o imposibilidad, no sobre la realidad o no realidad". Y luego recuerda cómo algunos pasajes de la santa Escritura que contra ellos suelen aducirse no vienen al caso del argumento donde se discute si puede o no el hombre vivir sin pecado. Porque ninguno, dice, está limpio de pecado16. No hay hombre que no peque17. No hay justo alguno sobre la tierra18. No hay quien abre bien19. "Estos y otros pasajes —discurre el autor— se refieren al hecho, no a la posibilidad. Con tales ejemplos se muestra lo que fueron algunos hombres en tiempos antiguos, no que no pudieron ser de otro modo; y por eso se les juzga culpables. Porque si fueron pecadores por necesidad, carecen de culpa".
CAPÍTULO VIII
Condénanse también los que no pudieron ser justificados
9. Ponderad lo que ha dicho. Pero yo sostengo que el niño nacido en un lugar donde no pudo recibir el bautismo de Cristo por haberle sorprendido la muerte, salió de este mundo sin la limpieza de la regeneración bautismal, porque no le fue posible recibirla. Absuélvale, pues, y ábrale el reino de los cielos, contra la sentencia del Salvador20. Pero no le absolvió el Apóstol al decir: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte, que pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado21. Luego muy justamente, en virtud de esta condenación, que toca a toda la masa de hombres, no es admitido en el reino de los cielos aunque no sólo no fue cristiano, pero ni pudo serlo.
CAPÍTULO IX
No puede justificarse el que no oyó el nombre de Cristo
10. Pero objetan ellos: "Es que no se le condena a ese tal; se dijo que en Adán pecaron todos no por pecado contraído con el origen del nacimiento, sino por haberle imitado pecando". Luego si de Adán se dice que fue el autor de todos los pecados que le han seguido por haber sido el primer pecador, ¿por qué no se considera, más bien a Abel, antes que a Cristo, cabeza de todos los justos por haber sido el primer justo entre los hombres? Pero dejemos a un lado a ese niño; se trata ahora de un joven o de un hombre de edad que murió donde no pudo oír el nombre de Cristo. ¿Pudo o no justificarse por su propia naturaleza y el libre albedrío? ¿Responden que pudo justificarse? Pues eso es anular la cruz de Jesucristo, porfiando en que alguien puede lograr la justicia por la ley natural y el libre albedrío. Digamos, pues, aquí: Luego Cristo murió en vano; en efecto, todos podrían alcanzar la justicia aun sin su muerte; y si eran injustos, lo eran por su propia voluntad, no por la imposibilidad de alcanzar la justicia. Pero si absolutamente no pudo justificarse sin la gracia de Cristo, absuelva también a ese pecador si se atreve, según sus palabras: "Pues si fue lo que fue, por no haber podido ser de ningún modo otra (Josa, careció de culpa".
CAPÍTULO X
Astutamente Pelagio confiesa la gracia
11. Y el autor se propone a sí mismo, como por boca de un interlocutor, la siguiente objeción: "Pero dirás: Puede ser ciertamente justo ese hombre, mas por la gracia de Dios". A lo cual responde: "Gracias por tu benevolencia, porque no sólo no te has contentado con no combatir mi aserción, que poco ha combatías, sino que aduces una prueba en su favor". Porque decir: "Puede ciertamente, mas por este o aquel medio", no sólo es admitir la posibilidad, sino también mostrar cómo o de qué manera puede serlo. Nadie, pues, "admite mejor la posibilidad de una cosa como quien formula las condiciones para ella, pues las cualidades exigen como soporte un objeto real". Hecha la anterior declaración, vuelve a objetarse: "Mas tú en este pasaje pareces negar la gracia de Dios, pues no la mencionas". A lo cual responde: "¿Soy tal vez yo quien rechazo la gracia cuando, al confesar una cosa, admito necesariamente el medio de realizarla, o eres tú, que, al negar la cosa, anulas igualmente los medios con que ella se logra, sea lo que fuere?" Ya se ha olvidado el autor que responde a uno que no niega la cosa, cuya objeción se había propuesto poco antes diciendo: "Puede estar ciertamente el hombre sin pecado, mas por la gracia de Dios". ¿Cómo va a negar la posibilidad, por cuya defensa tanto se esfuerza él, quien le dice: Es posible, mas con la gracia de Dios?" Mas si, dejando a éste que ya confiesa la cosa, se mete con quienes niegan la posibilidad de hallarse el hombre sin pecado, ¿qué nos importa a nosotros? Métase con quien le plazca, con tal de confesar lo que con execrable impiedad se niega, a saber, que sin la gracia de Dios no puede vivir el hombre sin pecado. Pues dice: "Quien afirma la realidad misma, confiesa también la posibilidad de hallarse el hombre sin pecado, ora por la gracia, ora por algún auxilio, ora por la misericordia y cualquier medio conveniente para ello".
CAPÍTULO XI
La gracia de que discutimos no es la de la creación, sino la de la redención
12. Confiésoos, amigos míos, que al leer esto me salteó un súbito golpe de alegría viendo que no negaba la gracia, por la que únicamente se justifica el hombre, pues esta negación es lo que más aborrezco y detesto en las discusiones con tales hombres. Mas prosiguiendo la lectura de lo demás, primeramente por las comparaciones que trae, comencé a entrar en sospechas. Ved cómo discurre: "Porque si digo: el hombre puede disputar, el ave puede volar, la liebre puede correr, aun sin mencionar los medios con que puede lograrse esto, conviene a saber, la lengua, las alas, los pies, ¿tal vez he negado la calidad de estas acciones después de haber admitido las mismas?" Menciona aquí, al parecer, ejemplos de cosas que pertenecen a un orden natural porque tales, miembros-lengua, alas, pies-fueron creados para tales naturalezas; nada menciona que pueda aplicarse a la gracia, sin la cual no se justifica el hombre; no se trata de formar naturalezas, sino de sanarlas. Continuando después mi lectura de lo demás, vi que no eran infundadas mis sospechas.
CAPÍTULO XII
El fin helas amenazas de la ley. los perfectos viadores
13. Antes de tocar este punto, notad lo que dijo. Señalando la diferencia de los pecados, se propone la objeción de algunos. "Algunos pecados veniales no pueden evitarse todos por la fuerza misma de la muchedumbre con que frecuentemente irrumpen sobre nosotros". Y niega él que deban reprenderse aun con ligera corrección si son completamente inevitables. Y no advierte que, según las Escrituras del Nuevo Testamento, la intención de la ley prohibitiva es hacernos recurrir a la gracia y misericordia de Dios por medio de las cosas mismas mal hechas, siendo como pedagogo que nos dirige a la fe que después se ha revelado, donde se perdona el pecado y se da el socorro de la gracia para evitarlo en lo futuro. Se trata de un camino para los que adelantan, aunque perfectos viadores son llamados los que han llegado a la meta o perfección. Y aquélla es la soberana perfección, la lúe no admite añadiduras cuando se comenzare a poseer lo que es objeto de nuestras aspiraciones.
CAPÍTULO XIII
Prosigue la refutación de Pelagio
14. Mas la objeción que se le hace: "¿Acaso tú te hallas sin pecado?", cae fuera del propósito de este argumento. Y en lo que el autor añade: "El que no se halle sin pecado, atribuya la causa a su negligencia", tiene razón, con tal que se digne pedir a Dios el socorro para no ser esclavo de la negligencia culpable. Ese favor pedía cierto hombre al decir: Dirige mis pasos según tus palabras y no permitas me domine injusticia alguna", no sea que, estribando en su diligencia como lograda con el propio esfuerzo, no alcanzase ni aquí la verdadera justicia ni la perfección de la misma allí donde debe desearse y esperarse.
CAPÍTULO XIV
No todo se contiene en las divinas Escrituras
15. La objeción de otros, que le dicen: "En ninguna parte se halla escrito con estas palabras que el hombre puede hallarse sin pecar", fácilmente la refuta él, pues "no se pretende allí averiguar con qué palabras se declara una sentencia". Con todo, no sin causa seguramente en las divinas Escrituras, donde algunas veces se mencionan hombres sin querella, no se habla de hombres sin pecado, exceptuando a uno solo, de quien se dice claramente: A aquel que no conoció Pecado22. Y en otro pasaje, hablando de los sacerdotes, se dice: Porque todo lo experimentó (Cristo) a semejanza nuestra, fuera del pecado23; se entiende en aquella carne que tenía semejanza de carne de pecado, aunque no fuese carne de pecado; la cual semejanza no la tendría si toda la restante no fuese carne de pecado. Y ya procuré declarar según mi alcance, en los libros que sobre esta materia remití a Marcelino24, la manera de interpretar aquel pasaje: Quien ha nacido de Dios, no peca ni puede pecar ya, porque la simiente de Dios está en él25, cuando el mismo San Juan, como si no hubiera nacido de Dios, o hablase a los que todavía no nacieron de Dios, claramente dijo: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros26. Y las palabras no puede pecar significan "no debe pecar". No me parece, pues, falta de fundamento la aserción de éste. En efecto, ¿no sería una insensatez decir que debe pecarse, cuando el pecado de suyo significa algo que no debe hacerse?
CAPÍTULO XV
Falsamente interpreta Pelagio un pasaje del apóstol Santiago
16. Ciertamente, el pasaje del apóstol Santiago: Nadie es capaz de dominar la lengua, no debe entenderse, a mi parecer, en el sentido que le da él: "de un reproche echado en cara"; igual que si se dijese: "Pero ¿es que ningún hombre es capaz de dominar la lengua?" Como reprendiendo y diciendo: "Podéis dominar las fieras, ¿y no podéis la lengua? Como si fuera más fácil domar la lengua que las fieras". No creo sea éste el sentido del texto. En efecto, si el apóstol hubiera querido hacer resaltar la facilidad de dominar la lengua, lo restante de su discurso hubiera proseguido según la comparación de las 'bestias, Pero ved lo que añade: Es un azote irrefrenable y está lleno de mortífero veneno27; más dañoso, ciertamente, que el de las bestias y serpientes, porque aquél mata el cuerpo y éste el alma: Pues la boca que miente, mata el alma28. No ha dicho, pues, Santiago ni declaró con aquellas palabras que fuera más fácil dominar la lengua que las fieras; al contrario, ha querido mostrar cuán grande mal es en el hombre la lengua, de suerte que no puede someterla nadie, siendo así que los hombres amansan hasta las fieras. Ni tampoco dejó escrito lo dicho para que por negligencia nos dejemos vencer de semejante mal, sino para que pidamos el auxilio de la divina gracia, con que lo dominemos. Pues no dice: "Nadie puede dominar la lengua", sino: Nadie entre los hombres, para que, si logramos dominarla, lo atribuyamos a la misericordia de Dios, a la ayuda de Dios, a. la gracia de Dios. Esfuércese, pues, el alma por sujetar su lengua; y para conseguirlo, implore la ayuda; ore con la lengua, para que ella sea dominada por obra de aquel que dijo a los suyos: No sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros29. Se nos impone el precepto de hacerlo para que, si no podemos conseguirlo con nuestro conato y esfuerzo, acudamos al auxilio del Señor.
CAPÍTULO XVI
Se declara el mismo pasaje de Santiago
17. Por lo cual el mismo Santiago, después de ponderar los males que provienen de la lengua, añade, entre otras cosas, lo siguiente: No está bien, hermanos míos, que esto sea así; y, acabado lo que decía sobre la ayuda que debe pedirse para evitar lo ilícito, continúa amonestando: ¿Quién hay sabio y docto entre vosotros? Pues muestre con sus obras y conducta su mansedumbre y sabiduría. Pero si abrigáis en vuestro corazón celos amargos y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. No es ésa la sabiduría que viene de arriba, sino sabiduría terrena, animal, endemoniada. Porque donde hay envidias \y rencillas no faltan turbulencias y todo género de males. Mas la sabiduría de arriba es primeramente pura, luego pacífica, modesta, indulgente, llena de misericordia y frutos buenos, enemiga de criticar y sin hipocresía30. Tal es la sabiduría que domina la lengua, la sabiduría que tiene un origen celestial y no procede del corazón humano. ¿Quién osará, pues, arrebatarla a la gracia de Dios y ponerla orgullosamente en la potencia natural del hombre? Si éste puede tenerla de su propia cosecha, ¿por qué se implora para recibirla? ¿O tal vez no se quiere pedir saliendo por la honra del libre albedrío, que se basta a sí mismo con sus propios recursos para cumplir todos los preceptos de la justicia? Pues contradígase también al mismo apóstol Santiago cuando nos avisa y dice: Si alguno de vosotros se halla falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos la da generosamente y sin reproche, y le será otorgada; mas pídala con fe, sin titubear en lo mínimo31. Tal es la fe a que nos animan los preceptos para que la ley mande y la fe obtenga. Pues por la lengua, que ningún hombre puede refrenar, pero sí la sabiduría, que viene de arriba, todos faltamos en muchas cosas32. El mismo sentido tiene esta frase que la otra donde dijo: Ningún hombre es capaz de dominar su lengua.
CAPÍTULO XVII
Pecados de ignorancia
18. Ni objete nadie a éstos, para probar la imposibilidad de no pecar, las palabras de la Escritura: El apetito de la carne es enemigo de Dios y no se somete ni puede someterse a la ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios33. Se refiere aquí a la sabiduría de la carne, no a la que viene de lo alto; y es cosa igualmente manifiesta que por los que están en la carne entiende, no a los que aun no han muerto, sino a los que viven según la carne. Mías este argumento es extraño a nuestro asunto. Yo quisiera saber de este autor, a ser posible, si los que viven según el espíritu, y, por la misma razón, aun en la presente vida, en cierto modo, no viven en la carne, necesitan la gracia de Dios para llevar esa vida espiritual; o si tal vez se bastan a sí mismos por haber recibido ya en la creación la potencia natural y fuerza del libre albedrío, siendo así que la caridad es la plenitud de la ley34, y la caridad de Dios ha Sido derramada en nuestros corazones no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo, que nos fue dado35.
19. Discurre el autor también sobre los pecados de ignorancia, y se expresa de este modo: "El hombre debe esforzarse por evitar la ignorancia, la cual es culpable, porque ignora por su descuido lo que, puesta la debida diligencia, debiera saber". Pero de todo habla menos de orar y decir: Dame entendimiento para conocer tus mandatos36. Porque una cosa es la negligencia en saber, y esta clase de pecado, al parecer, se expiaba con ciertos sacrificios de la ley, y otra querer entender y no poder y obrar contra la ley sin conocer lo que quiere se haga. Y así, nos insta Dios a pedir la sabiduría, porque copiosamente la da a todos, a cuantos se la piden con este espíritu y con la insistencia con que ha de pedirse don tan excelente.
CAPÍTULO XVIII
La oración que admitía Pelagio como necesaria
20. No obstante lo dicho, confiesa el autor que "divinamente han de ser remitidos los pecados cometidos y se ha de rogar a Dios por ellos para conseguir el perdón, pues aquella tan alabada potencia de la naturaleza y la voluntad del hombre no basta, según confesión suya, para borrar los pecados cometidos; por lo cual en esta necesidad es forzoso acudir a la plegaria para implorar el perdón". Mas sobre la ayuda que necesita para no pecar en adelante, en ninguna parte habla; nada he leído aquí; guarda sobre este punto un extraño silencio, cuando la oración dominical nos exhorta a pedir ambas cosas, a saber, que se nos perdonen las deudas contraídas y no nos deje caer en la tentación; lo primero atañe al perdón de las culpas pasadas; lo segundo mira a evitarlas en lo futuro. Y aunque esto no se logre sin el concurso de la voluntad, con todo, no basta ella para conseguirlo. He aquí por qué nuestra oración dirigida a Dios no es superflua ni irreverente. En efecto, ¿no sería insensatez pedir a Dios lo que está al alcance de nuestras propias fuerzas?
CAPÍTULO XIX
Pelagio no admite la corrupción de la naturaleza humana
21. Ahora ved-y éste es un tema de máximo interés- cómo se empeña en demostrar que la naturaleza humana se halla inmune de todo vicio y cómo, contra los más formales testimonios de la divina Escritura, combate la gárrula sabiduría para frustrar la cruz de Cristo37. Pero ésta no sucumbirá, antes bien perecerá aquélla. Al ver las pruebas de esta afirmación, tal vez con la ayuda de la divina misericordia se arrepentirá el autor de lo que ha escrito. "Primero, dice él, hay que examinar si la naturaleza humana se ha debilitado y sufrido algún cambio por el pecado, como pretenden algunos. Y aquí, ante todo, hay que definir qué es el pecado; si es alguna substancia o un simple nombre sin ningún contenido real; si expresa no un ser, ni una existencia, ni un cuerpo cualquiera, sino la acción de una cosa mal hecha". Luego añade: "Según creo, así es. Y siendo así, ¿cómo pudo debilitar y cambiar la naturaleza lo que carece de substancia?" Advertid os ruego cómo, sin reparar en ello, se empeña \en anular el valor de los testimonios tan saludables y medicinales de la palabra divina: Señor, compadécete de mí; sana mi alma, porque he pecado contra ti38. ¿Qué se sana, si nada está herido, nada llagado, nada debilitado, nada viciado? Y si hay algo para sanar, ¿cómo se ha viciado? Oyes la confesión del hombre; ¿a qué molestarlo con disputas? Sanad, dice, mi alma. Pregúntale a él cómo se ha viciado lo que pide se sane; y oye lo que sigue: porque he pecado contra ti. Pregúntale a ése, proponle la cuestión que te interesa y dile: "¡Oh tú, que clamas: Sana mi alma, porque he pecado contra ti!, dime: ¿Qué es el pecado? ¿Es tal vez una substancia o un nombre vacío de realidad para expresar no la existencia de algo ni cuerpo alguno, sino solamente el acto de cometer un mal?" Responde el interpelado: "Verdad dices; no es ninguna substancia el pecado. Con este nombre se significa el acto de cometer un mal". Mas nuestro autor le replicará: "Entonces, ¿por qué clamas: Sana mi alma, porque he pecado contra ti? ¿Cómo lo que carece de substancia puede viciar tu alma?"
¿No es verdad que aquél, triste y dolorido con su herida, para no verse interrumpido con la disputa en su plegaria, respondería secamente, diciendo: "Aléjate de mí, te ruego; disputa, si quieres, con el que dijo: No los sanos, sino los enfermos, tienen necesidad de médico; no he venido a buscar justos, sino pecadores39, donde llamó sanos a los justos y enfermos a los pecadores?"
CAPÍTULO XX
Cómo pudo malearse la naturaleza humana con el pecado aun sin ser substancia éste
22. ¿Sabéis a qué blanco tira, qué se pretende con esta discusión? Se quiere anular totalmente aquel testimonio del Evangelio: Le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados40. Pues ¿cómo salvará, si ninguna enfermedad tiene? En realidad, los pecados de que, según el Evangelio, salvará Jesús a su pueblo no son substancias y, si creemos a nuestro autor, no pueden viciar la naturaleza. ¡Oh hermano!, bien estará que recuerdes tu calidad de cristiano. Te bastaría creer estas cosas; mas como te agrada la discusión, la cual no perjudica, antes bien aprovecha cuando se apoya en una fe muy firme, para que no creamos que por el pecado no es posible sea viciada la naturaleza humana, sino que realmente fue viciada por él, según el testimonio de las divinas letras, indaguemos cómo pudo verificarse esto. Convenimos en que el pecado no es una substancia; mas ¿no advertimos también, dejando otros ejemplos, que el no comer no es substancia? Más bien es un privarse de substancia, porque el manjar es la substancia. El abstenerse de comer no es substancia, y con todo, la substancia de nuestro cuerpo, si totalmente se le priva de alimentos, de tal modo desfallece, de tal modo se quebranta el equilibrio de la salud, de tal modo se agota en sus fuerzas, de tal modo se debilita, se relaja y arruina, que, si de algún modo sigue viviendo, apenas se le puede hacer volver a tomar los alimentos cuya privación le ha estragado. Análogamente, tampoco es substancia el pecado; la soberana y auténtica substancia es Dios, el único y verdadero alimento de la criatura racional; apartóse de El por la desobediencia, y no pudiendo ya por la flaqueza tomar lo que debió ser su gozo, escucha lo que dice: Está seco mi corazón y consumido como heno, porque me he olvidado de comer mi pan41.
CAPÍTULO XXI
Adán salvado por la misericordia de Cristo
23. Pero mirad cómo combate aún con razones aparentes la verdad de la divina Escritura. Dice el Señor que es llamado Jesús por haber salvado a su pueblo de los pecados: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores42. Esto obligó al Apóstol a decir: Es una verdad cierta, digna de fe y de toda aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores43.
Y Pelagio, contra este testimonio tan verdadero y fidedigno, dice que "no debió contraerse esta enfermedad por los pecados para que no fuese adecuado castigo del pecado la comisión de muchos pecados". También para los párvulos se busca tan gran Médico que los asista; y él, en cambio, dice: "¿Para qué lo buscáis? Están sanos esos para quien buscáis médico. Ni aun el mismo primer hombre fue por esa causa condenado a muerte, pues después ya no pecó".
No parece sino que nuestro autor ha tenido alguna noticia particular sobre el grado de justicia del primer hombre, como si no le bastase saber lo que la Iglesia enseña, conviene a saber, que también Adán se salvó por la misericordia de Cristo. Y de sus descendientes dice que "no sólo no son más flacos que él, sino que han cumplido muchos preceptos, cuando él fue negligente en cumplir el único que recibió". Con todo, los ve nacer en condiciones inferiores, siendo incapaces de preceptos y aun de arrimarse al pecho materno cuando tienen hambre; y cuando quiere salvarlos con su gracia en el seno de la madre Iglesia el que salvó a su pueblo de los pecados, le salen al paso esos hombres y, como si conociesen mejor que El a la criatura, que es obra de su poder, con lenguaje insensato vocean que están sanos.
CAPÍTULO XXII
Significan lo mismo el pecado y su castigo
24. Dice que "el castigo del pecado constituye materia de pecado si el pecador se debilitó para cometer más pecados". Y no reflexiona cuan justamente la luz de la verdad abandona al transgresor de la ley; y con tal motivo, se vuelve ciego, y forzosamente tiene más caídas, y con las caídas, quebrantos, y con los quebrantos no se levanta, y entonces sólo puede oír la voz de la ley, que le exhorta a implorar el auxilio del Salvador. ¿Acaso no es castigo el de aquellos de quienes dice el Apóstol: Conociendo a Dios, no le glorificaron como a tal ni le dieron gracias, sino se desvanecieron en sus razonamientos, viniendo a entenebrecerse su estúpido corazón? En verdad, esta obcecación fue venganza y castigo; y con todo, por este castigo, o digamos, esta ceguera de corazón que resulta de retirarse la luz de la sabiduría, cayeron en muchos y graves pecados. Porque alardeando de sabios, se embrutecieron. Grave castigo es éste, si alguno lo entiende, y por él mirad hasta dónde llegaron: Y trocaron la gloria del Dios inmortal por un simulacro de la imagen del hombre corruptible y de aves y cuadrúpedos y reptiles. Tales caídas fueron en castigo del pecado, con que se obscureció su necio corazón. Y por estas mismas cosas, que por ser penales constituyen igualmente pecados, añade y dice: Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón y a la impureza. Ved cómo los condenó más gravemente, abandonándolos a los desórdenes del corazón y de la lujuria. Y advertid las consecuencias de esta pena: Llegaron hasta afrentar entre si sus propios cuerpos. Y cómo esta iniquidad es también castigo de la iniquidad, lo evidencia más, diciendo: Pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por esto, dice, los entregó a las pasiones ignominiosas. He aquí cuántas veces castiga Dios, resultando del castigo más numerosos y graves pecados. Pues sus mujeres mudaron el uso natural en uso contra natura; e igualmente, los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron con impuros deseos los unos de otros, obrando torpezas varones con varones. Y para mostrar que éstos eran pecados y a la vez castigo de pecados, añadió a lo dicho: Y recibieron en sí mismos el pago debido a su extravió. Notad cuántas veces castiga y cómo por esta venganza se producen y multiplican los pecados. Oíd más aún: Y como no procuraron conocer a Dios, El los entregó en manos de una mentalidad réproba, que los incitaba a cometer torpezas, colmándolos de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; siendo envidiosos, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad, chismosos, calumniadores, aborrecidos de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados44. Ahora vénganos Pelagio a decir: "No debió vengarse el pecado de tal modo que el pecador por la venganza cometiese más pecados".
CAPÍTULO XXIII
Dios no abandona sino a los que merecen serlo
25. Replicará tal vez el adversario que "Dios no fuerza a estas cosas, sino que sólo abandona a los que son dignos de ser abandonados". Si así responde, habla con mucha verdad; porque dejados de la luz de la justicia, como dije, y sumidos en las tinieblas, ¿qué han de hacer sino obras de tinieblas, como las que he mencionado, hasta que se les diga, si tienen la gracia de oírlo: Despiértate tú que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo?45
Muertos los llama la Verdad, de donde aquel dicho: Deja a los muertos sepultar a sus muertos46. Muertos llama la Verdad a los que, según Pelagio, no pudieron dañarse ni viciarse con el pecado, porque ha descubierto que el pecado no es una substancia. Nadie le dice a él "que el hombre fue creado en tal condición, que del estado de justo podía pasar al de injusto, pero no podía pasar del pecado a la justicia". Le decimos que para pecar le bastó el libre albedrío, donde está el origen de su ruina; y que para volver a la justicia tiene necesidad de Médico, porque no está sano; necesita un vivificador, porque se halla muerto. Y de esta gracia no dice nada absolutamente el autor, como si con sola su voluntad pudiera curarse, como con ella sola se pudo estragar. No le decimos que es pecado la muerte corporal, donde sólo se manifiesta la venganza; para nadie es pecado el morir según el cuerpo; pero sí equivale a pecado la muerte del alma, a la que abandonó su vida, esto es, su Dios; por lo cual ella forzosamente ha de hacer obras muertas hasta tanto que reviva con la gracia de Cristo. Lejos de nosotros decir que el hambre, la sed y las demás molestias corporales implican necesariamente pecado, porque, ejercitada con tales molestias, ha brillado con más esplendor la vida de los justos y superándolas con la paciencia han reportado un auge de gloria; pero con la ayuda de la gracia de Dios, con la ayuda del Espíritu de Dios, con el socorro de la misericordia divina, sin ensalzarse a sí mismos con soberbia, sino mereciendo por su humilde confesión la fortaleza. Porque sabían clamar a Dios: Tú eres mi paciencia47. No alcanzo a ver por qué guarda tan absoluto silencio sobre esta gracia, sobre esta ayuda y esta misericordia de Dios, sin la cual no podemos vivir bien; antes al contrario, poniéndose a favor de la naturaleza, como si fuera suficiente por sí misma para la justicia, con tal que no falte únicamente la voluntad, muy abiertamente contradice a la gracia de Cristo, que nos justifica. Y por qué motivo, aun después de la justificación por la gracia, subsiste para ejercicio de la fe la muerte corporal, siendo ella consecuencia del pecado, lo he declarado según mis fuerzas en los libros que envié a Marcelino, de santa memoria48.
CAPÍTULO XXIV
Cristo murió porque quiso
26. Y a lo que objeta diciendo que "el Señor pudo morir aunque estuvo exento de pecado", le respondemos que para El también el nacer fue obra voluntaria de la misericordia, no condición de la naturaleza; igualmente murió porque quiso, haciéndose precio nuestro para redimirnos de la muerte. Y cabalmente esto quieren anular los pelagianos con sus disputas al defender la naturaleza humana con tal empeño, que el precio de la muerte de Cristo no es necesario al libre albedrío para que pueda pasar de la potestad de las tinieblas y del príncipe de la muerte al reino de Cristo Señor. Y con todo, cuando el Señor caminaba a la pasión, dijo: He aquí que el príncipe de este mundo vendrá y en mí nada hallará; es decir, no hallará ningún pecado que le dé derecho a darme la muerte. Mas para que sepan todos, añadió, que hago la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí49. Quiere decir: No muero por la fuerza del pecado, sino porque quiero obedecer.
27. Sostiene también que "ningún mal es causa de algún bien". Como si fuera un bien la pena, y, sin embargo, ha sido para muchos, causa de conversión. Hay, pues, males que aprovechan por la inefable misericordia de Dios. ¿Acaso hablaba de un bien el Salmista al decir: Retiraste tu rostro de mí y quedé turbado? Ciertamente que no; y con todo, esta turbación fue de algún modo saludable remedio para su orgullo, porque había dicho en su prosperidad: En este estado permaneceré siempre, atribuyéndose a sí mismo lo que era un favor de Dios. Pues ¿qué tenia que no hubiese recibido?50 Convenía manifestarle cuál era la fuente de sus bienes para 'que recobrase con humildad lo que había perdido por la soberbia. Pero tú, ¡oh Señor!, dice, por tu benevolencia, me asegurabas honor y poderío. La prosperidad, pues, en que yo decía: "Jamás seré derrocado de aquí", me venía de ti, no de mí. Al fin escondiste tu rostro y me desmayé51.
CAPÍTULO XXV
Agudeza de los pelagianos. Con ellos más se ha de lograr orando que discutiendo
28. A los hombres soberbios no les entra esto; más poderoso es el Señor para persuadirlo como Él lo sabe. Nosotros tenemos mayor propensión a indagar el modo de refutar las objeciones que se hacen a nuestro error que a buscar los medios saludables para no errar. Por lo cual, mejor que disputando con estos herejes, hemos de trabajar orando por ellos y por nosotros. Porque no le hemos objetado lo que él dice: "El pecado ha sido necesario para dar libre curso a la misericordia de Dios". Ojalá hubiera faltado la miseria, para que no hubiese sido necesaria esta misericordia. Pero una pena justísima siguió al pecado, que fue tanto más grave cuanto más fácilmente pudo evitarlo el hombre, por no haber perdido aún su fortaleza primera para que experimentase en sí mismo los efectos de la revancha de su desobediencia, perdiendo en cierto modo la sumisión de los apetitos carnales, que tenía bajo su mando, por haber quebrantado la obediencia principal, que él debía a su Señor. Y si ahora nacemos con esta ley del pecado, que combate en nuestros miembros contra la ley de la mente52, guardémonos de murmurar contra Dios y de disputar contra hecho tan manifiesto, y en nuestro castigo busquemos e imploremos la misericordia divina.
CAPÍTULO XXVI
Muéstrase con una comparación la necesidad de la gracia divina para toda obra buena
29. Leed atentamente estas palabras de nuestro autor: "Cuando es necesario, usa de misericordia el Señor en esta parte, pues al hombre después de su caída le fue necesario el socorro, sin que El haya buscado la causa de esta necesidad". ¿Advertís cómo no admite la necesidad de la misericordia para que no pequemos, sino por haber pecado? Después añade: "También el médico debe estar dispuesto para curar al herido, mas no debe desear que el sano reciba heridas". Si esta comparación se ajusta al tema que discutimos aquí, ciertamente la naturaleza humana no puede ser vulnerada por el pecado, no siendo éste ninguna substancia. Así como, pues, poniendo un ejemplo, al que cojea por causa de una herida se le cura para que sane del mal pasado y camine después bien, análogamente, el médico celestial cura nuestros males no sólo con la mira puesta en quitarlos, sino también para que en lo futuro sigamos por el camino recto del bien, cosa que, aun estando sanos, no lo podemos hacer sin ayuda suya. Y un médico humano, después de curar al enfermo, lo deja en las manos de Dios para que, sustentándose con los elementos y alimentos corporales, fortifique su salud con los convenientes subsidios y persevere en ella; porque de Él vienen estos dones a todos los vivientes, así como también los remedios que echaba mano para curarle. En efecto, el médico no cura a nadie con medicinas que haya creado él, sino sírvese de las riquezas de aquel que crea todo lo necesario para sanos y enfermos. Y ese mismo Dios, cuando por su Mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Jesucristo53, sana espiritualmente a algún enfermo o vivifica a algún muerto, esto es, justifica al impío, y cuando le 'comunica la perfecta salud, o la vida perfecta y la justicia, no abandona si no es abandonado, para que se viva siempre en la piedad y rectitud. Pues así como el ojo del cuerpo, aun cuando esté perfectamente sano, no puede ver los objetos sino con la ayuda del candor de la luz, así también el hombre, aun perfectamente sano, no puede vivir bien si no le ayuda divinamente la luz eterna de la justicia. Sana, pues, Dios no sólo borrando los pecados cometidos, sino también dándonos ayuda para no caer en lo futuro.
CAPÍTULO XXVII
Cómo cura el divino médico a los enfermos
30. El autor despliega su agudeza y habilidad y, a su parecer, refuta la objeción que le proponen, diciendo: "Para quitarle la ocasión de toda soberbia y vanagloria fue necesario hacerle sentir al hombre que no puede hallarse sin pecado". Y estima como la cosa más absurda e insensata que "el pecado sea remedio contra el pecado, por ser la soberbia igualmente un pecado". Mas ¿no repara en que también la Haga produce su dolor y la punción quirúrgica causa dolor para que un dolor se quite con otro dolor? Si no tuviésemos experiencia de esta clase de operaciones y lo hubiésemos oído contar en países donde jamás habían ocurrido tales cosas, tal vez haríamos nosotros el mismo discurso, diciendo que es absurdo que el dolor sea necesario para acabar con el dolor de la úlcera.
31. "Mas Dios-dicen ellos-todo lo puede sanar". Ciertamente, El todo lo endereza a sanar las cosas; mas obra según su propio consejo y no recibe del enfermo el diagnóstico de la curación. Así, el Señor quería, sin duda, dar una sólida firmeza al apóstol San Pablo, y, sin embargo díjole que la virtud se perfecciona en la flaqueza; y, a pesar de la insistencia de las plegarias, no le quitó no sé qué aguijón de la carne que confiesa habérsele dado para que no se envaneciese con la magnitud de sus revelaciones54. Porque los demás vicios prevalecen en la maldad, pero él orgullo se desarrolla a expensas de las buenas obras. Por la misma causa, no sea que, atribuyéndose a sí mismos los dones de Dios y ensoberbeciéndose perezcan con más grave caída que si nada hiciesen, se amoneste a éstos, a quienes se dirige el Apóstol: Con temor y temblor trabajad por vuestra salvación. Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y él ejecutar según su beneplácito55. Siendo Dios quien obra en nosotros, ¿por qué se ha de trabajar con temor y temblor y no con seguridad sino porque, a causa del concurso de nuestra voluntad, sin la cual no puede realizarse bien alguno, fácilmente se desliza en el ánimo humano la creencia de que todo el bien que hace es suyo sólo, diciendo en sus éxitos: "Jamás perderé esta situación"? He aquí por qué Dios, después de darle, según su beneplácito, firmeza y esplendor a su virtud, apartó ligeramente su rostro, para que quien hablaba con tanta presunción quedase confundido, porque a esos tales hay que bajarles el tumor del orgullo con dolores.
CAPÍTULO XXVIII
Cómo Dios nos abandona alguna vez para curar nuestra soberbia
32. No se dice, pues, al hombre: "Forzosamente has de pecar para que no peques", sino: "Te abandona Dios algún tanto por el flanco de tu soberbia para que sepas que no eres un ser independiente de Él, sino estás en sus manos, y aprendas a reprimir los movimientos del orgullo". Pues lo que el Apóstol cuenta de sí mismo-sea lo que fuere- nos admira tanto, que sería difícil de creer si él no lo dijera, no siendo lícito contradecirle, pues habla la verdad por su boca. ¿Qué cristiano no sabe que la primera instigación al pecado vino de Satanás y que es el primer autor de todos los pecados?56 Y, sin embargo, algunos son entregados a Satanás para que aprendan a no blasfemar57. ¿Cómo, pues, la obra de Satanás se destruye con la obra de Satanás? Pondere el autor estas y otras razones para que no le seduzcan por demasiado agudas ciertas afirmaciones que tienen visos de agudeza, pero que al examinarse pierden su Valor. Pues ¿y qué diremos al ver que emplea también comparaciones con las cuales nos suministra la respuesta que hemos de darle?
"¿Qué más añadiré a esto-así discurre-sino que sería creíble que el fuego puede extinguirse con el fuego, si es admisible que los pecados se curan con pecados?" ¿Y si, aunque el fuego no puede apagarse con el fuego, con todo, según he probado antes, los dolores pueden curarse con los dolores? También los venenos se eliminan con venenos, si se toma el trabajo de averiguarlo y reconocerlo. Y si advierte que también el ardor de las fiebres se combate a veces con calores medicinales, tal vez conceda que por ventura el fuego se extingue con el fuego.
CAPÍTULO XXIX
No todo pecado es soberbia
33. "¿Cómo-se pregunta él-separaremos del pecado la soberbia misma?" ¿A qué buscas por este lado la separación, siendo cosa manifiesta que también la soberbia es pecado? "Como todo pecado es un acto de orgullo, así todo acto de orgullo es pecado. Pues averigua qué es cada pecado y ve si hallas algún pecado que no entrañe el calificativo de soberbia". Esta proposición la desarrolla y pretende probar así: "Todo pecado, si no me engaño, es un desprecio de Dios; y todo desprecio de Dios es soberbia. ¿Qué cosa tan soberbia como despreciar a Dios? Luego todo pecado es soberbia, aun según el oráculo de la divina Escritura, que dice: Principio de todo pecado es la soberbia".
Examine el autor diligentemente la cuestión, y hallará que en la ley se señala profunda diferencia entre el pecado de la soberbia y los demás. Pues muchos pecados se cometen por soberbia, mas no todos los pecados son actos de soberbia; hay pecados de ignorancia, hay pecados de flaqueza, y a veces se hace el mal hasta llorando y gimiendo. En realidad, la soberbia, siendo de suyo un gran pecado, de tal modo puede subsistir por sí misma, independientemente de otros, que muchas veces, como he dicho, sobreviene y se introduce furtivamente con acelerado pie no en los pecados, sino en las mismas obras buenas. Por eso se
dijo con mucha verdad lo que nuestro autor interpreta de otro modo: Principio de todo pecado es la soberbia. Pues ella derribó al diablo, de quien se originó el pecado y, mezclándose después la envidia, precipitó al hombre, que estaba en pie, del estado de que había caído él. También esta puerta de la soberbia buscó para entrar la serpiente cuando dijo: Seréis como dioses. Por esta razón se dijo: Principio de todo pecado es la soberbia58. Y también: El principio de la soberbia es apartarse de Dios59.
CAPÍTULO XXX
Cómo todo pecado pertenece al hombre, aunque necesita la gracia para curar su flaqueza
34. ¿Y qué sentido tienen las siguientes palabras del autor: "Cómo' el hombre puede aceptar ante Dios la responsabilidad de un pecado que no reconoce como suyo? En efecto, si es un pecado necesario, no podéis atribuírselo a él. O si es suyo, es voluntario; y si voluntario, puede evitarse".
Nosotros respondemos: Es suyo enteramente; pero el vicio con que lo comete no está perfectamente curado. El mal uso que hizo de la salud fue causa de que se arraigase en él; y el hombre, ya enfermo con tal vicio, o por flaqueza o por ceguera, comete muchos males; y por él se ha de rogar para que sea sanado y goce después de la salud perfecta; ni ha lugar a la soberbia, como si estuviera en la mano del hombre el remedio de la salvación lo mismo que estuvo el principio de la enfermedad.
CAPÍTULO XXXI
Por qué Dios no sana pronto la soberbia humana
35. Dicho sea esto para confesar mi ignorancia sobre los soberanos consejos de Dios, y en particular sobre el motivo por qué El no cura inmediatamente la soberbia, que también acecha en las buenas acciones; su curación piden las almas con lágrimas y fuertes gemidos; imploran el divino socorro para poder vencerla y en cierto modo pisotearla y triturarla. Pues aun en aquellas almas buenas, cuando se alegran de haber superado la soberbia, de la misma alegría levanta ella cabeza y dice: "¡Eh!, que estoy viva todavía; ¿de qué te regocijas? Vivo precisamente porque tú triunfas". Pues antes de tiempo, plácenos tal vez blasonar como de haber vencido esta pasión, cuando su última sombra, según creo, será absorbida por el mediodía; aquel mediodía que se promete en la Escritura con estas palabras: Y hará resplandecer tu justicia como la luz y brillar tu inocencia como el sol del mediodía. Pero con tal que se verifique lo que se halla escrito: Encomienda al Señor tus caminos y espera en Él, y Él obrará60; no como algunos creen que ellos obran. Con las palabras anteriores: El obraré, parece aludir a los que dicen: "Nosotros somos los que obramos, es decir, los que nos justificamos a nosotros mismos". Sin duda, también nosotros ponemos nuestro esfuerzo, mas cooperamos a la obra de Dios, cuya misericordia nos previene. El se anticipa a nosotros para operar nuestra salud y nos acompaña y sigue para que después de nuestra curación tomemos mayores fuerzas. El se adelanta a llamarnos y nos sigue ayudándonos para que consigamos la gloria. El nos previene con su gracia, inclinándonos a la vida piadosa; nos sigue para que vivamos con El siempre, porque sin su ayuda nada podemos realizar. Ambas cosas se consignan en las sagradas Escrituras: Dios, piadoso conmigo, me preservará con su favor61. Y en otra parte se dice: Tu benevolencia me acompañará durante todos los días de mi vida62.
Hagámosle, pues, confesión humilde de nuestra vida sin pretensiones de defenderla. Porque si el camino de nuestra vida no es el suyo, sino nuestro, será torcido ciertamente. Manifestémoslo en la confesión, ya que está patente ante sus ojos, aunque nos empeñemos en ocultárselo. Pues justa cosa es confesar al Señor63.
CAPÍTULO XXXII
Evitemos el orgullo en las buenas obras. La gracia no suprime el libre albedrío
36. Así nos dará el Señor lo que le place, si lo que en nosotros le desagrada a El igualmente nos displace. Dirigirá, según está escrito, nuestros pasos por sus sendas y hará que sea nuestro su camino64, pues de El viene todo socorro a los que creen y esperan en El para que El obre65. Tal es el camino de la justicia, que ignorando muchos que tienen celo de Dios, pero indiscreto, y buscando afirmar la suya propia, no se doblegaron a la justicia, de Dios. En efecto, el fin de la ley es Cristo para justicia de todos los creyentes66. El dijo también: Yo soy el camino67. Con todo, atemoriza el Señor con sus amenazas a los que van por él para que no se ufanen de sus propias fuerzas. Y a los mismos a quienes se dirige el Apóstol diciendo: Trabajad con temor y temblor en vuestra propia salvación, pues Dios produce en vosotros la voluntad y la acción según su beneplácito68, por la misma causa les amonesta el salmo: Servid al Señor con temor y gozaos en El con temblor; obrad con prudencia; mirad no se irrite y perezcáis en el camino recto, pues su ira se inflama de improviso. No dice: Mirad no se irrite y deje de mostraros el camino recto o no os introduzca en el camino de la justicia. Se dirige a los que van por el buen camino, para atemorizarlos diciendo: No perezcáis en el camino de la justicia. ¿Por qué habla así si no porque, como tengo dicho y conviene repetirlo frecuentemente, se ha de precaver la soberbia en las mismas acciones buenas, que son el camino recto, para que el hombre no se apropie como suyos los regalos de Dios y pierda su gracia y quede abandonado a sus fuerzas?
Cumplamos, pues, el consejo final del Salmista: Dichosos todos los que han puesto su confianza en el Señor para que El mismo obre69. El mismo muestre el camino recto, porque a El se le dice: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y El mismo dé la salud, porque le decimos a El: Y dadnos a nosotros tu salvación70. Y El guíe por el camino, según aquella petición: Enséñame, Señor, tus caminos, para que yo ande en tu verdad71. Y El nos conduzca a las promesas, adonde nos lleva su camino, pues también se le dice: Porque allí me cogerá tu mano y me tendrá tu diestra72. Y Él apaciente a los que reposan con Abrahán, Isaac y Jacob, conforme está escrito: Y los sentará a su mesa, y pasando de uno a otro, les servirá73. Al recordar estas verdades no destruimos el libre albedrío, sino predicamos la gracia divina. Pues ¿a quién aprovechan estas cosas sino al que quiere humildemente y no se engríe de las fuerzas de la propia, voluntad como suficientes por sí solas para alcanzar la perfección de la justicia?
CAPÍTULO XXXIII
El ser completamente inocente no iguala al hombre con Dios
37. Mas yo no quiero objetar a nuestro autor lo que otros le oponen, según dice, conviene a saber: "Que se iguala al hombre con Dios cuando se afirma que está sin pecado". Como si el ángel, exento de pecado, pudiera compararse con Dios. Yo digo que, aun cuando tuviéramos nosotros la perfección de una justicia que no admitiera ningún aumento, nunca se igualará la criatura al Creador. Y los que suponen que será tan gloriosa nuestra futura transformación que quedaremos convertidos en substancia de Dios, llegando a ser lo que El es, miren cómo pueden defender su opinión, pues yo la rechazo por inadmisible.
CAPÍTULO XXXIV
Con mucha verdad decimos que no estamos sin pecado. No se ha de mentir ni por modestia
38. Desde luego, aplaudo mucho la respuesta a los objetantes que le dicen: "Parece razonable lo que sostienes, pero es soberbio decir que los hombres pueden vivir sin pecado". Contesta él que si ésa es la verdad, ningún orgullo hay en decirla. Y añade con mucha agudeza y verdad: "¿En qué parte se ha de colocar la humildad? Sin duda ninguna ha de ir con la falsedad, si la soberbia está de parte de la verdad". Por lo cual concluye, y con razón, que la humildad debe hermanarse con la verdad y no con la mentira. De donde resulta que las palabras de San Juan: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está de nuestra parte74, son expresión cierta de la verdad, ni se ha de creer que con pretexto de humildad inventó semejante mentira. Y por eso añadió: y la verdad no está con nosotros, cuando hubiera bastado decir: "nos engañamos a nosotros mismos", mirando a algunos que podían pensar que se dijo esta última expresión porque también se ensoberbece el que se ufana de verdaderos bienes. Añadiendo pues: La verdad no está con nosotros, muestra claramente-y nuestro autor le sigue muy bien en este punto-que esto no es absolutamente verdadero, diciendo que estamos sin pecado, no sea que la humildad, yendo de brazo con la mentira, pierda la recompensa de la verdad.
39. Pelagio, al exagerar las fuerzas de la naturaleza, se ufana de salir por los fueros de la causa de Dios, ni repara en que, al sostener la perfecta salud del hombre, rechaza la misericordia del Médico. En afecto, uno mismo son el Creador y el Salvador de la naturaleza. No hemos de alabar, pues, de tal modo al Creador que nos veamos forzados y persuadidos a añadir que es superfluo el Salvador. Ensalcemos con dignas alabanzas la naturaleza humana y brindemos con ellas a la gloria del Creador; y seamos de tal modo agradecidos a los bienes de la creación, que no desagradezcamos los de la gracia con que nos ha redimido. Atribuyamos los vicios, de que El nos sana, no a la obra de Dios, sino a la voluntad del hombre y al justo castigo merecido por nuestros pecados; mas si confesamos que en un principio pudimos mantenernos exentos de tales vicios, convengamos en que después la curación de los mismos es obra de la misericordia y no de la libre voluntad. La misericordia y auxilio medicinal hace consistir Pelagio en perdonar los pecados cometidos, no en ayudarnos para evitar los futuros. Late aquí muy pernicioso error; aunque sin reparar en ello, nos prohíbe velar y orar para que no entremos en tentación, empeñándose en que está en nosotros la potestad para resistir a ella.
CAPÍTULO XXXV
El motivo de la publicación de algunos pecados. Si los santos murieron sin pecado
40. Escribe también: "Si en las sagradas Escrituras aparecen ejemplos de algunos que pecaron-si se reflexiona bien-, no fueron escritos para sumirnos en la desesperación de no pecar ni para darnos en cierto modo la seguridad de pecar", sino para que aprendiésemos o la humildad en la penitencia o también para alentar nuestra esperanza en caídas semejantes. Pues algunos que han caído en el pecado, más se pierden por su desesperación, y no sólo descuidan la medicina de la penitencia, sino hácense voluntariamente esclavos de liviandades y apetitos desordenados para satisfacer sus nefandos y criminales deseos. No parece sino que constituye una pérdida para ellos el no secundar los estímulos perversos cuando tienen por segura su condenación. Contra esta enfermedad demasiado peligrosa y mortal sirve el recuerdo de los pecados en que también cayeron hombres santos y justos.
41. Luego el mismo autor se propone esta al parecer aguda cuestión: ¿Cómo se 'ha de creer que salieron de esta vida tales santos, con pecado o sin él? Si se responde que murieron en pecado, se creerá que fueron condenados, y es injusticia pensar de este modo; si se responde que murieron sin pecado, pruébese que, a lo menos al acercarse la muerte, vivieron sin pecar en este mundo. Más con toda su agudeza, aquí se distrae el autor, pues con razón también los justos claman en la oración: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y nuestro Señor Jesucristo, después de explicar dicha oración, añadió con muchísima verdad: Si, pues, perdonareis los pecados a los hombres, vuestro Padre celestial os perdonará también los vuestros. Esta petición de la plegaria dominical es, digámoslo así, un incienso espiritual que se consume ante Dios en él altar del corazón, que siempre debe estar elevado, según se nos amonesta, y aun cuando no se viva sin pecar, puede morirse sin pecado, por borrarse con el perdón lo que se comete por ignorancia o flaqueza.
CAPÍTULO XXXVI
Sólo la Virgen María vivió sin pecado alguno
42. Después menciona a los que "no sólo no pecaron, sino que vivieron en la justicia según los libros divinos, como Abel, Enoc, Melquisedec, Abrahán, Isaac, Jacob, Jesús Nave, Finées, Samuel, Natán, Elías, José, Elíseo, Maqueas, Daniel, Ananias, Azarias, Misael, Ezequiel, Mardoqueo, Simeón, José, esposo de la Virgen María; Juan". Añade también algunas mujeres, como Débora, Ana, madre de Samuel; Judit, Ester, Ana, hija de Fanuel; Isabel y la misma madre de nuestro Señor y Salvador, de la que dice: "La piedad exige que la confesemos exenta de pecado". Exceptuando, pues, a la santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión (porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció concebir y dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno); exceptuando, digo, a esta Virgen, si pudiésemos reunir a todos aquellos santos y santas cuando vivían sobre la tierra y preguntarles si estaban exentos de todo pecado, ¿cómo pensamos que habían de responder? ¿Lo que dice Pelagio o lo que enseña San Juan? Decidme: cualquiera que haya sido la excelencia de su santidad, en caso de poderles preguntar, ¿no hubieran respondido al unísono: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad está ausente de nosotros? ¿Sería esta respuesta tal vez más humilde que verdadera? Pero a este autor le agrada, y apruebo su gusto, "no poner la alabanza de la humildad en la parte de la falsedad". Luego si dijesen esto, con verdad serían pecadores; a esta confesión humilde acompañaría la verdad; y en caso de mentir en esto, también serían responsables de pecado, porque la verdad no estaba de su parte.
CAPÍTULO XXXVII
Por qué la Sagrada Escritura no menciona los pecados de todos
43. Objetarán tal vez, continúa: "¿Acaso la sagrada Escritura pudo enumerar los pecados de todos?" Le responderán bien cuantos le digan: "Ni ha respondido el autor de una manera concluyente a nuestra objeción, aunque veo que no ha querido callarse". Ponderad, os ruego, sus palabras: "Eso puede decirse bien de aquellos de quienes no menciona la Escritura ni las obras buenas ni las malas; pero tratándose de los justos, cuyas obras santas recuerda, sin duda hubiera mencionado también las malas si hubiera creído que pecaron". En ese caso, diga que no era justicia la viva fe de aquellos que con gran concurso precedían y seguían entre alabanzas al asnillo en que iba sentado el Señor y entre el furor de los enemigos, rabiosos contra esta manifestación, le vitoreaban diciendo: Gloria al Hijo de David; bendición al que viene en nombre del Señor75. Atrévase a decir, si puede, que en tanto concurso de gente no había un solo hombre culpable de ningún pecado. Y si ésta es absurdísima suposición, ¿por qué la divina Escritura no mencionó ningún pecado cuando con tal esmero exaltó la fe tan grande de aquellos manifestantes?
44. La fuerza de esta objeción sintió seguramente Pelagio, y por eso añadió: "Mas aun suponiendo que en otros tiempos, a causa de la multitud de hombres, se suprimió la enumeración de los pecados, pero ateniéndonos a los orígenes del género humano, cuando sólo había cuatro personas, ¿por qué no quiso informarnos de todos sus delitos? ¿Por razón de la multitud? No la había. ¿O acaso recuerda sólo los pecados de los culpables, siéndole imposible mencionar los del inocente, que no había cometido ninguno?" Y desenvuelve esta opinión con mayor copia de razones: "Sabemos que entonces sólo había cuatro hombres: Adán y Eva, de quienes nacieron Caín y Abel; pecó Eva, según lo declaró la Escritura; pecó también Adán, según testimonio de la misma Escritura76; y lo mismo digamos de Caín, de cuyo pecado quedó constancia en los libros santos. Allí se indica hasta la gravedad de estos pecados. Luego si Abel hubiese pecado, lo hubiese dicho sin duda la Escritura77; es así que guardó silencio sobre esto, luego no pecó, antes bien lo apellida justo. Creamos, pues, lo que leemos y que es ilícito admitir lo que no se halla escrito".
CAPÍTULO XXXVIII
Los pecados de los justos
45. Al escribir estas palabras, el autor se olvidó' de lo que había dicho poco antes, o sea, que "cuando se multiplicó el género humano, la sagrada Escritura pudo evitar la enumeración de todos los pecados por causa de la numerosísima masa de hombres". Si hubiera reflexionado bastante en esto, hubiera hallado aun en un solo hombre una masa y multitud de pecados leves que o no se podían o, aun pudiéndose, no se debían consignar. Porque en lo mismo que nos dejó escrito había que guardar un límite y con pocos ejemplos instruir suficientemente al lector para muchas cosas necesarias. En efecto, la santa Escritura no quiso dejarnos minuciosa relación ni aun de los hombres de entonces, aunque eran pocos; cuántos o quiénes fueron, esto es, cuántos hijos e hijas engendraron Adán y Eva, y los nombres que les impusieron. Por esta causa, muchos, no reparando en las lagunas que hay en la sagrada Escritura, pensaron que Caín tuvo comercio carnal con su madre para obtener la prole que es mencionada, creyendo que no fueron hermanos de aquellos hijos de Adán, por haberlos callado entonces la Escritura, los que después, completando lo omitido, menciona cuando dice: Adán engendró hijos e hijas78, sin indicar ni el tiempo del nacimiento ni el número ni los nombres. Según esto, no había razón para describir si Abel, aunque con razón llamado justo, alguna vez faltó a la templanza de la risa, o se entregó a la disipación, o cometió algún pecado de deseo, o se dejó llevar de la excesiva avidez en coger los frutos de la tierra, o faltó a la moderación en el comer, o tuvo distracciones en la plegaria y cuántas veces tuvo estos y otros semejantes deslices. ¿Acaso no son pecados éstos, y no nos aconseja el Apóstol precavernos de ellos y evitarlos cuando dice: No reiné, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal para no obedecer a sus deseos?79 Hemos de mantener una lucha cotidiana y perpetua para no consentir en estos movimientos ilícitos o inconvenientes. Por esta viciosa inclinación, los ojos se van y se derraman en pos de lo que no conviene; y si toma fuerzas y prevalece, se llega hasta el adulterio corporal, el cual se comete en el corazón tanto más prontamente cuanto es más ágil el pensamiento y no se opone ningún obstáculo a su realización. Por haber frenado en gran parte este pecado o inclinación viciosa para no obedecer a sus deseos ni ofrecerle los miembros como armas de iniquidad, ellos merecieron el nombre de justos; y para todo les ayudó la gracia de Dios. Mas como muchas veces el pecado se introduce furtivamente y por inadvertencia en cosas muy leves, aun los justos no estuvieron exentos de él. Finalmente, si en el justo Abel la caridad de Dios, por la que únicamente es en verdad justo quienquiera que lo es, era susceptible de algún aumento, lo que tenía de menos le venía de aquella inclinación viciosa. Y ¿quién no siente mengua en esta caridad hasta que ella alcance aquella robustez en que no quede ni vestigio de flaqueza?
CAPÍTULO XXXIX
Prosíguese el mismo argumento
46. Con una notable sentencia cerró el autor este lugar, diciendo: "Creamos, pues, lo que leemos y tengamos como un crimen el creer lo que no se halla escrito". Al contrario, opongo yo, no todo lo que leemos hemos de creer, según nos amonesta el Apóstol: Leed todas las cosas, pero retened lo bueno. Asimismo, digo que no es ningún delito admitir lo que no leemos. En efecto, podemos con buena fe, como testigos, admitir lo que sabemos por experiencia, aun sin haberlo leído en ninguna parte. Aquí seguramente replicará el autor: "Al hablar de ese modo, yo me refería a los libros santos". Pluguiera a Dios que no admitiese no digo lo que no lee, sino nada contrario a lo que ellos enseñan. Pues con sumisa fidelidad acogería lo que allí se escribe: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte; y así se transmitió a todos los hombres, en quien todos pecaron. Admitiendo esto, no eclipsaría la gracia de tan excelente Médico al no querer confesar que está viciada la naturaleza del hombre. Ojalá leyese con ojos de cristiano que fuera de Jesucristo no hay otro nombre debajo del cielo en quien convenga que nos salvemos. No defendería las fuerzas de la naturaleza hasta llegar a decir que el hombre por el libre albedrío, aun sin la virtud de aquel Nombre, puede salvarse.
CAPÍTULO XL
Para qué fué necesario Cristo, según Pelagio
47. Más tal vez él cree que es necesario el nombre de Cristo para que aprendamos por medio de su Evangelio cómo hemos de vivir, no para que hallemos en su gracia el medio indispensable de vivir bien. O tal vez llegue a confesar la existencia de unas temerosas tinieblas que obscurecen el espíritu humano, el cual sabe cómo se domestica un león y no sabe cómo se debe vivir. ¿Acaso aun para eso bastan el libre albedrío y la ley natural? Tal es la gárrula sabiduría con que se pretende arrumbar la cruz de Jesucristo. Más el que dijo: Yo confundiré la sabiduría de los sabios, también abate esta sabiduría por la necedad de la predicación con que se salvan los creyentes80, pues la cruz de Cristo no puede ser derribada. En efecto, si el caudal de las fuerzas naturales con el libre albedrío basta para conocer cómo se debe vivir y para vivir bien, luego Cristo murió en vano; luego no tiene razón de ser el escándalo de la cruz81. ¿Y por qué no exclamaré yo aquí o, más bien, penetrado de profundo dolor cristiano, les gritaré a ésos: Los que buscáis vuestra justificación por virtud de la naturaleza, estáis separados de Cristo, habéis caldo de la gracia82; porque ignorando la justicia de Dios y queriendo suplantarla por la vuestra, os habéis emancipado de la santidad divina? Pues lo mismo que fin de la ley, Cristo es el Salvador de la naturaleza viciada para justicia de todo creyente83.
CAPÍTULO XLI
Explicación de unas palabras del apóstol
48. En el pasaje con que se objeta a sí mismo por boca de los adversarios: Porque todos en él pecaron84, evidentemente hablaba el Apóstol de los que vivían entonces, esto es, de los judíos y gentiles. Pero en el pasaje mencionado por mí: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos, en quien todos pecaron, estas palabras se aplican a todos sin distinción, a los antiguos y modernos, contemporáneos y venideros. Y él aduce un testimonio para probar que el uso del adjetivo todos no siempre implica una totalidad que elimine toda excepción. Y así como por el delito de uno, dice, pasó a todos los hombres la condenación, así, por la justicia de uno, se justificaron todos. "Ahora bien: es indudable, añade, que por la justicia de Cristo no todos fueron santificados, sino sólo aquellos que le quisieron obedecer y se purificaron con el bautismo". En verdad, no prueba este testimonio lo que pretende. Pues como se ha dicho: Así como por el delito de uno todos los hombres fueron condenados, sin exclusión de nadie, así al añadirse que por el acto de justicia de uno solo para todos los hombres, todo acaba en justificación de vida85, para nadie se admite prerrogativa de exclusión; no porque todos creen en Él y reciben la purificación bautismal, sino porque nadie es justificado si no cree en El y recibe el sacramento de la regeneración. Así se dijo todos, para que no se crea que pueda salvarse alguien sino por El. Pues así como si hay en una ciudad un maestro para enseñar las letras decimos muy bien: "Este enseña a todos las letras", no porque todos los ciudadanos aprendan en su escuela, sino porque nadie aprende sino pasando por su magisterio, así nadie es justificado si no lo santificare Cristo.
CAPÍTULO XLII
Sólo con la gracia divina puede evitar el hombre todos los pecados
49. "Te concedo-dice-que, según el testimonio de la divina Escritura, todos fueron pecadores. Dice lo que fueron, más no que no pudieron ser de otro modo. Por lo cual, aun pudiéndose probar que todos los hombres fueron pecadores, no sufre con esto quebranto nuestra sentencia, porque pretendemos definir no tanto lo que son los hombres cuanto lo que pueden ser". Razón tiene en confesar alguna vez que ningún ser viviente será justificado ante el acatamiento divino86. Mas porfía en que no se trata de esta cuestión, sino de la posibilidad de no pecar; pero sobre ella o contra ella no es necesario que yo insista. No me interesa demasiado averiguar si ha habido en este mundo, si hay o puede haber hombres que han tenido o tengan y puedan tener una caridad divina tan perfecta, que no admita aumento (pues a ella se reduce en última instancia la más verdadera, plena y perfecta justicia); ni debo discutir, faltando a la sobriedad, cuándo, dónde y en qué sujetos se logra o verifica lo que confieso y defiendo como posible para la voluntad humana asistida por la gracia de Dios. Dejo a un lado estas cuestiones de la posibilidad cuando se ve ella realizada en los santos, en quienes la voluntad ha sido sanada y robustecida juntamente con los dones, al difundirse en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que nos fue dado, la caridad divina según la plenitud de que es capaz nuestra alma limpia y santificada. Luego mejor se mira por la honra de Dios (por cuya causa se jacta de trabajar nuestro autor defendiendo a la naturaleza)87 cuando se confiesa a la vez al Creador y Redentor, que cuando por proclamar la sana y vigorosa integridad de la criatura se frustran la obra y los socorros del Salvador.
CAPÍTULO XLIII
Dios no manda cosas imposibles de cumplir
50. Aplaudo, sin embargo, lo que dice: "Dios, tan bueno como justo, hizo al hombre capaz de mantenerse en la inocencia si él hubiera querido". En efecto, ¿quién no sabe que fue creado sano e inocente y dotado de libre albedrío y capaz de vivir en la justicia? Mas ahora se trata de aquel a quien los ladrones dejaron medio muerto en el camino, y que, herido y traspasado con graves lesiones, no puede ya subir a la cima de la justicia como pudo descender de ella; el cual, si es recogido en el mesón, allí es atendido y medicinado88. No manda, pues, Dios cosas imposibles; pero al imponer un precepto te amonesta que hagas lo que está a tu alcance y pidas lo que no puedes. Veamos, pues, por qué puede o no puede. Pelagio dice: "No es obra de la voluntad lo que pertenece a la misma potencia natural del hombre". Yo digo: Ciertamente, no es fruto de la voluntad la justicia del hombre si ella procede de su condición natural, más con la medicina de la gracia podrá conseguir lo que no puede por causa del vicio.
CAPÍTULO XLIV
La cuestión entre los pelagianos y los católicos
51. ¿A qué, pues, detenernos más? Vengamos a la medula de la causa, que es la única o casi única que tenemos con estos pelagianos. Como Pelagio dice que "para la cuestión que le interesa no le atañe averiguar si ha habido o hay algunos hombres inocentes en esta vida, sino si es posible que los hubiera o que haya", así yo, aun concediéndole que los hubo o los hay ahora, sostengo que de ningún modo pudo o puede haber justos sin la gracia justificante de Dios por Jesucristo, nuestro Señor, y éste crucificado. La misma fe salvó a los justos antiguos y nos salva a nosotros, conviene a saber, la del Mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Jesucristo; la fe en su sangre, la fe en su cruz, la fe en su muerte y resurrección. Luego teniendo nosotros el mismo espíritu de fe, también creemos, y por esto igualmente hablamos89.
52. Veamos, pues, cómo responde Pelagio a la cuestión que se propone, con una solución inadmisible para los cristianos. Porque dice: "Mas, al parecer, impresiona a muchos el que se otorgue al hombre la posibilidad de vivir sin ningún pecado sin contar para ello con la gracia de Dios". Ciertamente, eso es lo que nos impresiona, eso es lo que le reprochamos. Aquí toca la medula de la cuestión. Esto es lo que no podemos soportar. El amor que tenemos a los demás y a ellos mismos, no nos consiente tolerar que entre cristianos se dispute de estas cosas. Veamos, pues, cómo se desenreda de esta objeción. "¡Oh ceguera de la ignorancia!, clama; ¡oh desidia del alma indocta, que cree que puede defenderse sin la gracia de Dios lo que debe atribuirse solamente a Dios!" Si no mirásemos lo que sigue, ateniéndonos a estas palabras, se creería que nosotros hemos formado una falsa corriente de opinión contra los pelagianos dejándonos llevar de lo que rumorea la fama y el testimonio y aseveraciones de algunos hermanos. En efecto, ¿pudo decirse con más justeza y brevedad que la posibilidad de no pecar, sea la que hubiere o hay en el hombre, sólo a Dios se debe atribuir? Esa es también nuestra doctrina; démonos la mano.
CAPÍTULO XLV
Discútense algunas semejanzas y razones de Pelagio
53. ¿Daremos oídos a lo que viene? A fe que sí; hay que oírlo, corregirlo y condenarlo. "Cuando se dice-añade- que la misma posibilidad de ningún modo ha de atribuirse al albedrío humano, sino al autor de la naturaleza, ¿cómo puede excluirse la gracia de Dios de lo que propiamente le pertenece a Él?"
Ya comienza a traslucirse su pensamiento; y lo amplia y explana más para que no haya lugar a error: "Con el fin de explicar lo dicho, conviene dilatar nuestro discurso. Pues decimos que la posibilidad de una cosa no se halla tanto en la potestad del libre albedrío cuanto en la constitución misma de la naturaleza". E ilustra con ejemplos su proposición: "Yo puedo hablar, para poner un ejemplo; no me viene de mí esta facultad de hablar, no es cosa mía; en cambio,lo que yo hablo me pertenece, es decir, depende de mi propia voluntad; y como lo que yo hablo es obra de mi libre albedrío, yo puedo hacer las dos cosas, hablar o no hablar; mas cuanto a la facultad misma de hablar, como no depende de mí y no es cosa de mi albedrío y voluntad, necesariamente la poseo siempre,y, si quiero, puedo no hablar, mas no puedo menos de poseer la facultad de hablar, a no ser que me corte la lengua, que es el órgano de la locución". Mucho pudiera decirse sobre la posibilidad de impedir el habla si el hombre quiere, aun sin amputarse el miembro que sirve para esa función. Si suponemos que se produce una fuerte afonía, aun quedando el órgano del lenguaje, no le será posible hablar, porque la voz humana no es un miembro. Se consigue lo mismo con la lesión de algún órgano interno, sin necesidad de amputar la lengua. Mas para que no me digan que juego con palabras y se alegue porfiando que lo mismo es lesionar que amputar, diré que se puede producir el mutismo cerrando o sellando la boca con algunas ligaduras, de suerte que no la podamos abrir, ni hacer esto se halle en nuestra potestad, habiendo sido libres para cerrarla sin quebranto de la integridad y sanidad de los miembros.
CAPÍTULO XLVI
Necesidad y voluntad no repugnan entre sí
54. Pero esta cuestión carece de interés para nosotros. Veamos cómo sigue discurriendo: "Todo lo que se nos impone en virtud de una necesidad natural excluye el uso del libre albedrío y deliberación de la voluntad. Aquí conviene poner las cosas en su verdadera luz. Porque es absurdo decir que no pertenece a nuestra voluntad el deseo de ser felices, aunque nos mueva a ello no sé qué fuerza dichosa de la naturaleza; ni nos atrevemos a decir que en Dios el amor de la justicia no es un acto de la voluntad, sino de una necesidad natural, porque no puede querer pecar.
CAPÍTULO XLVII
Se desarrolla el mismo argumento
55. Mirad también lo que sigue: "Nosotros podemos sentir por el oído, olfato y vista lo que está en nuestra potestad oír, oler y ver; mas el poder oír, oler y ver no depende de nosotros, sino es natural necesidad". O yo no entiendo lo que dice o ni él mismo lo sabe. ¿Cómo no ha de estar en nuestra mano la posibilidad de ver, si está en nuestra mano la necesidad de no ver, pues depende de nosotros la ceguera, con que se imposibilita la visión? Igualmente, ¿cómo está en nuestra mano la potestad de ver si queremos, pues aun teniendo íntegros y sanos los ojos, no por el simple acto de querer podemos ver, ora por la noche nos priven de la luz que usamos, ora nos encierren en un obscuro lugar? Asimismo, si el poder o no poder oír no está en nuestra mano, sino constituye una necesidad natural para nosotros, y si el acto de oír una cosa u otra pertenece a la propia voluntad, ¿por qué oímos tantas cosas sin querer que penetran en nuestros oídos cerrados, como ocurre con el estridor de la sierra próxima o el gruñido del puerco? Si bien la obturación de los oídos muestra que no depende de nosotros el no oír estando los oídos abiertos, el cerrarlos de modo que se impida la audición muestra también que está en nuestra mano la facultad de no oír. Con la misma ligereza está escrito lo que dice con respecto al olfato: "No está en nuestra mano la potestad de oler o no oler, pero sí el acto de oler o no oler", siendo así que cuando estamos en un lugar de olores intensos y molestos, si alguien nos ata las manos, conservando íntegros y salvos nuestros miembros, y queremos no oler, nos es del todo imposible, porque tenemos que respirar, y con la respiración, contra toda nuestra voluntad, nos atormenta el hedor.
CAPÍTULO XLVIII
La ayuda de la gracia en la naturaleza íntegra
56. Luego como son falsas estas comparaciones, igualmente es falso lo que con ellas quiso probar. Porque sigue y dice: "Dígase lo mismo de la posibilidad de no pecar, pues el no pecar, cosa nuestra es, mientras el poder no pecar no depende de nosotros". Si hablase del hombre en su vigor e integridad primitiva, que ya se perdió (porque en esperanza hemos sido salvados, y la esperanza de lo que se ve no es esperanza, mas si esperamos lo que no vemos, pacientemente lo aguardamos)90, ni entonces sería exacto decir que el no pecar es cosa solamente nuestra, aun siendo el pecado obra propia; pues aun entonces nos asistiría la gracia de Dios, ofreciéndose a los hombres de buena voluntad, como la luz a los ojos sanos para que vean con su ayuda. Mas como el autor habla del hombre en el estado actual, en que el cuerpo corruptible apesga el alma y la morada terrestre abate los pensamientos91, me admiro de la audacia con que pretende sostener que, aun sin auxilio de la medicina de nuestro Salvador, es mérito nuestro el no pecar, atribuyendo el poder no pecar a la naturaleza, la cual manifiestamente aparece tan defectuosa, que el no ver esto es el mayor defecto.
CAPÍTULO XLIX
Cómo no es mengua de la omnipotencia divina el no poder pecar,
el no poder morir, el no poder matarse
57. "Pues el no pecar-añade-depende de nosotros, podemos pecar y no pecar". ¿Qué respondería si alguien le dijese: "Porque depende de nosotros el no querer la infelicidad, podemos no quererla o quererla"? Y, sin embargo, no podemos quererla de ningún modo. ¿Quién puede querer de algún modo ser un infeliz, aun cuando quiera una cosa a la que va aneja la infelicidad, contra su deseo? Además, siendo mucho más propio de Dios el no pecar, ¿osaremos decir que puede pecar y no pecar? Lejos de nosotros el atribuir a Dios la posibilidad del pecado. Más no por eso dejará de ser omnipotente, como piensan los necios, por no poder morir ni negarse a sí mismo92. ¿Qué pretende, pues, Pelagio y con qué reglas del lenguaje se empeña en persuadirnos lo que no quiere someter a examen? Pues todavía añade y dice: "Porque el poder no pecar depende de nosotros, aunque quisiéramos no poder no pecar, no podemos no poder no pecar". Esto está expresado con embrollo y oscuridad. Sería más sencillo decir: "Puesto que el poder no pecar no es cosa nuestra, queramos o no queramos, podemos no pecar". No dice: ora queramos, ora no queramos, no pecamos; porque, sin duda alguna, nosotros pecamos si queremos; con todo, asegura que, queramos o no, tenemos la posibilidad de no pecar, inherente a la misma naturaleza. Más de un hombre sano de pies se puede tolerar que se diga: "Quiera o no quiera, tiene posibilidad de andar"; pero si tiene los pies quebrados, aun queriendo, no puede andar. Así está viciada la naturaleza de que él habla. ¿A qué se ensoberbece, pues, la tierra y ceniza?93 Está viciada; implora, pues, al médico. Sálvame, Señor94, exclama; Sana mi alma, grita95. ¿Por qué Pelagio reprime estos clamores, y con el pretexto de defender la posibilidad actual se impide la futura sanidad?
CAPÍTULO L
También hombres piadosos y temerosos de Dios impugnan la gracia divina
58. Y ved lo que añade creyendo confirmar lo dicho: "Porque ninguna voluntad es capaz de arrancar lo que se halla inseparablemente entrañado en la naturaleza". ¿De dónde, pues, proviene aquella voz: Para que no hagáis las cosas que deseáis?96 ¿Y aquella otra: No hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco? ¿Dónde está la posibilidad que se supone íntimamente ligada a la constitución de la naturaleza? He aquí a hombres que no hacen lo que quieren; y se trataba de no pecar, no de volar, porque se hablaba de hombres y no de pájaros. He aquí al hombre, que no hace el bien que quiere, sino obra el mal que le repugna; no le faltan buenos deseos, pero sí el realizar el bien que apetece97. ¿Dónde está, pues, la facultad que se considera como inseparablemente vinculada a la naturaleza? Aun suponiendo que el Apóstol no hable de sí mismo, represente a quien represente, a un hombre representa en sí. Y Pelagio defiende como inherente a la naturaleza humana la posibilidad de no pecar. Pero aun cuando él no sabe quién habla allí, a sabiendas y entre personas incautas y temerosas de Dios divulga una doctrina cuyo resultado es destruir la gracia de Jesucristo, proclamando que la naturaleza humana se basta a sí misma para justificarse.
CAPÍTULO LI
En qué sentido atribuye Pelagio a la gracia divina la posibilidad de no pecar
50. Y para calmar la hostilidad con que los cristianos, celosos de su salvación, le contradicen y objetan: "¿Por qué defiendes que el hombre sin la gracia de Cristo puede preservarse del pecado?", responde nuestro autor: "La misma posibilidad de no pecar no depende tanto de nuestro albedrío como de la necesidad de la naturaleza. Pues todo lo que se halla inserto en la estructura natural del ser, sin duda pertenece también al autor de la naturaleza, que es Dios. ¿Cómo, pues, ha de considerarse ajeno a la gracia de Dios lo que se prueba es obra suya y le pertenece propiamente?"
Aquí sale a la superficie la doctrina que estaba latente; no le es posible ya ocultarse. Atribuye a la gracia de Dios la posibilidad de no pecar, por ser Dios el autor de la naturaleza, donde inseparablemente infundió dicho don. Luego el hombre hace lo que quiere, porque no hace lo que no quiere. Desde el momento en que le adorna esta inseparable facultad, no puede hablarse de debilidad voluntaria, o más bien, no puede querer la perfección y sentir al mismo tiempo la impotencia de alcanzarla. Siendo esto así, ¿como se dice: No me falta el deseo de hacer el bien, mas no puedo realizarlo?
Porque si el autor de este libro hablase de la naturaleza humana tal como fue creada al principio, en su estado de inocencia y sanidad, sería aceptable de algún modo su doctrina, si bien no puede atribuirse una inseparable o inamisible posibilidad a una naturaleza que podía viciarse y tener necesidad del Médico que le sanase los ojos y le restituyese la facultad de ver perdida por la ceguera; porque yo creo que el ciego quiere ver aunque no puede; luego si quiere y no puede, hay voluntad, pero no hay posibilidad.
CAPÍTULO LII
Continúa el mismo argumento
60. Ved todavía cómo multiplica sus esfuerzos para resolver las dificultades y defender su sentencia, si pudiera. Se objeta él mismo, diciendo: "Pero dirás: la carne nos es contraria a los bautizados98; después veremos en qué sentido. "¿Cómo puede ser que en un cristiano la carne le sea contraria, si, según el mismo Apóstol, el hombre bautizado no está en la carne? He aquí sus mismas palabras: Mas vosotros no estáis en la carne"99. Verdaderamente, dice que la carne no es contraria, según el Apóstol". Y responde a continuación: Sin embargo, como no podía olvidar completamente su condición de cristiano, aunque débilmente le asaltó el recuerdo "le lo que era, dejó aquí la defensa de la naturaleza. ¿Dónde está, pues, la inseparable posibilidad? ¿Acaso los no bautizados aún no están en la naturaleza humana? Aquí ciertamente podía percatarse de su error, y si es avisado, todavía puede. "¿Cómo puede ser-dice él-que a un bautizado le contraríe la carne?" Luego a los no bautizados puede contrariarles. Expónganos cómo; porque también ellos poseen la naturaleza, a la que él defiende con tanto ardor; luego concede que en los no bautizados por lo menos está viciada, si ya en los bautizados el herido salió sano del hospital o está sano en el hospital, adonde lo llevó para curarlo el misericordioso samaritano100. Si admite, pues, que en éstos a lo menos la carne combate al espíritu, diga lo que ha ocurrido, porque ambas cosas, carne y espíritu, hechura son de un mismo Creador y cosas buenas las dos, como obra del Bueno por excelencia. Mas ¿cuál ha de ser la explicación sino que la contrariedad de la carne y del espíritu es un vicio, obra de la propia voluntad, y para sanarlo en la naturaleza necesitamos la obra del Salvador, que es igualmente el Creador de la misma naturaleza? Si confesamos que tanto los párvulos como los grandes, es decir, que desde los vagidos de la infancia hasta la canicie de la vejez, tenemos necesidad de este Salvador y de su medicina, por la que el Verbo se hizo carne para vivir entre nosotros101, se ha acabado toda nuestra controversia.
CAPÍTULO LIII
De qué gracia se trata aquí
61. Ahora discutamos si, según la divina Escritura, la carne es también contraria al espíritu en los bautizados. Aquí pregunto yo: ¿A quiénes decía el Apóstol: La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; como que esas dos cosas se combaten entre sí, de manera que no hagáis lo que queréis?102 A los gálatas se escribió esto, como también lo que sigue: El que os suministra, pues, el Espíritu y obra prodigios en vosotros, ¿hace eso en virtud de las prácticas de la ley o bien por la fe que habéis oído?103
Claramente habla a los cristianos, a quienes había infundido su Espíritu; luego a los bautizados. En ellos también la carne es contraria y falta aquella posibilidad que Pelagio considera hondamente inviscerada en los redaños de la naturaleza. ¿Puede sostenerse, pues, lo que dice: "Cómo puede ser la carne contraria a un bautizado?" Entienda como quiera la palabra carne, porque con este nombre no se designa su naturaleza, que es buena, sino sus viciosas inclinaciones, también en los bautizados ella guerrea contra el espíritu. ¿Por qué? Porque tampoco ellos hacen lo que quieren. Aquí se muestra la voluntad del hombre; ¿dónde está, pues, aquella posibilidad de la naturaleza? Luego confesemos la necesidad de la gracia y clamemos: ¡Oh miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y sea la respuesta a nuestro clamor: La gracia de Dios por Jesucristo, nuestro Señor104.
62. Cuando, pues, muy bien preguntamos a nuestros adversarios: "¿Por qué admitís que sin un divino socorro pueda guardarse el hombre sin pecado?", no se trata de los dones naturales con que fue creado el hombre, sino del don de la gracia, con que se salva por mediación de Jesucristo, Señor nuestro. En efecto, los fieles dicen al orar: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal105.
Si ellos pueden librarse por sí mismos, ¿para qué oran? ¿O qué mal quieren evitar con su oración, sino el del cuerpo de esta muerte, de que sólo nos libra la gracia de nuestro Señor Jesucristo? No se trata de la substancia del cuerpo, que es buena, sino de los vicios carnales, de los cuales nadie es liberado sino por la gracia del Salvador, ni aun cuando por la muerte corporal se aparta el alma del cuerpo. Y para llegar a esto, ¿qué había afirmado antes el Apóstol? Veo otra ley en mis miembros que contradice a la ley de mi razón y me aprisiona en la ley del pecado, que milita en mis miembros106.
He aquí el vicio que en la naturaleza humana enclavó la desobediencia voluntaria. No se impida, pues, el orar para que se consiga la salud. ¿A qué lisonjearse tanto de las posibilidades de la naturaleza? Está vulnerada, herida, desgarrada, arruinada; le hace falta la confesión verdadera, no la defensa. Búsquese, pues, la gracia de Dios; no aquella que constituye el conjunto de bienes de la creación, sino la que obra su reparación, que Pelagio la da como innecesaria, pues ni siquiera la menciona. Si él hubiese guardado absoluto silencio sobre la gracia de Dios, sin haberse propuesto la cuestión para alejar de sí todo motivo de hostilidad, pudiera creerse que profesaba una doctrina conforme a la verdad y que no lo dijo todo, porque no todo se debe decir en todas partes. Mas él planteó el problema de la gracia y expuso su modo de pensar; la cuestión está ya claramente definida, no tal como la queríamos nosotros, pero sí en los puntos donde dudábamos de la claridad de su pensamiento.
CAPÍTULO LIV
Un diálogo sobre la contrariedad de la carne y del espíritu
63. Después, acumulando muchos testimonios del Apóstol, se esfuerza en probar-y sobre este punto no hay cuestión-que "él llama carne frecuentemente no a la substancia, sino a las obras carnales". ¿Y a qué viene esto? Las inclinaciones carnales contradicen a la voluntad del hombre; no acusamos a la naturaleza; buscamos un médico para la enfermedad. Y qué fin tiene la pregunta: "¿Quién hizo el espíritu del hombre?", a la que responde: "Sin duda, Dios".
Y vuelve a preguntar: "¿Quién creó la carne?" Y vuelve a responder: "También Dios". Tercera pregunta: "¿No es bueno el Creador de ambas cosas?" "Sin duda ninguna", se responde él mismo. "Y las dos cosas, como obra de un Creador bueno, ¿no son buenas?" "Así hay que confesarlo", dice. Y concluye: "Luego si es bueno el espíritu y buena la carne, como creados por un Dios bueno, ¿cómo puede ser que dos bienes sean contrarios entre sí?" No quiero decir que todo este raciocinio se vendría al suelo si alguien le preguntase: "El calor y el frío, ¿quién los hizo?" Sin duda, respondería que Dios. No quiero envolverle en más preguntas; concluya él si estas dos cosas no son buenas y no aparecen entre sí como contrarias. Aquí tal vez diría él: "Son cualidades de substancias, no substancias". Así es en verdad; pero cualidades naturales y ciertamente hechura de Dios; pues las substancias no son contrarias entre sí por sí mismas, sino por sus cualidades, como el agua y el fuego. ¿Y si el espíritu y la carne fuesen de este género? No afirmo que lo sean; lo digo para probar que su raciocinio no es concluyente con necesaria ilación. Porque dos cosas contrarias pueden no combatirse mutuamente, sino organizarse de tal modo entre sí, que resulte un todo armónico; como la sequedad y la humedad, el frío y el calor en el cuerpo humano, combinándose y moderándose entre sí, forman la buena complexión y la salud corporal. Mas que la carne contraríe al espíritu y que hagamos lo que no queremos, es vicio, no naturaleza; búsquese, pues, la gracia medicinal y acabemos la controversia.
64. Estos dos bienes, pues, creados por un Dios, ¿cómo pueden ser contrarios entre sí en los bautizados, contra lo que resulta de su razonamiento? ¿Le pesará tal vez haber escrito esto, movido por cierto sentimiento de fe cristiana? Pues al decir: "¿Cómo puede ser que en el cristiano la carne pelee contra el espíritu?", indicó que la carne puede ser contraria al espíritu en los infieles. ¿Por qué añadió: "en el que está ya bautizado", cuando podía haber dicho, sin aludir a él: "¿Cómo es posible que la carne sea contraria al espíritu en un hombre cualquiera?", y para probar esto añadir su raciocinio; porque ambas cosas son buenas, obra de un Creador bueno y no pueden contrariarse mutuamente? Si, pues, los no bautizados, en quienes confiesa que la carne guerrea contra el espíritu, le estrechan con sus preguntas y dicen: "¿Quién creó el espíritu del hombre?", él responderá: "Dios". "Y la carne, ¿quién la crió?", insistirán ellos. "También Dios", responderá él. "¿Y no es bueno el autor de ambas cosas?" "Sin duda ninguna". Ya sólo falta la pregunta: "Y las dos cosas creadas por Dios, ¿son buenas?" Y él tendrá que confesar que sí. Y entonces con su propia espada le degollarán, sacando la conclusión inevitable: Pues si es bueno el espíritu y buena la carne, como creados por un Dios bueno, ¿cómo pueden ser contrarios entre sí? Y él aquí tal vez responderá: "Excusadme, porque no debía haber dicho que en un bautizado cualquiera no puede contrariar la carne al espíritu, extendiendo de este modo la contrariedad a los no bautizados, sino sin excepción de nadie debía haber dicho: La carne no es contraria a nadie".
Mirad adonde se ve arrastrado; oíd lo que habla, en vez de clamar con el Apóstol: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo, nuestro Señor. "Mas ¿por qué he de clamar-replica él-, estando ya bautizado en Cristo? Lancen ese clamor los que todavía nohanrecibido semejante beneficio, cuya representación asumía el Apóstol, si es que dicen también ellos eso". Pero con su defensa de la naturaleza sofoca hasta el gemido de los no bautizados. Porque unos y otros poseen idéntica naturaleza. O si se sostiene que en los infieles está viciada la naturaleza, de suerte que claman con razón: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?, y si el remedio consiste en lo que añade: La gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, concédanos por fin que la naturaleza humana necesita ser reparada con la medicina del Salvador.
CAPÍTULO LV
E l cuerpo de muerte no es la substancia, sino el vicio
65. Pregunto, pues, dónde la naturaleza perdió esta libertad por la cual suspira cuando dice: ¿Quién me libertará? No acusa él a la substancia de la carne, cuando pide ser librado de este cuerpo de muerte, pues tanto la naturaleza del cuerpo como la del alma han de atribuirse a Dios, como Causa; el Apóstol se refiere a las inclinaciones, viciosas del cuerpo. Pues del cuerpo separa la muerte corporal; mas contraídos por la vía corporal, llevamos inherentes los vicios, a los que se debe el justo castigo que el rico recibió en el infierno107.
De esta última pena, ¿no podría verse libre el que clama: Quién me librará de este cuerpo de muerte? Mas doquiera haya perdido esta libertad, posee como dote inamisible aquella posibilidad de la naturaleza y el poder de obrar con la ayuda de un socorro natural y el querer por el libre albedrío, ¿por qué busca, pues, el sacramento del bautismo? ¿Tal vez para conseguir el perdón de los pecados pasados, cuya comisión no puede anularse? Déjalo; no ahogues ese clamor del hombre. Pues no sólo desea la indulgencia y remisión de las culpas pasadas, sino también la fortaleza y vigor para no cometerlas en adelante. En efecto, él se deleita ya interiormente con la ley de Dios, mas siente en sus miembros otra ley que se rebela contra la ley de la razón; experimenta una lucha actual; no es la inquietud de lo que ha sido; le atormenta el estado presente, no le afecta lo pretérito. No sólo siente una inclinación contraria a su espíritu, sino que le esclaviza en la ley del pecado, que está en sus miembros, no que estuvo. Por eso clama: ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Dejadle orar, dejadle implorar el auxilio del Médico poderosísimo. ¿Por qué se le estorba? ¿Por qué se le impide hacer eso con el estrépito de las disputas? ¿Por qué se le prohíbe al miserable acogerse a la misericordia de Cristo? Y eso lo hacen los cristianos. También caminaban con Cristo los que prohibían clamar al ciego que pedía la curación gritando al Salvador; mas aun en medio del tumulto de los contradictores, Jesús oyó el clamor108. Por eso también a éste se le respondió: La gracia de Dios por Jesucristo, nuestro Señor.
66. Al fin, si conseguimos de los pelagianos que los no bautizados imploren la gracia del Salvador, algo habremos logrado contra su falsa defensa de la suficiencia de la naturaleza y de la potestad del libre albedrío. Pues no se basta a sí mismo el que dice: ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Ni hay que decir que posee la plena libertad el que todavía pide ser libertado.
CAPÍTULO LVI
Se discurre sobre el mismo argumento
Mas veamos también si los bautizados hacen el bien que quieren sin ninguna rebelión de la concupiscencia carnal. Lo que a este propósito pudiéramos decir lo resume él, concluyendo este lugar: "Según hemos dicho, el sentido de aquella expresión: La carne codicia contra el espíritu, no debe entenderse de la substancia, sino de las obras de la carne". Lo mismo afirmamos nosotros; no de la substancia de la carne, sino de las obras, se entiende lo que sigue sobre la concupiscencia carnal, esto es, el pecado, del que mandó que no reine en nuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos109.
CAPÍTULO LVII
Quiénes se dicen que están bajo la ley
67. Advierte también Pelagio que a los ya bautizados se dijo: La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, de manera que no hagáis lo que queréis. Y con el fin de no amortiguar sus bríos para el combate, dando motivo a la relajación con las anteriores palabras, añade: Y si os dejáis guiar del Espíritu, no estáis bajo la presión de la ley110.
Bajo la presión de la ley vive quien siente que por el temor al castigo, con que la ley amenaza, no por el gusto a la justicia, se abstiene de pecar, no hallándose todavía libre ni siendo ajeno al deseo del pecado. En lo íntimo de la voluntad se hace culpable, pues, si le fuera posible, destruiría lo que le hace temer para cumplir el deseo latente en su corazón. Luego si os dejáis llevar del Espíritu, no estáis bajo la presión de la ley; de aquella ley se entiende que infunde miedo y aterroriza, y no da la caridad o el gusto del bien; caridad que ha sido derramada en nuestros corazones, no por la letra de la ley, sino por el Espíritu Santo, que nos fue dado111.
Tal es la ley de la libertad, no de la servidumbre, porque es la ley de la caridad, no la del temor. De ella dice el apóstol Santiago: El que atentamente considera la ley perfecta de la libertad112.
Y así, San Pablo no andaba aterrado bajo la carga de la ley, como siervo, sino se complacía en ella según el hombre interior; no obstante eso, ve aún en los miembros una ley que combate a la del espíritu. Por lo cual dice aquí: Si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo la presión de la ley. Luego mientras uno es llevado por el Espíritu, no le oprime la carga de la ley; y cuando se complace en la ley de Dios, está libre de la ley del temor113, que atormenta y no deleita.
CAPÍTULO LVIII
Se insiste sobre el mismo tema
68. Luego si pensamos bien, así como debemos dar gracias a Dios por los miembros sanados, hemos de orar por la curación de los enfermos, a fin de que gocemos de la perfecta salud, a la que nada falte de la perfecta complacencia en Dios, de la plena libertad. No negamos que la naturaleza humana pueda alcanzar la perfecta inocencia, ni que pueda ser perfeccionada, ni que progrese en su aprovechamiento, pero siempre con la gracia de Dios por mediación de Jesucristo, nuestro Señor. Con su ayuda sostenemos que logra la justificación y la bienaventuranza, lo mismo que le debe el ser a Él, como Creador.
Luego fácilmente se refuta la objeción de algunos que le dicen: "Pero el demonio va contra nosotros". Con sus mismas palabras respondemos a esto: "Resistámosle y huirá". Resistid, dice Santiago, al diablo y huirá de vosotros114. Nótese qué podrá dañar a aquellos de quienes huye y a qué se reducirá su poder cuando sólo puede prevalecer contra los que no se le resisten". Hago mías estas palabras, pues con más verdad no puede hablarse. Pero aquí conviene subrayar una diferencia entre los pelagianos y nosotros. Nosotros no sólo no negamos, sino predicamos que para resistir al diablo ha de implorarse el auxilio de Dios; mas los pelagianos atribuyen tanto poder a su voluntad, que destruyen todo espíritu de plegaria. También para resistir al diablo y alejarlo de nosotros decimos al rogar: No nos dejes caer en la tentación115. Y con el mismo fin recibimos aquel aviso como de un general que exhorta y dice a los soldados: Vigilad y orad para que no entréis en tentación116.
CAPÍTULO LIX
Sobre la misma materia
69. Y cuando arguye contra los que le dicen: "¿Quién no quiere verse libre de todo pecado, si eso puede lograrse con las fuerzas del hombre?", discurre bien diciendo que ellos confiesan que no es imposible, por el mismo hecho de que muchos o todos abrigan ese deseo. Mías confiese de dónde viene dicha posibilidad y se ha terminado la cuestión. Esa es la gracia de Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo, y Pelagio nunca quiso confesar que recibimos su ayuda con la oración para no pecar. Y si tal vez interiormente está de acuerdo con nosotros, perdónenos a los que sospechamos otra cosa. Suya es la culpa, pues al ver la hostilidad que por esta causa sufre, profesa para sí una doctrina que no quiere confesar ni exteriorizar. ¿Acaso sería una proeza el hacer semejante declaración, sobre todo cuando se propuso refutar y desenmascarar el error poniéndolo en boca de sus adversarios? ¿Por qué ese afán de defender la naturaleza asegurando que el hombre fue creado con posibilidad de no pecar si no quería; y por haber sido creado en tales condiciones, a esa posibilidad la llamó gracia, pues con ella no peca si no quiere, y no tiene una palabra siquiera para la naturaleza caída, que alcanza su salvación por medio de Jesucristo, porque fue viciada y necesita y recibe su socorro por no bastarse a sí misma?
CAPÍTULO LX
Si alguno en esta vida vive sin pecar
70. Aun entre cristianos verdaderos y piadosos puede ventilarse la cuestión sobre si en este mundo ha habido, hay o puede haber quien viva tan santamente, que no cometa ningún pecado; pero es un extraviado quien dude de la posibilidad de semejante vida después de este siglo. Más yo no quiero suscitar esta cuestión ni aun tratándose de esta vida. Aunque a mí me parece claro el sentido de este pasaje de los divinos libros: No se justificará en su presencia ningún ser vivo117, y lo mismo digamos de otros semejantes, si los hay; con todo, ojalá pudieran demostrarse o interpretarse mejor estos testimonios o que la perfecta y plena justicia, que no admite aumento, la tuvo en tiempos pasados alguien cuando vivía en la tierra, o que todavía hay o habrá en lo futuro santos de tal calidad, siendo, por el contrario, muchos más los que, hasta el fin de esta vida han de clamar forzosamente: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores118, sin embargo de saber que su esperanza verdadera, segura y firme reposa en Cristo y sus promesas. Y dudo de que pueda contarse en verdad en el número de cualquiera de los cristianos el que negare que sin la ayuda de la gracia del Salvador, Cristo crucificado, y el don del Espíritu Santo puedan llegar a la alta perfección o algún grado de aprovechamiento en la verdadera piedad y justicia.
CAPÍTULO LXI
Se responde a los testimonios de algunos escritores católicos
citados en su favor por Pelagio
71. Y viniendo a los mismos testimonios que aduce, tomándolos no de la Sagrada Escritura, sino de algunos autores católicos, para refutar la objeción que se le hizo sobre la novedad de su doctrina, téngolos por tan ambiguos, que ni prueban nada contra mi doctrina ni van contra la suya. Entre ellos quiso también intercalar algunos pasajes de mis libros, creyéndome digno de citarme con ellos. Yo se lo agradezco, y con amistoso afecto quiero salvar del error al que me hace este honor. Y no es necesario aludir al primer testimonio que alega, porque no he leído el nombre del autor, ora porque él no lo escribió, ora porque el códice que me enviasteis no lo trae, sin duda por la incorrección de la copia. Y sobre todo porque sólo a los libros canónicos debo mi irrecusable asentimiento y me considero libre para interpretar los escritos de cualquier hombre, no me hace fuerza lo que trae de un autor sin nombrarle: "Convino que el maestro y doctor de la virtud se hiciera muy semejante a los hombres, para que con su victoria sobre el mal les enseñe que se puede vencer el pecado".
Vea el autor de esta sentencia el modo de interpretar lo que dice. Nosotros afirmamos sin titubear que Cristo no tuvo en sí ningún pecado que vencer, pues nació en semejanza de carne de pecado, no en carne de pecado. Otra proposición del mismo autor suena de este modo: "Además, para que, refrenando los deseos de la carne, enseñase que no es una necesidad el pecar, sino acto libre y voluntario". Si aquí no se alude a las concupiscencias ilícitas, yo por deseo de la carne entiendo también los apetitos naturales, como el hambre, la sed, el descanso y otras cosas parecidas. Aunque la satisfacción de estos deseos es legítima, a alguno les da ocasión de pecado; lo cual no puede decirse del Salvador, aunque admitimos en El esta clase de necesidades, según testifica el Evangelio, por la semejanza de la carne de pecado.
CAPÍTULO LXII
La obra y la perfección de la justicia
72. Del bienaventurado Hilario toma estas palabras: "No contemplaremos la naturaleza inmortal de Dios sino cuando logremos la perfección del espíritu y seamos revestidos de inmortalidad, lo cual es privilegio reservado a los limpios de corazón". No veo en qué contradice este texto a nuestra sentencia o en qué favorece a la suya, a no ser en haber atestiguado que puede el hombre llegar a ser limpio de corazón. Y ¿esto quién lo niega? Pero siempre con la gracia de Dios, por mediación de Jesucristo, y no por las solas fuerzas del libre albedrío. También recuerda estas palabras: "Job había leído estas escrituras, en que aprendió a abstenerse de toda obra mala, pues adoraba a Dios con una mente pura, limpia de todo pecado; y deber propio de la justicia es adorar a Dios". Aquí muestra lo que hizo Job no el grado de perfección a que llegó en este mundo o que practicó la justicia o alcanzó la santidad sin la gracia del Salvador, cuya venida profetizó. Abstiénese de toda obra mala aun el que siente los estímulos del pecado, al que no deja reinar en sí mismo el que sufre el asalto de algún pensamiento o deseo, al que reprime para que no llegue a la obra. Pero una cosa es no sentir las sugestiones del mal, otra no consentir en ellas. Una cosa es cumplir este precepto: No desearás119, y otra resistir con firmeza a los deseos 'para ejecutar lo que también se halla escrito: No sigas en pos de tus concupiscencias120, mas sabiendo que para ambas cosas es indispensable la gracia del Salvador. Practicar, pues, la justicia en el verdadero servicio de Dios es luchar interiormente con las codicias malas para cumplir la divina voluntad; lograr la perfección es no sentir la oposición de ningún enemigo. En efecto, el que todavía combate y anda entre peligros, recibe alguna vez heridas, aun sin caer derribado; más el que ya no tiene enemigos, goza de perfecta paz. Y con mucha verdad se dice que está exento de pecado aquel en quien no mora el pecado, no en el que, aun absteniéndose de toda obra mala, dice:
No soy yo quien obro, sino el pecado que habita en mí121.
73. El mismo Job nos describe sus pecados, y ciertamente a este vuestro amigo (Pelagio) no le place, y con razón, hacer a la humildad aliada de la falsedad; y así la confesión, por tratarse de un verdadero siervo de Dios, está inspirada en la verdad. Y el mismo San Hilario, comentando el lugar del Salmo que dice: Despreciaste a todos los que se apartan de tu ley, añade: "Si Dios aborreciese a los pecadores, en verdad aborrecería a todos los hombres, porque nadie se halla inmune de pecado. Pero aborrece a los que se apartan de Él, es decir, a los que se llamar apóstatas"122.
Como veis, aquí no dice que nadie ha estado sin pecado, limitándose a los pasados, sino simplemente que nadie está libre de pecado; no me toca averiguar-como dije-las razones de su aserto. Pues quien no se rinde a la autoridad de San Juan, el cual no dice: Si dijésemos que no hemos tenido pecado, sino no tenemos pecado123, ¡cuánto menos acatará la autoridad de Hilario! Yo salgo, pues, por la defensa de la gracia de Dios, sin la cual nadie se santifica, como si le bastase el libre albedrío de la naturaleza. O más bien, Cristo es el que aboga por ella; sometámonos a Él, pues dice: Sin mí nada podéis hacer124.
CAPÍTULO LXIII
Opone otros testimonios de san Ambrosio
74. En el pasaje citado de San Ambrosio se combate a los que pretenden que el hombre no puede hallarse sin pecar en este mundo. En apoyo de su tesis tomó ocasión de la vida de Zacarías e Isabel; los cuales, según el Evangelio, llevaron una vida irreprensible, cumpliendo todos los preceptos de la ley; mas ¿acaso excluye para ello la gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo? Es indudable que de esta misma fe vivieron los justos antes de la pasión de aquel que comunica el Espíritu Santo, que nos fue dado y derrama la caridad en nuestros corazones, por la que son justos todos cuantos son. Y San Ambrosio amonesta que este Espíritu se ha de conseguir con la plegaria (sin que para ello baste la voluntad humana, desprovista del auxilio divino). Así dice en el himno: "Y nos da la gracia de merecer al Espíritu Santo con los continuos deseos".
75. Mas séame también a mi permitido tomar de esta obra de San Ambrosio algunos testimonios, pues también él tomó lo que le plugo. "Agradóme a mí, dice. Puede ser que no le haya agradado sólo a él lo que declara haberle agradado. Y este agrado no depende únicamente de la voluntad humana, sino del beneplácito de Cristo que habla en mí -dice-, el cual hace que lo bueno en sí lo aprobemos como tal nosotros. Pues El con su clemencia nos llama. Y por la misma causa, el que sigue a Cristo, al ser interrogado, puede responder: "Así me agradó". Lo cual no excluye que haya sido éste el agrado divino, pues El prepara la voluntad del hombre, porque si los santos rinden gloria a Dios, lo hacen movidos por su gracia". Si Pelagio sabe pesar estas palabras, hallará que, según el pensamiento de San Ambrosio, la voluntad de los hombres es preparada por Dios; y es cuestión ociosa y baladí preguntar quién recibe este favor de Dios o en qué tiempo, una vez que se admite indiscutiblemente que sin la gracia divina no puede conseguirse la perfección de la justicia. Además, le importaba a él fijarse en una frase del testimonio que cita San Ambrosio. Pues habiendo él dicho: "Estando la Iglesia formada con la reunión de los gentiles, esto es, de los pecadores, ¿cómo con hombres manchados puede ser inmaculada, si antes no se le purifica de sus delitos por la gracia de Cristo, y después, con el hábito de no pecar, no se abstiene de ellos?", añadió a continuación lo que Pelagio ya se ve por qué no quiso tomar, conviene a saber: "No fue inmaculada desde el principio porque eso es imposible para la naturaleza del hombre; mas ayudada con la gracia de Dios y con el hábito de guardarse del pecado, resplandece sin mácula".
¿Quién no adivina por qué Pelagio no tomó estas palabras? Aun ahora en este mundo los esfuerzos de la santa Iglesia so ordenan a conseguir esta pureza intachable, a que aspiran los «autos, y que en el siglo venidero, ya sin mezcla de hombres malos y sin ninguna resistencia de la ley de los miembros que contradice a la razón, lucirá con el mayor decoro en la divina eternidad. Mas advierta lo que dijo el obispo Ambrosio según las divinas Escrituras: "No fue desde el principio Inmaculada porque semejante pureza es inasequible a la naturaleza humana". Remóntase aquí a nuestro origen, que viene de Adán, el cual fue creado inocente; pero en los que por fundición natural son hijos de ira, que arrastran inclinaciones hereditarias viciosas, el ser puro desde el principio es una proeza imponible para las fuerzas naturales de los hombres.
CAPÍTULO LXIV
Sobre el mismo argumento
76. Cita también a su favor el testimonio de Juan, obispo de Constantinopla, cumulo afirma quo el "pecado no es substancia, sino acto malo". Nadie niega esto. "Y porque el pecado no es natural y procede del libre albedrío, fue promulgada la ley contra él". Tampoco negamos esto. Nuestra cuestión versa sobre la naturaleza humana viciada y sobre la gracia de Dios, con que sana por mediación de Cristo Médico, de quien no tendrá ninguna necesidad si estuviera sano el hombre, a quien Pelagio describe fuerte y dotado de suficiente energía moral para poder no pecar.
77. Conocidas son igualmente entre Ion cristianos las palabras que recuerda haber dicho muy bien Sixto, obispo de la Iglesia romana y mártir de Cristo, conviene a saber: "Dios concedió el uso del libre albedrío u los hombres para que, viviendo en la pureza y santidad, se hagan semejantes a Él". Pero también pertenece al libro albedrío oír y creer al que le llama y pedir a aquel en quien cree el socorro necesario para evitar el pecado. Pues ciertamente, al decir: "para que se hagan semejantes a Él", admite que por la caridad divina han de asemejársele; por la caridad divina derramada en sus corazones, no por la potencia de la naturaleza ni por la fuerza del libre albedrío, que está en nosotros, sino por el Espíritu Santo que nos fue dado. Palabras son igualmente del mismo mártir: "Templo santo es para Dios la mente pura, y altar excelentísimo el corazón limpio y sin mancilla". Más ¿quién ignora que para lograr esta pureza con la renovación del hombre interior es indispensable la gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo? Asimismo dice: "El varón casto y santo recibió de Dios la potestad para hacerse hijo de Dios". Más nos amonesta que nadie presuma alcanzar por sí mismo tal pureza y santidad. (Y nótese que se discute sobre dónde y cuándo se ha logrado este grado de justicia; pero entre buenos cristianos, quienes tratan razonablemente este punto, se sabe que no puede alcanzarse sin el concurso eficaz del Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo.) Sin embargo, como comencé a decir, prudentemente amonestó Sixto que el maravilloso cambio por la vida casta y la filiación de Dios nadie se lo atribuya a sí mismo, a sus propias fuerzas, sino a la gracia de Dios, porque no es dote de la naturaleza depravada y viciada, conforme se lee en el Evangelio: A los que le recibieron, diales la potestad de hacerse hijos de Dios125. No eran por la naturaleza hijos de Dios ni lo serían de ningún modo sin recibir por gracia la facultad de serlo adhiriéndose a Cristo. He aquí la potestad que para sí reclama la fortaleza de la caridad, la cual no es inherente a la naturaleza, sino fruto de la infusión del Espíritu Santo en los corazones.
CAPÍTULO LXV
Sobre el testimonio de san Jerónimo
78. Después busca Pelagio el apoyo del venerable sacerdote Jerónimo, citando su comentario a estas palabras del Evangelio: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. "Tales son aquellos a quienes no arguye su conciencia de ningún pecado". Y añade: "El Puro es contemplado por el corazón puro; el templo de Dios no puede ser manchado". También nosotros aspiramos a realizar este ideal con el esfuerzo, con el trabajo, con la oración y las súplicas, a fin de conseguir, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, la perfección de la limpieza espiritual con que podamos ver a Dios. Respondo lo mismo a otro pasaje que aduce del recordado presbítero: "Dios nos dotó al crearnos de libre albedrío, de suerte que ni a la virtud ni a los vicios somos arrastrados por fuerza; de otro modo, donde hay violencia, tampoco hay corona". ¿Quién no reconoce y admite de buen grado esto? Todos confiesan que así creó Dios al hombre. Pero en el bien obrar no hay vínculo de necesidad, porque reina la libertad de la caridad.
CAPÍTULO LXVI
Cierta necesidad de pecado
79. Abraza, pues, la sentencia apostólica: La caridad divina ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado126. Y ¿quién nos lo ha regalado sino el que subió a lo alto, llevándose cautiva a la cautividad y dando sus dones a los hombres?127 Mas oiga también el hombre cómo hay una especie de necesidad de pecar originada por el vicio, no por la condición de la misma naturaleza, y para verse libre de ella aprenda a clamar a su Dios: Líbrame de mis necesidades128. Esta súplica revela una lucha contra el tentador, que en contra nuestra se vale de la misma necesidad; y por la misma razón, prestándonos el Señor su auxilio por la gracia de Jesucristo, desaparecerá la necesidad y será restituida la plena libertad.
CAPÍTULO LXVII
Dos modos de evitar las enfermedades y los pecados
80. Ahora vengamos al examen de los testimonios que tomó de mis libros. "El obispo Agustín, dice, escribe en los libros sobre el libre albedrío: "Sea cual fuere la causa que mueve a la voluntad, si no se le puede resistir, no hay pecado en ceder a la violencia; mas si se le puede resistir, no se ceda y no habrá pecado. ¿Que acaso puede darse alguna sorpresa y engaño? Tome sus precauciones para no dejarse engañar. ¿Que es tanta su astucia que contra ella nada valen las cautelas tomadas? Admitido eso, no puede haber pecado Alguno, pues nadie peca en lo que es inevitable. Sin embargo, no puede negarse que existe el pecado; luego puede evitarse". Reconozco como mías estas palabras; pero también debe reconocer Pelagio todo lo que va escrito más arriba. Estamos tratando de la gracia de Dios, que se nos da como una medicina por el Mediador, no de la imposibilidad de la justicia. Puede resistirse a esta causa, sea cual fuere; no hay duda sobre ello. Más para eso pedimos ayuda al decir: No nos dejes caer en la tentación. Ayuda que no pediríamos si creyésemos que la fuerza del mal es irresistible. Puede evitarse el pecado, mas con el socorro del Dios infalible. Pues también esta súplica se ordena aevitar el pecado, si la decimos con toda verdad: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores129.
Porque aun tratándose de enfermedades corporales, dos modos hay de evitarlas: uno, impidiendo que nos vengan, y otro, sanándolas, si han venido. Para que no nos venga el mal prevengámonos diciendo: No nos dejes caer en la tentación. Para curarlo pronto, eliminémoslo diciendo: Perdónanos nuestras deudas. Luego, ora nos amenace como inminente, ora esté en nosotros, puede precaverse.
81. Mas para que mi modo de pensar resplandezca con suficiente luz, no sólo mirando a Pelagio, sino a los que no han leído los libros sobre el libre albedrío, que él conoce, y sin leerlos cae en sus manos éste, conviene que, apoyándome en ellos, aclare mi pensamiento, que si él admitiera y expusiera en su libro, no habría lugar a esta controversia. A continuación de las palabras citadas por él, añadí yo las reflexiones que me vinieron, y según mis fuerzas, desarrollé el argumento diciendo: "No obstante, hay acciones cometidas por ignorancia que son reprobables y juzgadas dignas de sanción, según leemos en las sagradas Escrituras". Y alegando otros testimonios divinos en apoyo de mi doctrina, hablé igualmente de la flaqueza, diciendo: "Ni faltan acciones reprobables ejecutadas por necesidad, como cuando el hombre quiere obrar el bien y no puede. En efecto, ¿de dónde proceden aquellos clamores: No hago el bien que quiero, sino el mal que no me agrada? Y después de citar algunas palabras de la divina Escritura, prosigo: "Mas todas estas manifestaciones son voces que vienen de hombres condenados a la muerte. Porque si esta pena no fuera una sanción impuesta al hombre, si procediera de la misma naturaleza, entonces ninguno de tales actos serían pecado". Poco después añadió: "Resulta de lo dicho que esta justa pena es consecuencia de la condenación del hombre. Y no es de admirar que con la ignorancia no goce del libre albedrío de la voluntad para elegir el bien que debe obrar: o que por la resistencia de la costumbre carnal, que se ha hecho como connatural a causa de la violencia de la generación humana, aun conociendo el bien que debe y quiere hacer, le falten fuerzas para ejecutarlo, porque castigo justísimo del pecado es que pierda cada cual el bien que no quiso hacer, cuando, de haberlo querido, lo hubiera hecho sin dificultad. Es decir, es muy justo que pierda aun el conocimiento del bien el que a ciencia y conciencia no lo hace; y que el que no quiso obrar cuando podía, pierda la facultad de hacerlo cuando quiera. La ignorancia y la dificultad son dos sanciones penales impuestas a todo pecador. De la ignorancia proviene el error, que envilece, y de la dificultad, el tormento, que aflige. Mas el aprobar lo falso por verdadero, de suerte que se yerre sin querer, y el no poder abstenerse de seguir la corriente de las pasiones desordenadas, a causa de la resistencia y del dolor con que atormentan los vínculos de la carne, no es dote de la naturaleza del hombre creado por Dios, sino castigo del condenado. Mas cuando hablamos de la voluntad libre que tenemos para obrar el bien, nos referimos a la que le fue otorgada en la misma creación".
Pasando de aquí a los lamentos, al parecer justos, que hacen los hombres por causa de la ignorancia y dificultad transmitidas a la posteridad del primer hombre, he aquí mi respuesta: "A éstos les responderé brevemente que no se turben ni murmuren contra Dios. Quizá podrían quejarse con razón si no hubiese ningún hombre capaz de triunfar del error y de las pasiones; pero hallándose siempre presente y en todas partes el que, valiéndose de las criaturas, sujetas a Él, como Señor, de muchas maneras llama a sí a los que se apartan de Él, e instruye al que en El cree, y consuela al que en El espera, exhorta al que le ama, presta su ayuda al que se esfuerza y escucha al que le invoca, no se te imputa como culpa la ignorancia involuntaria, sino tu negligencia en averiguar lo que no sabes; ni se te acusa porque no puedes refrenar el desorden de tus miembros, sino porque rechazas al Médico que quiere sanarlos". Con tales palabras exhortaba yo, según mis fuerzas, a la rectitud de.la vida, pero sin excluir la gracia de Dios, sin la cual la naturaleza humana, ciega y viciada, no puede ser iluminada ni curada; y ésta es la cuestión que tratamos con los pelagianos, para no destruir la gracia de Jesucristo con el pretexto de defender perversamente la naturaleza. De ella había dicho poco antes130: "Del mismo modo, una cosa entendemos por naturaleza cuando hablamos en sentido propio, es decir, cuando aludimos al hombre tal como salió de las manos del Creador al ser creado inocente en su género, y otra cuando tratamos de la naturaleza, según la heredamos del primer hombre culpable, sujeta a la ignorancia y esclavitud de la concupiscencia, y en este sentido se expresa el Apóstol cuando dice: Hemos sido, como los demás, hijos de ira por naturaleza131.
CAPÍTULO LXVIII
Cómo se ha de exhortar a la fe, a la penitencia y aprovechamiento
82. Si queremos, pues, con cristianas exhortaciones despertar y enardecer los ánimos indolentes y fríos para obrar el bien, primero exhortémoslos a la fe, a hacerse cristianos y sujetarse al Nombre sin el cual nadie puede salvarse. Y si son cristianos ya, pero negligentes en vivir según la fe que profesaron, úsese el flagelo del terror y levántense sus ánimos con la alabanza del premio. Hemos de animarlos no sólo a obrar bien, sino también a la práctica de la oración, instruyéndolos con sana doctrina, para que den gracias a Dios si han comenzado a vivir bien y sin grandes dificultades han logrado algo; y cuando sientan alguna dificultad, no cesen de orar a Dios con mucha fidelidad y perseverancia y con buenas obras de misericordia para conseguir la facilidad. Siguiendo por este camino del aprovechamiento, no me importa dónde y cuándo llegarán a la meta de la perfecta justicia; pero digo que todo adelanto que hicieren, sea donde sea y cuando sea, se debe a la gracia de Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Y cuando se hallaren firmemente persuadidos de su perfecta inocencia, no digan que tienen pecado para que la verdad no se aparte de ellos; así como tampoco está en los que, siendo culpables, dicen que no tienen pecados.
CAPÍTULO LXIX
No manda Dios ninguna cosa imposible, porque todo es fácil para la caridad
83. Los preceptos son muy buenos si sabemos cumplirlos fielmente132. Y pues creemos que Dios es justo y no puede imponer preceptos imposibles de cumplir, se nos avisa qué hemos de hacer en las cosas fáciles y qué pedir en las dificultosas. Porque todo resulta fácil para la caridad; y a ella sola es ligera la carga de Cristo o ella únicamente es la carga ligera133. Conforme a esto, se ha dicho: Y sus preceptos no son graves134; y si alguien los tiene por graves, considere que si con divino oráculo están declarados como no graves, es porque El puede infundirnos el amor con que se aligeran, y pida lo necesario para cumplirlos. Igual sentido tienen, interpretadas con piedad, con pureza y fe, las palabras del Deuteronomio a Israel. Pues el Apóstol, después de aducir este testimonio: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón (y aquí dice en sus manos, pues en el corazón están las manos del espíritu), tal es la palabra de fe que predicamos135. Dirigiéndose, pues, cada uno, como allí se manda, al Señor, su Dios, de todo su corazón, con toda su alma, no tendrá sus mandamientos por pesados. ¿Cómo puede no ser llevadero lo que es mandato del amor? Pues o no ama uno, y por eso le es grave, o tiene amor, y entonces no puede ser grave. Y posee el amor si, como allí se amonesta a Israel, se convierte a Dios con todo su corazón y toda su alma. Un nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros136. El que ama al prójimo, ha cumplido la ley. La plenitud de la ley es la caridad137. Conforme a esto, se dijo igualmente: Si caminasen por las sendas rectas, serían muy andaderos los caminos de la justicia138. Según eso, ¿cómo se dice: Siguiendo tus palabras, he guardado los difíciles caminos de la divina ley139, sino porque ambas cosas son ciertas? Son difíciles para el temor, fáciles para el amor.
CAPÍTULO LXX
Los grados de la caridad son los mismos de la justicia
84. Luego la caridad incoada es la justicia de los principiantes; la caridad adelantada, la justicia de los proficientes; la caridad grande es la justicia grande y la caridad perfecta es la perfecta justicia; mas la caridad procede del corazón puro, de la conciencia buena y de la fe sincera; la cual entonces alcanza su máxima fuerza en la tierra cuando la misma vida temporal es despreciada por ella. Pero me maravilla mucho que no tenga ninguna capacidad de desarrollo después de salir de esta vida. Mas dondequiera y cuando quiera alcance su plenitud, incapaz ya de aumento, siempre resulta que es difundida en nuestros corazones, no por las fuerzas de la naturaleza o de la voluntad humana que hay en nosotros, sino por virtud del Espíritu Santo que nos fue dado, el cual ayuda a nuestra flaqueza y colabora para nuestra salvación. Esa es la gracia de Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo, a quien es común con el Padre y el Espíritu Santo la eternidad y bondad por los siglos de los siglos. Así sea.