Causa del trabajo penoso y de la ignorancia placentera
1. Jul.- "La experiencia de todos los siglos nos enseña que hay pocos hombres de juicio firme e incorruptible entregados al estudio de la ciencia y al amor de la virtud, capaces de investigar la verdad y, una vez encontrada, defenderla; o como dice el Apóstol, que tengan los sentidos ejercitados en discernir lo bueno y lo malo 1 y no se dejen abatir por ninguna adversidad; o, según palabras del mismo Apóstol, que resistan hasta la sangre en lucha con el pecado 2.
Estos sabios, pocos en comparación del número infinito de necios del vulgo, se aplican al estudio y a la fortaleza. Uno sin la otra no pueden producir frutos ni honor; pero la fortaleza, sin las buenas obras, degenera en locura despreciable; por el contrario, la ciencia de las leyes divinas, de no estar amurallada por la magnanimidad, es pronto presa de salteadores y aboca a la esclavitud del crimen. Sin este carro tirado por dos caballos, es imposible triunfar de los errores del mundo; pero en todas las épocas existieron hombres que las ha cultivado, acoplado y dirigido; porque la aversión al trabajo y la multitud de cuidados temporales, y las aflicciones constantes por parte de hombres perversos paralizan el estudio. Todos estos obstáculos son, sin duda, superados por hombres sabios y fieles; pero son tan contados entre la muchedumbre de insensatos, que los juzgan furiosos porque no se enfurecen".
Ag.- Esta poquedad de hombres que reúnan ciencia y fortaleza de alma, como tú mismo dices, ¿no te demuestra lo que debes pensar del género humano y de toda esa masa de seres racionales y mortales? ¿Por qué, si no la totalidad, sí una gran parte de los hombres, no se inclina, como por instinto de la naturaleza, al estudio de la ciencia y fortaleza de alma, y más bien nos asombre como una rareza ver cómo se desvían del camino al que los invita su natural? ¿Por qué son arrastrados como por una corriente impetuosa o por no sé qué peso que los oprime y sumerge en la molicie de su pereza y en las profundidades de la ignorancia?
La fuga del trabajo, dices con verdad, es la causa de que ignoren los hombres lo que debían saber. Mas quisiera me dijeses: ¿cuál es la causa por la que el hombre, tan bien dotado por la naturaleza en su nacimiento, siente tanta dificultad en aprender cosas que le son útiles y saludables, y así, al huir del trabajo, descansa placentera y voluntariamente en las tinieblas de la ignorancia? Esta escasez de amigos de la ciencia y del estudio, únicos medios de llegar al conocimiento de las realidades divinas y humanas, y la muchedumbre de espíritus tardos y perezosos, indican muy a las claras de qué lado se inclina la naturaleza, que niegas estar viciada.
No piensas, a tenor de la fe cristiana, en la sabiduría otorgada a Adán, que impuso nombre a todos los seres vivientes 3; que es, como leemos incluso en autores profanos, indicio de suma sabiduría, pues Pitágoras, padre de la filosofía, enseñó, como dice la fama, que el más sabio de todos los hombres era aquel que puso nombre a las cosas. Pero, aunque no conociésemos esta particularidad de Adán, estábamos capacitados para conjeturar con pleno derecho en qué estado de perfección fue creada la naturaleza de aquel hombre en el que no hubo vicio alguno. ¿Quién hay tan menguado de inteligencia que niegue que los ingenios, romos o vivos, pertenecen a la naturaleza y no juzgue que la pereza en la memoria o en la inteligencia pertenece a un espíritu viciado? ¿Y qué cristiano duda de que aquellos que en el mundo, repleto de errores y cuidados, parecen superdotados en bienes del alma y sienten la pesadez de un cuerpo corruptible, si se comparan en inteligencia con la del primer hombre, difieren en velocidad, más que el ave difiere de la tortuga? Si en el paraíso nadie hubiera pecado, sería feliz al verse poblado de genios sublimes, porque hubiera Dios creado de tales padres hombres semejantes al que sin padre creó y a imagen suya lo hizo.
Entonces, el hombre no sería semejante a un soplo; ni sus días, como sombra que pasa en un mundo de trabajos y penalidades 4. Y si el hombre fuera así, ¿tendría lugar tu queja? ¿Sería trabajoso adquirir la ciencia, y sentirían los hombres aversión al trabajo, y preferirían permanecer en la ignorancia? ¿Acaso de esta fuerza del espíritu, que, como dices, se encuentra en un número muy reducido de hombres, tendríamos necesidad si no existiera el trabajo penoso, cuando no deberíamos sostener combate alguno por defender con valor la verdad? Pero como lo sucedido es todo lo contrario, te niegas a reconocer vicio alguno en nuestra naturaleza, y así ayudas a los maniqueos a introducir en la nuestra una naturaleza extraña; al querer, sin prudencia, combatir su doctrina, te conviertes, sin saberlo, en un valioso auxiliar suyo.
Justo castigo del pecado original
2. Jul.- "Esto nos lo enseña el libro de la Sabiduría cuando, al citar unas palabras de los impíos, nos dice que las cosas presentes pasan como una sombra, y, al contemplar la dicha de los bienaventurados, exclaman: Nosotros, insensatos, teníamos como locura su vida, y he aquí que son contados entre los hijos de Dios 5. Sí, he aquí la perseverancia tesonera de los fieles, que prefieren más ser afligidos con el pueblo de Dios que disfrutar de los goces temporales del pecado 6; y son considerados como obstinados y contumaces por aquellos cuyo lema es: Comamos y bebamos, que mañana moriremos 7. Según ellos, nada más seguro y prudente que esclavizar el alma a un yugo que envilece, o procurarse un descanso fugaz e incierto. Esta laxitud y envilecimiento del espíritu es lo que ha permitido al dogma impuro de los maniqueos aprovechar el naufragio de la Iglesia para desplegar sus velas al viento.
Porque, si los encargados de las funciones sacerdotales estuviesen revestidos de viril autoridad, la opinión pública, como la razón exige, hubiera hecho trizas las invenciones de los traducianistas. Pero como nada más despreciable que la religión a los ojos de los que aman las realidades presentes, se ha llegado hasta acusar al mismo Dios, y por esto nos vimos en la necesidad de probar en largos discursos que nuestro Dios, Dios verdadero, es fiel en sus palabras, justo en sus juicios, santo en sus obras".
Ag.- Si Dios es fiel en sus palabras 8, ¿por qué contradecirle cuando dice: Castigo en los hijos los pecados de sus padres 9, y sostienes que esto es mentira? Si es recto en sus juicios, ¿por qué no tienes por justo que los niños sean responsables de los pecados de sus padres y que los hijos de Adán lleven un pesado yugo desde el día que salen del vientre de sus madres 10, y no temes afirmar que no es un castigo del pecado original? Si Dios es santo en todas sus obras, ¿por qué no reconoces inmundicia en los nacidos, inmundicia que forzó a un hombre de Dios a decir: Nadie está limpio de pecado, ni el niño cuya vida es de un día sobre la tierra? 11 ¿Por qué rehúsas reconocer que esta impureza no es obra del Creador de la naturaleza, aunque esté contagiada por la mancha del pecado original, y así atribuyes los defectos tan grandes y numerosos de las almas y de los cuerpos a su obra santa? Y al negarte a reconocerlos como justo castigo infligido a la naturaleza, depravada por el pecado original, abres de par en par la puerta a la doctrina abominable de los maniqueos; es decir, a una naturaleza extraña que ellos califican como naturaleza mala, y, mientras muestras tu horror hacia dogma tan impío, favoreces su error.
La naturaleza viciada
3. Jul.- "Este defensor del mal natural trata, sin embargo, de refutar lo que en mis libros me propongo establecer. Qué vigor y qué lógica haya en mis respuestas, lo demuestra hasta la saciedad cuanto llevo escrito en anteriores volúmenes; su lectura, estoy convencido, dejará constancia en todo hombre prudente -su número ya dije en el prólogo es muy reducido- que el enemigo de la verdad no puede tener otro fin que el de halagar los oídos de los sencillos y batirse en retirada mediante una respuesta cualquiera".
Ag.- En tu prólogo reconoces, en efecto, la escasez de sabios; pero no cuál sea la causa y por qué estos hombres tan contados no pueden, a pesar de su enorme capacidad intelectiva, adquirir los conocimientos útiles que poseen sin gran trabajo; y tú, que no quieres que la naturaleza humana haya sido viciada por la prevaricación del primer hombre, ni la enseñas ni la aprendes. Sin embargo, invitas a esos pocos sabios a que lean tus libros, y, a pesar de que tienes un alto concepto de su inteligencia, necesitas ocho libros para refutar uno mío, y así multiplicas el trabajo a los hijos de Adán y que con trabajo aprendan que, aunque no hubiera existido el pecado, no se verían libres de entregarse a un trabajo en el paraíso si querían leer las obras de los literatos y aprender las primeras letras. Esta es vuestra sublime ciencia, incomprensible para todos, excepto para este grupito de sabios, y, aun para ellos, no sin gran trabajo y grandes miserias.
Invitación a la conversión como Turbancio
4. Jul.- "Es incuestionable que hemos conseguido con creces nuestro propósito; no obstante, comprenderá el lector avispado por qué hemos dado desmesurada extensión a nuestra obra. Hubiéramos preferido la brevedad, pero la naturaleza de la causa, por necesidad exige combatir con amplitud un error extendido con el favor del poder imperial por respeto a la palabra de verdad. No es, pues, inútil seguir escribiendo. Con la ayuda de Cristo, confío llegará un día en que se reconozca que ni una partecita de la impiedad que combatimos deje de ser rebuscada por negligencia, o quede descubierta a medias, o sólo parcialmente sea destruida. No podemos ni debemos desesperar ver encalmada la tempestad levantada contra nosotros, que ponga fin la autoridad de los sabios a los gritos del vulgo ignorante que hoy alborota.
Pero ahora no se trata tanto de nuestros deseos como de nuestra doctrina. Sea el que sea el fruto de nuestro esfuerzo, estamos seguros de la rectitud de nuestra intención y de la pureza de nuestra fe. No nos importa el aura popular; conocemos el ejemplo que en Babilonia nos dieron tres jóvenes valientes; obligados por un rey soberbio en demasía a rendir culto a una estatua, se niegan resueltos, y, sin aterrarse ante un horno encendido para abrasarlos, contestaron acordes con fe y coraje: Poderoso es, ¡oh rey!, nuestro Dios para librarnos de este horno; pero, aunque no nos libre, sabe que no adoramos tus dioses ni nos postraremos ante la estatua que has erigido 12. Voto sagrado que añaden a su resolución, sin debilitar su deseo ni su inquebrantable firmeza. La robustez de su fe ni un instante fue abatida por la desesperación ni impidió su deseo de padecer. Expresan, sí, un anhelo, pero sin alterar el orden preestablecido; la esperanza y el deseo de verse libres lo someten al juicio de Dios. 'Cierto, dicen, que nuestro Dios nos puede librar; pero como ignoramos su querer, persistimos, en esta incertidumbre, en el desprecio de los ídolos y en la tolerancia de los suplicios. Dios verá si nuestra liberación es a otros útil; nosotros buscamos, en la inviolabilidad de nuestra fe, la dicha verdadera'. No necesitan buscar las delicias de la vida, cuya gloria se negocia en el sufrimiento. Según esta regla que nos han transmitido tan ilustres maestros, comprendemos la necesidad de ser sobrios en los deseos de placer y prosperidad, pero en lo que al dogma de la fe concierne sabremos mantener nuestra firmeza y constancia. Deseamos se apague la llama de las persecuciones para acudir en socorro de las poblaciones; pero, si este día no llega, estamos firmemente resueltos a sufrir ultrajes y arrostrar peligros antes que dejar de oponernos a la sucia doctrina de nuestros enemigos maniqueos".
Ag.- Con frecuencia lo he advertido, y lo haré en cuantas oportunidades se me presenten, que prestáis ayuda positiva a los maniqueos al no reconocer como justo juicio de Dios y castigo del pecado original el pesado yugo que oprime a los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus madres, dando así lugar a introducir en nuestra naturaleza otra extraña, mala en su esencia, como enseña el monstruoso error de Manés. Y como os creéis fuertes, os jactáis de los deseos que tenéis en favor de multitud de hombres; deseos modestos, dices, de ver apagarse la llama de las persecuciones para correr en ayuda de multitud de pueblos. Te pregunto si este deseo tuyo se lo pides al Señor. Porque, si no lo pides, este voto tuyo nada tiene de cristiano; y, si es inspirado por él, ¿cómo puedes esperar que el Señor no escuche tus votos y no os otorgue la gracia que pides? Esto es, de que convierta los corazones de los hombres, hoy adversos a vosotros, en seguidores fieles y ardientes? Si crees que Dios obra estas maravillas, has ya progresado; si te conviertes, has comenzado a mejorar. Piensa, te lo ruego, en esto; medita y confiesa que es el Dios todopoderoso el que realiza en los corazones humanos el querer y el que convierte a los que le eran contrarios. Reconoce su misericordia y su gracia; y, si su poder no se manifiesta, sus ocultos juicios siempre son justos. Posible escuche nuestras oraciones y te convierta por gracia de su misericordia, como con Turbancio lo hizo; ayer vuestro, hoy uno de los nuestros.
La desvergüenza es vicio; la inocencia, virtud
5. Jul.- "Ataquemos ya la cuestión. En mi obra anterior y en la presente quedó probado con claridad que la concupiscencia natural, sin la que no existe unión alguna sexual, es obra de Dios, creador de hombres y animales. Esta verdad, reconocida por mi adversario, es incuestionable; por ende, es imposible admitir la existencia de un pecado natural sin vituperar la concupiscencia de la carne y difamar el acto sexual".
Ag.- Como te plazca, llama natural o carnal esta concupiscencia; nosotros reprobamos toda concupiscencia carnal que codicia contra el espíritu y nos arrastre a cosas ilícitas, si el espíritu no codicia con más vigor contra ella. Afirmamos también que esta lucha no existió en el paraíso cuando sus moradores andaban desnudos sin sentir sonrojo; surge sólo cometido el primer pecado, como lo demuestra la historia; cuando se taparon, después del pecado, sus partes íntimas, porque antes no eran vergonzantes. Y no era la desvergüenza, sino la inocencia, la que les permitía andar desnudos; porque la desvergüenza es vicio, y en el edén no había vicio alguno.
Este mal que hace a la carne codiciar contra el espíritu, lo llama el hereje Juliano un bien. Y otro hereje, Manés, de este mal concluye que existe en nosotros una naturaleza mala mezclada con la nuestra. Contra los dos, Ambrosio, doctor católico, sentencia que este mal vició nuestra naturaleza a causa de la prevaricación del primer Adán.
Comprensión y honradez de Agustín
6. Jul.- "Demostrada, con la fuerza que la verdad nos infunde, la exactitud de cuanto llevamos dicho, no tendrá el prudente lector duda alguna a este respecto. Cuantas veces se encuentre en los escritos de los traducianistas algo contrario a esta verdad que defendemos -y ellos no abren la boca para decir otra cosa-, no debe conmover a los oyentes; basta con protestar con el descaro del autor; nosotros, si la materia lo requiere, lo trataremos con imprescindible brevedad.
Me reprocha Agustín haber dicho: 'La unión de los cuerpos con su calor, placer y siembra, es obra de Dios, loable en sí'. Pero silencia lo que a continuación añadía: 'El diablo, menos caradura que tú, jamás se atrevió a reivindicar una cosa que, instituida por el autor de la naturaleza, es, a veces, un gran bien para los hombres piadosos'".
Ag.- Este olvido es imputable al que envió el "papel" a Valerio, y al que ya contesté. Quizás haya comprendido lo que tú no entiendes, pues, incauto, decías: "No se atrevió el diablo a reivindicar una cosa que, instituida por el autor de la naturaleza, es, a veces, un gran bien para los piadosos"; y esto cuando vemos al diablo reivindicar la posesión de los hombres mismos, obra del autor de la naturaleza. ¿Por ventura no son hombres los que han sido rescatados del poder de las tinieblas, cuyo príncipe es el diablo? ¿Tan insensato vas a ser que afirmes que el diablo no reivindica como propiedad suya a los hombres que él posee y aflige bajo su tirano poder? Mas, sin hablar de aquellos de quienes pudieras decir que están voluntariamente bajo el poder del diablo, ¿qué dices de aquel cuyo padre, a una pregunta del Señor, respondió: Mi hijo, desde su infancia, es atormentado por el espíritu inmundo? 13 Los miembros y los sentidos del cuerpo, ¿no son todos formados por el autor de la naturaleza, beneficio común a píos e impíos, y, sin embargo, los reivindica el diablo para afligirlos? Lo que no podría hacer si no recibiera el poder de un Dios bueno, justo, creador del hombre; sin embargo, lo hace, y revela así la vacuidad suma de tus palabras cuando dices: "No osó el diablo reivindicar una cosa que, instituida por el autor de la naturaleza, es, a veces, un gran bien para los justos". Debías decir no que el diablo jamás se atribuye la propiedad de cosas buenas por naturaleza, sino que el diablo nada crea. Es posible que el recopilador haya visto esto en algunos pasajes de tus libros, y en el "papel" que envió a mi amigo, por miramiento a ti, haya omitido tus palabras. Por mi parte, me felicito por la ocasión que me proporcionas de combatir tu error. Busca, pues, razones por las que el diablo reivindica el poder de torturar a los niños, y, si encuentras alguna apropiada, reconoce la existencia del pecado original. Y, si persistes en negar su existencia, acusas de injusticia el recto juicio de Dios, pues permite al diablo torturar, sin razón, a los que formó a su imagen.
La procreación en sí es buena y honesta
7. Jul.- "Aunque silencia estas mis palabras, me acusa haber hablado de la libido, y añade en un lenguaje sutil, como conviene a su dogma: 'La fecunda procreación de los niños es un regalo para los justos, no la vergonzosa unión de los miembros. Esta unión de los sexos, medio para la propagación de los niños, nada tendría de vergonzosa si la naturaleza hubiera permanecido sana; mas como ahora ha sido viciada, los niños, fruto de esta unión, tienen necesidad de ser regenerados'. ¡Qué lógica en estas palabras! La existencia de los niños es un bien para los justos, pero somete al poder del diablo lo que declara ser don de Dios, es decir, los hijos; y califica de diabólica la unión libidinosa de los miembros, pasión que en los padres, dice, está exenta de culpa.
¿Afirmas que un hombre ha sido engendrado por otro hombre? Responde: 'Esta obra de los padres es diabólica, pero no por esto son culpables los padres; pero los hijos, fruto de dicha unión, aunque son obra de Dios, son culpables'. Después de todo esto, ¿te atreves a decir que no luchas contra Dios, sino contra el diablo? Con todo merecimiento sufren de locura cuantos creen en la existencia de un pecado de origen".
Ag.- Eres tú el que, poseído de furor contra Dios, le acusas de injusto, pues confiesas que los hijos de Adán, sin traer de él ningún mal, se ven oprimidos por un pesado yugo desde el día que salen del vientre de sus madres, hecho que no puedes negar. Sin duda, crees son romos de inteligencia todos los que lean tus palabras y las mías; por eso me haces decir lo que no dije. ¿Cómo puedo afirmar que la obra de los padres es diabólica, cuando no ceso de proclamar que la unión de los padres es en sí un acto bueno y honesto, siempre que la finalidad sea la procreación de los hijos; y que esta unión nada tendría de impura si la naturaleza no hubiera sido viciada por un pecado anterior del hombre? Por este pecado se hizo la concupiscencia de la carne viciosa, y no es posible hacer de ella buen uso si el espíritu, en lucha perpetua contra ella, no resiste sus movimientos, que nos empujan a lo ilícito.
No decimos, pues, que la obra de los padres sea "diabólica"; el buen uso de un mal está muy lejos de ser diabólico, pues Dios usa bien del mismo diablo. No negamos haber dicho "que el nacimiento de los hijos es obra de Dios"; pero los hijos son culpables no por ser obra de Dios, su creador, sino porque nacen y viven con el pecado original mientras no renazcan a una nueva vida.
La fecundidad natural, bendecida por Dios
8. Jul.- "Que Adán no se unió a su mujer de otra manera que la acostumbrada después de ellos, la misma forma en los miembros, la bendición de Dios, común a hombres y animales, la misma historia, al hablar de la formación de los cuerpos, testifican que nada ha cambiado en la naturaleza. Y nada en la ley de Dios contradice este triple testimonio. Sólo Manés en sus libros atribuye esta concupiscencia al príncipe de las tinieblas".
Ag.- Aunque no haya cambiado por el pecado del primer hombre la forma de los miembros, esto no prueba que la concupiscencia de la carne fuera, antes del pecado, tal como se manifestó cuando cubrieron sus partes el día que pecaron, y sintieron sonrojo por lo que tú no te ruborizas. Esto demuestra que, aunque la forma de los órganos genitales permanece idéntica, algún cambio sí se obró en ellos. Y, si hay niños que nacen con estos miembros deformes y monstruosos, el pudor os obliga a confesar que, si no existiera el pecado, jamás hubiera tenido lugar en el paraíso nada semejante.
Por otra parte, ¿puede uno asombrarse si la naturaleza, aunque viciada por el pecado, no haya perdido nada de los beneficios de la bendición de Dios cuando les dijo: Creced y multiplicaos? 14 Pues, aunque perdió la inmortalidad y la dicha, no se sigue debiera perder la fecundidad, que en común tenían hombres y animales, aunque en éstos la concupiscencia codicia, pero no contra el espíritu; lucha esta misérrima, reino de torpezas, protegida tuya, que te empeñas en introducir en aquel lugar de paz inalterable y libertad cuando dices que en el paraíso, aunque nadie hubiera pecado, tendría el género humano que guerrear contra la libido y ser su esclavo si se renuncia al combate.
El prestidigitador Juliano
9. Jul.- "Testificamos en nuestra obra y en nuestros discursos que todos los hombres necesitan renacer por el bautismo; y esto no porque por la donación de este beneficio se les considere, por derecho, libres del poder diabólico, sino porque, creados por Dios, se hacen hijos de Dios; y así, los que nacen con mengua o caudal no culpables, renacen a una vida digna, sin por esto calumniar lo primero; y los nacidos según los designios de Dios, se perfeccionan por los sacramentos de Dios; y los bien dotados por naturaleza consiguen los dones de la gracia; y de esta manera, el Señor, que los formó buenos, los hace, al renovarlos, mejores. Con razón, pues, se dice, y es preciso que tú lo confieses, que el mal natural de Manés, que tú con otro nombre llamas pecado original, queda aniquilado. Es un pecado en el que nunca creyó la fe de nuestros antiguos, pues no dudaron jamás de que sean los niños obra de Dios, y de que Dios nada malo puede crear. Así, las criaturas, formadas por Dios, antes del libre uso de su voluntad no pueden ser, sin calumnia, consideradas culpables ni sometidas, con derecho, al diablo".
Ag.- Doy a este pecado el nombre de original, no el de natural, para mejor expresar que su origen es humano y no viene de Dios; y en especial para indicar que entró en el mundo por un solo hombre, y no puede ser borrado por la dialéctica de Pelagio, sino por el sacramento de la regeneración cristiana. Dices que todos los niños deben ser regenerados por el bautismo; conocemos bien el sentido que tienen estas palabras en tus labios, y por eso eres hereje. Esta nueva peste, en oposición a toda la tradición de la Iglesia católica, enseña que los niños no son rescatados del poder de las tinieblas por la gracia del Redentor, aunque la católica practique sobre ellos insuflaciones y exorcismos; pero no contra la obra de Dios, sino contra el poder del diablo.
¿Cómo puedes decir que los niños, después de recibir un nacimiento poco cotizado, no culpable, reciben en el segundo nacimiento algo de más precio, pero esto sin calumniar al primero? ¿Cómo puedes hablar este lenguaje sin pensar en el precio que los hace renacer a una vida de inmenso valor? ¿Y no es este precio la sangre del Cordero inmaculado? ¿Y no nos dice el mismo Cordero por qué la derramó? ¿No clama él: Esta es mi sangre, derramada por muchos para el perdón de los pecados? 15
Pero tú, gran prestidigitador, enseñas que esta sangre ha sido derramada también por los niños, pero niegas les sean perdonados por ella los pecados. Según tú, necesitan los niños recibir el bautismo, pero no necesitan ser purificados. Tienen necesidad de ser renovados, no de ser despojados de viejos andrajos. Tienen necesidad, dices, de ser adoptados por el Salvador, no de ser salvados.
Somos nosotros los que calumniamos a estos párvulos porque decimos que están muertos por los delitos y el prepucio de su carne, y necesitan ser bautizados en la muerte de Cristo para que mueran al pecado los que estaban muertos por el pecado; por el contrario, tú los defiendes al negar que estén muertos, y al actuar así impides sean liberados del que posee el imperio de la muerte; de esta manera no pueden recibir ningún beneficio de la muerte de Cristo, el único que murió por todos. Después de estas palabras concluye el Apóstol: Luego todos están muertos y por todos murió 16. Consecuencia: aquel que defiende a los niños y niega estén muertos, no los defiende de la muerte, antes los precipita en una segunda muerte, pues los excluye del beneficio de la muerte del que murió por todos los muertos.
Abrahán y su descendencia
10. Jul.- "Esto dicho, cito el pasaje de la Escritura referente a Abrahán y a Sara, a los que da el Señor un hijo en una edad avanzada, cuando sus cuerpos no tienen vigor. Todo lector, no digo sabio, sino de mediano caletre, se dará cuenta de que el ejemplo es probativo a mi favor. Pero piensa mi adversario que esto no va contra él. ¿Cómo tiene caradura para hablar así ante un argumento expresado en estos términos: 'Si el hijo prometido por Dios a Abrahán fue concebido por la concupiscencia, esta concupiscencia es buena, pues mediante su concurso cumplió Dios su promesa? Si, por el contrario, la concupiscencia no tuvo arte ni parte en la concepción de Isaac, no le pudo perjudicar, puesto que no intervino ni en su concepción ni en su nacimiento'".
Ag.- ¿Quién puede decir que la concupiscencia no tuvo parte en la concepción del hijo de Abrahán? De otra suerte, una obra de esta naturaleza no se realizaría en un cuerpo de muerte, del que dice el Apóstol: El cuerpo está muerto por el pecado 17. Pero de este mal hizo buen uso Abrahán en el acto conyugal, desconocido en el paraíso antes del pecado. Y si te parece buena la concupiscencia de la carne, pues sirvió al nacimiento de un hijo por Dios prometido, también te debe parecer bueno el diablo, pues por él fue derramada, para nuestro rescate, la sangre de Cristo, según promesa de Dios. Reconoce, pues, que un mal puede producir un bien.
La fuerza del placer en Juliano
11. Jul.- "Dejadas a un lado otras cosas, dice este nuevo naturalista que es un error lo que dijimos: 'Lo mismo que el limo que Dios tomó para formar al hombre es la materia, no es formador del hombre, lo mismo esta fuerza del placer, fábrica y mezclador de genes, no es suficiente para completar la obra divina, pero sí ofrece a Dios, de los tesoros de la naturaleza, lo que Dios se dignó emplear en la formación del hombre'. Acepta esto como verdad mi adversario, excepto estay palabras: 'Los genes son obra del vigor placentero'. Y filosofa de este modo: 'El placer venusino, o concupiscencia de la carne, dice, no fabrica los genes, sino que, formados y depositados por Dios en los cuerpos, no se considera obra de la voluptuosidad, sí un estimulador y transmisor placentero' 18.
Aquí mi adversario no da prueba de su astucia, sí de falta de inteligencia. Con la expresión "fuerza del placer" he querido designar lo que constituye la virilidad corporal, y debí darle este nombre de virilidad a la fuerza del placer. Esta virilidad -usamos ya este vocablo- consiste en la unión de los órganos genitales, que da fuerza y eficacia al deseo, al que di el nombre de concupiscencia o voluptuosidad. Por eso preferí llamar fuerza del placer a la expresión pura y simple de voluptuosidad con el fin de expresar la totalidad del calor que se siente antes y durante el coito.
Los que se ven privados de los miembros viriles, tales los eunucos, no carecen de sensaciones; sienten como unas chispas de fuego apagado en ellos; pero como no tienen vigor en sus miembros, se ven privados de esa fuerza viril que elabora el semen y son impotentes. Ha querido Dios exista en el cuerpo una fuerza que, desarrollada en tiempos determinados, los hace, si están enteros, aptos para engendrar. De ahí que se elabora la simiente en cuerpos que han alcanzado la pubertad. En los impúberes, aunque los excite una voluptuosidad precoz, permanecen estériles hasta llegar a una edad determinada por ley de la naturaleza. En cuanto a saber si la voluptuosidad contribuye a la mezcla de simiente y, sobre todo, si el placer que rebosa por los sentidos sea muy distinto de lo que se manifiesta en lo íntimo de los órganos y más eficaz para la procreación, es cuestión asaz debatida por los doctores en ciencias médicas.
El poeta de Mantua, mejor impuesto en el conocimiento de la naturaleza que nuestro filosofastro cartaginés, nos hace notar que, al manifestarse los primeros síntomas de celo en las yeguas y buscar el apareamiento, se las aleja de los pastos abundosos y de las fuentes para hacerlas enflaquecer. 'Y muchas veces, dice el poeta, las extenúan con carreras a pleno sol, cuando la era gime sordamente al chapoteo de los palos y cuando el céfiro avienta las livianas pajas. Esto hacen para que una gordura excesiva no obture el campo genital y ciegue los surcos ociosos, sino que, estimulados por cierta sequedad, sorban con avidez la simiente y la guarden muy dentro' 19. Mas estos detalles no tienen importancia en la causa que defendemos; basta indicarlos para conocer la agudeza mental de mi adversario".
Ag.- Queda probado que las palabras que me reprochas haber silenciado son vaciedad y hasta es posible las haya omitido el autor del "papel" por hacerte un favor. En lo que dice relación a la fuerza de la voluptuosidad, según tú, fábrica de gérmenes genéticos, tu razonar es el de un charlatán de feria y no es preciso conteste, pues tú mismo dices carecen de importancia en la causa que defiendes. Por mi parte, había ya comprendido que con la expresión "fuerza de la voluptuosidad" querías dar a entender que con la voluptuosidad era posible hacer algo, pero que ella no puede hacerse a sí misma. Solemos, en lenguaje ordinario, llamar "fuerza de una cosa" a lo que por ella se puede realizar, no a lo que es causa de esta misma fuerza. Tú, por el contrario, llamas -son tus palabras- fuerza de la voluptuosidad a lo que produce placer, no al poder de producir; como si dijeras que la fuerza del fuego es lo que hace se encienda el fuego; pero todo el mundo entiende por fuerza del fuego la propiedad que tiene de abrasar y dar calor. Usas, en verdad, un lenguaje inusitado.
Mas ¿qué importa? De cualquier modo, hemos aprendido a no discutir sobre vocablos si nos consta de las realidades. Reconocemos los dos que no sólo los hombres engendrados por otros hombres, sino que también la simiente de cualquier manera que se forme, es obra de Dios. Inútil, pues, invocar el testimonio de fisiólogos, médicos o poetas, ni discutir sobre palabras; ambos estamos de acuerdo en reconocer como verdad que Dios es el creador de las semillas y de los hombres.
Pero es falsa la consecuencia que de esta verdad te empeñas en deducir, a saber, que la simiente no puede estar viciada, porque Dios, sumamente bueno, es el creador de las semillas; cosa que no dirías si conocieras la naturaleza de las semillas, como la conocía aquel que dijo: Es el hombre semejante a un soplo; y para demostrar que la misma naturaleza merece castigo añade: Sus días pasan como una sombra 20. No ignoraba este autor que el hombre fue formado a imagen de Dios; sin embargo, distingue entre institución divina y el vicio de la naturaleza humana, depravada por el pecado original. Esto lo debías haber tú advertido en las mismas palabras con las que me muerdes. Escribes: "Son de poca importancia estas cosas. Bastan para mostrar la agudeza mental de mi adversario".
Me tildas de torpeza mental porque no puedo comprender alguna de tus expresiones en cosas, como confiesas, sin importancia para nuestra causa. Por mi parte, te pregunto: ¿cuál es el motivo de que nazcan hombres obtusos de ingenio, pues tú no eres tan romo que niegues sea efecto de la naturaleza el genio o la memez del espíritu; aunque, a decir verdad, los mismos genios, como ya antes dijimos, a causa de este cuerpo corruptible, que hace al alma pesada 21, en comparación de la inteligencia del primer hombre, parecen obtusos, porque aquél no había recibido aún un cuerpo que hiciese al alma pesada?
Yo distinguiría en la naturaleza humana, tal cual hoy es entre el vicio del alma y la obra de tan sublime artista, al que, sin duda, no se han de atribuir ninguno de los vicios inherentes al espíritu humano por grandes y numerosos que sean. Con esta regla a la vista aprenderás a distinguir entre la obra del Señor y el pecado original, al hombre congénito, y en adelante ya no negarás la existencia de este pecado; porque Dios creó, sí, al hombre, pero no es autor del pecado; como tampoco se pueden negar los vicios inherentes al espíritu del hombre so pretexto de ser Dios el creador de los hombres, y nada defectuoso puede haber en la obra divina. Puede Dios, en su divina sabiduría, formar al hombre de una sustancia viciada por el pecado, porque sabe hacer buen uso incluso de los mismos pecados de los hombres; es decir, de sus pecados voluntarios. Así, vemos los bienes que supo sacar de José, vendido por envidia de sus hermanos 22, y otros innumerables de los que están llenos los Libros santos.
Reato del mal de origen
12. Jul.- "Me asombra grandemente el tesón de este discutidor, pues confiesa 'ser obra de Dios, creador de los cuerpos, la semilla, aunque la siembra sea placentera'. Luego confiesa ser Dios autor de las semillas, en las que, según él, se encuentra escondido un mal diabólico, y no se avergüenza de proclamar a Dios autor de un mal que imputa luego a seres inocentes".
Ag.- Dios nada malo hace cuando de un mal saca bienes. Lo que sí es un mal es el vicio original que viene del pecado, al que está el hombre sujeto desde su nacimiento; el bien es obra de Dios, bien sin mezcla de mal; y el reato de este mal de origen no se imputa a seres inocentes, como dices, sino culpables, que al nacer contraen la culpa que les perdona al renacer. Y esto es porque todos los hombres existían seminalmente en los lomos de Adán cuando fue condenado; por eso sus descendientes no son extraños al castigo, como existían los israelitas en los lomos de Abrahán cuando pagó los diezmos, y por esta causa quedaron sometidos a tributo 23. Sin duda, conocían ellos, mejor que tú, la naturaleza de los genes de los que nos hablan, y tuvieron cuidado de consignarlo en los libros que en la Iglesia de Cristo se leen, en cuyo seno renacen nacidos de Adán para que no permanezcan condenados aquella raza.
La regeneración sana
13. Jul.- "El placer sexual, dice mi adversario, nada tiene que ver con las semillas, obra del demonio, y a esta libido sirven los esposos; con todo, las semillas y los niños son obra de Dios. Pero los padres ni son culpables ni son castigados cuando realizan una obra diabólica; es decir, la libido; por contrario, los niños, creados por Dios, son culpables y destinados al fuego eterno; queda, pues, impune lo que hizo el diablo, esto es, la libido. De donde se sigue que la libido es buena, pues no merece castigo, y la obra de Dios es digna de reprobación y condena.
Luego, según mi adversario, se acusa y condena la obra de Dios, pues ni la reverencia debida al autor la garantiza contra el castigo y, por otra parte, cree que la divinidad puede hacer lo que ni en el último de los esclavos es excusable. Esta es la suerte reservada a cuantos declaran guerra a la verdad. Sólo de la boca de un loco pueden salir tamañas sandeces e impiedades; se constata así que la causa de los inocentes no puede tener mejor defensor que la impiedad de sus acusadores".
Ag.- ¿Haces, acaso, sea falso lo que digo porque digas que digo lo que no digo? No digo que la libido nada tenga que ver con el semen, pues el placer no es ajeno al nacimiento de aquellos que son fruto de esta siembra; pero reafirmo que Dios, sin contaminarse, puede sacar bienes de una semilla viciada. Ni digo que no han de considerarse culpables y merecedores de castigo los que ejecutan las obras del diablo, pero sí digo que no realizan ninguna acción diabólica cuando hacen uso de la libido no por la libido en sí, sino en vistas a la procreación. Es, por ende, obra buena hacer buen uso del mal de la libido, como hacen los casados; por el contrario, es acción mala hacer mal uso de un bien corporal, como hacen los lujuriosos.
No digo que la libido quede impune, pues con la muerte será destruida, cuando este cuerpo mortal se vista de inmortalidad 24. Libido que sólo existe en este cuerpo de muerte, del que suspiraba verse libre el Apóstol 25; y como no existía la libido, o al menos no era tal como hoy es, en aquel cuerpo de vida que el hombre perdió al pecar, pues fue creado bueno 26. Este placer sexual, una vez liberados de él, no podrá emigrar, como una sustancia cualquiera, a otro lugar, sino que, como enfermedad de nuestra naturaleza, será aniquilado, porque entonces ya habremos arribado al término de nuestra salvación, aunque deje nuestro cuerpo de existir, pues no puede subsistir en un cuerpo muerto, aunque no pueda existir si no es en un cuerpo de muerte.
Perecerá con el cuerpo, pero no resucitará con el cuerpo cuando resucite para no morir nunca. ¿Cómo no va a ser castigada o permanecer impune la que, al perecer, ya no existe? Sí, quedarán impunes los que por la regeneración hayan sido liberados del pecado contraído en su nacimiento y hayan resistido a las seducciones insistentes y apremiantes a lo ilícito, de la pasión de la carne; y si los esposos, no con el fin de procrear, ceden al placer por el placer, quedan sanos por el perdón subsiguiente. Crea Dios a los niños, aunque justa y meritoriamente tengan un origen punible, pero bueno es lo creado, pues son hombres, e incluso crea a los hombres malos, porque, como hombres, son algo bueno. No rehúsa Dios el bien de la creación ni a los que, en su presciencia, sabe han de ser condenados o que están condenados en su nacimiento.
Nos hemos de alegrar siempre, porque una gran multitud de ellos han sido liberados del castigo merecido por una gracia inmerecida. Y si pensáis que es una crueldad condenar a los niños, que, según vosotros, no tienen pecado original, os parecerá también crueldad el que Dios no llame de esta vida a niños que para vosotros están limpios de pecado, pero que el Señor conoce, en su presciencia, las enormes y numerosas faltas que cometerán durante su existencia, sin que se arrepientan antes de su muerte; pues, según la razón, parece mayor crueldad no librar, cuando se puede, a uno que no ha incurrido en pecado grave o venial, que condenar al hijo de un pecador. Pero si a voz en grito proclamáis que el primer caso es justo, ¿cómo osáis sostener que existe en el segundo injusticia?
Testimonio del apóstol y omisión de Juliano
14. Jul.- "Hace luego un esfuerzo mi adversario y arremete contra lo que comprobamos ser verdad por el testimonio del apóstol Pablo cuando nos dice que Dios hace al hombre de las semillas. Me acusa además de fraude porque he querido adaptar a nuestra cuestión lo que consta que el Apóstol dijo de los granos de trigo; como si yo haya querido, según su apreciación, dividir la sentencia del Apóstol o haya osado invocar su testimonio con otros fines que el de probar, según él, la necesidad de reconocer a Dios como creador de todas las semillas.
En efecto, el bienaventurado Pablo, después de establecer con un ejemplo de la vida cotidiana la fe en la resurrección, concluye con unas palabras que abrazan toda la creación: Dios, dice, da un cuerpo como le place; a cada una de las semillas su cuerpo peculiar 27; es decir, confiere a cada semilla el cuerpo que su naturaleza reclama. No he querido, pues, aplicar al hombre lo que se dice del trigo; y cuando dije que da Dios a cada semilla el cuerpo que le conviene, la cita era para anular vuestra doctrina, que no es otra que la negación de la sentencia verídica del Apóstol. No fue, pues, inútil, como tú piensas, citar aquellas palabras, ni fue un abuso fraudulento, como mientes, de la sentencia; ni tú mismo crees -en esto eres perjuro- que Dios haya formado al hombre de una semilla humana preexistente; esta acusación no es una vana conjetura, sino expresión de tu fe".
Ag.- Advierta con diligente atención el lector en qué circunstancias invocas tú el testimonio del Apóstol cuando éste habla de la semilla soterrada, que no es vivificada si no muere -es lo que exigía la resurrección de los cuerpos, cuestión que trataba-, y se dará cuenta que cuanto tú entonces dijiste y lo que ahora dices no pertenece a la cuestión presente. Pones, cierto, gran empeño en demostrar que Dios forma a los hombres del semen de los padres, como si nosotros lo negáramos; y pones por testigo al Apóstol, sin que sea necesario para probar nuestra tesis; y lo que está más fuera de tono, pretendes se entienda de la semilla del hombre lo que el Apóstol dijo de las semillas de los cereales, como pedía la cuestión; y al citar las palabras: Lo que siembras no nace, silencias lo que sigue: si no muere. Omites también lo que sigue inmediatamente: Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de nacer, sino el grano desnudo, ya sea trigo o alguna otra semilla.
Todas estas sentencias prueban con claridad lo que el Apóstol quiere decir; pero tú, sin preámbulo alguno, lo conectas con lo que sigue: Dios le da el cuerpo como quiere, a cada una su propio cuerpo 28; y no quieres entender se trata de ciertas semillas, ya de trigo o de cualquier otra especie, que hasta ser confiadas a la tierra no nacen si no mueren; tú quieres aplicar estas palabras al semen del hombre; y aunque, sin faltar a la verdad, se pueda decir del semen, al que Dios le da un cuerpo como él quiere, así como a cada uno de los genes el cuerpo que le conviene, sin embargo, no se puede decir que el semen del hombre, cuando penetra en el órgano femenino, no es vivificado si antes no muere; pero sí se puede decir con toda verdad del cuerpo del hombre, pues no resucita si no muere; y éste es el pensamiento del Apóstol cuando habla de la semilla del trigo.
Estoy inclinado a pensar que fue intencionada la omisión de aquellas palabras del texto que citas, por temor -si tu perspicacia pudo llegar tan lejos- a que algún inteligente lector pudiera suponer, al tenor de tus palabras, que en el paraíso pudieran los hombres ser sembrados en los órganos genitales de la mujer por los miembros viriles del hombre, como es sembrado el grano en la tierra por mano del labrador, sin que ningún incentivo de la libido inclinara al hombre a la siembra ni le acompañara dolor alguno en su nacimiento. Y a los que esta serenidad no agrade, les ruego me digan: ¿qué es lo que en la carne les causa placer, si no es lo que les da sonrojo? Y no causaría sonrojo la concupiscencia de la carne si apeteciera sólo lo que manda la voluntad cuando lo manda y en la medida de su mandato. Pero como ahora no es así, ¿por qué, contra nosotros, la defendéis y no confesáis con nosotros que ha nacido del pecado o que está por el pecado viciada?
Estupideces de Juliano para silenciar la concupiscencia
15. Jul.- "¿Qué sabio puede contener la carcajada cuando llegue a los ejemplos que aduces? 'Por las palabras del Apóstol, escribes, queda mi adversario refutado, cuyo piadoso pudor teme sembrar voluptuosidad lujuriante, de la que es un panegirista descarado. El ejemplo del sembrador, que confía su semilla a la tierra, basta para confundirlo. ¿Por qué no creer que en el paraíso Dios pudo conceder al hombre feliz, en lo que concierne a la semilla, lo que ha concedido al labrantín al esparcir el grano de trigo, de manera que la siembra de uno y otro se efectuase sin placer venusino?' 29 ¡Con qué encantador recato teme llamar por su nombre las cosas! Pero ¡con qué desvergüenza alaba los movimientos desordenados y recita coplas de charlatanes! Lo que sigue es una divertidísima lectura, porque si Adán no pecara, podía la mujer ser fecundada como la tierra, y hasta quizás fuera posible que los hijos brotaran, como las espigas, de todas las junturas de los miembros y de las más minúsculas aberturas del cuerpo que los médicos llaman poros (pórous); y así, fecunda la hembra en todas las partes de su cuerpo, exudaría niños como piojos. Y si, por un acaso, algunos se escapasen por los ojos, privarían a la parturienta de la vista, y si un enjambre armado brotase del glóbulo de sus pupilas, se puede creer que la pobre madre maldeciría de su ceguera. Con todo, no sería empresa difícil dar muerte a esta prole no engendrada, sino exudada, y se darían, como en la fábula de los mirmidones, una raza de hombres que, si admitimos el dogma de los maniqueos, pulularían como gusanos o semilla de zaragatona.
Tal sería la fecundidad de la hembra. Pero ¿cuál sería entonces el papel del varón? Con probabilidad, no se serviría de sus miembros genitales, sino que con instrumentos de hierro, en lugar de sus órganos sexuales, haría uso de arados o azadones. Debemos, pues, agradecer al error de nuestros padres el haber evitado el tormento que habría sufrido naturaleza tan desgraciada. La procreación es mil veces más placentera por el concurso del hombre y de la mujer que si sus cuerpos hubieran sido surcados por el arado o fueran sus miembros convertidos en una selva de niños a causa de una fecundidad no querida. ¡Cubra su rostro la ignominia de los maniqueos y busque tu nombre, Señor! Contra seres inocentes y contra Dios dirigen sus feroces ataques, como si fueran argumentos o testimonios de verdad.
'¿Por qué, pregunta mi adversario, no creemos que Dios no pudo crear la naturaleza muy distinta de la que vemos ahora?' ¡Como si se pudiera saber qué es lo que Dios pudo o no pudo hacer! Si tenemos el placer de criticar las cosas que han sido hechas y decimos que pudieron serlo de otra manera, se sigue que las cosas creadas no pueden dar testimonio de la bondad de la naturaleza. Digamos, pues, que pudo Dios hacer a los mortales bicéfalos, pero al hacerlos unicéfalos y darles estabilidad sobre sus pies, ¿hizo, acaso, una obra defectuosa? ¿No pudieron ser creados los hombres con una cabeza en cada extremidad del cuerpo, como vemos en ciertos vermiformes, en los que aparece rodeada la cabeza por los dos costados del vientre, de suerte que la configuración del cuerpo empieza por la espalda y el cuerpo parece terminar en medio? Admitidas estas ficciones, ¿cuándo tendrían fin los delirios?
Pudo, ciertamente, hacer Dios que los hombres brotaran de la tierra como las flores; cuanto a poder, no niego que lo pudo hacer; pero de hecho quiso nacieran de la unión de los sexos. Nos interesa ahora saber lo que hizo, no lo que pudo hacer. Mas es necesario estar loco para decir que es malo cuanto existe, porque lo pudo Dios hacer de otra manera; esto es acusar a Dios haciendo su elogio y proclamar su omnipotencia, pero se pone tacha a su sabiduría al decir que pudo hacer lo que no supo realizar.
No es, ciertamente, un elogio, sino una grave ofensa, otorgar al poder lo que se escatima a la sabiduría; o decir que Dios tuvo fortaleza, pero le faltó el consejo. Acusarle de imprevisión es negar su poder, pues no es todopoderoso si no tiene el poder de ordenar sus obras. Y, si su sabiduría no es la más excelsa, nada conserva de su reverente divinidad; y una tal suposición sería el colmo de la impiedad; es, pues, una auténtica necesidad recurrir a una doctrina que yugula la hipótesis de la transmisión del pecado.
Dios, al hacer todas las cosas muy buenas, no ha creado ninguna que en su especie pueda ser mejor, ni más conveniente, ni más perfecta. Al poseer una sabiduría y un poder sin límites, no pudo crear algo que con derecho pueda criticar un hombrecillo. Así, cuanto en una criatura cualquiera pertenece a la esencia de su naturaleza y posee una perfección tal, pretender cambiar algo es una locura y una impiedad. Entre la forma, por ejemplo, de un caballo y la forma de un buey existen diferencias marcadas, pero en su especie existe tal armonía en su creación, que ni el caballo ni el buey deben o pueden ser formados de otra manera de como son. Y otro tanto puede decirse de cuanto repta, nada, serpea o vuela, y de cuanto recorre los espacios del cielo y de la tierra; es de toda evidencia que cada cosa no puede tener otra forma más conveniente a su naturaleza o especie que la que le ha sido asignada. Y lo mismo el hombre, mencionado ya al hablar de los seres que caminan. En todas las partes de su cuerpo ha sido formado de una manera tan perfecta, que nada mejor se puede imaginar. Dios puso en su cuerpo, con sabia previsión, partes bellas y partes pudibundas para que en sí mismo aprenda el pudor y la confianza. Parecería un monstruo si su cuerpo estuviera todo cubierto de pelo, y perezoso e indolente si estuviera totalmente desnudo.
En consecuencia, la naturaleza humana no puede ser fecundada, ni en uno y otro sexo puede haber otros órganos de generación, ni otra manera de ser interior o exterior, ni otros sentidos, ni otra libido que los que tiene. Dejen, pues, los maniqueos de criticar las obras de la sabiduría divina y traten de corregir la maldad de sus opiniones. Pero como en la cuestión que nos ocupa importa un comino saber si podrían los hombres ser engendrados de forma diferente a como lo son los animales, ni si podían ser creados más perfectos de como han sido, la razón y la Escritura proclaman que las obras de Dios eran no sólo buenas, sino muy buenas 30.
Por las palabras de la Escritura y por los argumentos desarrollados en esta obra queda triturado el dogma de los maniqueos. Confesamos, sin embargo, que, en un futuro no lejano, los cuerpos de los bienaventurados serán más gloriosos y no necesitarán ayudas. Dios, en su justicia y sabiduría infinitas, que bajo ningún pretexto la naturaleza pervierte, establece un estado de recompensa; el primer peldaño es una nobleza natural, en el cual, a tenor del uso que se haga del libre albedrío, o se desciende a un abismo de tormentos o se eleva, con su esfuerzo, a la cima de la gloria, según los caminos trazados por Dios".
Ag.- Seguro, Juliano, que no pensaste que los hombres pudieran leer tus escritos y los míos, y escribes para aquellos que ignoran mis libros o no hacen caso alguno de ellos, y sólo leen los tuyos y procuran entenderlos; y así, creen que yo dije sólo lo que me atribuyes en tus obras. Esta, sin duda, es la razón por la cual citas estas mis palabras: "¿Por qué no creer que pudo Dios conceder en el paraíso al hombre feliz, en lo concerniente a la semilla, lo que vemos ha concedido a la semilla del trigo, y pudiera hacer la siembra sin experimentar libido alguna?"
Pero tú, como si respondieras a estas mis palabras, dejas correr tu incontenible verborrea, hasta decir que, según yo, "si Adán no hubiera pecado, la mujer podía ser fecundada como la tierra, de suerte que pudieran verse brotar, como espigas, hijos de todas las junturas de su cuerpo y de las minúsculas aberturas de su carne que los médicos designan con el nombre de poros; y así, la mujer fecunda pulularía, de todas las partes de su cuerpo, niños como piojos". Y añades aún otras lindezas que hasta recordar me da náusea y a ti no te causó sonrojo exagerar. Entre otras cosas, tú mismo has dicho: "El hombre haría uso no de sus miembros, sino de herramientas, y, desprovisto de órganos sexuales, haría uso del arado y del azadón".
Estos dislates y otros por el estilo, ¿no harán enrojecer por tu causa, por poco sentido común que se tenga, no digo a un lector cualquiera, sino incluso a tus amigos, cuando lean estas estupideces? ¿Te permiten, acaso, mis palabras graznar, y las omites y pasas por alto para disponer así de más espacio para tus delirantes desahogos? Dije, sí, que el hombre pudo ser concebido mediante la unión sexual, obedientes los órganos a la voluntad; pero omites hablar de estos miembros sexuales para presentar una mujer exudando por todos sus poros o invisibles aberturas un enjambre de niños que pululan como nube de piojos, y que, al escaparse por los ojos, hieren de ceguera a las que les dan existencia.
Pero has silenciado, repito, hablar de los órganos de reproducción, como si yo hubiera dicho que los hombres, si Adán no pecara, carecerían de ellos, y todo para afirmar no con delicadeza, sino con ridícula pedantería, que el hombre, desprovisto de los órganos genitales, habría recurrido, para fecundar a la mujer, al arado y al azadón. ¿Es, acaso, cuestión de número o de forma? ¿No me limité a decir que los miembros destinados a la generación, permaneciendo en su integridad y en el lugar en que Dios los colocó, sin sentir el estímulo del placer, obedecerían órdenes de la voluntad?
Has evitado citar fielmente mis palabras para no imponerte silencio a ti mismo, y poder así hablar, con encantadora causticidad, pero en realidad con ridícula estupidez, de los hijos que pululan como piojos por todo el cuerpo de la mujer y de las herramientas del labrador en la fecundación de las hembras. Tampoco quisiste mencionar, en el pasaje que habías intentado refutar, lo que allí digo de los dolores de las parturientas. Suponer que las mujeres parirían sin sentir los dolores de parto, no quiere decir que estarían desprovistas de las partes genitales, pero sí que carecerían de sufrimientos expiatorios. Como saben los que leen la Escritura divina, ésta da testimonio de ser el pecado de Eva causa de este género de sufrimientos en la mujer 31.
Tú has preferido pasar por el tamiz del silencio mis palabras para no discutirlas, ante el temor de que se pudiera decir que los esposos, en aquel feliz estado paradisíaco, hubieran podido realizar el acto íntimo de la generación sin sentir placer en su carne aun conservando íntegros sus miembros sexuales, como hubieran podido igualmente parir las mujeres a sus hijos sin un gemido de dolor y sin perjuicio para sus partes íntimas.
Mas vosotros, antes de excluir a vuestra vergonzosa predilecta de aquel estado de felicidad eterna, habéis querido admitir los ayes y dolores del alumbramiento, e incluso los trabajos y sufrimientos de los mortales, no digo después del uso del libre albedrío, sino desde el mismo día de su nacimiento, al salir del vientre de sus madres. Con todo, no quieres admitir que, a consecuencia del pecado, la naturaleza humana perdió su inmortalidad; confiesas que, por méritos de un querer recto, se transformará en gloria de bienaventurada inmortalidad. Los niños, no lo puedes negar, llegan a esta bienandanza no por méritos de su propia voluntad, sino por los de una voluntad extraña; y, no obstante, no queréis creer sean precipitados en un abismo de miserias que nosotros experimentamos a causa del pecado de una voluntad ajena, es decir, a causa de la transmisión del pecado de aquel en cuyos lomos ya existíamos.
Confusión de Juliano entre vida inmortal y vida actual
16. Jul.- "Pasemos ya a otras cuestiones. Silencia mi adversario el ejemplo de Abrahán que yo puse y se esfuerza en probar que también Abimelec fue curado con sus mujeres por la oración de Abrahán, según la Escritura refiere; de suerte que recobraron de nuevo el poder de engendrar, del que antes habían sido privadas por castigo del cielo; y esto nos lleva a creer que dichas mujeres habían quedado estériles no porque la libido no se dejase sentir, sino porque sus matrices fueran afectadas de alguna enfermedad; como si nosotros hubiéramos dicho que esta esterilidad había cesado por sentir de nuevo la codicia de la pasión, cuando, según el testimonio de la Escritura, yo intenté solamente probar que el uso del matrimonio es imposible de realizar sin movimientos de la concupiscencia, y en ellas había sido interrumpido por la cólera de Dios y recobrado por la misericordia de este mismo Dios, ya sea desapareciendo los obstáculos, ora volviesen a sentir el aguijón de la voluptuosidad; no obstante, no podía considerarse obra del diablo, sino obra de Dios, el que una criatura dotada de órganos en sí inocentes pecaría no por el uso, sino por el abuso".
Ag.- ¿Quién no comprende que, si Dios, en su cólera, hiere el cuerpo de la mujer con alguna enfermedad que le impida la unión sexual, y, en consecuencia, la procreación, imposible de realizar sin el acoplamiento de los cuerpos, una vez desaparecido el impedimento, recupera la facultad de concebir, tal como existe en este cuerpo de muerte, esto es, con la libido? Y mientras el cuerpo recobre la salud, se encontrarán en el mismo estado en el que se halla, después del pecado, la naturaleza de los mortales, condenados a muerte.
Pero en un cuerpo de vida, de no existir el pecado, sería inmortal, y entonces habría sido, sin duda, otro su estado, en el cual o no existiría la libido o no sería tal como hoy existe, pues hoy la carne codicia contra el espíritu, de suerte que el hombre o se le somete o le ofrece resistencia. Si consiente, es incompatible con la honestidad; si resiste, no se compagina con la paz que se disfrutó en aquel estado de felicidad.
No confundas, con herética perversidad, estas dos vidas, pues una es la vida del hombre en este cuerpo corruptible, que hace pesada el alma 32, y otra la vida de este mismo hombre en el edén, si hubiera conservado la rectitud en que fue creado. La unión de los esposos hubiera, sí, tenido lugar, por ser indispensable para la procreación; pero o los órganos genitales, libres de toda concupiscencia carnal, obedecerían al espíritu o, si esta misma concupiscencia existiera, no estaría sometida a seducciones contrarias al querer del espíritu. Y si así fuera, la concupiscencia de la carne nada de vergonzoso tendría, ni estos órganos del cuerpo, sede de estos movimientos intensos y vitales, no podrían, con propiedad, ser pudibundos, ni sería necesario cubrirlos, como lo fueron después del pecado, según lo atestigua la palabra de Dios: ¿Quién te indicó que estabas desnudo, preguntó el Señor, si no es porque has comido del árbol del que te prohibí comer? 33 No te habrías dado cuenta, le dice el Señor, si no hubieras quebrantado mi ley. ¿Qué es la desnudez advertida, sin duda ya antes conocida, de no haberse hecho notar por aspectos y movimientos insólitos, de los que sintió rubor? Es obra del pecado el que la parte inferior del hombre se rebele contra la superior, la carne contra el espíritu. Tú cierras los ojos y, lejos de reconocer, al tenor del testimonio manifiesto de Dios, que el hombre no habría sentido rubor de su desnudez si no hubiera pecado, pregonas que, incluso aunque no pecara, se avergonzaría de su desnudez cuando Dios dijo: ¿Cómo sabes que estás desnudo si no es porque has pecado? Tú, me serviré de tus mismas palabras poco ha mencionadas, escribes: "El hombre ha sido formado en todas las partes de su cuerpo de una manera tan perfecta, que es imposible imaginarlo mejor; de Dios recibió en su cuerpo partes bellas y partes pudorosas, para enseñarle que la confianza y el pudor jamás lo abandonarán. Sería deforme si todo su cuerpo estuviera cubierto, y perezoso e indolente de estar por completo desnudo". En consecuencia, el pecado, según tú, hizo al hombre mejor; pues, si no peca "el que fue creado por Dios en rectitud", viviría en la ignorancia, sin saber distinguir en su cuerpo las partes bellas y las partes vergonzosas; y sería un sinvergüenza, al no cubrirse, o un negligente, si no tenía necesidad de taparse. Imposible evitar estos dos vicios, de no ser su desnudez revelada por el pecado.
Uso natural lícito y castidad conyugal
17. Jul.- "Ya sobre este tema hemos discutido lo suficiente; es ahora tiempo de pasar a tratar de un mal que Manés, con agudeza, llama natural, pero, como probará, no sin error, pues confunde cuestiones muy complicadas. Con brevedad examinaré antes la interpretación que hace Agustín de un texto del Apóstol. Había dicho ya que la unión de los sexos era obra instituida evidentemente por Dios, creador de los cuerpos, según el testimonio del bienaventurado Pablo, que, en un arranque de indignación contra las abominaciones de los homosexuales, abandonan, dice, el uso natural de la mujer y se abrasan en sus deseos 34. De estas palabras concluía yo, basado en el texto del Apóstol, que el uso de la mujer es de institución natural. A esto me responde Agustín: "No dice el Apóstol 'abandonando el uso conyugal', sino natural, como queriendo dar a entender con estas palabras el uso que se hace de los miembros creados para la unión de los sexos con vistas a la procreación; de suerte que el uso que se hace de estos miembros para unirse a una mujer de vida airada es natural, pero no laudable, sino culpable".
Con la expresión uso natural el Apóstol no ha querido tejer el elogio de la unión conyugal, sino denunciar abusos inmundos e innobles, y menciona el uso ilícito, pero natural, de la mujer 35. Este uso, que el Apóstol designa con el nombre de natural, no se entiende de la unión de los esposos, que considero lícito y bueno; pero fue, dice mi adversario, calificado de natural para indicar que la diversidad de sexos fue instituida por Dios en favor de la procreación de los hijos y de su nacimiento.
¿Por qué este revoltijo de palabras cuando no sirven para nada, si no es para perder el tiempo? Únicamente sirve para que los que te siguen consideren resuelta una cuestión apenas apuntada. En efecto, declara el Apóstol que el uso de la mujer es institución natural, y ni mención hace de ningún otro enlace establecido anteriormente; habla sólo del uso de la mujer, y, aunque no ignora que la libido ha tenido lugar en todos los tiempos, la llama natural".
Ag.- El uso de la mujer es natural cuando el varón se sirve de sus miembros, por naturaleza aptos para la procreación, como sucede en animales de la misma especie; por eso, el mismo pene se suele llamar, con propiedad, naturaleza, como lo prueba Cicerón, quien al hablar de la hembra dice que ha visto en sueños "su naturaleza" marcada de antemano 36.
El gozar de la mujer es, pues, natural y lícito en el matrimonio; ilícito en el adulterio. En lo referente a los actos contra naturam, siempre son ilícitos y, sin duda, criminales y torpes, como son los que el santo Apóstol incrimina en hembras y varones, dando a entender que son mucho más condenables que los que se cometen en el adulterio o la fornicación. Por eso, el acostarse con una mujer es natural en sí e inocente, y pudo existir en el paraíso incluso aunque nadie hubiera pecado, porque la procreación de los hijos no puede realizarse de otra forma, como consta por la bendición dada por Dios para que se multiplicase el género humano.
Pero ¿quién sino vuestra herejía pudo enseñarte que el Apóstol califica de natural la libido, que él sabía ha tenido lugar en todos los tiempos? No permita Dios que el Apóstol haya creído que los hombres experimentaron el aguijón de la libido cuando andaban desnudos y no sentían rubor. Con todo aunque el Apóstol hubiera dicho lo que tú dices, a saber, "que en el uso natural de la mujer actuó la libido en todos los tiempos", se puede encontrar una interpretación honesta a estas palabras sin intervención de tu odiosa patrocinada en los cuerpos de aquella vida feliz, pues aún no eran cuerpos de muerte, como tú proclamas con espíritu romo, lengua procacísima y descaro impúdico.
En efecto, en todos los tiempos desde que empezó a existir la unión de sexos, sin duda que el uso natural de la mujer no pudo existir sin la libido, pues no tenían entonces nuestros padres un cuerpo de vida, sino un cuerpo de muerte cuando, al ser expulsados del paraíso cometido el pecado, se unieron varón y hembra, conforme a las leyes de la naturaleza. Y si antes del pecado se unieron, la libido o no existió o no les causaba rubor, porque no les solicitaría contra su querer ni les obligaría a luchar para poder conservar su castidad; entonces los órganos sexuales cumplirían su misión conforme a las órdenes del espíritu, o bien la concupiscencia, si en ellos existía, sólo se dejaría sentir en un tiempo oportuno, obedeciendo tranquila el mandato de la voluntad, sin forzar ni turbar con sus movimientos ardientes de placer la serenidad del espíritu.
La libido, por desgracia, con sus impetuosas excitaciones que nos vemos obligados a reprimir, no es hoy lo que fue en otro tiempo. Hoy es un vicio o una naturaleza viciada. Y esto hacía decir al Apóstol: Sé que el bien no habita en mí, es decir, en mi carne 37. Aquí tienes de dónde viene a los niños, en su nacimiento, el pecado original. Y de este mal hace buen uso la castidad conyugal; y mejor, de este mal no hace uso la continencia piadosa de las viudas o la santa integridad virginal.
El buen uso de un mal es bueno
18. Jul.- "Esto es lo que entendemos nosotros cuando hablamos de la institución de la naturaleza y creemos sea éste el pensamiento del Apóstol. Mas ¿qué adelantas con decir que el Apóstol habla no del 'uso conyugal', sino del uso natural de la mujer? ¿Qué quieres decir cuando añades: 'Si un hombre se une sexualmente a una hetaira, esta unión es natural; sin embargo, no es loable este hecho, sino culpable?' Para demostrar ahora lo que con frecuencia hemos afirmado, digo que no has pronunciado ni una sola frase que no se vuelva contra ti. Si el uso es en sí natural, aunque culpable en la fornicación y no digna de elogio, por realizarse la unión con una mujer de vida airada, ¿por qué necesariamente admitir que el acto conyugal, proclamado por ti lícito y honesto, es digno de elogio y no culpable?"
Ag.- Si con razón se dice que el acto conyugal es bueno, no lo es porque esté exento de mal, sino porque se hace buen uso de ese mal. Hacer buen uso de un mal es bueno, y es malo hacer mal uso de un bien. Hacen los esposos buen uso del mal de la concupiscencia, y los adúlteros hacen mal uso del cuerpo, que es un bien. Esto lo he dicho más de una vez, y lo repetiré hasta la saciedad mientras tú no sientas sonrojo en combatir la verdad.
La concupiscencia de la carne es el apetito de lo ilícito
19. Jul.- "¿Dónde está el crimen diabólico que, por un sentimiento de pudor, te esfuerzas en destruir? No se puede condenar un acto carnal que se deja sentir en la naturaleza tanto en los actos permitidos como en los prohibidos. Se condena sólo la depravación de un deseo que rebasa los límites de lo lícito".
Ag.- No culpo sólo "la depravación de un deseo libidinoso que rebasa los límites de lo lícito"; pero tú mismo das prueba de una gran corrupción al no condenar un apetito que incita a lo ilícito, pues cuantas veces nos excita a lo prohibido nos arrastra, a no ser que pongamos resistencia a su perversidad. Esta es la concupiscencia de la carne; carne que codicia contra el espíritu, y contra la que lucha el espíritu para no ser arrastrados a donde nos empuja.
Malo es lo que nos incita al mal; pero si, merced a la resistencia del espíritu, no nos vence, el hombre no es vencido por el mal. Pero sólo estaría exento de todo mal cuando no existe un objeto a resistir. Y, cuando esto suceda, no nos veremos libres de una naturaleza extraña, como enseña el necio Manés, sino que quedará sana la nuestra. Hoy, por el sacramento de la regeneración y el perdón de los pecados, queda libre de toda culpa y puede ser curada de toda enfermedad, y entonces no tendrá el espíritu necesidad de luchar contra la carne, de manera que sólo haga lo lícito; y la carne estará sumisa al espíritu, y no codiciará contra él apeteciendo lo ilícito.
En qué sentido y por qué el Apóstol llama "uso natural"
20. Jul.- "Una pregunta breve y concreta: Pablo, el apóstol, cuando habla del uso natural de la mujer, ¿crees que ha querido designar la posibilidad y la honestidad o sólo la posibilidad del acto en sí? Esto es, con la expresión natural, ¿quería darnos a entender el uso que se podía y debía hacer del acto carnal o del acto que no se debía realizar, como es el adulterio, y entonces no será pecado contra naturaleza, pues se hace uso de miembros naturales? Si, por el contrario, aterrado por tu respuesta, reconoces, como en efecto es verdad, que el Apóstol llama 'uso natural' el acto honesto que tiene como fin la procreación de los hijos, acto que se realiza conforme a las leyes de la naturaleza, como se puede y debe cumplir, ya sea con una sola mujer, ora con muchas, observando la diversidad de los tiempos y el orden, confesarás, sin duda, la invalidez de tus argumentos y reconocerás que con el nombre de 'uso natural' quiera designar el bienaventurado Pablo no la fornicación, como opinas, sino la unión honesta y legítima de los cuerpos con vistas a la procreación.
En general, con razón defendemos lo que, en general, Manés condena. Tú afirmas que la unión de los sexos, edulcorada por el placer, es obra del diablo, causa del pecado original, surtidor de todos los crímenes, y, en consecuencia, tú condenas la naturaleza. ¿Qué podíamos nosotros hacer sino invocar el testimonio del doctor de los gentiles para defender de una manera general esta naturaleza y atribuir a Dios lo que tú llamas mal natural? Y sucedió que, para refutar tu doctrina, lo que llamas obra del diablo, probamos ser institución natural. La única salida sensata y legítima es defender en particular lo que en particular se condena, y lo que en general se incrimina, en general se defiende.
Cosa que también comprendió Manés, a quien igualas en perversidad, pero no en ingenio; por eso atribuye él la sustancia universal de los cuerpos al diablo; tú, en cambio, no le atribuyes en general todas las sustancias, sino la parte más noble de las sustancias, como en el libro anterior hemos probado. Triunfó, pues, la verdad por el testimonio de las Sagradas Escrituras; porque, al calificar el Apóstol de natural el acto íntimo de los esposos, y, en consecuencia, como obra de Dios, autor de la naturaleza, desmanteló vuestras ficciones, pues juráis ser obra no natural, sino efecto de una prevaricación".
Ag.- Hemos demostrado suficientemente más arriba en qué sentido llama el Apóstol natural el uso de la mujer y por qué lo llama natural, es decir, cuando se efectúa la unión mediante los órganos sexuales aptos para propagar la naturaleza; ora sea este uso tal como pudo existir en el paraíso, sin ningún mal y sin ninguna libido, o al menos que la libido obedeciera al mandato de la voluntad; ora sea que dicho uso fuera tal como es hoy, lícito en el matrimonio, en el que los esposos usan honestamente de sus cuerpos, un bien en sí al margen de todo mal deseo, ora sea ilícito, como en el adulterio, o también que los esposos hagan mal uso de este bien o de este mal; esta obra, o, si se prefiere, este acto, se realiza siempre mediante los miembros que se designan, con toda propiedad, con el nombre de naturaleza.
Es, pues, inútil preguntar con brevedad y en concreto, son tus palabras, si el Apóstol, al hablar de un uso natural, con el vocablo natural quiso dar a entender el Apóstol el acto que puede y debe ser realizado o aquel que puede, pero no debe ser efectuado.
Al hablar así, no pensaba el Apóstol en ninguno de estos actos; quería sólo mencionar los órganos destinados a la propagación de la naturaleza humana. ¿Quién ignora que el uso lícito de la mujer puede y debe tener lugar, pero que un uso ilícito puede, pero no debe realizarse? Mas tanto en uno como en otro caso, el acto es natural, por realizarse mediante los órganos sexuales, creados por Dios para la propagación de la especie humana.
Prescinde de rodeos y subterfugios, limpia de humos las falacias y locuacidades de tu vanidad. No es en los animales vicio la libido, porque en ellos la carne no codicia contra el espíritu. Si hubiera podido Manés hacer esta distinción, no hubiera atribuido a otro, sino al Dios verdadero, la naturaleza de animales y hombres; ni hubiera creído que los vicios eran sustancias. Y tú, mientras no reconozcas, con Ambrosio y todos los católicos, que la discordia entre carne y espíritu se infiltró en la naturaleza humana a consecuencia de la prevaricación del primer hombre, puedes aparentar que detestas a los maniqueos pero en verdad eres un odioso defensor de sus errores; afirmas es bueno lo que la verdad predica como malo y niegas que este mal proviene de la depravación de nuestra viciada naturaleza, herida por el pecado, y así autorizas a Manés a introducir el dogma de una naturaleza extraña mezclada a la nuestra.
La alegoría de los dos árboles
21. Jul.- "Tratas, con parecida sutileza, echar por tierra cuanto dije, basado en el testimonio del Evangelio, sobre el árbol, que se conoce por sus frutos. Con esto quería probar lo que es evidente, esto es, que no se puede considerar bueno el matrimonio ni la misma naturaleza, que se tiende a realizar en el acto íntimo de los esposos; y, en consecuencia, no se puede considerar obra de Dios si se lo define surtidor de pecados. A esto respondes: '¿Hablaba, acaso, el Señor de esto, y no más bien de las dos voluntades del hombre, buena y mala, llamando árbol bueno a una, y a la otra árbol malo, porque de la voluntad buena nacen obras buenas, y malas de una voluntad mala? Y si por árbol bueno entendemos el matrimonio, por árbol malo debemos entender la fornicación; pero, si mi adversario pretende que el adulterio no figure como árbol malo, sino la naturaleza humana, cuyo fruto es el hombre, entonces el árbol no sería el matrimonio, sino la naturaleza humana, cuyo fruto es el hombre' 38.
Te engañas; el Señor no habla allí de dos voluntades, sino de una sola persona. De hecho, mientras los judíos habían sido colmados de innumerables beneficios, no dejaban ellos de perseguirle con sus acusaciones. Pero como eran inatacables sus obras, cuya grandeza reconocían, le acusan de samaritano y poseso del demonio, que ejerce sus sortilegios por el poder de Beelcebul. Y es entonces cuando el Señor dijo: Suponed un árbol bueno, y os dará buenos frutos; suponed un árbol malo, y os dará malos frutos; por sus frutos se conoce el árbol 39. Es decir, vituperad mis obras, que las enfermedades curadas y la salud restaurada proclaman buenas, y comprobad por el testimonio de mis obras, si soy malo; y, si no osáis condenar tantas obras buenas, rendid al árbol bueno, esto es, a mí, el testimonio de mis obras buenas, y amad al bienhechor, ya que alabáis sus beneficios. Manda Cristo en este texto juzgar de su persona por sus frutos, y nos autoriza a enseñar que debemos juzgar de la naturaleza y del matrimonio por la calidad de sus frutos; y si de éstos se destila el veneno del crimen, se juzgue su raíz emponzoñada.
Mira cuán ciego estás a la comprensión. Has creído debilitar la fuerza de mi objeción al oponer fornicación al matrimonio, de suerte que el matrimonio sea árbol bueno, y árbol malo la fornicación; ésta no debería tener frutos para no ser reconocida como mala; por el contrario, el matrimonio queda acreditado por los buenos frutos de sus hijos; pero el hombre, ya nazca dentro del matrimonio o sea adulterino, no es fruto de un crimen, sino de la naturaleza de los genes.
No influye el pecado cometido por el querer de los adúlteros en la condición de los frutos. Es la naturaleza la que actúa por sí misma; el pecado radica en el autor de una mala voluntad; mas la inocente criatura, que es su fruto, es obra del divino Creador. Tú mismo has sentido que mi razonamiento exige respuesta. Ruego al lector preste cuidadosa atención a tus evasivas. Dices: 'Si el árbol malo no es símbolo del adulterio, sino de la naturaleza humana, cuyo fruto es el hombre, el árbol bueno no será símbolo del matrimonio, sino de la naturaleza humana, que da origen al hombre'.
Lo que te afanas por establecer es que así como la formación del hombre no es imputable a la fornicación, sino a la naturaleza, lo mismo el pecado que los niños contraen de padres legítimos no se imputa al matrimonio, sino a la naturaleza humana, viciada por el diablo con el antiguo pecado. En el adulterio condenas la voluntad lasciva de los adúlteros, pero elogias el matrimonio cuando se trata de padres legítimos, del cual, dices, no viene el pecado; pero condenas la naturaleza, por ser fuente de un crimen horrible.
Reclamo ahora toda la atención posible de mi lector. Si en la fornicación te parece la naturaleza humana laudable, en el sentido de que no marca con el pecado la inocencia de los niños aunque sean fruto de un pecado, ¿cómo te atreves, cuando se trata del matrimonio, a condenar esta misma naturaleza y pretendes sea causa de un pecado natural? Luego no es sólo el matrimonio, sino la naturaleza humana, lo que declaras gran bien y un gran mal. ¿Pues qué hay peor que la naturaleza, si engendra el crimen? ¿Qué más detestable, si es posesión del diablo? Qué maleficio despliega en el semen, no atañe a nuestra cuestión; pero sí nos interesa saber en qué es absolutamente buena o mala. Si se la reconoce culpable de engendrar el pecado y ser satélite de la tiranía del diablo, entonces se comprobará que es pésima. Con razón, pues, se debe juzgar el árbol por sus frutos, y lo que es causa del mal se diga, con todo derecho, que es malo".
Ag.- Lo evidencia la misma materia; ni el matrimonio ni el adulterio son causa del pecado original, porque lo que es bueno en la naturaleza del hombre viene del hombre, criatura de Dios, y lo que es malo y exige un renacer de esta naturaleza viene del hombre. La causa de este mal radica en que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 40. Cuantos con inteligencia lean tus escritos y los míos verán el derroche que haces de palabras inútiles, y todo para dar a las palabras del Apóstol otro sentido. Mas ¿de qué te sirve? Te pregunto: ¿con qué intención invocas el texto del Evangelio cuando habla del árbol bueno, que da buenos frutos, si quieres probar que bueno es el matrimonio y buenos sus frutos, que son los hombres? Confías probar así que los niños nacen exentos de mal, porque el matrimonio es bueno, y un árbol bueno no puede producir frutos malos.
Mas los hombres nacen de hombres, ora sea con la mancha del pecado original, conforme a las palabras del Apóstol: El cuerpo está muerto a causa del pecado 41, ora sea sin culpa alguna, como vosotros enseñáis en contra del Apóstol; y tanto en las uniones legítimas como en las uniones impúdicas, con frecuencia resulta el matrimonio estéril y el adulterio fecundo.
Nosotros decimos que el Señor ha querido insinuar, en la alegoría de los dos árboles, dos voluntades; una buena, que hace al hombre bueno y no puede hacer malas obras, es decir, frutos malos; la otra mala, que hace malo al hombre y no puede producir buenas obras, esto es, frutos buenos. Vosotros, por el contrario, decís: "Al proponer a los judíos el Señor la alegoría de los dos árboles, ha querido hablar de sí mismo"; pues bien, los que desean saber leen el Evangelio y te desprecian.
Enseña el Señor cómo se han de evitar los que vienen vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces; y dice: Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se recogen racimos de uvas de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da buenos frutos, pero el árbol malo da malos frutos. No puede un árbol bueno dar malos frutos, ni un árbol malo dar frutos buenos 42. Según San Lucas, recurrió el Señor a esta alegoría de los dos árboles en unas circunstancias en que deseaba confundir a los hipócritas, como resulta evidente de las siguientes palabras del Señor: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas; y el malo saca cosas malas de su mal tesoro; de la abundancia del corazón habla la boca 43. ¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis vosotros decir cosas buenas, si sois malos? De la abundancia del corazón habla la boca; el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca cosas malas 44.
Reconoce que eres tú el equivocado, no yo. Remóntate a la causa de las obras malas, y siempre encontrarás una voluntad mala; retorna a la causa del pecado original, y encontrarás mala voluntad en el primer hombre, y además una naturaleza creada buena, pero luego viciada.
Niega Juliano el mal natural
22. Jul.- "Esto lo decimos para dar a conocer el fin al que conduce vuestra doctrina. Es incuestionable, a tenor de nuestras discusiones precedentes, que nada hay malo, a excepción de las obras que proceden de una voluntad que actúa contra lo que la justicia prohíbe, y, en todo caso, lo natural nunca puede ser calificado de malo. Permanece en pie esta torre inexpugnable, desde cuya atalaya se rechazaron los ataques de diversos errores".
Ag.- ¿Qué dices? ¿Qué son tus discusiones precedentes sino vanidosa charlatanería? ¿Qué quieres decir con estas paras: "No existe el mal al margen de las obras de la voluntad ejecutadas contra lo que la justicia prohíbe?" ¿Luego no es mal la misma voluntad, si sólo sus obras son un mal? No es lógico que una voluntad mala tenga el poder de realizarlas y, según tú razonas, no es malo el querer del hombre sino cuando no lo puede llevar a la práctica. ¿Quién puede soportar tamaña estupidez o, mejor, locura? Porque, si admitimos que no hay nada malo sino las obras de la voluntad que la justicia veta ejecutar, no se debe considerar un mal cuanto los hombres hacen o sufren contra su voluntad. No será malo lo que el Apóstol tiene como tal cuando exclama: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 45. Ni se podrá considerar un mal el suplicio del fuego eterno, donde habrá llanto y crujir de dientes 46; porque nadie sufrirá voluntariamente un suplicio, porque no es obra del querer realizada contra el dictamen de la justicia, sino que es un castigo infligido contra la voluntad. ¿Puedes pensar estas cosas sin desbarrar miserablemente o, mejor, sin delirar?
¿Qué quieres decir con estas palabras: "Nada natural puede ser calificado de malo?" Pero, sin hablar de los innumerables males físicos que atormentan los cuerpos, ¿no es un mal la sordera nativa, que impide recibir el don de la fe, que hace vivir al justo 47, pues la fe viene por el oído 48? Vosotros mismos, si no fuerais interiormente sordos, oiríais con los oídos del corazón estas palabras del Apóstol: Fuimos un tiempo, por naturaleza, hijos de ira como los otros 49. Pero continuad gritando a los sordos y ciegos de corazón: "No es un mal ser por naturaleza olvidadizos; obtusos por naturaleza; irascibles por naturaleza y por naturaleza lascivos. ¿Por qué, con idéntica seguridad, dirigís estas insensatas palabras a aquellos para quienes la locura natural no es un mal?
Hasta el presente, al negar el mal natural, te ves forzado a elogiar todos los vicios naturales, y afirmas que, aunque nadie hubiera pecado, existirían en el paraíso niños deformes, débiles, monstruosos e incluso locos. Suponemos que tu "predilecta", aunque hace que la carne codicie contra el espíritu, no quedará excluida de este lugar de delicias.
El paraíso pelagiano
23. Jul.- "No interrumpamos ahora lo que es propio de este lugar. Es una evidencia, sutilísimo discutidor, que colmas de elogios y al mismo tiempo acusas de los crímenes más repugnantes una misma cosa, a saber, la naturaleza humana. Una misma obra, idéntica en su finalidad, no puede merecer, a un tiempo, alabanza y vituperio; la misma razón natural no comprende estas contradicciones, en virtud de las cuales, bajo un mismo aspecto, se considera una cosa buena, y esto nunca a causa del mal, bondad que descansa en la dignidad del autor y que sólo es roída por el diente inmundo de los maniqueos. Esto reconocido, pregunto: ¿a qué lugar piensas conducir los nubosos fantasmas del matrimonio? Porque, si confiesas que el matrimonio no da origen al hombre, sino la naturaleza, entonces tampoco es el matrimonio causa de pecado, sino la naturaleza, y el matrimonio, que tú tanto alabas, desaparece.
¿A quién atribuir, pues, lo que tú consideras un mal y yo un bien? Por una parte, si descartas la formación del hombre de la honestidad del matrimonio, para no atribuir a la fornicación esta obra, y, por otra parte, no rehúsas considerar el pecado como una consecuencia del pecado, para no dar la sensación de que condenas el matrimonio en sí, ¿qué queda en el matrimonio digno de elogio? ¿Por qué temes destruir con tus palabras lo que arrasas con tus razonamientos? ¿De qué puede el matrimonio ser causa, si no participa ni del bien ni del mal natural? ¿Será preciso borrar del lenguaje humano las palabras 'matrimonio' y 'honestidad conyugal?' Veo tus profundas angustias; es un deber acudir en socorro de un anciano asmático. Aún queda en el matrimonio algo que puedas alabar; esto exceptuado, imposible encontrar otra alguna. En efecto, puedes decir que el matrimonio monta guardia a la puerta para proteger la honestidad de los esposos contra toda acusación de obscenidad, y así, con su nombre, salvaguardar el pudor del acto conyugal. Sin motivo, pues, has intentado, con hipócrita alabanza, corromper el honor conyugal; a nadie, sólo a ti, has causado mal.
Triunfa el matrimonio de todos vosotros, y no permite que el veneno del falso elogio de lengua maniquea se introduzca en las uniones confiadas a su custodia. Tienen, dice, dignos espacios para exponer su doctrina en las horas nocturnas. Velan los centinelas del matrimonio por el placer de los pudorosos y defienden el honor de la honestidad. Por un privilegio del Apóstol, conserva el matrimonio intacto el honor del acto conyugal y la inviolabilidad del lecho nupcial. A los adúlteros y a los fornicarios los juzga Dios 50. ¿Qué crimen encuentras en la unión de los sexos, si el matrimonio, tal como fue instituido por Dios y del cual tejes su elogio, obedece a un fin asignado?"
Ag.- Cuando dices que el árbol se conoce por sus frutos, era tu intención invocar este texto evangélico en favor del matrimonio, no de la naturaleza. Estas son tus palabras: "Si viene el mal original del matrimonio, la causa de este mal se deriva necesariamente del pacto nupcial, y ha de considerarse malo un pacto por el cual y del cual se derivan malos frutos, porque dice en el Evangelio el Señor: Por su fruto se conoce el árbol 51. ¿Cómo dices se te puede escuchar cuando afirmas que el matrimonio es bueno, si es causa del pecado original, y esto no se puede defender si no se defiende la bondad de sus frutos?"
En estas tus palabras queda claro que con el vocablo "árbol" has querido designar el matrimonio, y por "sus frutos", los niños que nacen de la unión sexual de los esposos. Pero, al no poder sostener tu razonar, porque pueden los niños nacer de relaciones adulterinas, pensaste en refugiarte en la naturaleza, en cuyas profundidades creías poderte ocultar. No tratabas, cierto, de esta naturaleza cuando, ciego, invocabas la alegoría evangélica en relación con la bondad del matrimonio y con la bondad de sus frutos.
Defiende, sí, la naturaleza contra el pecado original; deja en paz el matrimonio; di que la naturaleza es árbol bueno, porque puede engendrar seres humanos, ya sea de uniones legítimas o adúlteras; y di que estos hombres son buenos frutos de un árbol bueno, para no creer en una depravación contraída, en su origen, por generación; y así no necesitan ni de un salvador ni ser redimidos por la sangre derramada para el perdón de los pecados. Continúa tu obra, hereje detestable; llena el paraíso de Dios, aunque nadie pecase, de libidinosos en lucha incesante contra las pasiones de la carne; de los dolores de las parturientas; de llantos, de vagidos, de enfermedades y languideces; de lutos de los moribundos y tristezas de los que lloran. Continúa tu obra, si esto te sienta bien. Según tú, estos castigos son consecuencia de un árbol bueno, que produce buenos frutos en un paraíso de delicias; pero un paraíso pelagiano.
Haces mofa de mis argumentos, ¡oh agudo dialéctico!, y dices: "Que yo he colmado de grandes elogios y manchado con los crímenes más abominables una misma cosa, es decir, la naturaleza humana". En cuanto a mí, no me precio de tener por maestros a un Aristóteles o a un Crisipo, y mucho menos al vacío Juliano, maestro de charlatanes, sino a Cristo, el cual, a no ser la naturaleza humana un gran bien, no se hubiera humanado, y, si esta naturaleza no estuviese herida de muerte por el gran mal del pecado, no hubiese muerto por ella, pues nació y vivió sin pecado.
Con todo, como si no te fuera suficiente la naturaleza humana tal como nace de las uniones legítimas o adulterinas, crees un deber el atacarme sobre el gran bien del matrimonio, y me preguntas qué posición ocupa el matrimonio en las realidades humanas, si es que no se le puede imputar el mal que en nosotros existe, pues no viene de él, sino de nuestro origen, tarado por el pecado; ni el bien que hay en nosotros, porque los hombres pueden ser también fruto de un adulterio. Y como nosotros establecimos una diferencia muy marcada entre la honestidad del matrimonio y la torpeza de las uniones ilícitas, deduces que no existe pecado original preveniente de uniones conyugales; pero no consideras que, si el bien del matrimonio fuese la causa, no tendrían mal alguno los nacidos de padres legítimos; y, por lo contrario, el mal del adulterio sería causa de contraer este mal los niños nacidos de padres ilegítimos. Ocupa, pues, el matrimonio un puesto de honor entre las instituciones humanas no para que nazcan hombres, porque, sin ley alguna matrimonial, los dos sexos se pueden naturalmente unir y procrear, sino para que, mediante una ordenada propagación, nazcan; y si se conocen con certeza las madres por el parto, se comprueba la paternidad por la fidelidad al pacto conyugal y para que tu púdica patrocinada no ronde alrededor de todas las hembras, ejerciendo su imperio tanto más torpe cuanto más licencioso. Y, aunque nazca el hombre en el seno de un matrimonio de padre conocido, no es razón para que no necesite, para renacer, de un salvador y ser liberado del mal que contrae al nacer. No es, pues, la unión conyugal una acción criminal, como calumnias que decimos nosotros, antes hace la castidad de los esposos tanto más loable esta unión cuanto que sólo ella permite hacer buen uso de un mal que tú torpemente alabas.
Los pelagianos son herejes
24. Jul.- "Resuelta ya esta cuestión, mostraré con toda brevedad en qué abismo de ignorancia te has sumergido, tú que hasta ahora pasabas por ser hombre de ingenio muy agudo y sumamente perspicaz. La naturaleza, dices, no el matrimonio, transmite el pecado a los hijos; de donde, por el contrario, resulta que esta mancha viene de la naturaleza, no de la propia culpa; pero finges alabar el matrimonio para no ser tachado de maniqueo; realmente, vituperas la naturaleza, a la que atribuyes un mal que se transmite a cuantos son de ella formados.
¿Posible no hayas oído hablar de reglas dialécticas ni de leyes de sana razón? En todas las categorías abarcan los géneros más que las especies, de las que se derivan géneros subalternos; y más las especies que las partes de que están compuestas; partes que se convierten en géneros que contienen especies átomas, que, a su vez, contienen a los individuos. Atomizar lo inferior no equivale a destruir a lo que está incluido en lo superior. Un ejemplo: 'animal' es un género, y este género comprende en su extensión diversas especies, tales como hombre, caballo, buey, etc.
Si perece una especie, no sufre detrimento el género; un ejemplo: si desaparece la naturaleza de los bueyes, la naturaleza de los restantes animales permanece intacta. Por el contrario, si perece el género 'animal' de la creación, desaparecen todas las especies en él contenidas; no permanecerá ninguna especie de animales si perece el género animal. Así, lo superior y más extenso marca el ritmo e influye en las especies contenidas en su campo de acción; y lo contrario jamás puede suceder, es decir, lo más extenso no participa en las variaciones de las especies subordinadas. Otro ejemplo: en general, la naturaleza humana es un género con atributos diversos y subordinados, que son algo como especies de la naturaleza; por ejemplo: la posición del cuerpo, la armonía de los miembros, su orden y movimiento y otras cosas parecidas. Armoniza sus cualidades en cada una de las especies que abraza; pero esto no puede suceder a la inversa, esto es, la especie no puede ejercer influencia ninguna en el género.
En consecuencia, si se condena la naturaleza y se la considera propiedad del diablo, el matrimonio -que le está subordinado-, la fecundidad y la misma esencia de que consta la naturaleza han de ser también condenadas. Imposible elogiar el matrimonio, realidad natural, si se condena la naturaleza. La belleza de una flor se marchita cortado su tallo. Y para explicarme con más claridad: no se puede decir que la institución del matrimonio es buena si se condena la unión natural de los sexos; lo que en el género se condena, no puede ser alabado en la especie, indivisiblemente adherida al género.
Si, en efecto, usa la voluntad mala de los órganos naturales del cuerpo para cometer actos impuros, el ardor del placer y el semen, que no varían a voluntad de los que se unen, no participan del crimen de la voluntad, más bien facilita a Dios la materia con la cual lleva a efecto su obra creadora; la falta recae sobre el que comete adulterio, no sobre la naturaleza. Cuando discutimos sobre realidades materiales, tú, con estupidez suma, condenas la naturaleza y alabas el matrimonio, siendo verdad irrefutable que el género comunica a su especie cuanto contiene.
En consecuencia, o el uso de la hembra, que el Apóstol llama natural, ha de ser tenido por bueno y legítimo, y entonces es honesto el matrimonio y no existirá pecado natural, o bien se cree que la naturaleza es obra del diablo, transmisora del pecado original, y entonces el caso del matrimonio ha de ser considerado como cosa condenable. Vuestro dogma es no afín, sino abiertamente idéntico al de Manés; y, como dogma funesto, no hay en él verdad, ni honestidad, ni fe, y sólo Manés puede admitir la existencia de un pecado natural. Vosotros sois, en consecuencia, maniqueos, y nosotros católicos".
Ag.- Tú has hablado, con toda certeza, de frutos por los que se conoce el árbol; por esta alegoría crees se ha de entender la prole de los esposos; pero como este fruto puede nacer de uniones adulterinas, te refugias en la naturaleza. Y esta tu fuga no se me pudo ocultar, pues la revelan estas tus palabras que voy a citar. Te diriges a mí y dices: "Con tu habitual perspicacia, tratas de asolar lo que yo había afirmado cuando, apoyado en un texto evangélico, dije que el árbol se conoce por sus frutos; y esto para demostrar, dices, algo evidente, es decir, que el matrimonio no puede ser árbol bueno; y que la misma naturaleza de la que la unión conyugal es secuela no puede atribuirse a la obra de Dios, si es manantial abundoso de crímenes".
Con estas tus palabras dejas abierta la puerta a una escapatoria, a tu fuga. Nombras el matrimonio, y en seguida añades y dices: "La naturaleza, cuyo complemento es la unión de los cónyuges". Haces, pues, una distinción entre estas dos realidades; la naturaleza, como lo has suficientemente demostrado, es una cosa, y otra el matrimonio, que en su unión íntima completa la naturaleza. ¿Por qué luego dices que la naturaleza es el género, y el matrimonio su especie? ¿Por ventura puede completarse un género por un acto de su especie? No, en verdad. Animal es un género que no puede ser completado por obra del hombre, del caballo, del buey o de otro cualquier animal, especies todas del género animal.
Y, aunque perezca una de las especies, el género que contiene dicha especie subsiste, como tú mismo has dicho. Género que no subsistiría en su integridad si por la acción de la especie desaparecida se completase. No es más género si a él pertenecen muchas especies, ni es menos género si son pocas, pero no subsiste el género si perecen todas sus especies. No es, pues, el matrimonio la especie, y el género la naturaleza, si se completa la naturaleza por obra del matrimonio. Así como la agricultura no es una especie de la mies, aunque la mies se complete por la sementera del labrador. No es, pues, el género la naturaleza, y el matrimonio su especie; y del mismo modo deberías decir que todo matrimonio es naturaleza. Exacto, todo caballo es un animal, pero no todo animal es un caballo, por la sencilla razón de que el animal es el género, y el caballo una especie.
No es el hombre autor de la naturaleza, si bien nos diga la Escritura que la mujer ha sido unida al hombre por el Señor 52, aunque esta unión, cuando es honesta, no se realiza sin la ayuda de Dios. Pero ¿quién ignora que el matrimonio es obra del hombre? Por consiguiente, si el matrimonio no es naturaleza, porque el hombre no es autor de ninguna naturaleza, el matrimonio es obra del hombre. En consecuencia, el matrimonio no es una naturaleza ni puede, bajo ningún aspecto, ser especie de un género inexistente. Pertenece, pues, el matrimonio a las costumbres de los hombres, y los hombres a la naturaleza. Es lícito condenar lo que tiene de malo una naturaleza viciada y alabar las costumbres de los que honestamente usan bien de lo que hay de bueno o de malo en esta naturaleza. Alabo el matrimonio, pero líbreme Dios de alabar el mal que hace a la carne codiciar contra el espíritu; mal que es imposible sea borrado si no es por el sacramento de la regeneración y en el que elogiamos el buen uso del acto conyugal.
En consecuencia, la mancha del pecado original se contrae no mediante una mezcla de una naturaleza extraña con la nuestra, sí por la depravación de la nuestra; este dogma es católico, no maniqueo, y vosotros, al negarlo, sois unos herejes.
Perfidia de Juliano
25. Jul.- "Para esquivar la odiosidad que suscita este nombre, en vano mencionas diversas herejías. Dices: 'Los arrianos llaman sabelianos a los católicos, aunque distingan los católicos tres personas en la unidad de naturaleza; tú nos das el nombre de maniqueos, y esto aunque no digamos que es el matrimonio un mal, pero sí decís que el mal ha sido transmitido a todos los hombres por la misma condición de la naturaleza' 53. No dudo que tus argumentos servirán de risa a los hombres sabios. En efecto, así como falsamente llaman los arrianos a los católicos sabelianos, pues nosotros distinguimos sin confusión alguna y sin división de esencia, la persona del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y estúpidamente nos reprochan no admitir distinción entre los tres, lo mismo nosotros, los católicos, os acusamos, con todo derecho, de maniqueos, porque vuestra doctrina nos fuerza a daros este calificativo.
Admiten los maniqueos la existencia de un mal natural, y natural lo llamáis también vosotros. Dicen los maniqueos ser la libido plantación del diablo, y tú, con tus múltiples argumentos, lo confirmas. Dicen ellos que no es suficiente el libre albedrío para evitar el mal, pues es natural; tú, con las mismas palabras, hablas de un libre albedrío que nos permite obrar mal, pero no puede abstenerse de obrar mal. Dice Manés que es maldito el semen humano; tú te esfuerzas en demostrarlo por la autoridad de las Escrituras. Dice Manés que la maldad del hombre es incorregible; tú vociferas ser así, pero añades que sólo Adán tuvo una naturaleza mejor. Dice Manés en una carta a Patricio que Adán fue mejor que sus descendientes, pues lo formó Dios con la flor de la sustancia primera; tú dices que la unión sexual, a causa de los movimientos naturales, es diabólica y que el diablo tiene derecho a poseer a los hombres por ser frutos de un árbol plantado por él. Esto dice Manés, del que tú lo aprendiste y lo enseñas. Dice Manés que el matrimonio y la naturaleza son malos; tú dices que el matrimonio es bueno, culpable la naturaleza. Tú eres en este punto menos religioso, él, más agudo.
Así como es falso cuando los arrianos acusan de sabelianos a los católicos, es muy verdadero lo que dicen los católicos de los traducianistas, que son maniqueos; y la distinción que establecéis entre vosotros y ellos es ilusoria y no viene de vuestra fe, sino de vuestra ignorancia. Existe, pues, identidad de doctrina entre ti y Manés; pero él es menos descarado, tú de inteligencia más apagada. No es fácil encontrar otro Manés u otro Melitides como tú que se atreva a condenar la naturaleza humana y a no difamar el matrimonio".
Ag.- Todo el que lea y entienda mi segundo libro verá por qué hice mención de arrianos y sabelianos y se dará cuenta de tu perfidia al no querer mencionar cuanto sobre esta materia escribí. Te dije: "Como los arrianos, al querer huir del sabelianismo, dieron en algo peor, pues osaron distinguir en la Trinidad no las personas, sino las naturalezas, así los pelagianos, al esforzarse por evitar la pestilente doctrina de los maniqueos, inventaron, a propósito del matrimonio, una doctrina aún más pestilente, pues, según ellos, no necesitan los niños, del médico Cristo" 54.
Estas palabras mías y la intención del que las escribió la debieras haber comentado si de alguna manera hubieras querido contestarme; al omitirlas, te dices a ti mismo lo que quieres y, olvidando refutar lo que dije, puedes dar la impresión de responderme al no dejar de hablar. Dices ahora que siento lo mismo que los maniqueos. Te equivocas de medio a medio; o, mejor, a los que puedes, engañas. Dicen los maniqueos que el mal es coeterno a Dios; mal que, según ellos, es sustancia o naturaleza extraña, imposible de convertirse en buena ni por sí misma ni por el poder del Dios bueno.
La mezcla de este mal inmutable manchó y corrompió el alma buena, que ellos se atreven a considerar como naturaleza del Dios bueno. En consecuencia, el hombre, en cualquier edad, necesita de un salvador que lo purifique, reintegre y libre de su cautiverio. Por el contrario, vosotros, al querer huir de la perversidad de los maniqueos, os precipitáis en la sima tenebrosa de otra impiedad; pues, al afirmar que los niños están exentos de todo mal, declaráis que no tienen necesidad de un salvador, y así favorecéis a los mismos maniqueos, a los que, no sé por qué círculo vicioso, queréis evitar; negáis el mal en nuestra naturaleza viciada y autorizáis la atribución a una naturaleza extraña del mal que con razón creéis se encuentra evidentemente en los niños.
La Iglesia católica evita igualmente el error de maniqueos y pelagianos, y enseña que el mal no es sustancia o naturaleza, pero que nuestra naturaleza, al no ser naturaleza o sustancia de Dios, quedó viciada por el mal voluntario de un solo hombre, y este mal lo transmitió a todos los hombres. Declara también que este mal no es incurable para Dios, pero para sanar necesita de un salvador en todas las etapas de su vida. Por consiguiente, no podemos estar de acuerdo con los maniqueos ni acerca del pecado natural, ni de la libido de la carne, ni del libre albedrío, ni de la semilla maldita, de la incorregibilidad de la malicia, de la naturaleza del primer hombre, de la unión de los sexos, ni del poder diabólico sobre el hombre; además, ellos admiten dos naturalezas o sustancias eternas, una buena y otra mala, eternas, sin principio temporal; pero siendo, en no sé qué época, mezcladas, y esto para no vernos forzados a decir, entre otras absurdas locuras, que Dios tiene una naturaleza capaz de ser manchada y corrompida.
Afirmas que yo sólo declaro el matrimonio bueno, y culpable la naturaleza; sin recurrir a otros muchos testimonios, invoco el de Pablo, el apóstol, al que tú mismo consideras panegirista del matrimonio; pues bien, al hablar del reato original de nuestra naturaleza, dice: El cuerpo está muerto por el pecado. Te cito además uno de los intérpretes, mi maestro, el católico Ambrosio, que teje el elogio del pudor conyugal y dice, sin embargo: "Todos nacemos en pecado y su mismo origen está viciado" 55. Hombre calumniador, discutidor, lenguaraz, ¿qué más deseas?
Sentido abusivo
26. Jul.- "Ya se ha discutido bastante contra esas bagatelas; vengamos ahora a una cuestión muy compleja que arriba ya mencioné, y que por su sutileza engañó a tu maestro. En lugar de responder a nuestra dificultad, tratas de esquivarla planteando otra cuestión aún más difícil. En efecto, después de enseñar que, incluso en los hombres de edad más avanzada y que cometen el mal voluntariamente, ha lugar el elogio de la naturaleza, inocente en su fuente, y se condena, con derecho, el camino errado de las obras, y ya demostré que existen dos puntos que pueden dar lugar a esta contradicción: uno en los niños, esto es, en la naturaleza, pues voluntad aún no tienen; y este primero puede atribuirse a Dios o al diablo; y he concluido que, si la naturaleza es obra de Dios, no puede encontrarse en ella mal alguno; pero, si es obra del diablo a causa de un mal en ella innato, entonces es imposible atribuir la formación del hombre a Dios.
Al llegar a este pasaje, con tu fe acostumbrada me contestas que mi conclusión era verdadera, pero que en los niños existen dos cosas, a saber, la naturaleza y el pecado. Pero el pecado, si recuerdas la definición dada por mí, no es otra cosa que la voluntad de retener o admitir, con libertad de opción, lo que está prohibido por la justicia. Luego el pecado no es otra cosa que una elección de la voluntad mala. A esto respondiste, ¡oh Epicuro de nuestro tiempo!: 'En los niños existe pecado, no voluntad'. En mi cuarto libro hago ver la infamia de este tu aserto. Al decir en dichos pasajes que, si el pecado viene de la voluntad, mala es la voluntad que comete pecado; pero, si el pecado viene de la naturaleza, mala es la naturaleza que peca. Me pones una objeción que ciertamente no es tuya, pues cuando me encontraba en Cartago, ya me fue hecha por un tal Honorato, amigo tuyo y, como tú, maniqueo, como lo indica vuestra correspondencia.
Hago mención de todo esto sólo para probar que esta cuestión ha siglos indujo a error a Marción y a Manés. He aquí el pecado, es la naturaleza la que es mala si comete pecado, lo que dices contra mis posiciones: Si está en la naturaleza 'Le pregunto, responda si puede; la evidencia nos demuestra que las obras malas vienen de una voluntad mala y son como fruto de un árbol malo; y una voluntad mala, es decir, un árbol de frutos dañados, le ruego me diga de dónde viene. Si de un ángel, ¿qué es un ángel sino una obra buena de Dios? Si viene del hombre, ¿qué es el hombre sino una obra buena de Dios? Y si la obra mala del ángel viene del ángel y la del hombre del hombre, ¿qué eran el ángel y el hombre antes de nacer en ellos este mal sino una obra buena de Dios y una naturaleza buena y digna de elogio?
Luego el mal viene del bien y sólo del bien pudo nacer. Llamo voluntad mala a la que no precedió ningún mal; no las obras malas, que sólo pueden venir de una voluntad mala, como frutos dañados de árbol carcomido. Sin embargo, como el bien es obra de un Dios bueno, la voluntad mala no puede venir del bien sino porque este bien surgió de la nada y no de Dios. ¿A qué, pues, viene decirnos: 'Si la naturaleza es obra de Dios, la obra del diablo no puede pasar por la obra de Dios?' La obra del diablo, cuando al ángel lo hizo diablo, ¿no surgió de la obra buena de Dios? Y si el mal inexistente pudo nacer de la obra de Dios, ¿por qué el mal, que ya en alguna parte existía, no pudo pasar por la obra de Dios? ¿No son los hombres obra de Dios? Sin embargo, pasó por todos los hombres. Es decir, la obra del diablo ha pasado por la obra de Dios; y para decir lo mismo con otras palabras, la obra de Dios pasó por la obra de la obra de Dios 56.
Todas estas citas tan extensas que he puesto, tomadas de tus discursos, nos descubren la fuente y origen del antiguo error. No hay en tus palabras nada más sutil y nada en tus disquisiciones más embrollado. En todos los campos de la controversia te has defendido, pero sales derrotado por las armas de la verdad, implacable en todas las posiciones en las que has ensayado mantenerte, y has caído en la fosa cavada por los maniqueos para sus tenebrosas maquinaciones. Reconoces, sin embargo, la dificultad de la cuestión que nos ocupa cuando escribes: 'Le pregunto, responda, si puede...' Y como los dos reconocemos que la materia es difícil, ruego al lector me preste toda su atención. Podrá seguir sin trabajo cuestiones que la naturaleza hace sutiles, pero que espero, con la ayuda de Cristo, esclarecer. Me preguntaste de dónde viene el mal. Te pregunto de qué mal hablas, pues el vocablo es común a la culpa y al castigo. Y es un abuso llamar al castigo un mal, pero está, por la sentencia que lo condena, justificado. Responde que hablas de la culpa, no del castigo".
Ag.- Realmente, en cuanto es posible, has sacado a luz tu estupidez. Confiesas es un mal el pecado y dices que no es un mal, pero, en sentido abusivo, se llama mal arder en el tormento del fuego eterno. Esta es la razón egregia de tu absurdidez: "El suplicio, dices, se llama mal 'en sentido abusivo', pero está justificado por la gravedad del juicio que lo impone". Si, al hablar de esta guisa, aprecias el suplicio del condenado no por el sufrimiento en sí, sino por la justicia del que condena, di con toda franqueza que el tormento es un bien, pero que sólo en sentido abusivo es un mal. El suplicio es, en efecto, castigo del pecado, y el castigo de un pecado es justo. Y todo lo que es justo es un bien, luego el tormento es un bien.
¿No ves que, si no distingues entre el condenado y el que condena para probar que la condenación es un tormento y castigo del pecado, es una obra buena del que condena y un gran mal para el condenado? ¿No ves, repito, que, si no haces esta distinción racional, te ves obligado a decir que los hombres, por sus malas obras, llegan no sólo a sufrir males más graves, lo que es verdad, sino que llegan a la posesión de los bienes, afirmación tan falsa y vacía que pensar así es un mal tan grande como el ser herido de ceguera en el corazón? Luego no se llama mal en sentido abusivo; es un mal verdadero para el que lo sufre y un bien para el que castiga, pues es de justicia castigar al pecador. Y, si no quieres necear, acepta esta distinción.
Existencia del mal
27. Jul.- "Me preguntas de dónde viene este mal, mal verdadero, es decir, el pecado. Te respondí que no tiene sentido buscar el origen de una realidad si no existe de ella una definición concreta. Veamos primero si existe; luego, qué es; por último, de dónde viene. Es lo que hice en el primer libro de este opúsculo. Seguro, en parte, veamos si existe el mal".
Ag.- Si dices que el mal existe y yo lo niego, la cuestión a discutir entre nosotros sería si el mal existe, y tú te impondrías la obligación de probar su existencia, porque yo la niego; pero como ninguno de los dos lo niega ni lo pone en duda, ¿por qué proponer una cuestión por los dos admitida si no es por el placer de hablar, y no para dejarte convencer por mis palabras, sino para tener ocasión de gloriarte de la multitud de tus libros?
De dónde viene el pecado
28. Jul.- "Los vicios frecuentes y los juicios severos testifican la existencia del mal. Consta, pues, que existe el pecado. Pero ¿qué es? ¿Un cuerpo compuesto de muchas partículas, o un ente simple, como un elemento, o algo que nuestro pensamiento separa de todo esto? -No en verdad. -¿Qué es, pues? Un deseo de la voluntad libre que la justicia prohíbe, o, para servirme de mi primera definición, la voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe y de lo que uno es libre de abstenerse. Examina si, al margen de los términos de esta definición, existe alguna cosa que caracterice el pecado, para no buscar en otra parte lo que ya hemos encontrado.
En consecuencia, consultemos la justicia del juez, para ver si su testimonio nos demuestra con claridad si todos los géneros de pecado están comprendidos en estos límites. '¿Puede Dios imputar como pecado lo que sabe es imposible evitar?' No sería entonces justicia, sino suprema iniquidad, y, lejos de castigar el pecado, no haría sino multiplicarlos. Un juez justo castiga siempre la culpa; pero si, por un abuso de la justicias la falta recae sobre el mismo juez, es la falta la que se venga del juez y no éste el que la castiga. Por ende, la justicia no imputa como pecado una falta que no somos capaces de evitar. Y libre sólo se puede llamar lo que proviene de una voluntad emancipada en derecho de la inevitable violencia de los apetitos naturales. Feliz conclusión. Pecado es la voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe y de lo que podemos con entera libertad abstenernos.
Resueltas estas cuestiones, pasemos a investigar de dónde viene el pecado. Esto, evidentemente, no lo podíamos hacer antes de sentar estas definiciones. '¿De dónde viene el pecado?' Respondo: de la voluntad del que obra con libertad".
Ag.- Es la voluntad del que libremente actúa la que hace decir al Apóstol: Si hago lo que no quiero, ya no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí 57. Cuando preguntas de dónde viene el pecado y respondes: "De la voluntad del que actúa libremente", ¿ves cómo piensas en el pecado, que no es, al mismo tiempo, castigo del pecado? Cuando hace el hombre algo que no quiere y que el Apóstol llama pecado, no entra en la órbita de tu respuesta ni en la definición que das de pecado al decir: "Pecado es hacer lo que la justicia prohíbe y de lo que somos libres de abstenernos". ¿Dónde está la libertad de abstenerse cuando grita el Apóstol: Hago lo que no quiero? 58 Uno fue el pecado de la naturaleza humana cuando era libre de abstenerse de pecar, y otro ahora el pecado perdida la libertad, al necesitar del auxilio de un salvador. Y lo que entonces era simplemente pecado, es ahora también castigo del pecado.
Imputación del pecado
29. Jul.- "Veamos si la definición que yo he dado obtiene los votos favorables de todos. No hay hombre sabio, ningún católico, que pueda ciertamente dudar de que no hay otro pecado que el que se puede evitar, ni otra justicia que aquella que imputa al hombre que condena la falta que cometió por su propia voluntad, cuando podía evitarla".
Ag.- De hecho, se imputó el pecado al primer hombre porque, si quisiera, podía evitarlo; pero su pecado, al viciar la naturaleza de sus descendientes, necesita de un salvador para poder evitar el pecado cuando se llega a una edad en la que el hombre puede hacer uso de la razón. Antes de esta edad existe en él una culpa contraída en su nacimiento, y sólo puede ser borrada por un renacimiento. Vosotros, al negarlo, abiertamente proclamáis que Jesucristo no es Jesús para los niños; y, según el testimonio del ángel, fue llamado Jesús, porque salvaría del pecado a su pueblo 59, en el que no queréis incluir a los niños.
Diferencias entre la doctrina católica y la herética
30. Jul.- "Para nosotros, estas cosas no son dudosas, pero maniqueos y traducianistas están de acuerdo en rechazarlas. Veamos, pues, lo que dicen. Escribe Manés: 'El pecado es natural'. Consiente Agustín en que es natural el pecado. Los dos se apartan de la definición que di anteriormente y se unen para declarar que el pecado es natural al hombre.
Veamos también qué dicen sobre la naturaleza del pecado, es decir, en qué consiste la esencia del pecado que ambos llaman natural, y veamos si disienten sobre otras cuestiones. ¿Qué escribe Manés a su hija? Que la concupiscencia de la carne o el placer de la fecundación es obra del diablo, y la razón que da es que se evitan las miradas del público. ¿Qué dice Agustín? Lo mismo punto por punto. 'La concupiscencia de la carne, dice, es como un renuevo del diablo, causa y ley del pecado. Evita la luz del día y busca con pudor lo secreto' 60. Luego ambos están de acuerdo en las cuestiones primera y segunda en relación con el pecado. ¿Y en la tercera? Esta cuestión consiste en saber de dónde viene el mal. 'De la naturaleza de las tinieblas', dice Manés. Y ¿qué dice Agustín? Quizá exagere un poco este maestro mío al decir que el mal nunca empezó, porque empezó el mal por la voluntad del primer hombre, o mejor, por voluntad de una criatura superior, la angélica; pero a partir de entonces se hizo natural. Con toda autoridad te llama al orden tu maestro.
¿Qué sentencia pronunciará contra ellos un católico? Que el maniqueo es, sin duda, muy estúpido, pues cree en un pecado natural; mas, comparado con el ingenio de Agustín, es más inteligente. ¿No están los dos de acuerdo en que existe un pecado natural y que este pecado que invade todo el género humano es único en su especie? Pero viene luego a decirnos el discípulo que sólo en el hombre se puede considerar natural este pecado y lo proclama innato en todos los hombres. Es como para hacerle pasar bajo las varas destinadas a los niños o enviarle a su maestro, más consecuente en sus blasfemias, y a excluir a maestro y discípulo de la sociedad de los hombres piadosos. ¡Mira hasta dónde llega nuestra indulgencia! No te agrada que diga Manés que existe un pecado natural; confiesa que nadie al nacer es culpable, y escaparás así a toda crítica rehusando admitir la existencia de un pecado original; y, si guardas silencio, confiesa que no quieres separarte de tu maestro ni unirte a los católicos".
Ag.- ¿Por ventura no debemos decir que el mundo fue creado por Dios bueno, porque lo dice Manés? Pero cuando preguntamos de qué lo hizo, empieza el desacuerdo. Nosotros decimos que lo hizo del no-ser, porque él lo mandó, y fue hecho. Dice Manes: "Dios hizo el mundo de dos naturalezas, una buena y otra mala; naturalezas que no sólo existían ya, sino que siempre existieron". No podemos nosotros estar en este punto de acuerdo con ellos ni con sus aliados, aunque estemos en otro punto. Si se nos pregunta si hay un Dios, nosotros y los maniqueos respondemos: "Sí, existe un Dios", y en esta materia nos distanciamos del necio, que dice en su corazón: No hay Dios 61.
Pero si me preguntas: "¿Qué es Dios?" Estamos en completo desacuerdo con los maniqueos y con su dogma criminal y mítico. Nosotros defendemos la existencia de un Dios incorruptible; imaginan ellos un Dios corruptible. Si se nos pregunta acerca de nuestra creencia sobre la Trinidad, diremos, con ellos, que el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son un sola naturaleza; sin embargo, nosotros no somos maniqueo ni ellos católicos, porque tienen doctrinas muy diferentes a las nuestras sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y por eso somos adversarios suyos. Oponemos doctrinas que nos son comunes a los errores de los que las niegan, sin temor a que nos llamen maniqueos y se prefieran a nosotros porque admitimos, con los maniqueos, ciertas doctrinas que nuestros adversarios no quieren aceptar, y por eso nosotros tenemos que combatirlos.
Por ejemplo: un arriano es hereje porque no admite, con nosotros, que en la Trinidad hay una sola esencia, verdad que con nosotros, confiesa Manés; y vosotros sois herejes al no creer con nosotros en la existencia de un pecado natural, dogma que, con nosotros, cree Manés; mas no por eso somos maniqueos; nosotros decimos lo que él dice, pero no en el sentido que él lo dice. Decimos que nuestra naturaleza, buena en sí, fue viciada por el pecado voluntario de aquel de quien traemos el origen y que, al nacer todos bajo el signo del pecado, nuestro nacimiento está, como dice Ambrosio, viciado. Supone Manés en nosotros una naturaleza mala, extraña a la nuestra, y su mezcla nos hace pecar. Por último, para sanar nuestra naturaleza ofrecemos a nuestros niños un salvador. No cree Manés que Cristo sea necesario para sanar nuestra naturaleza, sí para separar de nosotros esa naturaleza extraña. Ves, pues, cuánta es la diferencia entre uno y otro, aunque, de común acuerdo, creamos en la existencia de un pecado natural.
Estamos igualmente de acuerdo en reconocer como mala la concupiscencia de la carne, carne que codicia contra el espíritu; pero, cuando se trata de averiguar de dónde viene este mal, discrepamos por completo. Con Ambrosio, reconocemos nosotros que este afrentoso combate entre carne y espíritu se instaló en nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre; Manés y sus partidarios sostienen que esta discordia entre carne y espíritu viene de haberse unido a la nuestra una naturaleza extraña, siempre mala. De esto se deduce que pidamos nosotros un salvador para sanar este mal nuestro; él, para arrancar de nosotros esta naturaleza extraña, imposible de sanar. ¿No ves tampoco en este punto la distancia que nos separa de Manés cuando decimos que la concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es mala?
¿No ves cómo no somos maniqueos, aunque admitamos algunas de sus verdades, y que vosotros sois herejes por rehusar admitirlas con ellos? Si dijeseis con ellos que estos males son naturales y que con nosotros profesáis, contra ellos, de dónde vienen estos males y que no son una naturaleza coeterna a Dios, no seríais herejes pelagianos; pero, al negar que la concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es mala y que pertenece a nuestra naturaleza viciada, les forzáis a decir que viene de una naturaleza extraña, y así sois nuevos herejes, favoreciendo a los herejes antiguos, de los que perversamente huís.
Deja de oponerme a Manés como maestro y abraza conmigo la doctrina de Ambrosio; mira a los arrianos y trata de imitarlos en lo que son más sabios que tú; ellos, al menos, nos motejan de maniqueos, aunque digamos con ellos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen una misma naturaleza, objeto de tan vivas controversias entre los arrianos y nosotros.
La naturaleza creada y la posibilidad de pecado
31. Jul.- "Pensabas era objeción insoluble decir de dónde viene la mala voluntad en el primer hombre o en el diablo, creado ángel; nació, dices, en la obra de Dios, es decir, en el hombre o en el ángel, porque fueron creados de la nada. Mira no nos lleves, por otro camino, a admitir la eterna necesidad del mal. Porque si la causa de nacer el mal en la obra Dios es porque fue hecha de la nada, antes de existir esta obra, siempre la nada existió; esto es, antes de ser algo, era nada; luego desde la eternidad no era lo que no existía antes de ser la obra de Dios, sustancia única y sin principio; y este vacío, es decir, esta nada, antes de la existencia de las cosas, existió siempre.
Por consiguiente, esta nada no fue hecha; son las criaturas las que han sido hechas, y es entonces cuando dejó de ser la nada. Y en esta criatura creada de la nada y porque ha sido de la nada creada es por lo que, según tú, tuvo principio el mal. Y a este origen imputas tú el mal que nació en el hombre y a este origen, es decir, a esta nada, atribuyes la causa del pecado; porque el origen de este mal en el hombre no viene, dices, de que el hombre haya sido formado por Dios, sino porque fue hecho de la nada. Si, pues, el origen del mal de algo que es exigido por la condición misma de la nada precedente, y si esta nada es eterna, por distintos caminos coincides con Manés y quedas encepado en la misma trampa que tu maestro, confesad los dos que el mal es eterno; pero en esto él se muestra más lógico que tú, pues admite la existencia de un pecado natural y al mismo tiempo asigna eternidad a la sustancia de las tinieblas, que, sin el consentimiento de la voluntad, pone un mal en el pecador. Dio así autor a una cosa de la que hace una necesidad para que el mal que arropa y penetra la sustancia sea contraído por violencia. Pero tú, de ingenio plomizo, afirmas la necesidad del mal, sin reconocer la necesidad de una autoría, y en los niños y en el primer hombre dejas sin obrero la obra, pues ignoro cómo se puede entender esta nada con un gran poder, pues es nada".
Ag.- Tú nada vales, pues afirmas que la nada, siendo nada, vale algo. No comprendes que cuando se dice que Dios creó de la nada lo que creó, es como si dijera que no lo hizo de su sustancia. Antes de crear Dios cosa alguna, al crearla no es a él coeterna. De la nada viene lo que no viene de algo porque, aunque Dios hizo unas cosas de otras, de las que se sirve habían sido creadas de la nada. Pero ninguna criatura podría pecar si hubiera sido hecha de la sustancia de Dios; mas entonces no habría sido hecha, sino que al ser, lo sería toda de él, como lo son el Hijo y el Espíritu Santo, pues de él son uno naciendo, el otro procediendo, sin que el Padre sea anterior a ellos. Y esta naturaleza no puede en absoluto pecar, porque no puede dejar de ser lo que es, ni encontrar otra naturaleza mejor a la que poder adherirse, y cometer así, por abandono, un pecado. Sin embargo, la criatura racional no fue hecha de manera que el pecar sea en ella una necesidad. Y no tendría ni posibilidad de pecar si proviniese de la naturaleza de Dios, porque la naturaleza divina ni quiere poder ni puede querer pecar.
Voluntariedad del pecado
32. Jul.- "Esta nada, de la que han sido hechas todas las cosas, afirmas ser causa de pecado. Esta nada, según tú, tiene el mismo poder que a los ojos de Manés tiene el príncipe de las tinieblas. Los dos proclamáis la necesidad del primer pecado; pero, al menos, da Manés una razón más sólida, aunque mala; la que tú avanzas es vana y perversa; él reconoce violencia en la sustancia; tú, en la nada. A este término conduce tu silogismo: la nada, antes de ser creada creatura alguna, era la nihilidad absoluta; la nada cesó al aparecer el primer ser; deja de ser nada cuando empieza a ser algo. La misma nada, cuando era, no era, pues la inteligencia nos dice que la nada sólo puede ser nada cuando nada existe. Mas, cuando es hecha alguna cosa, la inanidad, el vacío, es decir, la nada, por lo mismo que nunca tuvo ser, pierde hasta el nombre, y acaece que lo que nunca había existido en realidad, no tiene nombre. Será por el poder de esta nada como, según tú, habría surgido el mal en el ángel y en el hombre. ¿Se puede decir algo más sin sentido?"
Ag.- Digamos eres tú el que pareces furioso por tu afán de maldecir. No hablé nunca de la violencia de la nada, porque lo que no es, no puede ser violento. Ni el ángel ni el hombre han sido obligados a pecar por fuerza alguna; no pecaran de no haber querido pecar, pues podían no querer pecar. Mas ni el mismo poder pecar no lo tendrían si fueran de la misma naturaleza de Dios.
Fantasía de Juliano
33. Jul.- "Una misma cosa que no es, tiene, según tú, un gran poder, por lo mismo que no es; pero esta fuerza tiene gran poder después de perder hasta el nombre; y esta nada adquiere gran fuerza cuando, con su nombre, desaparece".
Ag.- Si la nada puede llegar a ser algo, se puede decir que tiene en ti gran poder, pues la vanidad o la falsía te dominan hasta graznar vaciedades.
Habla mucho de la nada
34. Jul.- "¡Bravo, oh sabio! Con reglas de una nueva dialéctica inventada por ti, arropas la menor de las premisas en la negación de la mayor, y compones un tronco sin cabeza. No sentimos celos por estas sutilezas tuyas. Lejos de esto, sentimos compasión de la humanidad cristiana, pues te vemos principiar tu dogma por la culpabilidad de los inocentes y desembocar en la nada".
Ag.- Tú sí que has llegado a la nada, en la que encuentras tus delicias, y de la que no aciertas a distanciarte o no quieres retornar. Me acusas de haber dicho que la nada es algo, y esto para poder hablar mucho de la nada.
No hay pecado necesario
35. Jul.- "¡Oh lucidez y elegancia de mi adversario! 'No dice que el mal surgió en el hombre porque es criatura de Dios; sí, empero, porque fue de la nada creado'. Hemos ya demostrado la gran agudeza de su ingenio, capaz de dotar de poder a la nada. Si la discusión anterior no basta, voy a probar que el mal primero no pudo ser contraído por la voluntad del pecador, si la condición de un ente que brota de la nada es causa eficiente que exige este mal".
Ag.- No exige la condición de un ser que viene de la nada nacer en pecado, pues para que algo sea necesario precisa primero existir. Ni el ángel ni el hombre, en los que surgieron los primeros pecados, fueron forzados a cometerlos; pecaron porque quisieron, podían no querer; sin embargo, no hubieran podido querer si hubieran tenido naturaleza divina y no fuesen de la nada formados.
La nada no puede ser eterna
36. Jul.- "Has vestido, pues, la naturaleza del mal primero; pero la haces más vacía que Manés, pero eterna, como él. Mas sobre esto no vamos a discutir. El pacto que os une es evidente; es la cadena de un mal natural y de un mal eterno".
Ag.- ¡Eres muy necio! Lo que no es, no puede ser eterno. No hay eternidad para lo que no existe. En una palabra, no puede ser eterna la nada.
La nada no es
37. Jul.- "He actuado en esta disputa con toda mi buena fe posible, pero la razón ha triturado los argumentos que habías aducido; es decir, que la mala voluntad nació en la obra de Dios porque el hombre fue creado de la nada. Demostré que, si bien con otras palabras, dices lo mismo que Manés imaginó y creyó; esto es, que el primer pecado fue engendrado eterno por la violencia de las tinieblas".
Ag.- Te dije ya que la nada no puede ser eterna. ¿Por qué me comparas con Manés, si él asigna al poder de las tinieblas eternas la génesis del primer hombre? Y a estas tinieblas atribuye una sustancia; y no puedo atribuir yo poder alguno a lo que no existe, como si quisiera restablecer unas tinieblas eternas, es decir, la eternidad de lo que no es. No puedo, pues, atribuir sustancia a la nada, ni tampoco puedo reconocer en manera alguna, como ya dije, ni poder ni eternidad a la nada. Pierdes el tiempo al querer objetarme lo que no es.
Pone Juliano cerco a la verdad
38. Jul.- "Para que al verte descubierto no intentes una escapatoria y digas que no dijiste que el mal surgió en la obra de Dios porque fue creada de la nada, sino que has dicho que pudo nacer el mal por haber sido formada de la nada, voy a demostrar cómo quedas enredado en lazos más inextricables. Si dices que has imputado la posibilidad, no la necesidad del mal, al poder de la nada eterna, te respondemos que el origen de la voluntad mala en el hombre no es otra cosa que un efecto del libre albedrío; de ahí que haya podido querer la voluntad el mal como pudo querer el bien; esta libertad es la actividad de la razón, que se reflecta sobre ella misma, y por eso se dice que el hombre fue formado a imagen de Dios y es superior a todas las criaturas. Si la voluntad mala ha podido nacer en el hombre, esto no es otra cosa que el libre albedrío, y es por el poder mismo de este libre albedrío por lo que el hombre es superior a todos los animales; tú declaras que esta posibilidad del mal en el hombre viene no de que fue formado por Dios, sino porque fue hecho de la nada; por un nuevo prodigio dogmático, confiesas que la nada, esta antigua inanidad, es, en el hombre, causa de este gran bien que es el libre albedrío.
Por ultimo, para poner luz en esta cuestión, ésta es mi concisa pregunta. Has dicho: 'La voluntad mala no puede surgir en el hombre como obra de Dios sino porque fue hecho de la nada'. Esta posibilidad de querer en el hombre, ¿crees que es un bien o un mal? Si contestas: 'Un bien', no es Dios, sino la nada, la causa de este bien; pero si reconoces lo absurdo de esta afirmación y declaras que es un mal, pues no quieres se atribuya a Dios, sino a la nada, te ves forzado a confesar que no hemos luchado contra ti con malicia, sino que con toda franqueza y buena fe hemos triturado en la discusión la mala fe de tu dogma. Es, pues, incuestionable que Manés y tú imputáis la voluntad mala, en el primer hombre, a la eterna necesidad de su origen".
Ag.- ¿Qué puedo responder a esta tu manera de ver las cosas? Te esfuerzas, en vano, en poner cerco a la verdad, como si respondieras a mis palabras, cuando en realidad no respondes a mis palabras. Discutes como si yo hubiera dicho: "No viene del bien la voluntad mala". No he dicho esto. Yo dije: "La voluntad mala no pudo nacer del bien, porque el bien es obra del Dios bueno; sino porque esta obra viene de la nada y no de la naturaleza de Dios". Estas son mis palabras, como tú mismo las has reproducido. Me respondes como si yo hubiera dicho: "Sin embargo, la voluntad mala no viene". Yo dije: "Sin embargo, no pudo venir". Tú discutes contra uno que ha dicho: "Si la necesidad del mal nació de un bien, es porque este bien fue formado de la nada por Dios y no viene de su divina sustancia". Yo no atribuí a semejante causa la necesidad del mal, sino su posibilidad. No escribí: "Es por esto por lo que el mal nació..."; sino: "Es por esto por lo que el mal ha podido nacer del bien". Tú acusas a la nada y la haces una potencia, como si por una inevitable necesidad hubiera obligado al hombre y al ángel a pecar.
Retorna ahora a mis palabras, como habías comenzado a hacer. Te propones una cuestión como si de improviso se hubiera presentado a la mente para ver mi posible respuesta, cuando ha tiempo me la planteé a mí mismo en el libro que impugnas. Yo podía responder, dices, que no dije: "El mal surgió en la obra de Dios, porque fue creada de la nada"; pero lo que dije fue: "El mal pudo surgir en esta obra de Dios, porque fue hecha de la nada". Simplemente, dije que el mal pudo nacer, no que nació; asigno a esta causa la posibilidad, no la necesidad. En efecto, cuando por primera vez la criatura racional salió de manos del Creador, fue hecha de tal manera, que, si no quería pecar, ninguna necesidad la podía obligar a querer o no querer; esto es, a pecar contra su voluntad; es decir, a no hacer contra su querer ni el bien ni el mal; no querer hacer el bien, sino que haga el mal que no quiere, esto ya no es simple pecado, sino castigo también del pecado.
Con todo, esta criatura no puede en absoluto querer el mal ni hacer el mal que no quiere si no hubiera sido hecha de la nada, es decir, si fuera de la misma naturaleza de Dios. Sólo la naturaleza de Dios no fue hecha de la nada, porque no ha sido hecha; y, por lo tanto, es inmutable. Y, al hablar así, no atribuimos a la nada fuerza alguna para que haya podido hacer o hecho algo, pues nada es. Además, afirmamos que toda criatura accesible al pecado no es de la naturaleza de Dios. Toda naturaleza que no sea naturaleza de Dios, ha sido hecha, y no puede ser coeterna a Dios; y, si fue creada, lo ha sido de la nada; las criaturas hechas de otras criaturas traen su origen de la nada, porque las naturalezas de donde fueron hechas no existían antes de existir, no eran en absoluto.
Dices: "Pudo la voluntad mala nacer para que pudiera nacer la voluntad buena". ¡Como si el ángel o el hombre no hubieran sido creados con una voluntad buena! Fue creado recto, dice la Escritura. No se inquiere de dónde pudo venir la voluntad buena con la que fue creado, sino la mala voluntad con la que no fue creado. Dices, sin prestar atención a lo que dices: "La voluntad mala no ha podido nacer en el hombre sino para que pudiera nacer la buena"; y esto, crees, pertenece al libre albedrío, para que el hombre pudiera tener el poder de pecar o no pecar; y por esto piensas que fue creado a imagen de Dios, siendo así que Dios no tiene este doble poder. Ni un mentecato diría que Dios puede pecar. ¿Te atreverás tú a decir que en Dios no existe el libre albedrío? Es el libre albedrío un regalo de Dios, no de la nada. En Dios es el libre albedrío esencia; por eso no puede pecar. Porque, si pudiera Dios ser injusto, podía también no ser Dios; pero, si es Dios, es, en consecuencia, soberanamente justo, y por eso posee, en grado sumo, el libre albedrío; sin embargo, Dios no puede pecar. Pueden el ángel y el hombre pecar, porque pueden hacer mal uso del libre albedrío. El hombre pudo pecar, porque no es Dios, es decir, porque Dios lo hizo de la nada, no de sí mismo. Comprende y calla. O habla de lo que entiendes, no de lo que no sabes.
Lo que puede pecar ha sido hecho de la nada
39. Jul.- "No contento con haberte vencido en distintos terrenos, quiero ahora mostrar la falsedad de tus argumentos, cuya impiedad ya he probado. Cuando escribes: 'La voluntad mala pudo nacer en la obra de Dios no por ser hechura de Dios, sino porque fue hecha de la nada', debiste ver con qué fuerza fueron desmontados tus argumentos por el ejemplo de otras criaturas que, salidas también de la nada, son, sin embargo, incapaces de querer el mal.
Por último, los mismos elementos, ciertamente creados de la nada, no pueden tener conciencia de una voluntad mala, ni mostrar con movimientos perversos una necesidad o vinculación con su origen. Pero los seres animados y otras criaturas que llenan la tierra no han salido de la nada, sino de la materia ya existente. ¿Dónde está, pues, este poder de la antigua nada que forzó a existir a una voluntad mala, porque es evidente que sólo el animal racional es capaz de pecar?"
Ag.- Podías pensar en acusarme de falsedad si hubiera dicho que nuestros cuerpos pueden ser heridos por ser terrestres y tú demostrases de pronto que existen muchos cuerpos terrestres invulnerables. Imposible exista herida a no ser en un cuerpo animado, es decir, de carne. Mas entonces te debiera advertir -y tú no eres capaz de ver- que esta proposición no es recíproca; es diferente decir que cuanto puede ser herido es un cuerpo natural, y es verdad, y decir que todo cuerpo natural puede ser herido. ¿Cómo es que tu jactanciosilla habilidad dialéctica se adormiló para no advertir que, cuando dije que toda criatura racional puede pecar, porque fue hecha de la nada, he querido dar a entender que todo el que puede pecar ha sido formado de la nada, pero no que todo lo que ha sido hecho de la nada puede pecar?
Y, como si hubiera usado este lenguaje, vienes a objetarme otras cosas; entre ellas, los mismos elementos del mundo, que, si bien fueron creados de la nada, no pueden pecar, porque sólo puede pecar el animal racional. Despierta, pues, y considera que todo el que puede pecar fue formado de la nada, sin que se siga que todo el que ha sido creado de la nada pueda pecar. Y no me pongas delante otras realidades hechas de la nada y que no pueden pecar; lo que digo es: todo el que puede pecar fue de la nada formado. Como si dijera: todo buey es un animal, y no podrías citar contra mi afirmación que existen muchos animales que no son bueyes. No dije: "Todo animal es un buey", sino: "Todo buey es un animal".
Repito, una vez más, que todo el que puede pecar ha sido hecho de la nada, pero no afirmo que todo el que ha sido formado de la nada puede pecar. Y como si hubiera sentado esta proposición, me objetas mil cosas hechas de la nada e incapaces de pecar. Deja tus marrullerías a un lado, que pueden engañar a los ignorantes; o límpiate las telarañas, que te impiden ver con claridad.
Cuando digo que la naturaleza creada y racional puede pecar porque fue hecha de la nada y no de Dios, pon atención a mis palabras para no caer, una vez más, en una vana locuacidad y soplarme la nada, para luego afirmar que atribuyo un gran poder a la nada. Lo que digo es que la naturaleza que fue creada racional pudo pecar, porque fue de la nada formada. ¿No es esto decir que pudo pecar porque no es naturaleza de Dios? Si no fuera creada de la nada, vendría, naturalmente, de Dios, y sería naturaleza divina; y, si fuera naturaleza de Dios, no podría pecar.
Por consiguiente, pudo pecar aunque fuera formada por Dios, porque fue hecha de la nada y no de Dios. Si esto comprendes y no quieres oponerte a la verdad, pon fin a esta debatida cuestión.
El pecado no es obra de la necesidad
40. Jul.- "Ante un descubrimiento tan importante, ¿qué fue lo que te llevó a creer que la fuerza de la nada primitiva ha sido causa de la mala voluntad? Nos hace pensar que consideras culpable a todo cuanto ha sido hecho de la nada, y al mundo entero, esclavo del diablo. Y como veo con claridad un antiguo acuerdo entre tu dogma y el de Manés, os respondo a los dos. Ciertamente os preguntaréis por qué niego la existencia de un mal natural. ¿Puedo responder a la cuestión de saber de dónde viene el mal? Os contesto que no entendéis lo que decís. La voluntad no es otra cosa que un movimiento del alma, sin ninguna coacción".
Ag.- ¿Qué es un movimiento del alma sino un movimiento de la naturaleza? Es el alma, sin duda, una naturaleza; luego la voluntad es también naturaleza, por ser movimiento del alma. Tú anteriormente dijiste que la naturaleza, en general, es como el género y le atribuyes diferentes especies. Dices: "La naturaleza humana, en general, es un género con diversas especies subordinadas, tales como la posición del cuerpo, su armonía, el orden, los movimientos corporales y otras semejantes". Y en tu disputa dices que los movimientos del cuerpo son una especie de naturaleza; de ahí se sigue una consecuencia que rechazas; a saber, que todo movimiento de la naturaleza es naturaleza, si la naturaleza es el género, y el movimiento de la naturaleza la especie; como todo caballo es un animal, pues animal es el género, y caballo una especie de este género. Por consiguiente, si la voluntad es un movimiento del alma, es un movimiento de la naturaleza, dado que así has definido la naturaleza, a la cual, como género, subordinas las especies de esta mente. ¿Por qué, pues, nos reprochas llamar pecado natural al que nace de una voluntad innata, cuando tú mismo, como acabas de probar, has calificado la voluntad de naturaleza?
Supongamos no sea la voluntad naturaleza, pero no es menos verdad que la voluntad no puede subsistir si no es en una naturaleza; y, en lo referente al hombre, es la voluntad un movimiento del alma, y el alma es una naturaleza. Por favor, permite llamar al pecado natural, porque, cuando el hombre peca, posee una naturaleza, y el hombre es naturaleza; lo mismo se puede llamar el pecado espiritual cuando peca el espíritu. No erró, pues, el Apóstol cuando habla de los espíritus malignos. Sin duda, estos espíritus son naturales, pues todo espíritu, ya sea creador, ya creado, es naturaleza. Con todo, cuando voluntariamente pecaron el ángel y el hombre, pecó la naturaleza, porque el ángel y el hombre son naturaleza; pero no decimos por eso que su pecado es natural, como si fuera obra de la necesidad lo que fue hecho con libérrima voluntad.
Pecó el hombre porque quiso; pudo no querer pecar, porque el hombre fue creado libre; puede querer o no querer; cualquiera de estas dos cosas es opcional. Una cosa es el pecado original que los niños contraen al nacer, y no por voluntad propia, sino por voluntad del primer hombre, del que traen su origen viciado, y otra cosa es el pecado cometido por hombres en edad adulta, y que hizo decir al Apóstol: No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 62. No es, sin embargo, insanable esta necesidad para el que pide ser liberado de toda necesidad 63.
El hombre, hecho bueno, por su voluntad se hizo malo
41. Jul.- "Investigáis la necesidad de una cosa que no puede existir, si sufre de necesidad. Si a este movimiento libre del alma que no necesita para existir coacción ninguna le asignáis una causa anterior a ella misma, este movimiento no se crea, se destruye, porque el mismo nombre de voluntad no supone poder que dé movimiento a la materia. Querer averiguar de dónde viene la voluntad, es ya remontarse a una realidad anterior a ella, y esto es destruirla, no afianzar su origen; imposible comprender que exista, si su origen se atribuye a las tinieblas o a la nada; ni puede llamarse voluntad si no subsiste en un movimiento del alma sin ninguna coacción. Si existe coacción, existirá, sin duda, un movimiento, pero no existe voluntad, cuya fuerza y condición expresa la segunda parte de la definición: 'Sin coacción ninguna'.
Ahora bien, si la voluntad no es otra cosa 'que un movimiento libre del alma', mal se puede buscar el origen de una cosa cuya esencia, si algo la precede, la destruye. Piensa en lo que preguntas: '¿Cómo pudo nacer en el primer hombre la voluntad mala cual árbol malo 64, pues confiesa tuvo origen?' Porque es la voluntad un movimiento libre de la voluntad, y lo que es natural, es decir, la naturaleza, es fuente necesaria de cuanto sigue; por el contrario, si la voluntad es precedida por alguna causa anterior, cesa de ser voluntad y pierde su condición esencial desde el momento en que se le asigna un origen".
Ag.- Si la voluntad carece de origen, porque no es coaccionada ni el hombre para el hombre tiene origen, porque no fue coaccionado para ser hombre, ¿cómo pudo ser coaccionado, si aún no existía? Y el hombre es, con certeza, una naturaleza, y tú dijiste: "Lo natural es fuente necesitante de lo que sigue". Por favor, pon atención a lo que dices y no cierres los ojos y muevas la lengua como el que habla en sueños. Ninguna cosa puede ser coaccionada si no existe. Mira que es el colmo de la insensatez negar que las cosas existentes, es decir, las ya nacidas, tengan origen, porque origen viene de oriri, nacer.
Cuanto existe y no tiene origen, ha existido siempre; y, si no existió y existe, ha nacido; y, si nació, tiene origen. Por consiguiente, la voluntad mala, que no existió y existe, ha comenzado a existir. Y si existe y no comenzó a existir, es que siempre existió; y si no existió y ahora existe, es que nació; y, si nació, tiene origen. La voluntad de pecado no existió y ahora es, luego tiene origen; si existe y no tuvo principio, siempre existió; pero no siempre ha existido, luego tuvo origen. Clama, pues, contra verdad tan evidente; dice bien a tu vana locuacidad y di: "Nació, pero no tiene origen"; o lo que es aún más absurdo: "No existió y existe, pero no tuvo principio". Y, si esto no dices para no ser acusado de necio en grado superlativo o de loco, busca dónde pudo nacer en el hombre esta mala voluntad que tiene -tú mismo no te atreves a negarlo- principio, pues no puedes negar que no siempre existió, sino que tuvo principio; busca, repito, su origen, y lo encontrarás en el hombre; de él viene la mala voluntad; antes no existía. Investiga también qué era el hombre antes de nacer en él esta mala voluntad, y encontrarás que era bueno, y por esta voluntad se hizo malo; y antes de nacer en él era tal como había sido creado por un Dios bueno; es decir, era bueno. Esto es lo que dice mi doctor, enemigo del tuyo, Ambrosio: "El mal nació de un bien" 65. "Es a la razón contrario que un mal venga de un bien; la injusticia, de lo justo". Estas son tus palabras. Y de esta manera tanta es la ayuda que prestas a los maniqueos para introducir la naturaleza del mal, que ellos consideran fuente y causa de nuestros males; y se felicitan por encontrar en ti un patrón valiente de su herejía, si con ellos no eres vencido. Con tu arrebatadora elocuencia -mejor, locura- defiendes de tal suerte a los niños, que los alejas del Salvador, y combates a los maniqueos de tal suerte, que te sublevas contra el Salvador.
Audacia y necedad de Juliano
42. Jul.- "Se ha definido la voluntad como un movimiento del alma sin ninguna coacción. ¿Por qué buscar causas superiores que la definición de voluntad excluye? Considerad qué es la voluntad, y dejaréis de inquirir de dónde viene la voluntad. Es la voluntad un movimiento libre del alma; si queréis ir con el negro de la uña más lejos, echaréis por tierra lo establecido. ¿Qué dice Manés? 'Que este movimiento tuvo un principio, dado que el hombre nació de la naturaleza de las tinieblas'. ¿Qué dices tú? Que el hombre fue creado de la nada; Manés dice: 'La voluntad mala surge en el hombre, porque el hombre nació de las tinieblas'. Uno y otro destruís lo que completa la definición de voluntad, es decir, 'sin ninguna coacción'.
Si la fuerza de la nada es tanta como la de lo que es algo, puede la nada forzar a la voluntad a existir, y entonces se excluye de la voluntad su misma esencia, es decir, la ausencia de toda necesidad. Esto, sin embargo, sería aminorar el mal, pues no hay pecado si no existe libertad en el alma. Y así sucede, con detrimento de la verdad, que perece toda la odiosidad del mal; se evaporó la naturaleza del mal al desaparecer el crimen de la voluntad; se evapora el crimen cuando la definición de voluntad se cercena. Tal es, con toda evidencia, la condición del pecado y de la voluntad, que, si se subordinan a causas precedentes, pierden su esencia de crimen. Y ¿dónde radica la naturaleza del mal si no existe el mal?"
Ag.- Imposible expresar cuánto admiro tu audacia; hablas de la naturaleza del mal y no dices que el mal es natural, o no dices que el mal es natural cuando hablas de la naturaleza del mal. ¿Qué hay más vacío que tus definiciones y qué te puede hacer creer que no se ha de inquirir de dónde viene la voluntad, porque es un movimiento libre del alma? Si se dice, piensas, de dónde viene, ya no es verdad lo que añades: "sin coacción", porque cualquiera que sea la realidad de donde viene, ésta le forzaría a existir, y, para no verse coaccionada a existir, no ha de venir de cosa alguna.
¡Extraña necedad! Luego el hombre no viene de ninguna materia, porque no fue coaccionado a existir; no podía ser objeto de coacción antes de existir. La voluntad viene de algo y no se vio obligada a existir; y si ha de buscarse su origen no es porque no venga de parte alguna, sino porque claramente se ve de dónde viene. La voluntad viene de aquel del que es voluntad; del ángel, la voluntad angélica; del hombre, la del hombre; de Dios, la de Dios. Dios creó en el hombre la voluntad buena, y lo hizo de manera que esta voluntad buena nazca de aquel de quien es voluntad, como hace que el hombre, nazca del hombre.
Cada uno es autor de su mala voluntad, pues quiere el mal. Mas cuando se pregunta por qué puede tener el hombre una voluntad mala, pues no es necesario que la tenga, no se pregunta por el origen de la voluntad, sino por el origen de esta posibilidad; y entonces se encuentra que viene de que toda criatura racional, por buena que sea, no es de la naturaleza de Dios, en quien es la naturaleza inconvertible e inmutable. Por esta causa, cuando se pregunta el porqué, se encuentra que es porque no creó Dios las criaturas de sí mismo, es decir, de su naturaleza o sustancia, sino de la nada, es decir, no las hizo de materia alguna preexistente. Y no porque la nada tenga poder alguno; si lo tuviera, no sería nada, sino algo real; este ser formado de la nada es no ser naturaleza de Dios, única inmutable.
Todo lo que es hecho de algo no participa de la naturaleza divina, porque todas las cosas que fueron creadas para servir de origen a otras, no fueron hechas de cosa alguna, sino de la nada absoluta. Pueden todas las criaturas sufrir variaciones a tenor de sus propias cualidades, pero sólo la criatura racional puede cambiar por mandato de su voluntad. Todo el que con diligencia e inteligencia examina esto, comprenderá que has hablado con exceso de la nada, sin decir nada referente a la cuestión que nos ocupa.
El mal viene de la voluntad mala
43. Jul.- "¿Qué es el mal, es decir, el pecado? Voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe, con libertad para abstenerse. ¿Qué es la voluntad? Un movimiento del alma libre de toda coacción. Si nace de la voluntad el pecado y voluntad es un movimiento libre del alma, ni la nada ni la naturaleza de las tinieblas son causa de este movimiento, pues necesariamente no debe ser forzado por nada extraño para que sea un movimiento libre. Por consiguiente, no existe ningún pecado natural ni original, porque estas dos denominaciones indicarían que el pecado no era voluntario. Y la verdad nos dice que no puede existir pecado si no es voluntario. Llamar malo lo que es en nosotros innato, es portarse, por perversión del juicio, como calumniador. Esta es la respuesta a lo que tú creías incontestable. Y lo que pensabas era irrefutable resulta una futilidad".
Ag.- En vano saltas de gozo y dices: "Esta es la respuesta". Todo el que lea con atención tus objeciones y no muy distraído mis respuestas verá luego que nada has podido responder. Cualquiera que sea tu destreza, fácil para adivinar y clarificar lo que no está oscuro y embrollar lo que está transparente, no podrán los sabios negar que en cada uno de nosotros tiene su nacimiento la voluntad, pues la voluntad del hombre sólo en el hombre puede nacer; y los males de los hombres tienen su origen en la voluntad mala del hombre, cuya naturaleza, como sabemos, era buena antes de existir esta mala voluntad; luego los males vienen de los bienes. Esto es lo que Ambrosio predica, esto lo que confunde a Manés, esto lo que niega Juliano contra Ambrosio y en favor de Manés, al decir: "Si la naturaleza es obra de Dios, no puede la obra del diablo pasar por la obra de Dios". Puede, pues, Manés decir: "No son los hombres obra de Dios, porque enseña el Apóstol que por ellos han pasado el pecado y la muerte 66, obra del diablo". Según Juliano, no está permitido al diablo pasar por la obra de Dios, y dice el Apóstol que la obra del diablo pasó por todos los hombres; luego no son los hombres obra de Dios.
Esta es también la conclusión de Manés, y la saca de ti, Juliano. Mas el Apóstol, luchador de la verdad, enseña que los hombres son obra de Dios, y para confusión de Manés añade que la obra del diablo pasó por la obra de Dios, es decir, por los hombres; para confundiros a Manés y a ti.
La nada no tiene naturaleza
44. Jul.- "Recuerdo que no tienes en tus escritos costumbre de llamar criaturas a las tinieblas, sí permanencia de oscuridad por ausencia de luz; de suerte que las tinieblas no son otra cosa que la exclusión de toda claridad. Llamas criatura lo excluido, tinieblas a lo que permanece; esto se admite en la filosofía común. Pero no inquiero ahora si esto es verdad o mentira; mas insisto en que, para ti, las tinieblas no son otra cosa que la nada; y sostienes que el mal existe en el hombre, es decir, en la obra de Dios; y, según tu raciocinio, es porque el hombre fue de la nada creado; y así confirmas que la causa del mal es la nada, que llamas tinieblas. Y de las tinieblas haces descender la necesidad del mal. Luego ni en esto discrepas de tu maestro, pues uno y otro atribuís la voluntad mala a las tinieblas eternas".
Ag.- Poco ha, de la nada, nada dijiste; yo te contesté con la claridad y concisión que pude; ahora en vano te vuelves a refugiar en las tinieblas. Pero no podrás permanecer oculto, porque la luz de la verdad te persigue, puesto que las criaturas, de la nada creadas, no son lo que es el que las hizo, de manera que esta nada no se ha de considerar como si fuese algo que tuviera fuerza creativa, porque, de tenerla, ya no sería nada. En consecuencia, la nada no es cuerpo, ni espíritu, ni sustancia, ni accidente, ni materia informe, ni espacio vacío, ni tinieblas; es la nada absoluta. Porque donde hay tinieblas existe algún cuerpo carente de luz, sea aire o cualquier otra cosa; sólo un cuerpo puede ser iluminado por la luz corporal y resplandecer, o ser privado de luz para que permanezca en tinieblas. Por eso, el creador de las tinieblas corporales no puede ser otro que el creador de los cuerpos; y por esta razón, en el cántico de los tres jóvenes alaban a Dios luz y tinieblas 67.
Hizo Dios de la nada todas las cosas; es decir, todo cuanto hizo para que fuesen. Y si nos remontamos al origen primordial de todas las cosas, las hizo del no-ser -¦ > @ Û 6 Ð < J T < -, como dicen los griegos. Por este motivo se opone con fuerza la fe católica a los arrianos, para impedir se crea que el Unigénito, Dios de Dios, luz de luz, venga de la nada. Cuando decimos que la voluntad mala no puede nacer del bien, porque el bien lo hizo el Dios bueno, es porque el hombre fue de la nada formado, no de Dios; mas no asignamos naturaleza alguna a la nada, sino que distinguimos la naturaleza del Hacedor de la naturaleza de todas las cosas que fueron hechas. Por eso pueden éstas cambiar, ora sea a voluntad, como en la criatura racional, ora en virtud de sus propias virtualidades, como en todos los demás seres; y esto porque han sido formados de la nada, no de Dios, aunque sea Dios su creador; es decir, porque no son aquella naturaleza increada, única inmutable. Si quieres evitar y vencer a los maniqueos, comprende, si puedes; cree, si no puedes, que el mal nació del bien, porque la maldad es carencia de bien.
Lo necesario es posible, no al revés
45. Jul.- "Detecta y desarbola a los dos la verdad; y en virtud de nuestro oficio consideramos un deber explicar qué es lo que proyecta oscuridad sobre esta cuestión ya resuelta. Todo cuanto existe trae su origen de algo necesario o posible. Llamo necesario no a lo que, de ordinario, llamamos útil, sino a lo que está predefinido en sus causas para existir; y llamo necesario no a lo que depende del dominio de la voluntad, sino lo que se ve forzado a existir; y llamo posible a todo lo que no está sometido a necesidad alguna para existir, pero que en determinadas circunstancias puede existir o no existir.
Retenga bien nuestro lector qué entendemos por necesario y qué por posible. Comenzamos por los grandes ejemplos y digo: Dios creó el mundo; en él esto era posible, no necesario; es decir, no fue coaccionado por nadie a crear; creó porque quiso; si no hubiera querido, no habría creado. Mas lo que era posible para el Creador, fue necesario para la criatura; esto es, para el mundo no fue posible ser o no ser, porque el Todopoderoso ordenó existiese, y se vio obligado a existir y a obedecer al Omnipotente, que le mandó existiese".
Ag.- ¿Cómo pudo el mundo verse obligado a existir antes de existir? ¿Cómo alguien puede ser obligado, si no existe? ¿No era suficiente decir que el mundo fue creado por libre querer de Dios y no por el suyo? Pero continúa; veamos qué intentas probar con esta distinción entre necesario y posible; distinción que nos sería más fácil comprender si te hubieras contentado con enunciarla, sin querer explicarlo. ¿Quién no comprende que todo lo que es necesario es igualmente posible, pero no todo lo que es posible es necesario? Si te place llamar posible a cuanto puede ser hecho, sin que sea necesario, y necesario a lo que no sólo puede ser hecho, sino a cuanto es necesario hacer, habla como quieras. Cuando una cuestión está clara, no debemos discutir sobre palabras. Basta saber que todo lo necesario es posible, y no todo lo posible necesario.
Naturaleza y necesidad
46. Jul.- "Todo lo que viene de la posibilidad del Creador pasa a ser necesario en la criatura. Hizo diversas naturalezas el Creador, cada una con sus diferentes especies, conservando siempre el orden que se deriva del principio de las cosas, de modo que unas sean necesarias y otras posibles. Luego todo lo que se encuentra en la naturaleza de una cosa lo ha recibido de la necesidad".
Ag.- Si todo lo que hay en una naturaleza creada lo ha recibido de la necesidad, no está en la naturaleza de los hombres usar libremente del matrimonio, sino el poder usar; y el uso de la mujer de que habla el Apóstol no es un uso natural, sí lo es su posibilidad. Si no quiere el hombre, no existe este uso, aunque sea posible, si el hombre quiere. En consecuencia, la posibilidad es natural; el uso, no, porque el hombre no quiere. No es, pues, necesario, el uso, no existe si no queremos, y entonces se equivocó el Apóstol al decir que el uso de la mujer es natural.
¿Qué queda entonces de lo que anteriormente has dicho, es decir, que la naturaleza era el género, y el matrimonio la especie, si el matrimonio no es producto de la necesidad, sino de la voluntad? ¿O quizás, cuando esto decías, aún no se te había ocurrido la distinción entre estas dos cosas, necesario y posible? Que después de la cópula nazca un hombre, ¿no es acaso, natural, puesto que no es necesario? No es una necesidad siga la concepción y el nacimiento cuando el hombre y la mujer se unen. Es la posibilidad, no la necesidad, lo que defines al decir: "Lo que puede ser, pero no es necesario que sea". ¿Es el comer un acto natural de nuestra naturaleza? Evidente; si no queremos comer, no comemos; por consiguiente, es un posible, no una necesidad. Pero negar que todo esto es natural, es querer suprimir una gran parte de la naturaleza. Luego es falso tu aserto: "Todo, dijiste, lo que naturalmente tienen las criaturas les viene de la necesidad", porque todas las cosas que mencioné y otras cuya enumeración sería interminable les vienen de la naturaleza, no de la necesidad.
Los preámbulos de Juliano
47. Jul.- "No todo lo que la criatura experimenta a lo largo de su existencia viene de la necesidad; en gran parte viene también de lo posible. Puede esto verse en todos los cuerpos, pero como la discusión se haría muy larga, demos unos pocos ejemplos. Pertenece a la naturaleza de los cuerpos crecer por adición y decrecer por división. Son, pues, vulnerables y pueden morir. El ser vulnerables les viene de la necesidad; el ser heridos, de la posibilidad. Lo necesario prima sobre la naturaleza de lo posible; por ejemplo, el caballo, el buey y otros animales de esta especie son naturalmente vulnerables y por naturaleza están sujetos a sufrimiento; pero ser heridos no es siempre necesario. En efecto, si la vigilancia de sus guardianes les preserva de todo golpe, pueden no ser heridos; pero, si no se los vigila, pueden ser heridos.
Existe, pues, una gran diferencia entre lo posible y lo necesario; y, si no se tiene en cuenta esta distinción, se cae en innumerables errores. Para aclarar esto, una comparación. Han caído los enemigos de la medicina en un error garrafal al querer demostrar la inutilidad de esta ciencia. Razonan así: '¿Es útil la medicina a los que han de morir o a los que deben vivir? Si han de morir, de nada les aprovecha; si han de vivir, es inútil su acción. Los que han de morir, morirán a pesar de todos los esfuerzos; los que han de vivir, sin este beneficio pueden salvarse'.
¡Qué conclusión tan delicada y amable! Pero los defensores de la medicina arguyen: El arte de la medicina, dicen, no es útil a los que han de morir ni a los que necesariamente deben morir, pero sí lo es a los que pueden encontrarse en una u otra alternativa. No ayuda la medicina al que, sin duda, va a morir; evidente, pues no puede hacerlo inmortal; ni al que, sin duda, debe ser salvo; pero aquellos que, si no son medicinados, corren gran peligro de vida, si se les cura, pueden sanar. No puede la medicina venir en socorro de los que se encuentran en necesidad de morir o vivir, pero puede ser útil a los que la vida o la muerte entra en el terreno de la posibilidad. Los primeros que tomaron la palabra para impugnar a los partidarios de la medicina sientan como conclusión de lo necesario una premisa que comienza por lo posible, y este género de discusiones se extiende al infinito. Un ejemplo; prohíbe la ley el homicidio y prohíbe la negligencia, que puede exponernos a un peligro cierto de muerte, como ser corneado por un toro 68 o caer desde lo alto de una terraza 69. Mas se puede decir: '¿Es al hombre que ha de vivir o al que debe morir a quienes les son útiles estas medicinas? Al que ha de morir no le sirven de nada y al que ha de vivir le son superfluas. En ambos casos las consecuencias serán necesarias con o sin obstáculos'. En consecuencia, esto es una falsedad, porque todo contribuye a un mejor estado de los mortales, de manera que puedan evitar con la previsión lo que, sin una oportuna asistencia, debieran sufrir. Una realidad es lo que viene de lo necesario, y otra de lo posible.
Veamos para qué nos son útiles estos preámbulos. Dotó Dios al hombre de libre albedrío y de una naturaleza buena, con capacidad para cultivar las virtudes por su propio esfuerzo, pues esto depende de su querer. La existencia del libre albedrío sólo puede ser constatada por la posibilidad de pecar. Luego viene en el hombre la libertad de lo necesario y la voluntad de lo posible. No puede no ser libre, pero puede ser inclinado a un querer o a otro; y efecto de lo necesario es la posibilidad. Pecar es, para el hombre, una posibilidad, no una necesidad, porque en lo necesario él no es actor, sino autor. Ahora bien, lo que al hombre es posible pertenece íntegramente a Dios, pero es el hombre actor responsable de esta posibilidad".
Ag.- Y qué dices del diablo, del que está escrito: Desde el principio peca 70. ¿Tiene posibilidad de pecar o necesidad? Si necesidad, tú verás cómo, a tenor de tus definiciones, se le culpa de crimen; si posibilidad, pudo no pecar, pudo tener buena voluntad, puede ahora hacer penitencia y obtener el perdón misericordioso de Dios, porque un corazón contrito y humillado no lo desprecia el Señor 71. Y tal es el parecer de algunos que se apoyan en la autoridad de Orígenes. Pero creo sabes que esta doctrina no la admite la fe ortodoxa y católica. Por eso algunos prueban y pretenden demostrar que Orígenes es extraño a este error.
Resta, pues, concluir que, antes del suplicio eterno, la necesidad de pecar fue, para el diablo, castigo de un gran pecado. Y no puede considerarse exento de una gran culpa, porque esta venganza es pena de un gran crimen, a saber, el que sólo pueda deleitarse en la maldad, y es la justicia castigo de un crimen horrendo. No habría llegado a esta necesidad penal de pecar si antes, sin necesidad alguna, no hubiera pecado por propio querer. La definición de pecado: "Hacer lo que prohíbe la justicia y de lo que libremente podemos abstenernos", únicamente se aplica al pecado, pero no a lo que es pecado y castigo de pecado.
Posibilidades del hombre
48. Jul.- "Por su propia voluntad, el hombre hace el bien y el mal. Pero el bien que hace lo debe también a Dios, que le sirve de ayuda, no de prejuicio".
Ag.- Dices bien; el hombre, por su propia voluntad, obra bien o mal, y en él se equilibran, como en una balanza, ambas posibilidades; pero la ayuda de Dios viene en nuestro socorro para que obremos el bien. "¿Por qué entonces la naturaleza de los mortales es más propensa al pecado, si no es exigencia del pecado original?" Ciertamente, no se me oculta en qué haces consistir el socorro divino que te ves obligado a confesar. Lo atribuyes a la ley, no al Espíritu, mientras, por el contrario, el apóstol Pablo nos enseña que la ayuda viene de la efusión del Espíritu Santo 72. Si cito estas palabras del Apóstol, es para que aquellos que escuchen o lean tus doctrinas no olviden vuestra herejía y entiendan que del cielo nos viene esta ayuda.
Posibilidad y acto natural
49. Jul.- "Tal es el valor de esta mi distinción, que, si no nos damos cuenta, partimos de lo posible para concluir en lo necesario, y así todos los crímenes caerían sobre Dios. Manés, viendo esto, al no acertar a distinguir entre posible y necesario, imaginó eran las tinieblas causa del pecado y que cuanto tiene el hombre de natural le viene de la necesidad, pues no pueden ser sino como han sido hechos".
Ag.- Ya demostré poco ha la vaciedad de este tu razonar. Es en grado superlativo estúpido afirmar que es natural al hombre la posibilidad de comer; pero no el comer naturalmente viandas convenientes a su naturaleza; o que los hombres tienen, sí, posibilidad de usar del matrimonio, pero no la de hacer uso de los órganos genitales, otorgados a uno y otro sexo para realizar el acto. ¿Quién puede decir esto, por poca atención que preste a lo que dice? Ambas cosas son naturales, la posibilidad y el acto; la posibilidad incluso aunque no queramos; el acto sólo cuando queremos.
Comentario a Rm 7, 19
50. Jul.- "El hacer el mal viene de la posibilidad".
Ag.- Atiende al que dice: Hago el mal que no quiero 73, y dime si no padece necesidad de hacer el mal aquel que hace el bien que quiere, sino que hace el mal que no quiere. Y, si no osas contradecir al Apóstol, he aquí un hombre que al hacer necesariamente el mal, rompe y pulveriza tus definiciones, porque por necesidad hace el mal el que lo hace y no quiere hacerlo. Pero lo que hace a su pesar se ciñe a la concupiscencia de la carne, sin consentimiento del alma en la operación de los miembros. Concupiscencia que te gusta elogiar, pero que es en sí un mal aunque no se siga ningún mal.
Por el contrario, si aquel que grita: Hago el mal que no quiero 74, se ve obligado a exhibir sus miembros como armas al pecado, no sólo se ve en la necesidad de codiciar, sino de cometer el mal. ¿Qué son tus definiciones, que con tanta palabrería distingues? Se disiparon como humo y perecieron. Recomiendas distinguir con sumo cuidado entre lo necesario y lo posible; llamas necesario a lo que debe hacerse; posible, a lo que se puede, pero no es necesario hacer. En consecuencia; atribuyes lo necesario a la necesidad, pero no sometes lo posible a necesidad alguna. En cuanto a los actos malos, según tú, no pertenecen a la necesidad, sino a la posibilidad; y, hablando del hombre, dices: "El mal que hace viene de la posibilidad de hacerlo", para que no se diga que el mal viene de la necesidad y no de la voluntad.
Pero aquí se levanta una voz para contradecirte y grita: "¿Qué estás diciendo?" No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 75. Y es notorio que el primer hombre hizo el mal voluntariamente, no por necesidad. Pero el que dice: Hago el mal que no quiero 76, muestra con toda claridad que él hace el mal por necesidad y no por voluntad; y, al llorar sus miserias, se ríe de tus definiciones.
Pecado y castigo del pecado
51. Jul.- "Si no fuera la posibilidad necesaria, no existiría efecto de lo posible. Pero que pueda el hombre hacer el mal y el bien pertenece al dominio de lo necesario; mas el poder hacer sólo el mal pertenece no a la necesidad, sino a la posibilidad. Cuando la posibilidad de hacer el mal o el bien es igual, la necesidad es nula. Y esto es lo que hace que el pecado sea la voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe, con plena libertad para abstenerse. Mas si la voluntad es sólo un movimiento libre del alma, lo mismo que la creación del mundo fue para Dios una posibilidad, y la existencia del cosmos una necesidad para este mundo, algo parecido encontramos en esta imagen de Dios. No es necesario tener voluntad de elección; es una mera posibilidad; mas cuando elige el mal peca necesariamente. El crimen inspira, por necesidad, horror, aunque en el que lo ha cometido sea efecto de la posibilidad, de la necesidad. Luego la obra de la posibilidad es testimonio de un alma libre".
Ag.- El que haya leído mis respuestas no se cuidará de tus palabras. Porque el que dice: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 77, claramente indica que se vio forzado por la necesidad a obrar el mal y demuestra que es falso lo que, entre otras cosas, dices, que el hacer el mal es para él algo posible, no necesario. Y entonces la definición de pecado como voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe, y que somos libres para abstenernos sólo concierne, como dije antes, al pecado, no a lo que es también castigo del pecado. Tal es el castigo experimentado por aquel que hacía el mal que no quería, porque, de haber sido libre, no hubiera dicho: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 78.
Y así como consideramos feliz al hombre que en este cuerpo de vida puede hacer libremente lo que quiere, así consideramos desgraciado al que en este cuerpo de muerte, perdida su libertad, exclama: No hago lo que quiero, sino lo que odio; y: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero; y: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 79
Necesidad y voluntariedad
52. Jul.- Este reproche no va dirigido a la necesidad, porque cuanto se refiera a la necesidad toca al Creador mismo".
Ag.- ¿Acaso este mal del hombre que hace exclamar al Apóstol: Hago el mal que no quiero 80, toca al creador del hombre? Con todo, el que obra mal, lo hace por necesidad, porque por necesidad actúa el que no obra voluntariamente.
Necesidad y posibilidad
53. Jul.- "Así como todo lo que viene de lo necesario no se puede atribuir a la posibilidad, tampoco se puede atribuir a lo necesario lo que viene de lo posible. Es decir, así como no se puede atribuir a mi voluntad la naturaleza de mi cuerpo o de mi alma, de manera que parezca que soy porque quise, dado que no pude querer antes de existir, así no se puede atribuir a la naturaleza el mal de la voluntad, mezclando con la necesidad las obras de la posibilidad".
Ag.- Lo que puede ser hecho y no es necesario, se distingue con bastante claridad de lo necesario; tú a esto llamas posible, como si un acto que no sólo puede ser hecho, sino que incluso es necesario, sea imposible. Pero como te place imponer estos dos vocablos, tratemos de entenderlos y aceptarlos como podamos. Mas ¿qué sentido tiene decir: "El mal de la voluntad no puede atribuirse a la naturaleza?" Si el ángel o el hombre quieren algo, ¿no es la naturaleza la que quiere? ¿Quién va a decir esto? Si, pues, el ángel y el hombre son naturales, lo que quiere el ángel, lo quiere su naturaleza, y la naturaleza quiere lo que el hombre quiere. ¿Por qué mal de la voluntad no puede atribuirse a la naturaleza, si el querer no es posible si no es en una naturaleza? O es que no se debe imputar al hombre un pecado de su voluntad porque el hombre es naturaleza, y el mal de la voluntad, según tú, no se puede imputar a la naturaleza? ¿Tan huérfano estás de sentido que afirmes se debe imputar a la naturaleza lo que a la naturaleza no se puede imputar? Porque ¿quién dirá que no se puede imputar a la naturaleza lo que al hombre se imputa, a no ser esté tan falto de juicio que niegue sea el hombre naturaleza? ¿Ves cómo dices muchas cosas sin saber lo que dices?
Cuando dices que no se puede atribuir la voluntad a necesario, no siempre es verdad. Queremos a veces lo que necesario; es necesario que sean felices los que perseveran en una vida buena; a veces es también necesario querer alguna cosa, como es necesario querer ser dichosos. Existe, pues, una necesidad feliz, como es necesario que Dios viva en una inmutable felicidad. Mas como existen cosas ajenas a la voluntad y a la necesidad, pueden existir sin la voluntad, y la voluntad sin la necesidad. Mas el que dice con verdad: "La voluntad mala no se puede atribuir a la naturaleza", que nos demuestre, si puede, una voluntad buena o mala en la que no exista una naturaleza, o una voluntad que pueda existir si no hay una naturaleza preexistente capaz de querer alguna cosa. Ve, pues, cuán lejos te encuentras de la verdad. Dices: "No se puede atribuir a la naturaleza una voluntad mala". Dice la verdad: "Mientras exista una voluntad, no puede ser separada de una naturaleza".
Vana sutileza de Juliano
54. Jul.- "No pudo penetrar Manés en la sutileza de estas divisiones, y nos lanzó a un examen detenido de los traducianistas. Su argumentación es: -¿De dónde viene el mal? -Sin duda, de la voluntad. -¿De dónde viene una voluntad mala? Responde: -Del hombre. -Y ¿de dónde viene el hombre? -De Dios. -Y concluye: 'Si el mal viene del hombre y el hombre viene de Dios, luego el mal viene de Dios'. Y a continuación, como hombre religioso que teme al Señor, para no atribuirle la causa del mal, recurre al poder de las tinieblas.
Dice Agustín: '¿De dónde viene el mal? -De la voluntad. ¿Y la voluntad? -Del hombre, obra de Dios'. Y concluye: 'Si el mal viene de la voluntad, la voluntad viene del hombre, y el hombre es obra de Dios; luego el mal viene de Dios'. Para evitar esta conclusión, ante el temor de que Dios aparezca como un criminal -con todo, el traducianismo lo afirma-, en el puesto de Dios coloca la violencia de la nada, es decir, las tinieblas, a las que debemos atribuir el mal. Dice: 'Si el mal nace en el hombre, no es porque sea el hombre obra de Dios, sino porque fue formado de la nada' 81. Como si no le pudiera replicar la verdad: '¿Cómo tu Dios pudo ser tan imprudente y mentir, porque primero decís que dotó al hombre de voluntad, y condenarlo luego, cuando sabe que el mal o el pecado le viene al hombre de la necesidad de las tinieblas, es decir, de la nada?' Introducimos la nada para poner de relieve la virtud del traducianismo, que pone en la nada su esperanza. Pondera la debilidad del Dios de que nos habla el traducianismo. No pudo superar la nada ni pudo librarla de la condición del mal que viene de la nada al crear al hombre de la nada. Amargado por la dificultad de su obra, se desquita en el hombre de sus propios fallos y condena a una imagen suya por crímenes de la nada.
Con más benignidad le trata el anciano Manés, pues dice que Dios no ha sido derrotado por el poder de las tinieblas. Pero el traducianista lo presenta tan impotente, que ha sido por la nada vencido".
Ag.- Nadie puede ser vencido por la nada; pero tú, al no decir nada, quedas vencido por la nada. No puse yo mi esperanza en la nada, pero tú, con tu insustancial palabrería, te abocas a la nada. Si comprendes bien lo que con perversa intención dices, verás cómo, en cierto modo, Dios es superado por la nada, porque ninguna cosa supera a Dios; y la nada ¿qué es sino nada? En este sentido, no puede Dios ser superior a la nada, porque el que es superior a todas las cosas puede ser superior a lo que no es. No sondeó, dices, Manés la sutileza de tus divisiones, y por eso dice: "Si el mal viene del hombre y el hombre viene de Dios, luego el mal viene de Dios"; y, aterrados por esta conclusión, o negamos que el mal venga del hombre o que el hombre venga de Dios; o digamos que ambas conclusiones son falsas, como Manés dice; y así puede introducir no sé qué sustancia tenebrosa que hizo al hombre malo por esencia, de la que procede todo mal.
Tú, en cambio, muy sutil en distingos, ¿crees que es necesaria sabiduría para desmontar tus ardides? Dirías, afirmas, "que el mal en el hombre viene de lo posible, nunca de lo necesario", como si Manés no pudiera responderte: "Si de lo posible viene el mal, la posibilidad viene de la naturaleza, y la naturaleza, de Dios; luego el mal viene de Dios". Y si tú no temes ante esta conclusión ni yo temo ante la otra, pues los dos estamos de acuerdo en que el pecar viene al hombre de lo posible, no de lo necesario. Cuando, en efecto, decimos que el hombre pudo pecar, porque su naturaleza no fue formada de la naturaleza de Dios, aunque no pudo ser creada sino por Dios, no decimos con esto, como con calumnia nos acusas, que la necesidad del pecado le fue impuesta por la necesidad. Podía el hombre pecar o no pecar; pero, si no hubiera sido hecho de la nada, es decir, si su naturaleza viniera de la naturaleza divina, no podría en absoluto pecar.
¿Quién hay tan loco que se atreva a decir que la naturaleza inconmutable que es Dios pudiera, de algún modo, pecar, cuando nos dice el Apóstol que Dios no puede negarse a sí mismo? 82 Uno y otro nos oponemos a Manés, porque dice que el hombre no fue creado por el Dios justo y bueno, de manera que fue para él una necesidad el pecar; si pecó, fue porque quiso, pues pudo querer no pecar. Cuando vemos en sus descendientes males tan graves y manifiestos, males que en este hombre no son voluntarios y con los que nace, al negar vosotros que provienen de un origen viciado por el pecado, introducís la naturaleza del mal, por cuya mezcla se corrompió la naturaleza, que viene de Dios, y así vuestra herejía sitúa a Manés como en una ciudadela, de la que os arrojará a los dos la verdad.
Necesidad y felicidad
55. Jul.- "Esta ignominia alcanza a todos los que declaran guerra a la verdad. Resumamos cuanto llevamos dicho. Se pregunta: '¿De dónde nació en el hombre la primera voluntad mala?' Contestamos: de un movimiento libre del alma. 'Esta voluntad mala, se nos replica, ¿apareció en la obra de Dios?' Es verdad, confesamos. Se nos ruega expliquemos: ¿cómo podemos adoptar esta doctrina, si negamos la existencia del pecado original? Respondemos: porque este pecado es posible en la obra de Dios, pero no necesario. Todas las cosas que vienen de la naturaleza son necesarias; las que vienen de la voluntad, posibles".
Ag.- Hay también cosas que vienen de la voluntad y son necesarias; queremos ser felices, y lo queremos necesariamente. También existen cosas posibles y naturales; así es posible que una mujer conciba cuando se une a su marido haciendo uso de los órganos genitales, sin que sean ni uno ni otro estériles, pero no es necesario. Sin embargo, es natural. Por favor, calla; tus definiciones son sin sustancia; tus divisiones, infantiles, no sutiles.
Naturaleza y libre albedrío
56. Jul.- "En consecuencia, atribuimos el pecado a un movimiento libre del alma, y la naturaleza, al Dios creador. Es la naturaleza humana obra buena de Dios, y también lo es el libre albedrío, es decir, la posibilidad de pecar o actuar rectamente una obra buena de Dios. Una y otro son necesarios al hombre y ninguno de los dos es causa del mal. El efecto de esta necesidad se reduce, pues, a que la voluntad se manifiesta en el hombre, pero no viene del hombre. Son como recipientes de la voluntad no colmados, que no causan, sino que reciben diversidad de méritos".
Ag.- Con toda verdad confiesas que la naturaleza y el libre albedrío son obras buenas de Dios; pero dices que la voluntad nace en ellos, pero no viene de ellos. ¿Se puede decir algo más insensato? ¿Es posible, Juliano, que la voluntad del hombre no venga del hombre, siendo el hombre una obra buena de Dios? Por último, ¿puedes pensar en tu corazón que la voluntad del hombre puede nacer en el hombre sin que venga de su libre albedrío? Y si no viene de la naturaleza, es decir, del hombre mismo; si no viene de su libre albedrío, dime, te lo ruego, ¿de dónde viene la voluntad del hombre?
Dijiste dónde nace, de dónde viene. Naturaleza y libre albedrío son obras buenas de Dios. "Es, dices, en ella, no de ella, donde nace la voluntad". ¿De dónde, pues, viene? Habla, escuchemos y aprendamos.
O bien demuestra que una cosa nace en alguna parte, sin que venga de parte ninguna. El mundo nació de la nada, pero fue Dios su creador; si no tuviera a Dios por autor, no habría salido de la nada. Si la voluntad nació en el hombre o el libre albedrío de la nada, ¿quién la hizo? O si no fue hecha, si no nació, ¿quién la engendró? De todas las cosas que han tenido principio, ¿sería la única que no ha sido hecha de la nada ni nacida de la nada? ¿Por qué es causa de condenación para el hombre, si en él y a su pesar nació la voluntad del mal, del que sí era capaz, pero no causa eficiente? Y si para que su condenación fuera justa nació en él con su consentimiento, ¿por qué niegas que ha nacido en él con agrado y que no habría nacido si no hubiera querido?
Surge, pues, del hombre, nace de la naturaleza, porque el hombre es naturaleza; pero pudo no querer lo que quiso; la voluntad nació de su libre albedrío, que, según tú mismo confiesas, pertenece a la naturaleza. ¿Por qué cierras los ojos y niegas la evidencia, esto es, que la voluntad del hombre nace de naturaleza del hombre, porque temes que Manés acuse al autor de esta naturaleza? Para refutar tan pestilente doctrina basta escuchar la verdad católica, que proclama que el hombre ha sido creado por un Dios todo bondad, sin conocer necesidad del pecado; y el hombre no hubiera pecado si no hubiera querido; tuvo siempre la posibilidad de no querer lo que quiso. ¿Quién puede haber tan negado de inteligencia para no ver que el hombre, en su condición primordial, había recibido de Dios, como un gran bien, la facultad de poder no pecar, aunque es mayor bien no poder pecar; y en el orden de la sabiduría estaba que fuera para el hombre, en el primer caso, fuente de méritos, y en el segundo, recompensa del mérito?
Libertad y posibilidad
57. Jul.- "Una buena posibilidad del mal o del bien no coacciona la voluntad, pero le permite manifestarse. Nadie es bueno por el hecho de estar dotado de libre albedrío; existen muchos hombres libres que son unos perversos; ni nadie es malhechor por disfrutar del libre albedrío, pues hay muchos hombres que participan de esta libertad y son muy buenos. No es el hombre bueno o malo por ser libre, pero no puede ser malo ni bueno si no fuera libre. Esta posibilidad tiene nombre de libertad y fue constituida por un Dios sapientísimo, de manera que nada se podría hacer sin ella.
Y esta libertad tiene opciones contrarias, sin que esté predeterminada a ningún extremo; es decir, nunca puede considerarse causa necesaria de una voluntad buena ni de una voluntad mala; puede ser receptora de las dos, sin ser coaccionada a optar por ninguna. Por lo que concierne a los necesarios, existe un solo camino, un hilo semejante, en cierto modo, a longitud geométrica, sin anchura, que hace la unidad indivisible. Cuando la unidad se extiende, conserva la fuerza natural; pero, al primer impedimento que encuentre y la divida, termina al momento lo necesario. En resumen, el Dios bueno hizo al hombre bueno".
Ag.- ¿Por qué has dicho que el hombre es bueno o malo según su propio querer, y cuanto tiene de Dios, lo tiene de lo necesario, no de lo posible? Quieres dar a entender que le viene de su naturaleza, no de su voluntad, de suerte que el hombre es bueno por sí mismo, no por Dios; y, por cierto, mejor por sí mismo que por Dios. Estas son tus palabras: "Nadie es bueno por estar dotado de libre albedrío"; y poco después añades: "Nadie es malo porque tenga libre albedrío". ¿No equivale esto a decir que Dios no hizo al hombre malo ni bueno, sino que es el hombre el que se hace a sí mismo bueno o malo según el buen o mal uso que haga de su libre albedrío? ¿Por qué ahora dices: "El buen Dios hizo al hombre bueno", si no es el hombre malo ni bueno en virtud del libre albedrío que Dios plantó en él, sino por el uso que haga de su libre albedrío? Y ¿cómo será verdad lo de que Dios hizo al hombre bueno? 83 ¿Acaso era bueno no teniendo voluntad buena, sino tan sólo la posibilidad de tenerla? Luego era malo sin tener voluntad mala, sino tan sólo su posibilidad y por sí mismo tiene voluntad buena y en falso dice la Escritura: La voluntad es preparada por el Señor 84; y: Dios obra en vosotros el querer 85. Cierto, no dices que es el hombre el que tiene en sí voluntad buena o mala, sino que nace en él, no de él. De donde se sigue, según tu admirable sabiduría, que Dios no hizo al hombre recto, sino que puede, si quiere, ser recto; y no es recto, sino que, por no sé qué casualidad, se hace recto, porque la voluntad que puede darle la rectitud de que habla la Escritura no viene de él, sin saber de dónde viene o cómo. Esta sabiduría no "es de arriba", sino terrena, animal, demoníaca 86.
Capacidad para el bien y el mal
58. Jul.- "El comenzar, y comenzar bien, le viene al ser de la unión con lo necesario. Cuando recibe el libre albedrío, se encuentra aún en el plano de lo necesario; pero esta necesidad toca a su fin, porque dos voluntades contrarias se dividen. Y, al surgir la división, la naturaleza no pertenece ya a la unidad de lo necesario, y es entonces cuando nos vemos forzados a tener esta posibilidad, pero no somos forzados a usar de esta posibilidad para el mal ni para el bien. De esto se sigue que la posibilidad de pecar, capaz del bien y del mal, es voluntaria, porque no existiría capacidad para el bien si no fuera también capaz de hacer el mal".
Ag.- Di mejor, si quieres hablar con verdad, que la naturaleza del hombre fue, desde el principio, creada con capacidad para el bien y el mal, no que fuera capaz sólo del bien, si no es porque debía progresivamente elevarse de manera ordenada, y abstenerse del pecado, cuando podía pecar, hasta llegar un día a la felicidad, donde ya no puede pecar. Porque, como he dicho ya, los dos son grandes bienes, uno menor y otro mayor. Consiste el menor en poder no pecar; el mayor, en no poder pecar; era, pues, necesario llegar, a través de un bien menor, al premio de un bien superior.
Si, como dices, "la naturaleza humana no podía ser capaz de su propio bien si no fuera capaz del mal", ¿por qué, después de una existencia vivida piadosamente, no sería capaz de hacer sólo el bien y no el mal, siendo solamente inaccesible a toda voluntad o necesidad de pecar, sino incluso a la posibilidad de pecar? ¿Temeremos pecar cuando seamos iguales a los ángeles? Hemos de creer, sin ningún género de dudas, que a éstos les fue otorgado el no poder pecar en recompensa a los méritos por haber permanecido firmes y fieles cuando otros cayeron y ellos mismos podían pecar. Pues de otra suerte se podía aún temer contemplar el mundo rebosante de multitud de nuevos diablos y de nuevos ángeles malos.
La misma vida de los santos, abandonados ya sus cuerpos, no estaría al abrigo de toda sospecha, porque habrían podido pecar, o aún pueden pecar, si en la naturaleza racional permanece cierta posibilidad de pecar, y no puede ser capaz del bien si no es también capaz del mal. Mas como es esto una absurdidad fabulosa, se ha de rechazar dicha opinión y creer que esta naturaleza fue creada desde el principio capaz del bien y del mal, y así, por su posición entre uno y otro, merezca ser capaz de hacer sólo el bien o el mal, de manera que, sí es condenada a pena eterna, se vea forzada a sufrir el mal, sin posibilidad ya de hacerlo.
Pecado necesario, castigo del pecado y sacramento de la regeneración
59. Jul.- "La diferencia que existe entre la plenitud y el vacío, existe entre lo necesario y lo posible. La posibilidad, o, como se dice, la capacidad de hacer una cosa, es el vacío; porque, si no existiese el vacío, carecería de capacidad. ¿Cómo recibir lo que ya se tiene? La necesidad significa plenitud, no el vacío. Una cosa no puede recibir como si estuviese vacía si ya, por necesidad, está llena. Entre lo posible y lo necesario hay tanta diferencia como entre lo remecido y el vacío. La diferencia entre estas dos cosas, de las que es el hombre capaz, la avalan los prejuicios que podían acarrear. Tiene la naturaleza, en cuanto redunda en gloria de su Creador, un bien necesario. Es lo que constituye la inocencia natural sin mezcla de mal alguno, receptora del bien y del mal según obre bien o de una manera criminal. Lo que el hombre tiene propio, puede el hombre corromperlo pecando, pero no puede ajar lo que de Dios recibió.
Incluso en el hombre perverso permanece su condición natural buena; poder hacer el mal o el bien, jamás puede ser un mal. Pero esta condición natural buena no le serviría de nada al que, sin condenar lo que en él hay de necesario, no le reportara ventaja alguna. Así como en un hombre cuya libertad alcanzó ya su madurez, atribuimos a su voluntad el mal del pecado, y a Dios la naturaleza, autor de esta naturaleza, lo mismo un niño, que aún no ha llegado al uso de razón, y en el que únicamente se manifiesta lo que en él plantó la naturaleza, decimos que está lleno de crímenes y que el mal, en otros posible, es en él necesario. Esto sería, sin duda, acusar de crimen al autor de la naturaleza".
Ag.- Rompemos abiertamente tus reglas con hombres de edad madura para que no las puedas aplicar a los niños. Cierto, no era niño el que clama: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 87. Y, para servirme de tus palabras, no existía en él vacío de posibilidad, sí plenitud de necesidad. No era para él el mal un vacío receptivo, sino plenitud actuante. No dice: "Puedo hacer el bien o el mal", posibilidad que no es un mal ni para la naturaleza ni para la voluntad del hombre; dice: No hago el bien que quiero; y añade: pero hago el mal que no quiero 88. No hacer el bien y hacer el mal no es, como dices tú, una posibilidad, sino, como él lo padece y experimenta, una necesidad que le hace gemir; débil para alejar sus miserias, poderoso martillo para romper tus reglas. Quiere, y no hace el bien; no quiere, y obra el mal. ¿De dónde viene esta necesidad?
Lo saben los doctores católicos, que entienden que el apóstol Pablo habla de sí mismo, e indica que esta necesidad le viene de la ley de sus miembros, contraria a la ley del espíritu, sin la que ningún hombre viene al mundo. Los mismos santos pueden decir: No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 89, pues comprenden lo provechoso que es no desear en su carne lo que es contrario al espíritu; porque, como el Apóstol, se quiere lo que se hace, y lo peligroso que es mantener en su carne tales deseos, aun cuando el espíritu no los consienta; cuando se hace lo que no se quiere, no se incurre en condenación, porque borrada la mancha de pecado por el sacramento de la regeneración, nuestro espíritu resiste para no entregarse a las apetencias de la carne; pero no sin algún detrimento para nosotros, porque no se trata de una naturaleza extraña mezclada con la nuestra, sino de nuestra propia naturaleza, que es espíritu y es carne.
Tal es el sentir piadoso y verdadero contra vuestra "protegida", que no queréis admitir. Creéis que, contra vuestra testarudez en defenderla, no se puede invocar testimonio alguno de las Escrituras, ni el de las buenas costumbres de los hombres, ni el gemido de los santos; con tal evidencia de verdad, que sólo os resta -no para poder, sino para querer defenderla- vuestro descaro, no vuestra elocuencia. ¿Qué otra cosa hacéis si no es enturbiar, con la espuma de vuestra charlatanería, las cosas más transparentes y sencillas?
Clama el Apóstol: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero. Y poco antes dice: No soy yo el que hace esto, sino el pecado que habita en mí, es decir, en mi carne 90. ¿Qué significa: Hago lo que no quiero?; y ¿que quiere decir: No soy yo el que hace esto? ¿Qué otra cosa sino lo que a continuación explica? Cuando dice: Hago lo que no quiero, demuestra que lo hace; y al decir: No lo hago yo, indica que es obra de su carne, que codicia contra el espíritu, que resiste. La concupiscencia es un movimiento de la carne, aunque el espíritu no dé su consentimiento. Para indicar el sentido de las palabras en mí, añade: es decir, en mi carne. Y aunque esta expresión no fuera del Apóstol, como opináis vosotros, sino de un hombre cualquiera, aplastado por el peso de sus malas costumbres, de las que su voluntad no puede triunfar, ¿no son palabras tan fuertes como para romper y triturar todos vuestros argumentos sobre lo posible y necesario? Porque, aunque no queréis admitirlo, existe no sólo lo voluntario y posible, del que somos libres para abstenernos, sino también un pecado necesario, del que no somos libres de abstenernos, porque es pecado y castigo de pecado. Sin embargo, no queréis ver que toda acción producida en virtud de la costumbre -algunos sabios la llaman segunda naturaleza- es castigo de un gran pecado, el mayor de todos los pecados cometido por el primer hombre, y que por la concupiscencia existe en todos los que nacen de él en la propagación del linaje humano; concupiscencia que el pudor en los pecadores les fuerza a tapar la región lumbar.
Todos los males vienen de las cosas mudables
60. Jul.- "¿Para qué ocuparnos de los niños, si, según los maniqueos, el hombre peca voluntariamente antes de tener uso de razón? Porque, si con el hombre nace el mal, por ser hecho de la nada, y el hombre vino necesariamente de la nada, no hay duda que el mal viene de lo necesario, no de lo posible. Esta opinión, aunque en una larga discusión fue ya refutada, con todo, insistamos más y más en esta misma materia, para que, a fuerza de repetir, sea más intensa la luz.
Preguntas: 'De dónde vino en el primer hombre la voluntad mala?' Respondo: de un movimiento libre del alma. Preguntas de nuevo: '¿De dónde viene este movimiento?' ¿Qué pretendes? ¿Saber de dónde viene o de dónde es coaccionado a venir? Si, como has escrito, es de dónde se ve coaccionado a venir, probaré que tus asertos son contradictorios y fluctuantes. Preguntas, en efecto, quién ejerció coacción sobre una cosa que no puede existir si no se excluye toda coacción. Luego tus argumentos no tienen fuerza ni lógica y se disipan por su misma contradicción.
Es una insensatez preguntar de dónde viene la voluntad mala; porque, si preguntas 'de dónde', no buscas el entorno de su existencia, sino el origen, es decir, su naturaleza; y esto, como arriba probé, si se entiende de la cuestión de su naturaleza, pierde parte de su definición al decir 'sin coacción alguna'. Si, por el contrario, conservamos intacta la definición; huelga ocuparnos de su origen. No pecó, pues, el hombre por ser formado de la nada, ni por ser obra de Dios, ni porque sea creación de las tinieblas, ni porque está dotado de libre albedrío. Pecó porque quiso, es decir, tuvo mala voluntad porque quiso".
Ag.- Nosotros, o mejor, la misma Verdad, dice: "Los hombres en edad adulta, unos hacen el mal voluntariamente; otros, por necesidad; y unos mismos hombres hacen el mal, ora porque quieren, ora por necesidad". Si esto te parece un error, escucha al que grita: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 91. Esto te lo voy a meter por los ojos tantas veces cuantas, según acostumbras, finges no verlo o quizás no lo veas. ¿Por qué arroparte en los pliegues de tus ambigüedades? No se dice que la necesidad de pecar existe en el hombre porque fue de la nada creado; eres tú el que te lo dices a ti mismo. El hombre, en efecto, fue formado, de manera que la posibilidad de pecar le viene de lo necesario; el pecar, de lo posible. Con todo, no tendría el hombre posibilidad de pecar si fuese de la misma naturaleza de Dios, porque entonces sería inmutable y no podría pecar.
No pecó, pero pudo pecar, pues fue creado de la nada. Entre el pecar y el poder pecar existe una diferencia abisal; el pecar pertenece a la culpa; el poder pecar, a la naturaleza. No todo lo que viene de la nada puede pecar; por ejemplo, los árboles y las piedras no pueden pecar; con todo, su naturaleza, que no puede pecar, fue creada de la nada. No es gran cosa poder no pecar, pero sí es un gran bien no poder pecar cuando uno es feliz. Tampoco es un bien sumo poder no ser mísero, pues todo ser que no puede gozar de la felicidad no puede ser desgraciado; pero es un bien supremo que una naturaleza sea feliz y jamás pueda ser desgraciada. Pero aunque este bien sea mayor, no es pequeño bien el que la naturaleza del hombre haya sido creada con la feliz posibilidad de no ser desgraciada, si no quiere.
Decimos que todas las cosas fueron creadas de la nada, es decir, para entendernos, de lo que no existía. Cuanto es creado de lo que no existía ha de ser referido a su primer origen. La carne viene de la tierra; la tierra, de la nada. Y en este sentido decimos que todos los hombres son hijos de Adán, aunque cada hijo tiene su padre. Todas las cosas que han sido hechas son mudables, porque han sido formadas de la nada, esto es, del no-ser; y existen porque Dios las creó; y son buenas por ser hechas por el que es Bondad; y no serían mudables todos estos bienes que existen si no existiese el Bien inmutable que las creó.
En consecuencia, todos los males, que son pura privación de un bien, surgen de las cosas buenas, pero mudables. Del ángel y del hombre, de quienes han nacido los males, males que pudieran no existir si no hubiesen querido pecar, pues podían no querer, se puede decir con verdad que sus naturalezas son buenas, pero no inmutables. Pero Dios es tan bueno que sabe hacer buen uso de los males; y tan poderoso, que no permitiría, en su infinita bondad, existiesen males si no pudiera servirse de ellos para bien; antes se revelaría impotente y menos bueno si no pudiera hacer buen uso del mal. Luego no puedes negar que el que dijo: Hago el mal que no quiero 92, trae este mal de lo necesario, no de lo posible. No es, pues, verdad lo que dices: "Toda acción mala viene de lo posible, no de lo necesario". Porque hay algunas cosas que vienen de lo necesario. ¡Mira cómo se derrumba tu castillo tan bien construido!
Cuanto a saber de dónde viene la voluntad mala en el primer hombre, crees haber contestado con gran cautela cuando dices "de un movimiento del alma sin ninguna coacción"; más fácil y breve te fuera responder: "Del hombre mismo". Y lo que añades: "sin ninguna coacción", lo podías añadir sin contradicción alguna. ¿Quién te podrá reprochar de contradecirte si dijeses la misma verdad de la manera siguiente: "La voluntad mala en el primer hombre existió sin ninguna coacción?" Mas, ante el temor de acusar la naturaleza, como si de ello se siguiera algún desdoro para su autor, dices por fin lo que ha tiempo querías decir sin alejarte de la naturaleza. Porque el alma es una naturaleza, y en la constitución del hombre es superior al cuerpo, y, como dices, es "un movimiento del alma sin ninguna coacción". ¿Ves cómo lo que no es antes de existir no puede venir de parte alguna? ¿Qué necesidad hay de investigar de dónde viene este movimiento del alma, cuando es evidente que cualquier movimiento del alma sólo del alma misma puede venir? Y si lo niegas con todo descaro insensatamente, te preguntaría aún de dónde surgió en el primer hombre la voluntad mala, y no te está permitido decir: "De un movimiento del alma sin ninguna coacción", porque ese movimiento del alma sin ninguna coacción es la voluntad. Por lo tanto, decir que la voluntad viene de un movimiento del alma, es decir que el movimiento del alma viene de un movimiento del alma, o que la voluntad viene de la voluntad, no del alma, y así no se puede culpar a la naturaleza que es buena, es decir, el alma. ¿Quién, con justicia, puede condenar el alma, si con justicia no se la puede culpar?
Pero dices: "El hombre pecó porque quiso; tuvo mala voluntad porque quiso". Esto es muy verdad. Pero si la luz meridiana no es tiniebla, la voluntad mala existe en el hombre porque quiso. No decimos, como tú con calumnias pretendes, que hayamos escrito: "Este movimiento fue una coacción"; no explicamos de dónde surgió sin coacción, porque existe sin ninguna coacción. Y no pudo venir si no es de alguna parte, pues antes de nacer no existía. Si el hombre quiso, viene del hombre. ¿Mas qué era el hombre, antes de que este movimiento naciera en él, sino una naturaleza buena, obra de un Dios bueno? Lo es también el hombre malo, porque, en cuanto hombre, es obra de Dios.
Seas por tu vanidad confundido, ¡oh Juliano!, porque con verdad dijo Ambrosio 93 que el mal viene del bien. Y porque lo hizo sin ninguna coacción, no puede Dios ser culpado, antes es digno de alabanza, porque hace un uso justo y bueno del mal que existe por su permisión.
La voluntad buena fue viciada
61. Jul.- "La voluntad, que no es otra cosa sino un movimiento libre del alma, debe a su naturaleza la posibilidad, y la acción, a sí misma. Si se me dice que es mala la naturaleza porque pudo tener una voluntad mala, respondo: buena es la naturaleza, pues pudo tener buena voluntad, y se dice a un tiempo que es óptima y pésima. Pero no permite la razón que una misma cosa tenga, a la vez, cualidades y méritos contrarios. Si se la considera mala porque pudo hacer mal, se la debe también considerar buena porque pudo obrar bien. 'Mas ¿cómo esta naturaleza que obraba bien pudo hace el mal?' Respondo; porque este bien que se llama virtud no le es propio si al mismo tiempo no es voluntario. Y no podía ser voluntario si existiera la necesidad del bien, así como habría tenido que sufrir la necesidad del bien si no hubiera tenido posibilidad del mal. Para conservar el derecho al bien se admite la posibilidad del mal".
Ag.- Veo no quieres atribuir a la naturaleza voluntad buena desde el mismo instante en el que fue el primer hombre creado. ¡Como si no pudiese Dios crear al hombre dotado de buena voluntad, sin forzarle a permanecer en ella, sino dejando a su libre albedrío querer o no querer, sin que coacción alguna le forzase a trocar la voluntad buena en voluntad mala, como así sucedió! No tenía aún el hombre voluntad de pecar o de no pecar en el principio de su existencia cuando Dios lo hizo recto y en edad ya de usar de su razón. ¿Quién se atreverá a decir que Dios lo creó tal como nacen los niños? Aquella perfección de la naturaleza que da la mano de Dios, no los años, no podía existir sin voluntad exenta de todo mal; de otra suerte, no hubiera dicho la Escritura que Dios hizo al hombre recto 94. Fue, pues, el hombre creado con voluntad buena, pronta a obedecer a Dios y a recibir dócilmente su ley; pudiendo, si quería, observarla sin dificultad alguna, o, igualmente, quebrantarla sin ninguna necesidad. De estas dos opciones, la primera le era beneficiosa; la segunda, digna de castigo. De donde se deduce, si se piensa piadosa y sobriamente, que la primera voluntad es obra de Dios; con ella hizo al hombre recto, porque nadie puede ser recto sin la rectitud de la voluntad.
Por este motivo, la voluntad, una vez perdida, no puede ser recuperada si no es por el Dios que la creó; y nadie piense que la necesidad del pecado puede ser sanada si no es por misericordia de este mismo Dios, que, por un justo e inapelable juicio, la impuso a toda la posteridad de aquel que sin ninguna necesidad pecó. Sobre esta necesidad, castigo del pecado que habitaba en su carne, llora el Apóstol cuando se ve forzado a hacer el mal que no quería, y para enseñarnos dónde hemos de buscar remedio y refugio clama: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor 95. Ves por cierto que no le sirve aquella posibilidad que consideras un gran bien, porque no existe el mal si es necesario; gimiendo bajo la necesidad del mal, exclama el Apóstol: Soy muy desgraciado.
Mas el socorro le vendrá de aquel cuya gracia triunfa de todo lo que llamas necesario, pues no puede ser de otra manera; pero lo que a los hombres es imposible es fácil a Dios. Para Dios no fue necesario que entrara un camello por el hondón de una aguja, antes fue posible la entrada; así como él, con su carne y sus huesos, entró estando cerradas las puertas.
Vanos son tus esfuerzos por defender una naturaleza viciada. Si quieres hacer algo útil por ella, hazlo para sanarla, no para excusarla. Deja haga ella misma méritos para ser con justicia condenada. Si niegas el origen de la voluntad mala en el hombre, aunque otra cosa digas, afirmas que su condena es injusta. ¿Qué otra cosa dices, si es que no hizo méritos para su condenación? ¿Hay algo más injusto que condenarla por lo que no hizo, tratando de excusarla y echando la culpa a lo posible y condenarla para hacerla más inexcusable? Dices: "Existe en la naturaleza la voluntad mala, pero como posible, no como necesaria". Si esta posibilidad cae fuera de la naturaleza, no se debe condenar la naturaleza, sino aquello de donde viene la mala voluntad; pero, si esta posibilidad pertenece a la naturaleza, es la naturaleza autora de la voluntad mala y no puede ser excusada, como lo demuestra la definición que tú mismo has dado de la posibilidad. Nadie te dice que "la naturaleza es mala porque pudo tener mala voluntad". No somos nosotros -contra quienes te rebelas- los que decimos esto.
¿Por qué te detienes en superfluidades? Dices: "El bien, llamado virtud, no sería voluntario si estuviera sometido a la necesidad del bien y no tuviera la posibilidad del mal". Te olvidas aquí por completo de Dios, cuyo poder es tanto más necesario cuanto más quiere que sea así, hasta no poder no quererlo. Tú mismo has dicho en el primer libro de esta obra: "No puede ser Dios, si no es justo"; si esto ha de llamarse necesidad, llámese, siempre que conste que nada hay más feliz que esta necesidad; pues es una necesidad para Dios no vivir mal, como le es necesario vivir siempre feliz. Y esta necesidad no teme tus palabras; no quisiste decir que goza de la necesidad de hacer el bien; has preferido decir: "Habría estado sometido a obrar bien, de no tener la posibilidad de hacer el mal".
Como si Dios diera la sensación que perdonar al hombre fuera algo penoso y tuviera necesidad de hacer el bien al no tener posibilidad de hacer el mal, siendo un bien tan subido, que es recompensa reservada a los santos, a los que olvidas; como haces con Dios. Y no viviremos entonces sin virtud, cuando nos sea otorgado el no poder alejarnos de Dios y ni podamos quererlo. Tal es el bien que nos espera cuando, según la promesa, estemos con el Señor ni podamos separarnos de él. Tal será en nosotros la virtud cuando no tengamos -como ahora tenemos- la facultad de poder hacer el mal. Pero por méritos de una virtud menor, llegaremos a una virtud más elevada, en recompensa de la cual ya no tendremos mala voluntad ni la podremos tener. ¡Oh necesidad deseable! La Verdad nos la otorgará para que sea cierta la seguridad, sin la cual es imposible que exista plenitud de felicidad, a la que nada se le pueda añadir.
El pecado viene de la posibilidad de la voluntad
62. Jul.- "Se puede retorcer el argumento y decir: 'Se adapta al mal la naturaleza; y este mal, si es necesario, no puede ser voluntario; se dio la posibilidad del bien para que el mal conservara su propiedad'. Sutil razonamiento, pero sin sustancia, porque para valorar una cosa es preciso hacerlo por su lado mejor, y en estas circunstancias se ha de tener en cuenta la dignidad del autor de todas las cosas, es decir, de Dios, que dota al hombre de libre albedrío no como castigo, sino para darle la posibilidad de hacer el bien o el mal, para tener así ocasión de recompensarlo.
Pero sobre esto no quiero discutir. Prefiero exponerme a la calumnia antes que restar una tilde a la autoridad del Creador. Con todo, necesariamente se sigue que esta posibilidad de hacer el bien y el mal es muy diferente de la eficacia de la voluntad en uno u otro caso. En consecuencia, no puede probarse que la causa de la virtud o del vicio venga de la necesidad. Hagamos a los honestos injuria y digamos que en lo que a los malos se oponen no cuentan con el mérito de una voluntad buena ni mala. Tiene la naturaleza el testimonio de su libertad, pues no es responsable del bien o del mal si no es en lo voluntario. Luego atribuyes a la naturaleza la posibilidad, y a esta misma naturaleza, la voluntad del bien y del mal. Y así, insoslayablemente, se concluye que la voluntad nace, es verdad, en la obra de Dios como posible, no como necesaria. Y esto no ha de imputarse al dador de la posibilidad, sí al que dirige esta posibilidad".
Ag.- Atribuyes a la naturaleza una voluntad ni buena ni mala; pero sólo la posibilidad de una voluntad buena o mala, porque el ángel y el hombre son naturaleza. Si no se puede, como dices, atribuir a la naturaleza una voluntad mala o buena, a nadie se debe honrar por su buena voluntad ni condenar por su mala voluntad. ¿No sería una iniquidad condenar a un hombre por un mal que no le es imputable? ¿No son el ángel y el hombre naturaleza? ¿Quién puede decir esto si no es el que no sabe lo que dice? A la naturaleza se atribuye lo que se atribuye al ángel y a la naturaleza se atribuye lo que se atribuye al hombre; pero a la naturaleza creada por Dios buena y que por su voluntad se hizo mala.
Por consiguiente, se atribuye con toda justicia a estas naturalezas el mal y no al autor de estas naturalezas, pues en su creación han recibido del Creador la posibilidad del mal, no la necesidad, y así poder adquirir méritos; y escapa al castigo la voluntad buena, aunque no pueda evitar la recompensa. ¿Por qué buscar excusas para la voluntad, si puede la naturaleza querer o no querer? No puede la voluntad mala existir sin el consentimiento del ángel o del hombre, que sin discusión son naturaleza. ¿Por qué imputar al hombre mala voluntad, con el fin de que con justicia pueda recibir el castigo merecido por su voluntad, y no querer atribuir a la naturaleza lo que al hombre atribuyes, como si fuera posible al hombre no ser naturaleza?
¿No sería mejor para ti hablar sensatamente y afirmar que la mala voluntad del hombre viene de la naturaleza, pues todo hombre es naturaleza; y por ser naturaleza, al cometer por primera vez el mal, recibe esta voluntad mala de lo posible, no de lo necesario? Con estos dos nombres te place designar estas dos eventualidades: en una incluyes todo lo que se hace por necesidad; en la otra, lo que puede ser hecho, pero sin necesidad, pues puede no hacerlo.
Esto, cuando se habla del pecado del primer hombre o de los hombres primeros, se dice con toda verdad. Pero surge uno que clama: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 96. Hace, en efecto, el mal necesariamente el que hace lo que no quiere, y así rompe la regla, que con temeraria verborrea fingiste al decir: "No se ha de atribuir a la necesidad la causa de la virtud o del vicio", porque está demostrado que esta causa viene de lo necesario. Imposible afirmar que una acción mala no es un vicio; o el que no hace el bien que quiere o no quiere hacer el mal, y lo hace, no sea una necesidad; o, al contrario, no será para nosotros una feliz necesidad hacer el bien cuando nuestra naturaleza sea colmada de gracia tanta, que Dios sea todo en todos 97 y no tengamos ya necesidad de obrar el mal. Virtud es la justicia; se nos promete un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habita la justicia 98.
Y si, quizás turbado, dices haber establecido dicha regla sólo para la vida presente, no para la futura, no quiero pelear con un vencido; pero no podrás negar se trata de la vida presente cuando oyes a un hombre gritar: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero; contra esta doctrina te has esforzado en atribuir este vicio a la necesidad, no a la voluntad. Pero de esta necesidad con la que nacen los niños, al correr de la edad, aparece el que puede librar al hombre en desgracia; es el don de Dios por Jesucristo nuestro Señor 99. Y de esta gracia sois enemigos, pues ponéis vuestra confianza en vuestro poder; y en vuestro orgullo impío contradecís a la Escritura divina, que condena a los que ponen su confianza en su poder 100.
Inacabable discusión de Juliano
63. Jul.- "Grabe en el alma el prudente lector la gran diferencia que existe entre lo que viene de lo posible y lo que viene de lo necesario; y atribuya a la necesidad todas las cosas naturales, y a lo posible las voluntarias; resuma todas las cuestiones uniendo la primera a la última; porque, si ciego, vaga de una a otra, puede caer a cada paso en infinidad de errores; y que esto sea evidente se ve en tu gran ceguera cuando resumes y dices: 'Lo mismo que el mal, antes de existir, pudo nacer en la obra de Dios, así, cuando existe, puede brotar naturalmente por la obra de Dios'. ¡Mira en qué error te has enredado! El pecado querido por la primera voluntad y que viene de lo posible se convirtió, dices, en necesario, lo mismo que un movimiento libre del alma pudo surgir en un principio libremente, y luego, efecto de su libertad, se hizo necesario para toda acción natural. Ten en cuenta que el autor de lo necesario es Dios. Si produce Dios en los seres naturales el mismo efecto que el alma en el pecado, sin duda es tan culpable como aquel cuya mala voluntad condena. Y aún más, porque cuanto es más necesario que posible, tanto más criminal es imputar a otros el pecado y cometerlo él. Y aunque no lo exige la presente cuestión, sin embargo, quiero probar que tu hipótesis sobre Dios es peor que la de Manés. Quedó su Dios mutilado por los embates sufridos, pero el tuyo ha sido corrompido por antiguos y multiplicados crímenes; y, por consiguiente, discrepas de los católicos no sólo en esta cuestión, sino también sobre Dios. No le honras como lo veneramos nosotros por su justicia, omnipotencia e indivisa Trinidad.
Los movimientos de la voluntad no pueden pasar por la naturaleza; con razón dijimos: 'La obra del diablo no pudo pasar por la obra de Dios'. Obra del diablo y del hombre malo es el pecado; en ninguno de ellos pudo existir sin un movimiento libre de la voluntad. Ahora bien, la obra del diablo y del hombre viene de lo posible; obra de Dios es la naturaleza, que da subsistencia al hombre; y no de una manera posible, sino necesaria. Permanece esta naturaleza durante un tiempo sin voluntad y se deja sentir su fuerza a cierta edad. Mientras la naturaleza permanece sin la acción de la voluntad, es sólo obra de Dios; y en lo que entonces hiciere no puede existir pecado. Es, pues, irrefutable que la obra del diablo no puede pasar por la obra de Dios.
No es menos falso que sacrílego lo que añades: 'La obra de la obra de Dios pasa por la obra de Dios'; es como decir: 'Peca Dios cuando peca el hombre, creado por Dios'. El pecado, en efecto, no existe en parte alguna fuera de la obra del hombre, porque el pecar no añade nada sustancial al hombre ni es más grande ni más respetable; sólo el pecado, obra de una voluntad mala, atrae sobre el que lo comete la recompensa de su mal obrar, y se llama malo al que hace el mal; lo mismo, tu Dios, si algo malo hizo en su obra, nada añade a su sustancia, ni tampoco a la del hombre; sin embargo, merecería algo muy feo: se le llamara malo si hizo una obra mala. En relación con los niños, es evidente que no son culpables, pues su malicia viene de lo necesario, y ni el mismo diablo sería culpable si su maldad no viniese de lo posible. Pero Dios, el verdadero Dios de los cristianos, nada malo ha hecho; y el niño, antes de tener uso de su propia voluntad, tiene sólo lo que el Creador le dio. Luego no puede existir ningún pecado natural. Hemos buceado hasta las profundidades abisales del antiguo error, y en esta cuestión ya no hay tinieblas. Retenga el lector despejado la distinción entre lo necesario y lo posible y ríase de los cuentos de maniqueos y traducianistas".
Ag.- Los hombres que entiendan lo que leen y puedan comprender lo que dices, repitiendo sin cesar con las mismas palabras las mismas cosas, verán no has hecho otra cosa que dar la impresión de que respondes a la cuestión que te propuse en uno de mis libros, al que tú, en vano, quisiste refutar en ocho tuyos; y, al no conseguirlo, la has querido oscurecer. El que esta cuestión no entienda, es posible crea que has dicho algo, precisamente porque no entiende. Creo útil recordar con brevedad la cuestión debatida para disipar las nubes de tu verborrea y demostrarles la invicta solidez de mis razonamientos.
Tú habías dicho: "Si la naturaleza es obra de Dios, por la obra de Dios no puede pasar la obra del diablo". Te respondí: ¿Qué dices? Si la naturaleza es obra de Dios, ¿por la obra de Dios no puede pasar la obra del diablo? ¿No fue obra del diablo la que surgió en la obra de Dios cuando el ángel se convirtió en demonio? Si el mal, que no existía antes en parte alguna, pudo surgir en la obra de Dios, ¿por qué el mal, que ya existía en algún lugar, no pudo pasar por la obra de Dios, sobre todo cuando con las mismas palabras oímos decir al Apóstol: Y así la muerte pasó por todos los hombres? 101 ¿No son los hombres obra de Dios? Luego el pecado pasó por todos los hombres; es decir, la obra del diablo pasó por obra de Dios; o para decir lo mismo con otras palabras: la obra de la obra de Dios pasó por la obra de Dios. Por lo tanto, sólo Dios es inmutable, y su bondad, infinita, y todas sus obras, antes de que el mal existiese, eran buenas; y de las malas que surgieron en todas las obras buenas hechas por él y de todos los seres saca bienes.
Tú, confundido por la evidencia de estas verdades, has creído un deber cegar a los hombres con tu inacabable y vacía discusión sobre lo posible y lo necesario para que la oscuridad lanzada a sus ojos te permitiese, no el evitar el trituramiento de tu insustancial doctrina, pero sí, al menos, esconderla a su vista. ¿Qué importa la distinción entre lo necesario y lo posible en la presente cuestión que nos ocupa? Pecaron, ciertamente, el ángel y el hombre; pero te atreves a decir que ángel y el hombre no son naturalezas; y como, si no estás loco, no puedes llegar a esta audacia, te convencerás de que al pecar un ángel, pecó la naturaleza, y al pecar un hombre, pecó también la naturaleza. Pero este pecado, dices, viene de lo posible, no de lo necesario. Verdad dices. Sin embargo, pecó un ángel, pecó un hombre, pecó una naturaleza, y pecó la obra de Dios, que es el ángel y que es el hombre; y esto sin coacción alguna por parte de Dios, sino por su mala voluntad, que pudo no tener. ¡Baldón para esta naturaleza, creada buena y que hizo el mal sin coacción alguna! ¡Gloria a Dios, que hizo buena la naturaleza y saca bien del mal que él no hizo!
Con estas y otras razones verdaderas y católicas se puede defender y ensalzar la naturaleza creadora y condenar y reprender la pecadora; e incluso se puede alabar esta naturaleza pecadora, en cuanto es obra de Dios, y condenarla por haberse libremente alejado de Dios y transmitir a toda su posteridad el castigo que ella había merecido, porque esta naturaleza que pecó libremente en uno solo renace de una manera involuntaria en cada hombre. ¿Quién te precipitó para decir, quién te hundió para escribir: "Si la naturaleza es obra de Dios, no puede pasar por la obra de Dios la obra del diablo"? ¡Eres un hombre sordo al clamor de los santos, ciego en tus invenciones! ¿Acaso no es el pecado obra del diablo? ¿Y no pasó por todos los hombres, que son obra de Dios? ¿Por ventura no es obra del diablo la muerte que vino por el pecado, sobre todo la muerte, la única que vosotros admitís como efecto del pecado, es decir, la del alma, no la del cuerpo? ¿Y no pasó por todos los hombres, que son obra de Dios?
"Pasó, decís, por imitación". Bien, pero pasó por todos los hombres, que son obra de Dios. "Pero por lo posible, replicas, no por lo necesario". Mira, di lo que quieras, pero pasó por los hombres, que son obra de Dios. Sin hacer excepción alguna, dijiste: "Por la obra de Dios no puede pasar la obra del diablo". Y para acrecentar tu insustancial y vana palabrería, te afanas no en defenderla, para hacerla más admisible, sino para impedir sea descubierta. Y si no recordabas las palabras del Apóstol, que te impiden decir lo que dices, ¿por qué, por favor, no advertiste que existir en la obra de Dios es más que pasar por la obra de Dios la obra del diablo? Si confiesas lo primero, ¿por qué niegas esto? ¿Es que lo que quieres es posible, e imposible lo que no quieres? ¡Tenga el Señor misericordia de ti para que dejes de ser vanidoso! De muy buena gana acepta Manés tu doctrina, muy afín a la suya, pues le permite argüir así: "Si la obra del diablo no puede pasar por la obra de Dios, menos aún puede existir en la obra de Dios". Pero entonces, ¿de dónde viene el mal si no es de la fuente que nosotros decimos? A esto respondemos: "Decid estas cosas a Juliano, no a nosotros. Dejamos fuera de combate al príncipe de las tinieblas". Y, lejos de causarnos prejuicio, fue derrotado con vosotros por nosotros; o mejor, con vosotros fue por nosotros vencido.
Es necesario renacer para no perecer
64. Jul.- "Una y otra cosa la sacaste de tu memez. Dices: 'Como alimenta y nutre Dios a los malos, también creó a los malos'; porque está escrito en el Evangelio: Hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos 102. Existe una muy grande diferencia con lo que tú unido propones. Alimenta Dios a los pecadores y es bueno con malos e ingratos; y esto es siempre una prueba de su misericordia, no de su maldad; pues no quiere la muerte del que muere, sino que se convierta y viva 103; y no castiga en seguida a los que pecan, porque, en su bondad, concede tiempo para que hagan penitencia. Así lo declara el Apóstol: ¿Ignoras que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento? Por la dureza e impenitencia de tu corazón atesoras para ti ira 104.
Y ante licaonios y areopagitas sostiene que Dios, incluso en los primeros tiempos de la antigua ignorancia, no había cesado de adoctrinar a los hombres con las leyes de su divina providencia. No les dejó sin testimonio de sí mismo, dice, enviándoles del cielo las lluvias y estaciones fructíferas, llenando de alimento y alegría su corazón 105. El que haga llover sobre buenos y malos es prueba de su bondad, pues soporta y atiende a los que viven en el error para que finalmente renuncien al mal y practiquen el bien. Lejos de querer se haga el mal, sostiene y nutre a los ignorantes con el deseo y amor de mejorarlos. Todo esto es indicio de un amor soberano, y cuando dices: 'Dios crea a los malos', es testimonio de suma iniquidad.
Repara y mira cómo no sabes lo que dices, pues has querido darnos una prueba de crueldad con un ejemplo de extrema bondad. Bueno es alimentar a los malos, para que, si quieren, se conviertan; pero es clara injusticia crear a los niños malos, hasta el punto de que, sin querer, se ven forzados a ser malos. La bondad con los pecadores los distancia del mal, pero no les obliga a cometerlo. La condición de los malos no aboca a lo pésimo, pero sumerge en una cloaca de crímenes la obra y al obrero. Deliras, pues, cuando dices que Dios creó el mal; pero tu desvarío llega al colmo cuando intentas probarlo con un texto del Evangelio que encierra un testimonio invicto de la bondad divina. Pondera con cuánta mayor razón se te puede oponer este texto: Dios alimenta a los malos para con su paciencia hacerlos buenos, y, por consiguiente, es evidente que no los creó malos. Y, si crea a los malos, no puede amar y recompensar a los buenos ni, en definitiva, puede tener él algo de bueno, porque ninguna voluntad mala puede con más eficacia y violencia perjudicar que una potencia creadora de los males necesarios y de los posibles.
Pero esto no rima con el Dios de los cristianos, es decir, con el que se llama Padre de misericordia y Dios del consuelo 106, cuyos juicios son equidad 107 y todo lo ha hecho con sabiduría 108. Ni vosotros ni los maniqueos comulgáis con esta idea que nos hacemos de nuestro Dios. Vuestros insulsos comentarios, vuestro pecado original, os hacen rendir culto a otro Dios, un dios inventado por el furor de Manés".
Ag.- Haré lo que tú no has hecho, sin que me corresponda decirte: ¿por qué no lo hiciste? Juzguen los lectores. Dijiste "que, según nosotros, Dios creó los hombres para el diablo". En mi respuesta llegué a estas palabras, que interpretas como te place; pero, a tu pesar, recordaré lo que juzgaste poder omitir. Entre otras cosas que sería largo enumerar, te dije: "¿Es que Dios alimenta para el diablo a los hijos de perdición con los cabritos de la izquierda 109? ¿Es para el diablo para el que los alimenta y viste, y hace salir el sol para buenos y malos, llueve sobre justos e injustos? Creó Dios a los malos, como los alimenta y nutre; al crearlos les concede todo cuanto pertenece a la bondad de la naturaleza; alimentarlos y nutrirlos pertenece al crecimiento, no de su malicia, sino de la misma naturaleza, creada por el Bueno, y les otorga un buen crecimiento. Los hombres, en cuanto hombres, son un bien de la naturaleza, cuyo autor es Dios; pero, como nacidos en pecado, perecerán si no renacen; y pertenecen a la semilla del diablo, maldita desde el principio 110, por el vicio de una antigua desobediencia, de la que usa bien el autor de los vasos de ira para dar a conocer la riqueza de su gloria en los vasos de su misericordia, y así no atribuyan a sus méritos los que pertenecen a la misma masa al ser liberados por gracia, porque el que se gloríe, gloríese en el Señor 111.
Dicho esto, añadí: "Al apartarse, con los pelagianos, de esta doctrina apostólica y católica, muy sólida y verdadera, no quiere Juliano que los nacidos estén bajo la influencia del diablo, por temor a que sean presentados a Cristo para que sean arrancados del poder de las tinieblas y trasplantados a su reino. Y acusa así a la Iglesia extendida por todo el mundo, y en la cual se sopla sobre los niños que van a recibir el bautismo para arrojar de ellos al príncipe de este mundo 112, que los tiene bajo su dominio, como vasos de ira, cuando nacen de Adán, si no renacen en Cristo, para convertirse, por su gracia, en vasos de misericordia y sean trasplantados a su reino" 113.
Dejando a un lado las pruebas que demuestran los textos que de mi obra te plugo seleccionar, has entrado a saco en mi tratado, como en la soledad se saquea una casa sin defensores. Lean estos pasajes los que quieran conocer tu manera de actuar; o mejor, lean todo el libro del que he tomado mi cita anterior, y reconocerán la fuerza de mis razonamientos que tú te empeñas en refutar como poco sólidos.
¿De qué te sirve objetarme con textos en que se habla de aquellos a quienes la paciencia de Dios espera para que se corrijan, y por eso hace salir el sol y llueve sobre ellos, cuando yo te objeté, con los cabritos de la izquierda, que el preconocedor del futuro no puede ignorar su permanencia en la impiedad, el crimen, la impenitencia, a lo largo de una vida abocada a un suplicio eterno? Con todo, no priva Dios del bien de la creación a estos hombres, aunque mejor les fuera no haber nacido. Ni cesa de nutrirlos y prolongar sus días según su beneplácito, aunque una muerte prematura fuera para ellos una ventaja; entre los que se encuentran ciertamente muchos que, de haber muerto en la infancia, según vuestra falsa herejía, se verían libres de toda pena y de grave condenación según la fe católica. Y ¿qué decir de los cabritos de la izquierda, a los que Dios, en su presciencia infalible, ha destinado al fuego eterno, y que, muchos, purificados por el baño de la regeneración, mueren luego de apostatar, o llevan una vida tan libertina y criminal que, sin lugar a dudas, serán colocados a la izquierda, sin que sean arrebatados de esta vida, como algunos lo son, para que no pervierta la malicia su corazón? Y no es por fatal necesidad el que Dios otorgue tan gran beneficio, ni por acepción de personas por lo que no lo otorga a otros. ¿Qué pintan aquí tus posibles y tus necesarios, que tanto recomiendas distinguir, sin saber lo que dices, mientras Dios sabe muy bien lo que hace, y sus juicios pueden ser ocultos, pero nunca injustos?
No es injusto otorgar bienes a los malos, pero sería manifiesta injusticia obligar a sufrir a los buenos. Dime: ¿en virtud de qué se hace sufrir a los niños males tan grandes, que con frecuencia nos causa pesar el recordarlos, y que vosotros no tenéis reparo en introducir en el paraíso aunque nadie hubiera pecado? "No son creados malos, dices, esto es, manchados con el pecado original". Bien; ¿con qué derecho entonces son oprimidos los hombres con un pesado yugo desde el día que salen del vientre de sus madres 114? Males que son más fáciles de llorar que de explicar. "El pecado, afirmas, no puede pasar de lo posible a lo necesario; esto es, de lo voluntario a lo involuntario". Posibilidad que nosotros probamos con las palabras de aquel que dijo: Hago el mal que no quiero 115.
Vosotros atribuís a la fuerza de la costumbre el pecado, no a lazos de origen viciado; con todo, podéis advertir que ha pasado el pecado de lo posible a lo necesario, y no sentís sonrojo de vuestras torcidas y falsas reglas. Ni queréis admitir que el mal haya podido llegar a todo el género humano por un solo hombre, en el que todos los hombres han existido; sin embargo, no negáis que, bajo la providencia de un Dios todopoderoso y justísimo, sufran los niños tantos y tan graves males. En efecto, no podéis negarlo; la evidencia os sella la boca y os cierra los ojos si lo negáis. ¿No pensáis a quién hacéis injusto viendo los castigos evidentes, que en los niños no queréis sean merecido castigo?
Te pareció ser falsedad e impiedad el que haya dicho: "La obra de la obra de Dios ha pasado por la obra de Dios", porque obra de Dios es el ángel. Y el pecado es obra del ángel, obra de la obra de Dios, no de Dios. Por estas mis palabras me reprendes, como si hubiera dicho: "Pecó Dios, porque pecó el hombre, obra de Dios". No dije: "pecó la obra Dios", es decir, el ángel o el hombre; sí dije que el pecado es obra de la criatura, no de la obra de Dios; son las criaturas una obra buena de Dios. Luego el pecado es obra mala de ellas, no de Dios.
Mas ¿qué es peor, decir: "Peca Dios, porque pecó el hombre, que hizo Dios", cosa que yo no he dicho, o negar el pecado original, y de esta suerte hacer a Dios culpable de pecado a causa de los males que, contra toda justicia, impone a los niños? Y como una acusación de este género no puede ser lanzada contra Dios, es el castigo de los niños muy justo; y, si justo, es el pecado la causa. Negar la existencia del pecado original ante tantos y tan horribles males como afligen a los niños, sería como negar la justicia de Dios. Testimonio de iniquidad, dices, es crear a los malos, si el mal por el que son malos lo crease él; ahora bien, como los malos son los hombres, y Dios crea al hombre, se sigue que es por su naturaleza viciada por la que cometen pecado y se hacen malos; en consecuencia, cuando crea a los malos, lo que él crea es bueno; pero se hacen los hombres malos por el pecado, que no es naturaleza, y Dios crea la naturaleza, que no es un vicio, aunque esté viciada. Atribuir a una raza viciada y condenada con justicia el bien de la creación, es como atribuir a un hombre malo el beneficio de la vida y de la salud por lo que tiene de hombre y no por lo que tiene de malo.
Dices también: "Es un crimen hacer malos a los niños, que aún no pueden querer, y, sin embargo, se ven forzados a ser malos". Los que no existen, bajo ningún concepto pueden ser a nada obligados. Pero, si ya existen, no en su propia persona y esencia, sino en el misterioso secreto de la semilla que un día les dará el ser, como existía Leví en los lomos de Abrahán, entonces el vicio natural, que viene del pecado del primer hombre, les hará malos, aunque Dios al crearlos no fuerce a estos niños a ser malos, porque aún no pueden querer.
Considerad los milagros de la gracia de Cristo, de la que vosotros sois sus miserables enemigos. He aquí a niños que no tienen aún facultad de querer o no querer el bien o el mal; y, a pesar de su resistencia, de sus lloros, de sus gritos, son por el bautismo regenerados, y se ven como forzados a ser santos y justos. Porque, no hay duda, si antes de llegar al uso de la razón mueren, serán, en el reino de Dios, justos y santos por la gracia que alcanzaron, y no por mera posibilidad, sino por necesidad. Y toda una vida de justicia y piedad sin ocasos hollan y trituran tus reglas sobre lo posible y lo necesario. No querer hacer el mal es, sin duda, más meritorio que quererlo o no quererlo; con todo, aquel que decía: Hago el mal que no quiero 116, no lo quiere y lo hace. No me considero tocado de locura, ni digo que "Dios creó el mal".
Crea Dios el bien, y en la naturaleza viciada no crea el vicio, sino la naturaleza, que trae el vicio no de la obra de Dios, sino de su opción. Tú, si no estás chiflado o loco de remate, advierte que afirmas que Dios ha hecho no el mal -que es justo-, sino el mal que se llama iniquidad. ¿Qué otra cosa, si no es el mal, haría Dios si hiciese o permitiese llover sobre niños inocentes tan grandes males? Además, no debemos entrar en discusiones contigo ni refutar tus doctrinas; dejemos a la Iglesia universal soplar sobre ti y exorcizarte, si es posible, pues, según tú, ella sopla en vano sobre los niños y en vano los exorciza.