[Invocación del auxilio divino sobre Israel]
SERMÓN AL PUEBLO
1 [v.1-2]. Este salmo, que pertenece al número de los cánticos graduales, de cuyo título ya hemos hablado en otras circunstancias muchas cosas, y que no quiero repetir, no sea que os canse más bien que os instruya, nos enseña a nosotros, que subimos y elevamos nuestras almas al Señor, Dios nuestro, con el afecto de la caridad y de la piedad, a no poner la atención en los hombres que prosperan en el siglo con la falsa, engreída y por completo engañosa felicidad, en donde sólo fomentan la soberbia y se hiela el corazón con relación a Dios y se endurece, oponiéndose a la lluvia de su gracia para no dar fruto. Presumiendo de la abundancia de todas las cosas que parecen necesarias a esta vida, y más que necesarias, se engríen; y, siendo hombres inferiores por su iniquidad a todos los restantes, se creen superiores por la soberbia a todos los demás. ¡Y ojalá que a lo sumo se tuviesen como los restantes hombres! Sin embargo, algunas veces, mirando y atendiendo demasiado a éstos, aquellos que adoran a Dios vacilan y se turban como si su recompensa hubiera perecido, por adorar a Dios, cuando se ven en medio de trabajos, de indigencias, de calamidades, de enfermedades, de dolores, de alguna necesidad, y ven a otros repletos de salud corporal, de bienes temporales; que gozan de la incolumidad de los suyos y brillan con el esplendor de los bienes, y precisamente aquellos que no sólo no adoran a Dios, sino que se oponen a todos los hombres. Atendiendo, pues, a éstos, vacilan y dicen dentro de sí lo que claramente se escribió en otro salmo. ¿Cómo lo supo Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo? He aquí que los mismos pecadores y los ricos del mundo consiguieron riquezas; y prosigue: ¿Justifiqué tal vez mi corazón en vano y lavé mis manos fútilmente con los inocentes? ¿Quizás fui vano, porque quise vivir en justicia y habitar en inocencia entre los hombres, ya que veo que quienes rechazan la inocencia tienen tan gran felicidad, y, felices, vituperan a los justos mediante la iniquidad?
2. Pero ¿quién dijo esto en aquel salmo? Aquel que todavía no tenía recto el corazón. Pues así comienza este salmo del que ahora aduje el testimonio; no el salmo que ahora tomé a mi cargo exponer y explicar, sino aquel en donde se dijo: ¿Corno lo supo Dios? ¿Acaso hay conocimiento en el Altísimo? He aquí que los mismos pecadores y los ricos del mundo consiguieron riquezas. ¿Por ventura justifiqué mi corazón en vano y lavé mis manos con los inocentes? Este salmo, pues, en donde veis que peligra el alma, en donde observáis que vacilan los pies, comienza así: ¡Cuán bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón! Vero mis pies por poco no se conmovieron, por poco no resbalaron mis pasos. ¿Por qué? Porque envidié a los pecadores viendo la paz de los perversos1. Luego por esto declaró que el haberse conmovido sus pies y el haber casi resbalado sus pasos, apartándose de Dios, lo cual le conducía a la ruina, se debió a que, mirando y fijando la atención en la felicidad de los pecadores, vio que tenían paz y él trabajo. Sin embargo, narró esto después de haber pasado esta tentación. Cuando, ya enderezado el corazón, se unió a Dios, narró sus peligros pasados. Luego bueno es el Dios de Israel. ¿Para quiénes? Para los rectos de corazón. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que no ultrajan a Dios. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que enderezan su voluntad a la voluntad de Dios y no pretenden inclinar la voluntad de Dios a la suya. Conciso es el mandato: que el hombre enderece su corazón. ¿Quieres tener recto el corazón? Haz lo que Dios quiere; no quieras que Dios haga lo que tú quieres. Luego son depravados de corazón, es decir, no tienen recto el corazón, los que, poniendo paño al pulpito, dictaminan cómo debió obrar Dios, no alabando lo que hizo, sino censurándolo. Quieren corregirle; les parece poco no querer ser corregidos por Él, y por eso dicen: "Dios no debió hacer pobres; únicamente debieran existir los ricos; sólo debieran vivir éstos. ¿Por qué fue hecho el pobre? ¿Para qué vive?" De este modo vitupera a Dios pobre. ¡Cuánto más le convendría ser pobre de Dios, y así sería rico de Dios!, esto es, ¡cuánto más le convendría que aceptase el querer de Dios y comprendiese que su pobreza es temporal y pasajera, y que las riquezas espirituales de tal modo le sobrevendrán, que en forma alguna han de perecer, y así tendría fe en las riquezas del corazón si le acontece no tener oro en el arca! Porque, si tuviese oro en el arca, temería al ladrón y perdería sin quererlo el oro del arca. Sin embargo, no perderá la fe del corazón si él mismo no la arroja. Al instante puede respondérsele: Carísimo, Dios hizo al pobre para probar al hombre, e hizo al rico para probarle a él por el pobre; y todas las cosas que hizo Dios, las hizo bien. Si no podemos ver el dictamen de Dios, es decir, si no podemos ver por qué hizo aquello de una manera y lo otro de otra, nos conviene someternos a su sabiduría y creer que obró bien, aun cuando no comprendamos por qué lo hizo. De este modo tendremos recto el corazón, presumiendo y confiando en Dios; y nuestros pies no se conmoverán y tendrán lugar en nosotros que subimos aquello por lo que comienza el salmo: Los que confían en el Señor, como el monte de Sión, no se conmoverán eternamente.
3. ¿Quiénes son éstos? Los que habitan en Jerusalén. Los que habitan en Jerusalén no se conmoverán eternamente. Si entendiésemos por Jerusalén la ciudad terrena, observarás que todos los que allí habitaban fueron arrojados por las guerras y la destrucción de la misma ciudad. Ahora buscas al judío en la ciudad de Jerusalén y no le encuentras. Luego ¿cómo no se conmoverán eternamente los que habitan en Jerusalén? Porque existe otra Jerusalén, de la cual acostumbráis a oír muchas cosas. Ella es nuestra madre, por ella suspiramos y gemimos en esta peregrinación a fin de volver de nuevo a ella. Nos habíamos apartado de ella y no teníamos camino; vino el Rey de ella, y se hizo nuestro camino para que podamos retornar a ella. Ella es la ciudad en donde estaban firmes nuestros pies en los atrios de Jerusalén, conforme oísteis en un salmo anterior de cántico gradual ya expuesto y comentado, por la cual suspiraba el que cantaba: Jerusalén, que se edifica como ciudad; la participación de ella en el Mismo2, es decir, en la Permanencia. Luego los que allí habitan no se conmoverán eternamente. Quienes habitaron en la Jerusalén terrena se conmovieron, primero en el corazón, después en el destierro. Cuando se conmovieron en el corazón y se derrumbaron, crucificaron al Rey de la misma Jerusalén celeste. Espiritualmente estaban fuera y echaban afuera al mismo Rey. Le sacaron fuera de su ciudad y fuera le crucificaron3. Él también los arrojó fuera de su ciudad, es decir, de la eterna Jerusalén, madre de todos nosotros, la cual está en los cielos.
4. ¿Cuál es esta Jerusalén? Concisamente la describe: Montes a su alrededor. ¿Es algo grande que nosotros nos hallemos en aquella ciudad que rodearon los montes? ¿Toda nuestra felicidad consiste en que poseeremos la ciudad que rodean los montes? ¿Es que no conocemos los montes? ¿Qué son los montes sino protuberancias de tierra? Pero hay otros montes dignos de ser amados; montes excelsos: los predicadores de la verdad, ya sean ángeles, apóstoles o profetas. Estos se hallan alrededor de Jerusalén; la cercan y forman como una muralla. La Escritura habla con frecuencia de estos montes amables y deleitables. Notad, cuando oís o leéis, que encontráis estos montes deleitables en más pasajes de los que yo puedo citar. Sin embargo, en cuanto el Señor me inspira, me deleita hablar largamente de estos montes, y sobre todo porque me vinieron a la memoria no pocos testimonios divinos de la santa Escritura. Ellos son los montes que son iluminados por Dios; y primeramente son iluminados para que de ellos baje la luz a los valles o a los collados, ya que no son éstos de tanta altura como los montes. Ellos nos suministran la Escritura contenida en la profecía, en los apóstoles o en el Evangelio. Ellos son los montes de los que cantamos: Elevé mis ojos a los montes, de donde me vendrá mi auxilio, porque de las santas Escrituras recibimos auxilio en esta vida. Pero como estos montes no se protegen a sí mismos ni nos consuelan por sí mismos, no debemos colocar en ellos la esperanza, para que no seamos maldecidos por haber puesto en el hombre la esperanza4. Por eso, después de decir: Elevé mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio, añadió: Mi auxilio procede del Señor, que hizo el cielo y la tierra5. Ellos son los montes, de los que también dice: Reciban los montes la paz para su pueblo, y los collados la justicia6. Los montes son las grandes alturas; los collados, las pequeñas. Los montes ven, los collados creen. Los que ven recibieron la paz y la ofrecieron a los que creen. Los que creen reciben la justicia, porque el justo vive de la fe7. Los ángeles (los enviados) ven, anuncian lo que ven, y nosotros creemos. San Juan vio: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios8; veía, y nos predicó a nosotros para que creyésemos. Y así, por los montes que recibieron la paz, recibieron los collados la justicia. Porque de estos mismos montes, ¿qué dice? No dijo que por sí mismos tienen la paz, o que instituyen la paz, o que engendran la paz, sino que recibieron la paz. Del Señor recibieron la paz. Por tanto, eleva tus ojos a los montes en busca de la paz para que tu auxilio proceda del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Conmemorando de nuevo el Espíritu Santo estos montes, dice: Tú que iluminas maravillosamente desde los montes eternos9. No dijo que los montes iluminan, sino: Tú que iluminas desde los montes eternos. Predicando el Evangelio por estos montes que quisiste fuesen eternos iluminas tú, no los montes. Luego estos montes se hallan alrededor de Jerusalén.
5. Para que sepáis cuáles son los montes que la rodean, en donde menciona la Escritura los buenos montes, muy rara y difícilmente, o quizás jamás, pasa por alto nombrar al Señor, o le da a entender al mismo tiempo, para que no se ponga la esperanza en los montes. Aquí tenéis muchos testimonios que recuerdo: Elevé mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio; y para que no te quedes en ellos, añade: Mi auxilio procede del Señor, que hizo el cielo y la tierra; también se dice: Reciban los montes la paz para su pueblo; al escribir reciban, declara que hay una fuente de paz, de donde ellos la reciben. Asimismo se consigna que iluminas desde los montes; pero añadió: Tú, pues dijo: Tú que iluminas maravillosamente desde los montes eternos. Igualmente, al decir en este sitio los montes la rodean, para que tú no te quedases en los montes, añadió a continuación: Y el Señor rodea a su pueblo, a fin de que tu esperanza no se afianzase en los montes, sino en Aquel que ilumina los montes. Pues como El habita en los montes, es decir, en los santos, El rodea a su pueblo y El amuralló a su gente con la fortaleza espiritual para que no se conmoviese eternamente. Por el contrario, cuando habla la Escritura de los montes malos, no añade Señor. Estos montes os he dicho muchas veces que simbolizan ciertas almas grandes, pero malas. Pues no penséis, hermanos, que pudieron hacerse herejes por algunas almas apocadas. Solamente hicieron herejes hombres grandes; pero en tanto fueron grandes en cuanto que fueron malos montes. Pues no eran tales montes que pudieran recibir la paz para que los collados recibiesen la justicia, sino que ellos recibieron la discordia de parte de su padre el diablo. Eran ciertamente montes; pero guárdate de dirigirte a ellos. Pues vendrán hombres y te dirán: "Grande fue aquel varón, excelso aquel hombre. ¡Qué grande fue Donato, Maximiamo, Fotino, Arrio! "A todos éstos llamé montes, pero naufragantes. Veis que emana de ellos alguna luce—cita de palabra y de ellos se inflama algún fueguecillo momentáneo. Si navegáis sobre el leño y se echa encima la noche, es decir, la oscuridad de esta vida, no os engañen; no os encaminéis a aquella nave; allí hay peñascos, allí se dan grandes naufragios. Cuando te fueren alabados estos montes y se te comenzase a persuadir que te acerques a estos montes como a sitio de refugio para que aquí descanses, responde: Confío en el Señor. ¿Por qué decís a mi alma: "Transmigra al monte como pájaro?"10 Te conviene que eleves tus ojos a los montes de donde te viene el auxilio de parte del Señor. Para que evites caer como pájaro en la trampa de los cazadores, no transmigres a estos montes. El pájaro es inconstante; en todo momento se mueve; al instante vuela de un lado para otro. Tú confía en el Señor, y serás como el monte Sión; no te conmoverás eternamente y no transmigrarás a los montes como el pájaro. ¿Por ventura nombró aquí a los montes como si hablase de los montes del Señor?
6. Ama a los montes en los cuales está Dios. Pues ellos te amarán si no pones en ellos la esperanza. Ved, hermanos míos, cuáles son los montes de Dios. En otro salmo se denominan de este modo: Tu justicia como los montes de Dios11. No dijo "su justicia", sino tu justicia. Oye, pues, al Apóstol, que es tal monte, decir: Para ser hallado en Él (en Cristo), no teniendo la justicia mía, que procede de la ley, sino la que es por la fe de Cristo12. Quienes desearon ser montes por su propia justicia, como algunos judíos o sus príncipes los fariseos, son censurados de este modo: Desconociendo la justicia de Dios y tratando de establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios13. De tal modo son excelsos, los que se sometieron, que al mismo tiempo son humildes. Por ser excelsos se llaman montes, por someterse a Dios son valles; mas como poseen la capacidad de la piedad, reciben la abundancia de la paz y transmiten su desbordamiento a los collados. Sin embargo, ve ahora tú a qué montes amas. Si quieres ser amado por los buenos montes, no pongas ni siquiera en los buenos montes la esperanza. Porque ¡qué monte no era Pablo! ¿Cuándo encontrarás otro parecido? Hablo de la grandeza de los hombres. ¿Puede fácilmente encontrarse alguno con tan inmensa gracia?; y, sin embargo, temía que el pájaro pusiera su esperanza en él. Pues ¿qué dice? ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros?14 Elevad los ojos a los montes de donde nos vendrá el auxilio, porque yo planté, Apolo regó; pero vuestro auxilio procede del Señor, que hizo el cielo y la tierra, puesto que Dios da el incremento o crecimiento15. Luego los montes están a su alrededor. Mas como los montes están a su alrededor, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre. Luego si los montes (están) a su alrededor y el Señor rodea a su pueblo, el Señor le ata con el vínculo de la caridad y de la paz para que quienes confían en el Señor, como el monte de Sión, no se conmuevan eternamente; y esto acontece desde ahora y para siempre.
7 [v.3]. Porque no abandonará el Señor la vara de los pecadores sobre la suerte (la heredad) de los justos, para que los justos no alarguen sus manos a la iniquidad. Ahora ciertamente los justos sufren un poquito, y asimismo, de vez en cuando, los perversos dominan a los justos. ¿De qué modo? Consiguiendo algunas veces los inicuos los honores del mundo. Pues, cuando han alcanzado estos honores y han sido constituidos jueces o reyes, puesto que esto lo hace Dios por la enseñanza de su plebe y de su pueblo, no puede menos de acontecer que se preste el debido honor a los poderes. De tal modo ordenó Dios su Iglesia, que toda potestad establecida en este mundo debe ser honrada, y algunas veces lo es por los mejores. Pondré un ejemplo; de aquí conjeturad la naturaleza o condición de todos los poderes. La primera y la ordinaria potestad del hombre sobre el hombre es la del señor sobre su siervo. Casi en todas las familias se halla esta potestad. Hay señores y siervos; los nombres son diversos, pero hombres y hombres son iguales nombres. ¿Qué dice el Apóstol enseñando a los siervos a someterse a los señores? Siervos, obedeced a vuestros amos carnales; y lo dice así porque hay otro Señor en cuanto al espíritu. Él es el verdadero y eterno Señor; mas estos de la carne lo son temporalmente. A ti, andando en el camino, viviendo en esta vida, Cristo no quiere hacerte soberbio. ¿Te hiciste cristiano y tienes por Señor a un hombre? Pues bien, no te hiciste cristiano para quebrantar el yugo de la servidumbre. Cuando mandándote Cristo sirves al hombre, no le sirves a Él, sino a quien manda. Por esto dice el Apóstol: Obedeced a vuestros señores carnales con temor y temblor, con sencillez de corazón; no sirviendo a la vista, como queriendo agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, cumpliendo el querer de Dios con agrado y buena voluntad16. Ved que no hizo de siervos libres, sino de malos siervos, siervos buenos. ¡Cuánto no deben los ricos a Cristo, que les arregló la casa! De suerte que, si allí hay un siervo desleal, Cristo le convierte y no le dice: "Abandona a tu dueño." No le dijo: "Ya conociste al que es verdadero Dueño; quizás el carnal es impío e inicuo, tú ya eres fiel y justo; es indigno que el justo y el fiel sirvan al inicuo e infiel." No le dijo esto, sino más bien: "Sirve." Y para corroborar al siervo dijo esto: "Sirve a ejemplo mío, pues yo, antes que tú, serví a los inicuos." ¿De quién soportó en la pasión el Señor tantos tormentos sino de los siervos? ¿Y de qué siervos sino de los malos, puesto que, si hubieran sido siervos buenos, hubieran honrado al Señor? Pero, como eran malos siervos, le injuriaron. Y Él, ¿qué hizo a su vez? Devolvió amor por odio, pues dice: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen17. Si el Señor del cielo y de la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas, sirvió a los indignos, rogó por los despiadados y enfurecidos, y viniendo se mostró como médico, pues los médicos, siendo mejores que los enfermos, les sirven con el arte y la curación, ¿cuánto más no debe desdeñarse el hombre en servir al señor de todo corazón, con todo empeño y con todo el amor aun siendo malo? Ved que sirve el mejor al peor, pero temporalmente. Lo que dije del señor y del siervo, entended lo de las potestades y reyes, de toda autoridad de este mundo. Algunas veces las potestades son buenas, temen a Dios; otras no le temen. El emperador Juliano fue infiel, apóstata, inicuo, idólatra; sin embargo, los soldados cristianos sirvieron a un emperador infiel; pero, cuando se presentaba la causa de Cristo, sólo reconocían por emperador a Aquel que estaba en el cielo. Cuando quería que adorasen a los ídolos, que les ofreciesen incienso, le posponían a Dios. Sin embargo, cuando les decía: "Aprestad el ejército, acometed a aquella nación?, al momento le obedecían. Distinguían al Señor eterno del señor temporal y se sometían por el Señor eterno al señor temporal.
8. Pero ¿acontecerá siempre esto, que los inicuos manden sobre los justos? No será así. Oíd lo que dice este salmo. Porque no abandonará el Señor la vara de los pecadores sobre la heredad de los justos. Temporalmente se percibe la vara de los pecadores sobre la heredad de los justos; pero no se la deja allí, no será eternamente. Llegará tiempo en que se reconozca un solo Dios; llegará tiempo en el que, apareciendo Cristo en su esplendor, congregue delante de Él a todas las gentes y las divida, como el pastor divide las ovejas de los carneros, poniendo las ovejas a la derecha, y los carneros a la izquierda18. Allí veréis muchos siervos entre las ovejas, y muchos señores entre los carneros; y, asimismo, muchos señores entre las ovejas, y muchos siervos entre los carneros. No porque consolé así a los siervos son buenos todos ellos, o porque corregí así la soberbia de los señores son malos todos ellos. Hay fieles que son buenos señores, y también los hay malos; hay fieles que son siervos buenos, y también los hay malos. Pero, cuando los siervos buenos sirven a los malos señores, los toleran por tiempo, porque el Señor no abandonará la vara de los pecadores sobre la heredad de los justos. ¿Por qué esto? Para que los justos no alarguen sus manos a la iniquidad, es decir, no se entreguen a la maldad. Por tanto, soporten los justos temporalmente a los inicuos dominadores y entiendan que esto no es eterno, y, por lo mismo, se preparen para poseer la heredad sempiterna. ¿Qué heredad? Aquella en la que se destruirá toda potestad y potentado para que Dios esté en todas las cosas19. Reservándose para esto, contemplando esto con amor y conservándose en la fe para ver eternamente, no alargan sus —manos a la iniquidad. Porque, si viesen que siempre se halla sobre la heredad de los justos la vara de los pecadores, recapacitarían y dirían: "¿De qué me aprovecha ser justo? ¿Siempre ha de dominarme el inicuo y yo siempre he de ser siervo? Cometeré yo también la iniquidad, porque de nada me sirve conservar la justicia." Para que no diga esto, le insinúa la fe que temporalmente puede hallarse la vara de los inicuos sobre la heredad de los justos, pues el Señor no la abandona sobre la heredad de los justos, para que no alarguen los justos sus manos a la iniquidad, sino que se abstengan de ella, y la soporten, y no la cometan. Mejor es tolerar la injusticia que cometerla. ¿Por qué no permanecerá siempre? Porque el Señor no abandonará la vara de la iniquidad sobre la heredad de los justos.
9 [v.4-5]. Esto piensan los rectos de corazón, de los cuales dije poco antes que hacen la voluntad de Dios, no la suya. Los que quieren seguir a Dios, le hacen preceder y ellos le siguen; no anteceden ellos y les sigue Dios, pues en todas las cosas le encuentran bueno, ya corrija, consuele, ejercite, corone, purifique o ilumine, conforme dice el Apóstol: Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les cooperan en bien20; y, por lo mismo, prosigue el salmista: Haz bien, Señor, a los buenos y a los rectos de corazón.
10. Como el recto de corazón se aparta de lo malo y hace lo bueno21, porque no envidia a los pecadores al contemplar la paz de los inicuos22, así el de corazón perverso, que tropieza en los caminos del Señor, se aparta de Dios y obra el mal; y, siendo seducido por el deleite del mundo y enlazado y cautivado por él, expía con penas amargas. La falsa felicidad de los males se convierte, por el juicio de Dios, en verdadero lazo para el que se aparta de Dios no queriendo soportar su disciplina. De aquí que añade a continuación: Y a los que se inclinan al extorsionamiento los llevará el Señor con los que obran iniquidad; es decir, con aquellos cuyos hechos imitaron, porque amaron los placeres actuales de éstos y no creyeron en los suplicios futuros. Los rectos de corazón, que no se ladean, ¿qué poseerán? Tornemos ya, hermanos, a la misma heredad, puesto que somos hijos. ¿Qué poseeremos? ¿Cuál es la heredad? ¿Cuál nuestra patria? ¿Cómo se llama? Paz. Por ella os congratulo; ésta os anunciamos; ésta es la que reciben los montes, al par que los collados la justicia23. Ella es Cristo, pues Él —dice San Pablo— es nuestra paz; el cual hizo de dos pueblos uno y derribó la muralla de división24. Porque somos hijos poseemos heredad. ¿Cómo se llama esta heredad? Paz. Ved, pues, que los desheredados no aman la paz; no aman la paz, porque dividen la unidad. La paz es la posesión de los piadosos, la posesión de los herederos. ¿Quiénes son los herederos? Los hijos. Oíd el Evangelio: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios25. Oíd, asimismo, la conclusión de este salmo: La paz sobre Israel. Israel significa el que ve a Dios, y Jerusalén, visión de paz. Entiéndalo bien vuestra caridad: Israel significa el que ve a Dios, y Jerusalén, visión de paz. ¿Quiénes no se conmoverán eternamente? Los que habitan en Jerusalén. Luego no se conmoverán eternamente los que habitan en la visión de paz. Y la paz sobre Israel. Luego siendo Israel el que ve a Dios, es asimismo el que ve la paz. Y también el mismo Israel es Jerusalén, porque el pueblo de Dios es la misma ciudad de Dios (o sea Jerusalén). Luego si el que ve la paz es lo mismo que el que ve a Dios, con razón Dios es también la paz. Luego como Cristo, Hijo de Dios, es la paz, por eso vino a recoger a los suyos y a apartarlos de los inicuos. ¿De qué inicuos? De aquellos que odiaron a Jerusalén, que odiaron la paz, que quieren desgarrar la unidad, que no creen a la Paz, que anuncian la falsa paz al pueblo y no tienen la paz. Cuando éstos dijeren: "La paz sea con vosotros", y se les responda: "Con tu espíritu", les diremos que hablan falsamente y oyen también lo que es falso. ¿A quiénes dicen: "La paz sea con vosotros?" A los que apartan de la paz que posee el orbe de la tierra. ¿Y a quiénes se contesta: "Y con tu espíritu?" A los que se entregan a las disensiones y odian la paz. Si hubiese paz en su espíritu, ¿por ventura no amarían la unidad y abandonarían la discordia? Luego anunciando lo falso, oyen lo falso. Nosotros anunciemos lo verdadero y oigamos la verdad. Seamos Israel y abracemos la paz, porque Jerusalén es visión de paz y nosotros somos Israel, y la paz (está) sobre Israel.