La manifestación del Señor
Dado que los cielos proclaman la gloria de Dios1, una estrella guió a los magos a adorar a Cristo2. Estos magos fueron las primicias de los gentiles. Ellos os exhortan a que hagáis lo mismo que ellos. Hoy Cristo recibió de ellos regalos: meted las manos en vuestro equipaje y sacad de él lo que agrade a Cristo, pues quiso hallarse necesitado en sus pobres. Él, a quien no basta el mundo entero, no encontró lugar en la posada3 y, como sabéis, fue puesto en un pesebre4. Le buscaban para adorarlo, y estaba oculto cuando era señalado. Preguntados los judíos sobre el lugar de nacimiento de Cristo5, responden: En Belén6. Muestran a dónde hay que ir, pero ellos no van. Como piedras miliares señalan el camino, pero clavadas en el lugar. Aparece una estrella como lengua de los cielos, guía a los magos, les muestra el lugar. No desprecian la infancia; aunque es pequeño, le adoran porque comprenden su grandeza. Acepta regalos la Palabra de Dios; carente aún del habla, callaba y, no obstante, estaba enseñando a los ángeles. Aún callaba aquello de que iba a llenarse el evangelio. También después habían de narrar su gloria los cielos7, cielos que son los apóstoles, resplandecientes por sus milagros, atronadores con sus preceptos. De ellos, en efecto, se dijo: Su sonido salió a toda la tierra y sus palabras hasta los confines del orbe de la tierra8. Como se nos ocultaban las palabras llegadas hasta los confines de la tierra, llegaron hasta nosotros, nos hallaron y nos transformaron. La debilidad de Cristo es nuestra fortaleza; el que Cristo niño no hablase es nuestra elocuencia; la indigencia de Cristo, nuestra abundancia, puesto que también, aunque después, la muerte de Cristo fue vida para nosotros. El pan del cielo yacía en un pesebre. En cuanto jumentos del Señor, acercaos si tenéis hambre; llevadlo en vuestros corazones y os convertís en jumentos suyos. Él es quien os monta, él vuestra vianda. Sabéis que él se montó en un asno y condujo al asno mismo a Jerusalén9. Llevadle vosotros; él sabe a dónde conduciros. Caminad tranquilos; siendo tan grande quien va montado sobre vosotros no erraréis el camino; él es el camino que os guía a la Jerusalén celeste. Existe la fe; caminad sobre ella para llevar a Cristo y para poder llegar a la felicidad eterna.