Comentario del Salmo 59,13
1. No soy suficiente para dar gracias al Señor Dios y ante él a Vuestra Caridad por esta gratulación que veo manar de la fuente de la dilección. Por cierto, lo que me restaura, hermanos, lo que me consuela es esto: la dilección pura y sincera 1, que me ayuda ante el Señor, quien se ha dignado devolver mi voz a vuestros oídos. No es extrañéis de que padezca yo en este cuerpo tales cosas, pues es preciso que padezcamos y la decisión del Señor no puede ser injusta en nada: porque somos pecadores debemos ser flagelados y, si fuésemos justos, deberíamos ser probados. En verdad, quien se desea salud del cuerpo mediante la que no progrese el ánimo, inquilino del cuerpo, desea algo vano. Pero Dios atiende no qué pide el error de quien desea, sino qué otorgue la misericordia de quien libera. En efecto, el Apóstol dice que no sabemos qué oremos como conviene; pero, afirma, el Espíritu en persona postula por nosotros con gemidos inenarrables 2. A veces, en efecto, nos deseamos lo que Dios sabe que nos es adverso; y, si no escucha, entonces se compadece o, más bien, con verdad mayor de algún modo se dice: si parece no escuchar, entonces escucha.
2. En efecto, ¿quién de nosotros, hermanos, puede igualar los méritos del apóstol Pablo, de cuyas loas no es necesario que yo diga nada? En efecto, en vano loa alguien a quien cotidianamente es leído. Porque ese mismo tampoco quiso nunca que, por así decirlo, se loara su persona, cuando sobre su conducta 3 decía que la oían las Iglesias que venidas de los judíos estaban en Cristo 4 -esto es, quienes habían creído a Cristo- y se extrañaban de que él se hubiese convertido, no asevera «me magnificaban», sino: En mí magnificaban al Señor 5. Asimismo, tras haber dicho muchas cosas sobre su eficacia, afirma: No yo, sino la gracia de Dios conmigo 6. ¿Quién, pues, puede igualar su humildad o piedad o doctrina o trabajos o tribulaciones o méritos o corona?
Dos veces, pues, postuló al Señor que fuese retirado de él un aguijón de la carne 7, mas no fue retirado; y empero el Señor dice al alma que sirve bien 8: Cuando aún estés hablando, diré «Heme aquí presente» 9, para conceder lo que pedía. ¿Quién de nosotros osa prometerse lo que fue negado a Pablo? ¿Por qué, pues, decimos que Dios no ha estado presente, cuando el Apóstol dice: Me ha sido dado un aguijón de mi carne, mensajero de Satanás, que me abofetee -para que no se enorgulleciera-; por lo cual tres veces rogué al Señor que lo retirase de mí, y me dijo «Te basta mi gracia, porque la fortaleza se consuma en la debilidad»? 10 ¿No estuvo, pues, presente? ¿No dijo «Heme aquí presente», cuando enseñó por qué no daba?
3. Siempre escucha Dios, hermanos carísimos -sabed esto para que pidáis decididos-, escucha Dios cuando no da lo que pedimos. Escucha Dios; y, si sin saber pedimos no sé qué inútil, más bien no dando escucha quien más bien, dando para castigar a algunos, no escucha. Esto digo. A veces un fiel pide a Dios como es legítimo suplicar al Señor, pero no recibe especialmente lo que pide, sino que recibe eso por mor de lo cual pide. A veces un hombre impío, un hombre perverso, un hombre facineroso pide algo y se le da, por haber sido digno de condena, no de escucha.
Tenemos, pues, el ejemplo del apóstol Pablo: que pidió y no se le dio, pero se le muestra que se le ha dado eso por mor de lo cual pedía esto. Porque por el reino de los cielos, por la vida eterna, por lo que Dios ha prometido y va a dar tras esta era debe el hombre cristiano y fiel pedir cualquier cosa que pide, quien algo pide debe pedir por mor de esto: por mor de esa perfecta sanidad que también tendremos en la resurrección del cuerpo. Efectivamente, entonces será perfecta la sanidad, cuando la muerte quedará absorbida en victoria 11. Porque, pues, he nombrado la sanidad y la salud sempiternas, por mor de las cuales debe pedir cualquiera que pide algo aun temporalmente <...>, de ese médico tomemos ya ejemplos cotidianos.
4. Un ejemplo: cuando un enfermo pide al médico lo que le gusta en un momento dado y ha hecho venir al médico precisamente para que mediante él se le proporcione la sanidad, pues no hubo otra causa para hacer venir al médico, sino lograr la salud. Y, por eso, si quizá le gustan las frutas, si le gustan las cosas frías, prefiere pedirlas al médico y no a su siervo. De hecho, para pernicie de su salud puede ocultar su petición al médico y pedirlas al siervo; ciertamente al señor obedece el siervo más a una señal de dominación que para remedio de la salud. En cambio, el enfermo prudente, que ama y aguarda su salud, elige pedir al médico eso mismo que le gusta en un momento dado, de forma que, negado por el médico, nada reciba a voluntad, sino que, más bien, crea a éste en orden a la salud.
Veis, pues, que aun cuando el médico no da algo al pedidor, no lo da precisamente para dar, pues precisamente para proporcionar útil sanidad no proporciona lo inmoderadamente querido. No dándole, pues, da y, más bien, da por mor de eso por lo que ha sido hecho venir, esto es, la sanidad. Si, pues, no dándole da, dando a quien importunamente extorsiona, no da; ordinariamente empero también da al desesperado lo que pide. Por otra parte, a veces da, de forma que con los aguijones del dolor el enfermo mejore y aprenda a creer al médico; a veces, en cambio, al desesperar de la salud de ese mismo; como suelen decir los médicos: «Dadle ya cualquier cosa que pida, pues no hay esperanza alguna de su salud». Investiguemos, pues, en las Escrituras ejemplos para estos tres pedidores.
5. Alguien pide, mas no recibe lo que pide. Investiguemos el ejemplo del apóstol Pablo, porque precisamente el médico le ha dicho por qué no daba. Afirma: La fortaleza se consuma mediante debilidad 12. Está tú seguro: porque no te da, quiere sanarte. Deja hacer al médico: sabe qué aplicar, qué retirar para conducir plenamente hacia la sanidad; y por eso hace esto. Tres veces ruega el Apóstol al Señor 13. Ya era escuchado mas suponía no ser escuchado, si el médico no estaba presente de forma que también dijese «La fortaleza se consuma mediante debilidad», para que también aquel mismo dijese seguro: Cuando soy débil, entonces soy fuerte 14. Tenemos, pues, a este que pidió no sé qué cosa inútil y que no la recibió, para que recibiera eso por mor de lo cual la pedía, esto es, por mor de la salud sempiterna.
6. Veamos ahora si los hombres reciben algo para admonición, para que, tras padecer algunas tribulaciones venidas de ella, por fin regresen a la medicina porque están enfermos. Por ende afirma el Señor: No necesitan médico los sanos, sino quienes están mal 15. Ha venido, pues, a los enfermos y dados a sus concupiscencias ha hallado a los hombres. Para atribularlos los ha entregado Dios -afirma el Apóstol- a las concupiscencias de su corazón 16, a hacer lo que no conviene 17. Codiciaron lo que no conviene y se les dio poder hacerlo; de ahí llegaron a mayores dolores, a esas perturbaciones de temor, codicia, error, dolor, aflicción, solicitud, que necesariamente padecen todos los injustos, todos los inicuos: nunca seguridad, nunca descanso, nunca amigo. En su conciencia se sosiegan un poquito, mientras fuera buscan otro consolador, aunque dentro tienen al torturador en persona, ellos mismos. Es necesario que sufran justamente los injustos; pero, cuando padecen, también viven. Atiende Dios, quien, para que se busque la medicina, concede esto a fin de que, al padecer las aflicciones y enredos de sus codicias, aprendan qué pidan. En verdad, a estos mismo está dicho: ¿Ignoras que la paciencia de Dios te lleva a enmienda? 18 Los daba a las concupiscencias de su corazón y hacían lo que querían; y empero tenía el miramiento de no retirarlos de esta vida, donde aún hay lugar de enmendarse, y siempre invitaba a enmienda, como también ahora hace y nunca cesará de hacerlo con el género humano, hasta el último día, el del juicio.
7. Hallemos, pues, también -y esto, mediante las Escrituras- a ese al que le concede, precisamente porque ya está desesperado. ¿Qué hay más desesperado que el diablo? Pide empero que le sea dado Job para tentarlo, y no se le niega 19. ¡Magnos sacramentos, magna cosa, ciertamente, y dignísima de consideración! Pide el Apóstol que sea retirado de él un aguijón de la carne 20, y no se le concede; pide el diablo un justo para tentarlo, y se le concede. Pero el hecho de que el justo fue concedido para que el diablo lo tentase, no dañó al justo ni aprovechó al diablo, porque aquél fue probado, y éste, atormentado.
8. Para que, pues, la solicitudes del siglo no retiren de vuestros corazones lo que habéis oído, retened, hermanos, lo que frecuentemente he dicho a Vuestra Santidad: cuando Dios concede los justos -o para ser tentados de forma que sean probados, o para ser flagelados, si quiere corregir por los pecados que quedan-, si por sus pecados los concede para ser flagelados, a estos mismos aprovecha eso; si, en cambio, porque se ignoraba que eran justos los concede para que se manifieste que lo son, esto aprovecha a esos a quienes se les hacen manifiestos para que los imiten. En verdad, Dios conoce bien a sus siervos; pero a veces son desconocidos para los demás y no pueden serles manifestados sino mediante algunas tentaciones. El hombre mismo es a veces incógnito aun para sí e ignora totalmente qué puede él mismo: o supone poder más y se le muestra que aún no puede, o desespera, supone que no puede tolerar no sé qué y se le muestra que puede; cuando se encumbra inmoderadamente, sea bajado a humildad, y cuando se rompe cobardemente, sea erguido de la desesperación.
9. Por eso, en este salmo que cantábamos, entendamos que muchos piden la salud y a veces no les conviene, pues está sano y de la salud abusa para el pecado. ¡Preferible a ser sanado para inquietud sería que enfermase para descansar! A veces, en cambio, desde el flagelo de la tribulación, cuando sucede lo que no deseaba, se convierte a Dios. En efecto, será más cauto, será más casto, será más modesto, será más humilde, y con razón canta: Desde la tribulación danos auxilio, mas la salud del hombre es vana 21. Auxilio ha buscado, y ¿desde dónde el auxilio? 22 Dice al Señor: «Desde la tribulación danos auxilio, de forma que atribulados nos corrijamos, humillados nos volvamos hacia ti, no irgamos contra ti la cerviz. Cuando, en efecto, desde la tribulación nos hayas dado auxilio, entenderemos que es vana la salud que ordinariamente deseaba el hombre estulto y que, cuando la haya recibido, usa no para goce de quietud, sino para ocasión de su inquietud». Un hombre iba ordinariamente a salir de casa y, airado con indignación inicua, a dañar a quien quizá ningún mal le había hecho; súbitamente comienza a enfermar; ¿qué le era útil, salir de casa y hacer la iniquidad, o enfermar y suplicar la salud? En efecto, no es vana la salud de Dios, sino que vana es la salud del hombre, que el hombre supone necesaria para sí, cual una gran cosa. No es, pues, vana la salud de Dios, sino que vana es la salud del hombre. Falsa salud es y con razón se la llama «del hombre», si el hombre supone que existe esta sola. Por cierto, allí donde no se añade «del hombre» y se dice «Del Señor es la salud» 23, ¿qué significa: Del Señor es la salud? Da la salud el Señor, que sabe qué da, cuándo, a quién da. Cada vez que hombres de salud desesperada, por así calificarla, piden salud, el Señor en persona la da.
Sigue en el salmo «Y sobre tu pueblo tu bendición» 24, esto es, ten misericordia sólo de tu pueblo y dales la salud que das a quienes no son de tu pueblo, incluso la que ignora tu mismo pueblo, pues tú sabes qué das, mas él no sabe qué recibe, sino cuando lo haya recibido. Por cierto, para que sepáis que esto es lo que vais a recibir, ¿de qué clase es lo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió lo que ha preparado Dios para quienes le quieren? 25. ¿Qué supones que ha preparado? La salud sempiterna, sí, que ni a nuestro corazón puede subir, la que ni ojo puede ver, ni oído oír; y empero prepara esto para quienes le quieren y, cuando lo hayamos recibido, veremos cuál es la verdadera salud y qué vano era lo que suponíamos grande.
10. En efecto, si los mártires hubiesen deseado y tuvieran en mucho esta salud, esto es, la salud del hombre 26, no dirían de corazón: Y no he ansiado día de hombre (LXX), tú lo sabes 27. ¿Qué se dice en el salmo? Quienes, pues, deseasen esa salud y por grande la tuvieran, habrían perdido la sempiterna. Ahora, en cambio, tras entender qué significa «Desde la tribulación danos auxilio» 28, más que hallar para pernicie esa elegida salud del hombre y ponerse de acuerdo con los perseguidores, prefieren ser llevados a la salud sempiterna. En efecto, inmediatamente daba salud el perseguidor. Vencido estaba el mártir; atado, en la cárcel era oprimido, incluso se pudría de heridas, consigo. Si hubiese cedido al perseguidor, inmediatamente tendría la salud; pero la salud del hombre es vana 29. Ciertamente, los perseguidores prometían la salud que de inmediato daban. Y ¿de qué clase la daban? La que aquéllos conocían aun antes de estar en esas tribulaciones; pero se estiraron hacia la que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió 30. Lo que promete el perseguidor se ve, y lo que promete es incierto, breve y exiguo. Aunque fuese sempiterna la salud de la carne, carnal sería empero; tal sería como la que ojo vio y oído oyó y a corazón de hombre ascendió. Si la salud mayor no se ve, mas como cosa segura ha prometido que ella seguirá, y no puede fallar, mantengámonos bajo su disciplina, bajo su flagelo no murmuremos, a gusto soportemos a quien cura, y sanos gozaremos junto a Dios, pues sabremos ya qué nos ha dado, y diremos: ¿Dónde está, muerte, tu empeño? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? 31
11. Conozco, hermanos, vuestra avidez, mas es preciso que también tengáis miramiento hacia mi debilidad, pues no quiero negar a Vuestra Santidad cualesquiera voz y ministerio míos, para servir al Señor que me ha restablecido. Ha de tenerse miramiento empero hacia la recentísima cicatriz, quizá aún no acabada y cerrada. Según su voluntad póngame en orden el Señor, a la salud de todos nosotros y a la de la santa Iglesia adapte mi servidumbre. Vueltos al Señor pidamos; nos mirará y con su palabra salvadora acabará de hacernos; y denos gozar según él y según él vivir. Aparte de nosotros la prudencia carnal 32; haga sumiso bajo nuestros pies 33 al enemigo, no con nuestras fuerzas, sino con su santo nombre, en el que hemos sido limpiados mediante Jesucristo nuestro Señor.