Comentario de Sal 117,1
1. Nos exhorta la palabra divina y dice: Confesad al Señor, porque es bueno 1. Confesad, afirma, al Señor. Y, como si preguntases la causa, añade: Porque es bueno. No tema el reo la severidad del juez: seguridad de la confesión es la bondad del oidor. Te haría morir el juez hombre, si confiesas; te haría morir el preconocedor Dios, si no confiesas. El hombre, cuando te oye, espera saber por tu confesión qué causa tienes; Dios, en cambio, sentencia incluso cuando proyectas algo. Para poder, pues, tener propicio a Dios, confiesa, pues tú que niegas no puedes ocultarte. Dios, cuando te aconseja confesar, espera de ti no su desdén sino tu humildad.
Ahora bien, de dos modos suele nombrarse y entenderse en las Escrituras Santas la confesión: una es la de tu punición; otra, la de la alabanza a Dios. Digo «de tu punición», cuanto te arrepientes, pues todo el que se arrepiente se castiga a sí mismo, para que el Señor no lo castigue. Probemos, pues, primero, que de dos modos se nombra la confesión -esto es, que hay no sólo confesión de pecados, sino también de loa a Dios-, y después disertaremos sobre sendos géneros de confesión lo que el Señor diere.
2. La confesión de los pecados es usual y conocida, y es preciso no demostrarla sino invitar a ella. Más bien debemos investigar la confesión para loa de Dios, cómo podemos demostrarla, pues los hombres hasta tal punto saben que se habla de confesión respecto a los pecados propios, que casi siempre, cuando de boca del lector se oye «confesad», inmediatamente se golpean los pechos y resuena un murmullo, avisada la conciencia. Esto, casi siempre. No siempre empero se habla de confesión de pecados, pues a veces se habla también de la de loa, como en cierto lugar dice la Escritura: Confesad al Señor y en la confesión diréis 2 esto: que las obras todas del Señor son muy buenas 3. Cuando oyes «en la confesión diréis esto: que las obras todas del Señor son muy buenas», es manifiesto que ésta es confesión de loa a Dios, no de tu iniquidad, pues confiesas todas las obras buenas del Señor, no las tuyas malas. Tienes otro pasaje, respecto al cual similarmente no hay duda alguna. El Señor Jesús no tuvo en absoluto pecado 4 alguno y empero dice en el evangelio: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra. Luego sigue la alabanza: Porque has escondido esto a sabios y prudentes, y lo has revelado a pequeñines. Así, Padre, porque así plugo ante ti 5. Ésta es confesión de quien loa a Dios, no de quien se acusa. Porque, pues, quien confiesa se acusa o loa a Dios, atended por un instante qué utilidad tienen una y otra confesión.
3. Quien se acusa porque es malo, se desagrada. En la medida en que, malo, se desagrada, comienza ya a ser bueno, porque no le agrada el malo. Éste es el inicio de la conjunción de nuestro corazón con la ley de Dios: que también tú castigues lo que él castiga, también te desagrade lo que le desagrada; comienzas ya a odiar con Dios el pecado y comienzas a odiar con él tu persona, para que él comience a amarte. El pecado, en efecto, no puede estar impunido. No quieres que él castigue: castiga tú, pues no puede ser dejado impunido el pecado. O lo castigas y él libera, o lo disimulas y él castiga. En efecto, ¿por qué fue justificado el recaudador y no el fariseo, por qué mereció que se le perdonara, sino porque no se perdonó? Bajaba los ojos al suelo y tenía arriba el corazón, golpeaba el pecho y curaba la conciencia. ¿Para qué seguir? Bajó justificado, más bien que el fariseo. Si buscas la causa: porque quien se exalta será humillado, y quien se humilla será exaltado 6.
4. Vas a venir al juez, sé para ti juez. Adelántate al que juzga, y encontrarás al que libera. ¿Qué significa «adelántate»? Antes que castigue, castiga tú, pues ciertamente has leído: Adelantémonos a su faz con confesión 7. Reconocer y desconocer parecen dos verbos contrarios. Quieres que él desconozca: reconoce tú. Ve tú qué dice en un salmo un arrepentido acusador de sí: Retira tu faz 8. Pero ¿de dónde? No asevera «de mí». Ciertamente, en otro lugar dice: No apartes de mí tu faz 9. ¿De dónde, pues, dice? De mis pecados retira tu faz 10. ¿Con qué mérito quiere que Dios retire su faz no de él sino de sus pecados, para que no viéndolos lo vea a él? ¿Con qué mérito? Atiende e imita, pues dice en el mismo salmo: Porque yo reconozco mi iniquidad 11. Desconócela tú, pues. Y mi pecado, dice, ante mí está siempre 12. Ha hablado de quienes ponen ante sí los pecados ajenos, los suyos detrás de sí: los ajenos ante sí para reprenderlos censurando, los suyos detrás de sí para defenderlos cargando con ellos.
5. Porque quienes ponen tras sí sus pecados no quieren verse y asimismo evitan reconocerlos, por eso el Señor amenaza al pecador: Esto has hecho y he callado 13. ¿Qué significa «he callado»? No he vindicado, no he castigado, no he enviado a los quemaderos. Lo has hecho, has seguido vivo y de nuevo lo has hecho porque te has burlado de quien te tiene miramiento. Has sospechado una iniquidad: que seré similar a ti 14, esto es, me has imaginado similar a ti, cual si la iniquidad me gustase como a ti. Ves, pues, cuánto te aprovecha que tu iniquidad te desagrade, pues a partir de ahí comienzas a ser similar a Dios, de forma que no quieres, cual perverso, que Dios sea similar a ti. Ve tú, en efecto, cuán perverso eres: Dios te ha hecho a semejanza suya, mas quieres inducir a Dios a tu semejanza. Lo has hecho, pues, y he callado, esto es, no he vindicado.
Has sospechado una iniquidad: que seré similar a ti 15. Todos los malos, inicuos, perdidos, blasfemos y criminales dicen esto: «Verdaderamente, si eso que hacemos desagradase a Dios, no viviríamos». ¿Qué significa «si eso desagradase a Dios, no viviríamos?» ¿Esto dices? Agrada, pues, esto a Dios. Has sospechado una iniquidad: no agrada eso a Dios, Dios no será similar a ti. Más bien, corrígete, y tú serás similar a Dios. Pero no quieres, te pones detrás de ti; no haces lo que está escrito -Y mi pecado está ante mí 16-, sino que te pones detrás de ti. Oye lo que sigue: Te argüiré y te estableceré ante tu faz 17. Hago yo, dice, lo que tú no quieres: te pongo ante ti, te castigo por tu culpa. Hazlo, pues, para que él no lo haga; ponte ante ti y di seguro: Que mi iniquidad yo reconozco, y mi pecado frente a mi está siempre 18. No esté ante ti, porque está ante mí; retira tu faz 19 de donde yo no la retiro; desconoce tú lo que yo reconozco. No temas, pues, morir; confiesa para no morir.
6. Ve ya la confesión de loa; porque en la confesión del pecado te has desagradado, en la confesión de loa te agradará Dios. Desagrádete lo que tú has hecho en ti, agrádete quien te ha hecho, pues el pecado es obra tuya, mas tú eres obra de Dios. Dios odia tu obra en su obra. Vuelve, pues, a él; confiésate a él y, acusándote y loándolo, entonces estarás recto, pues los hombres perversos hacen lo contrario: se loan, acusan a Dios. Mira y, si en ti reconoces lo que voy a decir, enmiéndalo, porque, aunque ya no lo eres, lo fuiste alguna vez 20. Ésta es costumbre de los hombres perversos: los blasfemos, cuando hacen algo bueno, quieren que los loen; cuando hacen algo malo quieren acusar a Dios. «Ingrato», dice el espíritu inflado y arrogante, «ingrato: te he dado esto y aquello, y te he llevado esto y lo otro». Ahí suena cual con bocas crepitantes: «¡Yo, yo!» Al contrario, si se sorprende el pecado -hurto, adulterio, cosas por el estilo-, cuando comienzan a argüirte en presencia del jefe, dices: «Mal hado el mío» o, si no nombras el hado: «Si Dios no quisiera, ¿acaso lo habría yo hecho?» Ora acuses a Dios nombrándolo, ora de tapadillo mediante el hado -porque en el hado acusas a las estrellas; ahora bien, obras de Dios son las estrellas-, de todas formas quieres reprender a Dios, defenderte. Corrige, y lo que ponías arriba esté abajo; lo que habías hecho abajo levántalo arriba. Has pecado: acúsate. Has hecho bien: loa a Dios.
7. A propósito de tu pecado di la frase del salmo: Yo he dicho: «Señor, apiádate de mí; sana mi alma, porque te he fallado» 21. Aquí di: «Yo». Donde dices «he fallado», di «yo». ¿Por qué te quitas de donde Dios no encontrará sino a ti? Atiende y aprende. Yo, afirma, he dicho: «Señor, yo te he fallado». Yo he dicho. Recuerda que «yo he dicho», no el hado, no la fortuna, no tú, no, por último, el diablo, porque, si yo no quisiera, no hubiese consentido. En verdad, acusar al diablo y simultáneamente excusarse no es bueno, pues Dios ha mandado dar el perdón a los confesantes. Tú no lo has hecho: no se te perdona, porque nada has hecho. Pides perdón: confiesa la culpa para no hallar castigo. Por su parte, el diablo mismo quiere que uno se aíre con él; cuando es acusado, disfruta absolutamente, con tal de quitarte la confesión.
Cuando, pues, pecas, di «yo»; cuando, en cambio, obras bien, di lo que el apóstol asevera: No vivo yo 22, sino la gracia de Dios conmigo 23. Serás correcto confesando tus fallos y la loa de Dios: tus obras malas, las buenas suyas. Confiesas al Señor porque es bueno, y de ti confesante se tiene piedad no, cual en esta vida transitoria, por un tiempo, porque su misericordia, para siempre 24. Vueltos al Señor etc.