«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6)
1. Estas lecturas divinas levantan nuestro espíritu, para que no nos deprima la falta de esperanza y, al mismo tiempo, lo amedrenta, para que no nos avente el viento de la soberbia. Por lo demás, mantener el camino del medio, el verdadero y el recto, como si dijésemos el que pasa entre la izquierda de la desesperación y la derecha de la presunción, nos sería extremamente difícil, si no dijera Cristo: Yo soy el camino. Yo soy —dice— el camino, la verdad y la vida1. Como si dijera: «¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿Dónde quieres establecerte? Yo soy la vida». Caminemos, pues, seguros por el camino, pero ¡temamos las emboscadas tendidas a la vera del camino! El enemigo no se atreve a tenderlas en el camino mismo, porque el camino es Cristo, pero evidentemente no cesa de tenderlas a su vera. Por eso dice un salmo: Me pusieron tropiezos junto al sendero2. Dice también otro texto de la Escritura: Recuerda que avanzas entre lazos3. Estos lazos entre los que avanzamos no están en el camino, pero sí a su vera. ¿Por qué te asustas, por qué temes, si vas por el camino? Si lo abandonas, es entonces cuando has de temer. En efecto, también al enemigo se le permite tender lazos a la orilla del camino, para evitar, con la tranquilidad del gozo, que abandones el camino, y caigas en las asechanzas.
2. Cristo camino es Cristo humilde; Cristo verdad y vida es Cristo exaltado y Dios. Si caminas por Cristo humilde, llegarás a Cristo excelso. Si, en tu condición de enfermo, no desdeñas al humilde, te establecerás, en plenitud de fuerzas, en el excelso. ¿Cuál fue la causa de la humildad de Cristo sino tu debilidad? De hecho, tu fragilidad te asediaba plena e irremediablemente, y esta situación hizo que viniese a ti Médico tan extraordinario. Porque, si tu enfermedad fuese tal que, al menos, pudieras ir por tus pies al médico, podría parecer tolerable tu misma fragilidad; mas, como tú no pudiste ir a él, vino él a ti; y vino enseñándonos la humildad por la que retornar. Como la soberbia no nos permitía retornar a la vida y la misma soberbia había hecho alejarse de la vida al corazón encaramado contra Dios, descuidando también, cuando estaba sana, los preceptos que la mantenían sana, fue a parar en ese estado de fragilidad. Aprenda, en su fragilidad, a escuchar al que desdeñó estando sana; escuche, a fin de levantarse, al que despreció, motivo de su caída. Al menos amaestrada ya por la experiencia, escuche lo que no quiso conseguir adoctrinada por el precepto. En efecto, su miseria le mostró cuán negligente la hizo la dicha; ¡ay! cuán gran mal es fornicar alejándose de Dios, presumiendo de sí; ¡oh!, qué gran bien es unirse al Señor4, teniendo pensamientos humildes sobre uno mismo. En efecto, ese fornicar consiste en apartarse de aquel bien simple y singular para ir a parar en la multitud de estos placeres y dar acceso al amor del mundo y a las corrupciones terrenas. A tal persona se le grita: Se te ha puesto cara de fornicaria y te has vuelto totalmente desvergonzada5. Veamos ahora el objetivo del reproche.
3. En efecto, su reproche no es un insulto, sino que pretende transformar la presunción en humillación para que sane. La Escritura gritó con vehemencia, no pasó la mano adulando a los que quiso recuperar para la salud. Adúlteros, ¿no sabéis que el amigo de este mundo se hace enemigo de Dios?6 El amor del mundo hace del alma una adúltera; el amor del Hacedor del mundo la hace casta; pero, salvo que ella se sienta abochornada de su corrupción, no desea volver a aquellos castos abrazos. A fin de volver, avergüéncese la que se jactaba de sí para no regresar. La soberbia, pues, impedía el regreso del alma. Quien reprocha no comete pecado, sino que lo manifiesta. Pone ante los ojos del alma lo que esta no quería ver, y lo que deseaba tener a la espalda la corrección se lo pone ante su rostro. Contémplate a ti en ti. ¿Por qué ves la brizna en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en el tuyo?7 Y al alma que se alejaba de sí se la llama a volver a sí. E igual que se había alejado de sí misma, se había alejado de su Señor. De hecho, se había remirado, se había autocomplacido y se había enamorado de su propio poder. Se alejó del Señor, pero no se quedó en sí misma; en consecuencia, es arrojada de sí, excluida de sí, dejándose caer en la exterioridad. Ama el mundo, ama lo temporal, ama lo terreno. Simplemente con que se amase a sí misma con desprecio de su hacedor, ya perdería nivel de ser, ya vendría a menos al amar lo que es menos. En efecto, ella es menos que Dios, y mucho menos; tanto menos cuanto es menos una cosa hecha que su hacedor. Por tanto, Dios ha de ser amado de tal manera que, si es posible, nos olvidemos de nosotros mismos por amor a él. ¿En qué consiste, entonces, el paso a dar? El alma se olvidó de sí misma, mas por amor al mundo; olvídese ahora de sí misma, mas por amor al autor del mundo. Se deja llevar, pues, fuera de sí, en cierta manera se perdió a sí; y como ni sabe ver sus hechos, justifica sus maldades. Es arrastrada, pero se ensoberbece en medio de la lujuria, del derroche, de los cargos honoríficos, del poder, de las riquezas, de la fuerza de la vanidad. Es objeto de reprensión, de corrección; se hace que se vea a sí misma, siente desagrado de sí: confiesa su fealdad, desea la belleza, y la que iba disipada, vuelve avergonzada.
4. Quien dice: Cubre sus rostros de ignominia parece orar contra ella. Cubre —dice— sus rostros de ignominia, y buscarán tu nombre, Señor8. ¿Odiaba a aquellos cuyos rostros deseaba ver cubiertos de ignominia? Mira cómo ama a los que quiere que busquen el nombre del Señor. ¿Es que solo ama o solo aborrece? ¿O aborrece, pero también ama? En efecto, aborrece y ama. Aborrece lo tuyo, te ama a ti. ¿Qué significa «aborrece lo tuyo, te ama a ti»? Aborrece lo que hiciste tú, ama lo que hizo Dios. ¿Qué es lo tuyo, sino tu pecado? ¿Y quién eres tú sino lo que hizo Dios? Desdeñas lo que fuiste hecho, amas lo que hiciste; amas fuera de ti tus obras, menosprecias en ti la obra de Dios. Merecidamente te vas, merecidamente te deslizas hacia abajo, merecidamente te alejas incluso de ti mismo, merecidamente escuchas: espíritu que va y no vuelve9. Escucha más bien a quien te llama y te dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros10. A Dios no se le aleja ni se le hace volver; corrige sin alterarse permaneciendo inmutable. Se apartó de ti porque tú mismo te apartaste; tú mismo causaste tu caída de él, no fue él quien se puso para ti. Escúchale, pues, a él que te dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros. Mi volverme a vosotros no es otra cosa que vuestro volveros a mí. En efecto, persigue la espalda de quien huye e ilumina el rostro de quien vuelve. De hecho, ¿a dónde huirás al huir de Dios? ¿A dónde huirás huyendo de aquel al que ningún espacio contiene, que de ningún lugar está ausente, que libera al que vuelve y castiga al que se aparta de él? Al que, huyendo de él, tienes como juez, ten, volviendo a él, como padre.
5. Sin embargo, se había hinchado de soberbia y, a causa de la misma hinchazón, no podía volver por el estrechamiento del lugar. Quien se hizo camino, grita: Entrad por la puerta estrecha11. Intenta entrar, pero se lo impide la hinchazón, y tanto más daño le producirá el intento cuanto más se lo impide la hinchazón. En efecto, un pasadizo angosto veja al hinchado y la vejación le hinchará aún más. Al hincharse más, ¿cuándo entrará? Por tanto, si desea entrar, reduzca su hinchazón. ¿Cómo? Tome el medicamento de la humildad. Contra la hinchazón, beba la pócima amarga, pero saludable; beba la pócima de la humildad. ¿Por qué se encoge? Lo que no le permite entrar es su volumen; no es cuestión de magnitud, sino de hinchazón. Porque lo grande tiene consistencia; lo hinchado, inflamación. El hinchado no se considere grande; reduzca su hinchazón para ser grande, para hallarse seguro y consistente. No ambicione estas cosas: no se gloríe de la pompa de las cosas huidizas y corruptibles. Oiga al mismo que dijo: Entrad por la puerta estrecha; y también: Yo soy el camino12. Pues como si el hinchado le preguntase: «¿Por dónde voy a entrar?», le dice: «Yo soy el camino. Entra por mí: camina por mí para entrar por la puerta. Pues como dije: Yo soy el camino, de igual manera dije: Yo soy la puerta13». ¿Por qué buscar por dónde volver, a dónde volver, por dónde entrar? Para que no te extravíes por ningún lugar, él se hizo todo eso para ti. Brevemente, pues, te dice: «sé humilde, sé manso». Escuchemos cómo dice esto con toda claridad para que veamos por dónde va el camino, cuál es el camino, a dónde va el camino. ¿A dónde quieres ir? Quizá movido por la avaricia quieras poseer todo. Todo me lo ha entregado mi Padre14 —dice—. Tal vez dirás: «Lo entregó a Cristo, sí, pero ¿acaso me lo entregó a mí?». Escucha al Apóstol que dice; escucha —como dije poco ha—, para que no te quiebre la desesperación. Escucha cómo fuiste amado cuando no lo merecías; escucha cómo fuiste amado siendo impúdico, feo, antes de que se hallase en ti algo digno de ser amado. Fuiste amado primero, para hacerte digno de ser amado. Como dice el Apóstol: Pues Cristo murió por los impíos15. ¿O es que un impío merecía ser amado? Te pregunto qué merecía un impío. «Ser condenado» —respondes—. No obstante, Cristo murió por los impíos. Advierte lo que se te ha otorgado a ti, impío como eres. Cristo murió por los impíos. Mas tú ambicionabas poseer todo. Busca eso mismo pero no movido no por la avaricia, sino por la piedad, pues si lo buscas así, lo poseerás. Retendrás a aquel que hizo todas las cosas y con él las poseerás todas.
6. No digo esto como si fuese resultado de un raciocinio. Escucha al mismo Apóstol que dice: Quien no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es que no nos dio con él también todas las cosas?16 ¡Avaro!, advierte que tienes todas las cosas. Desprecia todo lo que amas y que te cierra el paso a Cristo y sujétale a él en quien puedas poseer todo. Pues, siendo médico que, aunque no necesitaba en absoluto de tal medicamento, para exhortar al enfermo bebió él mismo aquello de lo que no tenía necesidad, como dirigiendo la palabra a quien lo rehusaba; para levantar el ánimo de quien temía beberlo, lo bebió él primero. El cáliz —dice— que yo he de beber17. Aunque yo no tengo en mí nada que curar con tal pócima, la voy a beber no obstante para que no desdeñes tomarla tú que necesitas de ella para vivir. Ved ya, hermanos, si, una vez recibido tan eficaz medicamento, debe seguir enfermo por más tiempo el género humano. Dios es ya humilde, pero el hombre es todavía soberbio. Escuche, aprenda. «Todo —dice— me lo ha entregado mi Padre18. Si ambicionas poseer todo, lo conseguirás teniéndome a mí. Si deseas al Padre lo tendrás por medio de mí, lo tendrás en mí». «¿Para qué tener todo —dices—, si no lo voy a tener a él?». Hablas rectamente. Si también lo quieres tener a él, escucha lo que sigue. En efecto, después de haber dicho: Todo me lo ha entregado mi Padre, como exhortando y diciendo: «Ven a mí, si quieres poseer todo», y para que no replicaras: «No quiero todo; lo que quiero es a aquel que lo hizo todo», sigue diciendo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo. No pierdas la esperanza; escucha lo que sigue: y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar19 —dijo—. ¿No quiere revelármelo a mí tal vez? No hubiera venido a ti humilde si no quisiera que le conocieras excelso. Quizá también aquí digas: «Incluso si él se me diera a conocer, yo querría conocer al Padre». ¿Quieres conocer al Padre? Escucha la voz de Felipe; fue el primero que expresó ese deseo, y lo hizo muy bien, en la forma adecuada: sediento de felicidad y buscándola en todas partes, seguía sediento doquier; en ningún lugar hallaba dónde saciarse. Sediento, le dice al Señor: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta20. ¿Qué significa nos basta? Una vez que halle reposo en él, dejaré ya de buscar. Pero el Señor le replicó: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y aún no me habéis conocido? Felipe, quien me ve a mí, ve también al Padre21. Es necesario, pues, que el Hijo se muestre a sí mismo. De hecho, no has de hallar al Hijo inferior al Padre; en caso contrario, carece de contenido lo que dijo: Yo y el Padre somos una misma cosa22. Pero el que es una misma cosa con el Padre, por ti se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo23. Se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo: este don te lo hizo cuando tú te habías apartado de él; Yo y el Padre somos una misma cosa te lo reservó para cuando vuelvas a él.
7. Advierte con cuánta claridad dice esto. Quien me ama guarda mis mandamientos; ahora bien, quien me ama a mí, será amado de mi Padre, y yo lo amaré24. Nos deja en suspenso, como si fuera a darnos algo, puesto que nos ama. Igual que, si un hombre te dice: «Yo te amo», no piensas sino en qué te va a dar, con qué te va a obsequiar, en qué te va a ser útil. Dice, pues, el Señor: Y yo le amaré. Pregúntale qué te va a dar. Escucha lo que sigue: Y me manifestaré a él25. ¿Qué significa esto, hermanos? Estáis viendo a dónde arrebata la llama de la caridad. Veremos algo, y ese algo es la Palabra de Dios; ese algo es Dios junto a Dios, Dios por quien fue hecho todo26. Se anuncia un espectáculo, se nos brinda un espectáculo. ¡Cuán enorme y vano es el regocijo de los hombres! Hierve doquier la muchedumbre de los que acuden a la cita, de los que se lo imaginan como algo grande, de los que con invitaciones y frívolas lisonjas, incitan a ir, a ver. A ir ¿a dónde? A ver ¿qué? A donde va ya corrompida el alma, para volver más corrompida todavía e indigna del abrazo de su tan legítimo esposo. Allá se va, allá se corre. Pero Cristo propone cierta visión futura, un espectáculo para el futuro. Dice, en efecto: Yo le amaré y manifestaré no lo que hice, ni el seno de los abismos, ni los secretos de las tierras, ni la variedad de plantas, ni la multitud de especies animales, ni, para acabar, el número de las estrellas, ni las órbitas de los astros, ni las medidas de los tiempos. Pues, ¿para qué quieres ver esas cosas? Aunque lograras verlas, no serían ciertamente gran cosa. Yo las hice. Me manifestaré a él.
8. Pero dirá alguien: «Y esto, ¿cuándo tendrá lugar, cuándo se nos manifestará?». Lo difiere, no priva de ello. Y al diferirlo ¿qué consigue? Dilatar con el deseo la capacidad del alma. Cosa grande, hermanos, ha de darnos. Mas ¿por qué hablo de algo grande? En la hipótesis de que valga el adjetivo. Ved cuán grandes cosas da a los impíos, cuán grandes cosas da a personas que no las merecen. ¿Cómo es que también a ellas? Porque hace salir el sol para buenos y malos27. Mira cómo sirven las criaturas a los que blasfeman; para mientes en los dones naturales. Tienen salud, tienen integridad de sentidos, tienen un espíritu que anima los miembros terrenos, tienen el uso de este aire, la visión de la luz, mente racional por la que los hace superiores a los demás seres animados. Todas estas cosas están ahí como riquezas que comparten ricos, pobres, buenos, malos. Todos son alimentados, todos son iluminados por esta luz: viven como de un fondo público. Todas estas cosas las da Cristo. A partir de aquí ¿no debemos pensar, hermanos, en lo que reserva para los suyos, en lo que prepara para los fieles, para que lo vean quienes no lo ven pero lo creen? Creer antes de ver es lo que hace merecer la visión futura. Así, pues, al diferir dar los bienes desarrolla tu capacidad a fin de que, acrecentada por el deseo, seas capaz de acoger lo que él promete y lo que tú deseas.
9. De hecho, algo ha dado ya, pues ha dado en prenda su Espíritu. ¿Qué significa «ha dado en prenda»? Es como si dijera: «Mira si te daré algo: ya desde ahora te doy algo que te eleve, que encienda la caridad, que, una vez gustado, te arrastre a saciarte de ello». Gustad y ved cuan sabroso es el Señor28. De lo que ahora degustáis seréis saciados. Se embriagarán —dice— de la abundancia de tu casa, etc. Porque se halla en ti la fuente de la vida, y en tu luz veremos la luz29. ¿Es, acaso, una cosa la fuente de la vida y otra la luz? Lo que, se diga como se diga, no llega a decirse, se dice de muchas maneras. Por tanto, levantémonos, encendámonos, ardamos, deseemos. Y aunque se nos difiera, no se nos priva de ello. Limitémonos a seguir en el camino: en él nos sentiremos saciados, en él hallaremos la fuente de la vida. Vino la fuente misma de la vida, se vistió de carne, hizo que la deseemos. Otorgó su muerte a los indignos, reserva su vida para los dignos.
10. Mas, puesto que, según he dicho, hermanos, a causa de la hinchazón de la soberbia, no regresábamos, por eso otorgó su muerte a los indignos de ella: vino en humildad para ser exaltado en excelsitud. Hizo esto para que tu mal dejara de hincharte. Aquellos dos discípulos que hicieron una súplica a Jesús por medio de su madre —pues no se atrevían a hacerlo personalmente— querían entrar a pesar de estar hinchados. Ese mismo rubor debía haberles advertido sobre lo que pedían. No se atrevieron a hacerlo personalmente: hicieron que se dirigiese al Señor su anciana madre, como merecedora de respeto por su edad. Deseaban un reino al que solo se entra por un camino angosto. Sin embargo, ellos hinchados todavía por el deseo de un cargo de honor, cuanto más se esforzaban por entrar por un lugar estrecho, tanto más humillados quedaban. El Señor les baja los humos y les da la pócima amarga de que he hablado poco antes contra la hinchazón. Decías «no puedo; me llamas a pasar por esa angostura; no puedo pasar por ahí». Venid a mí —dice— todos los que estáis fatigados y cargados y yo os aliviaré; tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí30.
11. Grita el Maestro de los ángeles, grita la Palabra de Dios, de la que se alimentan, sin que ella merme, alimento que restaura y permanece íntegro; grita y dice: Aprended de mí31. Atienda el pueblo al que dice: Aprended de mí. Respóndale: ¿Qué aprendemos de ti? Pues ignoro qué hemos de oír de artífice tan grande cuando dice: Aprended de mí. ¿Quién es el que dice: Aprended de mí? Quien formó la tierra, quien separó de la tierra la mar, quien creó los volátiles y animales de la tierra, quien creó todos los natátiles, quien puso los astros en el cielo, quien separó el día de la noche, y asentó el mismo firmamento, quien puso a un lado la luz y a otro las tinieblas32; ese mismo es quien dice: Aprended de mí. ¿Acaso va a decirnos que hagamos con él estas cosas? ¿Quién puede hacerlo? Solo Dios las hace. No temas —dice—; no te cargo con tal peso. Aprende de mí lo que me hice por ti. Aprended de mí —dice—; no a dar forma a las criaturas hechas por mí. Tampoco digo que aprendáis aquellas cosas que otorgué a algunos, a los que quise, pero no a todos: resucitar muertos, dar la vista a ciegos, abrir los oídos a sordos. No queráis aprender de mí eso como si fueran cosas grandiosas. Los discípulos se alegraron y volvieron exultantes, diciendo: He aquí que en tu nombre hasta los demonios se nos sometían33. El Señor les replica: No os alegréis de que se os hayan sometido los demonios; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo34. A los que le plugo concedió expulsar demonios y a quienes quiso, resucitar muertos. Milagros como estos se hicieron también antes de la encarnación del Señor: muertos fueron devueltos a la vida, leprosos fueron limpiados. Así lo leemos; pero ¿quién los hizo sino aquel que luego, después de David, fue Cristo hombre pero, antes de Abrahán, fue Cristo Dios? Don suyo fue todo eso; él lo hizo por medio de hombres, si bien no a todos se lo concedió. ¿Acaso aquellos a quienes no se lo concedió deben perder la esperanza y afirmar que ellos no pertenecen a él porque no merecieron recibir esos dones? Son miembros de un cuerpo, y un miembro tiene una determinada capacitación y otro miembro tiene otra. El cuerpo lo estructuró Dios: no concedió a la oreja ver, ni al ojo oír, ni a la frente oler, ni a la mano gustar. No los capacitó para eso, pero a todos los miembros les dio salud, trabazón, unidad. A todos los vivificó igualmente y unió con el espíritu. De igual manera, pues, no concedió a determinada persona resucitar muertos; a otro no le otorgó el discutir sobre un asunto. Sin embargo, ¿qué otorgo a todos? Le escuchamos decir: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón35. Hermanos míos: aquí está contenida en su totalidad la medicina que necesitamos: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. ¿Qué le aprovecha a uno hacer milagros, si es soberbio y no es manso y humilde de corazón? ¿No será contado en el número de aquellos que, al final de los tiempos, se presentarán diciendo: No hemos profetizado en tu nombre, y hecho en tu nombre muchos milagros?36 Pero ¿qué escucharán? No os conozco. Apartaos de mí todos, obradores de iniquidad37.
12. ¿Qué es provechoso, pues, que aprendamos? Que soy —dice— manso y humilde de corazón. Inculca la caridad y la más genuina caridad: la caridad depurada, sin presunción, sin altivez, sin engaño. Es lo que inculca quien dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón38. ¿Cuándo puede tener la caridad más auténtica el soberbio y el fatuo? Por fuerza ha de tener celos. ¿Acaso ama quien siente celos, y soy yo quien está equivocado? Dios nos libre de que alguno yerre hasta el punto de afirmar que tiene caridad quien tiene celos. ¿Qué dice, entonces, el Apóstol? La caridad no es celosa39. ¿Por qué no es celosa? No se engríe40. Añadió al instante la causa por la que excluyó los celos de la caridad: porque no se engríe no es celosa. En primer término dijo: La caridad no es celosa; pero como si tú le preguntases por qué no es celosa, añadió: «No se engríe». Si, pues, es celosa porque se engríe, si no se engríe, no es celosa. Si la caridad no se engríe y, por tanto, no es celosa, inculca la caridad quien dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
13. Tenga ya cualquiera lo que le venga en gana, jáctese de lo que quiera: Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, me he convertido en un bronce que suena o un címbalo que retiñe41. ¿Hay algo más sublime que el don de las diversas lenguas? Sin la caridad es bronce que suena, címbalo que retiñe. Escucha otros dones: Aunque conozca todos los misterios42: ¿Qué hay más excelente, más magnífico? Escucha todavía otro: Aunque posea toda profecía y toda fe hasta trasladar las montañas, si no tengo caridad, nada soy43. Ha elevado el listón. ¿Qué otra cosa ha dicho, hermanos? Aunque reparta todos mis bienes a los pobres44. ¿Puede hacerse cosa más perfecta? De hecho, con vistas a la perfección, el Señor mandó y dijo esto a un rico: Si quieres ser perfecto, vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres45. Entonces, ¿es ya perfecto quien vendió todos sus bienes y se los dio a los pobres? No. Por eso añadió: Y ven y sígueme46. Vete —le dice—, dalo a los pobres, y ven y sígueme. —¿Por qué seguirte? ¿No soy perfecto ya, una vez vendidos todos mis bienes y distribuidos a los pobres? ¿Qué necesidad tengo de seguirte? —Sígueme, para que aprendas que soy manso y humilde de corazón47. En efecto, ¿puede uno vender toda su hacienda, repartir lo recabado entre los pobres, sin ser aún manso y humilde de corazón? Sin duda, puede. Aunque reparta todos mis bienes a los pobres... Pero escucha todavía. Pues ciertas personas, abandonando todo lo que poseían, habiendo ya seguido al Señor, pero sin seguirlo aún hasta la perfección —seguirle hasta la perfección equivale a imitarle— no pudieron soportar la prueba de la pasión. En efecto, hermanos, Pedro era uno de los que habían dejado todo y habían seguido al Señor. De hecho, cuando aquel joven se retiró lleno de tristeza, momento en que los discípulos, turbados, preguntaron al Señor cómo uno podía alcanzar al fin la perfección y él los consoló, dijeron al mismo Señor: Mira: nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué tendremos?48 Y el Señor les indicó qué les daba, qué les reservaba para el futuro. Pedro pertenecía ya al número de los que habían hecho todo eso. Pero cuando llegó el momento de la pasión, ante las palabras de una sola esclava negó tres veces a aquel por quien había prometido que iba a morir.
14. Preste atención Vuestra Caridad a estas palabras: Vete —dijo— vende todas las cosas, dáselas a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme49. Pedro llegó a la perfección cuando el Señor ya estaba sentado en el cielo a la diestra del Padre; fue entonces cuando él se hizo perfecto y alcanzó la madurez. En consecuencia, cuando seguía al Señor hacia la pasión, no era perfecto; pero entonces ¿alcanzó la perfección cuando dejó de estar en la tierra aquel a quien seguía? A decir verdad, siempre tienes ante ti a quién seguir. El Señor puso el ejemplo en la tierra; en ella dejó el evangelio: en el evangelio está contigo. Efectivamente, no mintió al decir: Ved que estoy con vosotros hasta la consumación del mundo50. Por tato, sigue al Señor. ¿Qué significa «sigue al Señor»? Imita al Señor. ¿Qué significa «imitar al Señor»? Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón51. Porque, aunque reparta todos mis bienes a los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me aprovecha52. Exhorto, pues, a Vuestra Caridad a la caridad misma. Mas no exhortaría a la caridad, si no existiera ya alguna caridad. Exhorto, pues, a llevar a plenitud lo que ya está incoado; ruego que alcance la perfección lo ya comenzado. También os suplico que roguéis por mí, para que alcance la perfección en mí lo que a vosotros aconsejo. Pues todos somos imperfectos y lograremos la perfección donde todo es perfecto. El apóstol Pablo dice: Hermanos, yo no juzgo haberlo alcanzado53. Él mismo es quien dice: No que lo haya obtenido ya o ya sea yo perfecto54. Pero, ¿qué hombre puede jactarse de ser perfecto? Confesemos, más bien, nuestra imperfección, para llegar a la perfección.