Comentario de Sal 81,1
1. No dudo que a Vuestra Caridad es conocido a qué esperanza nos ha llamado el Señor Dios nuestro, qué gestionamos de momento, qué toleramos y qué aguardamos. Gestionamos la mortalidad, toleramos la debilidad, aguardamos la divinidad, pues Dios quiere no sólo vivificarnos, sino también deificarnos. ¿Cuándo osaría esperar esto la humana debilidad, si no lo prometiera la verdad divina? Pero, como hemos dicho, la verdad divina no sólo ha prometido incluso que vamos a ser dioses 1, no sólo ha prometido esto; también, porque lo ha prometido, es absolutamente verdad, porque ni falla tan fiel prometedor ni tan omnipotente dador se ve impedido de cumplir lo que ha prometido. Poco empero ha sido para nuestro Dios prometernos en su persona la divinidad, si no hubiese también acogido nuestra debilidad, como si dijera: «¿Quieres saber cuánto te quiero, cuán cierto debes estar de que voy a darte lo divino mío? He tomado lo mortal tuyo».
No nos parezca increíble, hermanos, que los hombres sean hechos dioses, esto es, que quienes eran hombres sean hechos dioses. Más increíble es lo que ya nos ha sido entregado: que quien era Dios se hiciese hombre. Y ciertamente esto lo creemos sucedido ya, lo otro aguardamos que suceda: el Hijo de Dios se ha hecho hijo de hombre para hacer hijos de Dios a los hijos de los hombres. Mantened enteramente esto que creo que recordáis haber yo dicho ya a Vuestra Caridad: que ni él es mortal por lo suyo, ni nosotros inmortales por lo nuestro. No por lo suyo ni por su naturaleza; no por la sustancia por la que es Dios; de otro modo, en cambio, es mortal por lo suyo: porque lo es por su criatura, por lo que ha construido, por lo que ha creado; en efecto, el hacedor del hombre se ha hecho hombre, para que el hombre fuese hecho receptor de Dios. Ahora tenemos esto por fe, y la esperanza nos lo reserva; en cierto tiempo aparecerá. Se gozarán quienes, sin que ello aparezca, han creído de momento; quienes, en cambio, mientras no aparece, no han querido creer, cuando aparezca serán confundidos.
2. La mente cristiana, pues, a la que se le dice que se burle de los dioses de las gentes y adore y aprenda a adorar al único Dios, no se horrorice ni se espante, digamos, cuando en el salmo que hace un momento hemos cantado oye: que en pie ha estado Dios en la sinagoga de los dioses 2. «Sinagoga» ¿qué es? Supongo que bastantes de vosotros saben y bastantes ignoran que es vocablo griego. Sinagoga se dice en latín congregatio (congregación); esto, pues, hemos cantado: que Dios ha estado en pie en la congregación de los dioses. Esto ¿para qué? En medio para discernir a los dioses. Nuestro Dios, el auténtico Dios, el único Dios, ha estado en pie en la sinagoga de los dioses: muchos, sí; dioses no por naturaleza sino por adopción, sino gracia. Mucha diferencia hay entre el Dios existente -Dios siempre Dios, auténtico Dios, no sólo Dios sino también Dios deificador, esto es, por así decirlo, Dios deífico, Dios no hecho, hacedor de dioses- y quienes son hechos dioses, pero no por un imaginero.
3. Y, porque todo el que hace es absolutamente mejor que aquél a quien hace, ved ya a qué dioses adoran los paganos y a qué Dios adoráis vosotros. Adoráis al Dios que os hace dioses; ésos, en cambio, adoran a dioses por cuya hechura y adoración pierden ellos el ser hechos dioses: haciendo falsos dioses se caen del auténtico. Y a los que ellos hacen, les otorgan no ser dioses, sino que se los llame lo que no son. Pierden esos mismos lo que podrían ser y no les dan lo que no pueden ser. Quien hace un dios falso ofende al auténtico y, haciendo una realidad impotente, no es hecho él lo que puede ser hecho. Él mismo, efecto, si quiere es hecho dios, no como ese al que adora, sino cual lo hace a él aquél a quien adora.
¿Qué quieren, pues, los hombres, ser hechos dioses o hacer dioses? De más poder les parece ciertamente hacer dioses que ser hechos dioses. Pero, aun si pudiesen hacerlos, ¿acaso por ser así denominado lo sería? Al que impones nombre divino lo llamarán dios; será empero madera o piedra u oro o cualquiera otra materia que él es. En cuanto a ti, oh hombre impío, quieres hacer dios al que no haces tal, sino que puedes formar un simulacro e imponerle nombre. No será lo que tú lo llamas, sino que será lo que hizo aquél a quien no invocas. Dios, en efecto, ha hecho la madera, Dios ha hecho la piedra, el oro, la plata; tú, de la piedra que ha hecho Dios, quieres hacer un dios: ni das a uno lo que tú has hecho ni quitas al otro lo que él ha hecho.
4. Tú, pues, no has hecho lo que has hecho, ya que, si te interrogo qué has hecho, responderás «un dios»; mejor que tú responderá ése mismo que has hecho. En efecto, podemos interrogar de algún modo también a eso que, en verdad, hasta tal punto no tiene alma ni sentidos, que no oye a los interrogadores, pero en todo caso muestra, sí, ostensiblemente un aspecto con que, por así decirlo, informa a nuestros sentidos qué es. Has hecho un dios, verbigracia, de madera. Cierto, si es dios no es madera; si es madera no es dios, y empero respondes que has hecho un dios; yo, en cambio, dejado aparte tú, de madera, pregunto a la madera misma. Pero, para que no me consideres de madera también a mí porque pregunto a la madera -¿qué sucedería si le preguntase?-, ve: no pregunta la voz al alma, sino los ojos a la forma. Mi mirada pregunta al aspecto y materia de esa madera. Y, no sea que se engañe la mirada mortal, pregunta también mi tacto. Y, si supones que esto es poco, también el hacha puede preguntar a tu dios, a esa madera que ha hecho mi Dios. Sin voz suya, más fidedigno empero que tu voz, a propósito de todas estas preguntas responderá que él es madera a mi servicio.
5. Dices que Dios miente, pero te deja convicto el mismo que has hecho. No porque te deja convicto será mejor que tú; aun si empero mientes, no miente él; aun si lo denominas dios y él se proclama madera, no será mejor que tú. No tienes ocasión de querer adorarlo como a mejor: sientes, no siente; oyes y no oye; ves y no ve; caminas y no camina; vives y no puedo decir «está muerto», porque nunca ha vivido 3. Eres mejor que ése que has hecho: adora al Mejor, el cual te ha hecho. Injuria es para ti ser similar al que has hecho. ¿Preguntas por la calidad de aquél a quien adorar? Te enfadas con un maldiciente, si te dice «Que seas como él», y empero tú adoras lo que detestas ser, y adorándolo te haces similar hasta cierto punto, no de forma que seas madera y ceses de ser hombre, sino porque en cierto modo haces a tu hombre interior de calidad parecida a la de ese que has hecho exteriormente. En efecto, Dios te ha hecho como ojos la mente, mas tú no quieres ver la verdad; te ha hecho como oído la inteligencia, mas tú no quieres entender la justicia. Por otra parte, si nuestro hombre interior no tuviese olfato, no habría por qué el Apóstol dijera: Somos olor bueno del Mesías en todo lugar 4; si el hombre interior no tuviera boca, no diría el Señor: Dichosos quienes sienten hambre y sed de la justicia 5. Todo, pues, tiene el hombre interior -Dios se lo ha dado-; pero no quiere usarlo y quiere devenir similar al simulacro que él mismo ha formado, del que dice un profeta: Ojos tienen y no ven, orejas tienen y no oyen, narices tienen y no huelen, boca tienen y no hablan, manos tienen y no obran 6, etcétera. Y ve tú cómo concluye: Similares a ellos resulten todos los que los hacen y todos los que confían en ellos 7. ¿Cómo los hombres pueden resultar similares a mudos simulacros? Pero, según esta similitud que pondero, si el hombre interior se hace insensato en cierto modo, hasta cierta medida se hace similar al simulacro y, perdida en él la imagen de aquél por quien fue hecho, quiere coger la imagen de aquél al que ha hecho. En verdad, ¿por qué decía el Señor «Quien tiene orejas para oír, oiga» 8, sino porque hay ciertos individuos que tienen orejas y no oyen?
6. No se espante 9, pues, vuestro corazón 10, porque Dios ha estado en pie en la sinagoga de los dioses; ahora bien, en medio para discernir a los dioses 11. En efecto, al discernir en medio, dice ciertos preceptos; quienes los desprecian no quieren ser lo que él ha dicho que seamos. Y algunos pensarán para sí: «¿Por qué discierne, si todos son dioses?» En efecto ¿por qué discierne si todos son dioses, sino porque hay quienes oyen, hay quienes desprecian? Hay, en efecto, quienes dan gracias, hay quienes son ingratos a la gracia y son discernidos, pero por el que sabe discernir. Nadie quiere discernir qué viene él a ser, discierna el que ha hecho; el Hacedor, que no puede errar cuando juzga, juzgue acerca de sus obras. Pero, dando su Espíritu, hace que también los hombres juzguen, no por sí mismos, no en virtud de sí mismos, no por su naturaleza, no por su mérito, sino por gracia de él y don de él. Nosotros -dice- hemos recibido no el espíritu de este mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que sepamos lo que nos ha sido donado por Dios. En cambio, el hombre animal no percibe lo que es del Espíritu de Dios, pues le parece estulticia y no puede saberlo, porque espiritualmente se discierne para juzgar. En cambio el espiritual discierne todo para juzgarlo; a él mismo, en cambio, nadie lo discierne para juzgarlo 12. Ahora bien, si tenemos el Espíritu de Dios 13, no sólo hemos de discernirnos a nosotros, sino también a nosotros de los simulacros.
7. En efecto, hermanos, verdaderamente son de compadecer los hombres que de ésos no se disciernen; no son de loar quienes se disciernen, salvo que haya de ser loado el hombre que sabe que hay mucha diferencia entre él y la piedra. En cambio, ¡de qué clase sería él, si supusiera ser lo que la piedra es! ¡Y ojalá llegue hasta ahí! Se hace mejor que la piedra, a la que si fuese o se hiciera similar -por cierto, nunca lo será, pues por mucho que siga a su obra nunca matará en sí la obra de Dios-; si, pues, se hiciese similar a la piedra por suponer que es similar a ella, no digo que se haría injuria -quizá menosprecia su injuria, y con razón menosprecia la injuria de hombre tal-; digo lo que pueda impresionarle: a Dios hace injuria. Comparándose equivocadamente, se hace sacrílego contra ese por quien ha sido hecho, pues a imagen de Dios ha sido hecho el hombre 14. Si, pues, por hacer injuria a la imagen del emperador, serías sacrílego o, más bien, tal te declararían las leyes públicas, ¿qué serás, haciendo injuria a la imagen de Dios? ¿Qué es peor, tirar una piedra contra la imagen del hombre, o hacer imagen de Dios una piedra? Dejemos, pues, a estos demasiado muertos 15 -por así llamarlos-, porque, aunque es posible ponerlos de pie, no es posible para nosotros. Pero, porque no podemos ponerlos en pie, no debemos desesperar de ellos, pues Dios es poderoso para de estas piedras poner en pie hijos para Abraham 16.
8. Pero debemos discernirnos también de los númenes de sus piedras, maderas, oro y plata, porque hay quienes piensan poder defenderse con alguna razón cuando dicen: «Sabemos también nosotros que los simulacros son inanes, pero no les damos culto». Y, cuando preguntes «A qué dais, pues, culto?», responden: «A los númenes de los simulacros. Adoramos, sí, lo que vemos, pero damos culto a lo que no vemos». ¿Qué son esos númenes? Oigamos a nuestro Dios decir mediante un profeta: Porque todos los dioses de las gentes son demonios; el Señor, en cambio, ha hecho los cielos 17, donde no son dignos de habitar los demonios. De un modo ha ridiculizado a los demonios el profeta, de otro ha ridiculizado a los simulacros. A los simulacros ¿cómo? Los simulacros de las gentes, plata y oro 18. No ha querido decir piedra y madera, sino que pone delante de sí, para ridiculizarlo, lo que tienen por grande, lo que consideran precioso, sus cosas escogidas: plata, sí, y oro, pero en todo caso obras de manos de hombres. Ahora bien ¿qué ha hecho en ellas el hombre? ¿Acaso que existiese el oro? ¿Acaso que existiese la plata? Dios ha hecho esto. ¿Qué, pues, ha hecho el hombre? Que tienen ojos y no ven 19. En el dios, pues, que ha hecho el hombre, ha hecho lo que no querría que en él hiciera quien lo ha hecho: ha hecho un dios ciego, mas no querría que Dios lo hiciera ciego. ¿Qué, pues? Por haber nombrado el oro y la plata, metales preciosos, y haber elegido esto para ridiculizar lo que ellos tienen por grande, ¿hay por eso alguna diferencia en cuanto a lo que ha ridiculizado? Difiere algo, sí, el oro de la madera -más precioso es el oro que la madera-; pero en cuanto a tener ojos y no ver son pares. Dispar la utilidad o el brillo; pero en todo caso, par la ceguera.
9. De un modo, pues, han quedado en ridículo esos simulacros sin alma, sin sensación, sin vida; de otro, en cambio, las realidades a que en ésos dan ellos culto como a alguien grande, esto es, los demonios, cuando asevera: Todos los dioses de las gentes son demonios, el Señor, en cambio, ha hecho los cielos 20. También el apóstol ha ridiculizado de un modo el ídolo: Sabemos, afirma, que el ídolo es nada 21; de otro, en cambio, ha preceptuado precaverse de los demonios, al decir: Lo que las gentes inmolan, lo inmolan a los demonios y no a Dios. No quiero que os hagáis socios de los demonios 22. No asevera 'No quiero que os hagáis socios de los ídolos', pues quizá temerías ser lo que nunca podrías ser, socio de un ídolo de madera, para no ser echado con él al fuego. Teme tú ser socio de los demonios, para no ser echado con ellos al fuego eterno. Efectivamente, atended, hermanos, qué digo. Ser socio del ídolo, aunque quieras no puedes; socio, en cambio, de los demonios, si quieres lo serás, si no quieres no lo serás. A todos los socios del diablo y de sus ángeles se dirá, en efecto, al final: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles 23. Me parece, hermanos, discernir de alguna manera en medio a los dioses 24, pero no yo: la palabra de Dios, ora se explique, ora se cante, ora se lea, ella misma tiene fuerza y potencia para discernir.
10. Por otra parte, alguno de la turba me dirá: «Lejos de mí buscar y no, más bien, detestar los demonios. Absolutamente los detesto, rechazo y execro». Buena frase ésta, en verdad; buena declaración. Pero ¿qué, si te duele la cabeza y buscas un sortílego? ¿Qué, si tienes un pleito peligroso y deseas un arúspice? Instrumentos de los demonios son ésos. ¿Por qué buscas los instrumentos de aquellos a quienes detestas? Si dices verdad, por tu obra lo reconoceré 25. Tu declaración parece cierta antes que haya tentación. Reconoce a quien te habla, pues Satanás nunca te hablará por un simulacro, sino por el hombre malo cuyo corazón posee, ya que, como dice el apóstol, Obra en los hijos de desconfianza 26. Cuando, pues, comiences a oír «Mira por ti, cuida de ti; hay a quien preguntes, toda la verdad te dirá; hay quien haga valer tu causa, quien haga valer tu cosecha; elegirá para ti el día de incoar un negocio», entonces mira al diablo hablar desde la forma de un hombre al que ya ha seducido a su sociedad. Y, si no quieres ser socio de los demonios, evita al socio de los demonios 27, pues serás socio de Cristo, no en cuanto a majestad igual, sino en cuanto a herencia única, como dice el Apóstol: Herederos, sí, de Dios; coherederos, por otra parte, de Cristo 28.
11. Mas ¿por qué buscan los hombres la sociedad de los demonios? Porque pierden el aguante; en efecto, ¡Ay de quienes han perdido el aguante! 29 ¿Quién ignora que estás en apuros, te acosan aprietos, la enfermedad te zarandea, la peste te consume, las insidias del enemigo te agitan? ¡Sea! Son cosas verdaderas, molestas, afligen, oprimen, abruman. ¿Qué, pues? ¿Te ha llamado Cristo a los placeres? Supongo que Dios te hablaría justamente si dijese: «Sufre, pues eres hombre, según mi ley hecho mortal por tu voluntad». En efecto, nuestra primera naturaleza misma ha pecado, y de ahí tomamos la condición en que nacemos: soportémosla. Dice el Creador: «Os recrearé; inmortales recrearé a quienes he creado mortales. Soporta tu condición para que recibas tu posesión». Si Dios hablase al hombre, supongo que con justicia diría esto: «Soporta, tolera; hay peste, hay pues; aguanta al médico que raja: ¡penetre él la podre entera, haga salir todo lo que se ha formado mal!». ¡Cuánto padecen los hombres bajo los hombres médicos! Son atados, rajados, quemados, siempre que le place a quien promete salud incierta, siempre que le place a quien no te ha hecho, siempre que le place a un hombre respecto a otro hombre, y éste tolera todo. Poco es tolerar al que lo raja: le ruega que lo haga. ¿No supones, pues, que te purgan, cuando padeces tribulación? ¿No crees, pues, a quien ha dicho: Porque en el fuego se prueban oro y plata; mas los hombres aceptables, en el horno de la humillación? 30 Soporta tú, pues, lo que el médico aplica al enfermo, lo que el orfebre aplica al oro para purgarlo.
12. En efecto, este mundo es como una hornaza. En la hornaza hay paja, oro y fuego; así en este mundo están el infiel, el fiel y la tentación. El infiel es la paja, el fiel el oro, el fuego la tentación. Estos tres, en lugar angosto; angosto empero es este lugar, de forma que los tres tienen sus propiedades: el fuego para arder, la paja para ser consumida, el oro para ser purgado. No te asombres, pues, de ver el mundo lleno de escándalos, iniquidades, corrupciones, aprietos, a los hombres injuriar, censurar los tiempos cristianos, porque esas cosas irrúen con dureza. No te espanten esas injurias y esa reprensión: la paja está ardiendo; en efecto dicen esto con palabras elocuentes y como llameantes. No te asombres de que la paja resplandezca cuando arde; poquito después será ceniza. Flagra, crepita, echa humo. ¡Oh oro, calla y queda purgado!: arde la paja con las injurias de ellos; tú queda purgado de tus sordideces.
13. «Ciertamente, desde que habían comenzado a existir los tiempos cristianos, muchos males hay y muchos se propagan». Por cierto, no se ha de conceder esto fácilmente a los ignorantes. Lean en sus escritos los males de los siglos precedentes; lean las enormes guerras de los antepasados; lean las devastaciones de regiones; lean las cautividades de gentes, alternándose el éxito, ora de aquí, ora de allá, para quienes con empeño se adueñaban del reino. También entre los antiguos hubo hambres, calamidades; lean si tienen tiempo; ahora bien, si para leer no lo tienen, ¿por qué tienen tanto para hablar? Sin embargo, confieso que ciertas cosas suceden más frecuentemente, y que lo construido antes con pompa grande, ahora, por defecto de las cosas y por su estado bastante maltrecho, se extingue en ruinas y se derrumba. El pagano se asombra de que caiga lo hecho por mano de hombres, y quiere caer él, hecho por la mano de Dios. Considerad, hermanos míos -lo diré con bastante libertad, apoyándome en el pasaje donde el Señor os da la confianza de predicar su verdad, pues no se ha de hacer acepción de persona alguna 31, no digo de algún hombre, sino tampoco del mundo mismo, sobre todo porque el salmo, discerniendo entre dioses y dioses, denunciaba ahora así «¿Hasta cuándo sentenciáis iniquidad y sois parciales en favor de quienes pecan?» 32; aterrado, pues, aterro y hablo porque se me manda-; pensad, recordad quién ha construido la suntuosidad de las cosas, los teatros y anfiteatros. Porque las frivolidades eran más disolutas, más laxas las riendas de la torpeza; porque fácilmente era lícito a cualquiera lo que malamente le gustaba, ¿eran mejores los tiempos? En verdad, son cáveas de torpezas.... Atended a lo que allí se hace, y ved cuándo son mejores los tiempos: cuando se construían aquellos edificios, o cuando caen.
14. Les rogamos que, si se aíran contra nosotros, lean a sus autores, vean si sus filósofos les han aprobado esas torpezas, si no las han ridiculizado, si no las han prohibido, si no las han censurado. De entre los suyos elijan a los mejores y, antes de venir a la gracia de nuestro Cristo, primero reconozcan en ellos sus vicios. ¡Cuánto han dicho esos autores suyos contra los lujuriosos, cuánto han dicho contra los pródigos, cuánto han dicho contra quienes funden sus posesiones para merecer estatuas, y para ser de piedra quieren ser harapientos! Lean, pues, eso en los suyos; no es preciso que quieran aprender de nosotros también sus escritos, porque, si les gustan estas cosas, nosotros las enseñamos inconvenientemente, y tal vez es más conveniente que lo olvidemos. Sin embargo, hasta donde puedo recordar, aquéllos han censurado muchas cosas por el estilo, que éstos hacen afanosamente. Y, porque para estas frivolidades no hay suficientes recursos, riquezas, licencia, prosperidad, acusan a Cristo, ingratos hacia el Maestro que, como sobre niños que juegan mal, se les ha echado encima y, con la severidad de su vigor, en cierto modo ha quitado de las manos de los niños que lloran -pero que, si quisieren, pueden quedar sanos- las pelotas de barro y celdillas vítreas con que incluso jugando se hacían daño. En verdad, vayan estas cosas como van, vayan como está predicho: así se cumple la promesa de Dios.
15. Huye tú de los males, agarra los bienes: viene el tiempo del lagar. Al superabundar en libertad para frivolidades los tiempos anteriores, diversos vientos agitaban la oliva, digamos, en ramitas más libres: en la oliva que cuelga han crecido juntos aceite y amurca. Para que estos dos queden separados uno de la otra con el discernimiento debido, es precisa la presión. Este salmo lleva como título Para los lagares, y su texto nada dice del tino, nada de la prensa, nada de las cestas: cuanto dice tiene que ver con el género humano. Oyes el nombre de lagar: atiende de qué cosa es lagar. También el género humano ha de ser conducido desde cierta concreción bastante libre a ciertas tribulaciones, a ciertas presiones; ha de ser apoyado por el frotamiento, se han de imponer pesos. Entre frotamientos y presuras ves más abundantes las desmesuras, ves más rapaz la avaricia, ves más desenfrenados los caprichos: la amurca corre por las calles. Censuras esto y dices: «He ahí que en los tiempos cristianos las rapiñas devienen incluso mayores, y contra los hombres se ejercen crueldades más graves». La amurca es negra, repulsiva, inútil, corre a la vista de todos. ¡Oh, si pudieses tener ojos con que ver también el aceite destilarse a las aceiteras dobles! Te fijas en la multitud de adúlteros: ¿por qué no en la multitud de vírgenes consagradas? Te fijas en los hombres que fornican: ¿por qué no en quienes por consentimiento de ambos se abstienen incluso de sus mujeres? Te fijas en hombres de avaricia grande, que sin pudor alguno reciben cosas ajenas: ¿por qué no te fijas en quienes con misericordia grande, sin insania alguna dan las suyas? Te desagradan tantos malamente ricos: agrádente tantos buenamente pobres, porque ricos hizo a aquéllos la iniquidad cruel, y pobres a éstos la voluntad piadosa. ¿Por qué para acusar las presiones miras la amurca sola, y no quieres estar bajo presión? Sé aceite que dentro quede separado de la amurca, no que ella arroje fuera. Di con cierto aceite «Tribulación y dolor he encontrado, mas he invocado el nombre del Señor» 33; di con cierto aceite: Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones 34. ¿A qué se debe que veas a unos blasfemar entre presiones, a otros dar gracias entre presiones, negros aquéllos, lúcidos éstos? ¿A qué se debe, sino a que se cumple lo que se canta: Para los lagares? No censures, pues, a quien por haber venido a discernir ha venido a prensar; reconoce, más bien, el tiempo de la discreción y no tendrás lengua de suplantación.