Sermón de san Agustín sobre el capítulo del evangelio en que se anuncia la venida del Señor en el último día
1. Amadísimos, la lectura evangélica que acabamos de oír, no elegida por mí —como es habitual—, sino ordenada por el Señor que guía nuestros actos, va muy de acuerdo con este salmo del que he decidido hablar a vuestra Caridad. El Señor hablaba de su última venida y del fin del mundo, y ya había mencionado las muchas cosas, terribles, que es preciso que soporten los asuntos humanos a medida que se va acercando el fin1. Luego, censurando a los que quieren vivir seguros en región no segura, les causó un terror espantoso; diciendo que la venida del hijo del hombre para aquel juicio —objeto de temor para todos, mas para los fieles piadosos objeto también de deseo—; diciendo, pues, que su venida será como lo fue en los días de Noé, infundió un gran pánico a todo corazón en el que mora la fe. Dice, en efecto: Como sucedió en los días de Noé, comían y bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, compraban, vendían, mientras se fabricaba el arca de Noé y vino el diluvio e hizo perecer a todos2. Tenían una seguridad perniciosa, todos los motivos de gozo seculares, y en ellos se complacían, hasta que entró Noé en el arca y el diluvio los halló despojados de todo, sin nada. Al decir, pues, esto, también ahora llenó de pánico a todo hombre, pero tenemos tiempo para estar en vela. Aún no ha llegado el día del juicio, aún no ha llegado el diluvio, aún están siendo cortadas en el bosque maderas no sujetas a putrefacción, aún se está fabricando el arca3.
2. Si, en efecto, aquellos fueron necios, perecieron también a causa de su demencia y desprecio (de lo que veían) al no decir en su corazón: «Este siervo de Dios, justo, amado de Dios4 y sabio, no estaría construyendo un arca tan grande, con tanto empeño, con tantos trabajos si no supiera que algo está punto de suceder al mundo. La construcción de esta arca es en cierto modo un heraldo que grita: Convertíos a Dios»5. Si, de hecho, hubieran pensado eso, hubieran cambiado de vida —convirtiéndose a Dios tras abandonar su impiedad, hubieran pagado por sus delitos, clamando con gemidos a su misericordia— y no hubiesen perecido. Y Dios, que se mostró misericordioso en Nínive6, no se hubiese mostrado cruel con todo el género humano si se hubiese convertido. En tres días también Nínive será destruida, dice Jonás, pensando en sus demasiados pecados. ¿Qué hay tan breve como tres días? Y, sin embargo, ni siquiera con tan poco margen de tiempo dejaron de esperar en la misericordia de Dios. Creyeron que tres días de llanto y lágrimas bastaban también para doblegar su clemencia. Así, pues, tres días fue tiempo suficiente para que una ciudad tan grande doblegase la misericordia de Dios. Ahora bien, si, en el espacio de cien años en los que se estaba construyendo el arca, aquellos hombres hubiesen cambiado sus modos de vivir y sus costumbres, ofreciendo a Dios el sacrificio de un corazón atribulado7, ¿no habrían escapado sin duda alguna ilesos de aquella perdición por la misericordia de aquel a quien habían doblegado? Los tres días de los ninivitas implican, por tanto, una acusación, si se los compara con los cien años que duró la fabricación del arca. Pero hay alguien más longevo que Noé; ved cuánto tiempo lleva ya fabricando esta arca. Pienso, hermanos, que, si se contabilizan los años desde que Cristo, cortando maderas no sujetas a putrefacción del bosque de los gentiles, comenzó a construir y ensamblar la estructura de esta arca —es decir, de la Iglesia— se descubre que son más de cien, de doscientos, de trescientos. Ved que han pasado tantos años y todavía sigue su construcción, todavía grita Noé, todavía grita la misma arca en construcción. Solo la infidelidad hará que perezcan los hombres. Cambien sus modos de vivir; crean a Dios que tantas cosas les ha prometido, con tantas les ha amenazado y que en nada se equivoca.
3. El tema da para mucho; no obstante, en atención a la escasez de tiempo y a la debilidad que todos compartimos, paso de inmediato a exponer este salmo. Pero quisiera que alguien me dijera en pocas palabras por qué no cambia sus malvados modos de vivir8 y los transforma en buenos. ¿Qué pierde con ello? Si tiene fe, hágalo, porque será verdad; si duda, hágalo no vaya a suceder que sea verdad. Para los que creen, es algo inconcuso; para los que dudan, algo dudoso. Voy a mencionar las muchas cosas que han sucedido en conformidad con las Escrituras desde el inicio del mundo hasta el día presente, de modo que absolutamente nada leemos en las Escrituras divinas que no veamos ya cumplido en buena medida. Quedan poquísimas cosas por cumplirse, ¿solo ellas son falsas? ¿Solo van a resultar falsas las pocas que quedan? Hermanos, ¿qué tiene de grande? Deseo que actúe un corazón mediocre. Contad las muchas cosas que ya tuvieron lugar en el pasado, y creed que tendrán lugar las pocas que quedan. El fiel piense que es indiscutiblemente verdadero; o al menos esto debe pensar, por si resulta ser verdad.
4. Pongo un ejemplo. Disponías de un atajo, pero te habías propuesto seguir una vía mejor. Un cualquiera, sí un cualquiera, te hizo saber que esa vía la han invadido los bandidos. Esa vía de la que te han informado que está invadida por bandidos, es llana, de fácil tránsito, agradable, acogedora, placentera; pero no sé quién te hizo saber que estaba invadida por bandidos y de tal manera que o es imposible pasar o lo es con gran dificultad y peligro. Hay otra vía: es muy fatigosa, difícil, escabrosa, estrecha; además de no hallarse allí nada de placentero, en ella apenas se exhibe el buen trato que cabía esperar. Queriendo ganar unos pocos días de esta vida y mirando por una vida que alguna vez ha de acabar, ¿no te dice inmediatamente tu corazón: «Por aquí vamos mejor; aunque con fatiga, dificultad y penuria, aunque acaben trillados nuestros pies y los de nuestras cabalgaduras, por aquí vamos mejor?». ¿Por qué mejor? Porque vamos más seguros. De pronto, alguien, deseando que tomes aquella vía placentera, puede decirte: «¿Tan pronto has creído a quien te dijo que está invadida por bandidos?». Si tú sabes que es un hombre de fiar —y tal vez te es muy conocido y nunca te ha engañado—, ¿qué le responderás? «No puede darse que ese hombre me engañe; lo conozco, he experimentado que es una persona seria, muchas veces me lo ha probado: siempre me ha dicho la verdad, nunca me ha mentido». Pero (en este caso) tú sabías que la persona era así; pensemos en otra persona que no lo conociera. ¿No diría acaso: «En verdad desconozco a este hombre e ignoro en qué medida es veraz; puede darse que diga la verdad, puede darse que mienta; no obstante, en atención a la duda misma, por si acaso dice la verdad, ¿por qué no soporto ese dispendio de fatiga antes que tomar esa vía placentera, pero peligrosa?».
5. ¡Ánimo, hermanos míos! Somos cristianos; todos queremos hacer el camino; aunque no queramos, caminamos. Aquí no se permite permanecer a nadie, a todos los que vienen a esta vida les obliga a pasar la volatilidad del tiempo. No hay espacio alguno para la pereza: camina para no ser arrastrado. Yendo de camino, llegados a una especie de encrucijada, nos salió al paso cierto hombre, no hombre, sino Dios hombre por amor a los hombres; nos dijo: «No vayáis por aquí; ciertamente este camino parece fácil, ligero y agradable, trillado por muchos y espacioso, pero a su término se encuentra la muerte. Puesto que ni se os permite ni os conviene quedaros y fijar la morada aquí, tenéis que marchar; id por este otro lugar. Tendréis que caminar por parajes difíciles, pero una vez terminado rápidamente el tramo difícil, llegaréis a la gran anchura de los gozos, y esquivaréis las asechanzas que nadie que quiera tomar ese camino esquiva». Es lo que dijo aquel —pienso que, conocido de nosotros, si tenemos fe—. ¿O acaso nos agrada averiguar si es de fiar? Hagamos memoria de los tiempos pasados y las Escrituras antiguas. ¿No es ese hombre la Palabra de Dios? Esa Palabra ¿no se hizo luego carne y habitó entre nosotros?9. No obstante, antes de hacerse carne y habitar entre nosotros, ¿no habló ella misma por medio de los Patriarcas y Profetas? Ved lo que anunciaron al género humano.
6. Con su Palabra ciertamente Dios habló a Abrahán, diciéndole en primer lugar que tendría descendencia —no obstante que aquel a quien se lo decía ya no tenía capacidad por ser anciano—; para comenzar, pues, dijo que, de Abrahán, anciano, y de Sara, anciana y estéril, nacería descendencia; él lo creyó y sucedió10. Que esa misma descendencia, es decir, el pueblo que de ella iba a formarse, sería esclavo en Egipto y por cierto número de años: sucedió. Que tendría lugar esa esclavitud y que de ella sería liberado: fue liberado. Que recibiría la tierra de promisión11: la recibió. Muchas cosas fueron anunciadas por medio de los profetas; al mismo Abrahán se le dijo que él no debía mirar solo a aquel pueblo, sino: en tu descendencia —dijo— serán bendecidos todos los pueblos12. Se anunciaron cosas cercanas en el tiempo, se anunciaron otras para un futuro lejano; las cosas para el futuro cercano tuvieron lugar: las cosas para un futuro lejano están teniendo lugar ahora. La Palabra de Dios dijo por medio de los profetas que aquel pueblo pecaría, que había de ser entregado en manos de sus enemigos por haber ofendido al Señor: todo tuvo lugar; que iría cautivo a Babilonia: también esto tuvo lugar; que de él vendría el rey Cristo: también vino Cristo, nació Cristo; como él mismo anunciaba su propia venida, vino también Cristo. Se dijo que los judíos le habrían de crucificar: lo crucificaron. Se predijo su resurrección y glorificación: tuvo lugar, resucitó, ascendió al cielo. Se predijo que toda la tierra creería en su nombre, se predijo que los reyes perseguirían a su Iglesia: lo uno y lo otro ha tenido ya lugar. Se predijo que los reyes creerían en él: contamos ya con que los reyes creen ¿y dudamos de la fidelidad de Cristo? Se predijeron también escisiones de los herejes: ¿acaso no están ante nuestros mismos ojos y gemimos por doquier en medio de sus alborotos? Se predijo que los pueblos iban a oprimir a la Iglesia en defensa de sus ídolos: y sucedió; se predijo que los ídolos mismos iban a ser destruidos por medio de la Iglesia y del nombre de Cristo: también esto vemos que se está cumpliendo. Se predijeron escándalos dentro de la misma Iglesia, se predijo que habría cizaña, se predijo que habría paja: todas estas cosas las vemos con los ojos y las toleramos con cuanta fortaleza podemos, otorgada por el Señor. ¿En qué te engaño aquel que te dijo: «Vete por aquí»? Si tienes fe tras recibir tantas pruebas de quien te habla13 —sométele a la prueba de los hechos, porque se dignó someterse a tal prueba— di tranquilo; di: «Me dice absolutamente la verdad; yo retengo como verdadero cuanto viene de él, en nada ha mentido». Así le conozco, es la Palabra de Dios. Habló por boca de sus siervos y no engañó: ¿podrá engañar en lo que dice por su propia boca? En cambio, quien aún no lo conoce, quien aún duda de Cristo, diga también él: «Iré por aquí, no sea que diga la verdad aquel a quien cree todo el mundo». Y, sin embargo, sucederá como él lo predijo.
7. Hermanos, muchos que no creen se han de encontrar en el último día como se encontró aquella multitud en tiempos de Noé. Solo los que estaban en el arca evitaron sufrir (el diluvio). Vosotros sois esos, acomodaos (al arca): las manos del carpintero están prontas, Cristo está construyendo el arca. Conformaos a él, poneos en sus manos, qué os talle y os ajuste; que nadie rechace los dedos de este artesano. Su gracia sabe cómo integrarte en la construcción; basta con que por tu soberbia desnortada no seas un madero que pueda pudrirse. Así será; con todo, hermanos, muchos se mofan de ello.
Advierto que la escasez de tiempo me impide exponeros el salmo. En efecto, no quiero renunciar a completar, con cuanto el Señor me sugiera, el pasaje evangélico que me ocupa. Así, pues, si parece bien a Vuestra Caridad, aplacemos por ahora el salmo. No me detendré mucho; pronto tendrá lugar lo que llaman regalo. También nosotros tenemos quien organiza otro regalo, al que hemos de concurrir. Si multitudes que caminan por aquella vía ancha, burlándose y mofándose de quien muestra fielmente el camino, corren a contemplar un regalo que no van a recibir —y que quienquiera que lo recibiera se engañaría a sí mismo; si, a pesar de no recibirlo, corren y afluyen en masa—, ¡con cuanta mayor alegría debemos asistir nosotros que recibiremos lo que vamos a contemplar! Si, para no asistir, esperáis recibir de mí tal regalo, nadie más pobre que yo; si, en cambio esperáis recibirlo de aquel de quien también lo recibo yo, nadie más rico que él. Nadie es más rico que aquel que se hizo pobre por nosotros14. Recibámoslo todos de él, gocémonos todos en él. Y si tal vez os muestra por medio de mí lo que se digna daros, amad también al siervo del que organiza el munus, pero amadlo por él, puesto que también yo, hermanos, os amo en él y por él. De hecho, fuera de él, nada somos.
8. Así, pues, aunque de forma breve, con la ayuda del Señor, no omitiré algo que tal vez a alguno le resulta oscuro en el texto evangélico leído. Teman todos hallarse de la manera antes indicada en aquel último día. Temamos, hermanos míos. Ahora exultamos de gozo, nos alegramos, aclamamos. Os lo suplico: que aquel día nos encuentre preparados. No miente quien lo anunció, nunca ha mentido. «Es, pues, necesario que sus palabras lleguen al corazón de los fieles». Y no por decir esto ahora voy a hacer que todos se atengan a estas palabras del Señor: Si uno no toma su cruz y me sigue15, o a estas otras: Si quieres ser perfecto, vete, vende todos tus bienes, reparte a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme16. Hermanos, ¿acaso hemos de temer también seguir aquella vía, en la que el guía dice: Sígueme? Sé que no voy a hacer de forma repentina así a todos, o ciertamente a muchos a los que hablo. Por tanto, como del trueno del evangelio se ha oído —si es que hay corazones de fieles que se asusten— que se dijo: Como sucedió en los días de Noé, comían y bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, compraban, vendían hasta que Noé entre en el arca y llegó el diluvio e hizo perecer a todos17, muchos se dicen a sí mismos: «Se nos manda esperar aquel día y que no nos hallemos como los que se encontraron fuera del arca que perecieron en el diluvio. Ciertamente la palabra de Dios nos infunde pánico, nos lo infunde la trompeta evangélica. ¿Qué hacemos, si no hay que tomar mujer —así el hombre maduro, así el joven—, si no hay que comer, ni beber, si hay que ayunar siempre?». Son muchos los que así se expresan. Y el que tal vez quería comprar algo se dice a sí mismo: «¿Ya no hay que comprar nada, para evitar hallarnos en el número de los que perecieron?».
9. Si las cosas están así ¿qué hacemos? Hay que llorar, igual que los apóstoles se entristecieron por el género humano, cuando oyeron de boca del Señor en qué consiste la perfección: Vende todo lo que tienes y ven y sígueme18, porque aquel al que se lo dijo se marchó entristecido19. Y a pesar de llamar «maestro bueno» a aquel a quien pedía un consejo relativo a la vida eterna20, la percepción de él como «maestro bueno» duró hasta que respondió a su pregunta. Su respuesta le entristeció. Mas, una vez que él se marchó envuelto en tristeza, siguió diciendo el Señor: ¡Qué difícil es a un rico entrar en el reino de los cielos!21. Difícil, sí, pero de lo más difícil. Siguió un ejemplo puesto por el Señor, con el que declaraba imposible lo que había dicho que era posible. Le es más fácil —dice— a un camello pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos22. Parece haber cerrado las puertas a los ricos. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Si está cerrado, llamad y se os abrirá23. «¿Con qué —dice— llamaremos?». ¿Con qué, sino con las manos? ¿Con qué, sino con las obras? Veamos, hermanos, si el Señor reservó un lugar también a los que son ricos en tales obras. Recurramos a las Escrituras para evitar ser considerados más como aduladores que como anunciadores. Para comenzar, el mismo Señor dice en aquel pasaje: Vende todo lo que tienes y ven, sígueme. A los discípulos les llenó de tristeza que el Señor dijera eso. Y se entristecieron no por sí mismos, puesto que ellos habían dejado todo y seguían al Señor24. Pero ¿qué dijeron en su tristeza? ¿Quién podrá salvarse?25. Llegados a este punto soy yo quien pregunta a los apóstoles: ¡Oh miembros eminentes de Cristo! ¡Oh columnas que debían ser afianzadas con su resurrección, ¿Por qué preguntáis eso? ¿Por qué preguntáis quién podrá salvarse? ¿Han perdido los ricos toda esperanza? Siendo pocos los ricos, podrán salvarse millares de pobres. ¿Qué dijo el Señor? Es más fácil a un rico pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos. Habló de un rico. Para decirlo pronto, hermanos, ciertamente a todos los queremos bien, porque esto se nos manda y esto esperamos de ellos; sin embargo, en las Escrituras advierto que un habrá un montón de paja que ha de ser consumida por el fuego26, y puedo decir: ¡Ojalá fueran tan pocos los que han de ir al fuego como pocos son los ricos! Mirad, hermanos: ¿cuántos ricos hay en el grupo de personas que oyen lo que estoy diciendo? No he dicho que esos hayan de ir al fuego, sino que cuantos han de ir y quienes han de ir ¡ojalá sean tan pocos como son pocos los ricos en el conjunto del género humano! Por otra parte, también muchos ricos han de entrar en el reino de los cielos, y muchos pobres han de ir al fuego eterno. Tenedlo en cuenta, mientras explico esto en pocas palabras.
10. El Señor dijo que es más fácil a un camello pasar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos27. Y los discípulos, entristecidos, dijeron: ¿Quién podrá salvarse?28, a pesar de ver tantos millares de pobres y tan pocos ricos en el género humano. Entonces ¿qué decir? Ellos se fijaron sabiamente no en quién era rico en bienes, sino en quien se abrasaba de avaricia. A fulano de tal se le llama rico porque abunda en toda clase de bienes, y salta a la vista. Pero este mismo tiene en nada todos esos bienes, los desprecia y en verdad los posee él, no es poseído por ellos, según está escrito: Tiene su esperanza en el Señor, su Dios29; no se muestra arrogante, jactancioso, no oprime con prepotencia al pobre, no es avaro, no codicia los bienes ajenos, no custodia de mala manera y atesora los suyos, sino que es verdaderamente rico para con Dios y solo considera riqueza suya a quien se las ha dado: este es rico y, además, entra en el reino de los cielos. A los discípulos entristecidos les dice el Señor: Lo que es difícil para los hombres es fácil para Dios30. Al nombrar yo al camello que ha de pasar por el hondón de una aguja, quedasteis conmocionados ante la dificultad, pues es algo difícil en verdad e imposible para los hombres, aunque facilísimo para Dios. Si él quiere, hace que pase por el hondón de una aguja también esa enorme bestia, llamada camello. Él se dignó hacerlo ya en sí mismo, y, en consecuencia, también un rico puede entrar en el reino de los cielos, puesto que por él pasó un camello por el hondón de una aguja. ¿Qué significa esto? Veamos, si sale a la luz. Pues no sin motivo Juan Bautista, el pregonero del Señor mismo, llevaba también una prenda hecha con pelos de camello31: dado que iba a llegar después de él el juez al que precedía, había como recibido de él la clámide. Una vez mencionado el camello, reconozco ciertamente en él una cierta figura de mi Señor; reconozco que es grande y, sin embargo, de humilde cerviz; reconozco que es grande aquel a quien nadie cargaría con sus sufrimientos, si él mismo no se hubiese agachado hasta la tierra. Veo también el hondón de la aguja por el que pasó él, no obstante ser tan grande. Por aguja entiendo la compunción; por punción la pasión, por hondón las angustias. Así, pues, ya pasó el camello por el hondón de una aguja; no pierdan los ricos la esperanza de seguirle al reino de los cielos.
11. Pero ¿qué ricos? He aquí que no sé quién, envuelto en andrajos, de improviso saltó de gozo y asintió riéndose cuando oyó decir que ningún rico entrará en el reino de los cielos. «Yo —dice— sí entraré. Me lo otorgarán estos andrajos; no entrarán los que me ultrajan, los que me oprimen». Ciertamente esos no entrarán, pero mira también si entrarás tú. ¿Qué decir si eres a la vez pobre y avaricioso? ¿Qué decir si te oprime la penuria, pero te consume el fuego de la avaricia? Entonces, si eres así, tú, pobre, quien quiera que seas, quisiste ser rico, pero no pudiste. Paz —dice— a los hombres de buena voluntad32. Dios, pues, no mira lo que tienes, sino lo que quieres tener. Mira de qué está lleno tu corazón, no de qué carece tu cofre. Si eres una persona así, de mala vida, de mal deseo, exclúyete del número de los pobres de Dios; no estarás entre aquellos de quienes se dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos33. Ved que hallo un rico así —comparándote con el cual tú te jactaste y te atreviste a aspirar a entrar en el reino de los cielos—, lo hallo pobre de espíritu, esto es, humilde, piadoso, que sigue la voluntad de Dios y que, si por casualidad le ocurriera perder algo de aquella abundancia de bienes, dice al instante: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, sea bendito el nombre del Señor34. ¡Oh rico manso, que no opone resistencia a la voluntad de Dios, que goza en verdad de aquella tierra de los que viven!35. Pues bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra36. Tú, en cambio, quizá eres insolente, no tienes nada en tu despensa, pero sueñas con tesoros totalmente ilusorios, deseos de tu fantasía. Será más bien ese rico el que entre; a ti se te cerrará el reino de los cielos, porque se cerrará al avaro, al soberbio y al codicioso. «Sin embargo, era pobre aquella viuda que depositó dos pequeñas monedas en el cepillo del templo»37. Así es: ella era pobre, pero Zaqueo era rico. ¿Acaso entró la viuda y fue excluido Zaqueo? De ninguna manera; en efecto es verdaderamente el reino de los hijos porque se da igual a pobres y a ricos. En aquel reino no será más rico Zaqueo que aquella viuda, aunque este dio una limosna mayor que ella, pues él dio a los pobres la mitad de sus bienes38, ella dos pequeñas monedas. Aunque desiguales en bienes, eran iguales en la caridad.
12. Así, pues, un rico entra en el reino de los cielos. Escucha cómo se le describe; cómo se le abre camino, cómo se le llama para que entre; escuchadlo quienes tenéis riquezas mundanas, escuchadlo y haced algo antes de que llegue el diluvio, escuchad al Apóstol que escribe a Timoteo: Manda a los ricos de este mundo39. Y cómo si él hubiese preguntado qué mandó el Señor: «vended todo lo que tenéis, dad a los pobres y tendréis un tesoro en los cielos, y venid conmigo, seguid al Señor»40 —ya el Señor había mandado esto—. Acepte que Cristo le ordene algo quien cuenta con sus promesas. Quien lo quiera, hágalo; comience a hacer lo que oyó al Señor. A ciertos otros dice el Apóstol —y por medio del Apóstol el Señor: ¿O queréis una prueba de Cristo, el que habla en mí41— ¿Qué dice, pues? Manda —dice— a los ricos de este mundo que no se comporten orgullosamente42, que es la fuente de todo mal y lo que se teme en los ricos. Describámoslo brevemente. El rico dice fácilmente: «Siervo malvado»; parece que se comporta orgullosamente, pero, si no lo dice, quizá no logra gobernar su casa. En efecto, a veces la gobierna mejor con un reproche duro que con una cruel paliza. Lo dice; quizá le obliga a ello la necesidad de gobernar su casa. No lo diga en su interior, no lo diga en el propio corazón, no lo diga ante los ojos y oídos de Dios, no se juzgue mejor por el hecho de ser rico; tenga presenta la fragilidad de su carne, una vez despojado de su vestido. ¿Qué he de decir, hermanos, qué he de decir? Una vez despojado de todos sus ornatos exteriores, piense el rico cómo puede ser, puesto que es carne y sangre43, puesto que también él proviene de la masa de Adán y Eva; solo que eso no lo puede contemplar el rico, pues es difícil despojarlo de todos sus ornatos. En realidad, no habría que desear que se le despoje, sino que él mismo se desprenda de ellos. Por tanto, es difícil convencer de cómo es a quien está rodeado de todas esas cosas. Piénsese en el seno de su madre, cuando se encontraba desnudo y sin nada44 como el pobre. Al nacer escapó a esa situación; pero esa situación lo acompañará igualmente aquí porque no le llegó de otra parte. El rico que piensa esto es pobre en el espíritu, en su interior45, es decir, expele el orgullo, se abaja. Y, aunque muestra un rostro terrorífico ante aquellos a los que conviene que gobierne, en su interior su corazón es humilde a los ojos de Dios, que sabe cuán conscientemente golpea su pecho. Pero ved si se manifiesta en ellos lo que viene a continuación. En efecto, el Apóstol no se calló tras decir: No se comporten orgullosamente, pues todo orgulloso respondería: «Dios sabe que no me comporto orgullosamente; y si tal vez grito, y si pronuncio palabras duras, Dios conoce mi conciencia, (sabe) que las digo por mi obligación de gobernarlos, no porque me ponga por encima de ellos, como si tuviera más poder por ser más rico. Estas acciones las ve Dios en mi interior». Veamos cómo sigue: No se comporten orgullosamente —dice— ni pongan su esperanza en las riquezas inseguras46. También a estas palabras le es lícito (al rico) replicar; pero solo Dios puede ver si dice la verdad, si presume de lo que posee, si no pone en ello su esperanza; sigue, en efecto; Sino en el Dios vivo, que nos otorga todo para que disfrutemos47.
13. «Y luego ¿qué?». Dice: Sean ricos en buenas obras. Esto ha salido ya incluso a los ojos de los hombres, no hay nada que esconder. O existe y se manifiesta, o no existe y no hay forma de mentir. Sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan48. Entonces aparece la humildad. Tú tienes: (eso que tienes) compártelo con quien no tiene. Repartan. ¿Y pensando en qué bien? Atesoren para sí un buen fondo para el futuro a fin de alcanzar la vida verdadera49. Si son ricos así, tengan la seguridad de que, cuando llegue el último día, se hallarán en el arca, estarán en su construcción, estarán excluidos de la perdición que acarrea el diluvio; no se asusten por ser ricos. Y si es joven y no puede guardar la continencia, se le permite casarse50. Entonces ¿se hallará en el último día entre aquellos de los que se dijo: Se casaban?51. No lo hallará sí lo halla tal como dijo el Apóstol. Ved cómo junta en el arca a cuantos temieron. En efecto, dice el Apóstol: Por lo demás —hermanos— el tiempo es breve. ¿Y cómo sigue? Solo queda que quienes tienen esposas sean como si no las tuvieran, y los que compran como si no compraran, y los que lloran como si no lloraran, y los que gozan como si no gozaran, y los que usan de este mundo como si no usaran, pues pasa la figura de este mundo. Quiero que vosotros viváis sin preocupaciones52. Hermanos, si queréis tener seguridad, no pongáis la felicidad en estas cosas. Y si alguna obligación o enfermedad os obliga a hacer uso esas cosas, no pongáis vuestra confianza en ellas, no os adhiráis a ellas, contadlas entre los bienes transitorios y temporales. A todas ellas las lleva cierto río que las arrastra. Veis que todas las adversidades que oprimen los asuntos humanos golpean a todo lo superfluo.
14. Hermanos, a diario se murmura contra Dios: «Tiempos malos y tiempos duros». Se nos azota con las bagatelas de que hablamos: Tiempos malos, tiempos duros, tiempos difíciles y, sin embargo, se organizan juegos circenses. Son malos, son duros; corríjanse. ¿Sostienes que son tiempos duros? ¡Cuánto más duro eres tú que no te corriges a pesar de los tiempos duros! ¡Aún tienen fuerza locuras tan grandes y ostentosas, aún se desean tantas cosas superfluas! La codicia no muere, ni después de golpeada. Dime —te suplico— ¿con qué objetivos, para qué acciones desean prosperidad, pensando en hacer qué desean seguridad? Haya un cierto nivel de seguridad (social): veremos cuántas enfermedades salen a relucir, cuánto derroche se desbordará aún más que al presente. ¡Seguridad y descanso, pero pensando en teatros y en instrumentos musicales y en flautas y en pantomimos! Quieres hacer mal uso de lo que deseas; por eso no recibes. Escucha, escucha la voz de un apóstol, que habla con más libertad que yo —sé en efecto a cuántos puedo ofender; piensa que yo soy más tímido: no me atrevo a herir tu susceptibilidad—; escucha de boca de un apóstol lo que no quieres oír: Deseáis, pero no tenéis —son palabras de un apóstol; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada; litigáis, os hacéis la guerra, pero no tenéis; pedís pero no recibís, porque pedís mal, esto es, para gastarlo en la satisfacción de vuestros deseos53. Está claro que a nadie lisonjeó; en muchos gangrenados, el bisturí llegó hasta la carne viva. Sanemos, hermanos; corrijámonos; corrijámonos; ha de llegar el que ya vino y fue objeto de burlas e incluso su misma venida es objeto de mofa; ha de llegar y no habrá tiempo de reír. Hermanos míos, corrijámonos: ved que llegarán tiempos mejores, y están llegando ya. ¿Qué esperas aquí? Cambia de lugar, cambia de residencia. «En alto el corazón». ¿Qué esperas aquí? Surgió el género humano, alcanzó cierta madurez —florecieron los asuntos mundanos—, sigue su curso y declina en la senectud, ya está casi decrépito. ¿Qué esperas aquí? Busca otra cosa. ¿Buscas el descanso? Es bueno lo que buscas, pero búscalo en su lugar propio. Hay otro lugar desde el que él descendió hasta ti, otro al que te manda ascender. No esperéis tiempos distintos a los que leéis en el evangelio; no hablo de estos o aquellos. Los códices que contienen las palabras del Señor están a la venta, los lee el lector; cómpratelos y léelos tú mismo cuando tengas tiempo; más aún, procura buscar tiempo; es mejor que emplees el tiempo en eso que en futilidades. Lee lo que se ha predicho hasta que llegue el fin del mundo, y cree (que se escribió) para ti, no te halagues. Los tiempos no son malos porque vino Cristo, sino que vino a consolarnos porque eran duros y malos.
15. Prestad atención, hermanos míos. Convenía que hubiese tiempos así, difíciles y duros. ¿Qué haríamos si no se hubiese hecho presente tan extraordinario consolador? El género humano acabaría enfermando gravemente. Como médico que se responsabiliza de ese único y grande enfermo, que dura desde Adán hasta el fin, es decir, responsabilizándose ese médico de todo el género humano herido — puesto que, desde que nacimos aquí, desde que fuimos expulsados del paraíso, existe ciertamente la enfermedad, pero al final había de empeorar, resultando, tal vez, cercana a la salud para algunos, cercana a la muerte para otros. Así, pues, al enfermar el género humano y responsabilizarse ese gran médico del enfermo que yacía en cierto lecho enorme —el mundo entero—, como médico cualificadísimo, examinó la evolución de la enfermedad, y vio y previó la evolución futura, ya que había sido precisamente él quien, por su justicia, le procuró la enfermedad para castigar nuestro pecado. Así, pues, en los tiempos en que la enfermedad era más leve, el mismo médico mandó por delante a sus siervos para que examinasen nuestro estado, envió a los profetas. Hablaron, predicaron, por medio de ellos hizo la cura a otros y los sanó. Predijeron que en el momento más grave de la enfermedad tendría lugar un gran acceso, indicador de una enfermedad extrema, y una gran agitación de este enfermo, ante lo cual era necesario que se presentase y viniese el médico en persona. Esto dijo nuestro médico: «En los últimos tiempos el enfermo sufrirá una agitación más fuerte e intensa. Para que reciba la medicación adecuada conviene que vaya yo en ese momento; yo le restableceré, yo lo consolaré, yo lo exhortaré, yo le prometeré (sanarlo), yo le sanaré si cree en mí»54. Así sucedió. Vino, se hizo hombre, partícipe de nuestra mortalidad, para que pudiéramos ser partícipes de su inmortalidad. El enfermo sigue aún agitado. Y, en estado febril, delirando se dice a sí mismo: «Desde que llegó este médico, me ha subido la fiebre, me siento más agitado. ¡Oh ardores insufribles! ¿A qué vino a mí? Pienso que no entró con bien pie en esta casa». Así hablan todos los que aún están enfermos de vanidad. ¿Por qué están enfermos de vanidad? Porque no quieren recibir de él la poción de la sobriedad. Ves a aquellos miserables que se agitan en sus preocupaciones y variadas tribulaciones y miedos ante el tiempo presente y dicen: «Desde que vino Cristo, sufrimos estos tiempos; desde que existen los cristianos, el mundo se desmorona en todos los aspectos». ¡Oh enfermo necio, tu enfermedad no se ha agravado porque viniera el médico, sino que el médico vino porque tu enfermedad se iba a agravar; la previó, no la causó; al contrario, vino para consolarte y para que estés verdaderamente sano!
16. De hecho, ¿qué se te quita, de qué se te despoja sino de lo superfluo? Suspirabas por cosas dañinas: lo que codiciabas no servía para cortar tu fiebre. ¿Es severo el médico cuando retira de la mano del enfermo frutos dañinos? ¿Qué te quita, sino la perversa seguridad que deseabas engullir para daño de tus vísceras? Pero eso que te hace gemir y murmurar pertenece a la medicina que te aplica. Acepta de buena gana curarte para no verte atormentado sin quererlo. Es necesario que los tiempos sean duros. ¿Por qué? Para que no se ame la felicidad terrena. Conviene absolutamente —tiene valor medicinal— que esta vida esté agitada para que se ame la otra vida. Ved: si aún en tan gran apatía hay apego a las cosas terrenas, si aún hay quien pierde la cabeza en los teatros, ¿qué sucedería si todo sonriese a la vanidad, si en ningún lugar se golpease a vuestra frivolidad? Ved cuántas amarguras se entremezclan, ¡ y aún se siente dulce al mundo! ¡Ánimo, hermanos míos amadísimos!, os ruego por el Señor, por su cruz, por su sangre, por su caridad, por su humildad, por su excelsitud; os ruego y conjuro que no escuchéis estas cosas, ni penséis que me hallo en este lugar como asistiendo a un espectáculo. Su misericordia, bajo cuyos ojos temblamos, sabe que, al deciros estas cosas, me guía el deber del amor y que me impulsa a ello el temor de quien, como yo, sabe que ha de rendir cuentas de todos al mismo Señor.