SERMÓN 3961

Traducción: Pío de Luis

En el funeral de un obispo

1. Vosotros, hermanos, buscáis quien os consuele; mas también yo necesito consuelo; pero nuestro consuelo no es ningún hombre, sino solo quien hace al hombre, porque quien hizo rehace y quien creó recrea. A causa de nuestra debilidad, no podemos no sentir tristeza, pero debe consolarnos la esperanza. Todos queremos que los buenos vivan más tiempo con nosotros y no queremos que los compañeros nos abandonen en esta vida tan áspera; mas, yendo delante quienes han vivido santamente, nos exhortan con su ejemplo para que, ya vivamos aquí por largo tiempo, ya salgamos pronto, vivamos de tal manera que lleguemos hasta donde están ellos. Vivir largo tiempo aquí no es otra cosa que soportar molestias por otro tanto tiempo. Por el contrario, vivir con Dios y junto a Dios es vivir sin molestia alguna y sin temor de perder la felicidad, que carece de fin. Ni debemos pensar que vuestro obispo, mi hermano, salió de aquí pronto y vivió poco. En verdad no se vive poco allí donde, por mucho que se diga, nunca se acaba. Pues aquí hasta lo que es mucho, una vez concluido, se tendrá por nada. Pero no vivió él poco tiempo aquí, si consideramos sus obras en lugar de contar sus años. ¡Cuántos quizá no consiguieron en muchos años ni la mitad de lo que él logró en tan pocos! Querer retenerlo aquí quizá no fuera otra cosa que envidiar su felicidad.

2. Como hombres, nos entristecemos por otro hombre. ¿Qué hemos de hacer, pues, para no ser hombres? Los hombres nos dolemos humanitariamente de la partida de otro hombre, mas como escuchamos en la lectura divina: Llegado en poco tiempo a la perfección, vivió una larga vida2. Contemos allí, pues, el tiempo como se computa el día. Todo lo que hizo entre vosotros exhortándoos, dirigiéndoos la palabra, proponiéndose a sí mismo como ejemplo de alabanza y adoración a Dios, conservadlo en vuestra memoria, y vosotros seréis su más hermosa memoria. Pues para él no significa grandeza ninguna ser colocado en un panteón de mármol, sino perdurar en vuestros corazones. Viva sepultado en sepulcros vivos. Su sepultura es vuestro recuerdo. Vive junto a Dios, siendo él feliz; viva en vosotros, para ser felices vosotros. Quizá pudiera exhortaros con muchas palabras a la prudencia fiel si no fuera que el dolor humano apenas me permite hablar. Dios me concedió asistir momentáneamente al moribundo, me concedió conducir su funeral, conducción exigida por el amor, pero que no añade nada a su felicidad; me concedió también ver a Vuestra Santidad y poder dirigiros la palabra para consolaros en la medida en que puedo consolar. Por ello, suplid con vuestro pensamiento lo que el dolor me impide decir, y así nuestro ánimo, al recordar a tan gran varón, aunque experimenta la tristeza humana, no es presa de la desesperación de quien no cree.