SERMÓN 376 A1

Traducción: Pío de Luis

Sermón predicado en la octava de Pascua

1 (2). Al día de hoy se le da el nombre de octava de los recién nacidos, fecha en que hay que descubrir sus cabezas, símbolo de libertad. Este nacimiento espiritual lleva consigo la libertad, mientras que, hablando propiamente, el nacimiento carnal lleva consigo la servidumbre. Dos son, en efecto, los nacimientos del hombre: nacer y renacer. Nacemos para la fatiga, renacemos para el descanso; nacemos para la miseria, renacemos para la felicidad eterna. Como bien veis, se llaman infantes a los niños que aún no hablan, a los pequeños, a los lactantes, a los que ansían el pecho materno y desconocen lo que les aporta la gracia; ellos tienen hoy su octava; pero también lo son estos ancianos, estos hombres maduros y jovenzuelos; todos son infantes. De sus dos infancias, una pertenece a la vetustez; la otra, a la novedad. Los que veis que acaban de nacer, nacen ya viejos. A Adán, de quien todos nacemos, se le llamó hombre viejo, y a Cristo, por quien renacemos, hombre nuevo. Estos, pues, son nuevos y han renacido a otra vida, y, si se puede hablar así, cuando nacen hay en ellos una vetustez nueva.

2 (3). Ved que nuestros infantes se mezclan hoy con los fieles y en cierto sentido vuelan fuera del nido. Es necesario, pues, que, como padres, les dirijamos la palabra. Como bien recordáis, hermanos míos, cuando los polluelos de las golondrinas y demás pájaros domésticos comienzan a volar fuera del nido, sus madres vuelan ruidosamente alrededor del mismo, y sus piadosos chirridos atestiguan los peligros que corren sus hijos. Sabemos que muchos que se llaman fieles viven mal y que sus costumbres no van de acuerdo con la gracia que han recibido; que alaban a Dios con la lengua y le blasfeman con su vida. Conocemos, sin embargo, que hay otros en medio de esos muchos que, como granos entre abundante paja, gimen en la trilla, pero se consuelan con la esperanza del granero. Sabemos que en la Iglesia se encuentran estas dos clases de hombres. Conocemos la era del Señor; esperamos la aventación del día del juicio, deseamos el muelo de trigo en el día de la resurrección y anhelamos entrar en el granero en la vida eterna. Allí no habrá paja alguna, del mismo modo que en el infierno no habrá ningún trigo. Ahora, por tanto, hermanos míos, aunque sabemos que en la Iglesia existe esta doble clase de hombres, es decir, de píos y de impíos, de buenos y de malos, de los temerosos y de los burlones, ignoramos a quiénes se van a asociar estos. Ellos saben bien lo que queremos; respecto a si van a cumplirse en ellos nuestros deseos, la ignorancia humana se fatiga ante la preocupación y a veces se turba por falsas sospechas. Es una enseñanza para nosotros en esta tierra, donde no se vive sin tentaciones. Por tanto, os amonesto, retoños santos; os amonesto, plantación nueva en el campo del Señor, para que no tenga que decirse de vosotros lo que se dijo de la viña que era la casa de Israel: Esperé que diera uvas, pero me dio espinas2. Halle en vosotros un racimo quien como un racimo fue pisoteado en favor nuestro. Dad uvas, vivid bien. Pues —como dice el Apóstol— los frutos del espíritu son el amor, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la mansedumbre, la fidelidad, la continencia, la castidad3. Cuando venga a nosotros nuestro agricultor, aquel de quien somos obreros y quien da el crecimiento desde dentro, pues nosotros sabemos plantar y regar fuera, pero dice el Apóstol: Ni el que planta ni el que riega es algo, sino que es Dios quien da el crecimiento4, quien ya ahora está viendo cómo escucháis y mirando cómo teméis o comenzáis a temer; cuando venga, pues, ese agricultor, halle en vosotros lo que había dicho el Apóstol: Mi gozo y mi corona sois vosotros, todos los que permanecéis firmes en el Señor5.

3 (4). Hermanos, hijos dulcísimos, hijos amadísimos: imitad a los buenos, guardaos de los malos. Sé que se os han de acercar hombres malos, que os han de invitar a entregaros al vino, diciéndoos: «¿Cómo? ¿No somos nosotros también fidelísimos?». Lo sé y me causa dolor y temor. ¡Ojalá tú les repliques siempre: «Hermano, me agradaría que ni siquiera tú hicieras eso que estás haciendo; mas, si no me es posible guiarte a mi bien, al menos no me arrastres a tu mal»! A esta clase de hombres, como suele acontecer, no les faltarán dolores de cabeza. Tu vecino o tu vecina te dirá: «Aquí está el hechicero, aquí el curandero y no sé dónde el astrólogo». Tú le respondes: «Soy cristiano; eso no me es lícito». Y si él te preguntare: «¿Cómo? ¿Es que no soy yo cristiano?», tú has de responderle: «Pero yo soy fiel». Y él a ti: «También yo estoy bautizado». Los miembros de Cristo se convierten en ángeles del diablo. Como el enemigo se ha apoderado de él, busca arrastrar al otro. ¡Que os encuentre preparados quien os ha tendido esas asechanzas! Por eso hablo, por eso os pongo por testigos, por eso no me callo, sacudo mis vestidos y me considero libre de toda responsabilidad ante el tribunal de mi Dios. Diré a mi Dios: «Señor, no me quedé callado; Señor, no oculté el talento que me diste, sino que lo entregué». De lo contrario, podría decirme: Siervo malvado, tú debías haberlo entregado, para poder exigirlo yo6. «Mira, Señor, que lo entregué; exígelo». Y, si tal vez os solicita la vieja costumbre, tenéis a quién recurrir. Quien ayuda es superior a quien os ataca. Por eso gemís, por eso oráis, por eso decís: No nos pongas en tentación7. Prestad atención también, hermanos míos, a lo que decís un poco antes: Perdónanos nuestras deudas, para cumplir con lo que sigue: así como nosotros las perdonamos a nuestros deudores8. Das limosna, y limosna recibes. Perdonas, y se te perdonará. Das, y se te dará. Escucha a Dios, que dice: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará9. Pensad en los pobres. Os lo digo a todos: dad limosnas, hermanos míos; dadlas, que nada perdéis. Creed a Dios. No os digo solo que no perdéis nada de lo que dais a los pobres; os digo más: no solo no perdéis eso, sino que perdéis todo lo demás. Veamos si hoy sois causa de alegría para los pobres; vosotros sois sus graneros, para que Dios os dé con qué dar y os perdone vuestros posibles pecados. Introducid la limosna en el corazón de los pobres, y ella orará por vosotros al Señor, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.