La manifestación del Señor
El término «epifanía» se traduce en nuestra lengua por manifestación. Hace pocos días, Cristo el Señor se manifestó, mediante su nacimiento, a los judíos; pero hoy se reveló a los gentiles sirviéndose de una estrella. El buey conoció a su dueño, y el asno el pesebre de su señor2. El buey se refiere a los judíos, y el asno a los gentiles; ambos llegaron al mismo pesebre y encontraron la vianda de la Palabra. Los magos que vinieron a adorar a Cristo y simbolizan las primicias de los gentiles, ni recibieron la ley ni oyeron a los profetas: la lengua del cielo fue una estrella. Como si se les dijera: «¿Qué lucro he buscado en vosotros?». Los cielos proclaman la gloria de Dios3. Y, sin embargo, Herodes, turbado, preguntó a los judíos dónde tenía que nacer Cristo. Le respondieron: En Belén de Judá4, aduciéndole el testimonio del profeta5. Pero mientras los magos se marcharon a adorarlo, ellos permanecieron inmóviles. Son piedras en el camino empedrado: lo señalan, pero ellas no caminan. Los magos, en cambio, se dirigieron a Belén; mas localizada la ciudad, ¿cómo pueden encontrar la casa? He aquí que la estrella que había resplandecido en el cielo y los había guiado en la tierra, se paró sobre el lugar donde estaba el Señor. ¡Qué servidumbre la de los elementos y qué maldad la de los judíos! Herodes se turbó6 como si Cristo hubiera venido a buscar y hallar un reino terreno. Nació el león del cielo y se turbó la ruin zorra de la tierra. El Señor dijo refiriéndose a Herodes: Id y decid a esa zorra7. ¿Qué hizo al sentirse turbada? Dio muerte a los niños de pecho. ¿Qué hizo? Dio muerte a los niños aún sin habla queriendo procurársela a la Palabra sin habla8. Al derramar su sangre, pasaron a ser mártires antes de que pudiesen confesar al Señor con la boca. Estas primicias envió Cristo al Padre. Vino el niño y fueron los niños; el niño vino a nosotros y los niños fueron a Dios. De la boca de los niños sin habla y de los niños de pecho has hecho perfecta la alabanza9. Gocémonos, el día ha brillado para nosotros. Los magos, en cuanto primicias de los gentiles, fueron figura nuestra. Los judíos lo conocieron cuando nació; los gentiles, en el día de hoy. Como paredes distintas, se juntaron en la piedra angular: de un lado, los judíos; de otro, los gentiles; de distinta, pero no hacia distinta dirección. Habéis visto y sabéis que las paredes tanto más distan de sí cuanto más alejadas están del ángulo. A medida que se van acercando al ángulo, se van acercando entre sí; cuando llegan al ángulo, se juntan. Esto es lo que hizo Cristo. Los judíos y los gentiles, la circuncisión y el prepucio, los de la ley y los sin ley, los adoradores del único Dios verdadero y los adoradores de muchos dioses falsos, estaban distantes entre sí. ¡Y a qué distancia! Pero él es nuestra paz, que hizo de los dos uno10. Los que vinieron del pueblo judío se cuentan entre los componentes de la pared buena, pues quienes vinieron no permanecieron en la ruina. Nos hemos hecho una sola cosa con ellos, pero en el que es único, no en nosotros11. ¿De dónde procede Cristo? De los judíos. Está escrito: La salvación viene de los judíos12, pero no para solo los judíos. No dijo: «La salud es para los judíos», sino: La salud viene de los judíos. Ellos le apresaron y ellos le perdieron; ellos le ataron y a ellos ahuyentó; ellos le vieron y le dieron muerte; nosotros no le apresamos, pero lo tenemos; tampoco lo vimos, pero creemos; somos posteriores, y les llevamos delantera. Los que nos precedieron perdieron el camino; nosotros, en cambio, lo hemos encontrado, y, caminando por él, llegaremos a la patria.