Sermón de san Agustín. Habido sobre la Epifanía
1. La celebración aniversaria de este día me exige el sermón aniversario, adeudado a vuestros oídos y corazones y, si oís piadosamente, adeudado también a vuestras costumbres, pues todo el fruto de nuestra vida es la justicia, la paga es la vida eterna, el inicio de la justicia es la fe, pues ni hemos sido llamados a lo que ya vemos, ni aferramos ya lo que está prometido. Mas, porque el promisor es veraz, primeramente hay que vivir en esperanza, para que merezcamos vivir en su contenido: sin duda, Dios ha de dar lo que ha prometido. Mas, porque lo que ha de dar es importante, difiriéndo[lo] estira hacia ello el deseo, para hacernos capaces de tan gran regalo. En efecto, no ha de dar los bienes que en esta era son perecederos, cambiantes, frágiles, que, cuando abundan, llenan de temores, en cambio, como se hayan retirado, llenan de abatimiento. Mas ha de dar —qué supones— ¿algo terreno? ¡Ni hablar! ¿Algo celeste, tal cual vemos con los ojos del cuerpo? También esto es vil en comparación del regalo prometido, para cuyo logro son limpiados los corazones2. En efecto, si ahora te diese Dios algo que tiene que ver con el tiempo presente, buscaría tus ojos para que vieran lo que daría. Mas, porque dará lo que ojo no ha visto ni oído ha oído ni a corazón de hombre ha subido, como dice el Apóstol3, ¿qué te prepara para darte? Dichosos, afirma, los limpios de corazón, porque esos verán a Dios4. Todo nuestro premio, pues, será ver a Dios. ¿Acaso es vil premio ver a quien te ha hecho? Aunque estires la bolsa de tu codicia [y] seas avaro para desear lo que persona tan grande ha prometido, no puede darte nada mejor que a sí mismo, pues cualquier cosa que Dios ha hecho es más vil e inferior que el hacedor.
2. Y ¿por dónde comienza la criatura de Dios? Por los ángeles. Y ¿en qué acaba la criatura de Dios? Hasta lo terreno mortal. Hacia arriba hay un límite de la criatura, allende el cual está Dios; hacia abajo está el límite de la criatura, allende el cual no hay nada. De momento, pues, comienza, a numerar los dones que tienes, no recibidos aún esos adonde has sido llamado. Comienza. Ve los bienes terrenos: la luz, el aire —sin el que en ningún tiempo podemos estar, pues es una especie de alimento—, después los frutos de la tierra, las fuentes, la misma salud del cuerpo y cualesquiera otros semejantes, que con brevedad hubo que referir someramente: son dones de Dios, regalos divinos son. Mas de ese a cuya imagen has sido hecho5, no los anheles como gran cosa, pues todavía ves que te son comunes con el ganado, y no hallarás de quién los tomes, sino del verdadero Dios, creador y generoso dador de todo; ahora bien, no porque él da también estos, debes ya estar contento con ellos: para su imagen reserva algo que no da al ganado. Busquemos, pues, qué es, y, recordado, deseémos[lo], deseado, aguardémos[lo] y, para que podamos lograr[lo], hagamos lo que manda quien [lo] ha prometido.
3. Allí, paga; aquí, trabajo. El promisor de la paga es también dador del precepto; quien predice qué recibas, manda qué hagas. Si amas la paga de la fe, no rehúyas el esfuerzo del trabajo. [La] dará, pues Dios es veraz6. Cualquiera que promete y no da, de dos modos no da: o porque es mendaz, o porque no puede. De Dios ¿qué podemos decir igual? ¿Acaso es mendaz la Verdad? ¿Acaso algo no puede el Omnipotente? Si, pues, es veraz y tiene de dónde dar, ¿por qué te ha de fallar? Alza tu mente, seguro espera: quien ha prometido es potente, es eterno. ¿Acaso temes que, tras haber tú trabajado, otro suceda a tu promisor, antes de que recibas? Veamos, pues, más bien esto: qué ha sido prometido. Trascendamos estos bienes comunes con los ganados; veamos qué tiene el hombre de propio, más que el ganado, cosa que ya entendéis: hablar, entender, distinguir lo verdadero y lo falso, lo justo y lo inicuo, finalmente a ese por quien ha sido hecho.
4. Gran trabajo es buscar a ese cuyo hallazgo es gran paga. Dista, pues, de los ganados el hombre por la elocuencia. Mejor dicho, de los ganados dista por el habla; de ciertos hombres, por la elocuencia. Gran don este de la elocuencia, mas lo tienen también los malos. No es común con las bestias, mas es común con los inicuos. Muchos tienen elocuencia, son malos, con esa elocuencia envuelven a muchos y con insistencia buscan para sí el poder temporal. Todos estos han de ser censurados, pero en todo caso [son] hombres. Pide a Dios algo que tengas común no sólo con el ganado, sino ni siquiera con el hombre malo. Esto, si hace un momento he hablado de elocuencia, entiénde[lo] también de las riquezas, pues riquezas ha dado no a los ganados sino a los hombres. En efecto, incumbe a los hombres regir, imperar, gobernar. Pero en todo caso, también muchos malos tienen riquezas; este bien terreno tienen todavía los buenos y [lo] tienen los malos, no [lo] tienen buenos y no [lo] tienen malos. Busca algo más profundo. ¿Por qué temes que, como hayas hallado algo selecto, que no puede ser dado a ganados ni a hombres malos, no pueda dárte[lo] el Omnipotente, que te ha llamado a hacer el trabajo y recibir el regalo? «He hallado algo». ¿Qué has de hallar? Ingenio tienen aun los malos, memoria tienen aun los malos, riquezas —como he dicho— tienen aun los malos, honores temporales y potencia tienen aun los malos. ¿Qué has de hallar?
5. ¡Oh, si me escuchases [y] nada pidieras a Dios sino a Dios! Lisa y llanamente, a quien dé esto, también [lo] hace bueno. No puede ser común con los malos lo recibido que discierne de los malos, pues uno es el bien con que hagas algo bueno, y otro es el bien por el que seas hecho bueno. Todos los bienes que no son Dios son de esos con lo que actúes bien; Dios es ese bien por el que seas hecho bueno. Tienes oro: es un bien, mas con el que actúes bien. Tienes elocuencia: es un bien, mas con el que obres bien. Tienes salud del cuerpo: úsa[la] bien, pues muchos han sido reformados mediante la enfermedad y mediante la sanidad han caído. Muchos han enfermado para su bien, para su mal han convalecido. Incluso, pues, la misma sanidad del cuerpo, la cual es patrimonio del pobre, es también nociva si no es dirigida a buen uso. Ingenio agudo [es] gran bien, mas todavía tal, que los buenos pueden usar[lo] bien y los malos mal: aún no es el bien por el que seas hecho bueno. Todas las perversidades de todos los errores, todas las sectas de prevaricación e impiedad tuvieron autores de gran ingenio. No las parieron hombres cualesquiera, fueron instituidas por hombres agudos. Para pernicie del género humano, todas las simplezas teatrales no han sido inventadas sino por hombres ingeniosos. «Todas [estas] cosas [son] enemigas, ciertamente [son] torpes». «Son torpes», dices. ¿Cómo, pues, se contempla honestamente lo que se realiza torpemente? Confiesas que es algo torpe, pero favoreces que pueda existir. No sé a quién calificar de peor, al vendedor de torpeza o al comprador. Y empero esto ha sido inventado e instituido por ingenios agudísimos. El ingenio, pues, es bueno, mas si [lo] usas bien. Hasta ahora he conmemorado bienes con los que actúes bien, no a los que debas el ser hecho bueno. Si se acerca ese bien al que debas el ser hecho bueno, usarás bien los demás bienes; mas, si ese bien no se acerca, ¿cómo podrás, [siendo] malo, usar bien los demás bienes? ¿Cuál es el bien por el que eres hecho bueno? Dios en persona.
6. Hay cierta cosa que la mente percibe, pues no [es cierto] que los ojos tienen qué ver, y la mente no [lo] tiene. ¿Qué es mejor, el cuerpo o el ánimo? Supongo que aun los cuerpos exánimes, si pudieran, responderían que es mejor el ánimo. Mas no quiere decirme que el ánimo es mejor que el cuerpo. Interrogo así: ¿Quién es mejor, quien rige o quien es regido? Aquí supongo que ni las bestias dudarían responder que es mejor el rector. ¿Quién, pues, rige? Ciertamente el ánimo, que es mejor que el cuerpo. Si se ausenta el ánimo, las ventanas del cuerpo, aun abiertas, no tienen quienes por ellas vean. Abiertos están los ojos, abiertos los oídos: si falta el inquilino, ¿de qué sirven las puertas franqueadas? El ánimo, pues, [percibe] por los ojos ciertas realidades: luz, colores, formas; el ánimo [percibe] por los oídos ciertas realidades: voces y sonidos; el ánimo [percibe] por el olfato ciertas realidades: todos los olores; el ánimo [percibe] por el sentido del gusto todos los sabores, el ánimo [percibe] por todo el cuerpo realidades duras y blandas, ásperas y lenes, frías y cálidas, leves y graves. No oye el ojo ni ve el oído; el ánimo, en cambio, ve por el ojo y asimismo oye por el oído. No pueden uno y otro mediante uno y otro, pero en todo caso, mediante uno y otro puede el único [ánimo] lo que puede. ¿Acaso nada [puede] el ánimo por sí? ¿Puede mediante el cuerpo y por sí no puede? Mediante el cuerpo ve lo blanco y lo negro; por sí mismo ¿no puede [ver] lo justo e injusto? Y empero muchos, aun haciendo injuria a su mente, ingratos al Dios por quien han sido hechos a su imagen7, son quienes suponen que existen solas estas realidades que se ven mediante el cuerpo. Dentro está el inquilino, tiene otros ojos suyos.
7. Si quisiera yo exponer gemas, si quisiera exponer oro y plata, vasijas construidas con arte, vestidos preciosos y cualesquiera cosas preciosas y pulquérrimas que se numeran entre las riquezas de los hombres; si finalmente quisiera mostrar el cielo, bóveda de los pobres, no artesonada sino estrellada, ¿qué buscaría? Ojos. Cuando quiero presentar lo justo e injusto, ¿qué busco? ¿a quién lo muestro? Mas quizá no tengo qué mostrar. Efectivamente, algunos han supuesto incluso esto: que la justicia no existe por naturaleza, sino que se constituye por opinión, esto es, que es justo, mejor dicho, se llama justo, lo que, con cierto pacto de la sociedad humana, no por naturaleza alguna de la justicia, han querido los hombres que sea justo. En fin, la justicia ¿no existe, pues, por naturaleza? Me fatiga exponer —y empero deberíamos conocer sobre todo a esa que conocemos por solo el ánimo—, me fatiga exponer que por naturaleza existe la justicia, y no me fatiga exponer que existe el oro, que existe la tierra, que existe el cielo. ¿Acaso me fatiga exponer esto? Todo hombre clama que existe lo que puede verse mediante el cuerpo, y muchos niegan que exista lo que no puede ser visto sino mediante el ánimo.
8. ¡Extraño, si este ánimo no enferma; extraño, si no tiene lastimados o incluso extinguidos sus ojos! ¿Cómo serán reparados? ¿cómo serán sanados? Puerta de la medicina es la fe, ya que, para que vea lo que no ve, ha de creer que existe lo que vea, mas que [él] aún no está en disposición de ver. «Quizá puedo; muéstra[lo]». Mas ¿a quién [lo] mostraré? Mejor dicho, ni yo puedo; mas puede quien incluso a mí [lo] muestra, si veo algo de esto. Viene el médico a un enfermo que tiene lastimados o quizá ya perdidos los ojos —ha olvidado que otrora había visto, o quizá desde su natividad nunca ha visto—, pero en todo caso el médico es de tal categoría, que mediante la curación puede ahuyentar la antigua ceguera; promete que, si aquél soporta ser curado, hay algo que [el médico] podría mostrar. Por otra parte empero, si aquel antes de ver no cree, ¿cómo será curado? Afirma: «Hay qué veas, mas [lo] verás cuando tengas sanos los ojos». Y aquél: «Si yo no veo, no seré curado». ¡Cuán absurda y perversa respuesta: que, para ser curado, quiera primeramente ver quien, si efectivamente pudiera ver, no habría causa por la que ser curado! Para que, pues, no resistas [al médico] que [te] curará, cree al médico que [te lo] mostrará. «Muéstrame», dice. ¿Qué te mostraré? «A Dios». ¿A quién? «A mí —dice— si quieres que crea, porque no creo sino lo que veo». Buscas quién sea mostrado. Buscas a quién sea mostrado. ¿A quién pides que sea mostrado? Dios ha de ser mostrado, al hombre ha de ser mostrado, por el hombre no puede ser mostrado; él en persona se muestra. Puedo aconsejarte qué hagas para que merezcas ver.
9. «Absolutamente, no —afirma— no hay Dios». Todos se horrorizan. ¿Quién diría esto: «No hay Dios?». Y empero un salmo no ha callado al respecto: Dijo un estulto en su corazón: «No hay Dios»8. Porque tal expresión es como para que todos se horroricen, [la] dijo en su corazón, no [la] encomendó a la lengua ni a la voz. Sin embargo, también yo busco algo. «Muéstrame a Dios» —dice—. Hermano, juntos busquemos. Aunque empero intento mostrar[lo] y no soy capaz —pues quizá es preciso también tiempo, es preciso algún estudio, son precisas algunas enseñanzas—, también yo empero interrogo algo. Tú dices «Muéstrame a Dios»; yo digo: «Muéstrame tu alma». Tú me preguntas una cosa altísima, yo, una baja; tú [preguntas] por ese de quien estás ausente, yo, por esa que está presente; tú por uno a quien buscar, yo, por el Buscador. Si de pronto te dijera que no tienes alma, ¿qué harías? En efecto, si se ha de creer sólo a los ojos, no tienes alma; si no viese tu alma, no creeré que exista. Dirás: «Ciertamente, el alma no puede verse con los ojos, mas puede mostrarse mediante obras. [Me] ves andar, [me] oyes hablar, hablas, respondo ¿y dudas que yo tengo alma?». De momento no he visto tu alma, mas he visto las obras de tu alma. Si por las obras de tu alma conozco tu alma, por las obras de Dios conoce [tú] a Dios. Hay alma, porque mueve la carne; ¿y no hay Dios, que mueve al mundo? ¿No te espanta el orden de las cosas: lo terreno sometido a lo celeste, las vicisitudes de noche y día, la disposición de los tiempos, el fulgor del sol con que se llene la claridad del día, el de la luna y las estrellas, con que se temple la oscuridad de la noche, los frutos salidos de la tierra, las fuentes que manan? Esos animales que nacen en la tierra, nacen con vida: vive lo que es hecho, ¿y no vive quien [lo] hace? ¡Dios, pues, existe! ¡Ni hablar de que [lo] dudemos! Mas quizá aún busca quien duda; mas busque de forma que primeramente crea, no sea que por no creer no merezca hallar lo que busque.
10. Existe, pues, Dios y más deviene un problema cómo ha de ser adorado, que si existe. ¿Qué, pues? Sobre esto hablaré algo. Imagino que a cristianos ciertamente con facilidad digo «Dios ha de ser adorado como mandó ser adorado», ya que, si un cristiano me pregunta cómo ha mandado Dios ser adorado, no diré palabras mías, sino que recito el Libro, al que sin duda está sometido en virtud de su fe. En efecto, no le es lícito dudar de los Escritos divinos: Dios ha querido que quedase escrito incluso cómo ha querido ser adorado; ha querido que sea recitado lo que ha querido que quedase escrito, y tanto colmo y culmen de autoridad ha dado a esa misma Escritura, que puso bajo sus pies a todos los autores de otros libros9. Hubo, en efecto, quienes escribieran lo que quisieron, como quisieron. ¿El libro de quién está puesto en culmen de autoridad tanto, que el mundo le responda «Amén»?10 Como trate [yo] con alguien quizá no sometido a tan gran autoridad de libros, contendiente [él] conmigo y [que] diga «Los hombres han escrito esto para sí», ¿qué haré? ¿cómo probar que estos Escritos son divinos?
11. Excepto esta administración de la naturaleza, por la que el mundo es regido, los hombres no se han horrorizado de ciertas realidades divinas, sino de los admirables hechos y dichos. Ciertamente, plena de milagros está la naturaleza de las cosas, mas todo lo admirable está devaluado por la asiduidad. Finalmente, resurja de la muerte nada más que un hombre que hubo entre los hombres; como divina alaban todos la obra: cotidianamente nacen tantos que no habían existido, y nadie se extraña. Convierte Cristo el agua en vino11, ¡gran milagro! ¿Qué otro hace esto en la vid cada año? ¿Suponéis que es poco de admirar que de la tierra sea sacada la humedad, se convierta en cualidad de ese tronco, vaya por los sarmientos, extienda las hojas, produzca también turgentes racimos, robustezca los inmaduros, colore los maduros? Pregunta a la raíz por el origen de todo esto. Allí ¡qué estructuras, qué modos! ¡En especie tan exigua y despreciable qué arte de obrar! Aún admiro el trabajo de la raíz. Más admirable es el grano de simiente: ¡cuán pequeño, cuán casi nulo, donde empero [están] todas las estructuras de los futuros raíz, vigor, ramos, frutos, hojas, y las artistas estructuras que consigo llevan el jugo, las cuales se convierten en obra de tan hermoso aspecto y [tan] jocunda! Estupendas obras del creador son éstas. Aún no has ascendido al cielo a ver[lo] presente, y ya en la tierra [lo] hallas fabricante. Estas cosas necesitan considerador, porque ¿qué más admirable que tales obras? Porque empero son cotidianas, como he dicho, se han devaluado. Por eso, Dios, al querer excitar los ánimos de los hombres, se ha reservado algunas no mayores, mas ciertamente más raras, pues hacer un hombre es más que resucitar[lo]. Mas, porque ya nadie admiraba al que cotidianamente hace [hombres], por fin se mostró resucitador. Dio luz a ciegos, oído a los sordos, el habla a mudos12. Quien sin milagro hace en las semillas esas cosas, con gran milagro hizo [estas] en los hombres.
12. Esto está escrito, esto se lee. «Pero ahora —dice— no sucede, y temo que los hombres lo hayan escrito, mas no haya sido hecho». A veces padecemos a tales interrogadores; sí, vosotros no debéis ser tales, sino quienes seáis capaces de responder a [esos] tales. Sé que casi es superfluo que hable a creyentes; mas, para que vosotros podáis estar instruidos contra los infieles, sea yo símil a quien, digamos, persuade a infieles. Dicen ciertos hombres, en verdad pocos ya, no empero ninguno: «Esto está escrito, mas no ha sido hecho». ¿Cómo, pues, probaré que ha sido hecho? Ciertamente, todo milagro [está] o en un hecho o en un dicho. Hechos admirables son los que suceden fuera del usual curso y orden de la naturaleza; en cambio, dichos [admirables son], con los que se anuncia el futuro. Por ende, si no quieres creer a los hechos admirables que están redactados para ser leídos, al menos cree a los dichos admirables cuya veracidad se demuestra por su cumplimiento. En efecto, quien te narró admirables cosas pretéritas muestra su fe, cuando percibes presentes las que predijo futuras. ¿O acaso no es divina la adivinación, que de ahí recibe incluso nombre, y a la que la curiosidad de los hombres es tan dada, que hoy muchos no quieren ser cristianos por esto: mientras quieren que les sea lícito consultar a posesos, matemáticos, augures y —qué otra cosa diré— magos? Mas la virtud de Cristo extingue también las obras de ese arte que, desde gente tan longincua, condujo a los Magos a adorarlo.
13. Vinieron a adorar al infante, Palabra de Dios13. ¿Por qué vinieron? Porque vieron una inusual estrella. Y ¿cómo conocieron que ella era de Cristo? Pudieron, en efecto, ver la estrella; ¿acaso pudo hablar y decirles: «Soy la estrella de Cristo»? Sin duda, otramente se [les] indicó, mediante alguna revelación. Sin embargo, inusitadamente había nacido un rey al que incluso alienígenas habían de adorar. En Judea, o por la tierra universal, en diversas gentes, ¿acaso no habían nacido reyes antes? ¿Por qué había de ser adorado éste —y adorado por alienígenas—, aunque ningún ejército atemorizase, sino aun oculta en la pobreza de la carne la majestad de la fuerza? Cuando nació, fue adorado por los pastores israelitas a quienes los ángeles lo anunciaron14. Pero los Magos no eran de Israel; adoraban ídolos o dioses de las gentes, esto es, demonios, cuya falaz potencia los embaucaba. Vieron, pues, cierta inusual estrella, se extrañaron; sin duda preguntaron signo de quién era eso que tan nuevo e insólito vieron; y oyeron, sí. Mas dirás: «¿A quién oyeron?». Seguramente, a los ángeles, mediante algún aviso de revelación. Preguntas tal vez: «¿A los ángeles buenos, o a los malos?». Ciertamente incluso los ángeles malos, esto es, los demonios, confesaron como el Hijo de Dios a Cristo15. Mas ¿por qué no [lo] oirían a los buenos, cuando en Cristo, que había de ser adorado, se buscaba ya su salvación, no se condenaba [su] iniquidad? También, pues, pudieron decirles los ángeles «La estrella que visteis es de Cristo; id y adoradle donde ha nacido», y a la vez indicar[les] la categoría e importancia del nacido. Ellos, por su parte, oído esto, vinieron, adoraron. Según su costumbre, como regalos ofrecieron oro, incienso y mirra16, pues cosas tales solían ofrecer a sus dioses.
14. Ciertamente, antes de que hicieran esto, antes de que le encontraran en la ciudad donde había nacido, vinieron a preguntar dónde ha nacido el rey de los judíos17. ¿Acaso no podían conocer también esto por revelación, como conocieron que la estrella era la del rey de los judíos, que ha de ser adorado también por alienígenas? ¿Acaso idéntica estrella no pudo conducirlos a esa ciudad, como después los condujo al lugar donde Cristo infante estaba con la madre? Ciertamente podía [suceder] mas, para que lo inquiriesen a los judíos, no sucedió. ¿Por qué quiso Dios que se inquiriese esto a los judíos? Para que, mientras muestran en quién no creen, su misma demostración los desapruebe. Atended a que aun ahora sucede. Los Magos, primicias de las gentes, cuanto [fueron] liberados de impiedad mayor, tanto mayor gloria dan al Liberador. Preguntan: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?18 Herodes, oído el nombre de rey, se estremece como émulo. Llama a los legisperitos, los interroga para que indiquen dónde, según las Escrituras, nacería el Mesías. Ellos responden: En Belén de Judá19. Prosiguieron [su camino] y adoraron; se quedaron los judíos que [lo] mostraron.
15. ¡Oh gran sacramento! Con los códices de los judíos convencemos hoy a los infieles de que devengan fieles, mediante sus códices mostramos a los paganos lo que no quieren creer. Efectivamente, los paganos nos hacen a veces una pregunta de este estilo, cuando ven que lo que está escrito se cumple, de forma que no pueden en absoluto negar que, mediante el nombre de Cristo, se presenta en todas las gentes lo que se recita predicho en los santos códices, a propósito de la fe de los reyes, la eversión de los ídolos, la mutación de los asuntos humanos; y a veces se sienten tan impresionados que dicen: «Habéis visto que sucede esto y lo habéis escrito como si hubiera sido predicho». Esto hizo cierto poeta suyo; lo reconocen quienes [lo] han leído. Ha narrado que cierto individuo había bajado a los infiernos y de allí había venido a la región de los bienaventurados, y había demostrado que nacerían esos príncipes de romanos, de quienes el mismo que esto escribía sabía que habían nacido ya, pues ha narrado hechos pretéritos, mas los ha redactado cual si hubiesen sido predichos como futuros. «Así, también vosotros —nos dicen los paganos— habéis visto que todo esto sucede y habéis escrito vuestros códices, en que se lea esto cual predicho como futuro».
¡Oh gloria de nuestro Rey! Merecidamente los romanos han vencido pero no destruido a los judíos. Todas las gentes subyugadas por los romanos pasaron a las leyes de los romanos; esa gente fue vencida y permaneció en su ley; en cuanto al culto de Dios atañe, custodia la costumbre y uso patrios. Aun demolido su templo, extinto el sacerdocio prístino, como los profetas predijeron, conservan empero la circuncisión y cierta costumbre con que se distinguen de las demás gentes. ¿Por qué otra razón, sino por el testimonio de la verdad? Esparcidos por doquier están los judíos, de forma que llevan los códices en que también a los paganos pueda mostrarse que Cristo ha sido predicho, y que se ha presentado como [él] ha sido predicho. Presento el códice, leo un profeta, muestro que se ha cumplido la profecía. El pagano duda de si quizá no habré yo fijado esto [por escrito]: mi enemigo tiene este códice, a él encomendado desde antiguo por los mayores. Con él convenzo a ambos: al judío, de que yo sé que se ha cumplido lo que allí está profetizado; al pagano, de que yo no lo he fijado [por escrito].
16. No seduzcan, pues, los demonios, bajo especie de adivinación, a los incautos y malamente curiosos de cosas temporales, ni, tras embaucar[los] con soberbio fausto, exijan para sí el honor de impíos sacrificios. Verdaderas son las divinas predicciones del verdadero Dios único. Al verdadero Dios único se debe el sacrificio verdadero, cuyas figuras fueron antes esbozadas en el incienso y las víctimas, de forma que la divina providencia, al prenunciar de muchos modos lo que de un único modo había de suceder, mostrase cuán grande era [esto]. Efectivamente, entre lo demás que está predicho como venidero en los tiempos cristianos, se ha profetizado también esto: que había de ser por entero mudado lo que anteriormente se había ofrecido a Dios mediante sacrificios. «¿Por qué, pues, fue mandado —preguntas— si había de ser mudado?». ¡Oh enfermo, no des al médico consejo sobre cómo seas curado! Un único hombre, Adán, ha llenado de vástagos el disco de las tierras. Ha de ser curado el género humano, como único hombre, enfermo grande, yacente de oriente a occidente; grande el enfermo, pero mayor el médico. Por tanto, del arte humano de la medicina tomemos una semejanza. Viene el médico al enfermo y dice: «Por la mañana toma esto; en cambio, por la tarde aquello». Y el enfermo pregunta al médico: «¿Por qué no por la tarde lo mismo que por la mañana?». ¿Acaso el médico no le respondería con razón: «Puedes enfermar, curarte no puedes, permite al arte el consejo de tu salud?». «¿El arte, pues —dice el enfermo— que ordena primero esto, después aquello, es inconstante?» «Descansa, más bien, y sánate. El arte es constante, sabe qué aplicar por la mañana, qué por la tarde. No se ha mudado él, sino que tu enfermedad es mutable. Él, que, según la diversidad de los tiempos socorre a los morbos mutables, sabe qué conviene cuándo». Así, pues, según la utilidad del género humano, unas cosas aprovecharon a los tiempos anteriores, otras aprovechan a los posteriores. ¿Preguntas por qué? Sé amigo del médico y quizá conocerás, de forma que no supongas quizá que, aun hoy, a inmolar a Dios no nos conviene ir sino con un toro, con un carnero, con incienso.
17. «Muestra —dice alguno— que Dios mandó esto y predijo que esto había de mudarse, y creeré, no sea que me digas esto por ti mismo, no por autoridad divina». Oye, pues, las palabras de Dios, pocas de entre muchas: He aquí que vendrán días, dice el Señor20. Habla un profeta. Si supones que los cristianos han inventado esto, presente el judío el códice. ¿Cómo, pues, [digo] yo lo que desde antiguo lleva mi enemigo? De la biblioteca de los judíos sea presentado el códice y recitemos algo de él. ¿Qué hemos de recitar? He aquí que vendrán días, dice el Señor, y consumaré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo testamento21. «Pero quizá habla de ese testamento que recibieron los judíos y, porque antes no existió en el género humano, dice que fue nuevo, cuando nuestros padres recibieron el que mediante Moisés fue dado en el monte Sinaí». Bien te ha aconsejado, mas aguarda; exijo paciencia, mientras recito lo demás. Oye acerca del Nuevo Testamento: He aquí que vendrán días, dice el Señor, y consumaré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo testamento. Aún no digo lo demás. ¿Quién es quien habla? Jeremías. ¿Cuándo profetizó Jeremías? Mucho después de Moisés, mediante quien fue dado el primer testamento. Si, pues, del futuro habla Jeremías, quien dice He aquí que vendrán días y consumaré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo testamento, no hay por qué decir que se significa el testamento que fue dado mediante Moisés. Califica de nuevo, pues, a otro testamento. Pero en todo caso oye también lo demás: He aquí que vendrán días, dice el Señor, y consumaré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo testamento, no según el testamento que dispuse para sus padres, en el día en que agarré su mano, para sacarlos [yo] de tierra de Egipto22. ¿Qué más evidente, pues entonces fue dado mediante Moisés el primer testamento, que es denominado viejo?
18. ¡Ea, hermanos, atended a los dichos divinos! Leemos lo predicho, percibimos lo cumplido y ¿aún dudamos de la autoridad divina de los Libros? Nadie, pues, diga ya: «He aquí que los Magos dieron a Cristo incienso23; ¿por qué también nosotros no turificamos a Cristo?». Primero atended a que los Magos dieron incienso, no [lo] habían encendido. «Mas ¿por qué aceptó —dices— este regalo?». ¡Como si en verdad hubiera que interdecirse a estos que se ofrezca algo al creador de la criatura! Dios, no los demonios, hizo los inciensos, Dios hizo la mirra, Dios hizo el oro. Dándolos a los demonios y honrándolos con ellos, los Magos pecan por usar la criatura para injuria del creador. Sin embargo, hoy aprende que ellos dieron tales cosas cuales estaban acostumbrados a dar a sus dioses. Ahora bien, no en vano Cristo les permitió dar tales cosas: signos fueron ellas, más bien que regalos. Como Dios, aceptó incienso; oro, como rey; mirra para la sepultura, como quien había de morir. Por otra parte, paganos y judíos, esto es, quienes adoraban a muchos falsos dioses y quienes adoraban al único Dios verdadero, ofrecían no sólo incienso, sino también víctimas de ganados. Esto, digo, se ofrecía a Dios según el Viejo Testamento, mas lo ha mudado el Nuevo Testamento. He aquí, dice, que vendrán días, dice el Señor, y consumaré para la casa de Israel y para la casa de Judá un nuevo testamento, no según el testamento que dispuse para sus padres, en el día en que agarré su mano, para sacarlos [yo] de tierra de Egipto24.
19. «Mas —afirma alguno— no ha hablado de sacrificios». ¿Queréis, pues, oír algo sobre sacrificios? Los fieles saben que Dios predijo que sucedería que todos esos sacrificios serían retirados y sería dado el único sacrificio que verdaderamente limpia los pecados: el cuerpo del Mesías. Por mi parte, sé que no todos entienden lo que hablo; mas quienes entienden gocen y vivan de modo digno de tan importante sacramento. Quienes empero aún no entienden, en su potestad está mudar la vida, recibir el sacramento de la mutación y conocer qué ofrecen los fieles, qué reciben. Ahí, en efecto, está lo que ha sido predicho: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec25. El primer sacerdocio era, en efecto, según el orden de Aarón, mas después se dijo a nuestro Sacerdote —y esto mediante el profeta, mucho antes que viniese en carne—: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Fue, pues, mudado el orden de Aarón y ha venido el orden de Melquisedec. Según el orden de Aarón, las víctimas de ganados; según el de Melquisedec, el cuerpo del Mesías.
«Aun no has dicho —afirma alguno— si Dios predijo que cesarían aquellos sacrificios». He aquí que os leo, para que quizá no se escape algo a mi memoria pues yo, hermanos, no aprendí desde la adolescencia estas Letras y, lo que es peor, puedo recitar de memoria otras cosas superfluas; en cambio, si no miro los códices, no puedo proclamar eso a lo que desde la niñez no me he aplicado. O quizá es más útil lo que no de mi boca sino del Divino Libro oís para saberlo salubremente. Oíd ahora y no os extrañéis de que actualmente no se vaya con incienso a Cristo, desde que él instituyó otro sacrificio, cuyas sombras eran todos los [sacrificios] pretéritos26.
20. Entre muchas cosas dice el profeta Isaías, cuyo códice llevo en las manos —¿qué dice Isaías?—: No hay por qué recordéis lo prístino, ni lo viejo metáis al ánimo27. He ahí, hermanos, que la abolición de lo viejo es ya manifiesta. «Mas aún —dices— nada ha dicho de sacrificios. Quizá ha mudado otras cosas [y] no ha mudado éstos». Aunque sea general [lo de] «ni lo viejo metáis al ánimo», y me sea lícito entender ahí lo que después me ha enseñado la doctrina apostólica, qué he de ofrecer, qué no he ofrecer —tengo expositor de esta oscuridad, tengo maestro que me dice cómo entienda yo esto28—, sin embargo, ni siquiera el profeta mismo permite al hombre conjeturar lo que [le] guste, pues dice abiertamente lo que vais a oír. Oíd, pues: No hay por qué recordéis lo prístino, ni lo viejo metáis al ánimo, pues haré novedades que ahora nacerán, y entenderéis29. ¿Qué es esto: Pues haré novedades que ahora nacerán, y entenderéis? Esto es: para que podáis entender las que hubo, haré novedades que no hubo. Se mataba ganado, se derramaba sangre y mediante la sangre se aplacaba Dios. ¿Así que de verdad mediante la sangre se aplaca Dios, Dios desea sangre y se deleita Dios con el humo de los sacrificios, o busca olor de incienso o de los demás aromas quien crea todo y te da todo? ¡Ni hablar de creértelo! En tu devoción se recrea, y ella ciertamente es útil a ti, no a él, a quien sirves. Todo siervo humano de un señor humano sirve a su señor para utilidad de su señor y, a su vez, éste mira por su siervo para utilidad de su siervo. Dios no es así: cualquiera que le sirve, le sirve para utilidad propia, no para la de él. Mas ¿quizá digo esto por mí mismo? Oye a un profeta: He dicho al Señor. ¿Qué? Mi Señor eres tú. ¿Por qué? Porque de mis bienes —afirma— no careces30. Tienes una máxima sin equívocos, no hay motivo para que dudes: Dios no carece de tus bienes. No creas, pues, que tu Dios necesita tales sacrificios, sino busca [tú] qué enseñan, qué significan. Antes derramaban sangre las víctimas, porque se prenunciaba la única víctima verdadera, la sangre que había de ser derramada, la sangre de tu Señor, la sangre, precio tuyo, la sangre que destruyera el quirógrafo de tu deuda31, esto es, aboliera la vetustez de tu pecado. Se llegó [a ello], fue derramada, se ofrece él en persona. ¡Acérquese ya el día y retírense las sombras!32 No hay por qué recordéis lo prístino, ni lo viejo metáis al ánimo, pues haré novedades que ahora nacerán, y entenderéis. Ya ahora mismo entendemos por qué ésas han precedido a las que prenunciaban futuras. Todas se interpretan por relación a Cristo, todas tienen final en Cristo. Haré novedades —dice— que ahora nacerán, y entenderéis. Antes de acontecer todo esto, esas novedades, se efectuaba lo viejo y no se entendía.
21. ¿Qué sigue después? Haré en la soledad un camino. ¿En qué soledad? [En la] de las gentes, sí, donde no había culto del verdadero Dios. Haré en la soledad un camino y en la sequedad, ríos33. En ninguna parte de las gentes se leían los profetas, ahora se difunde su Escritura por todas las gentes: ved ríos en la sequedad. Me bendecirán las bestias del campo. ¿Qué es «las bestias del campo», si no se entiende «las gentes»? Me bendecirán las bestias del campo y sirenas hijas de pájaros34. Ciertas almas impías, hijas de demonios, me bendecirán. ¿Cómo, sino conversas a Cristo tras abandonar al diablo? «Mas aún es oscuro esto y, según nuestro ingenio, se interpreta como algo más claro. Di dónde se demuestra que los sacrificios de víctimas han displacido a Dios». Yo, si no pudiera recitar algo más abiertamente, no osaría tomar en la mano este códice. Oiga, pues, con paciencia Vuestra Caridad. Me bendecirán las bestias del campo y sirenas hijas de pájaros. Por qué bendecirán? Oye lo que sigue: [A mí] que he dado agua al desierto y ríos en ese lugar donde no hubo agua, para dar [yo] bebida a mi raza electa35. ¿A qué raza tuya? A mi pueblo, que me he adquirido. Jacob, te he llamado no ahora, ni te he hecho para que te fatigues, Israel. ¿Para qué a mí ovejas en holocaustos?36
¡Ea, hermanos! No sé si hay alguien que me diga: «No entiendo. Tú dices lo que quieres, interpretas lo que quieres». Me he hecho ya no disputador, sino lector. Referid esto a eso de donde comencé, donde afirma: No hay por qué recordéis lo prístino, ni lo viejo metáis al ánimo37. En efecto, aparece esto: que primeramente Dios, al prenunciar que sería derramada sangre justa, y al simbolizarla mediante la semejanza de las víctimas, mandó que se hiciera esto en atención a cierto sacrificio. En efecto, ¿qué dice ahora? [Dice]: ¿Para qué a mí ovejas en holocaustos? En efecto, ni me has ornado con tus sacrificios, mas tampoco me has servido con tus sacrificios, pues no te he hecho para que te inquietaras por incienso38. Para que no diga alguien quizá que él había prohibido las víctimas, mas había permitido el incienso, afirma: Pues no te he hecho para que te inquietaras por incienso o con plata comprases para mí incienso, ni he codiciado las grasas de tus sacrificios39.
22. Osemos decir al Señor Dios nuestro: «Y ¿por qué has instituido primeramente estos [sacrificios]? —aquí buscamos ya entender—: porque en ellos había no abolición sino testificación de pecados. Sé que lo que he dicho es oscuro y que necesita bastante aclaración. Mas hablaré brevemente porque ya he dicho muchas cosas; si, por angustias de tiempo, quizá pudiese explicar menos, el Señor asistirá, para que en otro tiempo sea yo capaz. Digo esto empero: aquel pueblo fue de manera que tuviese ciertos sabios, santos, justos; tenía también turba carnal, ignorante de por qué se mandaban estos [sacrificios], la cual [los] hacía más bien que [los] entendía; ahora, en cambio, mediante este profeta muestra brevemente por qué los mandó. Como hubiese dicho Ni he codiciado las grasas de tus sacrificios40 ni lo demás de esa clase, a continuación, como si alguien preguntase por qué lo había mandado entonces, ha añadido y dice: En cambio, me estarás presente en tus pecados e iniquidades41, pues a quienes pecaban todo esto [les] valía para testimonio. ¿Por qué esto, sino para bajar la cerviz de la soberbia? ¿Por qué esto, sino porque con la gracia había de venir Cristo a destruir el quirógrafo de los pecados42, y los judíos habían de decir «Nosotros somos justos»? Mas ¿qué les dice el Apóstol? En efecto, todos han pecado y carecen de la gloria de Dios43. «¿Cómo pruebas que hemos pecado?». «Los sacrificios que ofrecías por los pecados dicen testimonios contra vosotros». Dios dice esto: Ni he codiciado las grasas de tus sacrificios; en cambio, me estarás presente en tus pecados e iniquidades44, de los cuales, los sacrificios que ofrecías, te dejaban convicto, no te limpiaban. La rea plebe, pues, rota la soberbia, mientras confiesa la enfermedad [y] busca la salud, dígase: «¿Qué haré, pues? Si esos sacrificios no han limpiado mis pecados, ¿cómo seré limpiado?
23. Oye lo que sigue: Yo soy, yo soy quien destruyo tus iniquidades, para que seas hecho justo45. Yo soy, yo soy; no un toro, no un carnero, no un chivo, no aroma alguno, no inciensos, sino Yo soy, yo soy quien destruyo tus iniquidades, para que seas hecho justo. ¡Cuánto ha encomiado su gracia! Para que nadie se gloríe de los méritos de las obras o de la abundancia de víctimas, no ha bastado decir una vez Yo soy, sino que por la duplicación lo ha encomiado muy vehementemente: Yo soy, yo soy. Él, médico; él, medicamento; médico, por [ser] la Palabra; medicamento, por [ser] la Palabra hecha carne46. Él, sacerdote; él, sacrificio. Yo soy, yo soy quien destruyo tus iniquidades, para que seas hecho justo. Para que, porque dice Destruyo tus iniquidades, no te deleite quizá pecar siempre, [las] destruye para que seas justificado, esto es, que, destruidas las anteriores iniquidades, vivas después rectamente, para que recibas lo que ha prometido. Con razón también los Magos, primicias de las gentes, en las que cuanto había abundado el pecado, tanto ha sobreabundado la gracia47, avisados divinamente de que no regresaran a Herodes, por otro camino regresaron48.
Quien mudó entonces el camino de los magos, ése muda también ahora la vida de los malos. Su manifestación en carne —hecho que en griego se dice «epifanía»—, concelebran en la hodierna solemnidad las gentes justificadas por [el] Espíritu49, para que la solemnidad refresque la memoria, la piedad florezca de devoción, hierva en la congregación la caridad, luzca para los envidiosos la verdad.