SERMÓN 3671

Traducción: Pío de Luis

El rico epulón y el pobre Lázaro2

1. 1. Vuestra Santidad, hermanos amadísimos, ha advertido y junto conmigo, según creo, ha considerado con máxima atención de la mente la opulencia del rico y la indigencia del mendigo; el primero, sobrado de alimentos, y el segundo, desfalleciendo de hambre. Los dos eran ciertamente hombres, hombres de carne y mortales, pero no eran iguales. La naturaleza era la misma, pero el modo de vida no. Ninguno de ellos está exento de la condición mortal, y, sin embargo, uno banquetea opíparamente y el otro aparece todo asqueroso, envuelto en andrajos y miseria. Aquel se deleitaba con exquisitos alimentos, fruto de la inventiva de sus cocineros; este se hallaba a la espera de que cayesen migas de su mesa. Escuchen ahora los ricos que no quieren ser misericordiosos. Escuchen lo siguiente: todos nacemos con una misma condición, vivimos bajo una misma luz, respiramos un mismo aire y nos extinguimos con una misma muerte, que, si no se interpusiese, el pobre ni resistiría en vida. Este Lázaro, que yacía cubierto de llagas y desnudo, es llevado en manos de ángeles al seno de Abrahán. Mas he aquí que el rico bien alimentado y resplandeciente es encerrado en la cárcel infernal. ¿Dónde está aquel vestir de púrpura? ¿Dónde la vida que rebosaba y nadaba en toda opulencia? Ante la muerte, ¿no pasa todo como una sombra? Nada hemos traído a este mundo —dice el Apóstol— y nada podemos llevarnos de él3. Nada llevamos o arrebatamos con nosotros. Si pudiéramos llevarnos algo, ¿no devoraríamos a los hombres vivos? ¿De dónde se origina tal avidez en el desear, si hasta las mismas bestias guardan mesura? No hacen presa más que cuando sienten hambre, pero se desentienden de ella cuando se sienten satisfechas. Solo la avaricia de los ricos es insaciable. Siempre está saqueando y nunca se sacia; ni teme a Dios ni respeta al hombre4; ni perdona al padre ni reconoce a la madre; ni obedece al hermano ni guarda fidelidad al amigo; oprime a la viuda y se apodera de los bienes del huérfano; vuelve a llamar a los libertos a su servicio y profiere falso testimonio. Asalta los bienes del difunto, como si no fueran a morir los mismos que lo hacen. ¿Qué es esta locura de las almas: perder la vida y desear la muerte, adquirir oro y perder el cielo? Como nadie piensa en Dios, el juicio está reservado para el momento de la muerte.

2. 2. Con razón se dijo al rico: Puesto que ya recibiste en vida los bienes que te correspondían y Lázaro, a su vez, los males, ahora este es consolado y tú, en cambio, atormentado5. Escuchen esto los ricos que no quieren ser misericordiosos. Escuchen qué suplicios sobrevienen a quienes no quieren otorgar ayudas. Escuchen cómo el pobre es quien refresca y cómo el rico se abrasa en medio de los más duros tormentos. Padre Abrahán —dice— envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque sufro un tormento en medio de estas llamas6. Pero él le respondió: Acuérdate, hijo, que recibiste bienes en tu vida, y Lázaro, en cambio, males7. Las riquezas se compensan con tormentos; la pobreza, con el refrigerio; la púrpura, con las llamas; la desnudez, con el descanso, para que se mantenga en equilibrio la balanza y no se sobrepase el límite de aquella medida: Con la medida —dice— con que midáis seréis medidos8. Al rico atormentado se le niega la misericordia porque en su vida no quiso ser misericordioso; no se le escucha cuando suplica entre tormentos, porque en la tierra no escuchó al pobre que le suplicaba.

3. 3. El rico y el pobre se oponen entre sí, pero también se necesitan mutuamente. Nadie sufriría necesidad si recíprocamente se socorriesen y ninguno se fatigaría sí mutuamente se ayudasen. El rico está hecho en función del pobre, y el pobre en función del rico. Propio del pobre es pedir y propio del rico es dar; propio de Dios es compensar lo poco con lo mucho. Una pequeña obra de misericordia produce una gran abundancia. El campo de los pobres es fértil; luego da a sus dueños el fruto. El pobre es el camino hacia el cielo por el que se llega al Padre. Comienza, pues, a dar si no quieres extraviarte. Rompe en esta vida las cadenas de tu patrimonio que te tienen atado, a fin de que puedas acercarte libremente al cielo; desembarázate del peso de las riquezas, arroja las cadenas libremente contraídas; deshazte de las preocupaciones y hastíos que te inquietan durante tantos años. Da a quien te pide para poder recibir tú; da al pobre si no quieres arder en las llamas. Da a Cristo en la tierra para que te lo devuelva en el cielo. Olvídate de lo que eres y considera lo que vas a ser. La vida presente es quebradiza y proclive a la muerte. Nadie puede quedarse en ella; a todos se nos obliga a partir. Vamos aunque no queramos; salimos de mala gana porque somos malos. Si hubiéramos enviado algo delante de nosotros, no llegaríamos a un albergue vacío. En efecto, lo que damos a los pobres, lo enviamos delante de nosotros; en cambio, lo que arrebatamos, lo dejamos todo aquí.