SERMÓN 3631

Traducción: Pío de Luis

El cántico de Moisés (Éx 15,1-21)

1. Al examinar y comentar, amadísimos hermanos, el significado de la Sagrada Escritura debe guiar nuestra mente su evidentísima autoridad, de manera que, partiendo de lo que dice claramente para nutrirnos, se exponga con fidelidad lo que se dijo envuelto en mayor oscuridad para ejercitarnos. ¿Quién hay que se atreva a exponer los misterios divinos de forma distinta a como anunció y prescribió el corazón y la boca del Apóstol? Dice el apóstol Pablo: No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, todos atravesaron el mar, todos fueron bautizados en Moisés, en la nube y en el mar; todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían de la roca espiritual que les seguía, y la roca era Cristo. Pero Dios no encontró agrado en la mayor parte de ellos, pues fueron abatidos en el desierto. Todas estas cosas eran figura nuestra, para que no deseemos el mal, como lo desearon ellos2. Y poco después: Todas estas cosas —dice— les sucedieron a ellos en figura, pero fueron escritas para amonestarnos a nosotros, para quienes ha llegado el fin de los tiempos3.

2. Por tanto, amadísimos, a partir de estas afirmaciones ningún fiel habrá dudado de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía de nuestro Señor Jesucristo —de quien era figura Moisés— del diablo y sus ángeles, quienes, como si fuesen el faraón y los egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos al barro de la carne —similar a la fabricación de ladrillos—, cantemos al Señor, pues se ha mostrado grande y glorioso; arrojó al mar caballo y jinete4. En efecto, para nosotros están muertos los que ya no pueden someternos a su dominio, pues, una vez liberados nosotros en el bautismo de la gracia santa, nuestros mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como sumergidos en el mar. Cantemos, por tanto, al Señor, pues se ha mostrado grande y glorioso; arrojó al mar caballo y jinete: destruyó en el bautismo la soberbia y al soberbio. Este cántico lo entona quien ya es humilde súbdito de Dios. El Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca su propia gloria y engrandecerse a sí mismo. En cambio, el impío justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le compute como justicia5, a fin de que el justo viva de la fe6, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta a la de Dios7, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la salvación, al Señor su Dios, al que tributa honor. Y no se cuenta entre aquellos envanecidos que, conociendo a Dios, no le honraron como a Dios8. Dice, en efecto: Dios de mi padre9. Es realmente el Dios del padre Abrahán, quien creyó a Dios, y le fue computado como justicia10. Por eso, como niños que presumimos no de nuestra justicia, sino de su gracia, proclamamos la grandeza del Señor, puesto que él, nuestra paz, aplasta las luchas11. Por eso, también su nombre es «El Señor»12 a quien decimos por medio de Isaías: Poséenos13. Su nombre es «El Señor». No existíamos, y él nos hizo; nos habíamos perdido, y nos encontró; nos habíamos vendido, y él nos rescató. Su nombre es «El Señor». Arrojó al mar los carros del faraón y a su ejército14. Destruyó en el bautismo la altanería humana y la caterva de innumerables pecados que militaban en nosotros a favor del diablo. Había puesto al frente de los carros tres guías, que, al perseguirnos, nos aterrorizaban con el temor del dolor, de la humillación y de la muerte. Todas estas cosas fueron sumergidas en el mar Rojo, porque, mediante el bautismo, hemos sido sepultados a fin de morir15 para él que por nosotros fue flagelado, privado de honor y muerto. De esta manera, el que hizo sagrado el bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados, sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos. Si nuestros enemigos han ido a parar al fondo del mar como si fueran una piedra, el diablo solo posee y muestra su dureza en aquellos de quienes está escrito: El pecador, cuando llega al abismo de los males, los desprecia16. No creen que se les pueda perdonar lo que hicieron, y, llevados de esa desesperación, se sumergen aún más profundamente. Pero tu derecha, Señor, ha sido glorificada por su poder; tu diestra, Señor, derribó a los enemigos, y con la fuerza de tu majestad, Señor, quebrantaste a los adversarios. Enviaste tu ira, y los consumió como a paja17. Te temimos cuando naciste, creímos en ti, y todos nuestros delitos se consumieron. En efecto, ¿por qué se dividieron las aguas mediante el hálito de la ira del Señor, se helaron las aguas, formando como un muro; se helaron las olas en medio del mar18, si en esta división del agua, helándose las olas, se abrió un camino para el pueblo liberado? ¿Por qué las aguas no fueron divididas, más bien, por el hálito de la misericordia del Señor sino porque el terror de su ira, que desprecia aquel pecador que llega al abismo de los males, es el que impulsa al bautismo para ser librados mediante el agua, no ahogándonos, sino pasando por un camino?

Dijo el enemigo: «Los perseguiré y los alcanzaré»; repartiré los despojos y saciaré mi alma; daré muerte con mi espada y mi mano dominará sobre ellos19. El enemigo no comprende la fuerza del sacramento del Señor que existe en el bautismo saludable para quienes creen y esperan en él; y aún piensa que los pecados pueden tener dominio sobre los bautizados porque son tentados por la fragilidad de la carne, desconociendo dónde, cuándo y cómo se completa la plena renovación del hombre entero, que se inicia y se simboliza en el bautismo y se posee ya con fe cierta. Entonces también esto mortal se revestirá de inmortalidad, y, destruido de raíz todo principado y toda potestad, Dios será todo en todos20. Ahora, en cambio, mientras el cuerpo que se corrompe apesga al alma21, dice el enemigo: Los perseguiré y los alcanzaré. Pero enviaste tu aliento, y los cubrió el mar22. Ahora, cuando el mar devoró a los enemigos, no se menciona al hálito de la ira de Dios; aunque poco antes se dijo: Se dividieron las aguas mediante el hálito de tu ira23, a pesar de haber sido liberado el pueblo de Dios pasando por el mar. Ciertamente, parece que no se aíra Dios con aquel cuyos pecados quedan impunes y peca más gravemente. Por lo que, comparado con el plomo, desciende hasta las profundidades, tanto más cuanto mejor ve que los que han sido justificados por la fe y toleran los males presentes por la fe en la vida futura viven entre fatigas, confortándolos el Espíritu de Dios para que puedan soportarlas. Dios, por tanto, envió su Espíritu para consolar y ejercitar en las fatigas a los justos, y el mar cubrió a los impíos, que no solo pensaban que nada les distinguía de los otros, sino que hasta juzgaban que Dios estaba airado con los que veían afligidos con tantas tribulaciones, mientras que personalmente lo tenían propicio, puesto que vivían alegres en medio de gran prosperidad. Así se hundieron como plomo en aguas muy embravecidas. ¿Quién es semejante a ti entre los dioses, Señor? ¿Quién es como tú? Glorioso entre los santos, que no se glorían en sí mismos; maravilloso entre las majestades tú que obras prodigios24. Las hazañas que entonces se realizaron preanunciaban algo futuro, porque fueron figuras nuestras.

Extendiste tu derecha, y se los tragó la tierra25. Con toda certeza, en aquella ocasión ningún egipcio fue absorbido por abertura alguna de la tierra; fueron cubiertos por las aguas y perecieron en el mar. ¿Qué significa, pues: Extendiste tu derecha, y se los tragó la tierra? ¿O hemos de entender, con justicia, que la derecha de Dios es aquel de quien dice Isaías: A quién le ha sido revelado el brazo del Señor?26 Este brazo es el Hijo único, a quien el Padre no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros27. De esta manera, en la cruz extendió su mano derecha, y la tierra tragó a los impíos, justamente cuando se creían vencedores, y a él digno de desprecio. La tierra fue entregada en manos del impío, y su juicio tapó su rostro28, es decir, su divinidad. Así gobernó Dios a su pueblo, como transportado por aquel madero, donde la tierra, es decir, la carne del Señor extendida en él, se tragó a los impíos. El pueblo no atravesó el mar en nave para poder decir con propiedad: gobernaste; pero gobernaste con tu justicia a tu pueblo, que no presumía de la suya propia, sino que vivía de la fe al amparo de tu gracia: a este pueblo tuyo que liberaste29. El Señor conoce a los suyos30.

3. Los has exhortado en tu poder, es decir, en tu Cristo, puesto que lo que es débil en Dios es más fuerte que los hombres31. Y, aunque ha sido crucificado en su debilidad, vive por el poder de Dios32. Has exhortado con tu poder y con tu santa obra reparadora33. En el hecho de que la mortalidad de la carne haya sido reparada en él mediante la resurrección y en él se haya revestido ya de incorrupción esto corruptible, hallamos una exhortación nosotros los que esperamos algo para el futuro, por lo cual toleramos todo lo presente. Después del bautismo queda aún la travesía del desierto, la travesía de la vida que vivimos en la fe, hasta que lleguemos a la tierra de promisión, la tierra de los vivientes, donde el Señor es nuestra porción34: a la Jerusalén eterna. Hasta que lleguemos allí, toda esta vida es para nosotros un desierto y una tentación continua35. Pero el pueblo de Dios vence todo en aquel que venció al mundo36. Como en el bautismo se borran los pecados pasados cual enemigos que nos persiguen por la espalda, de idéntica manera, después del bautismo, en la marcha de esta vida vencemos a todos nuestros adversarios cuando comemos el alimento y bebemos la bebida espirituales37.

El nombre de nuestro emperador aterrorizó a los enemigos de nuestra vida. Primero se levantó la ira de los gentiles para hacer desaparecer el nombre cristiano; mas, cuando la ira se vio incapaz, se transformó en dolor, y, a medida que la fe crecía más y más y se adueñaba de todo, el dolor se volvió temor, para que hasta los soberbios del mundo, como aves del cielo, busquen refugio y protección a la sombra de aquella planta crecida a partir de un minutísimo grano de mostaza38. Así también, este cántico que menciona lo que entonces les acontecía a ellos en figura conserva el mismo orden: la ira, el dolor y el temor de los gentiles. Lo escucharon —dice— los gentiles, y se llenaron de ira; los habitantes de Filistea fueron presa del dolor. Entonces se apresuraron, es decir, se turbaron, los príncipes de Edón y los príncipes de los moabitas; se apoderó de ellos el temblor y languidecieron todos los habitantes de Canaán; caiga sobre ellos el temblor y el temor de la grandeza de tu brazo. Vuélvanse como piedras hasta que pase tu pueblo, ¡oh Señor!; hasta que pase este tu pueblo que adquiriste39. Así se hizo, así se hace. Estupefactos de admiración, los enemigos de la Iglesia se vuelven como piedras hasta que pasemos a la patria. Y quienes intenten ofrecer resistencia, como entonces fueron derrotados por los brazos extendidos de Moisés40, lo serán también ahora con la señal de la cruz del Señor. Así somos introducidos y afincados en el monte de la heredad del Señor, que de la pequeña piedra que vio Daniel creció hasta llenar toda la tierra41. Esta es la morada preparada para el Señor, pues el templo de Dios es santo y santificación su casa que de él procede. El templo de Dios es santo —dice el Apóstol—; templo que sois vosotros42. Y para que nadie ponga su mirada en la Jerusalén terrena, en la que ese templo funcionó como una figura pasajera, según convenía, indicó que estaba hablando del reino eterno, que es la heredad de Dios, la Jerusalén eterna. Pues dice a continuación: Lo que ha preparado tu mano, ¡oh Señor!, tú que reinas siempre, por siempre y todavía43. ¿Hay algo que dure más que el por siempre? ¿Quién puede decirlo? ¿Por qué añadió entonces: y todavía? Puesto que se acostumbra entender por siempre en el sentido de un espacio de tiempo muy largo, quizá por eso añadió: y todavía, para que se entendiese la auténtica eternidad, que no tiene fin. He aquí una posible explicación: Dios reina siempre en los reinos celestes, que estableció por los siglos de los siglos, estableció un precepto y no pasará44; reina por siempre en aquellos a quienes, después de convertidos, les perdonó los pecados originados por la transgresión del precepto, los adquirió en un momento preciso y les regaló la felicidad sin fin; y reina todavía en aquellos a los que puso, en medio de suplicios justísimos, a los pies de su pueblo. Pues nadie queda excluido del reinado de aquel cuya ley eterna regula todas las criaturas dentro de un orden justísimo mediante la dialéctica del dar y pedir cuentas y el merecimiento del premio y del castigo. Dios resiste a los soberbios, mientras da su gracia a los humildes45. La caballería del faraón entró en el mar con los carros y caballeros, y el Señor hizo que volvieran sobre ellos las aguas del mar. En cambio, los hijos de Israel caminaron a pie enjuto por medio del mar46.

4. Esto cantaron Moisés y los hijos de Israel; esto profetizaron María y con ella las hijas de Israel; esto cantamos también nosotros ahora, tanto varones como mujeres, tanto nuestro espíritu como nuestra carne. Pues quienes son de Jesucristo —dice el Apóstol— han crucificado su carne con sus pasiones y apetencias47. Esto parece adecuado pensar que significa el tambor que tomó María para acompañar el cántico48. Para hacer un tambor se extiende la carne sobre un madero; y desde la cruz aprenden a confesar el suave sonido de la gracia. Hechos, pues, humildes, mediante el bautismo, por la gracia de la piedad y apagada en él nuestra soberbia, por la cual dominaba sobre nosotros el soberbio enemigo, a fin de que quien se gloríe se gloríe en el Señor49, cantemos al Señor, pues se ha mostrado grande y glorioso; arrojó al mar caballo y jinete50.