La resurrección de los muertos
1. 1. Recordando mi promesa, hice que se leyeran los textos apropiados del Evangelio y del Apóstol. Quienes asististeis al anterior sermón os acordáis que se propuso el tema de la resurrección, que dividí luego en dos cuestiones distintas: primero, en atención a quienes dudan o incluso la niegan, hablaría sobre la existencia o no de la futura resurrección de los muertos; luego, en la medida de lo posible, examinaría, de acuerdo con las Escrituras, cómo será la vida de los justos en la resurrección futura. Me detuve tanto en la primera parte, en que traté del hecho de la resurrección de los muertos —bien os acordáis de ello—, que faltó tiempo para considerar la segunda cuestión, y me vi obligado a diferirla para el presente día. Vuestra atención me está pidiendo que pague esta deuda, y reconozco que es el momento oportuno.
2. Juntos y con la piadosa mirada del corazón, supliquemos al Señor para que yo pueda cumplir mi deuda de la forma más conveniente y vosotros recibirla en beneficio de vuestra salvación. Hay que reconocer que esta cuestión es de más calado; pero el amor es más fuerte que cualquier cuestión difícil; amor al que todos debemos servir, a fin de que Dios, que nos lo ordenó, transforme todas nuestras dificultades en facilidad y gozo.
2. Recordáis que el otro día respondí a algunos que dicen: Comamos y bebamos, pues mañana morimos2. Ya el Apóstol les arguyó, añadiendo: Corrompen las buenas costumbres con sus malignas palabras, y concluyendo así: Sed sobrios y justos y no pequéis, pues algunos tienen ignorancia de Dios; por vuestro interés lo digo3. ¡Ojalá que estas palabras del Apóstol las hayamos oído todos y las hayamos enviado a nuestro corazón! Sean las obras las que indiquen quien las escucha y envía a su corazón. Quien las escucha es como un campo que recibe la semilla del sembrador; quien las envía al corazón es semejante al que rompe los terrones y cubre la semilla; quien actúa conforme a lo que escuchó y envió a su corazón, ese es el que se convierte en mies y da fruto con la tolerancia: uno treinta, otro sesenta y otro cien4. A ese le está reservado no el fuego, como si fuera paja, sino el granero, como a grano5.
3. En estos graneros recónditos se halla oculta, en la resurrección de los muertos, la felicidad perpetua de los justos; graneros en los que la Escritura misma indica que han de ser recogidos.
3. En otro lugar los mencionó con el nombre de canastos, cuando Jesucristo el Señor dijo que el reino de los cielos era semejante a una red barredera: El reino de los cielos —dice— se parece a una red barredera arrojada al mar, que recoge peces de toda especie; cuando está llena, la sacan, y, sentándose a la orilla, los seleccionan, echando los buenos a los canastos, y los malos fuera6. Nuestro Señor quiso significar que ahora se echa la palabra de Dios sobre los pueblos y las naciones del mismo modo que una red barredera al mar. Mediante los sacramentos cristianos, recoge buenos y malos, pero no a todos los que saca la red se los guarda en los canastos. Los canastos son la morada de los santos y los grandes escondrijos de la vida feliz, adonde no podrá llegar cualquiera que se llame cristiano, sino los que, además de llamarse, lo son. Aun dentro de la red, nadan tanto los peces buenos como los malos; pero los buenos toleran a los malos hasta que sean separados al final. Se dijo también en cierto lugar: Los esconderás en el escondite de tu rostro, hablando de los santos. Los esconderás —dice— en el escondite de tu rostro7, es decir, allí adonde no pueden seguirlos los ojos de los hombres ni los pensamientos de los mortales. Para significar algunos lugares secretos, demasiado recónditos y ocultos, habló del escondite del rostro de Dios. ¿Acaso hay que pensar, de manera carnal, que Dios tiene un rostro enorme y que en él hay algún escondrijo corporal en que han de ocultarse los santos? Veis, hermanos, cuán carnal es esta forma de hablar y cómo ha de desecharla el corazón de todos los fieles. ¿Qué conviene entender bajo el escondite del rostro de Dios sino lo que solo es conocido a su mirada? Cuando se habla de graneros y, en otro lugar, de canastos para significar cosas secretas, no se trata ni de los graneros ni de los canastos que conocemos; pues, si fuese una de las dos cosas, ya no se diría que era la otra. Mas como lo desconocido se hace cognoscible, en la medida de lo posible, mediante semejanzas conocidas de los hombres, considerad que se le ha nombrado de dos maneras, para que por el nombre de graneros y canastos entendáis que se trata de algo secreto. Y, si queréis averiguar qué secreto, escuchad al profeta que dice: Los esconderás en el escondite de tu rostro.
4. 4. Estando así las cosas, hermanos, aún somos peregrinos en esta vida, aún suspiramos, mediante la fe, por aquella no sé qué patria. Y ¿por qué hablo de no sé qué patria, a pesar de ser ciudadanos de ella, sino porque, peregrinando muy lejos, la hemos olvidado, hasta el punto de poder expresarme como yo lo he hecho? Este olvido lo expulsa del corazón Cristo el Señor, el rey de la misma patria, viniendo a encontrar a los peregrinos; tomando la carne, su divinidad se convierte para nosotros en camino para que caminemos por Cristo hombre y permanezcamos en Cristo Dios. ¿Qué decir, hermanos? ¿Con qué palabras he de explicaros o con qué ojo hemos de ver aquel secreto que ni ojo ha visto, ni oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre?8 Algunas veces podemos saber algo, sin que podamos, no obstante, expresarlo; lo que no conocemos, nunca podemos exponerlo. Si es posible que, aun conociendo alguna cosa, sea incapaz de exponérosla, ¡cuánto más difícil será para mí hablar, si también yo, hermanos, camino con vosotros en la fe y no en la visión! Esto por lo que se refiere a mí. ¿Qué decir del Apóstol? El consuela nuestra ignorancia y edifica nuestra fe al afirmar: Hermanos, yo no pienso haberla alcanzado. Pero una sola cosa persigo: olvidando lo de atrás y tendiendo hacia lo que está delante, persigo la palma de la suprema vocación9; palabras con las que demuestra que aún se encuentra en el camino. Y en otro lugar dice: Mientras vivimos en este cuerpo somos peregrinos lejos del Señor, pues caminamos por la je, no por la visión10. Y también: En esperanza —dice— hemos sido salvados. La esperanza que se ve no es esperanza, pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Mas, si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos11.
5. 5. Así, pues, hermanos, escuchad de mi boca el grito que está ya en los salmos; grito piadoso, humilde, manso; no orgulloso, ni turbulento, ni irreflexivo, ni temerario. Dice el salmo en cierto lugar: Creí, y por eso hablé12. Y el Apóstol, después de haber mencionado este testimonio, añadió: También nosotros creemos, y por eso hablamos13. ¿Deseáis, pues, que os diga lo que personalmente conozco? No os engaño; escuchad lo que he creído. No os parezca despreciable porque vais a oír lo que yo he creído, pues escucháis una confesión veraz. En cambio, si dijera: «Escuchad lo que conozco», oiríais una temeraria presunción. Si, pues, hermanos, todos nosotros, y —puesto que damos fe a las Escrituras de los santos— también todos los que vivieron en la carne antes de nosotros, por quienes habló el Espíritu Santo y distribuyó a los hombres lo que les era necesario en su condición de peregrinos, si todos hablamos de lo que creemos, el Señor, en cambio, hablaba de lo que conocía. ¿Qué puedo decir yo si solo el Señor podía conocer lo que decía a propósito de la vida eterna, y todos los que le siguieron hablaron porque creyeron? Pero nos hallamos todavía con que el mismo Jesucristo nuestro Señor sabía qué decir, pero nada dijo al respecto. En cierto lugar dice a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis soportarlas ahora14. Difería decirles lo que sabía en atención a su debilidad, no porque personalmente tuviera dificultad. Yo, en cambio, debido a nuestra común debilidad, no intento exponer con la suficiente dignidad lo que conozco, sino que explico como puedo lo que dignamente creo; vosotros igualmente, comprended en la medida en que podéis. Y si alguno de vosotros puede comprender algo más de lo que yo pueda decir, no se fije en la exigüidad del riachuelo, sino corra a la fuente abundantísima, porque en él está la fuente de la vida, en cuya luz veremos la luz15.
6. 6. Que existe la resurrección de los muertos, ya lo he tratado. Así lo creemos, así debemos creerlo, y así hablamos, porque así hemos creído, si es que somos cristianos, al contemplar la potencia del brazo del Señor, que derriba por doquier la soberbia de los pueblos y edifica esta fe por el orbe de la tierra con tanta amplitud cuanta se había prometido antes de ser una realidad. Viendo esto, se nos estimula a creer lo que aún no hemos visto para recibir la visión misma como recompensa de la fe. Siendo, pues, evidente para nuestra fe que existe la resurrección de los muertos, y tan evidente que quien lo dude comete una gran imprudencia al llamarse cristiano, la pregunta versa sobre cómo serán los cuerpos que tendrán los santos y cómo será su vida futura. En efecto, a muchos les pareció que la resurrección existiría, sí, pero solo en las almas.
7. 7. Que resucitan también los cuerpos, no hay que volver a discutirlo después del sermón del otro día. Pero se formula como objeción la siguiente pregunta: «Si van a existir en el futuro los cuerpos, ¿cómo serán? ¿Como los actuales o distintos? Si distintos, ¿cómo? Si iguales a los actuales, ¿serán destinados a las mismas funciones?». Que no tendrán las mismas funciones, lo indica el Señor; que tampoco otras semejantes, lo enseña el Apóstol. No estarán destinados a la misma vida ni a las mismas acciones mortales, corruptibles, perecederas y pasajeras, ni a los gozos carnales, ni a las consolaciones de la carne. Y, si no son destinados a las mismas cosas, tampoco a otras semejantes. Y, si tampoco a otras semejantes, ¿cómo entonces resucita la carne? La resurrección de la carne la encontramos en la regla de la fe y la confesamos al ser bautizados. Todo lo que profesamos en ella, lo profesamos desde la verdad y en la verdad en que vivimos, nos movemos y existimos16. Mediante gestos temporales y algunos hechos transitorios y pasajeros, se nos adoctrina sobre la vida eterna. Todo lo que tuvo lugar para que escuchásemos algo que nos fuese saludable, para que se realizasen los milagros, para que nuestro Señor naciera, sufriera hambre y sed, fuera apresado, cubierto de burlas, azotado, crucificado; para que muriese, fuese sepultado, resucitase y ascendiese al cielo, todos esos hechos pasaron. Cuando se anuncia todo eso, se anuncian ciertas acciones temporales y transitorias de nuestra fe. Por el hecho de que pasen ellas, ¿va a pasar acaso, de igual manera, lo edificado mediante ellas? Ponga atención Vuestra Santidad para verlo mediante un ejemplo. Un arquitecto se sirve de andamios provisionales para levantar una casa que ha de permanecer. También para construir este edificio tan grande y espacioso que estamos viendo se necesitaron andamios que ahora ya no existen, puesto que lo edificado gracias a ellos ya está firme. Así, pues, hermanos, se edificaba algo en la fe cristiana, y se levantaron ciertos andamiajes temporales. Refiriéndonos a nuestro Señor Jesucristo, su resurrección fue una acción puntual, pues no está aún resucitando; puntual fue también su ascensión al cielo, pues tampoco está aún ascendiendo. En cambio, el hecho de que existe en aquella vida en la que ya no muere y en la que la muerte ya no tiene dominio sobre él17; el hecho mismo de que en él vive por siempre la misma naturaleza humana que se dignó tomar, y en la que se dignó nacer, morir y ser sepultado, es el edificio que, levantado, permanece para siempre. Los andamiajes mediante los cuales se levantó desaparecieron, pues no está siempre siendo concebido en el seno de una virgen, o siempre naciendo de la virgen María, o está siendo siempre apresado, juzgado, flagelado, crucificado y sepultado. Todo esto se considera como si fueran andamios, para edificar, gracias a su servicio, lo que permanece para siempre. En cambio, la resurrección de nuestro Señor Jesucristo está ubicada en el cielo.
8. 8. Preste atención Vuestra Caridad a este edificio admirable. Los edificios terrenos oprimen con su peso la tierra, y, por su magnitud, todo el movimiento de gravitación de esta estructura cae sobre ella, y, sí no se la detiene, tiende hacia más abajo, adonde la lleva el propio peso. Y como se edifica sobre la tierra, en ella se ponen antes los cimientos, para levantar el edificio sobre fundamento seguro. Con esta finalidad se ponen abajo del todo unas moles solidísimas capaces de soportar el peso que se les ponga encima y se ajusta la solidez de los cimientos a la magnitud del edificio; pero siempre en la tierra —como dije— porque también lo que se edifica sobre ella, se pone ciertamente en ella. Aquella nuestra Jerusalén peregrina se edifica en el cielo. Por esa razón precedió Cristo al cielo, para ponerse como fundamento de la misma; allí está nuestro fundamento y la cabeza de la Iglesia, pues al fundamento se le llama también cabeza, y así es en realidad. El fundamento del edificio es también cabeza del mismo, pues la cabeza no es aquello en que algo acaba, sino aquello a partir de lo cual se levanta hacia arriba. En los edificios terrenos, el culmen va arriba, a la vez que tienen su cabeza en la solidez de la tierra. Así también, la cabeza de la Iglesia nos precedió al cielo y está sentada a la derecha del Padre. A la hora de poner los cimientos, los hombres arrastran lo que aseguran bajo tierra, para seguridad de la mole que irá apareciendo a medida que se construye el edificio; así también, mediante las cosas que acontecieron en Cristo —nacer, crecer, ser apresado, ser objeto de burlas, ser flagelado, crucificado, ser asesinado, morir y ser sepultado— fue como arrastrada la mole para constituir el cimiento celeste.
9. Puesto, pues, nuestro fundamento en las alturas, edifiquemos sobre él. Escucha al Apóstol: Nadie puede poner —dice— otro fundamento más que el que está puesto, Cristo Jesús18.
9. Mas ¿cómo sigue? Que cada uno vea lo que edifica sobre ese fundamento: oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja19. Cristo está ciertamente en el cielo, pero también en el corazón de los creyentes. Si Cristo ocupa el primer lugar, sin duda alguna está colocado como fundamento. Por tanto, quien edifica, puede edificar tranquilo si, de acuerdo con la dignidad del fundamento, levanta oro, plata o piedras preciosas. Pero, si no edifica lo que se acuerda con la dignidad de tal fundamento, es decir, si levanta madera, heno o paja, al menos conserve el fundamento, y, debido a esas cosas secas y frágiles que levantó, prepárese para el fuego. Si se mantiene el fundamento, es decir, si Cristo obtuvo el primer lugar en el corazón, se aman los bienes mundanos de modo que no se anteponen a Cristo, sino Cristo a ellos para que continúe siendo el fundamento del edificio del corazón, o sea, ocupando el primer lugar. En este caso, sufrirá daño —dice—, pero él se salvará, como por el fuego20. No es ahora el momento de exhortaros a que edifiquéis sobre tan grande y sólido fundamento oro, plata y piedras preciosas en vez de madera, heno y paja; pero, aunque dicho de forma breve, recibidlo como si hubiese sido expuesto por largo tiempo y con abundancia de palabras. Sé, en efecto, hermanos que cualquiera de vosotros, si a causa de los bienes que ama, a requerimiento de algún juez es enviado a la cárcel a sufrir solo el tormento del humo, preferiríais perderlos antes que sufrir aquel lugar. No sé por qué motivo, cuando se indica que en el día del juicio va a haber humo, todos lo desprecian y, a pesar de temer las llamas del hogar, no dan importancia a las llamas del infierno. ¡Qué insensibilidad!, ¡qué enorme extravío del corazón! Si al menos temieran los hombres lo que dice el Apóstol: por el fuego, como todos temen ser quemados vivos, pena que dura unos breves momentos, hasta que la sensibilidad abandona a los miembros y hace superfluas todas las llamas, temerían y no harían nada prohibido por la ley para no llegar al tormento de breve duración.
10. 10. Mas —como dije— hermanos, no es ahora el momento de hablar de este asunto. Lo que digo es que nosotros debemos esperar en la resurrección de los muertos lo que se manifestó en nuestra cabeza, lo que se manifestó en el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Quien espera otra cosa ya no edifica sobre el fundamento; no digo ya oro, plata o piedras preciosas; ni siquiera paja. Todo lo edifica fuera, porque lo edifica fuera de Cristo. Nuestro Señor Jesucristo resucitó en el mismo cuerpo en que fue sepultado. A los cristianos se les promete la resurrección. Esperemos la resurrección tal cual precedió en nuestro Señor Jesucristo lo que creemos todos nosotros. Para eso vino delante: para edificar nuestra fe sobre él. ¿Qué decir, pues? ¿Por qué no seremos tales como somos ahora? La carne de nuestro Señor Jesucristo resucitó, pero subió al cielo. En la tierra mantuvo sus funciones humanas como medio de persuasión de que había resucitado el cuerpo anteriormente sepultado. ¿Acaso hay también en el cielo tal clase de alimento? También leemos que los ángeles han cumplido en la tierra funciones humanas. Se presentaron en casa de Abrahán, y comieron; también a Tobías le acompañó un ángel, que comió21. ¿Qué decimos? ¿Que aquel comer era una simulación y no un hecho real? ¿No resulta evidente que Abrahán mató un ternero, amasó pan y lo puso a la mesa, que sirvió a los ángeles y que ellos comieron? Todas estas cosas han sido evidentemente realizadas y clarísimamente expuestas.
11. 11. ¿Qué dice, entonces, el ángel en el libro de Tobías? Me visteis comer, pero me veíais con vuestros ojos22. ¿Dijo esto porque no comía, sino que daba la impresión de que comía? Al contrario, comía en verdad. ¿Qué significa entonces: Me veíais con vuestros ojos? Ponga atención Vuestra Santidad a lo que digo; prestad más atención a la oración que a mí, para que entendáis lo que voy a decir y para que pueda decirlo de la forma que conviene que vosotros lo oigáis y comprendáis lo que escucháis. Nuestro cuerpo, mientras es corruptible y está sometido a la muerte, sufre la necesidad de reponerse, razón por la que existe el hambre; por eso sentimos el hambre y la sed, y, si diferimos saciarlas más tiempo del que puede aguantar el cuerpo, lo conduce a una flaqueza esquelética y a cierta delgadez enfermiza, que hacen que desaparezcan y no se recuperen las fuerzas; y, si se continúa aún, sobreviene incluso la muerte. En efecto, de nuestro cuerpo siempre fluye algo, como si se tratase de un río que arrastra cosas consigo, pero no sentimos que disminuyan nuestras fuerzas, porque las recuperamos mediante la refección. Lo que llega abundantemente se va poco a poco; por eso nuestra refección dura un breve momento, mientras que las fuerzas que hemos recuperado con la comida requieren un espacio de tiempo más amplio para abandonarnos. Pasa lo mismo con la lámpara: el aceite se echa en un instante, pero se consume poco a poco; mas, cuando ya está consumido casi del todo, la debilidad de la llama, cual si fuera el hambre de la lámpara, es un aviso para nosotros, e inmediatamente le reponemos el aceite, su alimento, para que se restablezca aquella hermosura y haya luz en la lámpara. Idéntico es el caso de nuestras fuerzas; comiendo las reponemos, y se van y nos abandonan en un lento pero continuo fluir. Lo mismo acontece ahora en nosotros: en todas nuestras acciones, e incluso en nuestro descanso, no cesa de abandonarnos lo antes recibido; y, si se agota del todo, el hombre se muere igual que la lámpara se apaga. Mas para que no muera, es decir, para que no se apague —y no porque muera el alma, sino para que esta nuestra vida corporal no se apague y continúe como una especie de estar en vela en este cuerpo—, corremos y reponemos lo que se marchó, y a eso llamamos reponer fuerzas. Quien habla de reponer fuerzas, ¿cómo puede reponerlas si nada perdió? Así, pues, a causa de esta indigencia y corrupción, todos hemos de morir, porque este cuerpo es tal, que le está reservada la muerte que tiene merecida. Esta mortalidad se halla significada en las pieles de que se vistieron Adán y Eva y fueron expulsados del paraíso23. Las pieles significan la muerte, puesto que suele despojarse de ellas a las bestias muertas. Por tanto, mientras arrastramos esta debilidad pronta al desfallecimiento, aunque nunca le falte el alimento y reponga con él sus fuerzas, la muerte no dejará de ser realidad. Cualquier estado del cuerpo, según el sucederse de las edades, por mucho tiempo que se viva, llegará alguna vez al término de la vejez, más allá de la cual no encontrará adonde dirigirse, de no ser la muerte. La lámpara misma, aunque siempre le repongas el aceite, no podrá arder indefinidamente, porque, en el caso de que no se apague por otras circunstancias, se acabará la estopa, consumiéndose en una especie de senectud. Por tanto, repito, mientras arrastremos tales cuerpos, su deficiencia nos lleva a la indigencia; la indigencia, al hambre, y el hambre, a la comida. El ángel, en cambio, no come por necesidad. Una cosa es hacer algo por propia voluntad y otra por necesidad. El hombre come para no morir; el ángel come para amoldarse a los mortales. En efecto, si el ángel no teme la muerte, no es su deficiencia la que le lleva a la refección; y si la refección no la origina la deficiencia, tampoco come por necesidad. Quienes veían comer al ángel creían que comía porque estaba hambriento. Esto es lo que significa: Me veíais con vuestros ojos. No dijo: «Me veíais comer, pero en realidad no comí», sino: Me veíais comer, pero me veíais con vuestros ojos; es decir, yo comía para amoldarme a vosotros, no porque sufriera hambre o indigencia alguna, ante cuya urgencia acostumbráis comer, por lo que, cuando veis que alguien come, sospecháis que lo hace por necesidad, dado que medís lo que veis según el metro de vuestra costumbre. Eso significa: Me veíais con vuestros ojos.
12. 12. ¿Qué he de decir, hermanos míos? Sabemos que —según dice el Apóstol— Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere y que la muerte ya no tiene dominio sobre él. Pues lo que ha muerto al pecado, ha muerto de una vez; pero lo que vive, vive para Dios24. Si él ya no muere y la muerte ya no tiene dominio sobre él, esperemos resucitar nosotros de forma tal que permanezcamos siempre en aquel estado en que seremos transformados en el momento de resucitar. Ya no habrá necesidad de comer y de beber, aunque se pueda hacerlo. El Señor tenía entonces un motivo para ello, porque aún vivían en la carne aquellos a quienes quiso amoldarse y a quienes quiso mostrar también sus cicatrices. El que dio al ciego los ojos que no había recibido en el seno de su madre25, no carecía de poder para resucitar sin las cicatrices. Si hubiera querido cambiar ya antes de la muerte la indigencia mortal de su carne de manera que no hubiese sufrido necesidad alguna, hubiera podido hacerlo, lo tenía en su mano, puesto que era Dios en la carne e Hijo omnipotente, como omnipotente es el Padre. Efectivamente, aun antes de su muerte cambió su carne en lo que quiso: estando en la montaña con sus discípulos, su rostro resplandeció como el sol26. Esto lo hizo por su poder, queriendo mostrar que podía haber transformado su carne, librándola de toda indigencia, en forma de no morir si no quisiera. Tengo poder —dice— para entregar mi alma y poder para recuperarla. Nadie me la quita27. Poder grande este de poder no morir; pero mayor es la misericordia por la que quiso morir. Hizo por misericordia lo que podía no haber hecho por su poder, para poner la base de nuestra resurrección; para que muriese lo que llevaba por nosotros, dado que hemos de morir, y resucitarlo para la inmortalidad, a fin de que esperemos la inmortalidad. Por eso, no solo está escrito que antes de su muerte comió y bebió, sino también que sintió hambre y sed28; en cambio, después de la resurrección solo se dice que comió y bebió, pero no que sintiera hambre o sed, porque un cuerpo que ya no ha de morir carece de la indigencia, que produce corrupción y que causa la necesidad de la refección; sí tenía, en cambio, el poder comer. Jesús comió para acomodarse a los otros; no para socorrer la necesidad de la carne, sino para persuadirles de la verdad de su cuerpo.
13. 13. Contra tan grande evidencia, algunos nos proponen una cuestión que sacan del Apóstol. Advertid lo que objetan contra esa forma de presentar la cuestión. «La carne, dicen, no resucitará; pues, si resucita, poseerá el reino de Dios; pero el Apóstol dice clarísimamente: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios»29. Lo habéis oído cuando se leyó al Apóstol. Nosotros decimos que la carne resucita, pero el Apóstol grita: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios. Entonces, ¿predico yo lo contrario que el Apóstol o predicó él lo contrario que afirma el Evangelio? El Evangelio atestigua con voz divina: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros30. Si se hizo carne, se hizo verdadera carne; pues, si no es verdadera carne, tampoco es carne. Como fue verdadera la carne de María, así fue verdadera la carne de Cristo que tomó de ella. Esta carne verdadera fue apresada, flagelada, abofeteada y colgada; esta verdadera carne murió y fue sepultada; esta verdadera carne resucitó también de la muerte. Vuelve otra vez el testimonio de las cicatrices: las ven los ojos de los discípulos, y aún fluctúa la admiración; lo tocan las manos para que no dude el alma31. A tan grande evidencia, hermanos, que nuestro Señor Jesucristo quiso persuadir de este modo a sus discípulos que habían de predicarla por el orbe de la tierra; a esta evidencia, repito, parece oponerse el Apóstol al decir: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios.
14. Podríamos resolver esta cuestión de esa manera, y así mantenernos firmes ante los vanos calumniadores; pero será resuelta mostrando cómo puede responderse al instante y consideraremos con más atención las palabras del Apóstol para ver a qué se refieren. Voy a decir cómo se puede responder facilísimamente. ¿Qué dice el Evangelio? Que Cristo resucitó con el mismo cuerpo en que fue sepultado; que fue visto, que fue tocado, que dijo a los discípulos, que creían que era un espíritu: Palpad y ved, que un espíritu no tiene ni carne ni huesos, como veis que yo tengo32. ¿Qué dice, por el contrario, el Apóstol? La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios33. Acepto ambas cosas y no las considero contrarias, para no luchar yo mismo contra el aguijón. ¿Cómo puedo aceptar ambas cosas a la vez? Podría responder brevemente, según dije. El Apóstol afirma: La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios. Muy bien dicho, pues no es propio de la carne poseer, sino ser poseída; en efecto, tu cuerpo no posee nada, sino que es tu alma quien posee por medio de tu cuerpo, ella que posee al mismo cuerpo. Si la carne resucita de esta manera: para ser tenida, no para tener; para ser poseída, no para poseer, ¿qué tiene de extraño que la carne y la sangre no posean el reino de Dios, puesto que ambas serán poseídas? Efectivamente, la carne posee a los que no son reino de Dios, sino reino del diablo, y por eso son esclavos de los placeres de la carne. Por eso a aquel paralítico le llevaban en su camilla; pero, después de haberle sanado, el Señor le dijo: Toma tu camilla y vete a tu casa34. Así, pues, una vez curada la parálisis, es él quien rige a su carne y la lleva a donde quiere; la carne no le lleva a donde él no quiere; es él quien lleva al cuerpo y no el cuerpo quien le lleva a él. Es evidente que en la resurrección la carne no sentirá el atractivo de los placeres, para llevar al alma por ciertas suavidades y blanduras a donde ella no quiere y con frecuencia es vencida, diciendo: Advierto otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi mente, y me lleva cautivo en la ley del pecado que reside en mis miembros. El paralítico es llevado aún en la camilla, todavía no la lleva él. Exclame, pues: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Escuche la respuesta: La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor35. Por tanto, cuando hayamos resucitado, no será la carne la que nos lleve a nosotros, sino nosotros quienes la llevemos a ella; y, si la llevamos, la poseeremos, en lugar de ser poseídos por ella, porque, liberados del diablo, somos reino de Dios, y así la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios. Callen, pues, esos calumniadores que son en verdad carne y sangre y no pueden pensar nada que no sea carnal. También de quienes perseveran en la misma prudencia de la carne, razón por la que se les llama, justamente, carne y sangre, se pudo decir acertadamente: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios.
14. La cuestión se resuelve también de este modo: esos hombres a los que se llama carne y sangre —de los cuales dice también el Apóstol: Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre36—, si no se convierten a la vida espiritual y no mortifican con el espíritu las acciones de la carne, no podrán poseer el reino de Dios.
15. «Pero ¿qué dice en verdad el Apóstol?», preguntará alguien. El significado más exacto es el que se extrae del contexto de la lectura. Así, pues, escuchémoslo, y del amplio contexto escriturístico veamos lo que quiso que se entendiese en aquel pasaje. Dice así: El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo hombre viene del cielo; como es el terreno, así son los terrenos, y como es el celeste, así son los celestes. Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la de aquel que procede del cielo. Esto os digo, hermanos: la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios; ni la corrupción, la incorrupción37. Veamos cada punto en particular. El primer hombre —dice— salido de la tierra, es terreno; el segundo hombre, del cielo. Como es el terreno, así son los terrenos; es decir, todos han de morir; y como es el celeste, así son también los celestes; es decir, todos han de resucitar. El hombre celeste ya ha resucitado y ascendido al cielo; a él nos incorporamos ahora por la fe, para que él sea nuestra cabeza; los miembros sigan en el debido orden a su cabeza y lo que se ha manifestado ya en la cabeza, muéstrese a su debido tiempo en los miembros. De momento llevemos esto ahora con la fe, para llegar a su tiempo a la realidad misma y a la visión. Así dice en otro lugar: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra38. En nosotros mismos aún no hemos resucitado como Cristo resucitó en el cuerpo, y, sin embargo, se nos considera como ya resucitados con Cristo por la fe; de idéntica manera, nos manda llevar entre tanto, por la fe, la imagen del hombre celeste, es decir, del que ya está en el cielo.
16. Sí alguien pregunta por qué, a propósito del hombre segundo, no se dijo que estaba en el cielo, sino que procedía del cielo, siendo así que el mismo Señor tomó el cuerpo de la tierra, puesto que María procedía ciertamente del linaje de Adán y Eva, ha de entender que al hombre terreno se le llamó así en atención a su concupiscencia terrena y porque es terreno aquel afecto gracias al cual nacen, mediante la unión del varón y la mujer, los hombres contrayendo de sus padres también el pecado original; el cuerpo del Señor, en cambio, fue creado del seno virginal sin tal afecto, aunque Cristo haya tomado la carne de la tierra, lo que se asume que quiere simbolizar el Espíritu Santo al decir: La verdad ha brotado de la tierra39; y, sin embargo, no se le llama hombre terreno, sino celeste, y se dice que procede del cielo. Si eso se concedió por gracia a sus fieles hasta decir justamente el Apóstol: Nuestra vida está en los cielos40, ¡con cuánto mayor motivo ha de afirmarse que procede también del cielo el mismo hombre celeste, en quien no hubo nunca pecado alguno! A causa del pecado se dijo al hombre: Tierra eres, y a la tierra volverás41. Con toda razón, pues, se dice que es del cielo el hombre celeste, cuya vida nunca se alejó del cielo, aunque el Hijo de Dios, hecho también hijo del hombre, tomara de la tierra el cuerpo, es decir, la forma de siervo. Efectivamente, no ascendió sino el que descendió42. Aunque los demás a quienes se les ha concedido suban o, mejor, sean elevados al cielo por su gracia, sube él también, puesto que se convierten en su cuerpo, y en este sentido sube solo uno, puesto que el Apóstol expone, refiriéndolo a Cristo y a la Iglesia, el gran sacramento encerrado en estas palabras: Y serán los dos una sola carne43. Por lo cual se dice igualmente: Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne44. Por eso, nadie ha subido al cielo sino quien ha bajado del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo45. Y añadió que está en el cielo para que nadie juzgase que su vida se había alejado de allí cuando se manifestaba a los hombres en la tierra mediante su cuerpo terreno. Por consiguiente, como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen de quien procede del cielo46; de momento, mediante la fe, por la cual hemos resucitado también con él, para que tengamos, asimismo, nuestro corazón en lo alto, allí donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, y, en consecuencia, busquemos y gustemos las cosas de arriba, no las de la tierra47.
15. 17. Él trataba de la resurrección de los muertos, pues presentaba la cuestión en estos términos: Pero dice uno: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?». Por eso había dicho: El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, del cielo. Como es el terreno, así son los terrenos, y como el celeste, así los celestes48. Con el objetivo de que esperemos que ha de tener lugar en nuestro cuerpo lo que fue realidad antes en el de Cristo. Aunque aún no lo percibimos en su realidad, retengámoslo entretanto mediante la fe. Por esa razón había añadido: Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen de aquel que procede del cielo49. Para que no creyéramos que íbamos a resucitar para las mismas cosas que, sujetos a la corrupción, hacíamos según el primer hombre, añadió en seguida: Esto os digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios50. Quería mostrar también que llama carne y sangre no a esas realidades corporales, sino que bajo esos nombres significa la corrupción, corrupción que entonces no existirá. Al cuerpo no sujeto a corrupción no se le llama propiamente carne y sangre, sino cuerpo, sin más. Pues, si es carne, es corruptible y mortal; si, por el contrario, ya no muere, ya no es corruptible; por eso, permaneciendo la misma realidad, pero incorruptible, ya no se la llama carne, sino cuerpo. Pues, si es carne, es corruptible y mortal; si, por el contrario, no muere, ya no es corruptible. Por ello, aunque permanezca la forma externa, si no está sometida ya a la corrupción, ya no se la llama carne, sino cuerpo. Y, si se la llama carne, no se habla con propiedad, sino en base a cierta semejanza en la forma. En razón de esa misma semejanza, quizá podemos hablar de carne en los ángeles, puesto que se aparecieron a hombres en forma humana, a pesar de ser cuerpo, pero no carne, dado que en ellos no existía la indigencia que representa la corrupción. Así, pues, dado que por una cierta semejanza, podemos llamar carne también al cuerpo que ya no se corrompe, el Apóstol, preocupado, quiso exponer qué entendía por carne y sangre, puesto que las llamaba así en atención a su corrupción, no en atención a su forma exterior, y añadió a continuación: Ni la corrupción heredará la incorrupción51, como si dijera: «Mis anteriores palabras: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, equivalen a estas otras: La corrupción no poseerá la incorrupción».
18. Y para que nadie diga: «Entonces, si la corrupción no puede poseer la incorrupción, ¿cómo estará allí nuestro cuerpo?», escuchad lo que sigue. Parece como si se le preguntara al Apóstol: «¿Qué estás afirmando? ¿Es que hemos creído en vano en la resurrección de la carne? Si la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios, en vano hemos creído que nuestro Señor resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo con que nació y en el que fue crucificado, y con el que, en presencia de sus discípulos, ascendió al cielo desde el que te gritó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»52. Con estas preguntas se encontró el santo y bienaventurado apóstol Pablo, quien con piadoso amor daba a luz a sus hijos53, engendrados en Cristo por el Evangelio, a los que todavía estaba alumbrando con dolor hasta que Cristo se formase en ellos54, es decir, hasta que llevasen por la fe la imagen de aquel que proviene del cielo. No quería que quedasen en la perdición que significaba el pensar que en el reino de Dios, en aquella vida eterna, iban a hacer lo mismo que hacían en esta vida, es decir, entregarse al placer de comer y beber, de tomar marido, de tomar mujer y de engendrar hijos. Estas son obras de la corrupción de la carne, no propiamente de carne. Que no hemos de resucitar para tales cosas, como ya lo he mencionado antes, lo dejó claro el Señor en la lectura evangélica que hemos leído hace poco. Los judíos creían ciertamente en la resurrección de la carne, pero pensaban que iba a ser tal que la vida de entonces sería igual a la que llevaban aquí. Al pensar de esta forma carnal no podían responder a los saduceos, quienes, a propósito de la resurrección, les proponían la siguiente cuestión: «¿De quién será esposa la mujer que tuvieron sucesivamente siete hermanos, queriendo cada uno de ellos suscitar descendencia a su hermano?»55. Los saduceos formaban una secta dentro del judaísmo que no creía en la resurrección. Los judíos, fluctuando y dudando, no podían dar respuesta a los saduceos que les proponían tal cuestión, porque pensaban que la carne y la sangre podían poseer el reino de Dios, es decir, que la corrupción podía poseer la incorrupción. Llegó la Verdad, y los saduceos, engañados y engañadores, interrogan al Señor proponiéndole la misma cuestión. El Señor, que sabía lo que decía y deseaba que nosotros creyéramos lo que desconocíamos, responde, con la autoridad de su majestad, lo que hemos de creer. El Apóstol lo expuso en la medida en que le fue concedido; nosotros hemos de entenderlo en cuanto nos sea posible. ¿Qué dijo, pues, el Señor a los saduceos? Estáis equivocados —dice— al no conocer la Escritura ni el poder de Dios. Pues en la resurrección ni las mujeres toman marido ni los hombres mujer, pues no empiezan a morir, sino que serán iguales a los ángeles de Dios56. Grande es el poder de Dios. ¿Por qué las mujeres no toman marido ni los hombres mujer? Porque no empezarán a morir, pues hay un sucesor donde hay un predecesor. Allí no habrá tal corrupción. Y el Señor pasó por todas las edades, desde la infancia hasta la edad madura, porque llevaba todavía la mortalidad de la carne; después de resucitar en la misma edad que tenía cuando fue sepultado, ¿creemos acaso que envejece en el cielo? Pues serán —dice— semejantes a los ángeles de Dios. Hizo desaparecer lo que sospechaban los judíos y refutó las falsedades de los saduceos, puesto que los judíos creían, sí, que los muertos habían de resucitar, pero pensaban carnalmente por lo que respecta a las obras para las que iban a resucitar. Serán —dice— iguales a los ángeles de Dios. Has oído el argumento tomado del poder de Dios; escúchalo otro tomado de las Escrituras. ¿No habéis leído, a propósito de la resurrección, cómo habló el Señor a Moisés desde la zarza, diciéndole: «Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob»? No es un Dios de muertos, sino de vivos57.
16. 19. Que hemos de resucitar, ya está dicho; que hemos de resucitar para una vida como la de los ángeles, lo hemos escuchado de la boca del Señor; qué aspecto hemos de tener al resucitar, lo mostró él mismo en su resurrección. Que la forma externa carecerá de corrupción, lo dice el Apóstol: Esto es lo que digo: la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción58, para mostrar que bajo los términos de «carne» y «sangre» quiso que se entendiese la corrupción del cuerpo mortal y animado. A continuación resuelve ya él mismo la cuestión que los oyentes preocupados pudieran reclamarle; él mismo se preocupa de que los hijos entiendan más de lo que los hijos se preocupan por las palabras de los padres. Añade, pues, estas palabras: Ved que os anuncio un misterio. Cese tu pensamiento, ¡oh hombre!, quienquiera que seas. Tomando apoyo en las palabras del Apóstol, habías comenzado a pensar que la carne humana no resucita, al haber escuchado: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios; mas aplica tu oído a las palabras que siguen y corrige lo que, conjeturando, pensabas. Ved —dice— que os anuncio un misterio: todos resucitaremos ciertamente, pero no todos seremos transformados59. ¿Qué significa esto? La transformación puede producirse para mejor o para peor. Si se ha hablado de una transformación, sin ver todavía cómo será, si para algo mejor o para algo peor, sigamos leyendo, que él nos lo aclare; ¿para qué entrar en suposiciones? Quizá la autoridad del Apóstol te evite el ir detrás de tus conjeturas y resbalar en el error por medio de la sospecha humana. También expone con toda claridad qué transformación quiere que se entienda. ¿Cuál es? Habiendo dicho: Todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados, yo advierto que hemos de resucitar todos, buenos y malos; mas veamos quiénes serán transformados, y, a partir de aquí, comprenderemos cómo ha de ser la transformación, si para mejor o para peor. Si esta transformación se da en los malos, será para peor; si en los buenos, para mejor. En un instante —dice— en un abrir y cerrar de ojos, a la última trompeta. Sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados60. Así, pues, esta transformación será para mejor, puesto que dice: Y nosotros seremos transformados. Pero aún no ha expresado como conviene hasta qué punto nuestro cuerpo será transformado para mejor. Aún no ha dicho en qué consiste esa mejoría. Pues, incluso cuando se da el paso de la niñez a la adolescencia, puede hablarse de una mutación para mejor, a pesar de que, aunque la debilidad sea menor, sigue existiendo al lado de la mortalidad.
17. 20. Por tanto, volvamos a considerar punto por punto. En un instante61 —dice—. Difícil parece a los hombres que los muertos resuciten; pero es admirable cómo el Apóstol eliminó todas las dudas y dificultades de los corazones de los fieles. Dices tú: «Los muertos no resucitan»; yo no solo digo que resucitan, sino que acaecerá con una rapidez tal que no se dio ni en el momento de tu concepción y nacimiento. ¡Cuánto tiempo pasa un hombre en el seno materno hasta formarse, desarrollarse, nacer y fortalecerse con el paso del tiempo! ¿Acaso ha de resucitar de idéntica manera? No, sino en un instante —dice—. Muchos ignoran lo que es un instante (in atomo). El término atomus se deriva de ????, que significa sección, división; ?????? en griego significa lo que no puede seccionarse ni dividirse. El término se emplea tanto para los cuerpos como para el tiempo. Referido a los cuerpos, se aplica en el caso de que pueda hallarse algo que resulte imposible dividirlo; algo tan diminuto que no admita la posibilidad de ser seccionado. Referido al tiempo, es un momento breve que tampoco puede dividirse. Para que las mentes más lentas puedan comprender lo que digo, voy a poner un ejemplo. Toma una piedra; divídela en varias partes; esas partes divídelas en chinas, y las chinas en granos, como son los de arena; divide todavía los granos de arena en polvo menudísimo hasta que llegues, si puedes, a una menudencia tal que ya no admita ser dividida. Esto es un «átomo» referido a los cuerpos. Aplicado al tiempo, se entiende de esta manera: un año, por ejemplo, se divide en meses; los meses, en días; los días aún pueden dividirse en horas; las horas, aún en otras partes extensas que admiten divisiones hasta que llegues a un punto de tiempo y a una como gota de un momento que ya no se puede alargar lo más mínimo y que, por tanto, no puede dividirse. Esto es el «átomo» temporal. Decías, pues, que los muertos no resucitan; no solo resucitan, sino que lo hacen con tanta rapidez que la resurrección de todos tendrá lugar en un átomo o instante de tiempo.
18. Y, explicándote la rapidez del instante, después de haber dicho: en un instante, añadió a continuación qué acción o movimiento puede realizarse en ese espacio de tiempo: En un golpe de ojo62 —dice—. Sabía, en efecto, que no estaba claro eso de «en un instante» (in atomo), y quiso decirlo con mayor claridad para que se entendiese más fácilmente. ¿Qué significa en un golpe de ojo? No se refiere al abrir y cerrar los ojos mediante los párpados, sino que llama golpe de ojo a la proyección de sus rayos para ver algo. Efectivamente, nada más proyectar tu mirada, el rayo emitido llega al cielo, donde contemplamos el sol, la luna, las estrellas y los demás astros, separados de la tierra por tan inmensa distancia. La última trompeta hace referencia a la última señal. Sonará —dice— la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados63. Se refiere, ciertamente, a nosotros los fieles, a los primeros en resucitar para la vida eterna. Por tanto, aquella transformación, propia de los piadosos y santos, será para mejor, no para peor.
21. Pero ¿en qué consiste esta transformación? ¿Qué significan las palabras seremos transformados?64 ¿Se pierde el aspecto exterior actual o solo la corrupción, con referencia a la cual se dijo: La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción?65 Para que esto no condujese a sus oyentes a perder la esperanza de resucitar en la carne, añadió: Ved que os anuncio un misterio: todos resucitaremos, pero no todos seremos transformados66. Y para que no pensásemos que esa transformación iba a ser para peor, dijo: Y nosotros seremos transformados. Solo queda, pues, que diga las características de esa transformación. Pues conviene —dice— que esto corruptible se vista de incorrupción, y que esto mortal se revista de inmortalidad67. Si esto corruptible y mortal se viste de incorrupción e inmortalidad, dejará de ser carne corruptible. Por tanto, si deja de ser carne corruptible, desaparecerá el nombre de corrupción que se asocia a la carne y a la sangre; desaparecerá hasta el nombre específico de carne y sangre, porque todos son términos propios de la mortalidad. Y si es así y la carne resucitará, dado que se ha transformado y convertido en incorrupta, la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios. Si alguien quiere entender que tal transformación se dará en los que se encuentren aún en vida aquel día, de forma que los ya muertos resuciten y los que aún vivan, en cambio, sean transformados, admitiendo que el Apóstol haya hablado en su nombre al decir: Y nosotros seremos transformados, por la misma lógica se sigue que la incorrupción pertenecerá ciertamente a todos, cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se revista de inmortalidad. Entonces se cumplirá lo que está escrito: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?»68. Al cuerpo que ya no es mortal no se le llama con propiedad carne y sangre; eso lo son los cuerpos terrenos; se llama cuerpo a lo que puede calificarse ya de celeste. Lo mismo acontece cuando el Apóstol habla de la diferencia entre las carnes: No toda carne —dice— es la misma. Una es la carne humana, otra la de las bestias, otra la de los peces, la de las aves y la de los reptiles. Hay también —dice— cuerpos celestes y cuerpos terrestres69. Nunca hablaría él de carnes celestes, aunque a las carnes se las pueda llamar cuerpos, pero terrestres. Así, pues, toda carne es cuerpo, pero no todo cuerpo es carne; no solo porque al cuerpo celeste no se le llama carne, sino también porque no son carne otros cuerpos terrestres como la madera, y las piedras, y cosas del estilo, si las hay. Es cierto, por tanto, que la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios, porque la carne, al resucitar, se transformará en cuerpo tal que no admitirá ya la corrupción de la muerte y, en consecuencia, ni siquiera la denominación de carne y sangre.
19. 22. Pero prestad atención, hermanos, os lo ruego. No es cuestión que haya de valorar poco, pues se trata de nuestra fe. Respecto a ella, hemos de mostrarnos precavidos, no tanto frente a los paganos como frente a algunos hombres extraviados que hasta quieren ser considerados y pasar por cristianos. Ni siquiera en tiempo de los apóstoles faltaron quienes decían que la resurrección ya había tenido lugar, pervirtiendo la fe de algunos. De ellos dice el Apóstol: Quienes se extraviaron respecto a la verdad, afirmando que la resurrección ya ha tenido lugar, y pervirtieron la fe de algunos70. No carece de sentido el que no haya dicho: «Se extraviaron de la verdad», sino: respecto a la verdad; en cualquier caso, no mantuvieron la verdad. La muerte es eliminada y no existirá de ninguna manera. Como dice el Apóstol: Lo mortal será absorbido por la vida71. Del Señor se dijo también que había devorado la muerte72. No hay que pensar que se retira la muerte como si tuviera un ser propio, sino que dejará de existir en el cuerpo en que existía; verás su mismo aspecto exterior, lo conservarás; pero, si buscas la corrupción y la mortalidad, no la encontrarás. ¿Se retiró a algún lado la corrupción? No, antes bien allí pereció y allí fue absorbida. Por eso, después de haber dicho: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad, dice: Entonces se cumplirá lo que está escrito: «La muerte ha sido transformada en victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?»73. No dice: «Se alejó la muerte hacia la victoria», sino: La muerte fue transformada en victoria. ¿Cómo entonces se extraviaron ellos respecto a la verdad? Porque afirmaron como verdadera una resurrección, pero negaron la otra.
20. 23. Hay, en efecto, una resurrección según la fe, conforme a la cual todo el que cree resucita en el espíritu. Y en efecto resucitará precisamente en el cuerpo aquel que haya resucitado antes en el espíritu, pues quienes no hayan resucitado antes en el espíritu por la fe no resucitarán en el cuerpo para aquella transformación en que será asumida y absorbida toda corrupción, sino que resucitarán íntegros para el castigo. Íntegros resucitarán también los cuerpos de los impíos, sin que se manifieste la más mínima disminución; pero la integridad corporal y, por así decir, cierta consistencia corporal, aunque corruptible, está destinada al castigo. Donde puede haber dolor no puede afirmarse que no hay corrupción, aunque esa debilidad no fenezca en medio de los dolores, para que no muera el dolor mismo. No es desacertado ver proféticamente significada esa corrupción bajo el nombre «gusano», y el dolor bajo el término «fuego». Pero la consistencia será tan grande que ni los dolores la empujen a la muerte ni será transformada en la incorrupción en la que no hay dolor alguno. Por eso está escrito: Su gusano no morirá y su fuego no se extinguirá74. La transformación que no conocerá corrupción es propia de los santos. La poseerán aquellos que ya tienen ahora la resurrección del espíritu por medio de la fe; resurrección de la que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la derecha del Padre; gustad las cosas de arriba, no las de la tierra. Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios75. Como a la muerte según el espíritu corresponde una resurrección según el espíritu, así a la muerte según la carne corresponde la resurrección según la carne. La muerte según el espíritu consiste en no creer las vanidades que se creían y en no hacer el mal que se hacía, y la resurrección según el espíritu, en creer las cosas saludables que no se creían y en hacer el bien que no se hacía. Quien tenía por dioses a los ídolos y otras ficciones, conoció al único Dios, creyó en él, él murió en relación a la idolatría y resucitó en relación a la fe cristiana. Quien era un borracho, se ha vuelto sobrio: ha muerto a la embriaguez y ha resucitado a la sobriedad. De idéntica manera, cuando se efectúa el alejamiento de cualquier obra mala, se produce una cierta muerte en el alma y resucita en sus obras buenas. Dice el Apóstol: Mortificad vuestros miembros terrenos: la inmundicia, el desorden, los malos deseos y la avaricia —dice—, que es una idolatría76. Dando muerte a estos miembros terrenos, resucitamos en los buenos que les son contrarios: en la santidad, en la tranquilidad, en el amor, en las limosnas. Como antecede la muerte a la resurrección según el espíritu, así también ha de preceder la muerte a la resurrección según la carne.
21. 24. Conoceremos, pues, una y otra resurrección: la espiritual y la corporal. A la espiritual se refieren estas palabras: Levántate tú que duermes y levántate de entre los muertos77; y aquellas otras: A quienes yacían en las sombras de la muerte les brilló la luz78; y las que mencioné hace poco: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba79. A la corporal, en cambio, se refiere lo que dice ahora el Apóstol, que se había planteado esta cuestión: Pero dirá alguien: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo volverán?»80. Trataba, pues, de la resurrección corporal, en la que el Señor precedió a su Iglesia. De ella dice: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad81, en relación con lo que había dicho: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios82. En otro texto tenemos un testimonio clarísimo del mismo apóstol Pablo acerca de la resurrección espiritual y de la corporal. Al cuerpo mortal, que está o estuvo animado, se le llama carne. Así habla el Apóstol: Si Cristo habita en vosotros, el cuerpo está ciertamente muerto por el pecado, pero el espíritu es vida por la justicia83. Ved que se sobrentiende que la resurrección espiritual ya se ha realizado por la justicia; considera si hay que esperar también la resurrección corporal. Refiriéndose al cuerpo mortal, no quiso hablar de mortal, sino de muerto: lo que quiso expresar lo manifiesta a continuación. Sigue diciendo: Si habita en vosotros el espíritu de quien resucitó a Jesús de entre los muertos, quien resucitó a Jesús nuestro Señor vivificará también vuestros cuerpos mortales mediante su Espíritu, que habita en vosotros84. He aquí por qué aquellos se extraviaron respecto a la verdad85: porque negaron una resurrección. Si la hubiesen negado absolutamente, se hubiesen extraviado de la verdad, no respecto a la verdad. Los que se extraviaron respecto a la verdad confesaron una resurrección, la espiritual, y negaron otra, la que se espera en la carne, afirmando que la resurrección ya ha tenido lugar86. Si estas palabras no llevasen incluida la prohibición de creer y esperar la resurrección futura que tendrá lugar en el cuerpo, no se diría de ellos: Pervierten la fe de algunos87.
22. 25. Pero escuchad ya un clarísimo testimonio del mismo Señor, tomado del evangelio de Juan. En un mismo texto proclama las dos resurrecciones: la que tiene lugar ahora en el espíritu y la que se realizará después en la carne, de tal manera que es totalmente imposible que nadie que se llame cristiano y esté sometido a la autoridad evangélica mantenga dudas al respecto; no les queda ninguna salida a los falsificadores y a quienes pretenden apartar a los cristianos de la fe sirviéndose precisamente de ella, inoculando su veneno para causar la muerte a las almas débiles. Pero escuchadlo directamente del texto. No ejerzo de comentador, sino de lector, para que este mi sermón se apoye en la autoridad de las Escrituras y no se edifique sobre la arena de las suposiciones humanas en el caso de que la memoria me fallase. Escuchad, pues, el evangelio según Juan: Habla el Señor: En verdad, en verdad os digo que quien escucha mi palabra y cree a quien me ha enviado, posee la vida eterna, y no se enfrenta al juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo que ha llegado la hora, y es esta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la escuchen vivirán. Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida también en sí mismo, y le dio el poder de juzgar, puesto que es el hijo del hombre. No os cause admiración esto, porque ha llegado la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de vida, y los que, en cambio, obraron el mal, para la resurrección del juicio88. Pienso que muchos han advertido en este texto que el Señor habla clara y distintamente de las dos resurrecciones, la que tiene lugar en el espíritu mediante la fe y la que se realizará en la carne en el momento en que suene aquella conocidísima trompeta. Con todo, vamos a considerar más atentamente estas palabras para que queden claras a todos los que las oyeron. En verdad, en verdad os digo que quien escucha mi palabra y cree a quien me ha enviado, tiene la vida eterna y no se enfrenta al juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Estas palabras se refieren a la resurrección en el espíritu, que tiene lugar ahora por la fe. Mas para no dar la impresión de que la propone como para un futuro todavía lejano, a pesar de no haber dicho: «Pasará de la muerte a la vida», sino: Ha pasado de la muerte a la vida; para que no pareciese que se sirve del tiempo en pasado en forma simbólica, igual que cuando dice: Taladraron mis manos y mis pies89, anunciando lo que aún era futuro, lo explica más claramente a continuación: En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es esta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la escuchen vivirán. Donde antes dijo: Ha pasado de la muerte a la vida, pone ahora vivirán. Mas para que las palabras viene la hora no se refieran al fin del mundo, cuando tendrá lugar también la resurrección de los cuerpos, añadió: Y es esta. No dijo sólo: Viene la hora, sino: Viene la hora, y es esta. Quienes escuchen esa voz vivirán, es decir, vivirán con la vida que indicó antes al decir: Ha pasado de la muerte a la vida. En estas palabras ha mencionado a los que se verán libres del tormento del juicio, porque lo han anticipado con su fe, y pasan de la muerte a la vida.
23. 26. (Al evangelista) solo le queda mostrar el juicio futuro que separará los buenos de los malos, puesto que en el texto ha indicado que la resurrección presente, que tiene lugar en el espíritu, solo se da en los buenos. Continúa diciendo: Y le dio también el poder de juzgar, puesto que es hijo del hombre90. Ha manifestado en condición de qué ha recibido el poder de juzgar: puesto que es —dice— hijo del hombre. En efecto, en cuanto Hijo de Dios, tiene poder sempiterno junto con el Padre. A continuación expuso ya cómo ha de ser el juicio: No os extrañe esto —dice— porque ha llegado la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y saldrán fuera; los que hicieron el bien, para la resurrección de la vida; los que, en cambio, obraron el mal, para la resurrección del juicio91. Antes, después de haber dicho: Ha llegado la hora, añadió: Y es esta, para que no se pensase que se anunciaba aquella en la que, al final de los tiempos, tendrá lugar la resurrección corporal. Aquí, por el contrario, puesto que quería que se entendiese esa precisamente, después de haber dicho: Ha llegado la hora, no añadió: Y es esta. Además, antes habló de que los muertos oirían la voz del Hijo de Dios, pero sin mencionar para nada los sepulcros, a fin de que distinguiéramos entre los muertos por un error de la mente, que resucitan ahora por la fe, de aquellos otros muertos cuyos cadáveres, ya en el sepulcro, han de resucitar al final del mundo. Para que esperásemos aquella resurrección futura de los cuerpos, dice aquí: Todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán fuera. También antes dijo: Oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la escuchen vivirán92. ¿Qué necesidad había de añadir: Quienes la oigan, pudiendo haber dicho: «Oirán la voz del Hijo de Dios y vivirán», sino porque lo decía de quienes están muertos por el error de su mente, de los cuales muchos oyen y no escuchan, es decir, no obedecen ni creen? Quienes, en cambio, escuchan como quería ser escuchado al decir: Quien tenga oídos para oír, que oiga93, esos vivirán. Oirán muchos, pero vivirán quienes escuchen, es decir, quienes crean, pues quienes oigan sin creer no vivirán. De donde se deduce de qué muerte y de qué vida hablaba en aquel lugar; es decir, de la muerte que poseen solo los malos, por el hecho mismo de ser malos, y de la vida que poseen solo los buenos, por el hecho mismo de hacerse buenos.
24. Pero aquí donde habla de la futura resurrección de los cuerpos no dice: «Oirán su voz, y quienes la escuchen saldrán fuera», pues todos oirán la última trompeta y todos saldrán, puesto que la resurrección será para todos. Mas como no todos seremos transformados, dice a continuación: Quienes hicieron el bien, para la resurrección de la vida; quienes, en cambio, obraron el mal, para la resurrección de juicio94. Antes, cuando hablaba de volver a la vida del espíritu mediante la fe, a todos cabía la misma suerte; tal vida no se repartía en vida feliz y vida miserable, pues a todos tocaba la parte buena. Por eso, después de haber dicho: Quienes la escuchen vivirán95, no añadió: «Quienes hicieron el bien, para la vida eterna, y quienes obraron el mal, para el castigo eterno». Al decir vivirán quiso que se entendiese solamente en sentido positivo, de igual modo que antes había dicho: Ha pasado de la muerte a la vida96, sin indicar a qué vida, porque el revivir de la muerte por la fe no puede ser para una vida desdichada. Aquí no comenzó diciendo: escucharán su voz y vivirán pues quiso que en todo este texto vivirán se interpretase en sentido positivo, sino que dijo: Oirán, y saldrán fuera, verbo con el que indicó el movimiento corporal de los cuerpos al salir de sus sepulturas. Mas como el salir de los sepulcros no se convertirá en bien para todos, continuó: Quienes hicieron el bien, para la resurrección de la vida, queriendo que también aquí se entendiese solo la vida en sentido positivo; quienes, en cambio, obraron el mal, para la resurrección del juicio. Es decir, puso juicio por castigo.
25. 27. Por tanto, hermanos, que nadie pregunte con descaminada sutileza qué forma tendrán los cuerpos en la resurrección de los muertos, cuál será su estatura, cómo se moverán y cuál será su forma de andar. Ha de bastarte saber que tu carne resucitará con la misma forma en que se manifestó el Señor, es decir, en la forma humana. Mas no temas la corrupción, aunque la forma sea la misma; pues, si no temes la corrupción, tampoco temerás aquella sentencia: La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios97; ni caerás tampoco en el lazo de los saduceos, que no podrás evitar si piensas que los hombres resucitarán para tomar mujer, engendrar hijos y realicen las obras propias de la vida mortal. Si preguntas cómo será aquella vida, ¿qué hombre te lo podrá explicar? Será la vida de los ángeles. Quien pueda mostrarte la vida de los ángeles, podrá mostrarte la de los santos, puesto que serán iguales a los ángeles98. Si, por el contrario, la vida de los ángeles está oculta, que nadie pregunte más, no sea que el error le impida llegar a aquello por lo que pregunta y le conduzca a lo que él mismo se haya imaginado. Pregunta antes de tiempo y precipitadamente. Tú avanza por el camino, pues llegarás a la patria si no lo abandonas. Mantened, pues, a Cristo, hermanos; mantened la fe, manteneos en el camino; el mismo camino os conducirá a aquello que no podéis ver ahora. En la cabeza se manifestó lo que han de esperar los miembros; en el fundamento se mostró lo que se edifica en la fe, para ser terminado luego en la visión, no sea que, cuando pensáis estar viendo, se os esté manifestando la falsa imagen de algo que aparenta lo que no es, y, abandonando el camino, os desviéis al error y no lleguéis a la patria a la que conduce el camino, es decir, a la visión a que lleva la fe.
26. 28. Preguntarás: «¿Cómo viven los ángeles?». Te basta con saber que no viven sujetos a corrupción alguna. Resulta más fácil decirte lo que no habrá que lo que habrá en ella. También yo, hermanos míos, puedo pasar revista brevemente a las cosas que allí no habrá; y lo puedo porque son cosas que hemos experimentado, y sabemos lo que allí no se encontrará. Mas lo que allí habrá, aún no lo hemos experimentado. Pues caminamos por la fe, aún no en la visión. Mientras vivimos en el cuerpo somos peregrinos lejos del Señor99. ¿Qué es, pues, lo que allí no habrá? No se tomará mujer para engendrar hijos, puesto que allí no habrá muerte; allí no habrá crecimiento porque tampoco habrá envejecimiento; no habrá restablecimiento, porque tampoco habrá desfallecimiento; no habrá ocupaciones, porque tampoco habrá necesidad; no existirán siquiera las obras encomiables de hombres inocuos que obligan a realizar la escasez y necesidades de esta vida. No digo solo que no existirán las obras de los salteadores y usureros; tampoco existirán allí las que realizan hombres inocuos para aliviar la indigencia y necesidades humanas.
27. Habrá un sábado perpetuo, el que los judíos celebraban temporalmente, y que nosotros entendemos que dura por siempre. Habrá un descanso inefable, imposible de describir; mas, como dije, en cierto modo se explica al decir lo que no habrá allí. A ese descanso tendemos, con vistas a él renacemos espiritualmente. Como nacemos carnalmente para la fatiga, así renacemos espiritualmente para el descanso, conforme al grito del Señor: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré100. Aquí nos alimenta, allí nos perfecciona; aquí promete, allí cumple; aquí se expresa simbólicamente, allí descubre la realidad. Una vez que hayamos llegado a la perfección y salvación plenas en el cuerpo y en el espíritu, en aquella felicidad no habrá estas ocupaciones; no existirán siquiera las buenas obras de los cristianos que aquí alabamos. ¿Qué cristiano no es alabado cuando da pan a un hambriento o bebida a un sediento, o cuando viste a un desnudo o acoge a un forastero, o amansa a un pendenciero, o visita a un enfermo, o da sepultura a un muerto, o consuela a quien llora? Grandes obras, llenas de misericordia, llenas de alabanza y de gracia. Tampoco estas existirán allí, puesto que las obras de misericordia las ha engendrado la necesidad que causa la miseria. ¿A quién alimentas, donde nadie siente hambre? ¿A quién das de beber, donde nadie tiene sed? ¿Acaso vas a vestir al desnudo, donde todos estén vestidos con la inmortalidad misma? Oíste hace poco cuáles son las túnicas de los santos, al decir el Apóstol: Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción101. Donde se habla de vestir, se está mencionando el vestido. Este vestido perdió Adán, por lo que luego recibió las pieles. ¿O vas a ofrecer hospitalidad a un forastero donde todos viven en su patria? ¿Visitarás a enfermos donde todos estarán vigorosos con la misma solidez de la incorrupción? ¿Vas a sepultar a un muerto donde viven por siempre? ¿Pondrás de acuerdo a gente pendenciera allí donde todo está en paz? ¿Vas a consolar a los tristes donde todos estarán gozosos por siempre? Dado que cesarán al mismo tiempo todas las miserias, cesarán también estas obras de misericordia.
28. 29. ¿Qué se hará, entonces, allí? ¿No dije ya que es más fácil decir lo que no habrá que lo que habrá? Lo que sé, hermanos, es que no vamos a dedicar el ocio a dormir, puesto que hasta el sueño se le ha dado al alma como refugio contra el desfallecimiento. En efecto, el cuerpo frágil no soportaría una atención que tuviese en acción perenne a los sentidos mortales si la misma fragilidad no se repusiese con el descanso de los sentidos para ponerlos de nuevo en acción; del mismo modo que de la muerte ha de salir la renovación futura, así ahora del sueño sale el mantenerse despiertos. Allí, por tanto, no existirá. Donde no hay muerte, no habrá tampoco la imagen de la muerte. Tampoco ha de entrarle a nadie el temor al aburrimiento cuando oiga decir que se estará siempre despierto y sin hacer nada. Puedo afirmar —aunque no pueda decir cómo, puesto que aún no puedo verlo—; sin pecar de temerario, porque me apoyo en las Escrituras, puedo decir en qué constituirá allí nuestra actividad. Toda nuestra actividad se reducirá al «Amén» y al «Aleluya». ¿Qué decís, hermanos? Veo que al oírlo os habéis llenado de gozo. Mas no volváis a entristeceros pensando carnalmente. Si, por casualidad, alguno de vosotros se pusiera en pie a decir diariamente «Amén» y «Aleluya», desfallecería de tedio, se quedaría dormido en medio de sus palabras y querría callar. Pero nadie ha de considerar despreciable o no apetecible aquella vida diciéndose a sí mismo: «Si siempre hemos de repetir "Amén" y "Aleluya", ¿quién aguantará?». Voy a deciros algo, si puedo y como pueda. «Amén» y «Aleluya» no lo diremos con sonidos pasajeros, sino con el afecto del alma. ¿Qué significa «Amén»? ¿Qué significa «Aleluya»? «Amén» equivale a «Es verdad»; «Aleluya», a «Alabad a Dios». Puesto que Dios es la verdad inmutable, sin mengua ni aumento, sin defecto ni progreso, sin propensión a ninguna falsedad, perpetua, estable, y siempre incorruptible, todo lo que realizamos, en nuestra condición de criaturas, en esta vida son como figuras de la realidad, significada por medio de los cuerpos, y en las cuales caminamos por la fe; mas, cuando veamos cara a cara lo que ahora vemos como en un espejo, en enigma102, entonces diremos con otro afecto muy distinto e inefable: «Es verdad»; y, al decir eso, estaremos diciendo «Amén», pero con una saciedad insaciable. Como nada faltará, habrá saciedad; mas como siempre deleitará aquello que no va a faltar, si se puede hablar así, habrá una saciedad insaciable. Por tanto, cuanto más insaciablemente saciado por la verdad te encuentres, tanto más dirás con insaciable verdad «Amén». ¿Quién puede decir ya cómo es aquello que ni el ojo ha visto, ni el oído ha oído, ni ha subido al corazón del hombre?103 Como veremos la verdad sin cansancio alguno y con deleite perpetuo, y contemplaremos igualmente con la más cierta evidencia, encendidos por el amor a la verdad y uniéndonos a ella mediante un dulce, casto y al mismo tiempo incorpóreo abrazo, con tal voz le alabaremos y le diremos también «Aleluya». Abrasados en amor mutuo y hacia Dios y exhortándose recíprocamente a tal alabanza, todos los ciudadanos de aquella ciudad dirán «Aleluya», porque dirán «Amén».
29. 30. Esta vida de los santos, de tal modo llenará y vigorizará inmortalmente también sus cuerpos transformados ya en celestiales y angélicos, que ninguna corrupción originada por la necesidad los aparte o desvíe de aquella felicísima contemplación y alabanza de la verdad. De esta manera, su alimento será la misma verdad y el reposo será como un recostarse a la mesa. Al decir el Señor que asistirán al festín recostados, según aquellas palabras: Muchos vendrán de oriente y de occidente, y se recostarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de mi Padre104, indicó que se alimentarán en pleno reposo del alimento de la verdad. Tal alimento restaura, pero no mengua; llena, pero permanece íntegro; te consuma, pero no se consume. Así es aquel alimento, distinto del de aquí, que mengua él para restaurar tus fuerzas y que se agota él mismo para que no se agote la vida de quien lo recibe. Aquel recostarse será el reposo sempiterno; las viandas, la verdad inmutable; el banquete, la vida eterna, es decir, el conocimiento mismo. En esto consiste —dice— la vida eterna, en que te conozcan a ti, el único Dios, y al que enviaste, Jesucristo105.
30. 31. Que aquella vida permanecerá en la contemplación permanente no solo inefable, sino también deleitosa de la verdad, lo atestiguan multitud de textos de la Escritura, que no puedo citar en su totalidad. A eso se refieren aquellas palabras: Quien me ama guarda mis mandamientos, y yo le amaré y me mostraré a él106. Como si alguien le hubiera preguntado qué fruto y qué recompensa obtendría por haber guardado sus mandamientos, dice: Me mostraré a él, cifrando la felicidad perfecta en conocerlo como es. Y también estas otras: Amadísimos, somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es107. Por eso dice también el apóstol Pablo: Entonces le veremos cara a cara108, que en otro lugar había dicho: Nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, como llevados por el Espíritu del Señor109. En los Salmos dice también: Vacad y ved que yo soy el Señor110. Le veremos plenamente cuando vaquemos plenamente. ¿Cuándo será eso sino cuando hayan pasado los tiempos fatigosos, los tiempos plenos de necesidades que nos atan ahora, mientras la tierra produce al hombre pecador espinas y abrojos para que coma su pan con el sudor de su rostro?111 Pasados, pues, totalmente los tiempos del hombre terreno y hecho realidad completa el día del hombre celeste, le veremos plenamente, porque vacaremos plenamente. Desaparecida la corrupción y la indigencia en la resurrección de los fieles, no habrá ya nada por lo que fatigarse. Como si se dijera: «Recostaos y comed», así se dijo: Vacad y ved. Vacaremos, pues, y veremos a Dios como es, y viéndole le alabaremos. Esta será la vida de los santos, ésta la actividad de los que reposan: la alabanza incesante. Nuestra alabanza no durará solo un día; mas como aquel día no tendrá término temporal, nuestra alabanza tampoco tendrá término, y así le alabaremos por los siglos de los siglos. Escucha también a la Escritura, que dice a Dios lo que nosotros deseamos: Dichosos los que habitan en tu casa; te alabarán por los siglos de los siglos112. Vueltos al Señor, supliquémosle por mí y por todo su pueblo santo que me acompaña en los atrios de su casa, y que se digne guardarla y protegerla por Jesucristo, su Hijo nuestro Señor, que vive y reina con él por los siglos de los siglos.