Pronunciado en la vigilia de Maximiano sobre un donatista que regresó a la Iglesia
Dad gracias a Dios, hermanos, y congratulaos por vuestro hermano, que había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado2. Dad gracias a la paciencia y misericordia del Señor nuestro Dios; a la paciencia, porque soportó mi tardanza, y a la misericordia, porque se dignó acogerme al volver. Esta es la viña en que no he trabajado, habiendo consumido mis fuerzas en otra. ¡Oh viña amada de mi Señor! No solo te has visto privada de mi trabajo, sino que has visto cómo servía a tu enemigo en contra tuya. Con gran fatiga esparcía cuando no recogía para ti3. Doy gracias a quien te plantó, el cual no se queda con el salario de los obreros, ni siquiera de los llamados a última hora. Llego tarde, pero no pierdo la esperanza de recibir el denario4. Antes fui blasfemo, te perseguí y te injurié, pero he conseguido misericordia, porque lo hice en la ignorancia5. Me había aferrado a las palabras de mis padres —pero solo los de mi carne—, no a las de los patriarcas, profetas y apóstoles. No he asentido a la carne y a la sangre6; pero, vencido, he asentido a la verdad y, retornado, he descansado en la verdad. ¿Acaso no leía las mismas Escrituras que leo ahora? Pero también aquel doctor de los gentiles7, el vaso de elección8, Saulo convertido en Pablo, soberbio convertido en el menor, depredador convertido en pastor, lobo convertido en carnero, hebreo hijo de hebreos, fariseo en cuanto a la ley9, instruido en la ley a los pies de Gamaliel10, y, con todo, ni conocía que estaba sentado en el cielo ni permitía que fuese adorado en la tierra el Cristo que leía en los profetas. Sin saberlo, cantaba con su boca la fe en su pasión y resurrección, y, lleno de furor, la devastaba en su error. De acuerdo con lo dicho por los profetas, entre los cuales había nacido y crecido, Cristo, resucitado ya de entre los muertos, estaba sentado en el cielo, pero él seguía aún cegado por la mentira de sus padres, según la cual los discípulos lo habían robado del sepulcro11. De la misma manera, las voces de las Sagradas Escrituras me golpeaban por doquier a propósito de la Iglesia católica difundida por todo el orbe, pero los falsos delitos que mis padres recriminaban a los traidores, me hacían sordo. No me comparo con Pablo en los méritos, sino en los pecados. Aunque no merecí ser tan bueno, si no fui tan malo se debió a la medicina de la corrección. Ni él reconocía al esposo en los libros que leía, ni yo a la esposa. Quien le reveló a él la glorificación de Cristo en lo que está escrito: Elévate sobre los cielos, ¡oh Dios!, me reveló a mí la extensión de la Iglesia en lo que sigue: Sobre toda la tierra se halla tu gloria12. Ambos testimonios son claros para quienes ven, pero están cerrados para los ciegos. A ellos les abrió los ojos el bautismo de Cristo13; a mí, la paz de Cristo. A Pablo le hizo nuevo el baño del agua santa, y el amor ha cubierto la muchedumbre de mis pecados14.