Homilía de san Agustín sobre el bien de la misericordia
1. Deseo dirigir a Vuestra Santidad una exhortación sobre el bien de la misericordia. Aunque con frecuencia he experimentado que estáis dispuestos para toda obra buena, no obstante, es preciso que os dirija un sermón esmerado sobre este tema. Voy a tratar sobre qué es la misericordia. No es sino una cierta miseria contraída en el corazón. La misericordia trae su nombre del dolor por un miserable: la palabra incluye otras dos: miseria y cor, miseria y corazón. Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón. Por tanto, hermanos míos, considerad que todas las obras buenas que realizamos en esta vida caen dentro de la misericordia. Por ejemplo: das pan a un hambriento: ofrécele tu misericordia de corazón, no con desprecio; no consideres a un hombre semejante a ti como a un perro. Por tanto, cuando haces una obra de misericordia, si das pan, compadécete de quien está hambriento; si le das de beber, compadécete de quien está sediento; si otorgas un vestido, compadécete del desnudo; si ofreces hospitalidad, compadécete del peregrino; si visitas a un enfermo, compadécete de él; si das sepultura a un difunto, lamenta que haya muerto; si pacificas a un contencioso, compadécete del que litiga. Si amamos a Dios y al prójimo, no hacemos nada de esto sin dolor del corazón. Estas son las buenas obras que confirman nuestro ser cristiano, pues dice el santo Apóstol: Mientras tengamos tiempo, hagamos el bien a todos2. Y ¿qué dice además, en el mismo lugar, sobre el obrar bien? Esto os digo: quien siembra escasamente, escasamente recogerá3. Mencionó la siembra, prometió la cosecha.
2. Mas, cuando siembras, es decir, al hacer las obras de misericordia, siembras entre lágrimas4, puesto que te compadeces de aquel a quien se las haces. Pero llegará el momento, después de nuestra muerte, en que ya no existirá esta siembra de la misericordia, puesto que en aquel reino ya no serán miserables quienes aquí sufrieron estrecheces a causa de Dios. En efecto, llegado el momento de la retribución, ¿a quién darás tu pan, si nadie estará hambriento? ¿A qué desnudo vestirás, sí todos están revestidos de inmortalidad? ¿A quién ofrecerás hospitalidad, si todos se encontrarán en su patria? ¿A qué enfermo visitarás, si la salud es eterna? ¿A qué muerto darás sepultura, si se vive por siempre? ¿A qué contenciosos pacificarás, si allí se dará aquella paz total que aquí se nos ha prometido? Allí, pues, no habrá cabida para tales obras ni para la misericordia. ¿Por qué? Porque ya llevas los manojos, no arrojas la semilla. Por tanto, no desfallezcamos mientras sembramos entre lágrimas, es decir, en medio de la fatiga y el dolor. No decaigáis en vuestras obras de misericordia, porque recibiréis la recompensa por vuestra siembra5. Se siembra durante el invierno no sin fatiga, pero ¿la dureza del invierno echó atrás alguna vez al campesino para que no arrojase a la tierra el fruto limpiado con tanto trabajo? Sale y arroja a la tierra lo que de la tierra había recogido, lo que sacado de la tierra estaba limpio; sale y lo arroja a la tierra sin pereza y tiritando de frío. ¿A qué se debe que no sintiera pereza a pesar del frío? La pereza la sacuden la fe y la esperanza. ¿Acaso ve la mies? Pero cree que brotará. ¿Acaso recoge ya el fruto? Pero espera recolectarlo, y esta fe y esta esperanza le animan para que, con gran sacrificio a causa del frío, arroje la semilla en la tierra y por don de Dios pueda recoger seguro frutos abundantes como resultado de su trabajo.