La paz y el amor
1. Las súplicas de vuestra santidad secunden la solicitud que tomo por vosotros, por nuestros enemigos y por los vuestros, por la salvación de todos, por el orden público, por la paz de todos, por la unidad que el Señor mandó y que el Señor ama, para que ella sea el tema de mi alocución a vosotros y motivo para gozar con vosotros. En efecto, puesto que siempre la amamos, debemos hablar siempre de la paz y del amor; mucho más, por tanto, en este momento en que está en peligro el amarla y mantenerla. La razón es que se hallan aquí aquellos a quienes no devolvemos mal por mal2 y con quienes —como está escrito— aunque odian la paz somos pacíficos3, y quienes sin motivo quieren derribarnos porque vamos a hablar con ellos. Los tales se hallan en peligro entre el amor de la paz y la confusión que les origina la vergüenza, y, al no querer ser vencidos, no actúan para quedar invictos. Si no quieren ser vencidos por la verdad, lo son por el error. ¡Oh, si los dominase el amor y no la animosidad! Su derrota sería su victoria. Nosotros amamos la Iglesia católica, permanecemos en ella y la defendemos; a sus enemigos los invitamos a hacer las paces y a reconciliarse con ella no fundándose en opiniones humanas, sino en testimonios divinos. ¿Qué he de hacer con quien grita en favor de una parte y lucha contra la totalidad? ¿No es un bien para él ser vencido, puesto que, si es vencido, tendrá la totalidad, mientras que, si vence él, se quedará en la parte? Mejor, si cree que vence, pues solo la verdad vence. La victoria de la verdad es el amor.
2. ¿Qué necesidad tengo, hermanos, de encareceros con muchas palabras, y palabras mías, a la Iglesia católica, que da fruto y crece en todo el orbe de la tierra? Tenemos las palabras del Señor en favor de ella y de nuestra posición. El Señor —está escrito— me dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo, y te daré los pueblos como herencia, y tu posesión llegará hasta los confines de la tierra»4. Entonces, hermanos, ¿por qué litigamos por la posesión en vez de leer las santas tablas? Supongan que nos hemos presentado ante el juez. El pleito versa sobre una posesión; un pleito que no lo origina el afán de litigar, sino el amor. Además, el que pleitea por una posesión terrena lo hace para excluir de ella a su adversario; nosotros para incluirlo. El que pleitea por una posesión terrena, cuando escucha que su adversario dice: «Quiero poseerla», le responde: «No te lo permito». Yo, en cambio, digo a mi hermano: «Quiero que la poseas conmigo»; él, litigando, responde: «No quiero». No temo, pues, que el Señor me desdeñe o reproche como a aquellos hermanos o aquel hermano que lo interpeló en público para decirle: Señor, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia5. Al instante, el Señor, que odiaba la división, lo corrigió, diciéndole: Dime, hombre, quién me ha constituido juez o repartidor de la herencia entre vosotros. Yo os digo: guardaos de toda avaricia6. No temo que se me corrija de esta manera. Pero interpelo a mi Señor; confieso que lo interpelo. Pero no le pido: Señor, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia, sino: «Señor, di a mi hermano que posea conmigo la unidad». Ved que leo las escrituras relativas a esta posesión; pero no para quedarme yo solo con ella, sino para convencer a mi hermano que no quiere poseerla conmigo. He aquí las escrituras, hermano: Pídemelo —dice— y te daré los pueblos como herencia, y tu posesión llegará hasta los confines de la tierra7. Esto se dijo a Cristo; por tanto, se nos ha dicho a nosotros, que somos miembros de Cristo. ¿Por qué corres en una facción? ¿Por qué te quedas en una parte? Mira, quédate con la totalidad de lo que aparece en las escrituras. Buscas saber entre qué posesión y cuál otra está la tuya igual que los propietarios buscan en sus escrituras con quiénes lindan por un lado u otro. Quien te dio todo no dejó nada que pueda lindar con lo tuyo.
3. Escucha otro testimonio de las escrituras santas. En la persona de Salomón se dice de Cristo el Señor: Dominará de mar a mar y desde el río hasta los confines del orbe de la tierra. Ante él se postrarán los etíopes y sus enemigos lamerán el suelo. Los reyes de Tarsis y las islas le traen regalos; los reyes de Arabia y de Saba le ofrecen dones. Y le adorarán todos los reyes de la tierra; todos los pueblos le servirán8. Cuando se anunciaba, se creía y se niega cuando se cumple. Posee, pues, conmigo la herencia de mar a mar y desde el río, es decir, desde el Jordán, donde comenzó el magisterio de Cristo, hasta los confines del orbe de la tierra. ¿Por qué no quieres? ¿Por qué eres enemigo de esta promesa y herencia que constituyen tus riquezas? ¿Por qué no quieres? ¿A causa de Donato? ¿A causa de Ceciliano? ¿Quiénes fueron Donato y Ceciliano? Ciertamente, hombres. Si fueron buenos, para su bien lo fueron, no para el mío, y, por tanto, si malos, para su mal, no para el mío. Tú acoge a Cristo y presta atención a su Apóstol en su celo por él: ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O acaso fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?9 Advierte qué le horrorizó tanto, que le obligó a decir tales palabras: Cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Es que está dividido Cristo? ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O acaso fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?10 Si nadie fue bautizado en el nombre de Pablo, mucho menos en el de Ceciliano, y mucho menos aún en el de Donato. Y, con todo, incluso después de estas palabras del Apóstol, después de la aparición de la Iglesia y su expansión por todo el orbe, se me dirá: «Yo no abandono a Donato, no abandono a no sé qué Gayo, Lucio, Parmeniano». Mil nombres, otras tantas rasgaduras. Yendo tras de un hombre, te verás privado de herencia tan grande, herencia de la que poco ha escuchaste: De mar a mar y desde el río hasta los confines del orbe de la tierra11. ¿Por qué no te quedas con ella? Porque amas a un hombre. ¿Qué es un hombre sino un animal racional hecho de tierra?12 Por eso eres enemigo de la herencia: porque lames la tierra. Desdeña eso; deja de lamer la tierra, para poner tu esperanza en quien hizo el cielo y la tierra. Esta es nuestra esperanza, éstos nuestros testimonios: El Señor de los dioses ha hablado, y ha llamado a la tierra desde la salida del sol hasta su ocaso13. No te quedes en la tierra; antes bien, dirígete adonde ha sido llamada la tierra.
4. ¿Quién puede traer aquí todos los testimonios sobre esta posesión que se hallan en las Escrituras santas? ¿Por qué, pues, no se convierten a la Iglesia sino porque son de la Iglesia misma estas palabras: Vuélvanse hacia mí quienes te temen; reconozcan tus testimonios?14 La Iglesia ha visto realizado lo que ella dijo en el salmo. Lo acabáis de oír; las palabras recientes están aún en vuestros oídos y en vuestros corazones: Vi el fin de la consumación total. ¿Qué significa: Vi el fin de la consumación total? Consumación —entendida como perfección y no como consumición— y fin —entendido como perfección, no como abolición—. Vi el fin de la consumación total: tu mandamiento es muy espacioso. Vi el fin de la consumación total15. ¿De qué fin se trata? Tu mandamiento es muy espacioso. Decid vosotros conmigo: El fin del precepto es... Todos habéis dicho lo que no sin fruto habéis oído siempre. El fin del precepto es el amor que surge de un corazón puro16. Fin que indica perfección, no consunción. Este fin es espacioso, puesto que se identifica con el mandamiento de Dios, al que se dice: Tu mandamiento es muy espacioso. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros17. Considera la anchura de este mandamiento. ¿Dónde está su anchura? ¿Acaso en la carne? Más bien en el corazón. En efecto, si fuese espacioso también en la carne, vosotros, oyentes atentos, no sufriríais estrecheces. Su anchura está en el corazón. Mira dónde es espacioso, si tienes con qué ver, y a partir de ahí escucha al Apóstol, que te indica cuán espacioso es el mandamiento del amor: Pues el amor de Dios se ha difundido en vuestros corazones18. No dijo que hubiera sido incluido, sino difundido. La palabra «incluir» suena como a cosa estrecha, mientras que «difundir» hace pensar en amplitud de espacio. Así, pues, tu mandamiento es muy espacioso. Señor Dios nuestro, da tu aprobación a la invitación que hemos dirigido a nuestros hermanos en atención a esa amplitud. ¿Queréis ser obispos? Sedlo con nosotros. ¿Que no quiere el pueblo dos obispos? Sed hermanos con nosotros en la herencia. No pongamos impedimentos a la paz de Cristo con nuestros honores. ¿Qué honor vamos a recibir en la paz celeste si defendemos ahora nuestro honor con altercados terrenos? Desaparezca la pared del error y estemos juntos. Reconóceme como hermano; así te reconozco yo, pero exceptuado el cisma, el error, la disensión. Corrige eso y eres mi hermano. ¿O acaso no quieres serlo? Si te corriges, yo quiero ser tu hermano. Así, pues, quitado de en medio el error cual muro de contradicción y división, sé tú mi hermano, y séalo yo tuyo, para serlo ambos de aquel que es Señor mío y tuyo.
5. Decimos esto por amor a la paz, no porque desconfiemos de estar en la verdad. Esto, en efecto, es lo que hemos puesto por escrito, y vosotros lo leísteis cuando se os presentó; no rehuimos el debate; al contrario, insistimos en que tenga lugar, para así compartir con él la herencia, una vez que le haya mostrado la posesión. Venga, pues, sin temor; venga confiado, venga instruido; no quiero prejuzgar nada con la sola autoridad. Dirijamos la mirada a quien no puede equivocarse; indíquenos él cuál es la Iglesia. Habéis escuchado sus testimonios. Las debilidades humanas no contaminan a la que no redime la justicia humana. Y, con todo, a pesar de ser una la causa de la Iglesia y otra la de los hombres y absolutamente distintas, tampoco tememos examinar la causa de los hombres, a los que ellos acusaron sin poder dejarlos convictos. Sabemos quiénes fueron declarados inocentes; lo hemos leído. Supongamos que no hubiesen sido declarados inocentes. Yo nunca constituiría la Iglesia sobre su causa, ni edificaría sobre arena, ni me apartaría de la piedra, puesto que —dice— sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no la vencerán19. La piedra era Cristo20. ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros?21 Retened y amad todas estas cosas; decidlas fraterna y pacíficamente.
6. Que ninguno de vosotros, hermanos míos, se presente en el lugar de la conferencia. Más aún, si es posible, evitad hasta pasar por aquel lugar, no sea que tal vez alguien encuentre una forma de dar entrada a disputas y litigios, o se ofrezca alguna ocasión y la encuentren quienes la buscan, sobre todo porque quienes temen poco a Dios o valoran en poco nuestra advertencia, aunque solo sea por amor a la vida presente deben temer, al menos, la severidad del poder secular. Habéis leído el edicto dado por el ilustre varón, no pensando en vosotros, que teméis a Dios y no echáis en saco roto las advertencias de vuestros obispos, sino para la circunstancia de que alguno no haga caso de ello o hasta lo desprecie. Estén atentos, pues, quienes son así, no sea que les acontezca lo que dijo el Apóstol: Pues quien opone resistencia a la autoridad, opone resistencia a lo establecido por Dios. Los príncipes no causan temor a quien obra bien, sino a quien obra mal22. Evitemos toda sedición y toda ocasión de ella. Quizá digáis: «Tenemos bien grabado en la mente lo que hemos de hacer». Tengo algo que ordenaros: la función fecunda de la piedad. Nosotros debatimos en vuestro nombre; vosotros orad por nosotros. Como ya os he exhortado antes, ayudad también con el ayuno y la limosna vuestras oraciones. Prestadles esas alas con las que puedan volar hacia Dios. Aplicados a esa actividad, quizá nos seáis vosotros más útiles a nosotros que nosotros a vosotros. Ninguno de nosotros presume de sí mismo en este debate; toda nuestra esperanza está en Dios. Pues no somos mejores que el Apóstol, que dice: «Orad por nosotros». Orad —dice— por mí para que se me otorgue la palabra23. Así, pues, rogáis por nosotros a aquel en quien hemos puesto nuestra esperanza para que nuestro debate sea motivo de gozo para vosotros. Retened todo esto, hermanos; os lo ruego por el nombre del mismo Señor, por el autor, el maestro y el plantador de la paz; os ruego que le dirijáis vuestras oraciones y súplicas en paz y que os acordéis de que sois hijos de aquel de quien se dijo: Dichosos los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios24.