Sermón de san Agustín, obispo, sobre el bien de las nupcias
1. En las Santas Escrituras que hace un momento han sido recitadas, las lecturas del Señor, el discurso divino y la autoridad celeste exhortan al género humano a recordar su mortalidad, porque ha de venir el fin, ya que, aun si el fin del género humano mismo quizá está longincuo, todo hombre, esto es, cada uno de los hombres, tiene próximo el fin. A esto, pues, como había comenzado yo a decir, parece exhortar el discurso divino: a que recordemos nuestra mortalidad, porque ha de venir el fin. Por otra parte, medite en la vida donde no hay final alguno: merecerá alcanzar vida inmortal quien recuerda que él es mortal.
2. Habéis oído que para poner a prueba al Señor unos fariseos le han interrogado si es lícito repudiar por cualquier causa a la esposa2. Él, por ser la Verdad, responde lo verdadero, pues al ponerlo a prueba no hicieron mentiroso al Señor; así, fiel e infiel aprenden lo verdadero y, para que sea instruido el adorador de Dios, oye lo verdadero el que pone a prueba. He dicho esto, para que los hombres no supongan que, porque aquellos interrogaban no sinceramente sino que mediante la cuestión ponían a prueba, el Señor Dios ha dicho algo otramente que como es la cosa. Nada, pues, nos interesa, la calidad de los interrogadores, sino qué ha dicho él; no la calidad del hombre que percute la roca, sino la del agua que mana3. En la respuesta del Señor tienen, pues, los casados algo que aprender; también [lo] tienen quienes aún no están casados, o quienes por un buen designio han despreciado el matrimonio. También el tiempo, por ser, como se supone, el último, aconseja hablar algo conforme a estas palabras del Señor.
3. Ahora mismo nos incumbe más, con mayor cuidado, más amplia solicitud y piedad más fértil, lo que dice el Apóstol: Por lo demás, hermanos, el tiempo es breve. Queda que quienes tienen esposas estén como si no las tuviesen, y lo demás, y quienes compran, como si no comprasen, quienes gozan, como si no gozasen, y quienes usan este mundo, como si no fuesen usuarios, pues pasa la figura de este mundo. Quiero que estéis sin solicitud4. Después añade: Quien está sin esposa piensa en lo que es de Dios, cómo plazca a Dios; quien, en cambio, está atado por el matrimonio piensa en lo que es del mundo, cómo plazca a la esposa5. ¡Gran distancia: pensar en lo que es de Dios y pensar en lo que es del mundo! No puede suceder que la comparación una lo que así divide la cogitación. Pero algún casado se ha encendido en prometer continencia: mire a su adlátere, vea si éste [lo] sigue y, si lo sigue, guíelo; si no lo sigue, no lo repudie6. Quizá él puede y ella no puede, o puede ella y él no puede: entiendan que son única carne. Habéis oído no a algún hombre sino al mismo Señor de los hombres dar preceptos a cristianos, al responder a judíos: ¿No habéis leído, pregunta, que desde el principio Dios hizo macho y hembra?7 Y afirma: Por eso dejará el hombre padre y madre y se adherirá a su esposa y serán dos en carne única. Por tanto, no ya dos sino carne única. El hombre, pues, asevera, no separe lo que Dios ha unido8.
4. Inverecundo parece tratar más diligentemente algo sobre esto. Mas no hemos de tenernos por sanos hasta el punto de no compadecer a los enfermos, pues ¿qué somos en comparación con la santidad del apóstol Pablo? Y empero con humildad piadosa, con salubre discurso, la medicina divina ha entrado a las alcobas humanas. Y tanta santidad se ha acercado a los lechos de los casados, los ha mirado yacentes, no se ha quitado el vestido de santidad y, sin embargo, ha dado un consejo de debilidad: A la esposa, afirma, pague el marido el débito. Es débito: páguelo. Símilmente también la esposa al marido. La esposa no tiene potestad de su cuerpo, sino el marido9. Esto no es extraño, pues la mujer está sometida al marido y en el marido está el arbitrio, en la mujer la deferencia. Sin embargo, en esta causa por la que se mezclan uno y otro sexo, si bien en otras [causas] la mujer debe ser sierva del marido, en esta causa, digo, la condición es igual. Poco era, pues, que el Apóstol dijese La mujer no tiene potestad de su cuerpo, sino el marido; honestamente ha designado el sexo con el nombre de cuerpo, para evitar la obscenidad. Ha dado a entender lo que ha dicho: No tiene potestad de su cuerpo la mujer, sino el marido. Símilmente el marido no tiene potestad de su cuerpo, sino la mujer10. En este asunto, la esposa separa el sexo. Es ajeno: se debe a la fémina.
5. Por eso el marido no puede tener tal arbitrio que diga: «Yo puedo contenerme. Si puedes, hazlo conmigo; si no puedes, en modo alguno me lo impedirás; yo hago lo que puedo». ¿Qué, pues? ¿Quieres, oh marido, que perezca tu adlátere? Pues si la carne más débil no puede contenerse, fornicará la voluntad más lánguida, por fornicar será condenada. ¡Ni hablar de que su pena sea tu corona! «Te engañas, no será, no será así. No habrá lugar a decirme tú que por fornicar será condenada; mejor ella sola que juntos». Si esto dices, te engañas, pues no se condena el matrimonio, no se condena lo que Dios ha unido, sólo que no lo separe el hombre11. Tú eres hombre; cogiendo violentamente la continencia sin consenso de tu cónyuge, como hombre quieres separar lo que Dios se ha dignado juntar. «Pero Dios —afirma— separa porque lo hago por Dios». Llanamente, si en alguna parte lees que Dios haya dicho «Si te mezclas con tu esposa, te condenaré», haz lo que quieres, para no ser condenado juntamente. Mas, como oigas al apóstol de Cristo decir La esposa no tiene potestad de su cuerpo, sino el marido. Símilmente, tampoco el marido tiene potestad de su cuerpo, sino la mujer. No os defraudéis recíprocamente12 —Defraudéis, ha dicho: negando el débito, no haciendo adulterio; hablaba, en efecto, de pagar débitos y constreñía a pagar las copulaciones recíprocamente debidas. En efecto, no habría permitido adulterios en las palabras siguientes, donde, como hubiese dicho no os defraudéis recíprocamente, dijo además: sino por consenso, por un tiempo13. ¿Por consenso, pues, han de hacerse adulterios?—, si supones que lo que está dicho, No os defraudéis recíprocamente, tiene que ver con adulterios, ¿qué significa: sino por consenso?
6. ¡Ni hablar de que por consenso marido y esposa se permitan que se cometan adulterios! Las matronas púdicas y pacientes suelen soportarlos. Tolerar a marido tal incumbe a la castimonia femenina. Mas no por eso esté seguro el marido; más bien, cuide de no tener que ser después condenado ese de quien ahora se dice que ha de ser tolerado. Mas el discurso apostólico es cosa abierta y no exige exposición, porque ha dicho no os defraudéis recíprocamente —para que no nieguen recíprocamente los débitos conyugales—, sino por consenso suyo, por un tiempo, para quedaros libres —dice— para la oración14. Veis, pues, que el Apóstol preceptúa cierta continencia, mejor dicho, tregua de continencia, para excitar y ofrecer oraciones, y con la solicitud con que tanta sanidad no ha desdeñado acercarse a los lechos de los enfermos: Y de nuevo estad a esto mismo15.
7. Tras haber guardado continencia por un tiempo, para quedaros libres para la oración, de nuevo estad a esto mismo16. ¿Esto mandas, Apóstol? «Esto» —dice—. Y ¿dónde queda el pudor, dónde la verecundia de tanta santidad? «Pero yo —dice— conozco el peligro de la debilidad». Finalmente no calló la causa de su consejo. «¿Quieres oír —pregunta— por qué he dicho: De nuevo estad a lo mismo? Para que no os tiente Satanás mediante vuestra intemperancia»17. Después, para que no parezca que, en vez de haber permitido, ha preceptuado —pues una cosa es lo que se permite a la debilidad, otra lo que se preceptúa a la fe—, sigue: Lo digo empero —afirma— según venia. «Según venia, no según imperio, digo lo que digo: De nuevo estad a esto mismo18. No mando esto a la castidad, sino que lo permito a la debilidad. No es laudable, sino venial: según venia. Porque querría que todos fuesen como yo mismo, pero cada uno tiene de Dios un don propio, uno así, otro, en cambio, así»19. Por eso también el Señor dice: Quien puede captar, capte20.
8. Aquí alguien diría quizá: «Si el apóstol ha concedido esto según venia21 y ha cedido a la debilidad de los hombres, las nupcias son pecado, pues ¿a qué se concede venia sino al pecado?». Claramente es pecado, me atrevo a decir, lo que a la debilidad ha concedido el Apóstol según venia, pero no está ahí el bien de las nupcias. Discernid, por tanto, hermanos, y con vuestra atención ayudadme a mí, ocupado en un pasaje dificilísimo22, y que trabajo por vosotros ante el Señor. Concede venia a tal hecho; sí, atiende al concúbito de casados, no de adúlteros, y dice empero: según venia, no según imperio23. «Dispenso, no impero». Podría decir el casado: «¡Oh Apóstol!, si dispensas, peco. No quiero, pues, que un defensor del bien nupcial me aduzca este raciocinio: "Buenas son las nupcias, para que no haya adulterios". Quiero que sean un bien, no un mal pequeño. En efecto, quien dice: "Debe haber nupcias, para que no haya adulterios, pues se toleran las nupcias y se concede venia a las nupcias", dos males dice, no un bien y un mal sino dos males, uno pequeño y otro grande».
9. Mas el Apóstol reprendía no el bien de las nupcias sino el mal de la incontinencia, esto es, usar de la esposa más allá de la necesidad de procrear hijos. En efecto, [sobre] por qué tomas esposa lee no mis disquisiciones sino tus tablas. Lee, atiende y, si haces algo de más, ruborízate. Lee, también yo oiré: me es necesario por ti. Ciertamente lees así: «Para procrear hijos». Luego, si hay algo más, procede del Malo24. Ve, inspecciona, examínate. Si no haces nada más de lo que ha de hacerse «para procrear hijos», no tienes algo que te perdone el Apóstol. Si, en cambio, haces algo más, malo es lo que haces, pecado es lo que haces. ¿Mas quieres empero conocer cuál es el bien de las nupcias? Gracias al bien nupcial es venial el mal de la incontinencia. Se ha conmovido la concupiscencia: has sido vencido, has sido atraído, mas no has sido arrastrado por la esposa. Superado por la incontinencia, soportarías castigos, si por ti no intercediesen las nupcias. Si, pues, estás casado y quieres que no haya algo que el Apóstol te conceda por venia, no excedas los límites de tus tablas.
10. Pero aún no has sido vencido: tampoco lo busques, pues quien puede usar de la esposa sólo «para procrear hijos» puede también no usar. Es vencedor de la libido, domina los movimientos de la carne, sujeta fuertemente las riendas de la temperancia, a donde quiere envía este movimiento como a un caballo, no pierde el derecho de sujetar. Por tanto, cual estás —ni has sido aún vencido ni estás aún ligado—, exento de esposa, no busques esposa25, ya que, si a los casados se dice: El tiempo es breve, resta que incluso quienes tienen esposas sean como si no las tuviesen26, ¿por qué quieres tenerla cuando, salva la continencia, podrías no tenerla?
11. En verdad, ¿por qué aún ha de propagarse para Dios el pueblo mediante el que venga el Mesías, salud de las gentes? En efecto, cuando se propagaba ese pueblo, este oficio de piedad forzaba a tomar esposas a quienes también podían contenerse. Por oficio de piedad engendraron hijos los santos padres, por oficio de piedad parieron hijos las santas madres; también podían contenerse. Sirvieron a propagar el pueblo: fue oficio. Ahora también es ya patente por doquier una muchedumbre cuyos miembros sean amados como hijos espirituales, y a partir de la cual se le haga a Cristo un pueblo santo mediante la adopción de la inmortalidad para la herencia celeste27. Entonces, pues, fue tiempo de abrazar, ahora es tiempo de contenerse del abrazo28. Un profeta [lo] dice, oigamos: Para toda cosa hay tiempo; tiempo de abrazar, tiempo de contenerse del abrazo. Tiempo de abrazar: el tiempo profético; tiempo de contenerse del abrazo: el tiempo evangélico. Tiempo de tirar piedras, tiempo de recogerlas29. Tiempo de tirar piedras era el de propagarse los hombres, pues Dios es potente para de estas piedras suscitar hijos a Abrahán30. ¿Por qué se tiran todavía? Las que fueron tiradas sean ya recogidas. Está dicho que se tiraban piedras: Maldito quien a Israel no suscite semilla. Se dice que se recojan las piedras: El tiempo es breve, resta que incluso quienes tienen esposas sean como si no las tuviesen31. Ahora, quien puede captar, capte32. Entonces, incluso quien podía captar no asumía el oficio de la continencia; sin embargo, había fortaleza en el hombre. Así, por Dios tenían esposas, salvo que quizá supongamos que, si se le hubiera dicho a Abrahán que se contuviera, podría trepidar [su] piadosa fortaleza, tan grande que, tras ordenárselo el Señor, pudo ofrecer incluso el heredero en persona, para matar[lo], a ese de quien lo había recibido para educarlo. Otro, pues, fue el tiempo de ellos.
12. A partir de ahí, pues, nadie prescriba, nadie estime que se le ha impuesto la necesidad de esta cosa. Quien puede captar, capte33. «Pero no puedo» —dice—. ¿No puedes? «No puedo». Te ha acogido cierta autoridad pedagógica del Apóstol: Si no se contienen, cásense34. Hágase algo de donde se llegue a la venia. Pertenezca a la venia para no precipitarse a la pena eterna. Hágase lo que es lícito, para que se perdone lo que no es lícito. Lo que sigue indica esto: Preferiría que se casen a que ardan35. «He concedido, afirma, algo a la incontinencia, porque he temido algo mayor: he temido las penas eternas, he temido lo que aguarda a los adúlteros y a ellos está reservado». También esto de que los casados, vencidos por la concupiscencia, usan recíprocamente más allá de la necesidad de procrear hijos pónganlo entre las cosas de las que a diario se dice: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores36. Quienes, en cambio, pueden captar, capten y oren para poder. La fe impetra también la continencia: Como supiese yo, dice la santa Escritura, como supiese que nadie puede ser continente, si Dios no [lo] da, aun esto mismo era de sabiduría, saber de quién es este don37. Cuando temes la continencia como una pena, no pulsas a la puerta de la gracia. No la consideres pena. Cuando puedas, no será molesto. [La] dará aquel cuyos dones han de impetrarse. Pulsa: recibirás; pide, busca: encontrarás38. Siempre mana la fuente, no sea pigre la fe. Y empero quien puede captar, capte; quien no puede, si no se contiene, cásese.
13. Amaos recíprocamente. Puede [contenerse] el marido, no puede la mujer: no exiges el débito, págalo. Y al pagarlo tú que ya no lo exiges, si no lo exiges haces misericordia. Oso decir absolutamente: es misericordia, ya que, si no lo pagases, la esposa, vencida por la concupiscencia, o si tú, mujer, no lo pagaras, el marido, vencido por la concupiscencia, ha de ser adúltero. No quiero que te honres más, de forma que quieras que él sea condenado. ¿Qué, si ya no exiges sino que sólo pagas? Se imputa a continencia, pues no se exige por libido, sino que se paga por misericordia. Directamente di a tu Dios: «Señor, tú sabes lo que me has dado; mas también oigo lo que has avisado: que tú me has hecho a mí y al cónyuge, y no has querido que ninguno perezca». Vueltos al Señor.