Sobre el amor y sobre Dios como único objeto del amor
1. No ignoro que vuestros corazones se alimentan a diario con las exhortaciones de las lecturas divinas y con el alimento de la palabra de Dios. Mas, en atención al deseo de amor con el que nos inflamamos mutuamente, voy a decir algo a Vuestra Caridad. ¿De qué puedo hablaros sino del amor? Es tal el amor, que, si alguien quiere hablar de él, no ha de buscar una lectura adecuada para ello, pues cualquier página, ábrase donde se abra, no dice otra cosa. Testigo de ello es el mismo Señor y el mismo Evangelio nos lo muestra; pues, cuando le preguntaron cuáles eran los mandamientos mayores de la ley, respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo2. Y para que no buscases otra cosa en las Sagradas Páginas, añadió y dijo: De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas3. Si toda la ley y los profetas penden de estos dos mandamientos, ¡cuánto más el Evangelio! El amor, en efecto, renueva al hombre, pues como la apetencia malsana hace al hombre viejo, así el amor lo hace nuevo. Por eso, alguien, gimiendo en medio del combate con la apetencia malsana, dice: Envejecí en medio de todos mis enemigos4. Que el amor pertenece al hombre nuevo, lo indica el Señor de la siguiente manera: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros5. Así, pues, si la ley y los profetas —en los que parece que se nos recomienda el Antiguo Testamento— penden del amor ¡cuánto más pertenece al amor el Evangelio —llamado clarísimamente Testamento Nuevo—, siendo así que el Señor no presentó como mandamiento suyo otro que el amor mutuo! No sólo llamó nuevo al mandamiento mismo, sino que también vino para renovarnos a nosotros, nos hizo hombres nuevos y nos prometió una herencia nueva y además eterna.
2. Si tal vez os preguntáis cómo a la ley se la llama Antiguo Testamento y, no obstante, pende del amor, siendo así que el amor renueva al hombre y pertenece al hombre nuevo, he aquí el motivo. Allí se anuncia como Testamento Antiguo porque la promesa es terrena, y el Señor promete a quienes lo adoran el reino terreno. Pero también entonces hubo amadores de Dios que le amaron gratuitamente y purificaron sus corazones suspirando castamente por él. Ellos, retirado el velo que cubría las antiguas promesas, llegaron a percibir la prefiguración del futuro Nuevo Testamento y comprendieron que todos aquellos preceptos o promesas del Antiguo, correspondientes al hombre viejo, eran figuras del Nuevo, que el Señor iba a hacer realidad en el tiempo final. Con toda claridad lo dice el Apóstol: Todo esto les acontecía en figura; mas fueron escritas en atención a nosotros, en quienes se ha hecho presente el tiempo final6. Así, pues, de un modo oculto se anunciaba de antemano el Nuevo Testamento precisamente por medio de aquellas figuras antiguas. Mas, con la llegada del tiempo del Nuevo Testamento, este comenzó a anunciarse abiertamente, y aquellas figuras, a ser narradas y explicadas de forma que se percibiese lo nuevo allí donde estaba prometido lo viejo. Moisés anunciaba el Antiguo Testamento, pero quien anunciaba el Viejo advertía en él al Nuevo; al pueblo carnal le anunciaba el Viejo, pero él, espiritual, advertía allí el Nuevo. Los apóstoles, en cambio, eran anunciadores y ministros del Nuevo; no porque no estuviera ya en el Antiguo lo que después se manifestaría a través de los apóstoles. El amor está tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; pero en el primero el amor está más oculto y el temor más a la vista; en el Nuevo, en cambio, es más manifiesto el amor, y el temor menor. Pues cuanto más crece el amor, tanto más disminuye el temor. Al crecer el amor, el alma adquiere seguridad, y cuando la seguridad es total, el temor es nulo, según las palabras del apóstol Juan: El amor perfecto expulsa el temor7.
3. Como dije, en cualquier página del Señor que se lea no encontramos sino una invitación al amor. Mas para hablar a Vuestra Santidad acerca del amor me ha proporcionado la ocasión el presente salmo8. Ved si las palabras divinas hacen otra cosa que exhortarnos al amor; ved si obran otra cosa que no sean estas: inflamarnos, encendernos, que deseemos, que gimamos, que suspiremos hasta que lleguemos. Los hombres que se fatigan en la tierra y se hallan en medio de fatigas y las mayores tentaciones consideran con frecuencia con su corazón mortal y con su débil pensamiento cómo aquí, temporalmente, suelen prevalecer los malos, soberbios por su felicidad pasajera. Este pensamiento suele representar una tentación para los siervos de Dios que se preguntan si tiene sentido tributar culto a Dios, cuando advierten que les falta aquello en que ven que abundan los impíos. Ante esta realidad, previendo el Espíritu Santo esta tentación nuestra cambió nuestro amor. El objetivo era evitar la impresión de que cuanto más felices vemos que son, según el mundo, esos hombres impíos y criminales, tanto más han de ser imitados en el amor de aquellas cosas con cuya abundancia se hinchan. Por eso, dijo a esos hombres: No sientas envidia de los malvados —así comienza el salmo— ni te celes de los que obran la iniquidad, porque se secarán rápidamente como el heno y, como las hierbas del campo, caerán al instante9. ¿Acaso no florece nunca el heno? Sí, pero por poco tiempo; pronto se secará su flor; que florezca lo causa el aire frío. La venida de nuestro Señor Jesucristo será como el aire caliente del año; el tiempo presente es como la época fría del año; pero guardémonos de que la época fría enfríe nuestro amor. Nuestro honor aún no ha aparecido; hay frío en la superficie, haya calor en la raíz. Los árboles en el verano están frondosos; son hermosos y fecundos los que en el invierno parecían secos. ¿Acaso existía en el invierno todo lo que ves en el verano en las ramas? Existía, pero oculto en la raíz. Así, pues, el honor que se nos ha prometido aún no existe; llegue nuestro verano; aún no ha llegado, está escondido. Más acertado es decir que no se manifiesta que afirmar que no existe, pues dice el Apóstol con toda claridad: Estáis muertos10. Hablaba como a árboles en el invierno. Mas para que advirtáis que, aunque en la superficie parecían muertos, en el interior vivían, añadió inmediatamente: Pero vuestra vida está escondida con Cristo en Dios11. Aunque damos la impresión de habitar en esta tierra, considerad dónde hemos fijado nuestra raíz. La raíz de nuestro amor está con Cristo, está en Dios; allí se encuentra la opulencia de nuestro honor, pero aún no se manifiesta ahora.
4. Pero ¿qué dice a continuación? Cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, entonces también vosotros apareceréis con él en la gloria12. Ahora es el tiempo de gemir, entonces lo será de alegrarse; ahora de desear, luego de abrazar; lo que ahora deseamos no está a la mano; pero no desfallezca nuestro deseo; el largo desear nos debe ejercitar, puesto que no nos defrauda quien hizo la promesa. No decimos, hermanos, que nadie se enfríe, sino que ni siquiera se vuelva tibio. Ni aun en el caso de que los amantes del mundo se burlen de los que sirven a Dios: «Ved lo que tenemos y de lo que disfrutamos; ¿dónde está vuestra felicidad?». Vosotros no tenéis nada visible, pero tenéis en qué creer; ellos no creen en lo que no se les muestra; alegraos porque tenéis fe, pues gozaréis más cuando veáis. Y si gemís porque no podéis mostrarlo ahora, los gemidos de vuestro dolor os serán provechosos para la salvación, pero también para la gloria sempiterna. Nada grande tienen que puedan mostrarnos. Ellos son felices ahora, nosotros lo seremos en el futuro, pero estamos más acertados al decir que la suya ni es presente ni será futura, puesto que quienes aman la falsa felicidad presente no llegarán a la futura verdadera. Si, por el contrario, se despreocupan de la falsa felicidad presente, sabrán qué hacer con lo que tienen y qué comprar con ello. Escuchen el consejo que el bienaventurado Apóstol manda a Timoteo que transmita a los ricos. Dice, pues: Manda a los ricos de este mundo que no se comporten orgullosamente, ni pongan su esperanza en riquezas inseguras, sino en el Dios vivo, que nos da todo con abundancia para disfrutarlo. Sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan; atesórense un buen fundamento para el futuro, a fin de alcanzar la vida verdadera13. Por tanto, hermanos, si el Apóstol desvió de la tierra la atención y dirigió al cielo la mirada de quienes creían ser felices en los asuntos terrenos, no queriendo que gozasen de los bienes presentes, sino que esperasen los futuros, ¡cuánto más debe tener su corazón tendido hacía el futuro quien en esta tierra optó por no tener nada! No tener nada superfluo, nada que sea una carga, nada que ate, nada que suponga un impedimento. En efecto, también en el tiempo presente se hace plena realidad en los siervos de Dios aquello: Como quien no tiene nada y todo lo posee14. No tengas nada a lo que puedas llamar tuyo, y todo será tuyo; si te adhieres a una parte, pierdes la totalidad, pues lo suficiente es lo mismo, venga de la riqueza o de la pobreza.