SERMÓN 3501

Traducción: Pío de Luis

El amor

1. Quien tiene su corazón lleno de amor, hermanos míos, comprende sin error y mantiene sin esfuerzo la variada, abundante y vastísima doctrina de las divinas Escrituras, según las palabras del Apóstol: La plenitud de la ley es el amor2; y en otro lugar: El fin del precepto es el amor que surge de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida3. ¿Cuál es el fin del precepto sino el cumplimiento del mismo? ¿Y qué es el cumplimiento del precepto sino la plenitud de la ley? Lo que dijo en un texto: La plenitud de la ley es el amor, es lo mismo que dijo en el otro: El fin del precepto es el amor. No puede dudarse en modo alguno de que el hombre en el que habita el amor sea templo de Dios, pues dice también Juan: Dios es amor4. Al decirnos esto los apóstoles y confiarnos la excelencia del amor, están indicando que no comieron otra cosa sino lo que manifiestan esos eructos. El mismo Señor que los alimentó con la palabra de la verdad y del amor que es el mismo pan vivo que ha bajado del cielo5, dijo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Y también: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis los unos a los otros6. El que vino a dar muerte a la corrupción de la carne a través de la ignominia de la cruz y a desatar con la novedad de su muerte la cadena vetusta de la nuestra, creó un hombre nuevo con el mandamiento nuevo. Que el hombre muriera era, efectivamente, algo muy antiguo; para que no siempre prevaleciera en el hombre, aconteció algo nuevo: que Dios muriera. Mas como murió en la carne, pero no en la divinidad, mediante la vida sempiterna de su divinidad no permitió que fuese eterna la perdición de la carne. Y así —como dice el Apóstol— murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación7. Por tanto, quien adujo la novedad de la vida contra la vetustez de la muerte, él mismo opone al pecado viejo el mandamiento nuevo. En consecuencia, quienquiera que seas tú que quieres extinguir el viejo pecado, apaga con el mandamiento nuevo cualquier apetencia malsana y abrázate al amor. Como la apetencia malsana es la raíz de todos los males8, así también el amor es la raíz de todos los bienes.

2. El amor por el que amamos a Dios y al prójimo posee con seguridad toda la magnitud y latitud de las palabras divinas. El único maestro, el celestial, nos enseña y dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas9. Si, pues, no dispones de tiempo para escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, aferra el amor, del que pende todo; así mantendrás lo que allí aprendiste e incluso lo que aún no has aprendido. En efecto, si conoces el amor, conoces algo de lo que pende también lo que tal vez no conoces; en lo que comprendes de las Escrituras se descubre evidente el amor, en lo que no entiendes se oculta. Quien tiene el amor en sus costumbres, posee, pues, tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la palabra divina.

3. Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vínculo de las mentes, sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor otorga resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; segurísimo en la tentación, amplísimo en la hospitalidad; sumamente alegre entre los verdaderos hermanos, sumamente paciente entre los falsos. Agradecido en Abel por su sacrificio, seguro en Noé por el diluvio, lleno de fidelidad en las peregrinaciones de Abrahán, suavísimo en medio de injurias en Moisés, mansísimo ante las tribulaciones en David. En los tres muchachos espera con inocencia las blandas llamas, en los Macabeos tolera con fortaleza los fuegos atroces; es casto en Susana con marido, en Ana muerto su marido, en María sin marido. Es libre en Pablo para argüir, humilde en Pedro para obedecer; humano en los cristianos para confesarle, divino en Cristo para perdonar. Pero ¿puedo yo decir algo mejor y más abundante a propósito del amor que las alabanzas que le prodiga el Señor por boca del Apóstol? Muestra un camino superexcelente y dice: Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como un bronce que suena o un címbalo que retiñe; y aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda ciencia, y aunque tenga tanta fe que hasta traslade los montes, si no tengo amor, nada soy. Y aunque entregue todos mis bienes y distribuya todo lo que tengo a los pobres, y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, de nada me sirve. El amor es magnánimo, el amor es benigno; el amor no es envidioso, no obra el mal, no se hincha, no es descortés, no busca las cosas propias, no se irrita, no piensa mal, no goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre. La caridad nunca desfallece10. ¡Qué grandeza la suya! Es el alma de las Escrituras, la fuerza de la profecía, la salvación en los misterios, la solidez de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los que mueren. ¿Hay grandeza de ánimo mayor que la del que muere por los impíos?11 ¿Qué hay tan benigno como amar a los enemigos? El amor es lo único que no oprime a la felicidad ajena, que no siente envidia de ella. Es lo único que no se engríe con la felicidad propia, porque no se hincha. Es lo único a lo que no punza la mala conciencia, porque no obra el mal. Se halla seguro en medio de insultos, hace el bien el medio del odio; en medio de la ira es plácido; entre las insidias, no daña; en medio de maldades, llora; en la verdad, respira. ¿Qué hay más fuerte que él, no para devolver las injurias, sino para hacer caso omiso de ellas? ¿Qué hay más fiel que él, no al servicio de la vanidad, sino de la eternidad? En efecto, tolera todo en la vida presente, porque cree todo lo referente a la vida futura, y sufre todo lo que aquí le sobreviene, porque espera todo lo que allí se le promete; con razón nunca desfallece. Así, pues, perseguid el amor y, pensando devotamente en él, aportad frutos de justicia. Y cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres. Conviene que el sermón de un anciano no sólo sea sustancioso, sino también breve.